Realize

Harry Potter - J. K. Rowling
Gen
G
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Summary
Cuando algo parece estar mal con el heredero Malfoy, Harry va a hablar con uno de los pocos adultos en que cree poder confiar.Tal parecer eso desencadena una serie de cambios también en su vida, la cual, con el paso del tiempo, mejorará, o eso esperaba.Una familia conformadas por personas que de alguna manera están rotas. Las posibilidades son prácticamente infinitas.
Note
¡Buenas! Nuevo fic, y otro Severitus más con la increíble participación de la futura relación de hermanos de Harry y Draco. Aunque todo a su debido tiempo.No piensen adorar mucho a Lucius aquí, y creo que no hace falta advertir de los Dursley.Alguna que otra referencia a los shipps canon: Romione, Hinny y Drastoria de forma secundaria.Publiqué esto hace unos días, y lo tuve que enviar a borrador por motivos de corrección, pero ya está de regreso. Siento las molestias.
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La curiosidad del Dragón

El dicho dice que la curiosidad mató al gato. 

Gracias a Merlin que yo soy un dragón.


Escondido detrás de un libro Draco vio como el director entraba preocupado a la chimenea. Gracias al chillido que dio al mismo tiempo que lanzaba los polvos floo averiguó que el viejo se dirigía a la enfermería del colegio. ¿Para qué? Esa era la cuestión.

Lo más lógico sería que alguien se hubiera enfermado, un caso grave se atrevería incluso a decir, pues que su padrino también mostrará un pequeño rastro de preocupación decía mucho.

Una rápida idea se le cruzó por su cabeza. ¿No fue Severus antes a visitar a Potter? Sí, hacía memoria, un empleado del ministerio le avisó al viejo sobre algo que pasaba en ¿Print Drif? ¿Así se llamaba? No recordaba muy bien esa parte. Bueno, que el director le pidió al final a su padrino que fuera a ese lugar, y él se negó diciendo: “No voy a darle más fama al maldito Potter, Albus.” Aunque esa negación no duró mucho que digamos, pues quince minutos después, mientras él esperaba sentado en una incómoda silla, los dos adultos hablaban en privado.

Fueron tan cabrones de poner hechizos silenciadores para que no escuchara.

Aburrido incluso hizo una apuesta con la nada, apostando 20 galeones a que su padrino se pasó el 70% de la discusión gritando. Y si se trataba de Potter, subiría ese porcentaje hasta el 85.

¿Y por qué no contar también el pergamino que Severus traía en su mano justo al llegar a la mansión? No era la primera vez que lo veía, por lo que no fue complicado identificarlo como algún parte médico.

Así que, al final, sumando todas las pequeñas piezas del puzzle que tenía llegaba a la conclusión que todo esto se trataba otra vez del Chico-Que-Vivió. “Para no variar.” Pensó el rubio, rodando los ojos.

Dejó el libro de ‘Reliquias Maldecidas más famosas del último siglo’ a un lado, marcando con una pluma cercana en donde se había quedado, y se levantó del sofá, dispuesto a irse a su habitación. Mañana será Navidad, y este es el primer año que puede celebrar algo sin temor a que su padre le hiciera algo.

A Lucius le daría algo si se enterara de que celebraría estas fiestas. Siempre fue muy extremista con las costumbres muggles,y él había cogido esa costumbre. Aún estaba en proceso de deshacerse de esos ideales muy cerrados, y Severus le ayudaba en gran parte.

Gracias a su padrino ganó algo de curiosidad con respecto a esas fiestas muggles, y eso para él ya era un avance. Aunque lo más que le animaba era el hecho de pasarlo junto a alguien que consideraba parte de su pequeña y cerrada familia. Le hubiera gustado que su madre también se encontrara allí, pero como estaba ella ahora lo veía complicado… La pequeña sonrisa se desvaneció de su rostro, y sus pasos se volvieron más lentos.

— Pensé que jugaríamos esa partida al ajedrez que me ofreció antes, Señor Malfoy.— Paró en seco al escuchar la voz del adulto, dando un giro sobre sí mismo.

— ¿No deberías ir a Hogwarts?— Severus negó, observando por un momento las emociones que reflejaba el niño. 

“Sí, el chico podía esconderlas bien, pero al fin y al cabo solo tenía trece años. Algunas brechas en la fachada eran inevitables.” Dedujo el pocionista. Cogió el tablero de una de las estanterías, y lo puso encima de la anticuada mesa de café. — El director se encargará por ahora.— Una vez las piezas ya se colocaron, Severus se sentó en el sillón, haciendo un gesto al sofá de enfrente.— Tome asiento, señor Malfoy, ¿o tiene miedo de perder?— Una pequeña sonrisa que irradiaba soberbia se mostró en el rostro del adulto.

— Ni lo sueñes, padrino.— Draco también sonrió de la misma forma, dispuesto a ganar esa partida. Le daría un buen zasca al hombre.


Al final terminó ganando el chico para disgusto de Severus. ¿Cómo no llegó a ver la jugada que estaba haciendo su ahijado? “Puede que tuvieras tus pensamientos en otro sitio…”

Sin saberlo, se había quedado estático mientras tenía un debate no muy agradable en su interior.

— Sev.— La voz del rubio lo sacó de sus pensamientos. Snape miró la cara de preocupación en el chico, una emoción que no salía mucho de él. Iba a hablar cuando fue cortado.— Prefiero que te guardes cualquier excusa para justificar tu comportamiento, padrino.— El pocionista entonces se dio cuenta: Draco sospechaba algo. “Ese niño es demasiado observador para su bien.” Pensó Severus. 

— No es de tu incumbencia.— Respondió el pocionista, empezando a guardar el juego que estaba en la mesa.

— ¡Pero sí lo es!— Severus lo miró severamente por culpa del tono subido que tenía su voz, mas Draco le dio nula importancia.— ¡No estoy ciego! ¡Ni tampoco soy tan inconsciente como un Gryffindor! ¡Se nota que algo anda mal!

— Baja el tono.— Le advirtió en un susurro, a lo que el rubio obedeció casi al instante. Recordaba muy bien lo que su padrino solía hacer cuando, de pequeño, hacía un berrinche. Él no era como sus padres, que casi siempre les daba todo en mano.— Y como ya le dije, señor Malfoy, no creo que le importe mucho lo que esté pasando.

— Solo quiero la verdad.— Tras unos segundos, ya más relajado, Draco habló. El modo en el que lo decía impactó al adulto. No era exactamente una súplica, pero sabía que para el joven era lo más cercano a ello.— Has estado distraído desde que regresaste de ver a Potter, así que supongo que se trata de él.

— Ni siquiera debo hablar tengo que hablar de esto contigo.— Respondió Snape, molesto. Sus barreras de oclumancia subieron, algo que Draco notó.

— Solo estás confirmando mi punto.

— Le recomendaría que se fuera ya para su habitación, señor Malfoy.— Pidió, o más bien exigió el pocionista, su voz aún con ese tono grave de enfado que, gracias a algún milagro de Merlin, contenía. No quería sacar su rabia contra el chico, pero ya le estaba sacando de sus casillas. ¿Quién se creía el mocoso para meterse en ese tipo de asuntos?

Draco no le dijo adiós, solo subió las escaleras y fue directo a su habitación, con su cabeza alta. Su padrino podía ser muy imbécil cuando se lo proponía. 

De seguro mañana, después de todo el desayuno, le ordenaba a ayudarlo a cortar ingredientes repugnantes a modo de castigo. Conociéndolo…


Golpe tras golpe, Albus Dumbledore se daba cuenta de todos los errores que ha cometido a lo largo de su vida, de todas las pistas que, por algún motivo, había pasado por alto. Quería culpar a la guerra por ellos, y aunque a veces encajaban las explicaciones, y se podía quitar un peso de encima, estos dos últimos casos no se aplicaban a la regla.

Draco Malfoy y Harry Potter. Dos casos que comparten una buena cantidad de similitudes. 

Cuando leyó por primera vez todos los datos que tenían en relación al caso de la serpiente maldijo a la parte anticuada de la sociedad de los sangre pura, esa que, bajo cualquier pretexto, manipulaba a sus infantes para que siguieran sus pasos.

Lucius Malfoy lo hizo con su hijo, igual que otras familias lo hicieron en el pasado, y otras lo harán en un futuro.

Luego estaba Harry, el león que, de alguna manera, se las apañó para ocultar todo por lo que estaba pasando. El último descubrimiento de que también usó un Glamour solo lo hizo sentir mal.

¿Cómo nadie se había dado cuenta antes? Sí, estaba enterado de que los Dudleys no estaban muy felices en acoger al chico, ¿pero tanto como para volverse abusivos? ¿En serio eran capaces de hacer eso a alguien considerado de su sangre? No tuvo que hacer la vista gorda cuando Minerva le advirtió sobre ese tipo de Muggles.

Volvió a mirar desde su asiento al niño en la cama. Si bien pudo notar que el ungüento había curado parte de las heridas exteriores, la mayoría seguían en proceso. Y ni hablar de las dos costillas rotas o la malnutrición, la cual solo se curará a lo largo.

Albus suspiró de nuevo. Últimamente lo estaba haciendo demasiado.

Miró por la puerta, pensando si dejar a Harry aquí era una buena idea. Si bien estaban en una de las habitaciones privadas de la enfermería, la cual pocos conocían, los dementores aún podrían buscar la forma de entrar, y por más quisiera quedarse con él, sabía que ahora mismo no tenía el tiempo suficiente.

La leve luz de la luna en su fase menguante gibosa, justo un día después de la luna llena, entraba por la única ventana de la habitación. Con un movimiento de manos Albus apagó las velas, dejando solo la luz lunar como única fuente de iluminación. Veló por el sueño del niño aunque estuviera bajo una poción de dormir sin sueño., pero aún así creería que era lo mínimo que podía hacer.

Debería buscar la forma de sacar a Harry de ese lugar. Si bien tenía suficiente poder y experiencia como para trucar al ministro, primero tenía que decidir con quién iría el chico cuando el verano llegara. A decir verdad, su lista no era muy larga,.

Lo único bueno era que tenía tiempo para trabajar en todos esos cambios. Primero pasaría la custodia de Draco a Severus, algo que prácticamente ya estaba logrado, y buscaría ayuda para Narcissa, algo que también estaba en proceso con la ayuda de un grupo muy selecto de magos que trabajaban en el ministerio.

Mandar a Lucius a Azkaban… Eso sería ya más complicado.

Transfiguró la silla en un sillón más cómodo. No tenía intención de irse esa noche. El trabajo podría esperar algunas horas, y si alguna emergencia aparecía le podrían mandar un patronus.

Sintiéndose cansado, dejó sus gafas de media luna en la mesilla, justo al lado de las de Harry, para luego acomodarse, y tras mirar por última vez la silueta del chico, cerrar sus ojos. 

“Lo siento, mi muchacho, espero y me puedas perdonar algún día por mi atroz error.”


Esa misma noche, en la mansión Prince, Draco miraba por la ventana de su cuarto. Este día de Navidad no fue como esperaba, y todo por culpa de Potter, quien parecía no dejarle disfrutar con tranquilidad.

Tras recapacitar decidió que no le importaba en lo absoluto en qué problema se hubiera metido, solo en su momento le dio curiosidad, algo que al final hizo enfadar a su padrino. ¿Acaso Potter decidió fanfarronear con su familia sobre lo poderoso que era? De seguro estarían orgullosos de él. “No como mi padre.” Pensó. “Y probablemente tampoco como mi madre.” Lágrimas amenazaban en salir, pero con un rápido movimiento se deshizo de ellas, restregando la manga de su suéter por sus ojos.

No lloraría. No ahora.

Miró de nuevo al cielo, pestañeando varias veces para aclarar su vista. En la lejanía notó cómo algo se acercaba, y sonrió con algo de dificultad al ver dos lechuzas: la de Blaise, y la de Daphne. 

Miró a su izquierda, donde se encontraba el escritorio. Encima estaban dos paquetes bien envueltos que pertenecían a los otros dos miembros del grupo. Era una pena que los padres de Theo y Pansy fueran tan controladores con el correo.

En la planta de abajo Severus terminaba de empezar el regalo para su ahijado, con un vaso de Whisky de fuego no muy lejos de él. Era una buena forma de distracción. Necesitaba olvidarse de todo por unas horas en vez de pensar en cómo la imagen de Potter se parecía más a la de él en vez de a la de su padre.


En mitad de la noche dos criaturas aparecían y desaparecían en la habitación en donde Harry dormía, colocando con cuidado los regalos del chico. Una pequeña pila se formó en uno de los costados de la cama.

Todo gracias a tres elfos que, de cierta forma, se encariñaron con el niño.

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