
02. La casa de las serpientes
...
—Fue demasiado pedir que ninguno de los hijos de mi hermana fuera un maldito fenómeno ¿no? Mira lo que vinieron a aventar a la puerta de mi casa ¡Una puta y un monstruo! ¡Pero no soy estúpida! ¡El chico no va a ir a ninguna ridícula escuela para anormales!
—¡Es una escuela de magia! —Arabella estaba parada frente a Harry escondiéndolo con su cuerpo —¡Y tu ni nadie va a impedir que lo haga!
El día no había iniciado muy bien. Apenas despertaron, escucharon el grito de su tía venir de abajo en la cocina. Maldita sea, habían esperado que se quedara en su cama siendo miserable con las cortinas cerradas unos días más. Cuando los vio bajar con un baúl y Arcane sobre el hombro de Harry, estalló.
—¡No tienes derecho a hablarme así maldita mocosa! ¿Te sientes muy valiente porque Vernon no está? ¡Está es mi casa y se hace lo que yo digo! —abofeteó la mejilla de Arabella. Fuerte. Ella solo se quedó ahí. Simplemente viéndola a los ojos como quien ve a una cobra que amenaza con matarte. Bella jamás lloraba cuando la golpeaban, no permitía que ellos la vieran así. Harry sostenía fuertemente al halcón. Sabía que si lo soltaba le sacaría los ojos a su tía. Un sueño que no podía permitirse. —¡Puedo correrlos de mi casa si siguen siendo tan insolentes!
Harry se tensó.
—No olvides tía porque estamos aquí. El anciano fue muy claro en su carta. Tu presencia nos protege como la nuestra te cuida a ti. Échanos, a ver cuánto tardan los hombres que mataron a nuestros padres en venir a buscarte a ti.
Las manos de Arabella temblaban. No, no, no. Se había excedido. Había dicho demasiado.
Sorprendentemente, el ánimo de la tía Petunia volvió a decaer. Bella sintió como la furia cambiaba a una profunda tristeza. Fue suficiente para que ambos niños salieran corriendo.
...
Ambos llevaban puestas largas capas oscuras cuando llegaron a la estación King's Cross a eso de las diez de la mañana. No había desentonado con las demás personas muggles y ciertamente tampoco lo haría totalmente con los magos.
Harry llevaba el baúl encogido en sus bolsillos. Una funda para varita de piel negra sujeta a su brazo derecho que había pertenecido a su madre. Había practicado como sacarla y regresarla a su sitio en segundos durante el último mes.
En su cuello atados a la cadena de su padre, estaban los anillos de Black y Slytherin. En sus manos portaba los de Potter y Peverell; los ancestros de Harry llevaban tanto tiempo compartiendo el título de ambas casas que ahora se consideraban hermanas y sería extraño ver un anillo sin el otro.
Entre el andén 9 y el 10 encontraron el portal que llevaba al 9¾. Harry simplemente dijo: o lo atravieso o me provoco un derrame cerebral, pero algo tiene que pasar.
Lo atravesó.
El tren que estaba descansando sobre las vías paralelas era sorprendente: metal negro con detalles rojos que brillaba. Parecía recién salido de un set para Navidad. La gente aún no se hacinaba en todo el lugar. Afortunadamente, habían llegado una hora antes.
...
—Quiero que me mandes una carta apenas te hayas acomodado para decirme si estás bien. Espero mínimo una cada semana. Ten cuidado, especialmente con el director.
Harry asintió seriamente.
—Si, sé que no confías en él.
—Exacto. No lo he visto en diez años, pero si sigue teniendo la misma aura que recuerdo es mejor andar con precauciones.
Y es el idiota que nos dejó con los Dursley, agregó el chico en su mente.
—Quiero que tengas cuidado, diviértete pero intenta no meterte en problemas —su forma de decir: haz lo que quieras pero no dejes que alguien se dé cuenta —no provoques peleas pero si alguien intenta hacerte daño...
—Lo destruyo. —Harry le miró dulcemente.
—Ese es mi hermano —Bella sonrió —Recuérdalo bien Hadrian, no bajes la mirada ante nada ni nadie. Eres poderoso, demuestra de lo que eres capaz. —le acomodó uno de los rizos que estorbaba en sus ojos —estoy muy orgullosa de ti.
Harry pensó: ¿Soy muy mayor? ¿No soy muy mayor? ¿Soy muy mayor? ¿No soy muy mayor? Decidió que no le importaba. Abrazó a su hermana con todas sus fuerzas.
—Quiero que te cuides. Come todos los días. Patéale el culo a todos los pomposos idiotas con los que compitas. —Arabella soltó una risita. También lo rodeó con sus brazos. —Te voy a extrañar.
Arcane, que los esperaba parado en su jaula vacía, chilló.
—¡Ya nos vamos ave impaciente! —Harry se soltó y Bella le arregló la capa de satén negro. Tenía bonitos bordados en hilo plateado en la parte superior de la capucha. —Nos vemos en las vacaciones de Navidad.
—Hasta Navidad.
Arabella se quedó parada hasta que Harry entró en el tren. Era la primera vez en diez años que no estaban juntos.
...
Theodore Nott llegó por la red flú a la estación de King's Cross cuando faltaban menos de cinco minutos para que el tren saliera. Le había costado dos horas sacar a su padre de su estudio, porque al parecer había olvidado debido a su nueva investigación que su hijo debía abordar hoy el tren a Hogwarts.
Iba tan apresurado que no notó cuando chocó contra alguien más. Cayó al suelo para su eterna vergüenza.
Estaba a punto de reclamar una explicación al levantarse cuando alzó la vista y vio a un ángel:
Una chica de largo y lacio cabello rojizo con piel nívea que le miraba preocupada mientras hacía un suave inclinamiento: —Me disculpo por la torpeza dada.
¡Ah! Cortesías de sangre pura. Theodore respondió por instinto. —Se acepta la torpeza y es disculpada.
Esa chica le sonrió, sus ojos pálidos destellaron. Asintió y se retiró. Theo solo pudo pensar: Por Merlín bendito, creo que me he enamorado.
...
Harry encontró un compartimiento vacío al final del primer vagón. Subió su baúl (que acaba de volver a su tamaño normal) en el estante de arriba y dejó la jaula de Arcane junto a él en el asiento. El pájaro estaba comiendo uno de los bocadillos que le había traído.
Se asomó por la ventana cuando escuchó el ruido equivalente a una jauría de perros callejeros acercarse al tren: Un montón de niños pelirrojos que parecían haber olvidado su educación y gritaban y saltaban como si estuvieran solos en su propia casa. Parecían un montón de zanahorias bailarinas.
Harry, siempre a gusto con el silencio que había mientras leía o con la suave voz que Arabella ponía cuando le explicaba algo, decidió que no se acercaría a esos niños.
Es decir sí, había trabajado en el mercado por muchos años, pero por lo general lo hizo en lugares no demasiado ruidosos. Tal vez limpiando platos de cerámica en un puesto de utensilios o cargando cajas junto al camión que venía de los agricultores. Incluso si lo había hecho en lugares con ruido, eso había sido por necesidad, más no porque realmente quisiera o le gustara hacerlo.
Simplemente cerró los ojos mientras pensaba en todo el cambio que había dado su vida: Iría a Hogwarts: la escuela donde sus padres y toda su familia había estudiado. Había recibido los anillos que lo confirmaban como heredero no de dos, si no de cuatro casas nobles.
Era asquerosamente rico y tenía una nueva y gran responsabilidad. Mantener en alto el nombre de cuatro grandes familias.
Además, deseaba probarse a sí mismo. Hacer todo lo posible para que su hermana siguiera orgullosa de él. ¿Ella era la mejor en el mundo muggle? Él deseaba serlo aquí.
Y para lograrlo no sólo necesitaba ser bueno en la escuela o tener la magia más poderosa, debía tener aliados.
Pero ¿Quiénes?
Los sangre pura de las Casas antiguas eran quienes dominaban el ministerio y el Wizegamot. ¿Entonces debía ser aliado de otros herederos? Casi se golpeó a sí mismo por la pregunta tan estúpida ¡Por supuesto que debía ser aliado de los demás herederos!
¡Ah! Todo era tan complicado.
...
Draco Malfoy era un chico listo. El heredero de un hombre como su padre debía serlo.
No era que su padre fuera un hombre cruel, por supuesto que no. Pero era exigente, tal como el Lord de la gran y poderosa casa Malfoy debía ser.
Eso le fue de gran ayuda mientras crecía: Las ropas más lujosas. Los tutores más inteligentes, los instructores más competentes: Solo lo mejor para el mejor.
Draco no era especialmente poderoso, aún no. Pero podía sentir la magnitud del poder que otros magos tenían cuando estaban cerca de él; una habilidad que cualquier heredero competente debería tener, si pedían la opinión de su padre.
Gracias a eso fue que pudo encontrar a uno poderoso demasiado cerca de él cuando entró al vagón del tren. En un lugar lleno de niños de once años, eso fue ciertamente sorprendente.
Misión de Draco número uno: convertirlo en su aliado.
Así que ahí estaba él, fuera de la puerta cerrada de un compartimiento alisando su túnica. Se preguntaba quién sería ese mago; sabía que no era ninguno perteneciente al círculo en el que su familia solía moverse, lo habría notado con anterioridad. Su padre sé lo habría dicho. ¿Entonces quién?
Abrió la puerta, dentro un chico de cabello negro con un halcón esperaba solo. ¿Un halcón?
—¿Puedo sentarme aquí? Al parecer todos los demás compartimentos están ocupados —primera mentira— Soy Draco Malfoy —Extendió su mano. Los ojos de ese niño brillaron con reconocimiento.
—¡Ah! Heredero Malfoy, se bien recibido —Hizo ademán de que podía pasar. Draco sintió como le estrechó la mano con la fuerza correcta. Vio la inconfundible forma de no uno, si no dos anillos de heredero. Por Merlín bendito ¿Quién era este chico? —Soy Hadrian, Heredero de Potter y Peverell.
Si Draco no hubiera recibido la mejor educación, estaba seguro de que habría abierto la boca hasta el suelo. Sin embargo no pudo decir nada porque dos susurros exaltados se escucharon en la puerta aún abierta.
—¡¿Eres Harry Potter?!
Cómo se dijo, susurros.
Eran Blaise y Theodore, que seguramente habían estado buscándolo. Draco internamente quiso gritarles. Estaban conociendo al Niño que vivió que casualmente también era alguien muy poderoso y lo primero que hacían era gritar como si de dos fanboys se tratara. Bonito ejemplo de dos chicos sangre pura que eran.
Theo y Blaise que se habían dado cuenta de su desliz, sonrieron con una pequeña expresión avergonzada.
El chico, Hadrian, les miró burlón mientras alzaba el cabello de su frente: una cicatriz que se ramificaba por toda su frente como un relámpago estaba ahí. Draco había pensado que esa marca sería como un pequeño rayo de tres líneas, no que cubriría casi un cuarto de su rostro.
—El único e irrepetible. Pasen, por favor.
...
Harry llevaba exactamente ocho minutos en un estado de pánico. ¿Estaba hablando correctamente? ¿Se comportaba con buenos modales? ¿Había estrechado la mano de ese chico rubio y de pómulos altos con seguridad?
Por Merlín, había pensado en alianzas con herederos y ¡pum! el destino le había arrojado uno en bandeja de plata. ¿Era realmente una mala idea arrojarse por la ventana de un tren en movimiento?
—Métanse y cierren la puerta —pidió Draco. —Heredero Potter, permíteme presentarte a Theo, Heredero de Nott, y a Blaise, de la familia Zabini.
Bien, Harry ya no estaba con uno si no con tres herederos. ¿Alguien quería que le diera un paro cardiaco? ¿Qué se suponía que debía hacer con eso?
—Es un gusto conocerlos a todos —. Hicieron una reverencia, una forma elegante de decir que sólo inclinaron su cabeza unos treinta grados. Después de todo, cada uno de ellos era un heredero y portaban la misma importancia a nivel social.
Se hizo un silencio incómodo, con el sonido de Arcane picoteando el metal de la ventana, cuando Blaise (el menos estirado de todos) sacó una pila de cartas de azul medianoche:
—¿Alguien quiere jugar Snap explosivo?
...
—¡¿Cómo es posible que nunca hayas jugado Snap explosivo?!
Harry se encogió de hombros.
—A mi hermana nunca le ha gustado realmente jugar ese tipo de cosas, así que nunca lo he hecho.
Zabini estaba listo pero empezar a reclamar pero Nott lo interrumpió:
—¿Tienes una hermana?
La mente de los tres Herederos comenzó a recordar los titulares que cada año llegaban a sus padres: Lamentamos la muerte de los señores Potter y su hija mayor.
—Claro, mayor... ¡Oh! ¿También ustedes creían que estaba muerta?
—Es lo que dice cada año en el periódico ¿sabes?
—Pues alguien hizo un muy mal trabajo de investigación. Arabella nunca murió —Harry bufó cómo si la sola idea fuera ridícula.
Draco estaba a punto de hablar cuando el fuerte ruido de la puerta siendo azotada al abrirse por la fuerza lo interrumpió. De pie con una postura desgarbada esperaba un chico de piel pecosa y cabello rojizo desordenado.
—¿Han visto a Harry Potter? Escuché que está en este vagón del tren—preguntó bruscamente. Hizo una mueca de asco cuando miró a Malfoy sentado ahí.
Harry gimió de angustia internamente. ¿Por qué ese chico ruidoso y maleducado lo estaba buscando? ¿Y quién en todo el tren había dicho que él estaba aquí?
—¿Para qué lo quieres Weasley? —cuestionó Draco burlón. —¿buscando alguna conexión importante para tu pobre, pobre familia?
¿Weasley? ¿Weasley? Ropa desgastada, cabello despeinado, pésima forma de estar de pie. Harry numeró cada uno de los datos que sabía de ellos: Familia sangre pura que aunque conservaba su asiento en el Wizegamot había perdido todas sus riquezas por cosas un tanto turbias hacía ya unos años: Acusaciones de fraude y tráfico de pociones a muggles. Desde entonces se habían aliado con Dumbledore (según los cientos de periódicos que Arabella había encontrado) y le apoyaban en todo. Como fuera, Harry no quería a alguien cuya familia fuera tan cercana a ese viejo.
—¡No te importa Malfoy! ¿Por qué lo haría la opinión de un sucio mortífago como tú?
Ay no, la palabra con M. Cuando Harry vio que Malfoy estaba a punto de sacar su varita, intervino.
—No lo hemos visto ¿satisfecho? —respondió con voz aburrida. —Ahora vete.
La mirada de desprecio que le dio fue inquietante. Cuando se fue azotando la puerta otra vez, Harry soltó un suspiro. ¿Qué pasaba con esa gente? Le recordó tanto a su primo que golpeaba o rompía cualquier cosa cuando estaba molesto que fue desagradable.
Tres pares de ojos le miraban con curiosidad.
—¿Qué? ¿Querían que alguien con tan pésima educación se quedara aquí? —Draco sonrió internamente —Por Merlín, cuando dijeron que era aparentemente famoso esperaba que se limitara a uno o dos adultos sin nada mejor que hacer con su vida, no a otros niños buscándome como si realmente fuera importante. Es molesto.
Le miraron con sorpresa.
—¿No te gusta ser famoso?
—Si al menos pudiera recordar porque lo soy lo me gustaría. Hasta ahora sólo sé que la gente me considera importante porque un loco quiso matarme y no pudo.
La expresión horrorizada que pusieron hizo desear a Harry poder carcajearse.
—¡¿Y crees qué eso no es importante?!
—Siendo sincero no, es decir tenía quince meses. Lo máximo que pude hacer fue llorar mientras pasaba.
Mientras le miraban con las mismas caras en blanco Harry solo se repetía: No te rías, no te rías, no te rías.
...
Una vez superaron la incomodidad inicial, Harry encontró a los tres chicos agradables. Sí, eran algo arrogantes y presumidos, pero Harry suponía que sí él hubiera sido criado en una mansión (como debería de haber sido) se comportaría de la misma forma.
También entendía que estaban aquí por quién era él: El niño que vivió o el Heredero. No por Harry, solo Harry. No importaba justo ahora, dejaría que usaran su nombre de la misma manera en la que él usaría el de los tres.
Descubrió que los Malfoy tenían raíces francesas, los Nott habían llegado de Dinamarca hacía algunos siglos y la familia Zabini era italiana. En ese sentido los Potter eran aburridos, podían encontrar a sus más viejos ancestros en los primeros anglos que habitaron tierra Inglesa. Básicamente, siempre habían sido británicos.
Los tres herederos se preguntaban qué tan grosero sería preguntarle a Harry sobre donde había estado toda su vida y sobre el incipiente poder que parecía vibrar por ser utilizado y que sabían muy bien que no venía de ninguno de ellos.
...
Estaban cerca de llegar a su destino cuando alguien azotó la puerta otra vez.
Una niña de cabello largo y alborotado les miraba con impaciencia.
—¿Han visto un sapo perdido? —les demandó con voz mandona.
—No.
—¿Están seguros? Es de Neville y lo necesita. —Harry estaba seguro de que ella estaba a nada de empezar a tronarles los dedos.
La niña se quedó parada mirándoles.
—Ya te dijimos que no lo hemos visto —La voz de Nott dejó el sonido relajado que había tenido cuando les explicaba porque su apellido era el nombre de una diosa nórdica y se volvió cortante —¿Necesitas alguna otra cosa?
—No.
—¿Entonces puedes marcharte? No te quiero aquí.
La niña los miró furiosa antes de darse la vuelta y tomar del brazo al niño rubio que había estado sollozando todo el rato.
¿Cómo era posible que pudiera llorar en público tan fácil? ¿No tenía sentido de preservación al parecer tan malditamente débil ante todos? Harry no entendía.
...
—¿En cuál casa crees quedarte?
—Puede que respete la tradición familiar y vaya a Gryffindor ¿Quién sabe?
Draco estudió la imagen de Potter. Buena postura. Ropa que aunque no era del todo tradicional, entonaba en lo que un mago respetable usaría. El halcón que estaba sobre su brazo. Los anillos en su mano derecha. ¿De verdad, de todas las casas creía que estaría en Gryffindor? ¿Con todos esos alborotadores amantes a la Luz que no sabían nada de educación ni tradición?
La sonrisa que puso inmediatamente después le hizo entender que estaba bromeando, menos mal. Sino ¿Cómo podría hacerse aliado de un Gryffindor sin que su padre quisiera desheredarlo?
—Sí Potter, como no.
...
—No puedes venir conmigo —Picotazo en la cabeza —estoy hablando en serio. Te meteré en la jaula y ellos te llevarán a un lugar donde vivirás, podrás cazar y volar libre y cuando te necesite iré a buscarte —¿Le acababa de golpear con su ala en la cara? —¡Arcane! Podrás ir a ver a Bella y dejarle cartas. —Cuando escuchó el nombre de su hermana, el ave al fin se calmó para meterla. —Claro, prefiere a quien te da golosinas, maldito pájaro convenenciero.
Zabini y Malfoy lo veían con burla. Nott los esperaba impaciente.
—Tenemos que bajarnos ya.
—Sí, sí, sí.
Harry acomodó su túnica junto a su corbata totalmente negra antes de avanzar. Fuera, un hombre gigante agitaba sus manos mientras gritaba:
—¡Primer año conmigo! ¡Primer año conmigo!
Harry se tensó inmediatamente. Primer ley de supervivencia: Jamás te acerques demasiado a alguien que puede matarte de un solo golpe.
—¿Quién es él?
—Mi padre dice que es una especie de sirviente en la escuela. No lo sé. No crea que sea importante.
Nott le dio al gigante una mirada de recelo.
—¿Y tenemos que subir a un barco con él?
Zabini enganchó su brazo con el de Theo. —Vamos ya, mejor terminar con esto de una vez. Además ¿Qué podría pasar? Estoy seguro de que si algo me sucede mi madre destruiría la escuela.
...
Subirse a un barco era una experiencia interesante. Harry lo odiaba. No era el hecho de que se tambaleara o que el lago oscuro y frío tuviera un enorme calamar dentro de él. No, no era eso. Era la falta de control. Saber que si el hombre que remaba quisiera podía tirarlos y dejarlos ahí. Harry no tenía una conexión con el agua, no de la misma forma en la que lo hacía con el fuego. Incendiar las cosas era fácil para él. Tal vez demasiado. Tuvo que serlo cuando fue la única cosa que lo mantenía a él y a su hermana a salvo cuando no quedaba otra opción.
El fuego era seguro, estaba ahí cuando nada más podía protegerlo. Cuando se sentía indefenso o furioso. El problema venía en que a veces estaba demasiado furioso. Demasiado enojado, con tantas, tantas ganas de destruir.
Pero no podía hacerlo, no con los Dursley al menos. Y era lo que más deseaba en el mundo. Cuando Vernon los tiraba al suelo y les azotaba la espalda con el cinturón pensaba en lo hermoso que sería quemarlo de adentro hacía afuera. A veces lo comenzaba y era cuando su tío les daba el suficiente tiempo para que pudieran huir. Era tan frustrante que necesitaran a esa asquerosa familia para vivir porque no tenían a nadie más. No importaba cuánto dinero tuvieran, seguían siendo dos inútiles niños.
Así que fingía y se convencía a sí mismo de que estaba bien, de que solo debían esperar a que Arabella fuera mayor para que fueran libres. Era lo que más deseaba: Recuperar todo lo que le habían quitado a él, a Bella. Lo que les habían negado para ser felices, para estar a salvo. Para no tener que aguantar las lágrimas hasta que estuvieran en el ático porque era el único lugar seguro donde podían llorar.
Mientras tanto, se había asegurado de que nadie se diera cuenta de lo que hacía o deseaba hacer. Convencer a las maestras cuando otros niños llegaron llorando por lo malo que era Harry había empezado como un reto, pero Arabella era su hermana y le había enseñado bien. Sonríe. Sonríe. Haz que te quieran. Haz que seas necesario. Hazles creer que no importa qué, ellos son los mentirosos, no tú.
Mira a todos a los ojos, no demuestres que les temes aunque lo hagas. Eres alguien grande, alguien poderoso. Eres perfecto Harry, jamás lo olvides.
El lago era hermoso. Los pocos rayos que atravesaban el cielo nublado chocaban contra el agua y le hacían brillar. Las pequeñas colinas de alrededor llenas de hojas verdes aún repletas de las gotas de la llovizna permanecían impolutas, arropando el campo. El castillo desde ahí resplandecía, grande e imponente sobre el risco.
En la otra orilla una bruja anciana de rostro severo y largas túnicas verdes esperaba. Bajaron de los pequeños botes rápidamente (Gracias a Merlín).
—Déjalos conmigo a parir de aquí, gracias Hagrid.
Los chicos más grandes entraron al castillo mientras Harry y los demás esperaron. Esa bruja era la profesora McGonagall, de quién su madre hablaba tanto en sus diarios. Les contó lo que él ya había leído: Entrarían al Gran Comedor donde se llevaría a cabo la Ceremonia de selección. Los sortearían en sus casas, con compañeros con los que dormirían y convivirían los próximos siete años. Básicamente serían su familia en Hogwarts.
—Apuesto lo que quieras a que entro a Slytherin en los primeros treinta segundos.
—Tu familia ha estado en esa casa por generaciones, sé que terminaría perdiendo.
...
¿Por qué carajos había fantasmas jugando sobre sus cabezas intentando asustarlos? ¿Y por qué todos saltaban como chapulines cuando los veían? ¿Eran tan fáciles de asustar? ¡¿Y por qué se burlaban de su altura?! ¡Harry no era tan pequeño!
...
El castillo solo podía describirse como mágico. Cientos de antorchas de fuego eterno ondeaban sobre las densas paredes de piedra labrada. El techo era un cielo estrellado, con Orión y Lupus brillando en su interior. Harry sentía como el poder fluía de cada parte, de cada esquina del lugar. Destellando con fuerza. Llamando y cantando. Era tan hermoso.
En un taburete cerca de la mesa donde estaban los profesores sentados había un muy viejo sombrero: El sombrero Seleccionador. De cuero partido de aspecto grasoso, Harry creía que apenas lo levantaran se caería a pedazos. De pronto, abrió una boca que no sabía que tenía y cantó.
Por Merlín santo ¿estaban tratando de dejarlo sordo?
Oh, podrás pensar que no soy bonito,
Pero no juzgues por lo que ves.
Me comeré a mí mismo si puedes encontrar
Un sombrero más inteligente que yo.
¿De verdad podría comerse a sí mismo?
Así que pruébame y te diré
Dónde debes estar.
Puedes pertenecer a Gryffindor,
Donde habitan los valientes.
Su osadía, temple y caballerosidad
¿Gryffindor? Harry no quería ir con ellos. De alguna forma esperaba poder separarse de lo que habían sido sus padres y entrar en esa casa solo lo reforzaría. Quería ser algo más allá de lo que los otros esperaban que fuera. Y sinceramente, Harry quería una entrada sorprendente ¿Qué lo sería más que no ser un león de oro y carmesí?
Puedes pertenecer a Hufflepuff,
Donde son justos y leales.
De verdad no temen el trabajo pesado.
O tal vez a la antigua sabiduría de Ravenclaw,
Si tienes una mente dispuesta.
¿Harry era justo y leal? ¿Tenía una mente dispuesta?
O tal vez en Slytherin
Harás tus verdaderos amigos.
Esa gente astuta utiliza cualquier medio
Para lograr sus fines.
¿Amigos? ¿No aliados? Harry no había tenido un amigo en toda su vida. Claro, había tenido a su hermana. También a todas las compañeras de Bella que la acompañaban y le decían a él lo bonitos que eran sus ojos. Incluso estaba Cass que a veces le revolvía el cabello (Harry lo odiaba) y lo defendía de niños mayores como un favor a Arabella. Pero jamás un amigo propio. No era que a Harry le importara. Esos niños nunca lo habrían entendido.
Uno a uno, cada niño pasó adelante llamados por la profesora McGonagall y se sentó en un banco alto mientras le ponían el sombrero. Después de un tiempo, abría su rara boca de raja recta y gritaba.
—Abbott, Hannah.
—¡Hufflepuff!
—Bones, Susan.
—¡Hufflepuff!
Algunos tardaban más que otros. Segundos, minutos. ¿De verdad se metía a sus mentes?
—Boot, Terry.
—¡Ravenclaw!
—Granger, Hermione.
—¡Gryffindor!
¿Cuántas personas mágicas podían haber en una generación?
—Malfoy, Draco.
El chico rubio caminó con la pose erguida y la mirada al frente. Lucía tan arrogante. Apenas pusieron el sombrero sobre su cabeza gritó:
—¡Slytherin!
Era tan obvio. Con Theodore Nott fue lo mismo, aunque con él el sombrero sí ocupó unos pocos segundos más.
El gran comedor era un gran escándalo. Las personas de cada mesa vitoreaban como si hubieran ganado la copa de un Mundial. Por cada niño Gryffindor alguien explotaba un pequeño cañón del que salían papelitos brillantes. Cuando la profesora McGonagall al fin dijo su nombre (Sí era sincero, ese Potter, Hadrian sonó un poco vacilante), se hizo un silencio asombroso. Duró exactamente veinticinco segundos hasta que empezaron a susurrar:
—¿Hadrian? ¿Su nombre no era Harry?
—¿Puedes ver su cicatriz?
—¿No crees que es muy pequeño?
—¿Será poderoso?
—¿Crees que nos cuente como venció a quien tú sabes?
Harry se sentó mientras sentía como el sombrero le cubría los ojos. Olía a cuero curtido. Era agradable.
—¡Ah! ¡Joven Potter! Me preguntaba cuándo podría conocerlo.
Harry sintió la intrusión de esa magia en su mente. Está bien. No lo quemes. No lo quemes. No te dañará. Repetía el mantra en su cabeza.
—Tranquilo, joven Hadrian. Tan solo veré lo necesario. ¿Mmnn? Ahhh —el sombrero soltó un pequeño suspiro, sonó sorprendentemente triste. —Veo valentía y fortaleza. Mucha, mucha fuerza. Eres leal, pero solo con una persona. Así que descartamos Hufflepuff. Eres muy inteligente ¿no es así? Pero no es con un fin erudito. Quitamos Ravenclaw. El fuego de tu espíritu sería alabado por los Gryffindor, pero me temo que no aprueben tus métodos o formas de pensar y terminen aislándote. Dime, ¿Qué es lo que más quieres?
—Quiero libertad. Estar a salvo. Quiero todo lo que este mundo pueda darme.
—¿Y qué estás dispuesto a hacer por ello?
—Lo que sea.
—¿Incluso si significa pasar sobre los deseos de otras personas?
—Nadie se interesó por mi antes, nadie más que Bella ¿por qué debería preocuparme por ellos?
—Oh, joven Harry... ¿Quieres poder? ¿Todo el mundo mágico?
—Solo quiero lo que me quitaron. Nada más.
—Quiero ponerte en donde sé que progresarás. Donde aprenderás como ser mejor, más listo, mejor conectado. ¿Lo aceptas?
—Lo hago.
—Espero joven Harry, que puedas lograr lo que te propones. Hay fuerza en tu interior. Poder mágico.Hazlo, alcanza la grandeza. Así que te asigno a ¡Slytherin!
...
Severus Snape llevaba casi una década dando clases. Maestro de pociones, el más joven en la historia de Hogwarts. Había estado nervioso toda la ceremonia de Selección.
No lo demostró, por supuesto. Sería una vergüenza y era algo que no podía permitirse.
Sabía que no era el único: el director miraba de un lado a otro mientras acariciaba su barba blanca. A Severus le lastimaba contemplarlo, no por lo que hacía si no por como lucía, con túnicas brillantes que eran dañinas a la vista.
Hoy al fin vería al hijo de Lily, después de tanto tiempo. ¿En qué se habría convertido? ¿Sería una copia de lo asqueroso que fue su padre en los años de escuela? ¿O en cambio sería como su madre?
Dumbledore jamás le había dicho dónde estaba. No es que él hubiera preguntado demasiado tampoco, no cuando había sido su culpa por no resistir que Voldemort había descubierto su ubicación y asesinado a su familia. ¿Sería arrogante y presumido, creyendo que podía hacer lo que quisiera sin consecuencias? Esperaba que quien fuera que lo hubiera criado, le hubiera enseñado a comportarse y no tener la cabeza llena de fama insoportable.
El hijo de Lucius entró a su casa con el niño Nott. Lo esperaba. Las niñas Bulstrode, Greengrass y Parkinson. Hubiera sido una burla si no fueran Slytherin.
Cuando escuchó el Potter, Hadrian de Minerva se tensó. Los ojos de Dumbledore brillaban con anticipación. Seguramente lo imaginaba, vestido en oro y carmesí. Siendo lo mismo y más de lo que habían sido sus padres. Más de lo que había podido ser Lily.
El niño lucía... Bien. Tal vez un poco más pequeño de lo que había pensado. Pero miraba al frente, no se encogía pese a todos los susurros alrededor. Se sentó de forma correcta, como lo había hecho el niño Malfoy.
Cuando pasaron cuatro minutos y el sombrero no dijo nada, la gente comenzó a ponerse nerviosa. Y cuando gritó ¡Slytherin! se escucharon copas de vidrio (en las que estaban bebiendo los profesores) caer con un ruido sordo. Cientos de pequeños trozos de cristal brillante rebotaron unos contra otros sobre la alfombra cerúlea.
Los gemelos Weasley (a quienes estaba seguro daría detención sin que pasara esta semana) activaron las bombas de confeti y la mesa de Gryffindor vitoreó antes de entender que Potter no estaba en su casa.
Aunque lo más desconcertante (si a Snape se le permitía opinar) no fue el profundo silencio que se hizo inmediatamente después, sino el hecho de que fuera roto por el aplauso de dos personas: Draco Malfoy y Theodore Nott. Lo hacían de pie, con expresiones serias, aburridas. Pero en sus ojos, la satisfacción destellaba y deslumbraba a quien fuera capaz de reconocerla.
Se regocijaban en el gusto de algo que había salido exactamente como ellos habían querido.
Cuando le hicieron un sitio a Harry a su lado en la mesa para que se sentara junto a ellos, y después cuando Blaise Zabini (también recién sorteado en la casa las serpientes) se aproximó y el pequeño Potter le habló sin siquiera dar una mirada a los Gryffindor ni a Ron Weasley que miraba a los Slytherin con traición, Dumbledore entendió que algo había salido muy mal.
Muy, muy mal.
Y debía solucionarlo.
...
Harry estaba un poco confundido ¿en serio todas las demás personas habían pensado que estaría en otra casa o porque sentía la mirada de odio de un montón de niños carmesí en su espalda?
¡Ni que hubiera matado a sus padres, por Merlín!
Tampoco esperaba que fueran tan inteligentes, es decir, habían creído que un bebé de quince meses había sido el salvador del mundo mágico ¿Qué tan tonto se debía ser para creer eso?
Los chicos mayores en la mesa le veían con recelo, como si preguntaran porque el famoso niño estaba sentado con ellos. Aunque, cuando vieron las manos de Malfoy y Nott sobre sus hombros, sintió como le evaluaban, de arriba hacia abajo. Su mirada pasó a brillar con curiosidad.
No es que eso fuera evidente a plena vista, por supuesto que no. Pero Harry había crecido con Arabella, y mientras que para ella era tan fácil como echar un vistazo para entender lo que sentían las personas, Harry no tuvo esa suerte. Así que ambos se sentaban en un banco en medio de los parques mientras Harry jugaba a entender a las demás personas. Por cómo se paraban, que movimientos hacían, que miraban y cómo caminaban. No era un experto, claro que no. Pero sabía lo suficiente para darse cuenta de que la mayoría de las personas a su alrededor creían que no pertenecía a esa mesa.
No dejó de sentirlos a su espalda, ni cuando siguió la selección, ni cuando la cena empezó.
Había tanta comida, más de la que había visto junta en toda su vida. Pollo con champiñones y pato a la naranja, pasta con verduras y cientos de pequeños panecillos con glaseado. Galletas de canela y pastel de calabaza y chocolate. Harry sintió en su interior, que podría llorar.
La mesa de Slytherin estaba en silencio mientras todos comían.
—Hablaremos en la sala común —Fue lo único que dijo una chica mayor de destellante piel oscura antes de sentarse.
Se escuchaba el ras ras de los cuchillos rozando contra la porcelana del plato cuando alguien cortaba algo. Harry repetía constantemente las normas de etiqueta mientras metía un trozo de pato en su boca: Postura correcta en el asiento, sin balancearse. No hablar con la boca llena, ni beber hasta que haber tragado el bocado. No hacer ruido al comer. Mantener labios y manos limpias. Arabella siempre había sido firme con respecto a ello, incluso tomó (o robó) un set de cubiertos para mostrarle cómo hacerlo. Ahora entendía porque era útil.
De pronto, sintió un dolor terrible en su frente. Punzante. Como si cientos de agujas se enterraran en cada espacio de su piel. Harry tomó una respiración, está bien, se dijo, estás bien, estás bien. Cerró un momento los ojos, por debajo de la mesa apretó los puños, enterró sus uñas en la piel de sus palmas. Estás bien, estás bien. Cuando volteó hacía la mesa de profesores, dos hombres le miraban: Uno de túnicas negras y cabello largo, otro con turbante que parecía nervioso. Miró al segundo, atentamente. Y el dolor se fue.
—¿Estás bien? —Malfoy susurró sin voltear.
—Lo estoy. —Ya podría preguntar quién era ese hombre más tarde.
Cuando todos terminaron de comer y estaban listos para irse, el director alzó el volumen de su voz: —Tengo unos pocos anuncios que hacerles para el comienzo del año: Los de primer año deben tener en cuenta que los bosques del área del castillo están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos también deberán recordarlo. —El anciano miró directamente a la mesa de Gryffindor —El señor Filch, el celador, me ha pedido que les recuerde que no deben hacer magia en los recreos ni en los pasillos. Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso. Los que estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben ponerse en contacto con la señora Hooch. Por último, quiero decirles que este año el pasillo del tercer piso, del lado derecho, está fuera de los límites permitidos para todos los que no deseen una muerte muy dolorosa.
¿Muerte dolorosa? ¿Qué exactamente pretendía Dumbledore al decir eso en un lugar lleno de estudiantes curiosos? ¿Llamar a una cacería del tesoro?
Los chicos y chicas mayores se miraron, lucían molestos. Se pararon y se fueron. La chica que les pidió silencio en la cena se puso frente a ellos y les dijo:
—Todos los de primer año síganme, nuestra sala común está en las mazmorras. Hay que bajar. —Caminaron a través de los pasillos mientras ella continuaba hablando, el frío comenzaba a sentirse al empezar a bajar las escaleras —Howgarts puede resultar confuso y cambiante, para evitar perderse deben de seguir los trozos de jade verde que hay incrustado en cada muro; solo son visibles para nosotros. La primer semana habrá un prefecto que les acompañaran a sus salones. Después irán por su cuenta.
Llegaron a una pared cualquiera hecha de la misma piedra pulida que había en todo el castillo. Cercana al techo estaba una serpiente de jade, ojos de obsidiana. —La contraseña de esta semana es Veneno de basilisco.
Apenas la susurró, cada uno de los trozos de la pared se movió formando poco a poco un portal, sonando igual a cuándo caía granizo sobre el pavimento, cientos, miles de pequeños pedazos de hielo sobre el suelo: Era la entrada a su sala común.
Y era tan preciosa, de un estilo clásico, victoriano. Harry estaba seguro de que así era como se suponía debía lucir una de las salas de estar de la Reina. El suelo de mármol brillaba con la luz de las antorchas. Los sofás y sillones eran de piel negra, detalles en plata y oro blanco. Cada mueble hecho de madera de ébano: mesas, estantes, sillas acolchonadas. La alfombra esmeralda parecía arropar el centro de todo. Una chimenea ardía en el fondo; sobre ella, un estandarte con el escudo de Slytherin colgaba perezoso. En el techo, un candelabro ondeaba con el fuego eterno. Había amplios libreros en cada uno de los extremos contrarios. Tableros de ajedrez en las esquinas. El vidrio de las ventanas que daban al lago negro estaba entintado en el color de las olivas. Todo aquí gritaba dinero y buen gusto, solo lo necesario para los hijos de las personas más influyentes de toda la Gran Bretaña mágica.
Los diez nuevos integrantes que eran parte del año de Harry se sentaron en los sillones paralelos a la chimenea. Chicos mayores convocaron cuatro sillas a un lado de esta, se presentaron como Luca Tremblay y Arya Yaxley, prefectos de quinto; los mellizos Écarlate y Jacques Beaufort, de séptimo.
La chica mayor se paró frente al fuego:
—Mi nombre es Gemma Farley, soy su prefecta de sexto año junto a Noah Carrow —Un chico de largo cabello negro atado en una colega alzó la mano —Entiendo que estén agotados así que iré al grano: Bienvenidos a Slytherin, la casa de las serpientes. —Una pequeña ronda de aplausos que sonó casi condescendiente fue dada por los mayores —Esta será su segunda familia por los próximos siete años. Dormirán, estudiarán y harán amigos aquí. Muchos de ustedes son herederos, así que su primer lealtad está con su sangre; pero la segunda está en estas mazmorras, con su casa.
—Como Slytherin tenemos estándares y esperamos excelencia. Buenas calificaciones, obtener puntos. Podrán venir a nosotros con cualquier duda o problema que tengan. Si se sienten flojos en una materia pueden pedir tutorías. Apoyo en la biblioteca, lo que sea siempre que superemos las expectativas. —Empezó Carrow con voz seria —Tenemos normas. —Se puso de pie lentamente —La primera y más importante es que trabajamos como un sincitio. Básicamente todo se reduce a ella. La unidad de casa está por encima de todo. No me malentiendan, puede haber conflictos entre nosotros y es muy seguro que los habrá, pero todo debe quedarse aquí. Cruzando esa puerta —señaló hacia donde se había abierto el portal —no peleamos entre nosotros, no intentamos sabotearnos. Tenemos suficiente de eso con las demás casas. Deben saber que no tenemos la mejor reputación en Hogwarts, hay alumnos que adoran intentar lastimarnos, especialmente a los primeros años —les dio una mirada evaluándolos, Harry sintió como tardó un poco más con él —Esa es la razón por la que jamás deben caminar solos, vayan en parejas, grupos. Siempre estén acompañados. No permitan que los acorralen. Lo mejor sería que aprendieran uno o dos hechizos de defensa, ya saben, por si las dudas.
—Deben entender que las demás casas creen que somos malvados, una especie de pequeña secta que adora el mal o una ridiculez parecida —Jacques rodó los ojos—. Y actúan en consecuencia en ello. No sólo los alumnos, sino también algunos de los profesores. Así que si van a hacer algo usen un poco del cerebro que estoy seguro de que tienen (o no estarían aquí) y no permitan que los atrapen o les quiten puntos. Merlín sabe que nos esforzamos y llevamos seis años ganando la copa de las Casas. Si llegamos a perderla por culpa de algunos de ustedes... —la chica Beaufort solo sonrió, ese solo gesto fue más amenazante que todo el discurso que acababa de dar su hermano.
Harry tomó una nota mental: no hacer enojar a Écarlate Beaufort.
—Si de verdad sienten que odian a alguien de su casa con la fuerza apasionada de un Gryffindor por favor no destruyan la sala común, allá —señaló una puerta en la esquina —está la escalera que lleva al sótano, que fue acondicionado como una sala de duelos. Úsenla, no maten a nadie de Slytherin. Si matan a alguien de otra casa, no acepten la culpa y échensela a alguien más. Aunque de todas formas nadie —hizo énfasis —nadie que no pertenezca a aquí puede o debe entrar a ésta sala. Nada de darle la contraseña a otras personas. ¿Entendieron? O sus cuerpos aparecerán colgados de la Torre de astronomía.
Ay, Como que Jacques también era un poco intimidante ¿no?
—Cómo recordatorio, se da un plazo de dos meses a los nacidos de Muggles para saber si son sangre sucia o no. —la chica Yaxley sonrió —después de ese tiempo, puede comenzar su diversión.
—Y nunca lo olviden, la sangre importa pero la habilidad importa más. No crean que por portar un título son mejores en magia que otros. Si lo son, demuéstrenlo. Si no, dejen de avergonzarse. Cada uno de ustedes representa a esta casa, tómenlo en cuenta antes de hacer cualquier cosa. —Dijo Tremblay.
Gemma Farley dio un rápido aplauso.
—Y bueno, eso fue todo de manera resumida, en el pizarrón de ahí —señaló una tabla de corcho casi vacía que colgaba de una de las paredes vacías de la sala octagonal. —estarán los anuncios, resultados, los horarios los damos mañana y también se cuelgan. Está nuestro contador de puntos; cualquier persona, ya sea que los gane o pierda, será anotado automáticamente.
—Como sea, chicos síganme. Las niñas irán con Gemma. —Noah comenzó a caminar, subió las pequeñas escaleras de mármol. —Los primeros cuartos son de los años mayores, para protección más que nada. Alguien de diecisiete siempre peleará mejor que alguien de once. Hogwarts decidió que habría dos cuartos ya que son seis. Puede haber máximo cuatro personas por habitación. Repártanse cómo quieran.
Harry se quedó mirando. Sabía que lo más correcto sería dividirse en tres y tres y que los otros tres herederos no se separarían. Estaba listo para irse con los dos chicos que no conocía cuando sintió una mano en su hombro.
—Potter irá con nosotros —dijo Draco con voz firme —Goyle y Crabbe pueden dormir juntos en el otro.
Carrow le dio una mirada extrañada pero no dijo nada. —Si eso es lo que quieren. Bueno, tienen baños propios en cada habitación. El desayuno empieza a las siete y termina a las nueve. Tomen su sueño reparador jóvenes príncipes —les dio una sonrisa mordaz. —Hasta luego.
Apenas se tomó la decisión, sus nombres fueron grabados en una placa de plata reluciente que estaba junto a la puerta.
Entraron rápidamente. Era preciosa. Siendo sinceros, todo lo que Harry había visto hasta ahora lo era.
Cuatro camas con dosel estaban empotradas contra cuatro de las seis paredes que formaban el cuarto. Justo frente a la puerta del pasillo estaba un muro hecho completamente de cristal que dejaba ver el lago Negro en toda su magnificencia. Draco y Blaise tomaron las camas más próximas, Harry fue por la del fondo izquierdo. Theo simplemente resopló y se tiró en la que quedó.
Harry se sentó. Sábanas y edredones oscuros con pequeñas almohadas esmeralda. Base de ébano. Pequeños burós a cada lado. A la derecha una mesa pequeña; a la izquierda un armario. Cortinas de terciopelo colgaban de broches en plata.
Era perfecto.
Harry sacó lo que usaría cada día y lo acomodó en los pequeños estantes sobre la mesa. Libros que usaría en la escuela. Plumas y tinta. Rollos de pergamino.
Dentro del baúl dejó todo aquello que sabía no tenía permitido traer pero aun así trajo. Un pequeño libro de hechizos oscuros de defensa que habían robado hacía unos meses de una casa abandonada cerca de la estatua del Rey Eduardo VIII. Tratados de pociones y herbología que no eran exactamente legales. Harry entendía que si alguien lo encontraba con ellos podría multarlo e incluso llevarlo ante el ministerio. Era ridículo que prohibieran toda una rama de la magia sólo porque un grupo de idiotas le tenía miedo. Pero él no podía hacer nada y mejor era que no lo atraparan con ellos.
No sólo por el castigo que significaría, sino porque Arabella lo mataría y con justa razón. Robar esas cosas no era lo más fácil del mundo. Es decir, a veces era sencillo cuándo estaban en alguna biblioteca pública o enterrados en el medio de un páramo helado. Pero cuando los tenían escondidos dentro de un lugar habitado o alguna escuela en funcionamiento, ahí venía el problema. Harry ya no podía contar la de veces que habían tenido que correr porque un perro rabioso o un guardia enfurecido los había encontrado.
Colgó sus uniformes en el armario. Pantalones. Camisas y jerseys. Túnicas negras. Se suponía que por la noche, los elfos trabajarían poniendo los emblemas necesarios. Susurró unos cuantos encantamientos de protección sobre sus cosas. Enfatizó el baúl. Nadie, nadie más que yo puede abrirte.
Protegió cada uno de los muebles que le pertenecían. Sobre el buró dejó su varita y desprendió la funda de cuero de su brazo.
Escuchó a los otros hacer lo mismo.
Tomó la pijama que compró en el callejón Diagon y se la puso. Tomó el aceite que Bella le había hecho (una extraña combinación de Coco, almendras y esencia de violetas) y lentamente lo esparció por todo su cabello en cada uno de sus rizos. Se sentía extraño hacerlo por él mismo. Se recostó entre los cojines mullidos. Las mantas se sentían cálidas contra su piel.
Harry cerró los ojos. Mañana. Mañana todo comenzaría y él estaba preparado para ello.
...
En un lugar muy, muy lejano Arabella encontraba a una serpiente oscura, rebosante de magia y casi muerta detrás de unos botes de basura.
—Hola linda, yo voy a cuidar de ti.
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