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Harry Potter - J. K. Rowling
Gen
G
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Summary
Cuando algo parece estar mal con el heredero Malfoy, Harry va a hablar con uno de los pocos adultos en que cree poder confiar.Tal parecer eso desencadena una serie de cambios también en su vida, la cual, con el paso del tiempo, mejorará, o eso esperaba.Una familia conformadas por personas que de alguna manera están rotas. Las posibilidades son prácticamente infinitas.
Note
¡Buenas! Nuevo fic, y otro Severitus más con la increíble participación de la futura relación de hermanos de Harry y Draco. Aunque todo a su debido tiempo.No piensen adorar mucho a Lucius aquí, y creo que no hace falta advertir de los Dursley.Alguna que otra referencia a los shipps canon: Romione, Hinny y Drastoria de forma secundaria.Publiqué esto hace unos días, y lo tuve que enviar a borrador por motivos de corrección, pero ya está de regreso. Siento las molestias.
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Primera detención y el aula en desuso.

❛Puedo estar ciego, ¿Pero tanto como para no saber lo que está expuesto?❜


Enfrente de la puerta del despacho de su profesor más odiado. Ahí es donde se encontraba en esos momentos Harry Potter, esperando el momento exacto para entrar a la sala.

Era su primera detención de la semana, y pocas ganas tenía de ir a ella, pero era consciente que no le quedaba otra opción si quería evitar más problemas. 

Había caminado cautelosamente por mazmorras hasta llegar a su destino, en alerta por si alguien se le acercaba por detrás. Su rodilla aún le dolía, y si bien no estaba hinchada, esta tenía un tono rojizo, e incluso podía sentir un pequeño ardor. Aún no sabía que generó ese repentino dolor. Hermione le había dado, sí, pero no tan fuerte como para que llegara a ese punto.

Un minuto antes de la hora punta, Harry tocó la puerta. Por esa vez, no llegaría tarde a una detención con Snape.

— Adelante.— Escuchó desde detrás, y tomando el pomo, la abrió. Detrás de su escritorio, el maestro de pociones corregía algunos ensayos. Harry se fijó en el que estaba arriba del todo, adornado con gran cantidad de tinta roja.— Es extraño que se digne a aparecer puntual, Señor Potter. Conociendo su historia, cualquiera pensaría que la puntualidad sería lo menos preocupante para usted.— Una especie de sonrisa apareció en el rostro del pocionista, mientras Harry intentaba darle poca importancia a los comentarios sarcásticos, queriendo terminar lo más posible con la detención.

— Aunque no lo crea, profesor Snape, puedo ser responsable.— No pudo evitar decir el chico. El pocionista tuvo que reprimir su enfado, murmurando algo que Harry entendió como “Insolente Malcriado”. Le sorprendió lo rápido que podía calmarse su profesor, aunque, bueno, calmado no era la palabra que buscaba… reprimido sería más bien. Hubiera esperado que estallara un poco más, como lo hacía en las clases.

Antes de sentarse y seguir corrigiendo, aún sin dejarse llevar, el profesor le señaló una pila de calderos sucios y mugrientos. Sin la necesidad de más palabra, Harry sabía lo que tenía que hacer. Ya había pasado muchas detenciones con Snape como para no saberlo.

— Sin magia, señor Potter.— Harry rodó los ojos ante la obviedad, a sabiendas de que así sería un trabajo más fácil, y como que Snape no estaba como para facilitarle la vida.

Dejó su varita en una mesa cercana, y se remangó las mangas de su túnica para una mayor comodidad. Sus ojos se abrieron de la sorpresa al notar una herida en la derecha, herida que recordaba perfectamente cuál fue su causa, y a la cual creía ya curada y desaparecida.

La tocó, y notó como solo era una cicatriz tras no sentir ningún dolor.

Se la hizo en el verano, antes de todo lo sucedido con su tía Margue, mientras limpiaba con productos químicos el baño principal de la casa. En un descuido, parte del producto que contenía sosa cáustica llegó a su piel, dejando una mala roncha en ella.

Para su mala suerte, no pudo curarla a tiempo como para evitar dejar restos de ella, mas a la mañana siguiente, su piel volvía a estar impoluta. Achacó eso a que su magia accidental la curó, pero el que ahora estuviera de vuelta le desorientaba.

— ¡Potter! ¡Debería estar enjuagando y limpiando los calderos! ¡No se le van a caer las manos por eso!— Exclamó el profesor tras ver como el gryffindor se miraba las manos, sin intención de hacer su tarea. Harry no pudo evitar dar un pequeño salto, asustado por los repentinos gritos del hombre. Su rodilla no tardó en quejarse por ello. Snape relajó su tono después de notarlo— ¿Acaso quieres otra semana más?

— No, señor.— Murmuró el chico. Después de esa amenaza, Harry se obligó a empezar, olvidándose momentáneamente de su última preocupación.

Era una tarea repetitiva, pero ya estaba acostumbrado a ellas. En casa de los Dursley todos los días eran iguales: preparar la comida, limpiar la casa, y hacer alguna tarea del jardín, ya sea regar, quitar las malas hierbas, pintar la valla, etc. No solía haber muchas variaciones, excepto los días donde la tía Petunia decidía hacer una limpieza más a fondo.

Harry siempre odiaba esos días, pues acababa agotado tras mover muebles, y ante el más mínimo intento de tomar descanso, ya su tía le regañaba, y le ordenaba a continuar.

Pero eso no era lo peor. El problema venía cuando el tío Vernon llegaba a la casa tras un mal día de trabajo. Su tía, a sabiendas del mal humor que tenía su tío cuando algo malo pasaba, no dudaba en comentarle cómo ese fenómeno estaba todo el día holgazaneando. Por culpa de ello, los siguientes días nunca eran buenos para Harry.

Cuatro de los doce calderos apilados ya habían sido limpiados tras media hora.


Severus Snape se consideraba un buen espía, uno que había sido capaz de trucar al mismísimo Señor Oscuro gracias a su nivel de Oclumancia.

Por ello, es extraño que el hecho de creer que algo andaba mal con el engendro Potter no pasara por su cabeza. Era, por alguna razón (probablemente por su parecido con su enemigo), incapaz de ver las pruebas que mostraba, ya sean más o menos notorias.

Para él, el chico que actualmente estaba fregando unos calderos no era más que el engendro de James Potter: un chico hecho solo para sacarle de sus casillas, ponerle de los nervios, romper normas, y ser tan arrogante como el Potter mayor. Y aunque podía admitir que había algo de Lily en él, para Severus las similitudes entre padre e hijo eran mayores.

Cuando Potter llegó puntual a su detención por una vez en su vida, se sorprendió. El chico rara vez había llegado puntual a una detención con el temible profesor.

No dejando que la sorpresa se viese reflejada en su rostro, hizo uno de sus comentarios sarcásticos, sonriendo al notar cómo el estudiante se enfadaba. Pero nunca llegó a estallar como lo había hecho otras veces en clase, pues, sorprendentemente, fue capaz de apaciguar esa ira.

Eso nunca había pasado con el mocoso, así que, ¿por qué ahora?

No se dejó llevar por el siguiente comentario que el mocoso hizo, y solo se limitó a maldecir por lo bajo, para después señalar una pila de calderos, y verificar que Potter no utilizara su varita.

Una vez todo eso hecho, siguió corrigiendo el ensayo de un alumno de quinto curso, sin sorprenderse ante todas las estupideces que escribió en él.

Luego de unos minutos de no escuchar ningún sonido proveniente de Potter, el profesor levantó su mirada del papel, notando que el chico estaba parado enfrente del fregadero, su mirada fija en algo. “Probablemente en su mano.” Pensó el adulto, pero no tenía un punto de vista claro.

En ese momento decidió intervenir, exigiendo al mocoso que se pusiera manos a la obra. Cuando dio un salto por inercia, Severus notó como una de sus rodillas flaqueaba un poco. Esto lo achacó a alguna lesión de Quidditch, pero no entendía por qué Potter aguantaba la molestia cuando podía ir a la enfermería.

Lo dejaría pasar por ahora, y luego se lo comentaría a Poppy.

De vez en cuando le echaba un ojo al mocoso, notando la agilidad que parecía tener para fregar los calderos. Nunca se había dado cuenta en los cursos anteriores. ¿Será que los familiares de Potter se cansaron de que estuviera siempre vagueando en su casa, y le mandaron alguna tarea doméstica?

Severus les felicitaría si ese fuera el caso, pensando que Potter había crecido siendo un niño mimado.


Cuando terminó con el noveno caldeo, con solo tres más para acabar, un golpe en la mano izquierda, seguido por un mal movimiento, le causaron un dolor que le obligó a tirar la manguera que sostenía.

No pudo evitar maldecir, y aunque una capa de lágrimas se acumularon en sus ojos, nublando su vista, ninguna salió. Esa era otra habilidad adquirida de los Dursleys.

Cuando su visión se aclaró, examinó la mano, sin notar ninguna ninguna anomalía.

— ¿Demasiado trabajo para usted, Señor Potter?— Harry se giró para mirar a los ojos a su profesor, quien probablemente se hubiera levantado al oír el ruido de la manguera chocando con el suelo.— ¿Acaso se le ha caído una uña?— Inquirió él, alzando una ceja.

Posó su vista en ambas manos del chico, notando como la derecha tenía una cicatriz, y la otra parecía estar bien.— ¿Cómo te hiciste esto?— Preguntó el profesor.

— Eh…— Harry se quedó sin palabras por un momento, pensando qué decir.— Fue mientras limpiaba mi cuarto.— Mintió el chico, no mirando a su profesor a los ojos.

— ¿Utilizando lejía pura?— Snape no era tonto, sabía qué generaba ese tipo de cicatrices.

— A mi tía le gusta así.— Intentó quitarle importancia. 

— ¿Y no se te ocurrió curarla a tiempo? ¿O tu orgullo no te lo permitía?— Harry iba a replicar, pero Snape le volvió a cortar.— Incluso podías haber ido con Madame Pomfrey, Potter.

— No se me había ocurrido.— Admitió él, obviando el detalle de que la cicatriz acababa de aparecer de repente.

— Eres un caso perdido cuidando de ti mismo, Potter.— Suspiró el pocionista por lo bajo, haciendo un leve masaje en su frente.

— ¡No es mi culpa que tenga mala suerte!

— No, pero puedes acudir a un profesor cuando algo te pase, y no saltar al pozo ante la más mínima posibilidad.— Gruñó el profesor ante la excusa del chico. Harry se guardó para sí mismo el pequeño detalle de sus experiencias confiando en adultos.

Luego lo arrastró hasta una de las sillas enfrente de su escritorio. Una vez el profesor le dejó sentado en una de ellas, este se dirigió hasta una alacena en donde había algunas pociones, trayendo un frasco con un líquido incoloro.

— Potter, la mano.— Pidió el profesor, extendiendo la suya. Harry dudó, aún cuestionando qué mosca le había picado a Snape como para ayudarle. 

Cuando Severus se dio cuenta de que no le dejaría aplicarlo, le entregó el frasco a su estudiante, para que se lo echara él mismo.

— Deje que actúe durante unos cinco minutos, no más, sin que entre en contacto con el agua.— Le explicó el pocionista. Luego puede terminar con los calderos.— Sin ninguna palabra más, el profesor regresó a su trabajo de corregir.

Tras confirmar que su profesor no le prestaba atención, el chico se aplicó la poción, notando un leve escozor. Cinco minutos después, la retiró con un poco de agua, notando como la marca había desaparecido.

Por un momento, Harry se preguntó si también serviría para las otras cicatrices que tenía en el cuerpo, pero no se atrevió a preguntar.

Volvió a su tarea de fregar los calderos, esta vez más lento debido al dolor que sentía en su mano izquierda.

Una hora después, y por fin había acabado con todos. Snape no tardó en echarlo de allí al notar que ya lo había terminado todo, pidiéndole que mañana viniera a las ocho y media.

Al llegar a la sala común de Gryffindor, Ron le esperaba allí.

— Me alegro que sigas vivo, compañero.— Bromeó él, y Harry le dio una media sonrisa.— Pensé que el murciélago te había cortado en pedacitos y utilizado como ingredientes.

— No fue para tanto, y tampoco hubo tantos gritos como la última vez.— Le alivió Harry. Ya sabes, una pila de calderos para limpiar sin magia. Al menos con Snape no tienes que utilizar un cepillo de dientes.

— Ni me lo recuerdes.— Suplicó Ron, poniendo mala cara.— ¿Subimos ya?— Harry asintió, y poco tiempo después, ambos ya estaban acostados.


El placentero sueño no le duró mucho a Harry, quien, un poco antes de medianoche, se levantó de un salto tras tener una pesadilla, con su alcacena esta vez de protagonista. Aunque ya no dormía allí, le seguía trayendo problemas.

Sin tener ganas de volver a cerrar los ojos, el joven león cogió su capa de invisibilidad, salió de su cuarto, y aunque pensaba que le costaría salir, fue capaz de pasar desapercibido por el cuadro de la Dama Gorda.

Cada vez se iba alejando más de la Torre Gryffindor, sin importarle mucho la dirección en la que iba (mientras no fuese hacia las mazmorras). Merodeó hasta encontrarse con lo que parecía ser un aula en desuso. 

Sin poder ver nada, Harry lanzó un Lumos para poder echarle un mejor vistazo. Al fondo del todo había varias pilas de muebles, algunas de las tablas de madera del suelo estaban levantadas, y una capa de polvo estaba presente en toda la habitación.

No se atrevió a coger uno de los taburetes apilados para sentarse, pues, conociendo su suerte, acabaría tirándolo todo, y llamando la atención del profesor en patrulla, por lo que se conformó con sentarse en el suelo, pegado a una de las paredes, y con la capa de invisibilidad por encima.

En ese momento, el joven león pensó que ese podía ser un lugar tranquilo para estar con sus amigos, sin la necesidad de más alumnos escuchando sus conversaciones.

Fue algo ingenuo pensar que no lo encontraría, pues la puerta del aula se abrió cuando Harry ya se estaba empezando a relajar.

El chico, pensando que era Filch, se quedó quieto bajo la capa de invisibilidad, intentando hacer el menor ruido posible. Aunque, bueno, esos pasos que cada vez se escuchaban más fuertes no eran del conserje…

De todas las personas que podrían ser, no pensó ver al Profesor Lupin parado en la entrada, mirando hacia la zona en donde Harry estaba escondido.

— ¿Harry?— El chico no respondió, rezando a cualquier mago poderoso que le dejara en paz. Pero eso no fue así, pues en un abrir y cerrar de ojos, el hombre estaba enfrente suyo, levantando la capa, y mirándolo. Harry no pudo evitar mirarlo con una sonrisa nerviosa.— ¿No deberías estar en la cama?

— No tenía sueño.— Le explicó el estudiante.— Así que decidí dar un paseo.— Remus soltó una pequeña risilla.

Igual que tu padre, Harry.— Le dijo, y al chico le brillaron los ojos ante la mención de James.— Siempre vagando por los pasillos a medianoche. Aún no se como se libró tantas veces.— Se preguntó el profesor.Aunque, bueno, supongo que la capa le ayudó. Harry no pudo evitar apretar su capa un poco más.

— Es tuya por herencia, no te la voy a quitar.— Le comentó Remus, al notar el movimiento del alumno.— Pero sí te pediría que regresaras ya a la torre.— Eso más bien sonaba como una orden para el menor.— Diez puntos menos para Gryffindor.

— ¿En serio?— Se quejó Harry, levantándose de su sitio. Remus solo asintió, y empezó a caminar hasta la puerta.

Aunque siempre puedes volver. Pero por la mañana la próxima vez, por favor.— Le suplicó el profesor.— Cuando estudiábamos aquí, nosotros siempre teníamos un sitio para reunirse y estar solos. Puede que te vaya bien a ti, cachorro.— Harry se sorprendió ante el mote.

¿Cachorro?

— ¿No te gusta?— La cara del profesor se entristeció.

— ¡Sí!— Se apresuró a decir Harry.— Solo… se me hizo extraño.

— Así es como te llamaba antes.— El tono triste del hombre volvió.— Vámonos antes de que se haga más tarde.— Y, aunque Harry quería conseguir más respuestas, supo que ese no era el momento.

Se colocó la capa, y en unos minutos, ya estuvo de regreso en la torre.

Puede que ahora si confiara en otro adulto más que le ayudase en todo ese problema. Solo puede.

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