
Chapter 23
23:15 p.m. Mansión Zabini.
Después de Thom enviar las lechuzas a distintos contactos para obtener información sobre las propiedades del Señor Zabini, se dirigió hacia el despacho de Evie para avisarle sobre sus acciones para encontrar a Blaise y la información dicha por los elfos. Pero antes de poder llegar al lugar, oyó una intensa conversación proveniente de la cocina.
—¿Evie? —murmuró al tiempo que sus pies lo dirigían hacia dónde venían los gritos.
—... ¡Ese inútil no responde! ¡Una orden! ¡Una simple orden! ¡Solo tenía que vigilar a esa cosa y mantenerme al tanto! Lo más seguro es que lo hayan atrapado y si eso sucedió... ¡Ese puto elfo!
—Ev- —intentó llamar Thom mientras daba un paso para entrar a la cocina, pero lo dicho por la mujer hizo que retrocediera y se escondiera.
—Ahora más que nunca no permitiré que ese bastardo nazca, y mucho menos que esté con ese chico... ¡Yo! le enseñé a ser como es, así que no crea Blaise que podrá burlarse de su madre —dijo con una gran sonrisa en su rostro—. Debemos acelerar el plan. Dudo mucho que solo lo esté ayudando Aramis.
«Bastar... Destruir... ¿De qué está hablando?», caviló Thom.
—¿Usted cree que su-
—¡No digas esa palabra! Ese ya no lo es.
—Disculpe a Giovanna, mi señora.
—Quiero que me confirmes si ya mataron a ese elfo y si esa cosa sigue en su casa o ya huyó.
—De acuerdo, mi señora —confirmó la herida elfa y luego desapareció. Mientras, Evie tomó varias respiraciones profundas, arregló su ropa y luego salió de la cocina sin percatarse de la presencia de Thom.
—Esto no es como me lo están contando... ¿Qué le has hecho a tu hijo mujer? —susurró Thom para sí mismo.
Después de escuchar aquella confusa conversación, Thom salió de la cocina en dirección al despacho de Evie. Cuando llegó al lugar, se detuvo un segundo frente a la puerta.
«Vamos a ver qué tanto escondes querida esposa», pensó el hombre y luego entró al despacho de la mujer.
—Hola, amor —saludó Thom mientras depositaba un suave beso en la mejilla de Evie.
—Hola, querido.
—¿Cómo estás?
—Mal... Extraño a Blaise —expresó con tristeza la mujer y Thom no pudo evitar poner cara de incredulidad por tal mentira—. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
—Es que... —El hombre se alejó de su mujer y se sentó en una de las sillas frente al escritorio—. Los elfos me dijeron que Aramis llevó a Blaise a una de las casas de su padre —Thom evaluó cada una de las expresiones de Evie después de lo dicho.
—¡Oh no! Mi bebé... ¿Cómo lo encontraremos Thom? No sé dónde están ninguna de esas casas —comunicó la mujer mientras fingía llorar. El hombre se estaba dando cuenta de lo falsa que era su esposa.
—Tranquila querida, yo encontraré esos sitios y pondré a salvo a Blaise.
—¿Lo harás Thom? —preguntó Evie al tiempo que se ponía de pie y se acercaba a su esposo.
—Sí, lo haré. Pondré a salvo a Blaise de cualquiera que quiera hacerle daño —dijo mientras miraba fijamente a Evie con una pequeña sonrisa en su rostro, la cual hizo que la mujer creyera que Thom, sin darse cuenta, ayudaría en el cumplimiento de su plan.
23:15 P.M. Centro de Londres.
—¡Hey! Ya ha cesado la lluvia, debemos irnos —comunicó Draco mientras se asomaba por la puerta de la habitación de Blaise.
—Ok —respondió el moreno sin un atisbo de emoción en su voz, para después levantarse de la cama, tomar su varita y una pequeña caja negra de encima de la mesita de noche y dirigirse hacia la salida. Pero antes de poder salir por la puerta, Draco lo detuvo sosteniéndolo del brazo.
—Déjame ayudarte. Puedes confiar en mí, Blaise.
Blaise posó su mano encima del hombro del rubio, dio un ligero apretón en el mismo, asintió ligeramente y luego dijo sin mirarle—: Quiero que hagas algo por mí.
—Lo haré —contestó con firmeza el rubio.
—¿Incluso si eso incluye matarme?
—¿Qué?
—Algo no va bien en mí, Draco.
—De que estás-
—Quiero que me prometas que si en algún momento pierdo la cabeza me detendrás, aunque eso signifique tener que matarme.
—Dime qué te está pasando —suplicó el rubio mientras soltaba el agarre del brazo de Blaise y se posicionaba frente a él.
—Primero promételo.
—Si no lo prometo, ¿No me lo dirás?
—No, necesito estar seguro de que no dejaras que sea un peligro.
—Blaise no me hagas esto, dime lo qué te está pasando —el moreno quito la vista del suelo y posó su mirada en los ojos de Draco, esto provocó un escalofrío en el rubio—. Blaise...
—Promételo, por favor.
Draco se quedó mirando detenidamente a su amigo intentando encontrar algún brillo, alguna chispa en sus ojos que le dijese que esta persona delante de él no sería capaz de hacer ningún daño, pero por más que intentaba agudizar la vista solo observaba oscuridad y vació.
—Te lo prometo —dijo mientras atraía sorpresivamente al moreno en un abrazo—. Dime lo que está pasando.
—Lo único que me quedaba era la razón... y ya la estoy perdiendo.
—¿Cómo...?
—Cuando se decidió enviar el Patronus de Potter, si no hubiese controlado mis impulsos mis manos habrían ido directamente a su cuello —Draco hizo un ruido de sorpresa e intentó terminar el abrazo, pero Blaise apretó más el agarre impidiendo aquella acción—. En mi cabeza solo se repetía: él dejó que se lo llevarán; Ron te necesita a ti, no a él; tú debes ir a por ellos; tú eres el que debe traerlos de vuelta...
—Blaise, suéltame.
—Cuando los demás apoyaron la decisión, ya no pude controlarme más, mi mente me estaba taladrando con pensamientos horribles hacia todos y tuve que salir para no cometer una locura.
—Blaise, suéltame, me estás haciendo daño —pedía el rubio mientras intentaba zafarse del agarre del moreno, pero mientras más se resistía, Blaise más apretaba.
—Acabas de prometerlo, así que si llega el momento espero que cumplas tu promesa.
—Estoy seguro de que no llegaremos a eso, encontraras a Ron y volverás hacer el mismo idiota de siempre.
—Ya no los siento, Draco —el moreno empezó apretar más el agarre mientras hablaba—. No siento a sus seres... el profesor dice que el bebé puede estar llamándome, pero yo ya no siento que lo haga... solo oigo esa voz, esa que me ordena y me dice lo que tengo que hacer.
—¡Ah! ¡Blaise, para! —el rubio intentó tomar la varita de su bolsillo, pero le fue imposible.
—¡¿Draco?! —Harry se acercó rápidamente hacia donde estaban.
En el momento en el que Aramis entró al pasillo miró asustado a Severus y luego trasladó su mirada hacia el moreno menor —¿Blaise? —llamó.
—¡Suéltalo! —gritó Harry mientras apuntaba su varita hacia Blaise.
El grito provocó que el moreno pestañara rápidamente, sacudiera su cabeza volviendo en sí y soltara a Draco. Harry corrió hacia el rubio, el cual se acariciaba los brazos para calmar el dolor.
Al ver que el rubio no estaba herido, Harry levantó la varita hacia Blaise —¡No te atrevas a volver a tocarlo!
—Déjalo Potter, no pasó nada —dijo Draco.
—¡¿Cómo que no pasó nada?!
—El chico ya te dijo que está bien, Harry. Si él no le da importancia, ¿Por qué tú sí? —cuestionó Sirius al percatarse de la actitud de su ahijado.
—Yo solo... —Ahijado y padrino se miraron fijamente.
—No ha pasado nada, Blaise y yo solo hablábamos —enunció Draco para intentar calmar la situación.
—Draco, no fue... Yo no...
—Todo bien, Blaise —contestó el rubio sin tan siquiera mirarlo—. Será mejor que nos movamos antes de que vuelva la lluvia —dijo al tiempo que ponía rumbo a la puerta de salida mientras seguía frotando sus brazos.
Blaise fue el primero en seguirle el paso bajo la atenta mirada de Harry, luego les siguieron Bartolo, Aramis y Charlie.
—No es momento para esto Sirius, deben ponerse en marcha —comunicó Severus al tiempo que tomaba la mano de su esposo. Sirius dio una última mirada de escrutinio a Harry y luego se dejó guiar por el profesor. Cuando el animago salió del pasillo, el moreno dejó salir un sonoro suspiró y luego fue a encontrarse con los demás.
Una vez todos estuvieron en el pasillo, Bartolo hizo que se abriera una pequeña puerta que dejaba a la vista unos estrechos escalones. Blaise, Harry, Draco y Bartolo subieron por ella.
—Profesor —llamó Aramis antes de que este entrara al ascensor con Sirius y Charlie.
—Ir bajando sin mí —pidió el maestro.
—No, te espero.
—Sirius, solo voy-
—Te espero —dijo firmemente Sirius al tiempo que se quedaba entre las puertas del ascensor para que éstas no se cerrarán. Severus solo rodó los ojos y se alejó un poco para hablar con Aramis.
—Está perdiendo el control más rápido de lo que pensaba.
—Zabini me enseñó lo que pasó... tú estuviste ahí. Él ha experimentado y sentido tanto que...
—¿La culpa?
—No solo eso. Este hecho me confirma que está pasando por una especie de estrés postraumático. Sentir todo ese dolor y saber que también lo pueden estar sintiendo ellos, tuvo que haber sido una situación horrible para él.
—También ha tenido que pasar por mucho a lo largo de su corta vida; la muerte de su padre, las exigencias de su madre y lo rota que estaba aquella familia, si es que se podía llamar así. Él siempre ha tenido que mantener esa fachada de fuerte, optimista, alegre...
—Entonces esto fue el detonante de todo lo que ya tenía guardado —afirmó Severus.
—Son contadas las veces que me ha dejado ver su lado vulnerable... Que idiota fui, solo pidiéndole que sea fuerte por él y Ron sin percatarme de que hace tiempo que él ya lo ha estado siendo —dijo afligido el francés mientras miraba al suelo—. Cuando conocí a Ron por primera vez y vi la forma en la que Blaise lo miraba, supe que mi hermano de verdad amaba a ese chico.
—Será capaz de cualquier cosa por él... Quiero que tengas esto —enunció Severus mientras sacaba dos frascos de vidrio de su maletín—. Si todo se complica oblígalo a tomarla.
Aramis miró asustado al profesor al reconocer el líquido de uno de los frascos —Filtro de la muerte en vida...
—Solo si es necesario, es mejor esto que permitir que se haga daño a él o a los demás hasta que se pueda encontrar una solución —el francés asintió, sabía que Severus tenía razón—. Este otro es el antídoto, la poción Wiggenweld.
Aramis cogió los frascos y los guardó en un pequeño maletín que llevaba consigo —Gracias, profesor.
—Es lo mínimo que puedo hacer. Será mejor que nos pongamos en marcha, si no a Sirius se le saldrán los ojos de tanto mirar hacia aquí —Aramis dejó salir una pequeña risa y luego se dirigió hacia los escalones.
—Una última cosa Rosier —solicitó Severus antes de que el francés entrara por la puerta—. Habla con Draco, él ya se dio cuenta de que algo está sucediendo con él —. Aramis asintió hacia el profesor y después subió los escalones para llegar a la parte superior del edificio. Mientras que Charlie, Sirius y Severus bajaron por el ascensor en busca del coche y la moto del animago, el transporte del moreno ya se encontraba en el techo del edificio.
Después de que Sirius y los demás salieran del edificio, Severus decidió tomar un taxi muggle que lo llevará hasta casa para así evitar dejar rastros de su presencia mágica en el sitio. La vida en un barrio muggle y su embarazo hicieron que el profesor se acostumbrara a viajar de vez en cuando en ese medio de transporte.
Posteriormente a la ida de Severus; Sirius y Charlie guiaron sus respectivos transportes hacia lo alto del edificio. Cuando los transportes tocaron el suelo, no fue necesario que el pelirrojo saliera del mismo para darse cuenta de la fuerte tensión que había en aquel lugar. Por ello, y sin perder tiempo, pidió a todos que subieran a sus respectivos transportes.
—Harry, no prefieres venir conmigo.
—Eh... Es mejor que vaya en el coche padrino, así puedo... —rápidamente Harry subió al coche ignorando la mirada confundida de Sirius. Una vez dentro conjuro rápidamente su Patronus sin dar tiempo al animago a acercarse al coche.
—¡Hora de irnos! —gritó Charlie mientras hacía una seña a Harry para que enviara al Patronus. El ciervo dio un último vistazo al brujo y luego salió galopando para entregar el mensaje, rápidamente todos se pusieron en marcha para seguir al animal de cerca.
En el coche iban Harry, Draco, Charlie y Bartolo, mientras que en una de las motos iban Aramis y Blaise y en la otra Sirius. Como era de noche se les hizo fácil seguir al Patronus, su contraste con la oscuridad facilitaba el no perderlo de vista.
—Drac, ¿Cómo estás?
—Estoy bien.
—¿No me vas a decir lo que sucedió?
—Déjalo estar, leoncito —contestó Draco al tiempo que depositaba un suave beso en la coronilla de Harry y pasaba su mano por detrás de su espalda baja.
Sin poder evitarlo, Harry miró rápidamente hacia donde se encontraba Sirius, percatándose de que el hombre estaba tan concentrado en el ciervo que no se dio cuenta del gesto del rubio. El Slytherin notó lo hecho por su pareja, por ello quitó la mano de la espalda y se alejó de su chico cruzando los brazos en su pecho y mirando por la ventana de aquel coche.
—Draco...
—No te preocupes, lo entiendo —contestó el rubio, pero Harry sabía que la acción le había sentado mal, por ello se acercó hacía Draco, lo abrazó y luego dejó caer suavemente su cabeza en el hombro de su chico. El rubio devolvió el abrazo y dejó un fugaz beso en los labios del moreno.
Tanto Charlie como Bartolo no pudieron evitar prestar atención a la interacción de los chicos.
—Señorito Draco, no sabía que tenía pareja —dijo alegremente el elfo, pero Draco no contestó, estaba demasiado concentrado en acariciar el pelo de su chico. Charlie hizo un gesto de negación con la cabeza hacia Bartolo para que los dejara y no siguiera preguntando.
Por otra parte, Blaise y Aramis no habían cruzado ni una palabra desde que empezó el viaje, el moreno mayor solo miraba de vez en cuando hacia la parte de detrás para asegurarse de que el menor seguía ahí.
En cuanto al ciervo, hacía un buen rato que había abandonado la ciudad y empezado a ladear los pueblos aledaños; mientras más se alejaba, el frío y el viento se hacían más fuertes.
—¡Mirar! —grito Sirius hacia los pasajeros del coche mientras la luz de la moto le mostraba lo que se les avecinaba.
—Eso es...
—¿Qué, Charlie? —preguntó Harry mientras intentaba mirar por la ventana.
—¡Mierda, vamos directo a una tormenta! —exclamó Charlie.
—¡Luctus soleado! —conjuró Sirius para intentar aminorar los efectos de la tormenta, pero sin saber el porqué, no funcionó— Pero que... ¡No es una tormenta normal!
—¡Hay que subir! ¡Debemos subir! —vociferó Aramis al tiempo que se percataba de lo que se les venía de frente.
—¡Si lo hacemos perderemos de vista al Patronus! —expresó Harry.
—¡No hay carretera debajo, todo está lleno de árboles!¡Si no lo hacemos la tormenta puede atraparnos y ahí si no podremos seguirlo! —exclamó Aramis. Todos los chicos se miraron con preocupación, si subían nadie les aseguraba que al salir de la tormenta volverían a ver al Patronus. El único que miraba con un toque de conocimiento lo que estaba sucediendo era Bartolo.
—¡Subamos solo un poco y así no lo perdemos de vista! —enunció Draco y todos estuvieron de acuerdo.
Poco a poco los transportes empezaron a subir mientras la tormenta venía hacia ellos, pero todo fue más fácil de decir que de hacer. Mientras más se acercaban, más frío hacía y el viento se volvía más violento, lo que provocaba que los cristales del coche empezarán a empañarse formando una ligera capa de hielo
Al percatarse de aquello, Sirius lanzó varios hechizos para protegerlos, pero ninguno funcionó —¡Debemos subir más rápido! —gritó percatándose de cómo comenzaba a formarse una fina capa de hielo en la chaqueta que llevaba.
—¡No aguantaremos más, nos congelaremos! ¡Hay que subir! —vociferó Aramis.
—¡¡No!! —gritaron al unísono Blaise y Harry.
—¡Hay que seguir! —exclamó Blaise.
—¡Si subimos ahora lo perderemos!
—Debemos subir, Harry.
—¡No, Draco! No subiremos, sigamos Charlie —el pelirrojo miró a Harry por el retrovisor y asintió en acuerdo.
—¡No, Weasley! ¡Sube! —Charlie no hizo caso a Draco y se adentró en la tormenta.
—¡Nosotros no podemos! ¡Subamos! —ordenó Sirius.
—¡Lo siento Blaise, pero debemos subir!
—¡No, Aramis! —el francés no hizo caso a Blaise y subió junto a Sirius para evitar entrar en la tormenta.
Una vez en lo más alto, el animago intentó convocar el hechizo casco de burbuja hacia ellos para evitar que se asfixiaran por el rápido descenso de la presión atmosférica por la altura, el cual sí funcionó.
—Aquí sí funcionan los hechizos —comentó Sirius.
—En la tormenta no, pero en las alturas sí... —pensó en voz alta Aramis.
—Hay magia de por medio —enunció Sirius y Aramis asintió en acuerdo, el francés tenía la sensación de que alguna vez en su vida había vivido algo similar a lo que estaba pasando. Mientras tanto, ambas motos siguieron a una gran velocidad, aunque con dificultad, para encontrar cuanto antes el final de la tormenta y visualizar tanto al coche como al ciervo.
Por otra parte, el coche estaba sufriendo mucho daño dentro de la tormenta. El viento lo golpeaba ferozmente y el agua nieve caía con intensidad sobre el capote y el parabrisas.
—¡Arresto momentum! —exclamó Harry con su varita, pero nada sucedió.
—¡Vamos coche, tú puedes con esto! —alentaba Charlie mientras intentaban controlar el volante y las velocidades para ayudar al coche, el cual se tambaleaba fuertemente de un lado hacia el otro.
—¡Lo estamos perdiendo! ¡Hay que llegar al ojo de la tormenta! —exclamó Harry, el cual se había cambiado de sitio con Bartolo para no perder de vista al ciervo.
—¡Todo se está congelando!¡Lo mejor es subir! —exclamó Draco.
—¡No, debemos seguir!
—¡Harry, debemos subir! ¡Si llegamos al ojo de la tormenta el ciervo se seguirá moviendo!
—¡Entonces lo seguiremos siguiendo!
—¡Nos congelaremos!¡El coche no aguantará! ¡Mira cómo está!
—¡El señorito tiene razón, sin el coche será peor porque no podremos ir a por el señorito Ron! —expresó Bartolo.
Charlie y Harry estaban renuentes a abandonar, pero cuando se adentraron más a la ventisca, empezaron a caer granizos que comenzaron a quebrar el parabrisas.
—¡Subir de una vez! —grito desesperado Draco; sin embargo, de repente, el coche se detuvo y empezó a caer en picado siendo manejado por el viento.
—¡Detenlo Charlie!
—¡No puedo, Harry! ¡El motor se ha apagado!
—¡Arresto momentum! —exclamó Harry hacia el coche, pero este seguía cayendo —. ¡Por qué no funcionan los hechizos!
—¡Mierda! ¡Pasar todos hacia atrás! —ordenó Draco.
—¡¿Para qué?! —cuestionó Harry.
—¡Bartolo nos transportará antes de tocar el suelo! —Bartolo asintió con efusividad. Charlie y Harry se miraron un segundo con frustración por lo que estaba sucediendo, pero no quedándoles más remedio, pasaron a la parte trasera del coche.
—¡Bartolo, mejor transporta todo el coche!
El elfo abrió grandemente los ojos y luego dijo—: ¡Eso no será posible! ¡Bartolo es un elfo viejo, no puede aparecer un coche! —Harry y Charlie refunfuñaron por lo dicho, sin el coche sería muy difícil encontrar a Ron.
—¡Yo lo haré!
—¡Tú no harás nada, Harry! ¡La magia no parece estar funcionando aquí y en el estado en el que estás, lo último que harás es una aparición! —enunció Draco y Harry solo bufo.
—¡Entonces que intente detenerlo! —exigió Harry.
Bartolo asintió hacia Harry y chasco sus dedos, el coche empezó a caer más lento, pero no detuvo el descenso. Por ello, decidieron que lo mejor era hacer una aparición fuera del mismo.
—¡Aquí vamos! ¡Prepárate Bartolo! Esperemos que si puedas aparecernos... —dijo el rubio con un ápice de miedo mientras sujetaba su agarre en Harry y agarraba la mano del elfo; Charlie se sostuvo de la otra mano libre.
—¡Lo estoy, Señorito Draco! —Antes de que el automóvil se estampara contra el suelo, Bartolo hizo que todos aparecieran afuera del mismo, pero la aparición fue un tanto brusca al elfo no tener una gran visualización del lugar donde aparecerían, por ello todos se estamparon contra la nieve.
—¡Harry! ¡Harry! —empezó a gritar Draco en el momento que pudo ponerse de pie.
—¡Aquí, Draco!
—¡No te veo! —La ventisca era muy fuerte, y la oscuridad reducía la visibilidad de todos.
—¡Aquí! —dijo el moreno mientras abrazada por la espalda al rubio. Instintivamente Draco empezó a toquetear a su chico por todos lados asegurándose de que no tenía nada roto.
—¡Deja de toquetearme Draco, estoy bien!
—¡¿Seguro?!
—¡Sí! ¡¿Y tú?! ¡¿Tú estás bien?!
—¡Sí, lo estoy!
—¡¿Van a tardar mucho?! —cuestionó Charlie, provocando que ambos chicos voltearán hacia él.
—No veo nada... ¡Nos hemos perdido! —dijo Charlie.
—¡No, no lo hemos hecho...! ¡¿Ven eso de ahí?! —señaló Harry hacía una ligera línea azulada que se visualizaba entre la ventisca y la oscuridad.
—¡Yo no veo nada! ¡Es imposible ver algo! —contestó Charlie.
Harry volteó rápidamente hacia Draco —¡¿Lo ves?!
Draco le sonrió —¡Lo veo!— Esto hizo que Harry sonriera, ya que si Draco lo veía, es que no se lo estaba imaginando.
—¡Ha permitido que yo lo vea! ¡Es impresionante! —exclamó el rubio emocionado.
—¡¿Qué están viendo?! —preguntó Charlie.
—Es un rastro... ¡El rastro del Patronus! —todos respiraron aliviados tras lo dicho por Harry, ya que podían llegar hacia donde se dirigía el Patronus.
—¡Vamos antes de que desaparezca! —enunció Draco.
—Crasso Armorum —conjuró Harry, para intentar cubrirlos del frío, pero no funcionó—. ¡Definitivamente aquí no se puede hacer magia!
Teniendo una idea del lugar en donde se encontraba, Bartolo chasco sus dedos creando una ligera llama para que puedan guiarse en la oscuridad y un ambiente cálido alrededor de todos.
—¿Por qué tú sí puedes hacer magia, Bartolo? —preguntó Charlie.
Al elfo oír a Charlie y percatarse de la mirada curiosa de Draco, dijo—: La memoria de Bartolo ya no es lo que era. Lo lamento tanto joven Draco.
—No pasa nada Bartolo, mientras seguimos el rastro intenta hacer memoria, ¿sí? —alentó Draco mientras sonreía hacia el elfo.
—¿Sobre qué hará memoria? —preguntó curioso Harry.
—No es nada, amor. Pongámonos en marcha, el rastro cada vez es menos nítido y no podemos perderlo —dijo Draco no queriendo darle falsas esperanzas a su novio. Harry asintió, pero no dejaría pasar la extraña conversación entre el elfo y su pareja, algo sabían ellos que él no.
Mientras que los chicos seguían con dificultad el rastro por la nieve, por la poca visibilidad provocada por la ventisca; Blaise, Sirius y Aramis se acercaban al ojo de la tormenta.
Blaise había estado callado desde que subieron, tenía unas ganas enormes de gritar a Aramis por lo hecho, pero algo dentro de él no le permitía hacerlo. No fue hasta que llegaron al ojo de la tormenta que la compresión llegó a él; su corazón empezó a latir como loco, sus manos empezaron a temblar y en su cabeza se repetía una y otra vez: ahora, ahora, hazlo ahora...
—Aramis, desciende.
—¿Dijiste algo?
—Siento... Necesito que desciendas.
—¡¿Qué?!
—¡Qué desciendas!
—De qué estás hablando. No podemos descender, debemos seguir.
—¡Te he dicho que desciendas! —vociferó el moreno provocando que Aramis se congelara por un segundo en el sitió.
—¡No bajaré! Debemos seguir hasta el final de la tormenta —El único sonido que salió de la boca de Blaise fue un gruñido de rabia—. ¿Blaise? —Sin dar contestación, el moreno se tiró de la moto—. ¡Blaise! ¡Blaise! —llamaba desesperado Aramis al tiempo que desviaba la moto del camino y la dirigía a toda velocidad hacia el moreno.
Sirius fue testigo de la acción, por lo que también rápidamente dirigió su moto para atrapar a Blaise, pero cuando estuvo lo suficiente cerca para intentar tomarlo por el brazo, el moreno desapareció.
—¡No! ¡Blaise!