
el desencuentro
Ron salió por la chimenea de Grimmauld y aspiró el olor de la vieja casa, tratando de calmarse. Le temblaban las manos, las piernas, los labios. Por Godric, estaba a punto de llorar. La había cagado, mucho muchísimo. Y lo peor era que no lo había visto venir.
— ¿Ron? —preguntó la voz de Harry desde la cocina.
— Sí.
Se aclaró la garganta antes de contestar, pero aún así su voz debió de sonar fatal, porque en cuanto vio a su amigo lo primero que recibió fue una mirada preocupada y una cerveza.
— ¿Qué ocurre?
Necesitó dar un trago y respirar tres veces antes de responder.
— Hermione acaba de dejarme.
La frente de Harry se arrugó cuando levantó las cejas, sorprendido.
— Bromeas.
— No.
Se dejó caer en una de las sillas, tapándose los ojos con una gran mano temblorosa.
— ¿Pero qué ha pasado? —le interrogó su mejor amigo, sentándose frente a él.
Se frotó la cara y luego arrastró las manos hacia su pelo, tratando de calmarse, de no explotar.
— Lo olvidé. Olvidé el puto San Valentín, Harry. Dejé a mi novia plantada en el restaurante en el que íbamos a celebrar juntos San Valentín, otra vez. Soy... soy lo peor.
— Ron...
— He perdido a Hermione.
Se quebró. Cuando quiso darse cuenta estaba llorando en brazos de su mejor amigo.
Sentado en su habitación, en La Madriguera, Harry le miraba arreglarse.
— ¿De verdad vas a hacerlo?
— No puedo quedarme quieto sin hacer nada —contestó, por tercera vez, mientras se ajustaba el cuello de la camisa.
No miró a su amigo, no quería ver su evidente gesto de desaprobación. Había pasado dos meses sin decidirse a acercarse a Hermione, echándola ferozmente de menos a la vez que trataba de entender lo que había pasado y cuál era la solución.
— No quiero ser negativo, Ron, pero...
— Pues no lo seas. No me digas que es un error o que no hay nada que hacer. Apóyame, sé mi amigo.
Harry no le contestó, se limitó a cruzar los brazos sobre el pecho y mirar por la ventana. No cambió de postura cuando Ron salió de la habitación con el ceño fruncido. Se quedó allí un largo rato, observando ese jardín en el que había jugado tantas veces al quidditch, el lugar que consideraba más su casa que esa lúgubre y triste en la que vivía.
— Finalmente lo ha hecho —le distrajo por fin al cabo de una larga hora otra voz desde la puerta.
Se giró y ahí estaba ella, con su tenue olor a flores y esa sonrisa cómplice que solía dedicarle.
— No he podido convencerlo —le confirmó, volviendo a mirar por la ventana.
Ginny se dejó caer junto a él en la cama y le pasó el brazo por los hombros.
— Hermione no va a volver con él, Harry. No después de haber dado el paso de dejarlo y haber sobrevivido a la prensa. Además, según Luna, lo de Parkinson tiene posibilidades.
— Me ha echado en cara que no he sido un buen amigo estos meses —le dijo al cabo de un rato, en un susurro triste.
— Eso no es justo.
— Quizá no lo he sido, Gin. Quizá he sido egoísta.
— Tú eres incapaz de ser egoísta —le consoló, acariciándole el pelo oscuro—. Si fuera así, no seguirías siendo su mejor amigo. Has intentado que viera la realidad. Eso es cuidar de él, aunque no quiera entenderlo ahora.
Harry suspiró y apoyó la cabeza en su hombro.
— Estoy pensando en pedir un cambio de compañero. Creo que... creo que necesito un poco de distancia.
— Habla con él. Sé sincero.
— No puedo. Aún quiere a Hermione. Ni tan siquiera le he dicho que me gustan los hombres.
El brazo de Ginny se apretó más contra su hombro y miraron juntos un rato más el sol poniéndose en el jardín.
Ron apareció de nuevo en su casa unas horas más tarde. Por el olor, además de la botella de vino que se había llevado, se había bebido unos cuantos whiskys antes de decidirse a acudir a él.
Lo vio hacer el esfuerzo de caminar recto desde la chimenea al sofá, pero por una vez no se sintió con ganas de levantarse y ayudarle a sentarse. Estaba harto, cansado de escuchar sus lamentaciones.
— Se va de viaje con la zorra esa —bufó, dejándose caer de cualquier manera en el sofá, sin tan siquiera un hola.
— Te advertí que...
— No me des la charla otra vez, estoy harto de vuestras charlas. Mi novia me ha dejado por una serpiente con más dinero, tengo derecho a estar cabreado —contestó ceñudo.
Harry suspiró y se puso de pie. Esa era la cara más oscura de Ron y él detestaba verle así.
— No voy a discutir contigo, estás borracho.
— ¡Deja de ponerte de su parte! —gritó por fin, poniéndose de pie también.
— ¡¡Yo no estoy de parte de nadie!! —perdió los nervios, rodeando el sofá, sofocado por su cercanía física.
— Eres mi amigo. Deberías apoyarme.
— Y el suyo, Ron —respondió, revolviéndose el pelo, frustrado.
— ¡Pero eres más mío!
Harry se quitó las gafas y se frotó los ojos. Ese era el momento en el que se sentía dividido, pero no entre sus dos amigos, sino entre las ganas de abrazarle y decirle que sí, que era suyo, y las ganas de gritarle que dejara de ser egoísta.
— Eso no... —consiguió articular al final, mientras volvía a ponerse las gafas.
— ¿Por qué no puedes ponerme lo primero? Para ella su carrera estaba primero, para mis padres son más importantes los nietos y las bodas. Y tú eres mi mejor amigo. Yo debería ser la prioridad de alguien, joder —balbuceó, sujetándose con una mano al respaldo del sofá cuando sintió un mareo —. Yo la quería
— No lo suficiente —masculló, apretando los dientes y desviando la mirada hacia la puerta del salón, tentado de salir huyendo.
— Qué sabrás tú, no te has comprometido con nadie nunca. Vives ahí en tu trono de "soy demasiado bueno".
— Te estas pasando, Ron —le dijo con voz ronca, volviendo los ojos demasiado brillantes hacia su mejor amigo.
— ¡Estoy harto! Cansado de ser la segunda opción. ¿¿Tan difícil es elegirme por delante de ella?? —volvió a gritar, golpeando con el puño cerrado el sofá, el rostro enrojecido y los ojos velados por el alcohol.
— ¡¡Basta!! Sube. Duerme la mona si quieres o vete a tu casa, yo no voy a hablar contigo en estas condiciones.
Se dio media vuelta y caminó hacia el pasillo. Le detuvo la voz dura de su amigo cuando atravesaba la puerta.
— ¿¿Te molestan las verdades??
— Me molesta que pagues conmigo tus mierdas, Ronald. He estado contigo a cada paso, acompañándote, escuchándote. Pero no voy a tolerarte que me trates así.
— Oh, discúlpame si mis mierdas hieren tu sensibilidad—le respondió, su voz con un desagradable filo de sarcasmo—. Me voy a mi casa, no voy a molestarte más.
— Bien —contestó Harry, dando un portazo al salir.
— ¡¡Estupendo!! —le gritó Ron, caminando de nuevo haciendo eses hasta la chimenea.
Estaba sentado en su mesa, charlando con un par de compañeros sobre el último partido de los Chudley, cuando el jefe de escuadrón le hizo señas desde la puerta de la sala de reuniones.
Se levantó despacio, los muchachos bromeando sobre el paquete que le iba a caer esta vez, la cara de su superior no era de felicidad. Caminó arrastrando los pies, mirando de paso la mesa vacía de Harry con un peso en el estómago. Hacía tres días que no sabía nada de su amigo.
— Mañana se incorpora su nuevo compañero.
— ¿Disculpe? —preguntó, pillado por sorpresa.
— Su nuevo compañero, Weasley, preste atención por favor.
— Señor, yo ya tengo compañero.
El jefe le miró extrañado.
— El auror Potter ha aceptado un traslado a Cardiff.
— Eso no...
El auror Peterson suspiró y ablandó la actitud, poniéndole la mano en el hombro..
— El mismo jefe Robards le ha ofrecido el puesto dos veces, para que dirija uno de los escuadrones de Cardiff. Creo que Potter lo rechazó porque usted pasaba un mal momento personal.
— No es cierto, me lo habría contado —respondió, con voz un poco ahogada.
— Lo siento, Weasley, está firmado. Mañana se incorpora a destino y usted tendrá un compañero nuevo.
Entró de nuevo en el salón de Grimmauld con los puños apretados. Por un momento, su cerebro le dijo que se estaba convirtiendo en una costumbre. Luego lo olvidó cuando subió a la habitación de Harry y lo encontró con el baúl abierto.
— ¿En serio te vas a ir a otra ciudad sin decírmelo?
Ese no era el plan, le dijo esa minúscula parte de su cerebro, el plan era intentar arreglar las cosas con Harry, no hacerle más reproches. Volvió a ignorarla.
— Harry, te estoy hablando.
— Me voy, Ron. Ya te lo he dicho —le respondió por fin sin mirarle, acercándose al armario para sacar un par de camisas.
— ¿Así, sin más?
— ¿Qué quieres que te diga?
— Renunciaste dos veces a esa plaza —insistió, intentando que le mirara a los ojos.
— Lo hice, y no me arrepiento.
Entonces Ron se dejó llevar por esa vocecita que le decía que la ira no era la solución, que ese era su amigo, su hermano, su otra mitad, y le había hecho tanto daño como para elegir irse lejos, romper con él después de más de quince años de amistad. Y le abrazó.
Harry se tensó en su abrazo, sin corresponder. Sintió entre ellos el frío, la tensión.
— Perdóname, Harry, no te vayas —suplicó, apretándolo contra él más fuerte.
— Ron...
— Por favor... —insistió.
Su amigo se separó un poco y le miró. Ron no entendió lo que pasó por los ojos verdes, no vio venir lo que iba a pasar. Cuando quiso darse cuenta, las manos de Harry sujetaban su cara con cuidado y los labios suaves rozaban los suyos. El corazón le hizo un extraño, no supo si un salto de alegría o uno de ira, pero cuando la punta de la lengua de su mejor amigo rozó con timidez su labio inferior, la ira tomó el mando.
No lo pensó, como la mayoría de las acciones de su vida, no decidió levantar el brazo y golpear a Harry en la cara. Pero la mirada que recibió, la mano morena de su amigo sobre el pómulo magullado y los ojos verdes llenos de lágrimas, le dijeron que acababa de perder algo precioso.
— Márchate, Ron.
— Harry, yo... —dio un paso hacia su amigo, que había retrocedido hasta el armario, sujetándose la cara todavía.
— Vete. Ya, fuera de mi casa —insistió, con la mandíbula apretada, conteniendo las lágrimas a base de tirar de voluntad, señalando con la mano libre la puerta.
Agachó la cabeza. Después pensaría que tenía que haberse quedado, luchado por hablar con él, conseguir que le perdonara, pero obedeció. Se dio la vuelta y salió del dormitorio arrastrando los pies.