
Poniéndose al corriente
Tom Marvolo Riddle, 33 años de edad, ex-alumno del colegio Howarts de Magia y Hechicería, recorría los pasillos desiertos de su antigua escuela.
Solo que este no era Tom Riddle... O bueno, sí lo era pero no.
Años atrás, el que sería Lord Voldemort había performado un oscuro ritual. Y partiendo su alma en dos tras un atroz acto de homicidio, encerró la mitad en un diario.
Poco después, cuando decidió postularse para el puesto de Profesor de Defensa contra las Artes Oscuras y fue rechazado, Riddle aprovechó la oportunidad para esconder su diario en la Sala de Menesteres.
Sin embargo, siendo como era, joven e impulsivo, Riddle no leyó la letra pequeña del contrato. ¿Qué quiero decir con esto? Simple, el mago realizó un ritual que a prori le impediría morir, pero sin entender la profundidad de los efectos que este tendría en verdad sobre él.
En retrospectiva era algo bastante obvio, ¿no? Nada bueno podía salir de dañar algo tan vital como tu propia alma. ¿Pero hasta que punto ignoró los cambios?
Mucha gente cree que la creación de un horocrux hace al mago en cuestión perder la cordura. Pero eso no es más que una mala conclusión hecha con la mitad de la información. Las personas que afirman o afirmaron eso son aquellas que habían sido lo suficientemente desafortunados como para encontrarse con alguien que había hecho un horocrux, pero ninguno de ellos había tenido la oportunidad de conocer a un horocrux.
¿Cuál es la diferencia? Porque, son parte del alma de la misma persona, ¿cierto?
Bueno... Ya no más.
Verán, lo que divide el alma no es solo la brutalidad de la acción en sí, sino el conflicto que se asienta en uno mismo al momento de cometer un acto tan vil. Es decir, que mientras una mitad no tendrá problema con ser responsable por la muerte de alguien, la otra podría sentir remordimiento, o al menos, no vería la situación de la misma manera que su otra mitad.
Ahora, tampoco hay que confundirse o exagerar. Las dos mitades de Riddle, Tom y Lord Voldemort, fueron alguna vez una misma persona. O sea, que si bien tendrían ciertos desacuerdos, el Tom Riddle de 33 años salido de la Sala de Menesteres no era ningún santo.
Por supuesto, ninguna de las dos mitades tenía la más mínima idea de todo esto, y mientras una mitad planeaba cómo matar a un niño de once años basándose en una profesía que cuando menos era dudosa, la otra hacía su camino por los pasillos de Howarts hasta la biblioteca con la esperanza de encontrar algún indicio de cuándo estaba.
Tom recordaba haber hecho un horocrux, aunque habiendo despertado en una abalancha de objetos sin tener idea del dónde o el cuándo, le hacía preguntarse en qué rayos había estado pensando. ¿Qué le hizo creer que valía la pena matar a alguien por todo eso? No es que se arrepintiera precisamente. Esa horrenda mujer lo había torturado desde el momento que puso un pie en ese maldito orfanato, tratando de eliminar a la fuerza toda magia que tuviera. Y él no había sido el único en sufrir esa clase de tratos. Como se le permitía a alguien así siquiera acercarse a los niños, estaba más allá de su comprensión. ¡Tom podría haberse convertido en un obscurial!
La biblioteca etaba vacía, pero en el escritorio de la bibliotecaria había una copia de El Profeta, que en el peor de los casos sería del día anterior. En la esquina superior derecha se leía '7 de julio de 1992'.
Mierda.
Se le cayó la mandíbula. Habían pasado más de 30 años. ¡Más de 30 años atrapado en un diario! ¿Qué haría ahora?
Tomando una serie de respiraciones lentas para recomponerse, Tom dejó el diario en el mismo lugar donde lo había encontrado y fue directo a la sección histórica de la biblioteca. Buscó los tomos más recientes, todo lo que relatara los eventos de las últimas décadas. Los avances tecnológicos no eran una prioridad, el Mundo Mágico llevaba décadas, sino siglos, varado en la Época Victoriana. Pero cualquier otro acontecimiento podía ser importante.
Lo primero que llamó su atención fue enterarse de que aparentemente hubo una Gran Guerra entre Luz y Oscuridad. ¡Y qué sorpresa cuando, leyendo, encontró el pseudónimo que él mismo se había creado! En su momento nunca creyó llegar a usarlo seriamente, pero supuso que el tiempo lo hizo cambiar de opinión. Aunque en ese momento le parecía un poco ridículo.
Pero fue cuando en verdad empezó a leer que las cosas se tornaron 'interesantes'.
Libro tras libro. Eran páginas, capítulos y hasta llegó a encontrar un tomo entero dedicado a las atrocidades, a los crímenes de guerra que él (o una parte de él) había cometido.
Tom estaba horrorizado. ¿Cómo pudo llegar a eso? ¿Cómo pudo caer tan bajo?
Pero... No fue él. Él estaba ahí, leyendo los eventos vividos por otras personas, los actos de otro hombre distinto a sí mismo.
Él no era tonto, mucho menos ingenuo. Sabía que no era un buen hombre, pero todo lo que había leído...
Ese era un extremo al que no estaba dispuesto a llegar. Al menos, no esa vez.
Tom estaba ahí, en ese momento y podía elegir. Estaba vivo y...
Fue ahí que cayó en la cuenta. ¿Cómo era que estaba ahí? ¿Por qué tenía un cuerpo? No había nadie esperándolo en la Sala de Menesteres. Solo podía asumir que él estando allí había sido un accidente. ¿Podía ser que su nuevo 'estado' fuera una consecuencia de algo hecho a su contraparte? ¿Era posible que el hombre del que había leído estuviera de regreso?
Esa idea le resultaba más enfermante que el enterarse que había sido desvanecido por un niño de un año de edad. Y eso solo, decía mucho del concepto que tenía de su contraparte.
Tom suspiró. Apoyó los codos en la mesa atiborrada de libros y descansó la frente en sus manos. Necesitaba un plan. No tenía el menor interés en encontrar a su otro yo. Pero necesitaba un trabajo para obtener dinero. No tenía a dónde ir, ni con quién ir. ¡Ni siquiera tenía una varita!
¡Argh...! Sé que probablemente me merezco todo esto, pero aún así...
Con un suspiro, Tom se incorporó y empezó a acomodar los libros en sus respectivos lugares. Podría usar magia para hacerlo, aun sin varita, pero tener las manos ocupadas le ayudaba a pensar.
Algo era seguro, ya no podía ser Tom Marvolo Riddle. En el mejor de los casos creerían que estaba loco. En el peor de los casos...
No quería ni pensarlo.
En conclusión, Tom no tenía un knut, estaba treinta años en el futuro, no tenía a nadie a quien acudir, no tenía varita y bajo ninguna circunstancia podía usar su propio nombre.
Solo quedaba una opción: Knockturn Alley.