
la vida real
Poco a poco. Esa era la respuesta que Harry daba, con una sonrisa, a Hermione y a Ginny cada vez que le preguntaban por su relación.
Después de años de pelearse con sus sentimientos, de tratar de convivir con el hecho de amar a su mejor amigo mientras era el mudo espectador de su relación ruinosa, su corazón había necesitado adaptarse al nuevo Ron.
No era fácil. A pesar de la buena voluntad de Ron, Harry era desconfiado por naturaleza, y los últimos meses no habían ayudado. Le había costado hacerse a la idea de que Ron realmente le amaba, porque era difícil creer que después de tantos años los sentimientos de su amigo hacia él hubieran mutado.
Finalmente había decidido ir despacio, pero por él. Se protegió, a ratos demasiado, pero es que no sabía hacerlo de otra manera, no confiaba en sí mismo ni en Ron, pasó semanas esperando que aquel arrebato acabara y las cosas volvieran a lo de antes.
Para complicarlo más, su inseguridad fue contagiosa. Al cabo de unos días de decirle que no a dormir juntos, de detenerle cada vez que los besos les hacían desear más, de esquivar las muestras de cariño en público, Ron comenzó a retraerse.
Ginny le acorraló una tarde en La Madriguera.
— ¿Qué pasa con Ron? —le preguntó a bocajarro.
Harry apretó los labios en una delgada línea y miró alrededor, buscándolo. En el jardín, Ron jugaba con Teddy y Victoire y a él se le retorció el estómago, como siempre que lo veía con los niños.
— Os he visto, Harry. Hace un rato. ¿Le has hecho la cobra a mi hermano?
No pudo evitar sonreír por la expresión, pocas personas eran más directas que Ginny Weasley.
— Mmm, ¿sí?
— Pero ¿por qué?
— Yo... no estoy preparado para que la gente lo sepa, Gin. No quiero disgustar a tus padres cuando esto...
— ¿Cuándo esto no salga bien?
Asintió.
— Harry, tienes lo que siempre has querido. Ron está feliz, pero si tú te sientes inseguro, lo vas a arrastrar.
— No puedo evitarlo, —Cerró los ojos— estos milagros solo pasan en las películas, no a mí, yo...
— Ay, amigo —le abrazó.
— ¿Qué pasa? ¿Está bien? —escuchó la voz de Ron.
Los brazos de Ginny le liberaron y fueron sustituidos por unos más largos y fuertes.
— ¿Qué he hecho mal?
Se separó y lo miró, los ojos azules le miraban llenos de angustia e inseguridad.
— No has hecho nada, Ron. Soy yo que...
— Aún no te lo crees.
— Lo siento.
El abrazo se hizo más estrecho y escondió la cara en el pecho fuerte.
— Sé lo que estás haciendo, sé que te proteges.
— Sigo esperando que te des cuenta de que no es real.
— Por eso no quieres que lo sepa la gente.
No respondió, solo apretó más la frente contra él.
— Harry, no puedo obligarte a creer en mí. Ni en nosotros. Quieres... ¿quieres dejarlo?
— ¿Qué? No, no, no. Solo necesito tiempo.
Pero cuando eres auror a veces el tiempo es un lujo. Harry recibió el aviso durante una reunión. De primeras ignoró a la lechuza que le picoteaba insistente el brazo. Se trataba de una reunión importante, con los jefazos del ministerio, que seguían poniendo en duda la necesidad de crear el escuadrón que dirigía.
De repente, la puerta de la sala se abrió y un Nott pálido como el papel se quedó mirándolo desde el hueco. Miró a la lechuza, que seguía molestándole, y de nuevo a su jefe de equipo.
— Discúlpenme, tengo que atender esto —masculló, tomando el mensaje y saliendo de la habitación sin esperar una respuesta de los presentes.
— ¿Qué ha pasado? —le preguntó a Theo mientras salían al atrio.
— Aún no está claro. Hay mucho caos.
— ¿Quiénes? —preguntó con un nudo en la garganta, porque realmente la cara de Theo lo decía todo.
— El equipo de Draco y uno de inefables. El equipo de Weasley estaba de apoyo. No sé nada de ellos, Harry, hay varios ya en San Mungo, pero los sanadores del equipo de emergencia siguen sacando gente de los escombros.
— ¿Escombros?
— Ha sido una explosión, se les ha venido una casa encima.
A pesar de que sus pies querían ir al hospital, primero se aparecieron los dos en la zona de la explosión, un edificio abandonado al final de Knockturn. Theo no había exagerado, el caos era tremendo. Había grupos de sanadores y de aurores retirando escombros por todas partes.
De repente, Nott echó a correr, con un grito. Harry le siguió sin dudar y lo vio abalanzarse sobre una camilla en la que destacaba una melena rubia.
Nott se agachó junto a la camilla y tomó la mano derecha de Draco, que parecía la parte menos machacada de su cuerpo. Se le revolvió el cuerpo, las heridas eran terribles, siguió con la mirada a la pareja que se alejó acompañada de un sanador que guiaba con cuidado la camilla.
Respiró cuando los demás jefes de escuadrón se acercaron, todos los aurores disponibles preparados para ayudar con los rescates.
— Ve a San Mungo —le dijo Patterson, poniéndole la mano en el hombro—. Cuidaremos aquí de tus hombres, te necesitarán allí.
Asintió. En ese momento no era un jefe de escuadrón, era un hombre asustado por la magnitud del desastre. Necesitó respirar hondo varias veces para conseguir calmarse lo suficiente como para no arriesgarse a dejar una parte de su cuerpo atrás.
La zona de recepción de San Mungo era un caos. Ya había familiares reclamando noticias y los sanadores corrían de un lado para el otro tratando de atender un flujo casi continuo de camillas. Volvió a respirar para concentrarse y revisar a su alrededor: ninguna cabellera pelirroja a la vista. Identificó a varios de sus hombres siendo atendidos, pero Malfoy y Nott no estaban a la vista.
Se dirigió al mostrador, tratando de aparentar calma y autoridad.
— Soy el jefe del escuadrón implicado. Necesito un recuento de heridos y una actualización de su situación.
El administrativo le miró, agobiado, tenía pinta de ser nuevo y de que aquello le venía muy grande. Suspiró y le pidió pluma y pergamino para hacer una lista de nombres, iría el mismo de sanador en sanador.
— No responda a las familias, solo enséñeles la lista de nombres que yo le traiga. Dígales que habrá un reporte cada media hora —le dijo antes de alejarse con el pergamino y acercarse al primer sanador.
Se concentró en eso, en confortar a sus aurores, hablar con sanadores, informar a las familias. Encontró a Malfoy y Nott en una de las salas. El moreno estaba apoyado con los brazos cruzados contra la pared y cara de querer matar al sanador. Pero al menos parecía que las heridas de Draco no eran graves, solo aparatosas.
Dos horas después, con la situación bajo control, toda la ansiedad que había reprimido volvió a golpearle cuando al salir a la sala de espera se encontró de frente con Arthur Weasley.
— ¡Harry! —le llamo, avanzando hasta él con largas zancadas— ¿Dónde...?
— No está aquí, Arthur. No sé dónde está —musitó bajito, mirando a la puerta por la que seguían llegando heridos.
— He oído que hay tres muertos.
Harry tuvo que reprimir una arcada. Sabía que a los muertos los estaban llevando a otra parte del hospital, pero no había tenido valor hasta ese momento para ir a verificar sus identidades. Había cinco aurores y tres inefables todavía sin localizar, los números no jugaban a su favor.
Apretó el brazo de su padre adoptivo, con una mueca que quería transmitir fortaleza.
— Voy a ver. Quédate aquí.
Caminó hasta el depósito con las piernas temblorosas y el estómago amenazando con salirse por la boca. Y maldiciendo interiormente esa mala suerte que tenía que mataba a las personas que le importaban.
Miró su propia mano cuando se apoyó contra la puerta de la silenciosa sala. Las cicatrices aún eran visibles. Su mente saltó en un momento a la mano de Malfoy, la que había aferrado Nott y por alguna extraña razón su cerebro decidió recordar que había un anillo en esa mano. Y eso le hizo sonreír, le dio una esperanza que no se paró a analizar de dónde venía.
Salió de la sala con el cuerpo revuelto. Dos de los inefables con los que llevaban trabajando los últimos meses, personas a las que apreciaba, habían muerto. El tercer cadáver era el del mago que había provocado el derrumbe.
Al volver a entrar a la sala de espera, se encontró con una imagen que le reconcilió con su propia suerte: Arthur abrazaba a su hijo. Sucio, lleno de rasguños, pero vivo.
— Es un héroe, Potter —le dijo la voz de Patterson, que se había colocado junto a él. —Lo encontramos dirigiendo tareas de rescate, ha sido el último en salir de ese sótano. Elegiste bien.
Esto último se lo dijo con una sonrisa y un guiño antes de alejarse hacia un grupo de sus propios hombres, que acompañaban a los últimos heridos. Sus pies se movieron solos hasta padre e hijo, que hablaban en susurros, la mano de Arthur aún apoyada en el fuerte hombro de Ron, con el rostro brillante de orgullo.
— Ron —consiguió articular bajito, el nudo de su estómago firmemente colocado en ese momento en su garganta.
Recibió un abrazo. Él, que no estaba herido, que se había librado. Él, que solo podía llorar de alivio, indiferente a quien los viera o escuchara.
— Solo pensaba en que había que salir de allí, que estarías angustiado, que tenía que encontrarte. Cuando el suelo se hundió y caímos a ese sótano... solo pensaba en volver a ti.
Las palabras de Ron sonaban en su oído entrecortadas también por los sollozos. Se aferró a su sucia túnica con las dos manos y apoyó la frente en ese lugar de su pecho que le permitía sentir el latido de su corazón.
Sintió las manos de Ron acariciando sus hombros y su espalda.
— Debería ser yo el que te consolara a ti —murmuró contra su túnica todavía—. Deberíamos ir a que te miraran —le dijo por fin, apartándose para revisar las heridas sangrantes en su cara y manos.
— Dame un momento —le respondió, limpiándole las últimas lágrimas con los dedos—. ¿Cómo están los demás?
— Muchas heridas. Perdimos a dos de los inefables. Malfoy fue de los más perjudicados, pero la última vez que lo he revisado estaba ya en una habitación descansando con Theo.
— ¿Tú estás bien?
Esa pregunta, que era tan innecesaria porque no había corrido riesgo, pero a la vez tan... tan Ron, que le conocía como para saber que sufriría por cada uno de los hombres a su cargo hasta que estuvieran de nuevo en pie. Y que sabía leer en su cara el miedo y la angustia que había pasado por él.
— Ahora sí.
Y le besó. Se puso de puntillas y besó a su novio, compañero, pareja... su mundo. Sin dudas, sin importarle la gente que los miraba asombrada, ni la presencia de la prensa... ni la de Arthur o la de sus compañeros aún dispersos por la sala. Le besó porque estaban vivos, porque creía en él y porque el mensaje del destino estaba claro: es tu oportunidad, aprovéchala.