
Caso Cautus
❛Cautus, proveniente del latín, significa cuidado. Este nombre es utilizado por un determinado grupo de docentes en Hogwarts para sospechas de casos de abuso de extrema delicadeza❜
Viernes por la mañana, 6:30 para ser exactos, y en las habitaciones del jefe de casa de Slytherin, Severus Snape recién salía del baño tras asearse.
No había tenido la mejor noche de todas: había estado pendiente en gran parte de la poción Matalobos para Lupin. Eso produjo que su sueño se viera interrumpido varias veces a lo largo de la noche, y que el descanso no haya sido muy eficaz.
El pocionista pensaba pasar una mañana relajado en sus aposentos, sin salir al Gran Comedor, desayunando allí mientras leía las últimas noticias que estaban en el periódico. Pensaba, con pesar, que aún tendría que dar clases a los mocosos, y esperaba que fueran pacíficas, pues no creía estar de humor para ningún desastre.
Su pequeño plan hubiera salido bien si no fuera por una voz que lo llamaba desde la Red Floo.
Haciendo una especie de gruñido, se acercó a la chimenea, donde, con más claridad, pudo escuchar la voz de Madame Pomfrey.
— ¿Severus, puedes venir cuanto antes, por favor?— Le pidió ella, y al pocionista no le gustó el tono que la mujer tenía.
— Estaré allí en pocos minutos, Poppy.— Se apresuró en terminar de vestirse, para luego coger un poco de polvos Floo, y bajo el grito de “¡La Enfermería!”, teletransportarse. Al salir, se limpió las pocas cenizas que se quedaron en su ropa, y se acercó a la enfermera, que estaba sentada en su escritorio.— ¿En qué te puedo ayudar, Poppy?— La mujer le señaló un asiento que tenía enfrente, y el pocionista no tardó en acomodarse.
— Creo que tenemos otro caso Cautus, Severus.— Solo con decir esa palabra, el hombre se puso en alerta.
— Supongo que es otra de mis serpientes.— Poppy asintió, algo apenada con toda esa situación.— ¿Puedo saber de quién se trata?— Severus necesitaba ya conseguir un nombre para poder empezar a trabajar.
— Es Draco Malfoy, Severus, tu ahijado.— Ese era uno de los pocos momentos en los que alguien podía presenciar cómo el ya de por sí pálido maestro perdía aún más color en su cara.
De tantas posibilidades de cosas que podrían estar atormentando a su ahijado, ¿Tenía que ser esta la verdadera?
La noche de Poppy Pomfrey tampoco fue una de las mejores que tuvo, a decir verdad. Prácticamente sus pensamientos habían sido obstruidos por las siguientes revelaciones que obtuvo gracias al león que seguía durmiendo
Revisó entre todos los documentos de historiales médicos que tenía antes de dar con el del heredero Malfoy.
Abrió el pergamino, y ojeó las entradas hasta encontrar el chequeo completo que, bajo la orden de Severus, le hacía a todas las serpientes en su primer año.
No parecía haber nada de gravedad excepto una fisura en la palma de su mano izquierda, creada probablemente por algún objeto punzante.
En su momento no le dió mucha importancia, sobre todo sabiendo que fue curado a las pocas horas, pero ahora le era inevitable preguntarse cómo se la había hecho. Dudaba que un niño de nueve años tuviera tanta fuerza como para traspasar los tendones.
Recogió las pocas, pero importantes, pruebas físicas que tenía de todo ese caso, y las dejó a un lado de su escritorio, bien apiladas.
A las 6 de la mañana, la mujer ya empezaba a arreglarse para el día, dándose una rápida ducha, y cambiándose de ropa.
— Leixy.— Llamó Poppy. Un ‘pop’ sonó, para luego dejar paso a una elfina que vestía un pequeño y algo descolorido vestido azul.
Leixy era uno de los dos elfos principales de la enfermería, los cuales se encargaban de echar una mano en su trabajo. Poppy podía afirmar que, con todo el tiempo que llevaba con ella, y con Aely, el otro elfo, se había encariñado bastante.
— ¿Puede Leixy hacer algo por la Señora Pomfrey?— La voz aguda de la criatura no tardó en hacerse sonar.
— Tráeme una taza de café, Leixy, y que sea más fuerte de lo habitual, por favor.— Necesitaría la cafeína para poder empezar bien el día, y se negaba a tomar una poción energizante, a sabiendas de los efectos secundarios que tendría a posteriori.
Poco tiempo después, la elfina regresó con una taza en manos, extendiéndose hacia la mujer.
— Muchas gracias, Leixy.— La criatura se sorprendió, aún sin acostumbrarse a la gratitud de su maestra.— Tengo unos asuntos importantes que atender ahora. Mientras tanto vigila al Señor Potter. Si despierta tráele algo ligero para desayunar, y si ves alguna anomalía preocupante no dudes en llamarme.
— Sí, señora.— Otro ‘pop’ sonó, y la elfina desapareció.
Algo más tranquila tras depositar ciertas de su labores en sus ayudantes, se acercó a la chimenea. Tras echar los polvos Floo, solo asomó la cabeza lo suficiente como para avisar al maestro de pociones.
Pocos minutos después, ambos ya estaban cara a cara, dispuestos a empezar con todo ese asunto.
Como siempre pasaba en ese tipo de casos, era complicado hablar de ellos. Poppy admitía que, hasta cierto punto, sentía esa pizca de nerviosismo que se obligó a guardar.
Cuando comentó sus sospechas de un nuevo caso de abuso y de suma precaución, lo que ellos lo habían apodado como los casos Cautus, Severus se alertó, a sabiendas de que otra serpiente suya podría estar en peligro.
Una vez que dijo el nombre de Draco Malfoy, Poppy se asustó al ver la reacción del pocionista. No tardó en ir a por una poción calmante, dejándola en la mano del hombre.
Cualquiera que viera en esos momentos al profesor diría que era una exageración de su parte, que aún no había visto las pruebas, pero algo en su cabeza le decía que está solo confirmarían lo contado.
— Esto es lo poco que tenemos, Severus.— Le dijo la medibruja, sacándolo de sus pensamientos. Ella le entregó los papeles que tenía en mano.— Cuando le hicimos el chequeo de primer año, como haces con todas de tus serpientes, no encontré nada fuera de lo común. Solo gripes y resfriados, un hueso del brazo fracturado, que perfectamente puede ser por alguna locura que haya hecho de niño, y que fue curado, pero la herida que se hizo cuando tenía nueve años, la del objeto punzante, que para mí es una pluma, no me trae mucha confianza.
— Crees que fue infligida por un adulto.— Poppy asintió.
— Un niño de esa edad no tiene la suficiente fuerza como para hacerlo por sí solo. Y menos uno mágico. Su magia lo habría prevenido.— A Severus se le congeló la sangre al ver las implicaciones de la medibruja. La magia de un niño menor de once años siempre lo protegería de sí mismo, pues era consciente de que, durante esa edad, el niño sería puro caos.
Durante bastante tiempo se quedó pensando, hipnotizado por sus propios pensamientos. Narcissa no le habría hecho eso a su propio hijo. El pocionista veía muy complicado que la mujer que luchó a capa y espada por su familia se comportara de esa manera. Entonces solo le quedaba Lucius. ¿Su viejo amigo sería capaz de hacerle eso a su hijo? Si bien sabía que el hombre era frío y algo negligente con Draco, no creía que llegara hasta ese punto. (O no quería creer.)
Pero si ninguno de los dos era… No conocía a ninguna persona que fuera capaz de hacerle eso al chico.
— ¿Qué piensas, Severus?— La voz de Poppy le sacó de sus pensamientos, y ambos se miraron a los ojos por unos segundos.
— Que si nuestras teorías son correctas, que temo que lo son, esta… situación empezó a ser grave después de llegar a Hogwarts.— Concluyó el hombre.— ¿Cómo te enteraste de todo esto, Poppy?— La enfermera, por un momento, dudó de contárselo.
— Fue gracias al Sr.Potter.— A Severus casi se le caen los papeles que sostenía cuando escuchó las palabras de la mujer.
— ¿Potter? ¿Qué tiene que ver ese mocoso con todo esto?— Poppy le miró mal tras notar la cantidad de veneno y coraje que cargaban esas palabras.
— El chico lleva tiempo pensando en esto. No sé cómo se enteró, si alguien se lo dijo o lo sacó por su cuenta, pero intentó venir a mí y explicarme todo. No lo logró— Snape rodó los ojos— pero se le escapó en la noche anterior.
— ¿Y por qué mierdas no se lo contó a alguien desde un principio?.— El pocionista hacía su mayor esfuerzo en no gritar, pero le estaba costando no alzar su voz. Estaba molesto y preocupado.
— No podía, Severus.— Gruñó la enfermera, impresionando a Severus. Jamás había visto que la mujer usara ese tono.— Tuve que pararlo antes de que entrara en pleno ataque de pánico.
“Seguro que era fingido.” Pensó Severus, pero un pensamiento fugaz cruzó por su mente, mostrando el incidente del otro día.— Entonces, ¿cómo hizo el Héroe para decírtelo?
— Eres consciente de que el chico estuvo aquí por una rotura, ¿no?— El pocionista asintió.— Pues sabrás los efectos secundarios del crecehuesos.
— Delirio.— Susurró Snape, y Madame Pomfrey asintió.
— Sino, ten por seguro que no nos habríamos enterado de nada de esto.— La mujer sonaba algo más calmada, pero seguía molesta.
— Hablaré con el Sr.Malfoy y le sacaré algo de información.— Intervino el profesor, quien estaba seguro que esa no sería la tarea más sencilla de todas, aún más a sabiendas de lo terco que su ahijado podía llegar a ser.
— Tráelo después de eso. Deberíamos hacerle un chequeo extenso.— Le pidió Poppy, y Severus asintió.
El ambiente se quedó tenso por unos segundos antes de que el profesor se despidiera y saliera del despacho.
Durante el camino hasta la puerta principal de la enfermería, Severus se paró un momento enfrente de las cortinas que cubría la cama que ocupaba uno de sus alumnos menos queridos, Harry Potter. Apartó levemente las cortinas para ver al niño que aún parecía dormir. Supuso que el efecto de la poción Crecehuesos ya había acabado, pues no había muestra de dolor o disconformidad en su cara.
Sin perder más su tiempo, salió de allí para preparar su primera clase del día, con los Gryffindors y Slytherin’s de tercer año. Al menos no tendría a Potter hoy.
Severus se hubiera fijado en un moretón antiguo que cubría parte de la espalda del niño, y que además aparecía y desaparecía si se hubiera quedado observando unos pocos minutos más.
Fue a las 9:30 de la mañana cuando Harry por fin despertó, más tarde de lo que estaba acostumbrado.
Durante los primeros segundos tras abrir los ojos, se sintió desorientado, sin recordar muy bien dónde estaba. Fue al mirar por sus alrededores que se dio cuenta de que se encontraba en la enfermería, recordando poco a poco todo lo ocurrido con anterioridad.
Tenía la ligera sospecha de que se había levantado en mitad de la mala noche que tuvo, pero no conseguía recordar con claridad, sentía todo muy borroso.
Mientras se masajeaba su frente debido al repentino dolor de cabeza que le dio, la elfina doméstica de la enfermería apareció frente a él.
— ¡Buenos días Señor Harry!— El chico hizo una mueca cuando le llamó de esa forma. Con todo el tiempo que gastó para convencer a la elfina que lo llamara solo Harry, y seguía poniendo el “señor” delante.— ¡Aquí tiene su desayuno!— Fue en ese momento cuando se dio cuenta de la bandeja que llevaba el ser, y sintiendo más hambre que en cualquier otra mañana normal, la cogió para empezar a desayunar, bajo la atenta mirada de Leixy, quien quería asegurarse de que el mago adorado por su amigo Dobby comiera.
Una vez terminó, la elefina le pidió que se quedara allí acostado hasta que Madame Pomfrey llegara, y que la avisara si necesitaba algo.
A los pocos minutos, la mujer pasó las cortinas. Harry pudo notar como esta estaba cansada y algo molesta por algún motivo, e intentó hacer el menor ruido posible para no molestarla.
— Buenos días, Sr. Potter.— Al joven mago no le gustó que lo llamara por su apellido, y menos en esa situación, pero consiguió calmar su disconformidad.— Supongo que no habrá sido la mejor noche para usted.— El chico asintió, mas no dijo palabra alguna— ¿Alguna disconformidad?
— Solo la muñeca izquierda algo rara cuando la muevo.— Le explicó él, haciendo lentos movimientos con dicha parte de su cuerpo.
— Es normal al principio.— Le aseguró la medimaga— ¿Algo más?— Harry negó, obviando el pequeño detalle del dolor de cabeza que sentía.— Bien. La mano, por favor.— Harry se la extendió, y observó atentamente cómo Madame Pomfrey le colocaba una especie de muñequera.— Tenla puesta por tres días completos. No debes preocuparte por mojarla. Además, nada de movimientos bruscos— El joven león iba asintiendo cada vez que la mujer decía algo— por lo que no Quidditch hasta que te la quites.— Sin duda, Harry odiaba esa condición.— Tu rodilla debería estar ya bien. Si sientes alguna molestia, no dudes en venir.— Poppy le dio una mirada de advertencia mientras le quitaba las vendas que le puso la noche anterior.— Y lo digo en serio, Harry.
— Entendido.— Pero Harry no se atrevió a prometerlo.
Poppy asintió, aprobando su respuesta.— Podrás salir antes del almuerzo, y asistir a tus clases de tarde.— La enfermera le observó por unos segundos antes de despedirse, salir, y cerrar las cortinas, y Harry pudo por fin respirar con tranquilidad.
A los pocos minutos, algo apareció en la mesilla que tenía a un costado. Al girarse, vio un vial de poción para su dolor de cabeza.
Aún preguntándose cómo lo había descubierto, el chico lo destapó, y de tres tragos se lo tomó, notando una sensación de alivio casi al instante. Ahora agradecía que la medibruja se hubiera dado cuenta.
El resto de la mañana la pasó aburrido, sin nada para entretenerse. Intentó buscar algo, cualquier cosa para distraer su mente y no dejarla merodear. Su salvación llegó cuando el otro elfo de la enfermería, Aely, llegó.
Tuvo una conversación con él, que prácticamente consistía en el elfo halagándolo, y provocándole algún que otro leve sonrojo de vergüenza.
En serio, ¿cómo hizo Dobby para expandir la creencia de que él, Harry Potter, era grandioso?