
El despertar y lo que trajo después
Al día siguiente, como fue previsto, Harry se levantó por la tarde.
Albus Dumbledores, quien ya había regresado tras haberse ido por la mañana para continuar trabajando en el ministerio, fue quien lo recibió. Ayudó al chico a incorporarse para que no hiciera tanta fuerza, le tendió un vaso de agua con una pajita, y esperó con paciencia a que las preguntas llegaran, y con ella, la inevitable charla.
Odió mucho esa charla, sobre todo cuando el viejo estuvo decidido en hacerle hablar más para sacar todos los trapos sucios que había sobre su estancia con sus parientes, por lo que siguió el plan más fiable, no responder, o hacerlo simplemente con un movimiento de cabeza.
En serio, ¿qué necesidad había? Él, al fin y al cabo, era el Niño-Que-Vivió, una figura pública que según muchos debería ser perfecta para convertirse en un ejemplo a seguir.
Harry pensaba que en ese punto la mayoría se equivocaba. Él no era perfecto, y cualquiera que quisiera seguir sus pasos probablemente acabaría en un final trágico.
Una vez lo dejó solo por unos minutos, no sin antes volver a disculparse de nuevo, había perdido la cuenta de cuántas veces ya lo había hecho, Harry pudo concentrarse en la pila de regalos que tenía cerca.
Sonrió por inercia, sabiendo que, otro año más, sus amigos se preocupaban en comprarle algo. Fue abriendo uno a uno con cuidado. Recibió unos nuevos guantes para el quidditch de parte de Ron, un libro de contrahechizos de Hermione, Dobby le hizo un regalo artesano por su cuenta, y, para su sorpresa, Neville le regaló una libreta de tapa dura. “¿Cómo se enteró de que me gustaba dibujar?” Pensó Harry, acordándose luego de los garabatos que adornaban algunos de sus apuntes.
Si todo eso no fuera suficiente, justo antes de que Madame Pomfrey entrara para revisarlo, los dos elfos de la enfermería aparecieron enfrente suya, siendo Leixy quien tenía algo entre sus manos.
— ¡Señor Harry Potter!— Exclamó ilusionada la elfina.— ¡Seríamos muy felices si acepta nuestro regalo!— Alzó el objeto para que el mago lo pudiera ver. Se trataba de una pequeña maceta hecha de cerámica, algo deforme y pintada de tonalidades cálidas. Harry lo miró confundido, notando la tierra que había dentro.
— No te preocupes, querido, solo es una planta aromática, aunque desconozco cuál aroma eligieron.— Una voz nueva habló, dejando paso a la enfermera. Esta traía en sus manos una bandeja con un bol, y algunos viales de pociones.— ¿Alguna molestia?— Preguntó mientras dejaba las cosas en la mesilla cercana. Harry negó, sintiéndose mejor de lo que jamás había estado.
Poppy lo estudió por unos segundos, sin creerse por completo que le estuviera contando la verdad. Al no detectar una mentira, asintió.
— Comerás primero la sopa de pollo.— Aprovechando de que el chico ya se encontraba en una buena posición para comer le tendió el bol.— Empezarás a partir de hoy con una serie de pociones nutricionales. Las tomarás tres veces, justo después de cada comida. Además deberás aplicarte el bálsamo en las heridas que aún no se han cerrado, solo por la noche. Una vez estén todas curadas podríamos empezar a aplicar el ungüento para eliminar las cicatrices más recientes.— Debía admitir que estaba algo perdido en toda la explicación, por lo que prefirió concentrarse en la sopa calentita y asentir automáticamente cada cierto tiempo.— Lo último ya sería las pociones para regular tu nivel de hierro debido a la anemia. Tomarás estas por la mañana y por la noche hasta que vuelvan a su nivel normal.— Poppy suspiró al notar que el chico no le prestaba mucha atención. Si bien es algo que ya se esperaba, no pudo evitar decepcionarse un poco.
Esperó pacientemente a que terminara de comer, notando como aún quedaba algo de caldo en el recipiente. Ese sería otro problema, el chico debería aumentar su porción de comida. No sabía con exactitud cuál era la cantidad que Harry comía en Hogwarts, pero se podía hacer una idea de que no era suficiente. Si ese hábito no se puede cambiar de forma ordinaria, tendría que hacer uso de pociones estimulantes de apetito.
Con un movimiento de su mano se libró de los objetos de la comida, dejando solo las medicinas en la bandeja. Fue dándole por orden cada poción correspondiente: la poción nutritiva y la segunda y última dosis de reabastecedora de sangre. Con los dos viales ya vacíos, Poppy cogió el ungüento, dispuesta a aplicarlo por las heridas del chico.
Harry se negó, diciendo que él mismo sería capaz de ponérselo. Cierto pánico se podría notar en su voz, algo que no pasó por alto la matrona.
— Comprendo que no quieras que nadie te toque en estos momentos, Harry, pero es necesario.— El león siguió negando con su cabeza, indispuesto. Poco a poco se iba alterando más con solo pensar que alguien tocaría sus heridas, sobre todo las de su espalda.— ¿Prefieres que llame al director?— Preguntó Poppy, pero no sirvió para nada.
La respiración del joven Potter se volvió más agitada mientras su cuerpo temblaba. Harry en esos momentos quería desaparecer e impedir que la mujer siguiera viéndolo en ese estado de debilidad.
Estar encerrado ahora en su alacena no parecía una locura.
“Oh Dios, oh Dios,” Repetía la mente del niño al notar como algo tocaba su piel, e intentó de alguna forma apartarlo. “por favor, no.” Sus súplicas se distorsionaron por un momento, y en la lejanía escuchaba la voz de una mujer, la cual al principio no llegó a reconocer. De repente sentía demasiado frío, y su cuerpo temblaba aún más.
Poppy palideció al darse cuenta de lo que pasaba una vez que el frío llegó hasta ella. Sacó su varita justo a tiempo, dejando caer el recipiente con la pomada, y chilló con todas sus fuerzas: —¡Expecto Patronum!— El dementor que se encontraba al otro extremo de la habitación huyó lo más rápido que pudo al verse contra el hechizo.
La puerta se abrió de repente, dejando pasar a un agitado Albus, a un leve preocupado Snape bajo una máscara de indiferencia, y a un tejón y una serpiente confundidos.
Los dos adultos entraron con rapidez a la sala, echándole una mano a Poppy, mientras que Cedric Díggory y Draco Malfoy se quedaban allí parado, notando como, otra vez, el joven león se veía altamente afectado por el ataque de un dementor.
¿Cuántos males hacían falta para que esas criaturas te afectaran tanto?
Horas antes Draco Malfoy jugueteaba con la pulsera de plata que Pansy le regaló, recostado en su cama, y con un libro olvidado a su lado.
Unos toques en la puerta captó su atención, y sabiendo perfectamente quién era, decidió ignorarlos. Se frustró al notar que aún así su padrino entró en su cuarto. Ambos se miraron por un momento, hasta que Severus cortó la reciente tensión formada.
— Tenemos que volver al ministerio, el director nos espera allí.— Habló el profesor, su voz algo fría.
"De seguro aún está enfadado." Pensó Draco, intentando evitar rodar sus ojos. En vez de eso asintió, levantándose para asearse y prepararse para la salida.
Prácticamente el resto de la mañana, y la primera parte de la tarde la pasaron en el ministerio, hablando con varios trabajadores fieles a Dumbledores que les ayudarían en un futuro no muy lejano.
Si bien pensaban quedarse allí hasta que el sol se escondiera, bajo petición de Albus su padrino decidió ir a Hogwarts, y él no tenía otra opción que acompañarlo. ¿Qué pintaba él allí? Si su padrino quería ver al desgraciado de Potter, pues que lo deje a él en la mansión. Más que sea así podría aprovechar el tiempo y terminar de leer el libro de las reliquias.
Suspirando se sentó en una de las sillas, que, al menos, eran algo más cómodas que las del ministerio. Miró al otro joven que se encontraba en la sala, con la duda del por qué el tejón estaba allí.
Luego, todo el percance ocurrió.
Entraron los adultos primeros, Diggory y él detrás. Al ver la escena enfrente a sus ojos los dos primeros se apresuraron a ayudar a los ambos. A su vez, Cedric se acercaba a uno de los elfos de la enfermería, pidiéndole que trajera algo de chocolate. La criatura asintió decidida, y tras un 'pop', desapareció, dejando a ambos adolescentes parados en el marco de la puerta.
Draco no pudo evitar apartar su mirada de la escena. Ver en primer plano los efectos que un dementor teína en Potter era desconcertante. Siempre que un incidente como ese ocurrió, él o no estaba, o se encontraba demasiado lejos.
Vio cómo de forma apresurada los tres adultos ayudaban al león tumbado en su cama. Este seguía temblando mientras movía su boca, probablemente murmurando algo que nadie parecía entender.
Cuando el chocolate llegó, cogió el trozo que Cedric le ofreció, sin percatarse de quién se lo dio. Mientras masticaba el dulce, notando ya como los efectos se iban poco a poco, vio cómo la enfermera intentaba darle una poción calmante a Potter, siendo este sostenido por el director y su padrino.
Fue en un intento del león de apartarse de los adultos cuando, de refilón, captó una de las heridas en su cuerpo: un moretón en el brazo izquierdo, casi llegando a la altura del hombro, que aún no se había curado correctamente. Se sorprendió al ver lo grande que era. “Puede que Potter se chocara con algo.” Pensó el rubio.
“¿Pero no ves cómo tiene forma de mano?” Draco movió su cabeza, intentando alejar esos pensamientos. Tendría en cuenta lo descubierto, pero por ahora se negaba a pensar en ello.
Cuando por fin todo se calmó el director les pidió que fueran a la sala principal, y rechistando, Draco lo hizo, seguido por Cedric. Volvió a su asiento, sabiendo que los adultos estarían un buen rato charlando.
Sí, ojalá haber traído algún libro para pasar el rato.
— El chico no puede quedarse aquí, Albus.— Expresó Poppy, mirando al estudiante que descansaba.— Ya has visto cómo los dementores llegan a esta zona. Hasta que se vayan lo mejor será que esté lo más lejos posible de Hogwarts.— Ambos trabajadores miraron al anciano, quien, dentro de su mente, buscaba alguna solución. Si bien ya tenía una ligera idea de lo que podía hacer, convencer a una de las partes podría ser bastante complicado.
— Concuerdo contigo, querida— Albus asintió—, pero Harry primero necesita un lugar en donde quedarse.— Los ojos del director se posaron en el profesor de pociones. Justo después de entender qué le estaba pidiendo su mentor, Severus negó.
— Ni lo sueñes, viejo.— Advirtió, su voz tomando un tono más grave.
— Sabes que es el único sitio disponible.
— Lupin seguro que pue-
— Remus acaba de salir de una luna llena.— Cortó Albus.— No está en condiciones como para cuidar de Harry.
— ¿Y quieres que lo haga yo?— Gruñó el pocionista.
— ¿No lo has estado haciendo ya desde su primer año?— Inquirió el anciano, sonriendo levemente al ver como la balanza se tornaba a su favor.
— ¡Desde las sombras!— Cada vez se sentía más frustrado. ¿Por qué el viejo tenía que ser tan cabezota.— Además, ya estoy a cargo de mi ahijado.
— Estoy seguro de que ambos jóvenes pueden favorecerse de su convivencia.
— Oh, no, ¿acaso quieres un león al horno y una serpiente a la plancha?— Esa vez Albus no pudo evitar reír.
— Estoy seguro de que todo irá bien, muchacho.— Afirmó.— Además, solo son unos días, ya después Harry podrá regresar a Hogwarts.— Severus gruñó al ver que había perdido esa batalla, y ahora, por desgracia, tendría al chico en su mansión, junto a su ahijado. Algo le decía que eso no saldría nada bien.