
Draco y Theo
Tenía cinco años la primera vez que su madre le dijo que Draco estaba destinado a él. Alissa Nott descendía de una larga estirpe de adivinas y videntes. Theo la recordaba muchas veces diciéndole: "No te separes de él, no lo pierdas de vista. A Draco se le va a caer el mundo encima y necesitará que lo saques de los escombros"
Theo era un hombre de ideas fijas. Tenaz, poco hablador y muy inteligente, así le definían los maestros en Hogwarts. Sus compañeros de Slytherin lo miraban siempre de reojo porque nunca sabían qué esperar de su silencio.
Se pasó sus años de escuela compitiendo sin piedad con Malfoy y Greengrass por las mejores notas de su casa. Pero esa no era su prioridad en la escuela. Bajo su gesto impertérrito y su aparente frialdad, Theo tenía un secreto: tenía una misión, una rubia buscabroncas que empezó a sacarle canas muy joven. Tenía que proteger a Draco Malfoy.
Draco era un niño mimado, acostumbrado a conseguir todo lo que se proponía, y en sus primeros años en Hogwarts lo que quería era llamar la atención y humillar a Potter. Hasta que al final del cuarto año, Voldemort retornó.
El colegio era un caos aquella noche. Cuchicheos en el comedor, en los pasillos, gritos en los despachos, aurores entrando y saliendo. Los alumnos que no estaban vinculados a todo aquel circo fueron finalmente enviados antes de la hora habitual a sus dormitorios. Theo había observado de lejos a Draco, como hacía casi siempre. Hasta ese día, porque en el momento en el que Potter gritó al mundo que Voldemort había vuelto, al rubio se le había descompuesto el gesto y él había sabido que le necesitaba. Porque un Malfoy no podía permitirse el lujo de mostrar el pánico que había generado saber que los locos discursos de los mortífagos se iban a hacer realidad.
Ni siquiera llamó a la puerta de su dormitorio. Se limitó a entrar y cerrar tras él. Draco estaba tumbado en la cama, de espaldas a la puerta, y apenas se giró para mirarle con un intento de ceño fruncido.
— ¿Qué quieres, Nott? —preguntó con voz ronca.
— Ver como estás.
— Ya me has visto. Adiós.
Theo soltó aire en la nariz y se sentó en la cama. Con cuidado, puso la mano entre los omoplatos de Draco. El muchacho se apartó ligeramente.
—Sé que estás agobiado.
— No tienes ni puta idea.
— Oh, créeme que la tengo. Tu padre no es el único metido en este lío.
Draco se dio la vuelta con violencia y le miró con ojos hinchados por el llanto.
— ¿Lío? no se trata de una poción ilegal, Theodore. Hablamos de un psicópata desquiciado que ha vuelto prácticamente de entre los muertos.
— No puedes hablar de él así. Es peligroso.
— Mis palabras son lo único que tengo ahora. Conozco a mi padre, sé que esto es lo que ha estado esperando todo este tiempo. Y ahora no les va a detener nada.
Y tenía razón, demostró conocer muy bien a Lucius, mejor que él a su padre.
Dos años después, la noche en la que volvió de la escuela tras el funeral de Dumbledore, lo primero que hizo fue presentarse en casa de Draco. Nadie prestó atención a su figura saliendo de la chimenea, había demasiado alboroto, una auténtica celebración, así que se encontró el camino libre hacia la habitación de su amigo. Iba a tocar la puerta cuando se abrió con suavidad.
—Theodore —le saludó Narcissa con voz suave, cerrando la puerta tras ella.
— ¿Cómo está Draco?
— Como si estuviera cubierto de escombros.
Dio un respingo, sorprendido. La mujer respondió con una pálida sonrisa.
— Tu madre y yo éramos amigas, muchacho. ¿Cuidarás de él? —preguntó, con la mano en el pomo de la puerta.
— Con mi vida, señora —respondió con seriedad, sin separar los ojos verdes de los grises.
Esbozó una pequeña sonrisa y ella misma le abrió la puerta. La imagen de Draco le retrotajo a dos años atrás. Estaba tumbado, encogido, abrazándose a sí mismo. Pero esta vez no se sentó y la puso la mano en la espaldal. Se quitó los zapatos y se tumbó detrás de él, en cucharita. Le pasó un brazo por la cintura, pegándolo a él, y le acarició la nuca con la nariz.
— No pude hacerlo.
— Lo sé. Potter limpió tu nombre y acusó a Snape.
— Fui un cobarde, Theo.
— Nunca debiste estar en esa situación, los dos sabemos que era una trampa. ¿Te han castigado?
Draco sollozó y se apretó contra él. En respuesta, Theo le abrazó más fuerte.
La puerta se cerró tras Ronald. El puño que estrujaba las tripas de Draco se apretó y por un momento temió vomitar lo poco que había comido mientras ayudaba a Molly. Frente a él, Theo seguía cruzado de brazos, con una ceja alzada y los labios apretados.
— ¿Acabas de hechizarle el culo a Weasley?
— Estaba demasiado cerca del tuyo.
Draco consiguió esbozar una sonrisa. Ese era su Theo, parco en palabras, más partidario de los gestos.
— ¿Cómo estás? —preguntó con voz suave, dando un par de pasos hacia él.
— Bueno, llevo seis meses tratando de entender porqué me encontré tu anillo y una nota en la mesilla. Y cuando te vuelvo a ver estás besando a otro. ¿Cómo crees que estoy? Da gracias de que solo haya sufrido su trasero.
La sonrisa en el pálido rostro se hizo más grande y gatuna conforme se acercaba a él.
— Draco... esto no tiene gracia. ¿De qué cojones vas?
No pudo evitar reir, Theo tenía que estar muy enfadado para soltar una mala palabra, era un ejemplo de rectitud.
— Cariño... fui un idiota. Lo reconozco. Y tú un terco orgulloso, como siempre.
Theo soltó aire por la nariz con fuerza, con ese gesto que a Draco le recordaba a los dragones de los cuentos de su madre, y se pellizcó el puente de la nariz con dos dedos.
— Me dejaste sin una explicación.
— Llevábamos meses discutiendo —se defendió, poniéndose serio por fin—. Me pareció que necesitábamos espacio.
— Y ni siquiera consideraste la posibilidad de hablar conmigo del tema.
— Ni tú la de venir a buscarme.
— ¿Eso querías? ¿Que me arrastrara hasta aquí buscándote? Mierda, Draco —gruñó, mesándose el corto pelo negro—, no puedes esperar que el mundo gire siempre a tu alrededor.
El pánico aleteó en el pecho de Draco cuando vio a Theo darse la vuelta y tomar el pomo. Dio dos pasos apresurados hasta chocar con él y abrazarle por la espalda.
— Lo siento. Tienes razón, como siempre. Te he echado mucho de menos, amor. Tú eres mi mundo.
Escuchó a Theo suspirar y esperó un largo minuto con los brazos fuertemente ceñidos a su cintura, los ojos cerrados y la frente entre sus hombros.
— Me hiciste daño.
— Me disculpare el resto de mi vida si hace falta.
— En primer lugar le debes una disculpa a Weasley y a Potter —respondió, con un tono un poco más ligero.
— Igual me dan las gracias, tienen mucho que arreglar.
— Eres terrible.
Pero lo dijo a la par que ponía las manos sobre las de Draco y las subía de su cintura a su pecho.
Unas horas después, Draco trataba de evitar dormirse, abrazado a Theo. Tenía la desagradable sensación de que si cerraba los ojos, cuando despertara volvería a estar solo.
— Puedes relajarte, Draco. No voy a desaparecer en medio de la noche.
No pudo evitar reír. Cómo había echado de menos eso, tener cerca a alguien que lo conocía mejor que nadie. Y que le amaba con una lealtad infinita.
— ¿Lo has traído?
Por respuesta, Theo se limitó a coger la varita de la mesilla y hacer un accio. Una cajita que conocía bien se posó en su pecho, cerca de la mano que Draco había puesto sobre su corazón.
— ¿Sigue siendo mío? —acarició la caja con la punta de los dedos.
Theo no contestó, se limitó a levantar la mano que tenía entre las sábanas y enseñarle el que brillaba en su anular. Con dedos temblorosos, Draco abrió la caja y sacó el sencillo anillo de plata. No era oficial, porque no podían, pero era su promesa, la promesa que se habían hecho con diecisiete años y el mundo derrumbándose a su alrededor.
— No me marché porque no te quisiera, Theodore —explicó por fin, sentándose contra la cabecera de la cama—. Me marché porque habíamos llegado a un estado de crispación que me dio miedo.
— ¿Tenías miedo de mí? —le preguntó con voz estrangulada su pareja, sentándose junto a él, los ojos fijos en el anillo que Draco aún sujetaba entre los dedos.
— ¡No! Eso nunca —contestó, moviéndose para quedar a horcajadas sobre las piernas de Theo y conseguir que le mirara— Tenía miedo de haber tirado demasiado de la cuerda y que tu paciencia se hubiera agotado. Tenía miedo de que te hartaras de aguantar mis cosas, porque siempre espero que te des cuenta de que soy demasiado complicado y no compensa.
Theo le miró con las cejas bajas, los ojos verde pálido muy brillantes. Tomó despacio el anillo de su mano y lo volvió a colocar en su dedo.
— Sabía quien eras cuando te prometí que estaría contigo en lo bueno y lo malo, Draco. Mi amor es fuerte, creció conmigo y estoy seguro de que seguirá haciéndolo.
Entrelazó sus dedos y con la otra mano le tomó con suavidad de la barbilla para besarle. Con un sollozo atravesado, su pareja se abalanzó sobre él, abrazándolo con fuerza y besándole con intensidad entre lágrimas.
Lo supo antes de que llegara la noticia. Tuvo una sensación de caer y una intensa angustia se instaló en su estómago. Antes de darse cuenta, estaba corriendo por el cuartel hasta llegar a la oficina de Harry.
— ¿Dónde está hoy el escuadrón de Malfoy? —le preguntó a la eficiente administrativa, que le miró con ojos de susto cuando entró golpeando la puerta de su pequeña oficina.
La mujer tomó sus gafas sin rechistar y revisó los documentos sobre la mesa. El nuevo escuadrón estaba dividido en cuatro equipos, cada uno emparejado con un equipo de Inefables.
— Una detención en Knockturn, un sospechoso de dirigir un grupo que planea atacar muggles. El equipo de Weasley está de apoyo en la zona.
— ¿Pero quién demonios es ese tío? —masculló, mirando los papeles que le tendía Eleanora.
— Auror Nott —le dijo la veterana mujer, con voz ahogada.
Theo levantó la mirada de los papeles y siguió la dirección del índice extendido de la mujer. En la pared, la luz de alarma que llamaba a todos los aurores disponibles al vestíbulo parpadeaba como una loca.
— Mande un aviso al auror Potter, que venga.
— Está en una reunión en el ministerio. Lo intentaré, pero...
Entendió. Bajó rápidamente al vestíbulo, en busca de información. Otro de los jefes de escuadrón estaba organizando a los pocos que estaban en el cuartel en ese momento, incluídos los aurores del equipo de Theo, que acababan de llegar de dos días de misión en Lancaster.
— ¿Qué sabemos? —preguntó cuando lo alcanzó.
— Un derrumbe en Knockturn.
Acompañó a la camilla de Draco hasta la zona de evacuación, fuertemente sujeto a su mano. En su estado, la evacuación se realizaba con trasladores, así que, a pesar de la mala mirada del sanador, puso su dedo en la moneda falsa que el hombre con túnica verde había sacado de su bolsillo.
No soltó en ningún momento la mano inerte. La voz de su madre y de Narcissa resonaba todo el rato en su cabeza. Al final había sido algo literal y él no había estado con Draco para protegerlo.
— Tiene que apartarse —le dijo el sanador de muy malas maneras—. De hecho debería marcharse, no puede estar aquí, auror.
— Eso no va a ocurrir —respondió con su tono más intimidante al ver la mala mirada que el sanador estaba dando al brazo izquierdo de Draco.
— No me haga perder el tiempo. ¿Es su pareja? todo muy tierno, pero me estorba ahí, póngase contra la pared, auror, si lo que quiere es controlar que le atiendo de la mejor manera a pesar de lo que lleva en el brazo.
Obedeció a regañadientes y se cruzó de brazos contra la pared más alejada, para no estorbar. Observó detenidamente al sanador curar heridas, arreglar huesos y hacer pruebas. Más de una hora después, el hombre tapó a Draco con una sábana ligera y se acercó a él.
— El auror Malfoy irá ahora a una habitación. Va a estar bien, pero me imagino que querrá quedarse con él igualmente.
— Imagina bien.
El sanador asintió y tomó el pergamino a los pies de la cama para acabar de rellenar toda la información del paciente.
— Gracias, sanador —le dijo por fin cuando dejó la tablilla de nuevo sobre la cama de un paciente.
El hombre le miró, justo antes de salir de la habitación.
— Creo que no necesita que le diga que lo cuide. voy a ver si puedo ayudar a alguno de sus compañeros.
Y se despidió con una inclinación de cabeza, saliendo de la habitación.