Cuando La Memoria Se Desvanece

Sueños de libertad | Dreams of Liberty (Spain TV)
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Cuando La Memoria Se Desvanece
Summary
Los sentimientos trascienden el tiempo y el olvido. Incluso cuando la memoria se desvanece, en el corazón sigue habitando lo que realmente importa; el amor, la conexión de dos almas destinadas a estar juntas.
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capitulo 5

Fina se acercó a Marta con cuidado, rodeó la cama y al estar más cerca de ella, pudo apreciar el motivo por el que Marta estaba a punto de romper en llanto. Fina no había visto ese documento en específico en persona, pero sabía reconocer de qué se trataba y sabía que se encontraba en el antiguo cuarto que Marta había ocupado en la casa grande hasta hace algunas semanas.

El acta de defunción de Jaime Berenguer.

Al ver que la mirada de Fina estaba fija en el documento, Marta regresó su propia mirada a ese documento que había hallado hurgando entre las pocas cosas que encontró en la habitación, al volver a leer el nombre de Jaime y el resto de datos que lo acompañaban, esta vez no pudo evitar romper en llanto.

Sintió como la cama se hundía un poco a su lado, y lo siguiente que sintió fueron los brazos de Fina rodearle con fuerza. Fina sabía que aquel abrazo podía ser una muy mala idea, pero no pudo evitarlo. Desde que había descubierto el lado más sensible de Marta, le era imposible mantener las formas cuando veía a la rubia llorando o con una expresión triste.

—Marta —Susurró Fina, como si no supiese qué más decir en esa situación—

Marta se tensó de inmediato al sentir el abrazo de Fina. La ternura y familiaridad con la que la joven le había hablado desde que había entrado en la habitación la incomodaba. Se apartó de Fina, y se quedó mirándola fijamente a los ojos.

Marta creyó ver un atisbo de dolor en la mirada de la morena.

—Marta, ¿cómo estás? —Preguntó Fina, intentando ignorar la puñalada al corazón que había significado el rechazo de Marta—

—¿Qué haces aquí, Fina? –Marta respondió con otra incógnita, en un tono cortante que Fina llevaba meses sin oir—

Marta se puso de pie, como si necesitara la distancia para recuperar el control. Fina observó como Marta erradicaba, de un segundo al otro, cualquier indicio de vulnerabilidad de su rostro.
Había visto muchas veces ese mecanismo de defensa. Aquella facilidad que tenían los De La Reina para disimular sus sentimientos podía engañar a cualquiera, menos a ella.
Le había costado, pero había logrado descifrar a la perfección el lenguaje corporal de la rubia; sus gestos, el sarcasmo en su voz como método de defensa, y en especial los ojos de Marta.
Incluso cuando su novia le asegurase que estaba bien, Fina siempre era capaz de decir cuando estaba mintiendo.
Marta podía regresar a su rostro inexpresivo, incluso mirarla con frialdad, pero Fina sabía que estaba luchando con todas sus fuerzas contra las ansias de romper en llanto.

No podía culparla. Acababa de despertar de un accidente, sin poder ubicarse correctamente en tiempo y espacio. Marta había aprendido de su padre que era una obligación tenerlo todo bajo control, cualquier detalle que se escapase podía conducir al desastre, y en ese momento, Marta debía estar luchando con la certeza de que había perdido el control hasta de su propia realidad.

Aquel encuentro no se estaba desarrollando como a ella le gustaría. En el trayecto desde el despacho hasta el cuarto de su novia se había llegado a imaginar un supuesto escenario donde Marta le recordaba nada más verle, corriendo a sus brazos y desahogandose con ella la desesperación que había sentido en las últimas horas.
Pero claro, nada podía ser tan fácil.

—Solo quería saber como estabas.

Aunque las cosas no se estuviesen dando como a ella le gustaría, ya no podía tan solo dar media vuelta y salir de aquella habitación, debía poner buena cara y enfrentarse a Marta, encontrar algún pequeño espacio en la barrera que su jefa había construido a su alrededor para llegar a la verdadera Marta.

Marta luchaba internamente para responderle a Fina, quería hacer muchas preguntas, todos, incluso Fina, parecían entender mejor que ella misma que era lo que le ocurría. La lástima en la mirada de Fina la incomodaba, odiaba cuando la gente a su alrededor parecía sentir pena por ella, especialmente cuando era alguien ajeno a su familia.

—¿De dónde has sacado eso? –Fina volvió a intentar entablar una conversación ante la falta de respuestas de Marta. Señaló el acta que Marta aún sostenía en sus manos—

—Aquella caja –Marta señaló a una caja mal cerrada que estaba junto a su tocador— Cuando Begoña se fue quise cambiarme a algo más cómodo, pero no encontré nada en el vestidor, ni en el resto de la habitación.

Fina asintió. No recordaba haber entrado alguna vez al cuarto de Marta desde que era tan solo una niña, pero no necesitaba haberlo visto para imaginarse lo desconcertada que se había sentido Marta al no hallar ninguna de sus pertenencias en los armarios. Marta se había mostrado tan segura del paso que estaban dando con la casa del monte, que no le había llevado más de un par de días llevarse todo a su nuevo hogar. En la casa grande no quedaban más que algunos abrigos que Marta siempre olvidaba llevarse cuando venía a ver a su padre, y algunas cosas de Jaime que la rubia preferia tener en su antigua habitación en lo que encontraba un espacio ideal para ellas en la nueva casa.

—Marta, sé, que todo esto debe estar siendo muy difícil para ti, pero.. —

Marta no soportó más la incomodidad que le causaba tener a Fina tan cerca, dirigiéndose a ella como si la conociese, tomándose confianzas que ella no tenía ni con sus hermanos ni su padre.

—Fina, ¿podrías retirarte?

Los ojos de Fina se abrieron en sorpresa. No supo como reaccionar más allá de asentir y levantarse de la cama para caminar en dirección a la salida. Sintió un nudo en la garganta mientras se ponía de pie. Sabía que no debía tomárselo como algo personal, que Marta estaba confundida, que era normal que estuviera a la defensiva y no quisiera mostrarse vulnerable ante una empleada, pero no podía evitar que le doliese.

No solo le dolía la frialdad con la que Marta se dirigía hacia ella, si no también ver con que facilidad volvían a levantarse aquellas barreras que a Marta le habían costado tanto derribar. Justo en el momento en que Marta parecía no poder estar más cómoda y feliz consigo misma, regresaba a un punto cero.

Salió de la habitación sin mirar atrás. Damian esperaba del otro lado. Su suegro se extrañó al verla salir tan rápido de la habitación, y sus ojos llorosos lo preocuparon

—¿Fina? ¿Está todo bien? ¿Necesitamos llamar a la doctora Borre-

—Marta me ha pedido que saliera de la habitación —Le interrumpió—

—¿Como?

—No quiere verme —Murmuró Fina bajando la mirada, sintiéndose derrotada— Esto ha sido una tontería

Damian colocó su mano sobre el hombro de la dependienta, haciendo que Fina levantase la mirada hacia él.

—Sabes que no es así, Fina. —El tono de Damian era suave, Fina no recordaba la última vez que el patriarca de la Reina le había hablado con tanta familiaridad, probablemente había sido cuando Fina era aún una cría—

—¿Ah, no? Don Damian, he entrado en esa habitación creyendo que Marta me recordaría, o que al menos me dejaria acercarme, pero en cuanto he intentado abrazarla se ha alejado de mí como si tuviera la peste. —Sus manos se cerraron en puños a los costados, conteniendo la impotencia que le causaba toda la situación, sintió también como las lagrimas comenzaban a acumularse en sus ojos—

—Tal vez no fue una buena idea que entrases sola —Admitió Damián— Pero no te lo tomes personal, Fina. Marta está asustada, nada a su alrededor es como ella lo recuerda y–

—Ha encontrado el acta de defunción de Jaime —Volvió a interrumpirlo Fina— Se largó a llorar en frente mío, incluso cuando se sentía incómoda ante mi presencia— Fina se mordió el labio, intentando controlar las ansias de romper en llanto ella también— Don Damian, está destrozada y esto apenas acaba de empezar —Dijo en un hilo de voz— No sé si será capaz de enfrentarse a su nueva realidad

Algunas lágrimas comenzaron a bajar silenciosamente por las mejillas de Fina.

Se le rompía el corazón tan solo de pensar en lo mal que iba a pasarla Marta cuando descubriese poco a poco todo lo que había sucedido en el último tiempo, y saber que tendría que enfrentarlo sola, que por mucho que lo deseara, no podía ofrecerle a Marta su apoyo incondicional como lo había hecho desde el primer dia.

—Claro que podrá —Las palabras de Damian eran firmes y seguras, pero Fina podía ver el dolor en los ojos del patriarca— Marta estará bien porque tú, yo y el resto de la familia no vamos a dejarla sola. Sé que es dificil, pero tienes que ser fuerte, Fina

—No sé si voy a poder, Don Damián.

Damián dejó escapar un suspiro y le ofreció un pañuelo. Fina lo tomó sin decir nada y se secó las lágrimas con torpeza.

—Fina… —Damián hizo una pausa, buscando las palabras correctas— No puedo obligarte a que te enfrentes a una situación que nos supera a todos… pero por favor, no dejes a Marta sola.

—Tal vez sea eso lo que tengo que hacer —Susurró Fina, más para sí misma, pero Damian alcanzó a escucharla—

—¿A qué te refieres?

—Dejar que Marta recupere su vida de antes —Las palabras salían por si solas de la boca de Fina, sin que ella acabara de entender del todo que estaba diciendo—

—No.

La negativa de Damián fue tan inmediata y tan firme que hizo que Fina dejase de llorar y lo mirase sorprendida.

—¿Acaso no es lo que usted ha querido todo este tiempo? —preguntó Fina alzando una ceja— ¿Que Marta vuelva a ser la hija modelo que era hace tan solo unos meses? Tal vez esto estaba destinado a pasar —Fina comenzó a hablar más de prisa, sin tomarse el tiempo de procesar sus palabras antes de decirlas— Tal vez tenga que hacerme a un lado y-

—Fina, para —La detuvo Damián– Lo que estás diciendo es una tontería. Tal vez cuando me enteré de su relación hubiese hecho lo que fuera para que Marta se olvidase de ti –admitió Damian con algo de pena— Pero hoy… No quiero siquiera pensar en la vida de Marta sin ti. Fina, he podido ver lo mucho que te quiere mi hija, lo bien que se hacen la una a la otra, lo bien que le haz hecho a ella

Fina lo miró, desconcertada. No esperaba escuchar eso de Damián. Durante semanas había hecho hasta lo imposible por alejarlas, había jugado todas sus cartas y las había acorralado con tanta facilidad y frialdad que Fina sintió que realmente acabaría separándolas, ¿Y ahora le decía que no quería que ella se apartara de Marta?

–No… no le entiendo, don Damián.

—Yo no había visto a Marta sonreír de la manera en que lo hace desde la muerte de Catalina. Me costó mucho entenderlo, y aún me cuesta —confesó—, pero por primera vez en años he visto en sus ojos una ilusión, un brillo que creí que jamás volvería a ver. Y ha sido gracias a ti.
Fina tragó en seco, sin saber qué responder.
—Sin ti, Marta no volverá a ser feliz nunca —continuó Damián—. No quiero repetir los mismos errores que he cometido con ella todos estos años. Quiero que sea feliz… y para eso, te necesita a su lado.

—Pero no quiere verme —Fue lo único que logró articular Fina, aún estaba procesando la confesión de Damián. Tenía que admitir que la conmovió enormemente el cambio que había hecho el patriarca—

—No quiere verte ahora, pero eso no será siempre así —Sonrió Damián– Con el tiempo volverá a acercarse a ti. ¿Qué te parece si intento hablar con ella?

Fina le devolvió la sonrisa y asintió.

—Ve a descansar un poco mientras hablo con Marta.

Fina volvió a asentir, en parte porque creía en la buena voluntad de Damián, y en parte porque no le quedaba más opción que confiar, porque de otra manera no veía salida a esa situación. Caminó por el pasillo y giró para bajar por las escaleras justo cuando Damián ingresó en la habitación.

….

—¿Marta?

Marta se dio la vuelta, aliviada al escuchar la voz de Damián.

—Padre —Esbozó una ligera sonrisa–

Para su sorpresa, su padre se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos con fuerza. Marta se quedó en shock por un instante, pero de inmediato correspondió al abrazo, sintiéndose de nuevo una niña en los brazos de papá. No recordaba la última vez que su padre la había sostenido en sus brazos de aquella manera tan protectora y cariñosa.

—No te das una idea del susto que nos has pegado a todos, Hija. —Comentó al separarse de Marta— Cuando te vi allí en el suelo…por un momento pensé lo peor

Las pintas del patriarca no pasaron desapercibidas para Marta. Si, Su padre aún llevaba el traje de diario, pero el pañuelo que siempre mantenía impecablemente doblado en el bolsillo había desaparecido, la corbata estaba floja, aunque no del todo desecha, su cabello revuelto y su expresión… su expresión era lo que más la desconcertaba. Nunca había visto a su padre así, tan cansado, tan deshecho. Era una imagen muy alejada del hombre firme y lleno de vida que recordaba.
—Andrés me ha contado de forma algo vaga como fue el accidente –Comentó Marta sentándose en el borde de su cama. Damián la imitó sentándose a su lado— Pero… no lo recuerdo.

Damián observó a su hija. Marta lucía entre avergonzada y asustada por no entender lo que le pasaba. Era evidente que estaba incómoda, no solo por el accidente en sí, sino porque la Marta que tenía enfrente no era la misma que hacía unos meses rehuía cualquier conversación que implicara abrirse con él. Ahora no tenía escapatoria, pero eso no significaba que le hiciera gracia aquella conversación.

—Ya sabes lo que te ha pasado, ¿Verdad?

Marta bajó la mirada.

—La doctora no ha querido darme un diagnóstico, salió a hablar con Andrés para que no les escuchase hablar.

—Marta, eres lista. Sabes perfectamente lo que ha pasado

Marta suspiró. La actitud de todo el mundo cuando despertó, especialmente la de su cuñada le había dado los primeros indicios, pero el certificado de defunción que había encontrado entre otras tantas cosas de Jaime había sido la confirmación. Aceptarlo le aterraba, pero no encontraba otra explicación.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —Quiso saber.

—Algunos meses —Respondió Damián.

—¿Qué le ha ocurrido a Jaime? —Preguntó en voz baja, casi en un susurro—

—Un tumor, hija. Un tumor inoperable —explicó vagamente Damián—No supimos demasiado. Ni tú ni Jaime hablaron mucho del tema… La familia lo supo poco antes de que todo terminara. Insistimos en buscar un especialista, pero ya lo habían hecho y no había nada que se pudiera hacer.

—Entonces, ¿No fue en altamar? —Preguntó extrañada—

Lo último que recordaba de Jaime era una breve llamada en la que, con la distancia que había caracterizado su matrimonio, intentaron ponerse al día. Él se había lamentado de su prolongada ausencia y le había dicho que su viaje duraría varios meses más. Marta estaba segura de que no lo vería hasta las primeras semanas de 1959.

Damián negó con la cabeza ante su pregunta.

—Jaime pasó los últimos meses aquí en casa, trabajando en la colonia, de hecho.

—Jaime —Dijo, abriendo los ojos con asombro— ¿Aquí, en la fábrica?

Damián esbozó una pequeña sonrisa y asintió.

—Por muy increíble que te parezca, él y la doctora Borrell hicieron un equipo estupendo, le costó adaptarse, pero al final parecía que hubiese trabajado en el dispensario toda la vida.

A Marta le costaba imaginarse aquello. Los pocos días al año que Jaime pasaba en tierra firme evitaba pasar demasiado tiempo en la colonia, incluso en la casa grande, Jaime prefería los paseos por Madrid y aprovechar los días libres para presumirla en cenas con sus amigos y otros colegas de los cuales Marta jamás recordaba sus nombres.

Marta tomó en sus manos el acta de defunción que había dejado encima de su mesa de noche, al principio lo que más le había llamado la atención era la fecha, pero ahora su mirada se posó en un dato que había leído al pasar: Jaime, efectivamente, había muerto en Toledo.

—Cuando lo encontré –dijo Marta haciendo referencia al documento, sin apartar la vista del mismo— Creí que tal vez… me habría enterado mediante una llamada, como todo en nuestro matrimonio. Creí que había muerto solo.

Si imaginar a Jaime encerrado en el pequeño consultorio le parecía imposible, más imposible aún le resultaba intentar imaginarse junto a su marido, acompañándolo en sus últimos días. La idea no le disgustaba, pero si le parecía muy ajena. Jaime y ella siempre habían sido personas muy reservadas incluso el uno con el otro, y no podía imaginarse compartiendo su día a día con él, no lo habían hecho nunca, ni siquiera al principio de su matrimonio.

—Padre, hay algo que no entiendo —Dijo subiendo la mirada para encontrarse con la de Damián— He visto las pertenencias personales de Jaime guardadas, pero no hay nada de ropa, y no he encontrado más que mis abrigos de invierno.¿Dónde están mis cosas?

La posibilidad de que Jaime la hubiera convencido de irse a vivir solos fue lo primero que cruzó su mente mientras su padre hablaba sobre sus últimos días. Pero si ese era el caso, no entendía por qué aquella caja con sus cosas estaba en la casa grande.

Damián parecía dudar en cómo abordar la respuesta a la pregunta que le había hecho. Finalmente, colocó una mano sobre la de Marta, que aún sujetaba el acta de defunción apoyada en sus piernas.

—Te deshiciste de la ropa de Jaime poco después de su muerte. En cuanto a tus pertenencias, están en tu casa.

Marta frunció el ceño

—¿Mi casa?

Marta creía que comenzaba a encajar las piezas de aquellos meses que le habían sido arrebatados. La idea de haberse mudado junto a Jaime volvia a posicionarse en su cabeza esta vez con más fuerza. Quizás, al saber que estaba enfermo, habían decidido intentarlo… Tal vez, por primera vez en su matrimonio, habían compartido un hogar.

—Entonces eso es —Dijo en voz alta sin pensarlo, hablándose a sí misma sin pensar en que su padre la estaba escuchando —

—¿En qué estás pensando, Marta?

—Jaime y yo decidimos intentar vivir juntos, ¿No? –Dijo como si la explicación fuese obvia—

Damián alzó una ceja. Marta no podía estar más perdida.

—Jaime vivió en esta casa hasta el día de su muerte —explicó Damián— Te mudaste luego de que él falleciera.

Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Marta. La idea de la independencia siempre había sido un sueño demasiado lejano para ella.

—¿A dónde? ¿Madrid?

Madrid era el destino más obvio teniendo en cuenta la cantidad de veces que viajaba allí a la semana, y la distancia entre la ciudad y su hogar.

—Los montes de toledo —La corrigió Damián — Necesitabas alejarte y tener algo de paz. Hace algunas semanas te mudaste allí… Con Fina.

—¿Fina? —susurró, casi como si pronunciara el nombre por primera vez.

La aparición de Fina en la conversación la tomó por sorpresa. Si, conocía a Fina de toda la vida y le tenía muchísimo aprecio al igual que a Isidro, pero ni siquiera podía recordar la última vez que había coincidido entre los pasillos del almacén con ella o la última vez que le había dirigido la palabra. Lejos habían quedado los años en los que la hija de Isidro se pasaba las tardes jugando y haciendo travesuras junto a ella, Andrés y sus primos. De pequeña Fina siempre se había sentido una más de la familia, pero eso había cambiado cuando todos comenzaron a crecer y los de La Reina y los Merino comenzaron a viajar para estudiar y formarse, mientras Fina se quedaba en la cocina siguiendo los pasos de Digna y ayudando a Isidro hasta que Damián le propuso trabajar en la fábrica.
Marta siempre había sentido un cariño especial por Fina, tal vez por ser casi la única niña con la que se había relacionado a pesar de la diferencia de edad. Incluso cuando se convirtió en su jefa no olvidaba lo cercanas que habían sido alguna vez, pero una amistad de niñas no le parecía suficiente como para decidir compartir una casa con ella cuando hacía años que no cruzaban palabra más allá de un buenos días y alguna que otra indicación en el almacén

Lo que más la desconcertaba era lo sereno que parecía Damián al hablar de todo eso. Como si fuera lo más normal del mundo.

—No entiendo… —Continuó Marta —¿Por qué Fina? ¿Por qué con ella?

Damián suspiró suavemente, sabiendo que tendría que ser aún más claro para que Marta comenzara a comprender, aunque no seria tarea fácil para él. Aquella era la razón por la que había insistido en que Fina se presentase sola en la habitación de Marta, tenía la esperanza de que Fina lograse manejar la situación porque no se creía capaz de controlar él mismo la situación.

—Fina y tú se volvieron muy cercanas cuando ella ascendió como dependienta en la tienda.

Al patriarca le costaba no desdibujar por completo la historia de su hija y Fina. No había querido conocer detalles –cosa de la que ahora se arrepentía– por lo que inventar una amistad sin saber del todo como se habían acercado Fina y Marta se le dificultaba.

—Fina vino a verme antes —Comentó Marta.

—Si, me lo dijo, también que le pediste que se fuera de la habitación.

Marta se mordió el labio, sintiéndose algo mal por la frialdad con la que había tratado a Fina.

—Me sentí incómoda, padre. —Se excusó– Hace mucho que Fina y yo no tenemos realmente contacto más allá de la fábrica. Y de pronto ella entró y… y me abrazó como si fuésemos íntimas, como si fuese lo más natural del mundo.

—Porque lo son, Marta. Fina te conoce mejor que nadie, mejor que cualquiera de la familia incluso. Y aunque no hablamos demasiado del tema, me consta que ha sido tu gran apoyo en los últimos meses. No tienes que sentirte incomoda cerca de ella ni fingir fortaleza. Aunque no lo recuerdes, la conexión entre ustedes sigue existiendo.

La idea de que alguien, especialmente Fina, la conociera tan a fondo la hizo sentirse expuesta, vulnerable de una manera que hacía tiempo no sentía. Ella no conocía en nada a Fina, o al menos a la Fina adulta con la que al parecer convivia.

—Deje que regrese a la casa, Padre –Pidió—

Damián se negó de inmediato.

—Padre, no conozco a Fina, ya no es la niña con la que jugaba en la cocina de pequeñas. No puedo forzar una amistad que no siento.

Damián la miró fijamente, la entendía, y aunque no quisiera mostrarse preocupado frente a Marta, Damian no podía evitar pensar en el impacto que tendría en Marta la verdad, cuando eventualmente tuviese que enfrentarse a ella.
Fina había tenido razón en algo, sería más fácil ignorar todo lo que había pasado entre las dos y dejar que Marta regresase a esa vida “perfecta” que tenía hacía tan solo unos meses, incluso estuvo tentado de hacerlo, pero después de haber conocido a su hija realmente, no se veía capaz de arrebatarle la posibilidad de que volviera a ser la Marta feliz y plena que él había tenido el placer de conocer las últimas semanas.
Le había prometido a Catalina hacer lo que sea por sus hijos, y aunque había fallado en el pasado, esta vez haría las cosas bien. Y eso empezaba por no permitir que Marta volviera a ser infeliz.

—Marta, sé que puede ser difícil, pero creeme que lo mejor para ti es que estés en tu casa, con tus cosas y con la persona con quien mejor te entiendes, Fina es un libro abierto, no tardarás en sentirte cómoda a su lado. La doctora Borrell considera que lo mejor para ti es que regreses poco a poco a tu vida, a tu realidad, para que puedas adaptarte más rápidamente. Al menos intentalo, por favor.

Marta suspiró. No estaba convencida, pero confiaba en su padre. Damián de la Reina jamás aceptaría que un hijo suyo se alejase de la casa si no estuviera seguro de que era por una buena razón.

—Está bien –Aceptó finalmente– Pero quiero hablar con Fina antes.

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