Cuando La Memoria Se Desvanece

Sueños de libertad | Dreams of Liberty (Spain TV)
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Cuando La Memoria Se Desvanece
Summary
Los sentimientos trascienden el tiempo y el olvido. Incluso cuando la memoria se desvanece, en el corazón sigue habitando lo que realmente importa; el amor, la conexión de dos almas destinadas a estar juntas.
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capitulo 8

El sonido de la puerta trasera del coche abriéndose la sacó del trance en el que parecía estar. Marta, quien ya había perdido la cuenta de cuantos minutos llevaba mirando por la ventanilla del coche, regresó a la realidad y volteó la cabeza justo para ver el momento en que Fina arrojaba en el asiento trasero un par de bolsas de manera algo brusca, arrojó también su bolso encima de estas y cerró la puerta de atrás para luego abrir la del conductor y meterse en el coche.

Las dos habían partido de la casa grande en el coche de Marta hacía ya un rato, antes de alejarse del centro de Toledo camino a la casita del monte, Fina había decidido hacer una parada técnica para comprar algunas cosas que les hacían falta en la casa, lo que le había dado tiempo a Marta para mirar por la ventana, y sobre todo, pensar.

O sobrepensar, mejor dicho.

—Listo —Anunció Fina con una sonrisa cerrando la puerta del coche — ¿Todo bien? —-Preguntó animadamente volteando a mirarla—

Marta intentó esbozar una sonrisa y asintió, pero la expresión en el rostro de Fina cambió.

—Marta, ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal? —Inquirió preocupada mientras encendía nuevamente el coche para reanudar la marcha—

—No es nada —Marta hizo nuevamente un esfuerzo en esbozar una sonrisa para disipar las preocupaciones de Fina— ¿Nos vamos ya?

La mirada de Fina se suavizó, aunque Marta aún podía ver algo de preocupación en los ojos de Fina. La morena le regaló una ligera sonrisa mientras se acomodaba en el asiento para una conversación que Marta no sabía si estaba lista para tener, pero que evidentemente, Fina no dejaría pasar.

En el poco rato que habían pasado juntas, Marta había podido comenzar a comprobar que Fina realmente la conocía tanto como decía. Desde el instante en que habían abandonado la casa grande las dos solas —bajo la mirada preocupada de Isidro y Damián, quienes a pesar de estar de acuerdo en que Fina se hiciera cargo del coche de Marta, no dejaban de preocuparse por si Fina sabría manejar la situación— Fina le había demostrado en más de una ocasión que podía leer sus gestos e interpretar sus momentos de silencio mejor que ella misma.

Le había preguntado qué tal estaba en varias ocasiones en cuanto había notado que se quedaba demasiado tiempo con la vista fija en el camino, y se había dado cuenta de inmediato cuando Marta comenzaba a dar signos de estar nerviosa o asustada.

—Es una tontería —Intentó restarle importancia—

—Si te tiene así no es una tontería, anda, dime.

Marta dudó, pero finalmente suspiró y se giró un poco en su asiento para quedar de frente a Fina.

—Es Jesús.

—Ya.

Marta no necesitaba dar más explicaciones ni Fina escuchar más para saber de lo que hablaban. Cuando Marta terminó de bajar las escaleras, intentó que su padre le dijera que sucedía con Jesús, pero este había cambiado el tema de la conversación, y Marta también notó que Andrés y Fina intentaron hacer lo mismo. Ninguno de los tres parecía querer decir ni una palabra sobre Jesús ni tampoco que Marta pensase demasiado en el “encuentro” que acababa de tener con su hermano. Intentaron distraerla sin darle tiempo a preguntar, pero claro, Marta de tonta no tenía un pelo.

—Anoche no fue a verme a mi habitación, y cuando pregunté por él, Begoña se puso muy nerviosa —Comenzó a decir Marta– Tampoco nadie de la familia me dijo nada sobre él, y esta mañana… ¡Por dios, si lo último que recuerdo de él es estar riéndonos en el desayuno, y hoy parecía que mi sola presencia le molestaba!

Fina no sabia que decirle. La distancia entre ella y Jesús era tan grande, y estaba tan llena de traición y dolor, que a Fina no se le ocurría una manera sencilla de explicarla sin entrar en detalles para los cuales Marta no estaba lista.

—Marta… —Fue lo único que pudo decir, casi en un susurro.

Le dolía verla así, tan frágil y tan ajena a todo lo que habían tenido que afrontar. Fina sabía cuánto quería Marta a su familia. Incluso conociendo sus más oscuros secretos, Marta no podía evitar querer a su familia, Fina ni siquiera quería imaginarse cuánto le dolía a Marta sentir que su familia se había desmoronado, cuando los últimos recuerdos que tenía eran los de una familia cariñosa y unida.

¿Cómo podía decirle que sus hermanos estaban en una guerra a muerte? ¿Que su hermano mayor la había traicionado de la peor manera? ¿Que todos sus temores se habían hecho realidad, que su padre le había dado la espalda cuando supo quién era ella realmente? Hablar de su familia significaba hablar de ella, de ellas.

Y esa era una conversación que Fina aún no estaba lista para afrontar.

El rostro de Marta, aunque preocupado, aún conservaba cierta serenidad. Eran sus ojos azules los que reflejaban el temor y el torbellino de emociones que llevaba dentro. La última vez que Fina la había visto tan aterrada había sido la tarde en la que le confesó que su padre se había enterado de su relación.

—Fina, si quieres que confíe en ti tienes que decirme la verdad —Su tono ahora era firme, casi demandante, aunque al llegar al final de la oración se le rompió un poco la voz.

Marta comenzaba a sospechar que su padre, su hermano y Fina le estaban escondiendo algo grave. Desde que había bajado las escaleras se sentía inquieta, y los intentos de todos por animarla y distraerla no hacían más que aumentar esas preocupaciones y la presión que sentía en el pecho al pensar en todo lo que pudiera estar sucediendo a su alrededor y que ahora ella ignoraba.

Fina respiró hondo. Odiaba mentirle, pero no podía contarle la verdad.
Al menos no en su totalidad.

—Tu hermano y tú están distanciados, hace mucho. La empresa se ha impuesto entre ustedes, o bueno, Jesús la ha puesto entre él y toda tu familia.

Aquello no era una mentira, ¿No?

Solo estaba omitiendo algo de información, pero lo que le había dicho sí que era verdad, aunque fuese una parte ínfima de todo lo que separaba a Marta de su hermano mayor, y a Jesús del resto de la familia De La Reina

Marta apartó la vista de Fina, procesando la escasa información que Fina le había dado. Luego de unos instantes negó con la cabeza, regresando su vista a la morena.

—Jesus y yo siempre hemos tenido disputas por la empresa y eso nunca evitó que siguieramos queriéndonos, no me estás contando la verdad, Fina.

Fina maldijo en su cabeza la facilidad que Marta tenía, y que había tenido desde que eran unas niñas, de descubrir cuando estaba mintiendo. También maldijo en cierta forma a sus padres por haberla criado tan mala mentirosa, no necesitaba un espejo para saber que probablemente había sido su rostro el que la delató.

—Marta, te juro que no estoy tratando de ocultarte nada —dijo Fina, tal vez un poco a la defensiva— Pero hay cosas que no puedo decirte, que no me corresponde decirte.

—Necesito que me digas la verdad —Volvió a pedir, o exigir, mejor dicho-

Marta observó como Fina se sumía en una lucha interna. Fina se mordía el labio mientras su pecho subía y bajaba a medida que su respiración se volvía más pesada y profunda, estaba visiblemente nerviosa, su mirada iba de un lado al otro del coche, sin posarse en algún objetivo fijo. Por un segundo Marta pensó que Fina empezaría a cantar como un loro, pero Fina, firme, negó con la cabeza.

—No puedo decírtelo —Sentenció Fina—

Marta no dijo nada, simplemente asintió con la cabeza, visiblemente molesta, y se acomodó en su asiento para mirar al frente, cruzando los brazos encima de su pecho.

—Marta —Susurró Fina al darse cuenta de que Marta se había molestado—-

La rubia permaneció firme mirando al frente, con la mirada fija en algún lugar de la calle.

—Marta, por favor, entiende que no es que no quiera, es que no puedo —Intentó explicar Fina— Hay cosas que están fuera de mi control. Y no puedo decirte más, no así.
Pero Marta ya había dado la conversación por finalizada.

Fina suspiró y puso marcha al coche, saliendo del estacionamiento de la tienda. Mientras retomaba el camino para poder desviarse luego hacia los montes de Toledo, Fina miró a Marta de reojo. Su novia, un poco hundida en el asiento y aun con los brazos cruzados miraba por la ventana, y el silencio entre ellas se volvía cada vez más denso, casi insoportable.
La imagen de Marta le parecía tierna, lucía como una pequeña niña enfadada, y aunque esbozó una pequeña sonrisa al verla así, de inmediato su sonrisa se desvaneció al sentir como comenzaba a formarse un nudo en su estómago y como el miedo se apoderaba de todo su cuerpo.

No había pasado ni una hora desde que habían salido de la casa grande y ya la situación se le había ido de las manos.

La idea de pasar más tiempo a solas con Marta la aterraba.

Porque no sabía cuánto tiempo demoraría en surgir otra pequeña discusión como la que acababan de tener.
No sabía cuánto tiempo podría estar ocultandole a Marta la verdad.
No sabía cómo mantener el control de la situación.
No sabía cuánto tardaría Marta en averiguar la verdad ella misma, y lo que más le preocupaba…
No sabía cómo reaccionaría Marta al descubrir todo lo que había cambiado en su vida y en la de Fina.

Damián y Andrés habían insistido en que ella era la única capaz de ayudar a Marta y de contenerla cuando llegase el momento en que Marta comenzará a descubrir todas las verdades que la lastimarian, pero Fina comenzaba a dudar de que Marta aceptase su consuelo y ayuda.

Se aferró al volante, sintiendo la necesidad de aferrarse a algo en aquel momento en el que sentía que ambas comenzaban a estar a la deriva. El camino hacia la casa se hacía cada instante más eterno.

Marta no apartaba la vista de la ventanilla y Fina tampoco del camino que tenía enfrente. La morena recordaba las tardes en las que regresaban juntas a su hogar, dejando que la calma de los montes de Toledo las abrazara y las contuviera, disfrutando del calorcito del sol a través del vidrio, sus risas al unísono, sintiéndose más y más libres a medida que dejaban atrás el bullicio del centro de Toledo y se adentraban en los montes, perdiéndose entre los árboles, perdiéndose de la vista de la sociedad, encontrando un refugio en ese lugar tan apartado, que para ellas era el paraíso.

El camino a casa ya no se sentía liberador, sino más bien como la antesala de una condena que no tenía fecha de finalización. La condena de volver a fingir y montar un teatro en el único lugar que las había conocido libres.

A medida que su pequeño hogar comenzaba a hacerse visible a lo lejos, Fina comenzó a replantearse si estaba haciendo lo correcto.

Sentía que estaba traicionando a su casa y a su amor, montando una farsa en el lugar donde se habían prometido ser libres y felices.

Quería dar vuelta el coche y emprender el camino de regreso a Toledo. Quizás sería menos doloroso seguir fingiendo ante la colonia, definitivamente sería mucho más sencillo y automático que tener que aprender cómo fingir en un espacio que les había sido cedido con la promesa de que nunca tendrían que ocultarse.

Estuvo a punto, a punto de regresarse y dejar a Marta en casa de su familia para acto seguido ocultarse a llorar en su habitación de la colonia, pero antes de que pudiera tomar la decisión, llegaron a la entrada. Fina apagó el motor y suspiró mientras miraba hacia la casa.
El show no solo no había terminado, apenas había comenzado.

En el asiento del copiloto, Marta observaba la casita con curiosidad. Era preciosa, casi que salida de alguna de las historias mágicas que su madre le contaba cuando era pequeña. Observó la fachada, las paredes exteriores cubiertas de enredaderas y rodeadas de arbustos perfectamente cuidados.

Para donde mirase, había flores y plantas. Cada rincón parecía cuidadosamente atendido, al menos lo que llegaba a ver detrás del portón. Una sensación extraña le recorrió el cuerpo. No sabría decir si la sensación estaba relacionada con un sentimiento, o si simplemente había quedado maravillada con la belleza de la casa, pero algo dentro de ella se removió.

Deseosa de ver más y sin esperar a alguna indicación de Fina, Marta salió del coche, cerrando la puerta sin dejar de mirar hacia el jardín de la casa. Comenzó a caminar por el camino de piedras hacia la entrada, escuchando detrás de ella como Fina cerraba la puerta de su lado también.

Cruzó la entrada, escuchando los pasos de Fina detrás de ella pero sin voltear a mirarla, demasiado absorta en lo que tenía frente a ella. Una vez dentro pudo observar mucho mejor aquel paraíso. Un centenar de flores adornaban cada pequeño espacio del jardín, a un lado se alzaba la casa, acogedora y rústica, y del otro, una piscina preciosa. Cerca de la puerta de entrada había un juego de mesa y sillas que combinaba a la perfección con la estética del lugar, y a lo lejos alcanzó a ver un columpio.

El lugar era precioso. Allí, en medio del jardín, Marta se sintió en paz por primera vez desde que había despertado. Cerró los ojos y se dejó envolver por la calma que se respiraba en ese lugar.

El ruido de las llaves de Fina le hizo abrir los ojos. Fina avanzaba delante de ella directo hacia la puerta de entrada, Marta le echó una última mirada al jardín y la siguió sin decir palabra, deseaba pasar más tiempo recorriendo cada milímetro de aquel jardín, pero también estaba deseosa de conocer el interior de la casita.

Fue recibida por una pequeña sala de estar que constaba de una mesita de café en medio de la estancia, rodeada de de un par de sofás y algunos muebles contra las paredes. Un teléfono justo al lado de la puerta, y junto a este un perchero en el cual reconoció algunos de sus bolsos.
—De aquel lado están la cocina y el comedor —Indicó Fina señalando hacia la izquierda mientras colgaba su bolso del perchero — Y acá, las habitaciones —Señaló al otro lado

Marta la siguió aun en silencio, observando cada pequeño detalle a medida que avanzaba por la estancia. Un pequeño pasillo llevaba a las distintas habitaciones, Fina señaló la de la derecha y se volteó a mirarla

—Allí está nu-nuestro baño –Dijo girando un poco más la mano para señalar ahora la puerta del medio –Tú habitación —volvió a señalar la habitación de la derecha, haciendo énfasis en el “tú” — Y aquella es la mía —Señaló la habitación de la izquierda

Marta asintió, su mirada se posó en una abertura que estaba a pocos centímetros de ella y que llevaba a otro pasillo, Fina notó su interés y se acercó un poco más, mirando en la misma dirección.

—Allí hay una habitación de invitados que aún no está en condiciones, y poco más. La casa estuvo deshabitada mucho tiempo, aquella zona sigue en bastante mal estado al igual que la parte trasera del jardín.

Marta, sin saber muy bien que decir, asintió nuevamente. La casa era bonita, eso no iba a negarlo, pero lo poco que había visto no le decía mucho. No sentía nada al estar allí, no reconocía ni un solo rincón. En cambio, estaba deseosa de regresar al jardín y recorrerlo, podría incluso tirarse un rato en ese columpio, pensó.

Algo en ese jardín sacado de un cuento le resultaba más acogedor que la casa misma.

—Voy a bajar las bolsas del coche —Informó Fina al ver que Marta no diría nada—

—¿Te ayudo?

—Puedo sola. —La respuesta de Fina su inmediata y incluso Marta podría decir que un poco cortante–

Marta asintió y la observó salir de la casa. Se quedó allí, en medio del pasillo, sintiéndose una intrusa en aquel lugar. Dirigió su vista hacia su habitación. Su habitación. Un concepto extraño cuando todo en esa casa le resultaba ajeno.

Caminó los pocos pasos que la separaban de la puerta y la empujó con suavidad. Al ingresar, abrió un poco los ojos sorprendida. Nada tenía que ver aquella habitación con la que había ocupado casi toda su vida en la casa grande. Además de la evidente diferencia en tamaño, aquella habitación le resultaba mucho más acogedora, aunque seguía sintiéndose extraña. De pronto se dió cuenta de que no era una sensación muy diferente a la que había sentido durante mucho tiempo en su propio hogar. Incluso en la casa grande se había sentido como una extraña en más ocasiones de las que le gustaría admitir.
Marta recorrió la habitación con la mirada, esperando que algo despertara un recuerdo, pero no ocurrió nada.

La habitación estaba casi impoluta.

La cama hecha, los cajones cerrados al igual que el resto de compartimentos de los armarios y las mesitas de luz a cada lado de la cama no tenían encima más que algún libro, un reloj y alguna que otra pertenencia más que Marta no alcanzaba a distinguir desde la entrada, donde seguía parada.

Lo único que llamó su atención fue un pequeño estuche que reconoció como suyo, en el suelo junto al tocador, parecía haberse caído de encima del mismo. Era el estuche que se llevaba con ella cuando debía viajar a Madrid. Lo tenía siempre listo para no olvidar cargar nada en el bolso.
Caminó hasta el tocador y se agachó para recogerlo junto a la pluma y algunas cosas más que se había caído de este.
Reconoció una pequeña agenda con números de los escaparatistas y algunos proveedores que solía llevar con ella siempre, y una de sus plumas. También tenía allí algo de efectivo, pero lo que llamó su atención fue un pequeño sobre en forma rectangular. Terminó de juntar todo lo que se había caído del estuche y se sentó en la cama a acomodar todo en su sitio, a excepción del sobre.

Dejó el estuche encima de la mesilla y tomó el pequeño sobre entre sus manos, al verter su contenido sobre la palma de su mano, se desplegaron varias tarjetas de presentación que parecian como recién salidas de la imprenta. Marta frunció el ceño.

Tomó una para leerla, al hacerlo, sintió como si su corazón se detuviese por un instante.

Marta De La Reina Vazquez.
Directora de Perfumerías de La Reina.

La leyenda estaba acompañada por el número telefónico del despacho de Jesús y el logo de la empresa.

Directora.

Directora.

Directora.

La palabra se repetía una y otra vez en su cabeza mientras Marta observaba la tarjeta, apreciando cada detalle. Podía reconocer con facilidad la calidad de la imprenta donde enviaban a imprimir la tarjetería de la fábrica.

La tarjeta era real, algo tangible que estaba tocando con sus propias manos y que con solo verla podía reconocer su veracidad, pero no entendía nada.

¿Directora? ¿Ella? Aquel puesto nunca había significado para ella nada más allá de un sueño.

No tuvo tiempo de pensar demasiado cuando dos toques en la puerta llamaron su atención.

—¿Marta? —Era la voz de Fina—

—Pasa —Le indicó sin quitar la mirada de la tarjeta entre sus manos–

—No escuché ruido y me preocupé –Le dijo entrando en la habitación— ¿Qué tienes ahí?

Marta levantó la mirada y el miedo se adueñó del cuerpo de Fina.

Los ojos de Marta volvían a tener esa mirada de la noche anterior, la misma confusión extrema, la misma incertidumbre que la hacía sentirse completamente perdida.

—¿Esto es cierto?

Marta extendió su mano y Fina se acercó de inmediato a tomar ese papel, con el corazón latiéndole con fuerza, aterrorizada de lo que Marta pudiese haber hallado. Al reconocer la tarjeta, suspiró aliviada. Aquella verdad si podía enfrentarla.
Regresó su mirada a Marta, y además del miedo, Fina pudo ver un pequeño brillo en su mirada, Marta parecía una niña pequeña en navidad.

Fina quiso soltar una pequeña risa, pero se contuvo. Marta estaba a punto de llevarse la sorpresa de su vida.

—Si —Respondió Fina con una sonrisa y un orgullo en su mirada que no pudo disimular— Lo eres

Marta le arrancó la tarjeta de las manos para observarla de nuevo, releyendo una y otra vez la palabra “Directora” Fina vio como la respiración de Marta se aceleraba y como sus ojos se llenaban de lágrimas.

Se sentó junto a Marta y se tomó el atrevimiento de colocar su mano encima de la pierna de Marta llamando su atención

—Tu padre destituyó a Jesús y te eligió a ti para dirigir la empresa —Explicó Fina cuando Marta la miró a los ojos– hace ya algunas semanas de eso.

—Por eso Jesus me miraba con tanto desprecio… —Pensó en voz alta—

Fina asintió.

De nuevo, tuvo que recordarse que no le estaba mintiendo.

Solo estaba omitiendo información.

Marta se mordió el labio mientras regresaba la mirada a esa pequeña tarjeta que representaba sus sueños hechos realidad.

—No lo puedo creer —Dijo con una enorme sonrisa en el rostro—

—Creelo, porque nadie merecía ese puesto más que tú. Y te puedo asegurar que lo has sabido defender. La empresa no pasa por su mejor momento, pero te desvives por ella y estoy segura de que no tardarás en sacarla del bache.

Marta sonrió y sintió sus mejillas enrojecerse.

—¿En serio lo hago bien? —Preguntó casi en un susurro—

—Más que bien, los empleados te adoran y te has sabido ganar el respeto de todo aquel que el primer día dudó de tu nombramiento.

Marta sonrió con los ojos llorosos, y Fina se derritió de amor al verla. Sabía cuanto significaba ese sueño para Marta y debía admitir que volver a verla tan emocionada como la primera vez por el ascenso, se sentía bonito.

Debía dejar de pensar en lo mal que lo pasaría Marta con ciertas verdades y concentrarse en esa sonrisa.
Marta tenía muchas heridas por descubrir, pero también iba a descubrir a una Marta más fuerte, más libre, y ella quería estar a su lado en cada descubrimiento, en cada risa y en cada llanto.

—Perdoname por mi reacción de hace un rato –dijo Marta– Odio sentir que hay cosas que se escapan de mi control.

Fina asintió y movió su mano de encima de la pierna de Marta al hombro de esta.

—Siempre hay cosas que se escapan de nuestro control, Marta. Yo sé que estás confundida, que tienes miedo, pero vive y disfruta de este camino que la vida te está haciendo recorrer otra vez. Te aseguro que hay más alegrías como estas esperando a que las descubras de nuevo.

Marta asintió, y tomando a Fina por sorpresa, se lanzó con cuidado hacia ella para abrazarla. Fina recibió el abrazo con gusto, sosteniendo a Marta como lo que era, lo más preciado del mundo, de su mundo.

Debía tomar el consejo que le había dado a Marta para sí misma. Disfrutar del viaje que el destino las obligaba a transitar juntas, acompañarla, guiarla, y en la medida en que Marta se lo permitiese, amarla.

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