
capitulo 7
—Amor, así no.
Cual niña a la que han pillado en plena travesura, Fina se sobresaltó al escuchar la voz de Marta. Con la mayor inocencia posible se volteó, apoyando su espalda contra el armario, intentando tapar el desastre tras ella. Marta estaba con los brazos cruzados, y aunque intentaba parecer molesta, se le escapó una ligera risa al ver a Fina nerviosa.
—¿A qué te refieres, mi amor? —Preguntó Fina fingiendo que no sabía a qué se refería—
Claramente sabía a qué se refería Marta. Había tenido la esperanza de que su novia tardara lo suficiente en entrar a la habitación como para no pillarla con el armario abierto, no le molestaba que el regaño fuese a ser algo de la Fina del futuro, pero para su desgracia, sería algo de la Fina del presente.
—No te hagas la tonta. —Marta caminó hacia ella y con suavidad la apartó, revelando las blusas que Fina había acabado echando al armario hechas un bollo— ¡Serafina Valero! ¿Qué desastre has montado?
Al observar más de cerca, Marta se dio cuenta de que Fina no solo había hecho un ovillo una o dos de sus propias camisas, sino que también, de alguna forma, había desordenado las suyas, las cuales Marta había organizado meticulosamente apenas un rato antes.
Al voltear la mirada para ver a Fina, decidida a echarle la bronca, Marta se quedó con el regaño en la punta de la lengua, su novia la miraba como si fuese un perrito regañado.
—Lo siento –Se disculpó Fina con un falso tono de arrepentimiento. De arrepentida tenía poco, pero sabía que Marta no iba a poder resistirse—
—No me vas a comprar con eso —Sentenció Marta, aunque solo bastó un ligero puchero de la morena para que la rubia flaqueara de nuevo— No me mires así –Marta intentó mantenerse firme — Mi amor, ¿Cómo se supone que vamos a hacer que quepan nuestras cosas si tú lo acomodas todo hecho un bollo?
Fina levantó una ceja. Las contadas prendas que ella había guardado en su bolso eran el menor de sus problemas. Ya habían hablado sobre la posibilidad de que su ropa no entrase en el armario de la habitación principal, y la razón no sería precisamente la desorganización de Fina.
—No creo que el problema sea mi manera de organizar las cosas, sino la cantidad absurda de ropa que tienes tú
Fina señaló el “lado de Marta” del armario, el cual, aunque ordenado, parecía una bomba a punto de explotar. Marta incluso se había tomado la libertad de ocupar algo del espacio que le había asignado a Fina.
—No tengo tanta ropa —Intentó defenderse Marta al darse cuenta de como Fina intentaba dar vuelta la situación—
Si. Si la tenía y Marta era plenamente consciente. No recordaba siquiera haber comprado la gran mayoría de los atuendos que ocupaban espacio en su armario, pero le gustaba tener algo para cualquier ocasión que pudiese presentarse, una costumbre que había heredado de su madre.
—Mi amor, por favor, ¡Un poco más y llenas el armario tu solita! —bromeó Fina, señalando el espacio— Si con suerte me has dejado un par de estanterías. ¿De verdad necesitas tantos conjuntos? La mitad de ellos ni siquiera te los he visto puestos.
—De todas maneras eso no es excusa para que seas una desordenada —Dijo Marta cogiendo una de las ya arrugadas blusas de Fina para acomodarla correctamente — Le pediré a mi padre que me ayude a buscar un armario más grande o a reacondicionar alguno de los cuartos como vestidor, pero mientras tanto, tenemos que apañarnos con lo que hay. Ya que estamos, ¿Qué hay del desastre que montaste en la cocina? Y no puedes decirme que allí el espacio no alcanza porque es casi tan amplia como la de la casa de mi familia. Y ni siquiera quiero comenzar a hablar de que hay accesorios de tu uniforme por toda la casa, hemos estado viviendo aquí dos días y la casa entera es un desor–
Al notar que Fina no replicaba, Marta volteó para buscarla con la mirada, encontrándose con Fina mirándola embobada con una sonrisota en la cara. Por un momento Marta creyó que Fina no la estaba escuchando, pero vaya que sí lo estaba haciendo.
—¿Qué? —Preguntó sin entender qué le ocurría—
—Me encanta esto —Fue lo único que dijo Fina, sin dejar de mirarla a los ojos
—¿Qué cosa, amor?
—Esto —Fina dio dos pasos hasta quedar junto a ella, y le quitó de las manos la camisa que estaba acomodando— Compartir una casa contigo, discutir por tonterías, que me regañes porque no sé doblar la ropa o porque me dejé la taza en la encimera en vez de lavarla. —Fina arrojó la camisa que tenía en las manos al suelo para tomar las manos de Marta entre las suyas, la morena colocó sus manos aún entrelazadas encima de su pecho — Esta casa, tú y este momento, son como un sueño hecho realidad.
Marta sintió que su corazón se derretía un poco con aquellas palabras. No podía estar más de acuerdo con las palabras de Fina. Aquella casita era un sueño hecho realidad para ambas. Hacía tan solo unos meses estaban en el recibidor del que pudo haber sido su refugio, aquel pisito de Madrid que les fue arrebatado antes de que pudieran siquiera saborear un poco de libertad y normalidad.
Había sido duro. Hacerse a la idea de que el pisito de Madrid nunca sería más que un sueño, la separación, las semanas en las que intentaron convencerse de que todo se había acabado para siempre. Pero ahí estaban, tiempo después, en su habitación, en su casa, más enamoradas que nunca y dispuestas a enfrentarse al mundo entero.
—Tú eres mi sueño hecho realidad —Susurró Marta— No sabes cuánto soñé con esto. Con tener un hogar de verdad contigo. No una habitación de hotel que pudiera desaparecer en cualquier momento. Algo nuestro, eterno. Por momentos creo que es demasiado bueno para ser real.
—Es real, Tan real como nuestro amor. Y nadie nos lo va a quitar, esta vez no.
Fina apretó contra su pecho la pila de camisas que había sacado del armario antes de que aquel recuerdo —alguna vez tan dulce, ahora tan amargo— regresase a su mente.
Suspiró hondo y parpadeó un par de veces, obligándose a volver al presente. Apenas habían pasado algunas semanas de aquella tarde en la que habían organizado su dormitorio, intentando hacerlo lo más suyo posible. Les había costado un buen trabajo dejarlo tal y como deseaban, las pertenencias de ambas mezclandose en cada rincón de la habitación, lo había hecho inconscientemente, guiadas por la necesidad de reafirmar que aquel era su espacio, el de las dos. El único lugar en el mundo que podían compartir a partes iguales sin miedo.
Y ahora, Fina tenía que deshacerse de todo eso.
Ya había sacado sus cosas de los cajones, reemplazandolo por parte de las pertenencias que Marta tenía en su propio lado del dormitorio, y en aquel momento se encontraba haciendo lo mismo con las camisas y abrigos que apenas lograban caber en el perchero. Luego de quitar el último de sus abrigos y asegurarse de que no quedaba ninguno perdido entre los de Marta, deslizó las perchas por el barral, dándole a la ropa de Marta más libertad a medida que desocupaba el armario.
Fue hasta el cuarto de invitados y tiró encima de la cama el montón de ropa que había sacado del armario, dejándola junto con la otra parte que había quitado hacía un rato.
Al regresar a la habitación que Marta y ella compartían, una lágrima se deslizó por su mejilla al ver como ese lugar dejaba de ser suyo. Fina se sentó en el borde de la cama, y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas sin piedad.
Le dolía. Le dolía en lo más profundo de su alma ver como poco a poco el hogar que apenas habían comenzado a construir se destruia, y le destrozaba más el pensar que era ella misma quien lo estaba destruyendo. Con cada prenda que sacaba del armario, con cada cajón que quedaba vacío de sus cosas y que llenaba vagamente con las pertenencias de Marta, sentía como si estuviera borrando las huellas de lo que habían sido, de su existencia en aquella habitación, como si fuese una criminal, como si amar como se habían amado en aquella casa y en aquella habitación fuese un crimen cuyas pruebas debían ser eliminadas por completo.
En la intimidad del dormitorio que se había convertido en un refugio, se permitió llorar todo lo que no había llorado en la casa grande. Se permitió ser vulnerable y derramar el millar de lágrimas que había contenido con esfuerzo frente a la familia de Marta y frente a su novia. A medida que recordaba todo lo que había perdido de un momento a otro, el llanto de Fina se incrementaba, se recostó de lado en la cama, ahogando un grito contra su almohada al sentir el perfume de Marta impregnado, junto con el suyo en las sabanas. Su pecho se contrajo con tanta fuerza que por un instante creyó que su corazón iba a estallar. Se aferró a la almohada de Marta, en un intento desesperado por volver a sentirse en casa, por embriagarse del resquicio del perfume de su mujer que aun permanencia en el almohadón, buscó en la intimidad de su cama un consuelo parecido al que solo encontraba en los brazos de Marta, la necesitaba y necesitaba su amor más que nunca.
Pero no encontró nada.
Aquella almohada seguía oliendo a Marta, pero no la abrazó de vuelta, no la sostuvo para evitar que se rompiera, no le susurró al oído cuanto la amaba ni le dejó caricias en su mejilla mientras le aseguraba que todo estaría bien.
Su llanto se detuvo por algunos segundos, Fina levantó la cabeza y miró a su alrededor, aquella habitación ahora le parecía inmensa, un lugar ajeno donde ella ya no pertenecía. Se dio cuenta de que sin Marta y sin su casa, no sabía de dónde sacar fuerzas. Marta se había convertido en su todo y ahora que ya no la tenía, estaba a la deriva, hundiéndose en la mayor de las miserias, cuando tan solo veinticuatro horas antes había estado en esa misma cama, envuelta en las sabanas, sintiéndose la mujer más plena, siendo amada de una manera que Fina jamás creyó posible que se pudiese amar.
Su mirada se posó en el reloj que descansaba sobre la mesa de noche de Marta. Su padre pasaría a recogerla en un rato para regresar a por Marta a la casa grande.
Como si fuese una máquina, Fina se puso en modo automático y se levantó de la cama limpiándose las lágrimas, repitiendose una y otra vez que aquello solo era temporal, que más pronto de lo que creía Marta volvería a abrazarla y a amarla, que pronto volverían a ser ellas y que en cualquier momento volverian a pelearse entre besos y provocaciones por el espacio en el armario y por el edredón en las noches frías donde luego de pelear por unos minutos, acababan durmiendo abrazadas. Volverían a ser ellas, a desayunar juntas abrazas en el sofá, a pasear por los campos y a tirarse en el jardín de la casa simplemente a disfrutar de la compañía de la otra.
Volverían a ser una.
Fina se repitió aquello hasta el hartazgo, mientras abría y cerraba cada uno de los cajones de la habitación, asegurándose de llevarse desde toda su ropa, hasta la última de sus horquillas, borrando cualquier rastro de ella en aquel cuarto.
Terminó justo a tiempo, cuando terminó de acomodar el cuarto de invitados escuchó el motor del coche que su padre conducía estacionandose en la entrada. Fina pasó rápidamente por el baño para refrescarse y que su padre no notase que había estado llorando. Isidro apenas había aceptado su relación con Marta, y aunque luego del accidente se había mostrado comprensivo, no dudaba en qué le aconsejaría que regresara a la colonia si la veía llorando. No podía culparle, Fina sabía que su estado era deplorable y que si su padre la veía de esa manera lo iba a destrozar a él también, pero no podía permitir que nadie viera que tan afectada estaba. Ni su padre, ni Carmen, ni la familia de Marta.
Tenía la suerte de poder decir que todas aquellas personas la apreciaban y lógicamente, le aconsejan dar un paso al costado, y aunque fuese con buenas intenciones, ese consejo era el que menos necesitaba en ese momento.
Tenía que ser fuerte para quedarse al lado de Marta, tenía que hacerle creer a su cuñado y a su suegro que ella tenía la fortaleza suficiente para ocuparse de Marta, porque nadie la conocía como ella, y no quería que Marta se sintiese tan sola y tan rota como ella misma se sentía en ese momento.
Salió de la casa con una sonrisa en el rostro. Fina sabía que no era fácil engañar a su padre, pero Isidro pareció tragarse la mentira cuando Fina le aseguró que estaba bien. Se subieron al coche, comenzando el trayecto hacia la casa Grande. Quería llegar lo más pronto posible ya que Marta debía llevar ya al menos dos horas despierta, quería sacarla de esa casa, alejarla de toda la maldad que rodeaba a los de la reina, especialmente quería alejarla de Jesus.
Cuando llegaron a la mansión, la familia ya había desayunado y todos estaban preparándose para partir a sus respectivas responsabilidades, Su padre le dijo que la esperaria fuera mientras revisaba un sonido proveniente del coche que no le había gustado. Fina se dirigió a la entrada, donde se cruzó con Julia y Begoña, quién, cuidado que la niña no escuchara, le comentó que Marta había pasado una mala noche, pero que entrada la madrugada habían conseguido que descansase un poco. Fina le agradeció y se adentró en la casa, donde Andrés y Damián, ambos ya listos para partir a la fábrica, la esperaban en el recibidor.
Luego de intercambiar los buenos días, su suegro le pidió a Teresa que le subiera algo de desayunar a Marta para que no saliera de la casa con el estómago vacío.
—¿Estás segura de que puedes quedarte sola con ella? —Preguntó Andrés colocando una mano sobre su hombro—
Fina asintió, intentó esbozar una sonrisa, pero Andrés se dió cuenta de su desánimo.
—Fina Marta puede quedase—
—No —Se negó de inmediato— Marta tiene que regresar a casa.
No era solo que Marta debía volver a la casa que compartían. Era que Fina necesitaba que volviera. Necesitaba sentirla cerca, escucharla tararear en la ducha por la mañana, escuchar el golpeteo de su pluma contra el escritorio mientras repasaba papeles, el mismo que al principio le parecía insoportable, pero que ahora anhelaba más que nada. Necesitaba el aroma del café, fuerte y amargo, que Marta preparaba cada mañana, que aunque a veces le causaba asco de tan fuerte que era, se había convertido en parte de su rutina, al igual que el sonido de sus tacones mientras se movía de un lado a otro de la casa cuando se preparaba por las mañanas.
Marta y sus pequeñas manías se habían vuelto parte de su rutina, y aunque al principio estaba segura de que le dolería, necesitaba su presencia en la casa. Su casa necesitaba de Marta para cobrar vida.
—Aún no le hemos contado a Marta sobre su lugar en la empresa —Le informó Damián, sacándola de sus pensamientos— Andrés y yo hemos pensado que lo mejor es esperar un par de días, en lo que solucionamos los retrasos que el accidente de Marta pudo causar antes de ponerle encima la responsabilidad de la empresa.
Fina asintió. No había tenido tiempo ni ánimos de pensar en eso, pero lógicamente el accidente de Marta debió causar más de un contratiempo, recordaba vagamente haber visto las furgonetas repletas, algunas prácticamente listas para salir a destino.
—Mi padre y yo estaremos todo el día en la fábrica intentando apagar fuegos, pero si Marta y tu nos necesitan, llama e iremos enseguida a la casa , ¿Si?
Fina asintió.
—Gracias, Andrés…
Fina se calló al ver a la figura que bajaba por las escaleras.
—Bueno, bueno… ¿Qué tenemos aquí? ¿Estamos organizando un comité para enseñarle a Marta cómo colocarse los zapatos, o van a esperar a que recuerde por si sola?
—Jesús, no empieces —Pidió Damián seguido de un suspiro—
Fina, al oirle, apretó los puños, miró a Jesús con odio mientras su cuñado acababa de bajar las escaleras con una sonrisa burlona.
—¿Qué? ¿Acaso no puedo preocuparme de que mi hermanita se valga por sí sola? No vaya a ser que el próximo gran drama familiar sea que Marta no recuerde cómo usar una cuchara.
—¡Callate ya, Jesús! —Fina avanzó con paso decidido dispuesta a hacerle frente, pero de inmediato sintió a Andrés agarrarla de los hombros para detenerla—
Jesús, qué poco había reparado en la presencia de la morena, volteó a mirarla. Cuando Fina nació, Jesús hacía rato que había dejado de ser un niño, por lo que nunca la vió como algo más que la hija del servicio, una empleada más. Normalmente Jesús pasaría de ella, pero luego de su encuentro en la tienda algunos meses atrás, Jesús había descubierto que Fina era fácil de irritar, y si había algo que le encantaba, era sacar de quicio a los demás.
—Uy, la otra invertida —Se burló Jesús, sin inmutarse en lo más mínimo por la mirada asesina en los ojos de Fina—
—¡Jesús! —Gritó Andrés sin dejar de sostener a Fina— ¿Qué demonios quieres aquí?
—¿Yo?Nada, hermanito. Solo iba camino a la empresa cuando me he topado con esta… ¿reunión? si es que así se le puede llamar.
—Tu ya no tienes nada que hacer en la empresa —Le recordó Damián—
—Alguien tiene que dirigirla, ¿O va a dejar que la desviada que no recuerda ni como se llama se ocupe del negocio? Si antes el puesto le quedaba grande, ahora no tardará ni media mañana en llevarnos a la ruina.
—Marta tiene más inteligencia y capacidad de dirigir esta empresa en los dedos de una mano que tú en todo tu maldito cuerpo —Escupió Fina, mirándolo con furia—
Jesús soltó una sarcástica risa.
—Y tú qué vas a saber sobre capacidad de liderazgo? si no eres más que una apestada insolente que juega a vender perfumes, y ni siquiera eso haces bien, a saber que cosas hiciste para que mi hermanita te ascendiera de puesto
¡Plaf!
Andrés y Damián se quedaron boquiabiertos al ver la facilidad con la que Fina se zafó del agarre de Andrés para acto seguido proporcionarle una fuerte y sonora bofetada a Jesús, quien de inmediato se llevó la mano a su mejilla, miró a Fina con odio en los ojos, el mismo odio con el que Fina lo miraba.
En el pasado la actitud de Jesús siempre lograba atemorizarla al igual que lo hacía con el resto del personal de la fábrica, pero ahora Fina no pensaba achicarse, especialmente tratándose de Marta, de su profesionalidad y de su propio honor.
—Vaya, resulta que la amiguita de Marta tiene más carácter del que yo creía —Soltó en tono burlón— Intenta controlar tu temperamento masculino, porque no te voy a pasar otra falta de respeto, Serafina.
Fina no respondió, pero su pecho subía y bajaba con fuerza, conteniendo la rabia. Andrés colocó sus manos sobre los hombros de Fina otra vez, pero ella se sacudió ligeramente, dejándole saber que no quería que la retuviera.
—Dime una cosa… —continuó Jesús, su voz llena de odio— ¿Qué se siente saber que estás a punto de perder la protección de mi hermana?
—¿A qué te refieres?
—Vamos, Fina —Sonrió— ¿Crees que mi hermana seguirá ocultando tus errores y pasando por alto tu insolencia cuando recupere la cordura? No sé qué habrás hecho para confundirla, pero ahora Marta volverá a ser la de antes, y tú volverás a ser solo una operaria más, ¿O acaso has olvidado cual es tu lugar en esta empresa?
—Claro que no. Pero al menos yo sigo teniendo un lugar en esta empresa, ¿O se te ha olvidado, que don Damian te ha puesto de patitas en la calle?
Fina escuchó la risa de Andrés detrás de ella, lo que la hizo sonreír. No dudaba de que Jesús no tenía ni el más mínimo apoyo de su familia, pero sentir que su cuñado —y esperaba que también su suegro— estaban de su lado, la hizo sentir victoriosa.
Jesús estuvo a punto de abrir la boca para responderle, pero el sonido de unos tacones bajando por las escaleras hizo que los cuatro voltearan para ver a Marta bajando por las escaleras
—Buenos días —Saludó Marta con una media sonrisa— Jesús, qué alegría verte
La sonrisa de Marta se volvió más grande al ver a su hermano mayor, pero este no le hizo ni caso. Sin responderle ni dedicarle el más mínimo gesto de cariño, Jesús se dió la vuelta y salió de la casa grande, dejando a Marta confundida, mientras Andrés, Damián y Fina dejaban atrás el pequeño enfrentamiento con Jesús para concentrarse en que Marta no notara la tensión que había crecido en el ambiente.
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