Cuando La Memoria Se Desvanece

Sueños de libertad | Dreams of Liberty (Spain TV)
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Cuando La Memoria Se Desvanece
Summary
Los sentimientos trascienden el tiempo y el olvido. Incluso cuando la memoria se desvanece, en el corazón sigue habitando lo que realmente importa; el amor, la conexión de dos almas destinadas a estar juntas.
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capitulo 6

Fina jugaba con sus dedos como si fuera una niña nerviosa el primer día de clases. Desde que Damián había bajado a buscarla y le había avisado de que Marta deseaba hablar con ella, su corazón había incrementado el ritmo de sus latidos y sus manos habían comenzado a sudar cada vez más, una sonrisa enorme se había formado en su rostro, sonrisa la cual comenzó a desvanecerse a medida que avanzaba por el pasillo de la planta alta de la casa grande.

—¿Y si digo algo equivocado? —Preguntó la morena por enésima vez —

—Fina —Su mejor amiga la hizo detenerse a medio camino— Cálmate por dios, que si sigues así vas a espantar a la pobre Marta.

Carmen se había ofrecido a subir junto a ella mientras Damián y Andrés hablaban en el despacho sobre cómo afrontaría la empresa la nueva situación de su directora, aplazando reuniones y otros compromisos para darle a Marta su espacio y tiempo. Fina les había dejado claro —como si no fuese algo obvio— Que Marta asumiría su puesto con gusto, pero en los últimos meses había cambiado tantas cosas, que sería inevitable que a Marta se le dificultara adaptarse los primeros días.

Damián le había invitado a participar de aquella conversación, sorprendiéndola con la manera en que su suegro en lugar de apartarla, la hacía parte de todo lo que tuviese que ver con la recuperación de su novia. Pero Fina no había querido esperar luego de escuchar que Marta estaba dispuesta a hablar con ella e intentar retomar su vida con “normalidad”, aunque a decir verdad no tenía ni la más mínima idea de lo que le diría cuando la tuviera en frente de nuevo. Ya había comprobado que se le daba pésimo mantener las formas al ver a su novia tan derrotada y diminuta.

—No sé qué decirle. Siento que cuando la tenga en frente otra vez la que se va a romper soy yo, porque sé que está mal y no puedo hacer nada para ayudarla.

—Ay mi niña —Carmen esbozó una ligera sonrisa— No sé qué decirte que no te hayan dicho ya Don Damián y Luz.

—Ya, que sea paciente, que le de su espacio, que en el fondo Marta sigue siendo la misma…—Comenzó a enumerar Fina, un poco cansada de escuchar lo mismo— Esos consejos podrán ser útiles para los de la Reina, pero no para mi, porque yo sé que Marta necesita de cariño más que nunca, pero es incapaz de pedirlo.

—Entonces entra y demuéstrale que la conoces, que no tiene que ocultar a la verdadera Marta porque tú ya la conoces de sobra.

—¿Y si la asusto? ¿O la pongo incómoda otra vez?

Le dolía el corazón al recordar el rechazo que había sentido por parte de Marta hacía tan solo un rato.

—Eso es inevitable, Fina. —Le recordó Carmen— Pero para que Marta se sienta cómoda contigo tienes que enfrentarte a ella, Marta no se va a acercar por si sola, debes hacerlo tú.

Fina suspiró. Su mejor amiga no podía tener más razón. Las primeras semanas de su relación con Marta regresaban a su mente, recordándole lo difícil que había sido el acercamiento entre ambas. En más de una ocasión Fina había sentido que era inútil seguir intentando construir una relación más cercana con Marta, quien siempre acababa marcando de nuevo distancia entre las dos.

Cuando Marta por fin se decidió a dar el paso, Fina

En esta ocasión las cosas no serían más fáciles, serían incluso más complicadas, pero valdría la pena.

Para ella, Marta siempre valdría la pena.

—Está bien, voy —Apenas lo dijo, sus pies empezaron a moverse casi por inercia, pero su mejor amiga la sostuvo del brazo, obligándola a mirarla una última vez—

—Fina… —Carmen la observó con algo de pena— Sé que estás harta de oírlo, pero ten paciencia. Marta te sigue queriendo, solo tienes que conseguir que ella se de cuenta.

Fina asintió y sin decir nada más recorrió el poco camino que le quedaba hasta la que había sido la habitación de Marta. Tocó la puerta y un par de segundos después escuchó a Marta dándole permiso de entrar.

Marta estaba de pie frente al tocador. De inmediato Fina notó que había pasado por el aseo para arreglarse un poco. Se había lavado la cara y en ese momento se encontraba acomodándose el pelo.

Fina sonrió, y la observó en silencio por algunos segundos. Una de sus cosas favoritas era observar a su novia alistándose por las mañanas, y aunque aquella situación distaba bastante de las mañanas en su hogar, por un instante Marta parecía la de siempre, concentrada en arreglar hasta el último rizo rebelde y colocarlo en su lugar.

Marta no se dio cuenta de la presencia de la morena de inmediato, pero cuando la vio en el reflejo del espejo, se sonrojó un poco, avergonzada, preguntándose cuánto tiempo habría estado Fina observándola

—Hola —Susurró Marta mirándola a través del reflejo—

—No quería molestarte —se justificó Fina, como si hubiera leído sus pensamientos— Parecías muy concentrada.

—Me vi al espejo y no pude evitarlo, mi pelo era un desastre —Respondió Marta ahora sí dándose la vuelta–

—Te ves mejor —Fue lo único que pudo decir Fina, luchando con el impulso de decirle que estaba igual de hermosa que siempre.

—La charla con mi padre ha ayudado bastante —Admitió Marta, sintiéndose un poco más relajada— Gracias por venir otra vez, habría entendido que no quisieras después de cómo me comporté antes.

Fina negó con la cabeza, indicándole a Marta que no tenía nada que reprocharle. Se acercó a Marta con cuidado, manteniendo cierta distancia, se permitió mirarla a los ojos y regalarle una sonrisa cálida, esperando que el rostro de Marta imitase su gesto.

—Marta, estabas en todo tu derecho, yo debí haber esperado un poco más para venir a verte. Lo último que quiero es incomodarte.

Marta abrió ligeramente los labios para decir algo, pero se arrepintió de inmediato. La mirada de Fina la ponía nerviosa, sentía como si la morena estuviera mirando a través de ella. Se sintió expuesta, vulnerable de una manera que, debía de admitir, no terminaba de desagradarle.

Casi sin darse cuenta llevó una de sus manos a su cabello, jugando con uno de sus rizos mientras intentaba hilar una oración en el desorden de su mente. Finalmente suspiró y se atrevió a sostener la mirada de Fina

—Voy a ser sincera, Fina… Estoy algo incómoda —Admitió—

Fina sintió como si le clavasen un puñal al corazón, pero asintió y mantuvo su sonrisa, debía hacer el esfuerzo de mantener la compostura y la cabeza fría. Aquel comienzo parecía un infierno, pero ya habían pasado por esto antes, debía confiar en que podrían dejar atrás la incomodidad más pronto de lo que lo habían hecho la primera vez.

—Mi padre me ha contado sobre nuestra amistad —Continuó Marta ante el silencio de la morena– pero es difícil abrirse con alguien… con alguien a quien realmente no conozco.

—Ven —Fue lo único que salió de la boca de Fina, tomándose el atrevimiento de caminar hacia la cama de Marta y sentarse en el borde de esta— Vamos a hacerlo fácil.

Marta la miró con cierta reticencia, pero algo en la manera en que Fina la miraba y le hablaba con tanta delicadeza y paciencia, le dio confianza. obedeció y se sentó cerca de Fina, aunque manteniendo una distancia prudente.

—Entiendo que pienses que no me conoces de nada —Comenzó a hablar fina, no muy segura de a donde llevaría aquella conversación, eso de pensar antes de hablar no se le daba demasiado bien— pero en realidad, si lo haces, porque en el fondo tu y yo seguimos siendo esas niñas que correteaban con tu hermano por el ala de servicio haciendo travesuras.

Marta sonrió recordando aquel tiempo en el que, cuando su madre aun vivía, se permitía ser una niña, pasando todo su tiempo libre entre la cocina y el jardín de la mansión, jugando con Andrés y arrastrando a una diminuta Fina a ser partícipe en todas sus travesuras. La diferencia de edad entre Andrés, ella y Fina parecía un impedimento al principio, a Marta y Andrés ya no les bastaba por corretear en la casa y jugar con juguetes como si tuviesen cinco años, pero a Fina poco parecía importarle, porque desde sus cortos dos años, siempre encontraba la manera de participar en las aventuras de los dos hermanos, aunque eso le costase algún que otro chichón en la cabeza.

—Ha pasado mucho tiempo desde esos días —Dijo con algo de tristeza en la voz— No somos las mismas.

Los dias de juegos entre los tres comenzaron a llegar a su fin con la partida de Catalina, ambos hermanos de la Reina habían tenido que seguir los pasos de Jesús y comenzar a formarse en sus respectivas áreas, volviéndose pequeños adultos, el tiempo libre que tenían comenzó a disminuir hasta ser prácticamente nulo. Marta aún recordaba los ojos tristes de Fina que la observaban desde la cocina cada vez que Marta se asomaba por ahí para buscar un vaso de agua o algo de comer. Al principio Fina aun intentaba encontrar momentos para compartir con ella, pero poco a poco fue entendiendo que a partir de ese momento, debía jugar sola y que Marta ahora era “La señorita Marta” quien en poco tiempo se convirtió en “La señora Marta”.

—Aunque no lo creas, sigo siendo tan metepatas como lo era a los cinco años —Bromeó Fina, intentando, con éxito, hacer reír a Marta—

Marta rio aunque le duró poco, pronto su sonrisa comenzó a desvanecerse mientras pensaba en aquella joven Marta que distaba demasiado de la mujer en la que se había convertido.

—Pero tal vez yo no siga siendo la Marta divertida y despreocupada que recuerdas tú —Se lamentó Marta, consciente de que al crecer, se había perdido a sí misma—

—Lo eres —Aseguró Fina sin dudarlo—

Fina se tomó el atrevimiento de buscar la mano de Marta con la suya, encontrándola encima del edredón, Fina cubrió la mano de Marta y la miró a los ojos. Podía ver como esos ojos azules que la tenían tan enamorada estaban llenos de preguntas, y sobre todo, llenos de miedo.

—Marta, aunque te cueste creerlo, te conozco mejor que nadie. Conmigo no tienes que fingir, porque es inútil —Fina esbozó una media sonrisa– Sé que tienes miedo, que estás aterrorizada, pero te aseguro que no tienes de que temer, porque la Marta que tienes que redescubrir es maravillosa, y ha logrado cosas que tu ni siquiera podrías imaginarte.

Marta se mordió el labio, conteniendo las ansias de llorar. La mirada de Fina, tan llena de afecto y comprensión lograba desarmarla de alguna manera. No sabía como, pero Fina no había errado en ninguna de sus palabras. Tenía miedo, pánico de lo que podía encontrarse fuera de aquellas cuatro paredes, incluso en la intimidad de lo que ella recordaba como su habitación, se sentía una extraña, como si no perteneciera allí.

—¿Qué cosas? —Preguntó en un susurro, deseosa de saberlo todo, pero aun un poco aterrada luego de conocer sobre la muerte de Jaime, le asustaba pensar que otras desgracias estaría ignorando—

—Creo que es mejor que lo descubras poco a poco, pero puedo decirte que la Marta que conozco es muy feliz, que ha logrado esa independencia con la que has soñado toda tu vida, que no está sola, que ha logrado abrir su corazón a mucha gente, y… que cocina unos bollitos suizos de muerte.

Con aquella última frase, Fina logró lo que se había propuesto: que Marta se relajara. La rubia sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas al escucharla, imaginando todo lo que Fina describía, preguntándose si realmente podía ser cierto. La idea de una vida plena, de sentirse realizada, viviendo fuera de la burbuja que había creado a su alrededor, le parecía demasiado buena para ser real.

Pero entonces, la mención de los bollitos suizos la sacó abruptamente de sus fantasías. Frunció el ceño, confundida, como si Fina acabara de decir un disparate.

—¿Bollitos suizos? —repitió en voz baja, más para sí misma que para Fina.

Claramente no había olvidado lo mucho que le gustaban, pero no podía recordar la última vez que probó uno, mucho menos haberse atrevido a prepararlos alguna vez en su vida. Vio que a Fina le causó gracia su reacción, y por un momento creyó que ésta estaba bromeando.

—Prometo que te quedan muy bien —Dijo intentando mantener una expresión seria al ver que Marta comenzaba a creer que la estaba vacilando–

Marta entrecerró los ojos no muy convencida. Podía asegurar que había algo más en torno a los bollitos suizos que Fina no le estaba contando, porque si había algo de lo que estaba segura, es de que era un absoluto desastre en la cocina.

Marta decidió no preguntar nada más, y por algunos minutos, el silencio reinó en la habitación, pero no era un silencio incomodo, todo lo contrario, a cada segundo que pasaba, Marta se sentía más y más cómoda simplemente cruzando la mirada con la morena, sentía que podría estar horas en aquella posición, Fina y ella sentadas una frente a la otra de manera algo informal en la cama, simplemente disfrutando de la compañía de la otra. Una conexión natural, por un instante, Marta incluso llegó a pensar que aquello era una conexión que iba más allá de una amistad de pocos meses, aunque no podría encontrar una palabra para describirlo.

Fina también lo sentía. Su corazón, traicionero, había comenzado a latir demasiado fuerte otra vez. Si Marta seguía mirándola así, con esa mirada tan dulce y esa sonrisa tímida, Fina dudaba que pudiera mantener la compostura por mucho tiempo más. El impulso de estrecharla entre sus brazos y llenarle la cara de besos era casi insoportable. Por eso, fue Fina quien rompió el contacto visual, intentando recuperar la compostura mientras miraba hacia algún lugar de la alfombra

—La doctora Borrell ha dicho que lo mejor es que hoy duermas aquí por si te sientes mal, para que Begoña pueda estar pendiente de ti. Pero si quieres, mañana mismo puedes regresar a casa —Propuso Fina, algo…demasiado nerviosa— O… o puedes quedarte aquí, no quiero obligarte a nad-

—Quiero ir a casa —Respondió Marta, completamente segura—

Marta no recordaba haberse sentido tan a gusto en compañía de alguien en muchísimo tiempo. Tal vez aceptar la propuesta de Fina era una locura, es decir, apenas si habían cruzado algunas palabras, pero había algo dentro de ella que le gritaba que fuese valiente y que comenzará a descubrir aquella vida que había olvidado y, que al parecer, era todo lo que alguna vez había soñado.

—Entonces, vendré por ti mañana por la mañana —Sonrió Fina, sintiendo que tal vez, no todo estaba perdido–

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