
Capítulo 3. La paloma mensajera provoca un infarto a Harry.
A pesar de su total disgusto inicial, tía Petunia había cumplido las peticiones de Harry; acceso a tres comidas al día, ninguna asignación de tareas domésticas y ningún tipo de contacto físico. No obstante, la situación tanto para Vernon como para Dursley no había sido tan placentera.
Dudley no entendía porque ahora su primo estaba fuera de los límites, unos límites que durante tanto tiempo sus padres siempre habían pasado por alto. Por primera vez en su vida, Dudley era al que castigaban si decidía molestar a Harry, y no era una situación nada agradable. Con el paso del tiempo y unos cuantos castigos sobre su cabeza, Dudley decidió que ya no merecía la pena correr el riesgo para atormentar a su primo y a partir de ese momento la existencia de Harry fue reducida a nada en su diminuto cerebro.
En cuanto al tío Vernon, fue un tema algo más peliagudo. No era para nada como la tía Petunia. Con el control actual de sus poderes, Harry definitivamente todavía no podría enfrentarse a él. Aún así, el chantaje pesaba sobre sus cabezas como un hilo ardiendo y para la tía Petunia no había nada más importante que los vecinos no descubrieran la monstruosidad viviendo bajo su techo. Por lo que, mientras que tía Petunia anduviera cerca, no dejaría que la violencia y los ataques escalaran mucho.
A partir de ese momento, fue vital para Harry evitar quedarse a solas con su tío bajo ningún concepto. No fue algo difícil de lograr, teniendo en cuenta que tía Petunia era un ama de casa ejemplar que jamás dejaría solo a su marido cuando este estuviera en casa.
En resumen, la nueva situación de Harry era lo mejor que había sido en años. Sin tareas engorrosas como hasta limpiar la última mota de polvo de la casa o encargarse del jardín bajo el sol abrasador, por fin podía dedicar su tiempo exclusivamente al estudio y al desarrollo de sus habilidades mágicas.
Su tía, para ser una persona con una aberración total a todo lo posiblemente mágico, tenía mucha información para compartir con él. Ese día había sido totalmente esclarecedor para Harry. En efecto a sus divagaciones iniciales, había más gente ahí fuera como él, magos como él que podría hacer todo tipo de cosas asombrosas. No obstante, su tía no había mencionado nada de la habilidad sobre leer mentes. Harry esperaba que realmente no fuera algo muy común, no quería pasar el resto de su vida mirando al suelo. O tal vez existiera alguna forma de proteger tus pensamientos. Lo que estaba claro, es que necesitaba estudiar muchísimo.
Luego, por supuesto estaba Hogwarts. Harry estaba completamente ansioso por empezar. Un internado, bien alejado de los Dursley durante todo el año escolar, donde más magos de su edad estudiaban magia. Sencillamente era un paraíso para él. A partir de ese momento, Harry solo tendrá que aguantar a sus familiares en verano. Una vez que acabara su educación obligatoria y fuera mayor de edad en el mundo mágico, podría buscarse algún tipo de trabajo y alejarse totalmente de Privet Drive para siempre.
Tantas opciones entre las que elegir abriéndose para Harry, pero no podía precipitarse. Todavía quedará algo de tiempo para todo eso hasta que la carta de Hogwarts llegara en su undécimo cumpleaños y pudiera ir al callejón Diagon, donde conseguiría todo lo que necesitaría comprar para empezar sus andaduras por el mundo mágico, como su varita .
Su cara cuando tía Petunia se lo había contado había sido de sorpresa total, aunque en cierto sentido tenía lógica. Es por eso por lo que Harry no había conseguido dominar de todo su magia y debía depender de sus arrebatos emocionales, porque necesitaba su varita para explotar por completo su potencial.
Harry no había estado muy contento con su tía, que se había negado a llevarlo al callejón hasta que fuera estrictamente necesario. Pero supongo, que hasta su chantaje tenía un límite. Aun así, Harry podía esperar un poco más. Después de todo, había estado toda una vida esperando.
El día de su undécimo cumpleaños había llegado y Harry no había podido dormir en todo la noche de la emoción. Hoy recibiría su carta de Hogwarts, iría al callejón Diagon y conseguiría sus útiles escolares. Hoy estaría un paso más cerca de alejarse de sus estúpidos parientes y no había ningún regalo de cumpleaños mejor que ese para él.
Tía Petunia había logrado convencer a su tío Vernon de dejarlo tirado en las calles de Londres mientras ellos aprovechaban para hacer turismo como la familia perfecta que aspiraban a ser. Tendría que buscarse la vida para volver, pero no era algo que a Harry le preocupara en extremo. No le preocupaba en exceso ya que después de todo, siempre había sido él contra el mundo.
Con los ruidos escandalosos que le llegaban desde la cocina, supo que los Dursley ya estaban en marcha para el día que se avecinaba. Silenciosamente se escurrió por la puerta de su alacena, que hacía tiempo que ya no era cerrada con llave por fuera y se dirigió hacia la cocina.
Dudley ensimismado como siempre con su programa de televisión, ignoró por completo la llegada de Harry a la cocina. Por el contrario, su tío Vernon no perdió la oportunidad de dejar constancia de su aversión hacia su sobrino como siempre hacía cuando le era posible.
Espero que seas consciente de que no pagaremos ni un solo céntimo de tus estudios –La comida salió volando mientras Vernon hablaba–. Suficiente dinero nos haces pagar en ti con todo lo que comes.
Por un momento, Harry pensó en no contestar a su tío y seguir desayunando como si nada. Pero tío Vernon no solía gustarle ser ignorado, por su sobrino especialmente, así que sabiamente Harry decidió que hoy no era el mejor día para enemistarse con él. Ya habría más días para ello después de que consiguiera sus cosas.
- La preocupación mostrada es admirable tío Vernon, pero soy plenamente capaz de costearme mis útiles escolares –Un silencio sepulcral siguió a esa declaración.
- No recuerdo haberte dado nunca dinero –dijo tía Petunia con voz lenta como si no estuviera segura de que había escuchado bien la declaración de su sobrino.
- Porque nunca lo hiciste –explicó Harry mientras seguía comiendo tranquilamente su desayuno–. Pero repito, puedo costearme todo lo que necesito comprar hoy. No es necesario que os gastéis más dinero en mí.
- Seguro que es dinero robado. No se puede esperar nada más de un ladronzuelo como tú –farfulló Vernon mientras engullía dos tocinos de su plato.
- Eres libre de pensar lo que quieras sobre el origen del dinero. Lo importante es que no hace falta que pagues nada sobre mis útiles escolares.
Tío Vernon parecía como que quería seguir discutiendo, pero una mirada de tía Petunia, fue suficiente para hacerle callar. Supongo que su tía apreciaba no tener que desperdiciar su dinero en los útiles mágicos de Harry. El resto del desayuno continuó sin ningún altercado.
Harry fue el primero en acabar, y tan sigilosa como fue su llegada, también lo fue su salida. Justo antes de entrar en su alacena para prepararse, vislumbró una carta solitaria abandonada en medio del pasillo al lado de la puerta. Lentamente, y con el corazón a mil por hora, se acercó hasta la carta. Ahí, delante de él, estaba su carta de Hogwarts.
Señor H. Potter
El armario bajo la escalera
Sin perder más tiempo, cogió la carta y la escondió entre su amplia ropa, y volvió corriendo a su alacena. Puede que estuviera en términos algo mejores con su familia, pero la referencia mágica de cualquier tipo siempre les ponía bastante agresivos, y este era un momento muy especial para él.
Con los dedos temblorosos de la emoción, rasgó la carta y la abrió. Estaba escrita con tinta verde esmeralda y en ella decía:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGÍA Y HECHIZERÍA
Director: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore
Querido Señor H. Potter:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios. Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.
Muy cordialmente,
Minerva McGonagall
Subdirectora
Uniforme
Los alumnos de primer año necesitarán:
- Tres Túnicas sencillas de trabajo.
- Un sombreronegro puntiagudo para uso diario.
- Un par de guantes
- Una capade invierno.
Libros
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
- El Libro Reglamentario de HechizosMiranda Goshawk
- Una Historia de la Magia, Bathilda Bagshot
- Teoría Mágica, Adalbert Waffling
- Guía de Transformaciones para principiantes, Emeric Switch
- Mil Hierbas y hongos mágicos, Phyllida Spore
- Filtros y Pociones Mágicas, Arsenius Jigger
- Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos, Newton Scamander
- Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentim Trimble.
Resto del equipo
- 1 varita.
- 1 caldero de peltre número 2.
- 1 juego de redomas de vidrio o cristal.
- 1 telescopio.
- 1 balanzade latón. Los alumnos también podrán traer una lechuza, un gato, una rata o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE A LOS ALUMNOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS
Eran muchas cosas para procesar, pero definitivamente la que más prisa urgía era la de enviar la carta. Le desconcertaba el concepto de utilizar lechuzas para enviar cartas, pero supongo que era otra cosa típica de magos. Aunque Harry no tenía muy claro cómo sería capaz de enviar esta carta si él no poseía ninguna lechuza. ¿Quizás la lechuza que había entregado la carta todavía estaba fuera esperando la contestación?
Ese pensamiento hizo que Harry se estremeciera violentamente. Agarrando lo primero que pudo, escribió una contestación lo más rápido que pudo y salió disparado hacia fuera de su alacena. Si de verdad había una lechuza esperando fuera, sería algo que llamaría muchísimo la atención y bajo ningún concepto los Dursley podían enterarse de que tal situación estaba ocurriendo en los alrededores de su casa a plena vista. Las consecuencias para Harry serían nefastas y quien sabe si siquiera le llevarían a Londres como habían prometido.
Cuando finalmente logro escabullirse de la casa sin alarmar a sus familiares, el pánico dentro de él creció un poco más. Sus suposiciones habían sido correctas, pero eso no impidió que se quedara paralizado ante la vista que tenía delante. En efecto había una lechuza esperando, la cual se había quedado mirando fijamente su carta pobremente redactada.
Por suerte para él, todavía era algo temprano y no parecía que nadie estuviera paseando por los alrededores. Con un intento de apariencia sosegada, Harry se acercó con pasos lentos hasta la lechuza. Ante la cercanía del otro, la lechuza levantó la pata. Fue en ese momento, donde Harry pudo observar una especie de lazo puesto y supo que la lechuza estaba intentando tenderle la para que atara la carta a ella.
A Harry este tipo de medio de transporte no le entusiasmaba mucho. Las posibilidades de que la carta se extraviara o se deteriorara parecían francamente altas, pero supuso que los magos confiaban plenamente en las lechuzas.
A pesar de su reticencia, Harry decidió que cualquier otro momento sería más oportuno para ponerse a juzgar los estándares de los medios de transporte mágicos como cuando sobre su cabeza no pendiera la posibilidad de ser castigado severamente por sus padrinos.
Cuando finalmente consiguió atar la carta, la lechuza se preparó para levantar el vuelo inmediatamente, sin volver a dedicarle otra mirada más a Harry. En cuestión de segundos, era prácticamente indistinguible para sus ojos.
Cuando por fin parecía que la crisis había pasado y que podía relajarse un poco, otra voz en su espalda lo obligó a volver a ponerse en guardia.
- Chico, ¿qué se supone que estás haciendo aquí fuera? –dijo Petunia con un tono de escepticismo en su voz–. Espero que no estés perdiendo el tiempo aquí fuera haciendo algo raro, si no estás listo cuando nos vayamos a Londres, te dejaremos aquí. Tenlo muy claro.
- Sí, tía Petunia.
Los dos entraron de nuevo en la casa. Ahora, Harry podía leer por fin la carta de Hogwarts tranquilamente. ¿Había leído algo de escobas?
Unas horas después, finalmente todos abandonaron la casa para dirigirse a Londres. Sin ninguna segunda mirada por parte de sus parientes, Harry fue abandonado al lado de un bar de aspecto un tanto lúgubre que, según las instrucciones de su tía, era la entrada del Callejón Diagon.
Aprovechando la entrada de alguien más al bar, Harry consiguió colarse de forma sigilosa sin que nadie se diera cuenta de su presencia. Hasta que obtuviera un poco más de información sobre el mundo mágico, Harry no quería llamar la atención sobre sí mismo más de la estrictamente necesaria. Por más comunicativa que su tía hubiera sido con él sobre el mundo mágico, había tantas cosas sobre las que todavía poseía una gran ignorancia, muy a su pesar.
Pero él tenía muy claro que bajo ningún concepto se avergonzaría a sí mismo de esa manera. Si quería lograr grandes cosas en el mundo mágico, no podía cerrarse puertas nada más empezar por culpa de su inexperiencia.
El aspecto del bar por dentro no distaba mucho de su exterior, todavía bastante sombrío y con una iluminación bastante tenue. Realmente esperaba que no todos los lugares del mundo mágico fueran como este. Algo un poco más elegante sería suficiente para cubrir sus necesidades.
Al menos parecía lo suficiente abarrotado como para que nadie se hubiera dado cuenta de su presencia todavía. No obstante, todavía no había resuelto el problema más apremiante. ¿Por dónde se suponía que accedía uno al callejón Diagon?
Gracias a su baja estatura y su capacidad para pasar desapercibido, Harry observó desde las sombras como el hombre que había entrado a la vez que él en el bar hablaba con un hombre en la barra para después desaparecer por la parte de atrás.
Sin demorarse más tiempo, Harry lo siguió, llegando a tiempo justo para ver como una pared desaparecía en frente de sus ojos y el callejón Diagon se mostraba con todo su esplendor. Sin dejarse llevar por la emoción, por fin abandonó las sombras y se mezcló entre la marabunta de gente.
Mientras recorría el callejón, absolutamente todo le llamaba la atención. Desde las vestimentas extrañas hasta los escaparates de las tiendas. Se contuvo totalmente de utilizar su capacidad para leer la mente, por miedo a la posibilidad de ser incapacitado o peor, atrapado. Hasta que no tuviera más información sobre su poder, se abstendría de usarlo en cualquier ser mágico.
Sin dejarse desorientarse con todas las distracciones del callejón, siguió caminando hacia su primera parada en el mundo mágico. Después de tanto tiempo, Harry se sintió reconfortado ante la idea de pertenencia. Este era su mundo, el que con tanta aversión los Dursley habían intentado arrebatarlo. Pero él estaba aquí, junto al imponente banco de los magos, Gringotts.