My little Versailles

Harry Potter - J. K. Rowling
Gen
M/M
G
My little Versailles
Summary
Cuando Harry es abandonado en la puerta de los Dursley no solo está él, su hermana espera a su lado, ambos temblando y con una carta en la mano. Dumbledore los dejó ahí.Los Potter están muertos. Sirius encerrado en Askaban por alta traición, Remus sigue con la manada de hombres lobo.Solo son dos niños en el frío que acaban de ver morir a sus padres.Pero esa niña ha aprendido algo muy importante en sus cinco años de vida: los miembros de una familia se protegen los unos a los otros.Y ella hará lo posible para hacer que a Harry jamás le pasé algo malo, así tenga que sacrificar su infancia en ello.Ó, una historia donde una bebé muggle es salvada por los Potter de morir en el frío, siendo la mejor hermana mayor que Harry alguna vez pudo desear tener. ***Solo el prólogo y el primer capítulo están narrados desde la perspectiva de Arabella, Harry será el punto central de todos los demás ***
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0. Antes de Hogwarts

 

...

 

 

La tía Petunia había encerrado a Arabella y Harry en una habitación descolorida apenas llegaron ahí. Ella llevaba en sus brazos a otro bebé que no dejaba de llorar.

Arabella no sabía cómo decírselo, pero tenía mucha hambre. Solo se quedó ahí con su hermano en la cuna mientras escuchaba gritos abajo.

Cuando les fueron abiertas las puertas ya pasaba medio día. Los sentó en una mesa y le dio un vaso de agua y un pan con huevo revuelto.

No le había dado nada para Harry.

Bella sentó al bebé como pudo en la cuna y le dio un pequeño pedazo de huevo con sus manos, después comió un trozo ella. Uno a él, uno a ella hasta que lo acabó.

Arabella sentía como el disgusto de la mujer frente a ella aumentaba. Cuando le miró a los ojos se convirtió en odio.

 

—Los mismos ojos que ese anormal. —dijo con desprecio.

¿Qué era un anormal?

—Niña, el viejo dice en la carta que no podemos regresarlos. He convencido a mi esposo de que los deje quedarse y dormirán en la habitación donde estuviste antes. Pero debes ganarte tu comida. A partir de mañana empezarás a ayudar a limpiar esta casa y tú te harás cargo de ese niño.  Déjame ser clara con esto, haces alguna cosa extravagante o fuera de lo normal en esta casa y no me va a importar.

 

Arabella pronto entendió que anormal significaba mágico.

Y si ella había pensado que sí tía era mala, su tío fue peor.

Fue en las próximas semanas, cuando le dio una cachetada por haber tirado el plato que llevaba su desayuno.

Era tan pesado.

Bella había empezado a llorar. Jamás le habían pegado. Dolía tanto.

 

—¡Petunia! ¡No quiero niñas llorando mientras como! —gritó su tío mientras la volvía a golpear. Bella lloró más fuerte y Harry, que hasta el momento había estado en silencio, se soltó en lágrimas.

 

Todo ese día los encerraron en el cuarto.

Tenían hambre y sed. Ni siquiera había una cama para dormir, Arabella se recostaba en un catre y se cubría con una manta. Harry lloraba si dormía solo en la cuna, también tenía frío. Así que Bella lo acostaba con ella y lo abrazaba, tenía miedo de aplastarlo. Pero era la única forma de que su hermano dejara de llorar.

 

Cuando ni eso funcionaba Arabella solo podía escuchar los gritos de su tío:

—¡Calla a ese maldito niño o lo voy a lanzar por la ventana!

Bella temblaba cuando decía eso. Si le quitaban a Harry ¿Cómo podría protegerlo?

Así que lo cargaba, lo arrullaba como antes lo había hecho su mamá y le cantaba:

 

¿Quieres que miremos la Luna, mi pequeño tontín?

¿Por qué lloras?

Aprovecha tu vida mientras es abundante,

Mientras es luminosa

 

Harry poco a poco dejaba de llorar, seguía gritando. Bella lo abrazaba tan fuerte como podía mientras lo seguía meciendo.

 

Hablas demasiado, mi pequeño halcón,

¿por qué lloras?

¿crees que es lo correcto?

Mi libélula.

 

Por favor, ya no llores. Parecía suplicar.

Llenaba su frente de besos. Aquí estoy hermanito, estoy aquí, te cuido.

 

 

Cuando los dos baúles empequeñecidos finalmente se agradaron fue una bendición.

Bella escondió el que estaba lleno de libros lo mejor que pudo dentro del armario lleno de polvo que estaba en la habitación.

Su tía odiaba tanto la magia que si encontraba toda esa información, lo más seguro era que lo quemaría.

El que estaba lleno de ropa lo dejó fuera.

 

Pudo cambiar a Harry con ropa mucho más cómoda que todos esos retazos de tela usada que su tía le había dado. También había mucha para ella. Dejó todos los vestidos de lado, ya no había tiempo de ser una princesa.

Cambiar el pañal fue un horror que Bella había aprendido con el paso de los días. En esos momentos deseaba tanto ser mágica como su mamá para poder hacerlo.

Al final en uno de los compartimentos inferiores, Bella encontró una joya:

Montones de comida muggle. No era comida propiamente dicha, pero habían empaques llenos de barras de frutas y cereales. Papilla para bebé y biberones con leche de fórmula. Pequeñas bolsas con galletas y bocadillos con frutas secas.

Lily había pensado en una reserva que durara algunas semanas. Fue la primer vez que comieron decentemente desde que estaban ahí.

También fue cuando Arabella empezó a leer todos los libros que su madre había dejado.

 

 

Se encontró una rutina en eso, Arabella despertaba antes que todos y levantaba a Harry con ella. Los bañaba con la poca agua que Petunia permitía utilizar y lo llevaba en la cuna a la cocina mientras ella preparaba el desayuno. Como no alcanzaba la estufa, le habían permitido usar una pequeña silla.

A veces le permitían usar dos huevos y una rebanada de pan para ella. Lo repartía para los dos.

Harry había aprendido que era mejor permanecer en silencio mientras no estuvieran en su habitación. Solo miraba a Bella correr de un lado a otro con sus grandes ojos verdes.

La tía Petunia jamás les permitió acercarse a su primo. Ni tocar sus juguetes o tomar su comida.

Había días buenos en los que parecía mirar más allá del cabello rojo de Bella o el color de los ojos en Harry y les acariciaba el rostro mientras sonreía. Entonces comían bien y podía regalarles una galleta.

También estaban los días malos, donde Harry había llorado demasiado por la noche, o tal vez Bella había dejado caer un vaso de jugo, y Vernon golpeaba a la pequeña niña mientras retenía sus lágrimas. Llorar sólo aumentaba su dolor.

A veces Vernon tomaba a Harry y lo zarandeaba mientras Arabella gritaba. Incluso Petunia se ponía tensa en esas ocasiones. Terminaba por aventarles en la habitación y cerrar la puerta con cerrojo. No había comida ni agua durante todo el día.

En esos días, Arabella sentía como el odio dentro de ella crecía profundamente.

Por Vernon.

Por Petunia.

Por ese viejo de barba larga que los dejó con ellos.

 

 

El cuarto despintado pronto se convirtió en el refugio de ambos hermanos. Ninguno de sus tíos ponía un pie ahí.

Aunque también fue su prisión.

En ese lugar Harry dio sus primeros pasos y dijo su primer palabra: Bela.

Ahí la niña habló de estrellas y bosques. Recitó poemas y cantó su canción de cuna una y otra vez mientras ambos se permitían llorar.

Ahí ella leyó sobre plantas mágicas y pociones como las que hizo con Sev. Conoció de animales que podían volar, fénix, grifos y pegasos.

Aprendió que su padre era alguien importante: un Lord de dos Casas. Harry era su heredero. Sintió los anillos colgando de la cadena que se sostenían en su pecho.

Bella lloró, porque en otra vida si sus padres hubieran vivido, ella aún podría haber sido una princesa.

Después del primer año, Arabella dejó de esperar que Moony o Padfoot o Sev los rescataran.

Con ellos se fueron las esperanzas.

Y Bella también los odió por ello.

 

 

Fue inevitable tener que entrar a la escuela.

 

—Harry, tengo que irme por unas horas. ¿Está bien? Solo cinco horas. Quiero que no salgas de aquí.

—¿No salir? —preguntó el niño de poco más de dos años —¿tú? ¿Onde vas?

Era sorprendente que el leerle poemas todas las noches le diera tanto vocabulario a un bebé.

—Escuela. Tengo que.

Arabella se había levantado desde hacía muchas horas. Había preparado el desayuno de sus tíos y había subido algo para ella y Harry. Sus reservas de comida se habían acabado hacía ya demasiado tiempo. Aún tenían hambre. Pero siempre tenían hambre.

 

Bella se había cambiado. Afortunadamente no había crecido demasiado en un año y sus ropas aún le quedaban.

 

Cepilló su cabello y el de su hermano. Aún seguían suaves.

Del baúl de libros sacó pequeñas recopilaciones de cuentos con conejos que saltaban y florecillas que se movían.

Su madre había empacado libretas en blanco y colores mágicos que nunca se desgastaban.

Harry los amaba.

Bella esperaba que eso fuera suficiente para que no saliera. La única buena noticia era que su tío Vernon también se iba por las mañanas.

—Por favor, Harry, necesito que te quedes aquí. No queremos que tía se enoje ¿verdad?

—No. Shi enoja, es mala. Quelo ir contigo.

—No puedes.

—¿Ño? ¿Po qué? ¿Ya no queres? —sus ojitos se llenaron de lágrimas. Estaban en su habitación. Su lugar seguro para llorar.

—Te quiero mucho. Mucho, mucho. De Sirius a Orión.

Harry abrió los ojos con sorpresa.

—¿tanto?

—Si, por eso quiero que te quedes aquí. No quiero que te pase nada.

El niño abrazaba fuertemente a su hermana.

—¿pometes no tardarte?

—Sí.

Harry finalmente se quedó tranquilo con la promesa.

Cuando su tía la vio usando un vestido no dijo nada.

 

—Más vale que no hagas nada extraño niña, un solo problema y te las arreglas con Vernon—le amenazó. Ella aun parecía no entender que Bella no tenía magia.

Fue su tío quien la dejó frente a la escuela. La acera estaba llena de niños con sus madres. Algunos estaban llorando.

 

Arabella entró caminando lentamente. Sostuvo las correas de la mochila con ambas manos. La espalda recta como Sirius le había enseñado. Una pequeña sonrisa.

Vio las intenciones de las demás personas. Ni buenas ni malas, solo neutrales. Eso estaba bien. En su mano estaba un papel que su tío le había dado antes de bajar el coche.

 

Key Stage 1

Año 1

Arabella J. Potter

Salón 4 C

 

Buscó el salón y se sentó.

La maestra sólo vio a una pequeña niña de largos cabellos rojizos y opacos ojos de cielo. Una chiquilla tranquila, con buenos modales y amable. De suave sonrisa.

Automáticamente la prefirió. Notó su buena memoria. Su rápida forma de aprender.

También vio su delgadez, la forma en la que parecía encogerse cuando un adulto levantaba la mano demasiado rápido. Pero era 1982 y estaban en una escuela cerca de los barrios obreros de Londres. No era extraño que los niños no comieran lo suficiente, o que los golpearan.

Así que hizo lo único que pudo hacer: le dio libros más avanzados y una manzana con una galleta en los recreos.

Cuando se dio cuenta de que sólo comía la mitad y le preguntó por qué lo hacía, sólo le respondió:

—Para mí hermanito.

Tenía unos ojos tan inocentes. A la maestra le dolió un poco verlos. Le dio dos manzanas.

Arabella aprendió muchas cosas:

 

Si ponía una expresión lo suficientemente triste, la gente mayor podía ayudarla. Vio la tristeza rodeando a las señoritas en la escuela. Intentaba comportarse lo mejor posible. Bajando la mirada. Dejando que vieran sus ojos un poco llorosos. Consiguió pequeños plátanos y panecillos. Una botella de agua.

Los otros niños también podían ser un poco tontos. Algo flojos. Si Arabella hacia sus trabajos, ellos le daban parte de la comida que traían de sus casas.

 

 

Su maestra le dio libros más interesantes. Sabía que tenía que aprender cosas aparte de las mágicas porque ella no podía hacerlas. Agradeció el conocimiento.

En los recreos comía un poco de lo que le daban y guardaba el resto.

Cuando llegaba a la casa siempre encontraba a Harry tirado en el suelo mientras dibujaba. Ahora tenía montones y montones de hojas con una bola roja con puntos azules y otra negra más pequeña con puntos verdes. Harry decía que eran ellos dos.

Le limpiaba las manos con el gel que aún quedaba de los baúles y lo sentaba en el catre para que comieran. Dividía la comida. Como Harry aún no tenía suficientes dientes, tomaba una cuchara y aplastaba la fruta. Se la daba de poco a poco. Las galletas las partía en pedazos muy pequeños.

Las maestras nunca preguntaron mucho sobre la familia de Arabella. Tampoco pidieron su presencia en la escuela.

Cuando fue día de la madre Bella no hizo ningún regalo. Tampoco lo hizo el día del padre. Ensayó la canción que debía de cantar.

Nadie vino a su presentación.

Su maestra la vio sola cuando los demás niños abrazaban a sus familias.

—¿Dónde está tu mamá Arabella?

—Está muerta señorita.

 

 

—Disculpe señorita, ¿Cómo puedo conseguir uno de esos? —señaló los rompecabezas.

—¿quieres uno para ti?

Bella negó.

—para mí hermanito.

Harry estaba comenzando a aburrirse estando todos los días solo en el cuarto. Así que Arabella puso su mejor rostro triste y esperó.

Le costó varios días. Tal vez dejó que una o dos lágrimas salieran mientras la señorita veía.

Pero una semana después su maestra llegó con varios rompecabezas, fichas con letras y libros de colorear. Todos estaban algo viejos y desgastados. No importaba.

—encontré estas cosas en la dirección. Son recursos que ya íbamos a tirar, no te preocupes por regresarlos. Dime ¿Cómo se llama tu hermano?

Bella decidió que estaba bien decirle un poco. No vio ni sintió cosas malas.

—Se llama Hadrian, ese es su nombre elegante. Le digo Harry, es su nombre para la familia. Va a cumplir tres años. Es el niño más bueno del mundo.

 

 

—Maestra ¿hay una forma de que los niños de tres años también vengan a la escuela?

—¿quieres que tu hermano te acompañé?

Bella asintió.

—No me gusta que se quede solo.

—Hay algo llamado Nursery, hay uno a unas calles de aquí. Tu hermano podría estar ahí pero cuesta dinero.

—¿Cuánto?

—muchas libras.

—¿no hay forma de que sea gratis? ¿Cómo esta escuela?

—déjame investigar algo.

Pero Arabella lo vio en su aura. No había manera.

 

 

Fue la primera vez que Bella se equivocaba con algo. Unas semanas antes de terminar el ciclo escolar, la maestra llegó con unos papeles.

—Si tu tutora firma esto, tu hermano podría asistir el siguiente ciclo.

Era una beca de asistencia.

Bella abrazó a la señorita. Era la primera vez que lo hacía con un adulto, desde su madre.

—Muchas gracias.

Ella nunca sabría la cantidad de favores que su maestra, la señorita Hesse, tuvo que pedir para que fuera posible.

 

 

Arabella esperó a que fuera uno de los días buenos para darle los papeles a su tía. Su aura se sentía triste. Era perfecto.

—¿Qué le dijiste a tu maestra para que te diera eso?

Bella notó como su tía comenzaba a enfadarse. Bajó la mirada.

—Solo le dije que te cansaba mucho de cuidar a un niño como Harry —dijo lentamente, no perdió de vista el aura – dije que te esforzabas demasiado, pero era difícil cuidar a dos niños pequeños. Quería ayudarte tía ¿Me equivoqué? Perdóname.

 

El enfado de su tía volvió a cambiar por pena.

—A veces te pareces tanto a mí hermana. Dame esos papeles.

 

 

Jamás esperó que el tío Vernon se enojara tanto.

Sintió el golpe del cinturón en su espalda.

—¿Es que quieres hacerme quedar mal con todos? ¡Maldita mocosa! ¿Mi familia recibiendo apoyo del gobierno? ¡Maldita sea!

Otro golpe.

Otro.

Y otro.

Bella se repetía en su cabeza:

No llores.

No llores.

No llores.

 

Vio a su tío. Enojado. Siempre estaba tan enojado.

—Puedo decirle a la maestra que ya no la quiero. Si te parece bien.

No habló. Solo siguió golpeándola. Harry estaba durmiendo. Bella solo podía pedirle al destino que no se despertara.

—No queda de otra más que aceptar que vaya el niño Vernon, nos veríamos aún peor si no lo dejáramos.

—¡Maldita sea!

Al final se arrastró a su catre. Cerró la puerta con el seguro.

Y lloró.

De dolor, por su espalda.

De felicidad, porque su hermano no estaría solo con su tía de humor cambiante y su tonto hijo.

 

 

—Tú también vas a ir a la escuela ahora.

—¿Contigo?

—No. Vamos a ir a escuelas diferentes, pero te voy a ir a dejar y después voy a ir por ti. No puedes irte con nadie más ¿entiendes?

—Si. No ise con estraños. Pero ¿po qué no la misma ecuela?

—Porque tú eres chiquito y yo grande.

—¿Cómo Betelgeuse es más gande que Meissa?

 

Arabella le había estado enseñando las constelaciones. No podían verlas como ella hizo con Sirius, pero le mostraba donde estarían en el cielo y también en los libros que había traído su mamá. Orión era su favorita hasta ahora.

—Exacto. Y vas a conocer a más niños y niñas. Y también te van a dar comida. Tienes que comerlo. Tampoco debes hacer nada malo. ¿Está bien? Eres un buen niño Harry. Solo se amable y sonríe. Cualquier problema me lo dices. No importa que sea ¿Entiendes?

Harry asintió con los ojos brillando.

La mayoría ropa que Lily había metido en los baúles ya no le quedaba. Así que Arabella hacia extrañas combinaciones con algunas de las prendas más grandes y la suya propia de cinco años. Tal vez le colgara un poco a Harry de algunos lados, pero era mucho mejor que la horrible ropa vieja de su primo que su tía le había dado.

 

 

—¿tu mami no pudo venir a dejar a tu hermanito? —le preguntó la maestra en la entrada del Nursery.

—Mi tío dice que ya soy una niña grande y puedo venir a dejarlo maestra —Arabella miró a la mujer. Sonrió lentamente. Pestañeó rápidamente.

El aura de la maestra cambió a algo más dulce.

Internamente, Bella sonrió con gusto. La tenía.

—Siempre y cuando te vea desde lejos está bien.

—Sí maestra, él está ahí —señaló un carro muy parecido al de su tío. Después se hincó en el suelo. Dejó caer la sonrisa de amabilidad y puso una sincera. Abrazó a Harry y él la envolvió por el cuello fuertemente.

 

—Te quelo Bella.

Y le dio un beso en la mejilla.

 

 

Harry fue un éxito en su escuela. Parecía que los hermanos Potter podían hacerse querer por todas las personas menos sus tíos.

Las cuidadoras arrullaron cuando le vieron. Cabello negro grueso y largo hasta la barbilla. Brillantes ojos esmeralda y espesas pestañas. Un niño de revista.

Tal vez un poco más pequeño y delgado de lo normal. Uno que otro moretón en la espalda y las piernas si hubieran visto bajo la ropa.

No lloró ni gritó. Escuchó atento a su maestra.

Cuando fue hora de comer no dejó nada en el plato. No vieron cómo escondía parte en su mochila. Tomaba los juguetes y los materiales con cuidado.

En el momento de la siesta se durmió, aunque se despertó rápidamente apenas lo tocaron.

Siempre sonrió. Aunque le costó acercarse a los otros niños.

 

 

Fue en el invierno de ese año, que Harry empezó a tener estallidos de magia accidental. Levitó sus colores. Hizo crecer su manta desgastada. Rompió el vidrio de su habitación en una de sus raras rabietas.

Arabella hizo hasta lo imposible para que sus tíos no se dieran cuenta.

 

 

Un día en la tarde cuando ambos hermanos estaban en su cuarto, un Harry de cuatro años preguntó:

—¿Por qué no tenemos mamá ni papá?

—Teníamos, pero murieron.

—¿Murieron?

—Sí ¿recuerdas a la mariposa del jardín fuera de la escuela? ¿Cómo ya no se movía, como si estuviera dormida?

Harry asintió.

—¿Eso pasó? ¿durmieron y no despertaron?

—Sí. Fue hace mucho cuando eras bebé. ¿Los recuerdas?

—No. —Bella sintió la tristeza. —¿nos querían?

—¡Claro que sí! Ve.

Ella corrió por el álbum de fotos. Le mostró la foto de cuando nació.

Un Bella de cuatro años sonreía a la cámara moviendo la cabeza con un James con un bebé Harry en brazos y Lily estiraba la mano sobre el hombro de su hija.

—Estos son mamá y papá. Y este eres tú.

—¿Así de pequeño era?

—Si. Sigues siendo pequeño.

Harry frunció el ceño.

 

 

Había días peores que malos. Reservados para cuando el tío Vernon llegaba especialmente enojado. O donde ambos niños le recordaban se veían especialmente parecidos a Lily, según Petunia. No la Lily que fue su tierna hermanita, sino la Lily que la abandonó por un mundo de magia.

En esos días donde los golpes no eran suficiente, Vernon tomaba a Harry y lo aventaba en el pequeño armario debajo de las escaleras, lleno de arañas y polvo. Sin una sola ventana y sumido en la mas profunda y triste oscuridad.

Después los tres se iban.

Era un castigo por partida doble. Harry lloraba hasta quedarse sin voz por el miedo, mojaba sus pantalones mientras una y otra vez gritaba:

—¡Bella! ¡Bella! ¡Ayúdame! ¡Bella!

Arabella no podía hacer nada. Demasiado pequeña y débil para romper la puerta o abrir la cerradura. Golpeaba una y otra vez la madera hasta que sus manitas sangraban y lloraba.  Se sentía tan inútil.

—Aquí estoy Harry. Perdóname. Perdóname. Aquí estoy. Siempre estoy aquí. Jamás me iré. Harry. Harry. Harry. Mi pequeño halcón.

¿Era divertido? Para Vernon y Petunia ¿de verdad fue divertido llegar a su casa y encontrar a una niña con el cuerpo lastimado durmiendo fuera de una puerta llena de manchas de sangre, sabiendo que había otro niño aun mas pequeño del otro lado, que temblaba de frio y estaba muerto de miedo?

¿Por qué lo hicieron?

¿Por qué no pararon después de la primera o de la segunda vez? ¿Por qué siguieron haciéndolo hasta que ese niño ya no cupo en el armario?

 

—¿Por qué murieron? —preguntó Harry otro día.

—Para cuidarnos.

—¿Cómo?

—Ellos podían hacer magia como tú. Hubo una persona mala. Entró a nuestra casa. Quiso hacernos daño.

—¿cómo el tío Vernon y la tía Petunia?

—Peor.

—¡Peor! ¡¿Por qué?!

—No lo sé. —dijo Bella triste —supongo que era muy tonto. Pero papá y mamá nos cuidaron de que no nos hiciera daño. Eran muy buenos papás.

—¿Se llamaban mamá y papá?

Bella rió.

—¡No! Se llamaban James y Lily. Teníamos abuelos, pero también murieron.

 

 

En uno de los días raros en los que Arabella salió a comprar algo sin Harry pasó algo horrible.

Entró a la casa y escuchó el familiar sonido del cinturón golpeado a alguien. Junto a los gritos de su tío.

—¡Maldito fenómeno! ¡A ver si con esto aprendes a no ser un asqueroso anormal como tus padres! ¡Mocoso!

Su primo se reía mientras su tía sonreía. Harry estaba encogido en el suelo.

Arabella tomó impulso y se arrojó sobre el brazo de su tío.

 

—¡deja de pegarle a mi hermano! —gritó mientras sostenía la mano que agarraba el cinturón —¡Harry corre! ¡Corre! ¡Enciérrate! ¡Harry!

 

Su tío salió de la impresión y golpeó a Bella en el rostro. La tiró al suelo. Harry se levantó como pudo y corrió a las escaleras.

—¡También tú asquerosa bastarda! ¡Deberían estar agradecidos de que los deje vivir en mi casa y comer mi comida!

El cinturón chocó contra su cuerpo.

Su espalda.

Sus brazos.

Sus piernas.

Cuando no fue suficiente la pateó.

Harry sintió como el enojo hervía dentro de él. Odiaba a su tío. Lo odiaba. Odiaba a su tía. A su primo. Odiaba esta casa.

¿Cómo se atrevía a patear a su hermana?

—¡Deja a Bella! ¡Le haces daño!

—Harry… No… —la escuchó murmurar.

—¡Deja a mi hermana! ¡Déjala!

Vernon levantó la mirada a tiempo para ver cómo las cortinas de toda la sala se incendiaban.

Su primo chilló. Sus tíos corrieron por agua para apagar el fuego.

Fue tiempo suficiente para que Harry ayudara a Arabella a llegar a su habitación. Cerró con el pestillo.

Bella se quedó en el catre. Le costaba respirar.

Harry quería llorar.

—Bella —le tomó la mano —hermanita. ¿Hermanita, que hago?

—está bien. Estoy bien. Déjame descansar. Estoy bien. ¿Me cantas?

Esa era su forma de decir: Tengo miedo, me duele. Tengo tanto, tanto miedo. Pero no hay nada que puedas hacer. Así que solo canta nuestra canción de cuna.

Así que Harry cantó y cantó. Su suave voz de niño pequeño.

 

“Sentado en tu cama, con una aureola en tu cabeza,

¿era todo un disfraz, como en la secundaria?

Donde todo era ficción, futuro y predicción

¿Dónde estoy ahora?

 

Cuando Bella se durmió, Harry le descubrió el vientre. Estaba morado. Tenía un moretón con la forma de la suela de un zapato.

Sabía que la espalda estaría peor. La suya le ardía y sólo le habían dado unos pocos golpes.

Su hermana. No era justo. Ella no había hecho nada. Él no había hecho nada.

Harry puso las manos en su hermana y deseó que se curara.

Por favor mejórate. Eres mi hermanita. Te quiero. Te quiero. No me dejes. Perdóname. Mejórate. Mejórate.

 

Él estaba llorando.

Ni siquiera tenía cinco años y estaba ahí, tratando de quitarle el dolor a su hermana. Rogándole a lo que fuera, que le respondiera. Que lo ayudara.

Sintió algo cosquilleando en su cuerpo. Ese algo vibró en sus manos. Una luz salió de ellas y llegó a su hermana.

Poco a poco, los moretones de Bella comenzaron a aclarar. De pronto, ella inhaló aire bruscamente. Como si hubiera estado debajo del agua ahogándose y hasta ahora le permitieran respirar.

 

—¡Sí! ¡Sí! —dijo Harry emocionado. Magia. La magia le había ayudado.

Él jamás lo sabría, pero esa primera magia voluntaria había evitado que el pulmón de Bella se perforara por las costillas que el tío Vernon le había roto al patearla. Había salvado su vida.

 

 

Fue en septiembre de 1985 cuando al fin Bella y Harry asistieron a la misma escuela.

Arabella convenció a su tía de que no era necesario que su tío los fuera a dejar. Había dedicado su verano a aprenderse las rutas del transporte público y estaba decidida.

—Así mi tío no tiene que perder el tiempo desviándose y puede llegar a tiempo a su trabajo. Sería más barato que nos des unas cuentas libras a la semana para el camión en vez de gastar en la gasolina del coche. —bajó la mirada —si te parece bien. Por supuesto.

Bella sintió las emociones de su tía. Cada vez era más fácil reconocer las unas de las otras.

Era tan fácil.

Si tan solo su tío no estuviera tan furioso con ellos todo el tiempo…

No sólo había aprendido eso en el verano.

Tenía que hacer muchas cosas:

Primero, ella y Harry necesitaban ponerse sus vacunas. Su tía jamás se había preocupado por ello y Bella había leído que habían enfermedades que podían ser mortales. Junto a eso, se había dado cuenta de que su hermano no podía leer los anuncios que estaban a más de un metro de distancia. Tenían que revisarlo.

Segundo. Había descubierto de que los niños no podían hacer magia hasta antes de los dieciocho y eso era indignante. Necesitaba que Harry pudiera practicar de alguna forma porque había más grietas en la ventana de las que podía contar y la cinta estaba dejando de funcionar.

Tercero. Los libros de su madre se estaban acabado y Bella quería entender cuál era la gran diferencia de la magia oscura y la de luz y porque Harry aprecia no tener ni una ni la otra. ¿Cómo encontraría información mágica en el mundo muggle? Aún no lo sabía. Además, quería libros de Historia que profundizaran más en el tema y saber por qué rayos la gente pensaba que oscuro era lo mismo que malo.

¡Que hasta ella que no era mágica sabía que eso no era así!

Y cuarto. Cass, uno de sus compañeros de escuela (y mejores clientes de trueque tarea—comida) le había dicho que en el mercado cerca de la biblioteca Central había vendedores de frutas y verduras o comida callejera que le daban empleo a niños a cambio de alimentarlos.

Era una realidad que necesitaban comer mejor. Es decir, no estaban tan mal como deberían pero sí estaban mal.

Por más trueques, manzanas que le diera la señorita Hesse y sobras que le regalaban los Dursley, seguía sin ser suficiente para dos niños en crecimiento. No era normal que pudieran contar sus costillas, ni que Bella no hubiera crecido más que unos centímetros o que Harry fuera tan ligero.

 

 

Arabella tomó a Harry de la mano y lo llevó a su salón. La señorita Hesse seguía dando clases a los niños de primer año, así que sabía que su hermano estaría seguro con ella.

Ella en cambio, descubrió lo que sería una de las grandes pasiones de su vida: las acrobacias.

No era que tuviera tiempo, dinero o una condición física óptima para practicarlas. Pero dar vueltas y vueltas en el aire era una forma magnífica de liberar su mente cuando se sentía abrumada.

 

 

El Centro de Salud Comunitaria al que entraron se veía de un poco desgastado, con la pintura cayéndose en algunas partes y con mayor apariencia de amarillo, contra el blanco que alguna vez fue. No era algo de extrañar, estaban más cerca de Stockwell que del barrio de clase media en el que vivían con sus tíos.

Había sido un largo camino desde la escuela. El lugar estaba casi vacío. Arabella llevaba en sus manos las Cartillas de vacunación de ambos.

Cuando la recepcionista los pasó con el médico de turno Bella empezó a sentirse nerviosa. ¿Qué haría si llamaban a su tía?

 

—Quería saber si es posible ponernos las vacunas que nos hacen falta, si no es molestia doctor. —dijo la niña lentamente. Su hermano estaba sentado en la otra silla frente al escritorio.

 

El doctor, un médico pasante que esperaba los resultados para iniciar su residencia, asintió.

—Debo hacer una revisión rápida, le parece señorita…

—Potter.

 

El doctor tomó nota del peso y la estatura. Vio los moretones y las marcas de golpes en la piel de ambos niños. Y recordó el montón de reportes que había hecho tan solo en ese último año a Servicios Infantiles. No habían resultó siquiera uno.

Decidió que no valía la pena intentarlo. Al menos los infantes frente a él parecían inteligentes.

El doctor empezó con la mayor, solo faltaban refuerzos de tétanos, difteria y tosferina. La dosis anual de influenza.

Con el menor tardaron más. Segunda dosis de sarampión, rubeola, parotiditis y varicela. Última dosis contra la poliomielitis. Influenza estacionaria.

El niño no soltó la mano de su hermana, pero ni siquiera dejó salir una lagrima.

Ese no era el lugar seguro para que Harry pudiera llorar.

 

El doctor salió un momento y regresó con una caja, le tendió unos sobres de suplemento alimenticio —debes mezclar una cucharada de este polvo con un vaso de agua, no importa si es del grifo, de estas —le pasó unos frascos de vitaminas —es una pastilla en la mañana. Deben tomarlo todos los días. ¿Entiendes? —Bella asintió —¿puedo hacer algo más por ti?

—No puede ver bien.

El hombre garabateó una nota.

—Dáselo a la enfermera.

 

La señorita los pasó con el oftalmólogo. Tenían suerte de que estuviera aquí, les informó. Él dijo que Harry tenía miopía. Solo tomó el mismo armazón redondo genérico que tenían cientos de personas y le unió las lentes adecuadas.

También expresó que debían de regresar con él cada año para revisar el aumento. Que no se preocuparan, el costo de esos lentes era cubierto por el seguro.

Fue la primera vez en la que Harry vio el mundo tan claramente.

 

 

Harry jamás había estado en un lugar tan lleno de gente, con tantas personas, ruidos y colores.

Se concentró en sentir la mano de su hermana sobre la suya mientras caminaban. Habían recorrido varias veces el lugar.

Sabía que Bella buscaba algo. Algo que él no podía ver porque no era especial de la misma forma en la que lo era ella. Pero estaba bien. Ese algo era lo que los mantenía a salvo la mayoría de las veces.

Cuando se pararon frente a una anciana que vendía empanadas y crumble de manzana, su hermana enderezó un poco su postura, inclinó un poco el rostro y sacó su sonrisa ensayada.

Lo habían encontrado.

Fue relativamente fácil convencer a esa señora de que los aceptara. Un pequeño pestañeo por ahí. Una voz titubeante por allá. Harry sabía que eran encantadores. Todo el mundo se los decía.

Bella tomaba la canasta con los distintos tipos de empanadas e iba de puesto en puesto ofreciéndolas. Harry ponía el dinero en una pequeña bolsa de tela azul.

Cuando regresaban con la anciana, la señora Cauley, esta seguía tejiendo en su banco. Repetían lo mismo uno y otra vez. A veces tenían que ir a lugares especiales: Llevarle media tarta de manzana al señor que vendía carnes y una docena de aperitivos de cordero a la señorita en su camión de verduras. Al terminar el día se les permitía tomar dos empanadas cada uno y compartir un trozo del postre.

Harry sentía que estaban en el paraíso.

 

No siempre podían ir al mercado. A veces su tía les decía que debían limpiar la casa más de lo que normalmente lo hacían. Así que Bella los llevaba inmediatamente y pasaban el día fregando los pisos y haciendo montones y montones de comida.

 

Cuando a Bella la mandaban sola a hacer recados era cuando su primo aprovechaba para molestarlo. Harry de verdad trataba de recordar lo que decía su hermana sobre no ceder a provocaciones. Pero era tan fácil ceder. No podía quemar a sus tíos sin que fuera a notarse. Con Dudley era diferente, solamente necesitaba desearlo demasiado. Aparecía una piedra que lo hacía tropezar. Su comida estaba anormalmente caliente. La tía Petunia sólo podría quejarse de lo torpe que era su lindo bebé.

Escuchó a su primo correr por la escalera. Después como caía con todo el rostro en el suelo. Harry sonrió.

Su hermana al final siempre se daba cuenta de lo que hacía. Al estar en su habitación lo abrazaba.

—mientras no se den cuenta, has lo que quieras. Y repara el vidrio de esa ventana, por Merlín.

Por supuesto que no se darían cuenta, Harry ya era un niño grande.

Se suponía que hacer magia antes de ser mayor era ilegal. Jamás nadie vino a buscarlos por todo lo que él hizo. Tal vez simplemente era otra mentira.

 

 

Bella se acercó a la anciana mientras Harry contaba las monedas.

—Disculpe señora Cauley, ¿le importaría enseñarme a coser?

 

 

Arabella encontró el primer libro mágico en el mundo Muggle casi por accidente. Es decir, jamás se le había ocurrido ir a la biblioteca pública que estaba a unas calles de la parada del camión. Y no habría hecho si no fuera por el leve destello de magia oscura que sintió.

Fue casi un chiste que hubiera textos sobre maldiciones en medio de los libros de literatura fantástica desgastados ¿Qué hacía eso ahí?

Sabía que desde Grindelwald, la magia oscura se había ganado una reputación de ser mala, así que había habido una quema masiva de libros con esa información. Muchos habían sido escondido por familias antiguas en sus mansiones de forma ilegal. Jamás había considerado que muchos hubieran venido a parar a este mundo. Y menos que estuvieran tan a la vista de cualquier persona.

Así que pasó sus tiempos libres buscando más libros, primero en esa biblioteca y después en todas las que estaban en esa área de la ciudad.

 

Fue en una extraña casa que parecía abandonada donde Arabella encontró un montón de periódicos antiguos llamados  El profeta. Fechados en julio de 1982, decían celebrar el aniversario de la derrota de Lord Voldermort, que pasaría a ser llamado quien tú sabes, gracias a la contribución heroica de Harry Potter, el gran y afamado Niño que vivió.

¿Qué diablos?

 

 

A finales de 1987 fue cuando la anciana Cauley les regaló un Jersey de punto a cada uno. Color verde esmeralda con retazos plateados. Incluso se tomó una foto con ambos parados junto al destartalado árbol de navidad que pusieron los vendedores ambulantes.

Les acarició lentamente el cabello a ambos con sus blancas manos huesudas y les dio una sonrisa con los pocos dientes que le quedaban.

Al final les entregó una pequeña cesta con empanadas de ternera y un poco de pastel.

A lo largo de los más de dos años que habían trabajado con ella, habían logrado que les tuviera cariño.

—Harry, Arabella. Ojalá tengan una buena navidad. —Empezó lentamente—tú —dijo poniendo una mano sobre el hombro de Bella —sigue siendo tan buena niña como siempre y tú —puso la otra mano en Harry —Has caso a tu hermana ¿está bien? Si le permiten a esta anciana darles un consejo, sigan cuidándose entre ustedes. Las demás personas pueden ir y venir. Pero la familia siempre está para apoyar. —Sonó a una despedida.

La señora Cauley murió esa noche.

Ambos fueron y dejaron rosas que cortaron del jardín de su tía, mientras la tierra cubría su ataúd.

 

 

Cuando Harry cumplió ocho años fue cuando al fin pudo controlar su magia lo suficiente para poder arreglar su ventana. Arabella estaba confundida porque en ninguno de los libros (ya fueran de su mamá o de los que había robado) decían que era común que los niños pudieran hacer magia no verbal y sin varita tan fácil.

Aunque después de pensarlo tuvo lógica para ella. Si sólo les permitían a los infantes usar varitas hasta los once años, era porque debían manejar la magia sin ella primero ¿no es así?

La magia de Harry era hermosa para ella, parecida a la que salía de las tumbas de su familia. Pura.

Aunque con una predisposición al fuego, al calor.

Servía mucho cuando ambos estaban muriendo de frío en el catre que compartían.

 

 

Harry y Bella devoraban libros constantemente. Ansías por aprender, por ser mejores. Por encontrar alguna manera que los pudiera sacar de esa casa maldita.

Brillaban en el colegio. Los profesores esperaban grandes cosas de ellos. Buenas calificaciones. Excelente conducta. Sonrisas tiernas que ensayaban para complacerlos. Desde que obtuvieron más comida, Bella había insistido en que debían mejorar su condición física. Así que Harry corría mientras Arabella daba saltos tras saltos mientras reía. Le parecía una cosa tan bella.

Harry odiaba un poco hacerlo. Pero su hermana se veía tan feliz que sabía que valía la pena.

 

No sólo estudiaban los libros de la escuela. Harry leía todo lo que su madre les había dejado. Empezó por los textos fáciles. De comprensión rápida. Y fue subiendo el nivel. Pociones. Historia de la magia. Encantamientos y trasfiguraciones.

Bella intentaba enseñarle todo lo que había aprendido con el paso del tiempo. Robaba libros cada vez más complejos de los lugares más bizarros de Londres. Cada vez era más fácil poder distinguir los retazo de magia que la llevaban a ellos.

 

Siempre encontraba ensayos sorprendentes: La magia, ya fuera oscura o de luz, tenía grandes rituales ligados a las festividades y a la propia alma de cada persona. A ambos les gustaba aprenderlos.

Arabella sabía que esas cosas no eran malas aunque los libros más actuales dijeran lo contrario. Después de todo, había sido con uno de esos ritos que su madre había podido salvarlos.

 

 

 

Su primo se había vuelto más agresivo conforme crecían. No era que se vieran mucho. La tía Petunia insistió en que su pequeño bebé debía de asistir a una escuela privada, y no a la degradante primaria en la que estaban sus sobrinos.

Pero cuando estaban solos, él quería hacerle daño. Iba y le gritaba a su madre que Harry era un bastado holgazán. Que merecía un castigo.

Su hermana siempre intentaba salvarlo de eso. Corría a dónde estaban los gritos y lo escondía detrás de ella mientras aceptaba los golpes.

Pero no siempre podía salvarlo. De todas formas no sería justo que lo hiciera. Harry jamás se lo permitiría.

Juntos tenían una gran colección de cicatrices y huesos que no habían sanado correctamente.

 

 

 

 

Después de esa primera vez sanando con magia, Harry se volvió un experto curando moretones y las peores cortadas. Bella veía como cada vez, la magia de su hermano comenzaba a liberarse un poquito más.

Estaba tan orgullosa de él.

Fue entonces cuando empezaron juntos a leer los diarios de su madre, desde que supo que era mágica hasta sus días en Hogwarts.

Se convirtió en algo que siempre se hacía, todos los días antes de dormir. Era la única forma en la que podían sentirla a su lado. Como sabían que no los había abandonado.

 

 

Encontrar trabajo en el mercado después de la muerte de la dulce anciana no fue difícil.

Fueron de puesto en puesto. Cargaban cajas de fruta y limpiaban platos de cerámica guardados en papel periódico. Ayudaban a cobrar en los caramelos y tiraban el desperdicio que sacaba el carnicero.  Cortaban las verduras de las cocineras de un pequeño restaurante y lavaban sus platos.

En los veranos corrían de un lado a otro llevado conos de cartón llenos de pescado y papas fritas.

Les daban comida, y a veces uno que otro penique.

En sus mejores semanas eran capaces de juntar una libra completa.

 

Esos adultos tampoco preguntaron por los moretones en su rostro y brazos, o porque a veces les costaba respirar un poco.

Harry entendió que no les importaba, al menos no lo suficiente.

Aunque los más amables les regalaban un poco de crema que eliminaba los golpes, o tal vez una pastilla para aliviar el dolor.

Les daban una palmada a la espalda y decían:

—¡A seguir trabajando!

 

 

Arabella aprendió el arte de comprar ropa usada. Cualquier cosa era mejor que lo que los restos que su tía les daba, de prendas que alguna vez les habían pertenecido a su primo a al tío Vernon. No importaba cuanto ella intentará ajustarlo a sus cuerpos o cuánto dobladillo metiera en los tobillos o en la cintura, seguía quedándoles gigante.

La señora que vendía la ropa fue muy clara:

—Ayúdenme a desempacarla y a volverla a guardar y yo les doy cada prenda a mitad de precio.

Si sabias buscar, era fácil encontrar joyas ocultas. La paciencia era una cualidad que Harry y Arabella había aprendido con el tiempo.

Habían pantalones apenas usados y camisas que se arreglaban con unas cuantas puntadas. Suéteres tejidos de colores opacos que seguían viéndose bien.

Arabella había enseñado a Harry a coser para que pudiera corregir sus propias ropas.

 

 

Seguían habiendo días buenos y días malos en casa de sus tíos.

Los malos solían abundar. No importaba lo temprano que se levantaran para empezar a limpiar la casa y hacerles de comer, cuanto se esforzaran por lavar platos, fregar el suelo y desyerbar el jardín. Siempre había algo que los hacía enojar.

Hubo un momento en el verano antes de que Bella cumplió doce años, en el que su tía la golpeó por cualquier cosa. Jamás creyó posible poder recibir tantas bofetadas.

Ella no lloraba. Solo se le quedaba viendo mientras aceptaba los golpes y la furia rugía en su sistema. Su tía veía insistentemente a la ventana.

Arabella entendió que esperaba al búho con la carta.

Obviamente jamás llegó.

Cuando su tía entendió eso, tuvo uno de los mejores días que los hermanos pudieron recordar.

Los llevó a comprar una bola de helado, tal vez fue la más barata que vendían, pero se agradeció.

También al fin les trajo una cama con dos mantas para sustituir el catre que los había acompañado más seis años.

 

 

Ambos hermanos tenían días buenos… Días preciosos.

Donde podían escabullirse al patio por la noche y se recostaban en el césped para sentir la suave brisa nocturna mientras veían las estrellas.

Arabella seguía mostrándole una y otra vez todas aquellas que se podían apreciar.

—Alnilam es mi estrella como Alnitak es tuya, Harry.

—¿Y Mintaka?

—Esa es de los dos. Cuando estemos separados y te sientas solo, mírala. No importa donde esté, yo también la estaré viendo.  Nos mantendrá juntos, tanto como ese cinturón une a Orión.

Harry amaba esos días, porque era cuando Arabella se permitía hablar de una bella mansión de losas blancas y velas de oro que alumbraban los corredores. De un padre que los tomaba a ambos en sus brazos y una madre que les cantaba hasta dormir.

Le contaba de un hombre lobo que leía poesía en los días y lloraba en las noches de Luna llena, junto a un gran perro de largo pelo negro, que le había enseñado todo lo que sabía sobre el cielo.

Hablaba de carreras en escobas que volaban y bufandas doradas con carmesí que ondeaban con el viento.

Era en esos días en los que Bella lloraba y gritaba y dejaba caer todos los gestos falsos y las sonrisas ensayadas. Donde Harry solo podía abrazarla y decirle que jamás se iría. Donde él también lloraba, por la familia que merecía y jamás había podido tener.

 

 

Cuando Arabella entró en la secundaria, Harry pasaba más tiempo solo entre las horas en las que él salía de la escuela y la esperaba para ir juntos al mercado.

Encontraba un callejón apartado y practicaba su magia. Él sentía como cada vez lograba más control. Como vibraba dentro de su cuerpo después de cada intención y se convertía en lo que deseaba: Abrir puertas. Encender una luz en la oscuridad. Prender fuego a las cortinas. Restaurar el vidrio roto. Juntar todo el polvo en un montón.

Era asombroso.

Bella insistía en que no confiara totalmente en ella. No había importado lo poderosos que fueron sus padres, ambos murieron como las personas comunes.

Su hermana cambiaba poco a poco. Pasaba un poco más de tiempo con sus compañeros de clase, especialmente con Cass. Uno de sus mayores clientes de trueque. Y el maldito jefe de una pandilla de carteristas.

Harry odiaba cómo él le sonreía.

No es que fuera un hermano celoso. Por supuesto que no.

 

 

La etiqueta fue de las cosas más aburridas que Harry pudo aprender. Sonreír. Modales. Buena postura. Formas de disculparse. De hacer reverencias. Él entendía. Era el heredero de dos casas nobles importantes. La cosa más ridícula del mundo. Podía morir de hambre, pero tenía dos títulos.

Su hermana decía que se veía encantador. Él quería gritar. Y no solo eran tontos modales. Había estatutos sobre la sangre según su ascendencia. Como si fuera una especie de perro con pedigrí.

Bella decía que el verdadero arte era parecer genuino mientras por dentro deseaba quemar el mundo. Pretender ser la persona más amable del mundo mientras por dentro deseabas enterrarles un cuchillo en el pecho una y otra vez. A veces ella era tan aterradora.

 

 

 

 

Arabella llevaba sonriendo toda la mañana y Harry no sabía por qué.

Cuando subieron a su habitación antes de irse al mercado lo entendió.

Fuera de la ventana había una lechuza picando el vidrio. En su pata había un papel con algo grabado con letra alargada y cursiva:

 

Para Hadrian James Potter.

En la habitación pequeña y compartida.

 

Su carta había llegado.

 

 

 

 

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