
Chapter 4
"El mapa del Merodeador"
Harry estaba desalentado y muy, muy molesto. Era la mañana del día de Halloween, Harry y Draco se despertaron al mismo tiempo y bajaron a desayunar junto a sus demás compañeros, como todas las mañanas. Sin embargo, el estado de ánimo del elegido era tenso y por demás huraño, apenas emitiendo respuestas, y solo hablaba cuando era el rubio quien le dirigía la palabra.
—Anímate Harry, —pidió Daphne, colocando un muffin de calabaza frente al elegido— le traeremos un montón de golosinas de Honeydukes, quizás algunos libros de historia también. —le dijo
—Sí, montones. —prometió Zabini.
—No ayuda. —Dijo Harry torciendo la boca en una mueca, pinchando sin ganas el pequeño trozo de masa en su plato—. No puedo creer que Draco no vendrá a Hogsmeade con nosotros, ¡ya teníamos todo planeado!
—Concuerdo. —se enfurruñó Pansy, sus brazos cruzados y ceño fruncido. Era lo más parecido a un berrinche público que se permitiría hacer—. Tus padres están cruzando una raya en esto, Draco.
—Cruzaron muchos más límites. —escupió Harry, entre diente, lo suficientemente bajo para que solo Draco y Blaise lo escucharan, estando ellos a ambos lados del chico.
El rubio entrelazó sus dedos, mirándolo con una mezcla entre cariño y molestia, como si le molestara la terquedad del chico pero se sentía muy querido al verlo indignado en su nombre. Blaise guardó silencio.
—Sé. —Comenzó Draco, mirando a sus amigos—. Pero nada debería cambiar, pueden hacer todo lo paneado y traerme cosas. Quiero escuchar todo lo que hicieron, y cuanto se divirtieron. —Miró a Harry, bajando la voz—. Me veras en el banquete de esta noche, y el resto de los días que sigan. No me iré a ningún lugar.
El elegido bufó y negó, pero Draco sabía que lo complacería.
Los acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch se aseguraba de que nadie salía sin permiso.
Una vez que vio las espaldas de sus amigos desaparecer por completo por las grandes puertas, se alejó lentamente. Iría a la biblioteca, a buscar algún libro para gastar su tiempo libre, puesto que sus tareas ya estaban listas y guardadas para entregar.
Subió una escalera, pensando en que tal vez podría empezar a buscar algún libro sobre la lengua pársel y desde allí averiguaría como aprenderla, necesitaba poder entender a Noíl, aun si no podía hablar su lenguaje.
— ¿Draco? —La voz lo hizo retroceder para ver quién lo llamaba y se encontró al profesor Lupin—. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde están Harry y Ron?
—En Hogsmeade. —respondió, sin titubear. Su tono era cortes pero distante, y no había que malinterpretarlo, pero Draco realmente no había mantenido un contacto fluido o estrecho con el hombre. No tenía por qué hacerlo, Sirius fue su familia pero Lupin no lo era. Lo respetaba, pero no había nada que lo impulsara a tratar de mantener una relación filial con él.
—Ah —dijo Lupin. Observó al niño frente a él un momento—. ¿Por qué no pasas? Acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase.
El rubio parpadeo, confundido. Pero algo en su cabeza hizo clic, e inesperadamente asintió.
Este hombre amaba a Harry, quien era su mejor amigo. Y era muy cercano a Sirius, quien era su familia.
Puede que Draco no tenga fundamentos para acercársele, pero parece ser que Remus Lupin si los tenía. Además, a diferencia suya, este hombre era un león, claramente se movilizaba por cosas más allá de la conveniencia o el deber.
Entró en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.
— ¿Una taza de té? —Le preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.
—Bueno —dijo Draco, elocuentemente.
Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de vapor.
—Siéntate —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té en bolsitas. Probablemente no sea del todo agradable para ti.
Draco lo miró a los ojos, diamantes gélidos chocando con el chocolate derretido.
El maestro le pasó cuidadosamente la taza, junto con el tarro de azúcar, pero el heredero Malfoy no toco nada de eso, concentrándose en la mirada curiosa del mayor.
— ¿Tiene alguna pregunta que quiera hacerme, profesor?
—Mm —emitió, sin comprometerse. Sorbió un poco de té—. Sí —dijo de repente, dejando el té en el escritorio—. ¿Recuerdas a tu Boggart?
—Sí.
¿Cómo podría olvidarlo? Fueron demasiadas etapas en menos de veinte segundos. Draco odió cada uno de ellos con fervor.
Desde entonces duerme mucho menos, e incluso su aversión al fuego lo hace rehuir de la sala común, no quiere sentir ni siquiera el calor acogedor de una chimenea. Lo enferma.
— ¿Quisieras… hablarme de ello? —le preguntó.
Draco alzó las cejas, una mirada incrédula en sus ojos.
— ¿Necesita que le explique qué cosa? —se burló, sombríamente—. ¿Por qué le temo a mi padre? ¿Cómo apareció Voldemort? ¿Qué era ese fuego al final? Realmente siento que todo es muy intuitivo, no se necesita de nada más para entender.
—No creo que lo sea Draco. —argumentó, débilmente.
— ¿No? —se rio, sin una gota de gracia en su voz—. Bien, lo explicaré entonces. Mi padre es una escoria, una horrible persona y me hiere cada que tiene oportunidad, ¿es eso tan difícil de interpretar? Usted lo conoce, sabe cómo es. Voldemort es, quizás, la pesadilla de cada niño mágico en algún punto, pero yo estoy más expuesto a él, ¿recuerda? Mi padre vive conmigo. —Bufó, agarrando la taza en sus manos, tratando de absorber la calidez—. El fuego… no me gusta. Me aterra. Y el hechizo más peligroso del fuego es como una estampida de animales…
El profesor se quedó en silencio, parecía estar cavilando profundamente sobre lo que el heredero Malfoy acababa de decir.
Parecía horrorizado.
— ¿Sirius sabe de esto? ¿O tu padrino lo hace?
Draco abrió la boca, pero después la cerró. Frunció el ceño.
No, se dijo, claramente no lo saben. Yo no dije nada y dudo que Harry lo haya mencionado en lo absoluto.
Negó con la cabeza, dándole un pequeño sorbo al té.
Remus Lupin, tan blanco como era, palideció aún más. Se veía realmente enfermo en ese momento pero antes de que pudiera decir lo que sea que se le estaba pasando por la cabeza, la puerta se abrió y entró Snape.
Su conversación murió en el acto, Draco se despidió rápidamente, argumentando que no quería meterse en los asuntos de dos profesores, casi escapando de los ojos de ambos adultos.
Se ocultó en la biblioteca el resto del día, absorbiendo la mayor cantidad de información sobre lenguajes de criaturas mágicas, no solo centrándose en una sino en todas las que se pudieran encontrar entre las hojas amarillentas de estos libros. La llegada de sus amigos solo le trajo una cantidad ridícula de dulces, que no podría consumir en la brevedad.
Mucho menos si quería disfrutar del banquete, en donde toda la comida fue deliciosa y vasta. Incluso Crabbe y Goyle no pudieron comer todo lo que les puso enfrente, pero si dieron batalla contra la abrumadora cantidad de comida. Al finalizar esa noche, con los estómagos llenos y el cansancio pesando en sus ojos, las casas marcharon hacia sus salas comunes.
Esta vez, Draco reconoció, no habría un supuesto maniático atacando la puerta de su sala común, por lo que pasarían una noche tranquila. Este año pintaba como un descanso mental de todos sus problemas.
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Esas semanas en Hogwarts fue igual de tranquila, nada movido estaba pasando y Draco podía concentrarse plenamente en la unión entre Harry y Noíl. Increíblemente, habían avanzado bastante y Harry ya no se agotaba al terminar con las sesiones. Sin embargo, el tiempo empeoró conforme se acercaba el primer partido de Quidditch, lo cual era una preocupación para toda la casa verde y plata.
— ¡Slytherin! —exclamó Flint, cruzándose de brazos. Estaban todos en ronda, observando a su capitán—.Vamos a jugar contra Gryffindor mañana, nuestro rival más molesto, y estamos abriendo la temporada por lo que es muy importante aplastarlos.
—Como todos los años. —dijo un chico, era uno de los suplentes de sus golpeadores, si Harry no lo recordaba mal.
—Correcto, pero esta vez el clima no es un amigo. Los leones no quieren jugar con este tiempo, porque habrá menos posibilidades... Y probablemente tengan miedo de nuestro juego. —Se rió, el grupo en general sonrió, a sabiendas—. Pero eso poco nos importa. Vamos a ganarles, pero más importante, vamos a recordarles porqué somos los mejores.
Harry asintió firmemente. Siempre era divertido ganar, y más si podían ver a Oliver Wood escupir como perro rabioso.
Además, en este primer partido, habían invitado a Sirius para que los alentara. Justamente un partido al que el mayor no quería venir, pero eso son detalles.
Draco lo estaba esperando pacientemente en la sala común, un libro entre sus pálidos dedos y una mullida manta. Era la primera vez, después del incidente en DCAO que estaba cerca de la chimenea, y Harry sonrió contento por eso. Se dejó caer a su lado, con el cabello aun algo húmedo por la ducha en los vestidores.
— ¿Qué lees?
El rubio tiro la manta sobre las piernas del elegido.
—Origen y precursores de los idiomas de las criaturas: Volumen XV. —respondió, tranquilamente. La sala común estaba tranquila esa tarde, los pocos alumnos que se encontraban por allí esparcidos se mantenían ocupados escribiendo o charlando en susurros. Harry se recostó contra el hombro de Draco, mirando las páginas en las que estaba el heredero Malfoy—. Llegué al idioma de las sirenas.
Harry tarareo, haciéndole saber que lo escuchaba, por lo que Draco dio una breve introducción y volvió a leer, pero esta vez en voz alta, por lo menos lo suficientemente alta para ambos.
Avanzó, y leyó todo un capitulo, con el cálido cuerpo de Harry pegado a todo su costado izquierdo, y por el movimiento del pecho contrario, supo que se había quedado dormido. Sonrió suavemente, reacomodándolo un poco, para que no le doliera el cuello, y apoyó su propia cabeza en la del contrario, continuando con su lectura.
A medida que avanzó la noche, todo su grupo de amigos se reunió a su alrededor, y Draco marcó la página para terminar el ultimo capitulo mucho más tarde. En voces bajas, hablaron de su día, de sus actividades y de todo lo que les parecía digno de comentar.
—Draquis. —llamó Daphne, una sonrisa curiosa bailando en sus labios. El mencionado asintió, dándole la palabra—. ¿Viste a Granger estos días…?
—Sí. —contestó—. Compartimos muchas clases opcionales y no opcionales también, ¿por qué?
La rubia dudo un momento, como si no supiera los términos que utilizaría, sin embargo no parecía estar luchando por no ofender, sino por formular una pregunta contundente.
— ¿Siguen enojados con ella porque casi te arrancan el brazo?
El rubio lo pensó, profunda y detenidamente.
No iba a mentir, le jodía profundamente la situación, porque él ni siquiera había tratado de ser cruel o de molestarla cuando le dijo que abandonara la clase, solo estaba dándole una respuesta obvia para su dilema. Si no te gusta algo que es OPCIONAL entonces no lo hagas, ¿no es lo más lógico?
Él sabía que la chica era temperamental, le gusta tener la razón y su paciencia cuando le discutían no era particularmente mucha, pero eso no hacía que la situación le generara menos molestia.
Pero el que realmente estaba enojado con ella era Harry.
—Fue muy impulsiva. —Reflexionó Theo—, sin embargo, es una leoncita. Obviamente lo es.
—A mí me genera violencia verla. —dijo Pansy, sus ojos pegados a las notas que estaba transcribiendo—. No podes ser tan infantil, ¿enojarte porque no están de acuerdo con vos? Qué tenés, ¿dos años?
Blaise la señalo, asintiendo, dándole la razón a su amiga.
—Yo no estoy enojado. —respondió el heredero Malfoy, entrelazando sus dedos en el cabello rizado de Harry, casi por inercia. Theo fijo sus ojos en esa acción, arqueando una ceja—. Principalmente, el que esta irritado con ella es Harry.
—Y por consecuencia, tu. —se burló Lily, desenvolviendo un chocolate.
Draco arrugó la nariz, pero no lo negó.
—Igual, no es por nada, pero yo también estoy molesta. —Validó Daphne, robando un dulce de las manos de Goyle, quien la miró de reojo—. Su actitud de sabelotodo insufrible me está empezando a colmar la paciencia.
—Literal. —Murmuró Tracey, sentándose más cerca del fuego—. Entendemos el punto, quiere ser la mejor, pero basta. ¿Qué necesidad tenés de hablar cuando los profesores no te cedieron la palabra? ¿O le preguntaron a alguien más?
— ¿Hablando de la clase de DCAO de hoy? —se metió Millicent, casi con una risa. Tracey asintió.
— ¿Clase de DCAO? —preguntó Draco.
—Snape. —suministró Theo, cerrando su libro y volviéndolo a abrir en páginas al azar.
—Ella respondió lo que el profesor preguntaba solo que sin autorización. —Suspiró exasperada Pansy, colocando la pluma en el tintero—. Y quiso decirle a un profesor que debía dar en la clase.
—Es como si no conociera ya al profesor Snape. —Se quejó Sally, recostando su cuerpo sobre el de Millicent—. Solo guarda silencio y sigue la clase en paz. No creo que sea tan difícil.
—Es como si no pudiera cerrar la maldita boca. —Gruñó Pansy—. No la aguanto.
—Encima casi te mata.
—No fue para tanto. —murmuró Draco, pero el cuerpo que tenía pegado a él no pensaba lo mismo, por lo que dejó salir una risa ronca. Draco lo miró.
—Te lastimó, y eso es imperdonable para mí. —Los brillantes ojos verdes lo miraron fijamente, y el rubio sintió que le leían el alma—. No tenía por qué empujarte, haya estado enojada o no, se equivocó.
El rubio cabeceo, dándole la razón.
—Igualmente, lo único que me apacigua es que Harry la haya puesto en su lugar, porque sino…—habló Daphne, desdeñosa.
Todos asintieron, lo único que les impedía tomar cartas en el asunto fue que el mismo Harry le había puesto los puntos claros.
Draco se sentía un poco mal, porque sabía que la chica ya se estaba sintiendo culpable de antemano, pero algo dentro suyo sabía que no se sentía lo suficientemente mal como para hablarle nuevamente. No en un corto lapso de tiempo.
“— ¡¿Te das cuenta de lo que hiciste, Granger?! —La voz de Pansy resonó en el pasillo, Harry y Draco estaban saliendo de la clase de DCAO—. ¡No sé qué crees que haces mostrando tu cara por aquí!
—Q-quiero hablar con los chicos.
—Nosotros no tenemos nada de qué hablar. —se entrometió Harry. Draco quedó a sus espaldas, y probablemente Granger no lograría verlo desde allí.
—P-por favor, Harry… y-yo no quise…
—No me importa lo que quisieras, me trae sin puto cuidado. Lo único que sé es que no quiero cerca a una niñita que no puede tomar la opinión de los demás porque ya se siente atacada, sin embargo si ella misma es la que está haciendo una “observación” hay que escucharla y respetarla, por muy hiriente que suene lo que esté diciendo. —se mofó, parándose frente a la niña, ojos gélidos mirándola, con una sonrisa tensa y postura hosca. Draco no emitió sonido—. No quiero-, no, de hecho nadie quiere escucharte. Solo guarda silencio por una maldita vez y lárgate. Tu presencia estorba.
Ella busco la mirada de Draco, pero el heredero Malfoy la miro como quien mira a un bicho. Ella lloró, pero el rubio solo desvió la mirada y le pidió a Harry irse a la sala común. Su cabeza palpitaba y necesitaba un minuto sin dramas de por medio.”
El recuerdo lo hizo estremecerse, pero aun hoy, a semanas de lo ocurrido, no encontraba nada en el que le dijera que estaba exagerando. Y ni siquiera Harry estaba dispuesto a hablarle a la chica.
—Ya no estoy molesto. —dijo, nuevamente—. Pero aun no la perdono, pero ¿a qué viene la pregunta?
—Ah… —dijo la rubia, desinteresadamente, mirando a Harry, quien se había acomodado de nuevo para dormir, aunque esta vez estaba abrazando al heredero Malfoy por la cintura. Sonrió—. Es que se ve miserable. Ustedes no le hablan, Weasley tampoco, y sus compañeros la odian cada día más. Una pena me da.
Ella no sonaba en lo absoluto apenada, pero nadie lo señalo, y dejaron el tema ahí, prefiriendo hablar del próximo partido que su casa llevaría adelante. Harry tarareaba contra su hombro, casi contestando de vez en cuando, y esta vez fue Draco quien se sintió adormilado allí. Cálido y seguro en los brazos de Harry.
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El juego contra Gryffindor iba tal cual lo pensaban las serpientes, y con doscientos puntos arriba, no había mucho de qué preocuparse realmente. Las gradas verde y plata se divertían alentando a su equipo, mientras los jugadores volaban a toda velocidad por el campo.
Harry sondeaba el estadio en busca de la snitch, y agradecía a Draco en su cabeza, una y otra vez, ya que si no fuese por él, en este momento la lluvia impediría que viese algo, con lo empapado que estaba. No fue hasta que paso por enfrente de una de las torres que su periferia capto la luz reflejada de la bolita dorada y se lanzó a por ella.
Harry no lo notó, tan concentrado como iba, a la velocidad de una bala por detrás de la snitch, pero algo extraño pasaba. Un inquietante silencio cayó sobre el estadio. Ya no se oía el viento, aunque soplaba tan fuerte como antes. Era como si alguien hubiera quitado el sonido, o como si él se hubiera vuelto sordo de repente.
Draco se sentía desfallecer. Por debajo de donde sobrevolaba Harry había al menos cien dementores, con el rostro tapado, y todos señalando al elegido, sintió una opresión en el pecho, algo horrible sucedía.
Theo gritó de repente, y Draco sintió como si una ventisca golpeara y atravesara su pecho, cortándolo por dentro y por fuera. Escuchó la voz. Escuchó al otro Harry gritar por él, y no fue hasta que mira a un costado que entendió.
Un ser horrible, completamente cubierto, esquelético y pútrido estaba a escasos centímetros, una de sus manos muy cerca de su cara.
Harry escuchó, dentro de su cabeza el grito, una mujer...
A Harry no. A Harry no. A Harry no, por favor.
Había olvidado hace mucho a la Snitch. Nadie se estaba moviendo. El buscador de los Gryffindors hace mucho que había caído al lodoso suelo.
A Harry no. Te lo ruego, no. Puedes tenerme a mí. Mátame a mí en su lugar...
Harry caía, caía entre la niebla helada.
Alguien de voz estridente estalló en carcajadas. La mujer gritaba y Harry no supo de nada más.
¡Draco, no!
El rubio quería que se detuviera. ¿Por qué no se detenía? ¿Por qué ese Potter sonaba tan asustado? ¿Por qué lo sentía tan angustiado?
Basta, basta. Suplicó, cerrando los ojos.
— ¡Harry! ¡Draco!
Todo se apagó.
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—No sé quién de los dos tiene peor suerte.
—Pensé que íbamos a morir.
— ¡Ni siquiera se giraron en nuestra dirección!
Oía las voces, pero no encontraba sentido a lo que decían. No tenía ni idea de dónde se supone que estaba, ni de por qué estaba ahí; solo sabía que le dolía cada centímetro del cuerpo como si le hubieran dado una paliza.
—Fue aterrador, Daphne. Ellos-, ellos-
—Lo sé, Pans, respira.
Horrible... aterrador... Figuras negras con capucha... Frío... Gritos... Harry abrió los ojos de repente. Estaba en la enfermería. Pansy, Theo, Blaise, Greg y Vincent, además de todo el equipo de Quidditch y su padrino estaba a su alrededor.
— ¡Harry! —exclamó Sirius, acercándose rápidamente a la camilla, lucía enfermizamente pálido. Y mojado—. ¿Cómo te sientes? ¿Qué te duele?
La memoria de Harry fue ordenando los acontecimientos que le llegaban a la cabeza: el relámpago, la snitch..., y los dementores.
— ¿Qué sucedió? —dijo incorporándose en la cama, tan de repente que Sirius y Daphne tuvieron que sostenerlo por los hombros con miedo, tratando de que se recostara de nuevo.
—Te caíste —explicó Flint—. Debieron de ser... ¿cuántos? ¿Unos veinte metros?
—Creímos que te habías matado —dijo Lily, temblando.
—Y el partido… —preguntó Harry—, ¿cómo acabó? ¿Se repetirá?
Cassius Warrington, el nuevo bateador de su equipo le sonrió alentadoramente.
—Ambos buscadores quedaron en el suelo, nadie atrapó la snitch. Están viendo si hay alguna revancha o si nos dan el partido por superar en puntuación.
Harry suspiró aliviado, dejándose recostar, pero su paz duró poco. Se volvió a sentar de golpe y en un rápido recuento de sus amigos, frunció el ceño.
— ¿Y Draco? ¿Dónde está?
—Aquí. —dijo una voz áspera. Daphne y Millicent se hicieron a un lado, dejando ver al rubio, que yacía en la camilla.
Harry chilló, bajándose a trompiscones.
— ¡No se supone que debas levantarte! —se quejó Sirius, yendo detrás de su ahijado.
—Tranquilízate Potter. —ordenó el rubio, sin embargo se movió para darle lugar al chico. Afortunadamente estaban acostumbrados a estar apretados uno al lado del otro—. Tú fuiste el que cayó de una buena altura.
— ¿Qué te pasó a ti?
—Un dementor.
Todos voltearon a ver hacia la puerta, donde estaba parado Remus. Lucia cansado.
Draco tomó la palabra.
—Déjenos solos, chicos. —pidió, una mirada aguda a todos los presentes, quienes se apresuraron a obedecer, prometiendo ir a visitar a Harry en un rato, ya que Draco estaba prácticamente listo para ser dado de “alta”— ¿Por qué estaban allí? ¿Qué está pasando?
EL rubio miraba directamente a Sirius, quien se había apoyado parcialmente en la cama. Lord Black dejó salir un apesadumbrado suspiro, sus dedos jugaban ociosamente con uno de sus anillos, uno prominente con una joya oscura.
—Están furiosos, quieren entrar al colegio… —murmuró—, aquí dentro hay muchas almas, muchos pensamientos, muchos recuerdos felices. Los quieren.
— ¿Por eso somos más afectados? —susurró Harry, confundido.
—No. —rechazó la idea Draco, entrelazando sus dedos con Harry, el elegido lo miró—. Nos afectan más por nuestras vivencias, no hemos tenido una vida suave, al parecer. —se burló, secamente. Sirius se estremeció, acercando su mano al cabello rubio de su sobrino. Draco lo dejó, e incluso se sintió algo más tranquilo con la atención de Sirius.
—Los dementores están entre las criaturas más nauseabundas del mundo. —habló Lupin, acercándose al trio, ojos calmados pero tristes—. Si alguien se acerca mucho a un dementor; éste le quitará hasta el último sentimiento positivo y hasta el último recuerdo dichoso. Si puede, el dementor se alimentará de él hasta convertirlo en su semejante: en un ser desalmado y maligno. Le dejará sin otra cosa que las peores experiencias de su vida. Y el peor de tus recuerdos, Harry…
—Cuando hay alguno cerca de mí... —Harry miró a su padrino, a su tío y por ultimo a los ojos de Draco, con los músculos del cuello tensos—, escucho a Voldemort matar a mi madre.
Lupin sostuvo a Harry por el hombro, un tacto tranquilizante. Hubo un momento de silencio y luego...
—Están hambrientos —desvió el tema Draco, dándole a los otros un minuto para calmarse—. Dumbledore no los deja entrar en el colegio, el suministro de presas humanas se les debió de agotar... Supongo que no pudieron resistirse a la gran multitud que había en el estadio, para ellos se habrá visto como un banquete.
—Azkaban debe de ser horrible —masculló Harry, mirando con tristeza a Sirius, quien asintió con melancolía, sus dedos temblaron, en donde aún acariciaba el blancuzco cabello del heredero Malfoy.
—No culpo a los criminales por querer huir. —comentó Draco, mirando a Sirius, quien le dio una sonrisa confusa—. Eso no quita la incompetencia de todos. Acabábamos de atrapar a Pettigrew, y después se descubre que Barty Crouch Jr. ni siquiera estaba realmente en Azkaban.
—Pobre mujer. —se compadeció Sirius, asintiendo.
—Sí —murmuro Lupin—. ¿Qué estará pasando por la cabeza del señor Crouch?
Se miraron entre ellos por un largo rato, antes de que Harry volviera a tomar la palabra.
—Remus ahuyentó en el tren a aquel dementor, ¿Cómo lo hiciste?
—Hay algunas defensas que uno puede utilizar. —Explicó Lupin—. Pero en el tren sólo había un dementor. Cuantos más hay, más difícil resulta defenderse.
— ¿Qué defensas? —preguntó Harry inmediatamente—. ¿Puedes enseñarme-, enseñarnos?
—Intentaré ayudarte. Pero me temo que no podrá ser hasta el próximo trimestre. Tengo mucho que hacer antes de las vacaciones. Elegí un momento muy inoportuno para caer enfermo. —se rió, pero sin humor.
Con la promesa de obtener clases especiales, ambos niños se relajaron un poco más. Las vacaciones estaban en la vuelta de la esquina, y Harry seguía sumamente molesto con el hecho de que Draco no podría ir con ellos de compras navideñas.
El mismo rubio estaba un poco triste, pero ya conocía aquella villa casi de memoria, por lo que no se estaba perdiendo del paisaje o los negocios. Sin embargo, desearía disfrutar con sus amigos las excursiones.
Así que, mientras pensaba en los dulces que obtendría en algunas horas, sintió como lo tiraban hacia una pared, la cual increíblemente atravesó. Se quedó quieto, acorralado frente a dos gemelos ciertamente particulares.
— ¿Fred, George, qué…?
—Hola, pequeña serpiente venenosa. —Se mofó George, moviendo exageradamente las cejas—. Venimos a darte…
—…una pequeña alegría, gracias al espíritu navideño. —finalizó Fred, sacando algo de debajo de la capa y lo coloco frente a los escépticos ojos plateados.
Era un pergamino grande muy desgastado. No tenía nada escrito.
— ¿Qué se supone que es?
—El secreto de nuestro éxito —dijo George, acariciando el pergamino.
—Nos cuesta desprendernos de él —dijo Fred—. Pero anoche llegamos a la conclusión de que tú lo necesitas más que nosotros.
—De todas formas, nos lo sabemos de memoria. Tuyo es. A nosotros ya no nos hace falta.
Draco lo miró con detenimiento, curioso.
— ¿un pergamino viejo es lo que necesito?
— ¡Un pergamino viejo! —Exclamó uno de los gemelos, cerrando los ojos y haciendo una mueca de dolor; como si lo hubiera ofendido gravemente—. Explícaselo, George.
—Tú eres George. —dijo Draco, ganándose la risa de Fred.
—Bueno, bueno... cuando estábamos en primero... y éramos jóvenes, despreocupados e inocentes... —Draco se cruzó de brazos, con una mueca divertida. Dudaba que Fred y George hubieran sido inocentes alguna vez—. Bueno, más inocentes de lo que somos ahora... tuvimos un pequeño problema con Filch.
—Tiramos una bomba fétida en el pasillo y se molestó.
—Así que nos llevó a su despacho y empezó a amenazarnos con el habitual...
—... castigo de descuartizamiento...
—... y fue inevitable que viéramos en uno de sus archivadores un cajón en que ponía «Confiscado y altamente peligroso».
—Obviamente lo abrieron. —dijo Draco sonriendo.
—Bueno, ¿qué habrías hecho tú? —Preguntó Fred—. George se encargó de distraerlo lanzando otra bomba fétida, yo abrí a toda prisa el cajón y cogí... esto.
—No fue tan malo como parece —dijo George—. Creemos que Filch no sabía utilizarlo. Probablemente sospechaba lo que era, porque si no, no lo habría confiscado.
— ¿Saben cómo usarlo?
—Si —dijo Fred, sonriendo con complicidad—. Esta pequeña maravilla nos ha enseñado más que todos los profesores del colegio.
George sacó la varita, tocó con ella el pergamino y pronunció:
—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.
De la punta de su varita partieron finas líneas de tinta, casi como si comenzara a formarse una telaraña por todo el pergamino. Se unieron entre ellas, se cruzaron, entrelazaron y abrieron en un amplio abanico en cada esquina del amarillento papel. En la parte superior se formaron caracteres grandes, verdes y floreados, proclamando:
Los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta proveedores de
artículos para magos traviesos están orgullosos de presentar
EL MAPA DEL MERODEADOR
Era un mapa que mostraba cada detalle del castillo de Hogwarts y de sus terrenos. Pero lo más extraordinario eran las pequeñas motas de tinta, casi parecían pisadas, que se movían por él, cada una etiquetada con un nombre escrito con letra diminuta.
Bueno, ahora Draco comenzaba a entender muchas cosas.
—Puedes ir a Hogsmeade —dijo Fred, recorriéndolos con el dedo—. Hay siete en total. Ahora bien, Filch conoce estos cuatro. —Los señaló—. Pero nosotros estamos seguros de que nadie más conoce estos otros. Olvídate de éste de detrás del espejo de la cuarta planta. Lo hemos utilizado hasta el invierno pasado, pero ahora está completamente bloqueado. Y en cuanto a éste, no creemos que nadie lo haya utilizado nunca, porque el sauce boxeador está plantado justo en la entrada. Pero éste de aquí lleva directamente al sótano de Honeydukes. Lo hemos atravesado montones de veces. Y la entrada está al lado mismo de esta aula, como quizás hayas notado, en la joroba de la bruja tuerta.
Draco sonrió cada vez más grande, y los gemelos vieron con satisfacción como la travesura brillaba en aquellos profundos ojos. Eran pocas las veces en las que podían ver al niño Draco y no tanto al aristócrata sangrepura que manejaba todo a su antojo.
Siendo hermanos mayores, se sintieron orgullosos de este momento.
—Nos veremos en Honeydukes —le dijo George, guiñándole un ojo.
Y sin más se pusieron en marcha, el propio Draco se movilizó hacia su sala común, necesitaba la capa antes de hacer cualquier otra cosa.
En su sala común no había nadie, lo que facilitó más la pequeña extracción. Sin más, se dirigió hacia donde estaba la vieja bruja tuerta. Lo único que podría decir Draco de esta primera aventura con el mapa a su lado, era que pasar por un agujero, deslizarse por un largo trecho de lo que parecía un tobogán de piedra y aterrizar en tierra fría y húmeda no era su forma de moverse. Se puso en pie, mirando a su alrededor.
Un pequeño lumos por allí, una caminata por un pasadizo horrible y sucio, más parecido a la madriguera de un conejo gigante que a ninguna otra cosa, y pocas ganas de volver a repetir ese atajo, pero a final de cuenta logró su cometido.
Se encontraba en un sótano lleno de cajas y cajones de madera, susurró travesura realizada, guardando el mapa con seguridad. Salió y volvió a bajar la trampilla. Se disimulaba tan bien en el suelo cubierto de polvo que era imposible que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Draco anduvo sigilosamente hacia la escalera de madera. Ahora oía voces, además del tañido de una campana y el chirriar de una puerta al abrirse y cerrarse.
Se cubrió rápidamente con la capa, las voces entraron por una puerta muy cercana a él. Se movió lentamente.
—Y coge otra caja de babosas de gelatina, querido. Casi se han acabado. —dijo una voz femenina.
Un par de pies bajaba por la escalera. Se hizo a un lado para que no chocaran con él, y mientras movían cajas y buscaban la gelatina, él salió de aquel sitio. Al pasar por la puerta se encontró tras el mostrador de Honeydukes.
Honeydukes estaba abarrotada de alumnos de Hogwarts, Draco tuvo algunas dificultades para salir sin chocar a nadie, a fin de cuentas, hasta en el mundo mágico era extraño chocarte con la nada misma.
Entre todas las cabezas, y todas las estanterías de dulces vio a los Weasley, tanto a los gemelos como a Ron.
Quizás, más tarde iría a hablar, pero en ese momento escapó cuando la puerta se abrió nuevamente.
Caminó un rato por la zona, hasta que vio a sus regordetes amigos. Caminó rápidamente, hasta lograr caminar tras ellos.
— ¿Crees que si le damos chocolate caliente deje de estar triste? —pregunto Greg, revolviendo en su bolsa, como si buscara lo mencionado.
—Para que se le pase el mal humor deberíamos meter a Draco en una maleta y traerlo de contra bando. —Se quejó Vincent, negando con la cabeza—. ¿No podían solo firmar el permiso? Cada día entiendo menos a la familia de Draco.
—Mm…—tarareo Greg, mirando a sus pies—. No sé porque, pero siento que hay algo que no sabemos. Peor aún, hay algo de lo que no podemos cuidar a Draco…
El rubio sintió una puntada en el pecho, la garganta se le apretó de repente y sintió ganas de llorar.
Ambos se quedaron en silencio por el resto del camino, hasta que llegaron a Las Tres Escobas.
Se dirigieron al fondo del lugar, en una de las esquinas estaba todo el grupo de amigos. Había algunas chicas del curso que no estaban aún, pero Draco no se preocupó.
Sintió que las lágrimas se acumularon en sus ojos cuando los vio a todos allí. Y no por primera vez, recordaba todo el dolor y la miseria que sería su futuro si no hacía las cosas bien.
En el medio de todos, estaba Harry, un espacio a su derecha y luego Daphne. Es como si respetaran el lugar de Draco, aun sabiendo que no estaría allí.
Se fijó a su alrededor, y sabiéndose cubierto por paredes y gente de espaldas a él, se sacó la capa.
Sus amigos se sobresaltaron, pero ninguno emitió un solo ruido. Harry entre abrió los labios, sorprendido.
—Hola, ¿me dan espacio? Quiero sentarme en mi lugar.
Daphne y Theo se rieron, casi sin aire, levantándose para que Draco pasara. Y no fue hasta que se sentó en su lugar que le increparon sobre su repentina aparición.
El rubio no dijo nada, porque era un lugar muy público para comentar sus nuevas adquisiciones.
Hablaron de muchas otras cosas, todos felices de tenerlo allí.
— ¿Ya no estas triste? —se mofó Blaise, golpeando el brazo del niño-que-vivió.
Este se sonrojo, mirando a Draco.
El rubio le dio una sonrisa suave, mirándolo a través de sus pestañas.
—No lo molestes, seguro Draco también estaba triste.
—Obviamente. —rectificó el aludido, sin vergüenza.
Harry chocó sus hombros.
—Me alegra que ahora puedas venir con nosotros.
—A mí también. —susurró, solo para los oídos de Harry, antes de apoyarse en el hombro del moreno, quien lo abrazó por los hombros y acotó un poco sobre la charla de sus amigas, hablando de la tarea de historia de la magia.
Pasaron largos minutos en ello, probablemente una hora, solo divirtiéndose entre charlas, hasta que Draco tuvo que ocultarse con la capa y meterse bajo la mesa.
Hagrid y McGonagall habían entrado a Las Tres Escobas.
Inclusive el ministro estaba allí, con Rosmerta.
Al inicio quisieron seguir con su charla, pero pronto las voces de los adultos los distrajeron.
—Pettigrew nunca fue muy listo. —Decía Madam Rosmerta, colocando una cerveza de mantequilla en manos de la profesora—. No entiendo cómo pudo escapar.
—No sabemos si no era listo, era amigo de Black y Potter después de todo. No eran un grupo normal. —Negó McGonagall, doblando y desdoblando un pañuelo—. Eran tan unidos… no entiendo cómo pudo ser capaz de traicionarlo. Y no solo eso, sino que mentir sobre tu muerte e inculpar a tu otro amigo…
—Yo… no sé. —Dijo Hagrid—. Toda la situación alrededor de Black es extraña. ¿Sale él y de repente hay fuga…?
—Hagrid, ¡qué cosas dices…!
—Es lo que hablaba con Dumbledore, profesora. —Interrumpió el ministro—. Sale él y de repente tenemos fugas, inclusive el director me reporto que Harry no estaba viendo a sus familiares, ¡y por Black! Además, me temo que su mala influencia lo esté afectando… ese amiguito suyo, Malfoy también…
El rubio colocó su mano en el muslo de Harry, sosteniéndolo, cuando sintió que se movía para levantarse.
—No…—rogó, en un susurro.
Harry le tomó la mano, con suavidad. Draco aflojó su agarre.
—No está en un lugar adecuado. —Asintió Hagrid—. Dumbledore está tratando de apelar con el Wizengamot porque teme por las ideas que le estén metiendo al niño, a nuestro salvador…
La profesora guardó silencio, parecía pensativa, pero al final terminó por asentir.
—El que haya terminado en Slytherin… una tragedia. —negó Cornelius.
—Si tan solo ese sombrero hubiese accedido a la petición del director…
— ¿Lo querían cambiar de casa, Minerva? ¿Una reelección?
La profesora asintió.
Draco sintió como si una mano lo estuviera ahorcando.
Esta gente…, pensó, la angustia lo asfixiaba, ¿los manipuladores, a quienes no les importaba el otro mientras se beneficiaran ellos, no éramos las serpientes?
La cabeza de Harry y Theo se asomaron a verlo. Ninguno de los tres supo que decir.
Esperaron allí hasta que los profesores se fueran para poder marcharse.
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Ninguno sabía dónde meterse por el resto de ese tiempo. Se miraban entre ellos, miraban a Harry y a Draco, pero ninguno sabía si hablar o no del tema.
El chico de ojos verdes estaba callado la mayor parte del tiempo ahora, solo contestaba si se le hablaba directamente. Aun tomaba la mano de Draco o lo abrazaba en público, así que no les preocupaba que se creyera esas mentiras.
En la privacidad del dormitorio, solo con Draco de testigo, podía soltarse.
— ¡¿Cómo pueden ser tan ciegos?! —explotó el segundo día, después de mucho silencio. Draco lo estaba mirando desde la comodidad de la cama, mientras Harry caminaba de un lugar al otro. Ambos se veían cansados y tristes—. ¿Decir que estoy en un mal lugar? ¡Estoy feliz, estoy sano! ¡Tengo una cama, comida, amor…! ¡No tengo que dormir en un armario bajo una escalera!
El rubio inhaló, los ojos bien abiertos. Harry dejó salir una risa sin gracia.
—Sí, quizás ya te dije eso ¿eh? Mi habitación era un armario de escobas, Draco. —Relató, haciendo con sus manos la mímica del tamaño—. Vivía entre cucarachas, polvo y humedad. Una vez, cuando apenas era un bebe de poco menos de dos años me encerraron ahí durante una semana entera, ninguno se acercó a verme. Todo porque comí una galleta de Dudley. ¡Viví entre mi propio excremento y orina! ¡Siendo un bebe! ¡¿Esa es una buena vida, una influencia adecuada?!
Draco sintió que le temblaban los labios, las lágrimas quemaban tras sus ojos.
— ¡¿Y que se supone que tiene de malo esta casa, tu o mis amigos?! ¡Todos ustedes me tratan como un igual, como una persona! ¡No me miran como si fuera un monito que les sirve de entretenimiento! ¡No esperan de mi cosas extrañas solo por ser “famoso”! —Gruñó, estaba enojado más que triste—. ¡Sí, me quedé huérfano! ¡Sí, un lunático trató de matarme desde bebé! ¡Maravillosa fama! ¡Lo perdí todo, y la gente ahí afuera piensa que la fama me gusta! ¡Lo regalaría todo por tener a mis padres, por haber estado con Sirius desde un inicio!
—Harry… —habló, con voz temblorosa—. Ven Harry.
—No necesito un abrazo Draco. —negó, de espaldas, frotándose la cara con las manos.
—Yo sí. —Sollozó, y todo el cuerpo del elegido se tensó, volteando rápidamente hacia su amigo—. L-lo siento mucho, Harry.
—No, no, no. No te disculpes, ¿Por qué dices lo siento? —corrió hacia él, abrazándolo—. Tú no hiciste nada malo.
El rubio negó, abrazándolo con más fuerza, escondiéndose en el cuello del elegido. Repetía una y otra vez que lo sentía, y aunque Harry no entendía, lo dejó.
Lo siento, pensó Draco, porque yo te medía con la misma vara que todos ellos. Lo siento mucho, Harry.
Era la mañana de navidad, pero nadie los esperaba abajo. Sus amigos ya se habían marchado a casi, así como la mayoría del colegio. Esta vez, para sorpresa de ambos, estaban en el comedor Remus y Sirius, sentados cómodamente en la gran mesa larga, hablando con Fred, George y Ron. Ginnevra estaba sentada junto a ellos, en silencio.
— ¡Harry, Draco! —exclamó su padrino cuando vio a ambos niños llegar—. Feliz navidad.
— ¡Feliz navidad! —chilló Harry, abrazándolo con fuerza. Remus los envolvió a ambos en un cálido abrazó.
A Draco lo envolvieron tres pelirrojos, asfixiándolo en un apretujado abrazo.
Cuando fueron liberados, recibieron una bolsita de Sirius, una verde y otra plateada, con la etiqueta de sus nombres.
El rubio abrió la verde, metió su mano y cuando tocó lo que había adentro lo identificó rápidamente.
—Espero que los libros de la sagrada y oscura casa Black sean de tu agrado. —Profesó, ostentosa y exageradamente Sirius—. Es más fácil darte algo que te permita tomar cualquiera de ellos a traerte unos cuantos. —le guiñó el ojo.
Draco se lazó a sus brazos, con una gran sonrisa.
Sirius lo apretó contra su pecho, sintiendo la necesidad de cuidarlo y no soltarlo más. Oh, mierda, como desearía romperle la cara a Lucius, perdiéndose a la maravillosa persona que es su hijo.
Tal vez estaba proyectando a Orion en Lucius, pero no interesa, ambos se meren más de un solo puñetazo.
—Gracias tío. —susurró Draco, sin soltarse.
— ¡NO PUEDE SER! —chilló Ron, por lo que Draco volteo parcialmente la cara, muy cómodo en el abrazo de Sirius (seguía sensible y triste ¿está bien? Sirius era un lugar seguro ahora) —. ¡Una saeta de fuego, te dio una saeta de fuego!
—Genial. —Se burló Draco—. Otra ventaja para ganar con aun más facilidad los partidos.
—Mi ahijado no necesita más puntos a favor, pero esa escoba me guiñó el ojo cuando pase por la tienda.
Harry estaba vibrando de emoción, con el regalo en manos y una gran sonrisa.
—Veremos qué tal funciona, eh.
—Espere, ¿usted juega, señor…?—preguntó Fred, sonriendo.
—Obviamente. Amaba golpear esa pelota horrible a la cara de las serpientes. —suspiró.
—¡¿Eras bateador?! —gritaron Harry, Fred, George y Ron.
—Jugó de bateador en su mayoría, pero era un mejor cazador. —se entrometió Lupin, sonriéndole a Sirius, quien aún apretujaba a Draco—. También fue guardián, pero no le gustaba demasiado el quedarse prácticamente quieto en una zona.
—Eras increíble. —exhaló Harry y Sirius se carcajeó.
—Tengamos un pequeño partido más tarde. —Palmeo la espalda de Draco—. ¿Juegas?
Se congeló en su lugar por un momento y se separó del abrazo.
Si solo es con ellos… pensó, una sonrisa dibujándose en sus labios.
—Sí.
— ¿Posición?
—Cazador o buscador. —se giró para ver a Harry por sobre su hombro, con una mirada competitiva.
—Uy, uy, esto va a ser divertido.