
Pocas opciones e impotencia
Severus Snape estaba recostado leyendo un libro en el sillón en la sala de su casa en Spinner's End. La habitación no era muy grande. Era un espacio abierto conectado al recibidor. Los pisos eran de madera oscura y las paredes blancas. El sillón de tela negra daba la espalda a la entrada y encaraba la chimenea y una ventana que daba al descampado al costado de la casa. A cada lado había grandes libreros de madera a juego con el suelo, ambos llenos a tope de libros de distintos tópicos, mágicos y muggle, de ciencias y de ficción, sin un orden aparente.
Justo cuando Severus empezaba a relajarse sintió un ardor en el antebrazo izquierdo. El maestro de pociones levanto su mano y puso la dolida extremidad al nivel de sus ojos. Levantó la manga de su remera, una camiseta gris simple, y por unos segundos se quedó mirando el tatuaje difuminado en una mezcla de horror y sorpresa.
Cuando el dolor (menos intenso de lo que solía ser, pero igual de persistente) se hizo más notorio, Snape volvió en sí y rápidamente se incorporó. Se apuró a la chimenea, tomó un puñado de polvos floo del recipiente sobre esta y lo echó a las llamas encendidas mientras llamaba a la oficina del director. Sin perder tiempo esperando a que alguien respondiera se dio la vuelta y empujó el sillón lejos del hogar y en dirección al recibidor. Sacó su varita y empezó a ejecutar una serie de intrincados movimientos mientras murmuraba un cántico entre dientes, probablemente en latín. El grupo de tablas directamente frente a sus pies soltó un brillo blanco que al instante se apagó. Agachándose y tanteando el suelo encontró un tablón flojo. Lo sacó y de debajo del piso pescó una túnica negra y una máscara de metal, justo a tiempo para voltear a ver la chimenea y encontrarse con la cara de Dumbledore.
"Severus, ¿cómo estás?"
El nombrado ignoró toda formalidad o etiqueta.
"Me está llamando". La cara que puso Albus en ese momento habría hecho reír a Severus en cualquier otro momento, pero ahora, yendo a enfrentar a uno de los peores sádicos de la historia, no sentía ningún deseo de reír. Se dirigió nuevamente al anciano. "Me reportaré en Howarts apenas termine la reunión". Y sin más, desapareció.
Dumbledore no supo nada más durante horas, hasta que Severus se presentó en su oficina tal y como había prometido.
La cara del profesor de pociones no reflejaba nada. El director recurrió a la legeremancia para ver las emociones de su espía. Lo que encontró fue una vaga preocupación por Harry Potter, principalmente vinculada al riesgo de romper sus votos. Albus no comentó nada acerca de esto, no esperaba más del hombre frente a sí. Sin embargo, el peligro era evidente.
"¿Qué averiguaste, Severus?", preguntó el anciano sin más preambulo.
"Irá tras él", le dijo. "El Señor Tenebroso quiere a Potter. Busca llevarlo a la mansión Gaunt para usar su sangre en un ritual que le devolverá su cuerpo".
Dumbledore escuchaba a su espía con expresión dura y pensativa, los codos apoyados en el escritorio, sus manos entrelazadas a la altura de su rostro. Ahora sabía del plan de Voldemort para recuperar su cuerpo...
"¿Eres el único encargado de realizar esta tarea?", preguntó el director, contemplando los posibles cursos a seguir.
"No", contestó Severus sin perder su tono monótono. "Otros tres mortífagos estaban presentes en la reunión. Sin embargo, desconozco sus identidades".
Albus lo miró severamente a los ojos usando sutilmente legeremancia una vez más a fin de comprobar la veracidad de lo informado.
Severus, por segunda vez, sintió la irrupción en su mente y por segunda vez uso todas sus habilidades para disimuladamente desviar sus pensamientos verdaderos al fondo de su mente, dejando al frente solo lo que quería mostrar. No le importaba Barty Crouch Jr., ni la otra figura que no se dejó ver, pero de ninguna manera arriesgaría la identidad de Lucius.
En cuanto a sus sentimientos respecto al posible secuestro de Harry, de nada serviría darle al anciano otra herramienta para presionarlo.
Dumbledore, por su parte, estaba en una encrucijada. Habiendo comprobado que lo que decía Snape era cierto, empezó a evaluar sus alternativas. Las protecciones de sangre que había dejado Lily solo serían efectivas contra los mortífagos dentro de la casa, pero si el ritual que Voldemort buscaba ejecutar utilizaba la sangre del chico, esas protecciones se volverían inútiles.
De todas formas, un pie fuera de los límites de la propiedad y Harry Potter sería presa fácil para los seguidores de Voldemort.
Podrían intentar llevar a Harry a otro lugar, pero eso solo sería alejarlo de las protecciones en casa de los Dursley y exponerlo aún más.
Incluso si supieran las identidades de los posibles secuestradores (aparte de Snape), no le costaría nada a Voldmort encontrar reemplazos.
Luego estaba el problema de elegir un plan que no hiciera obvio el hecho de que tenían a alguien infiltrado en el pequeño grupo que se había reunido.
"Enviaré un mensaje a los muggles", concluyó Dumbledore. "Les diré que eviten que Harry deje la casa a menos que sea inevitable y que no lo pierdan de vista. Enviaré un mensaje a Arabela, también. Le diré que preste especial atención al joven Potter. Fuera de eso, no veo mucho que podamos hacer". Severus no dijo nada, tampoco dejó ver nada en su rostro que pudiera traicionar alguno de sus pensamientos. Entendía que su posición como espía podía verse comprometida pero, ¿no podían traer al niño a Howarts? Esas medidas no serían una solución. Severus vio a Albus abrir uno de los cajones en su escritorio y sacar una figurilla de mármol blanco con forma de lechuza. Se la entregó y explicó. "En caso de que el plan de Voldemort se ponga en marcha y te veas en la situación de abducir a Potter, presiona la oreja derecha de la lechuza. Esta se transportará directamente frente a mi. Reuniré a la orden y todos iremos a rescatar a Harry de la mansión Gaunt", finalizó.
Severus no dijo nada más, aceptó la figurilla, asintió con la cabeza y se fue.
Días después, tal y como Severus predijo, lo que Dumbledore hizo no sirvió de nada para prevenir un secuestro. Y, en serio, él sabía que Petunia era desagradable y probablemente sentía un fuerte rencor hacia el muchacho, ¿pero no podía, al menos, quedarse viendo hasta que Harry llegara a la puerta de la casa de la señora Figg? ¡Los mortífagos no son la única amenaza ahí afuera y el chico solo tenía once!
Como fuera, Severus tuvo que acorralar al niño junto con Barty y Lucius mientras quien quiera que fuera el otro hombre (porque solo eso pudo distinguir) se quedaba a ayudar a Quirrel con la poción y el ritual.
El profesor vio como el desquiciado de Barty aturdía a un niño. Lucius fue quien lo cargó.
¿En serio nadie iba a llamar a la policía? Tal vez un par de hechizos los hacían a ellos indetectables, pero seguro alguien debió notar como un niño caminando por la calle desapareció de repente.
Momentos después, Severus se encontró a sí mismo parado en el maunsoleo familiar de los Gaunt. Llevaron a Potter al centro, donde una estatua de lo que solo podía describirse como un angel de la muerte, montaba guardia junto a la figura de Quirrel y su encapuchado ayudante.
Lucius depositó a Harry en el suelo junto al enorme caldero del ritual. Incarceros fue lanzado, y el niño quedó completamente inmobilizado. Por último y para repulsión de Severus, el desconocido apuntó su varita a la figura en el suelo y lo reanimó.
Resultó extremadamente difícil para Snape mantener su fachada y no reaccionar ante los asustados y frenéticos movimientos del muchacho al encontrarse completamente atado, en un lugar que no reconocía. Lo vio paralizarse y palidecer al notar las figuras negras encapuchadas que lo rodeaban, pero lo vio poner aun así un rostro desafiante al distinguir a Quirrel.
Harry empezó a cuestinor a su ex-profesor de defensa, intentando disimular el miedo en su voz, acerca de qué hacía allí y para qué lo habían traído. Fue Voldemort quien contestó, feliz de informarle su papel en ayudarle a recuperar su cuerpo.
Severus solo podía esperar que la Orden fuera rápida en venir por Potter y evitar el regreso del ser frente a sí. Eran momentos como ese los que lo hacían sentirse sumamente impotente. Si no fuera por esos votos y juramentos, si hubiera sabido mejor años atrás...
Los elementos ya estaban en el caldero. La sangre era todo lo que faltaba. Severus observó inmóvil como la figura encapuchada se acercaba a Harry con un cuchillo, empeñándose en dejarle un horrendo y doloroso corte en el brazo izquierdo. El corazón se le encogió en el pecho y se le secó la boca de la garganta al escuchar los gritos del chico.
Segundos después, la sangre fue agregada a la poción y Quirrel entró en el caldero. Del mismo surgieron luego dos cuerpos. Por un lado, Quirrel salió tropezando para posicionarse junto a ellos. Todos se arrodillaron y bajaron la cabeza en señal de respeto mientras emergía la segunda figura, más deformada y espantosa de lo que sus mortífagos recordaban. La piel de un rosa grisaceo y la cabeza calva daban la impresión de un cuerpo calcinado. La boca sin labios y la nariz, dos rendijas que apenas y sobresalían del rostro, le daban a ese 'hombre' una apariencia de reptil. Y los ojos color rojo sangre parecían emitir su propio brillo.
La figura se acercó a los hombres arrodillados a sus pies. El hombre anónimo buscó entre sus ropas con el brazo que le quedaba y sacó la varita del Señor Oscuro. Este la tomó, luego caminó hasta el joven encarcelado.
Severus tuvo que usar lo mejor de su voluntad y sus habilidades en oclumancia para mantener su rostro inmutable y su respiración a un ritmo constante, mientras veía a Lord Voldemort regresar en todo su poder, mientras lo veía recuperar su varita, y peor aún, aproximarse al hijo de Lily. Su cerebro había bloqueado la mayoría del monólogo de Voldemort cuando...
"... pero ahora. Puedo. Tocarte", Voldemort apoyó su dedo, más parecido a una garra, dolorosamente sobre la frente del niño que ahuyó como un animal herido.
De repente, Voldemort dio un salto hacia atrás, esquivando un hechizo que no logró dañarlo, pero tuvo éxito en poner distancia entre el Señor Tenebroso y el Niño-Que-Sobrevivó(-Otra-Vez).
Hechizos empezaron a dispararse a diestra y siniestra desde todas direcciones. La Orden finalmente había llegado al rescate y superaba en número al pequeño grupo de mortífagos que pronto fue llamado a retirarse.
Severus desapareció de vuelta a Spinner's End y se desplomó en su sillón. No se molestó en sacarse sus ropas de mortífago. Sabía bien que en menos de una hora sería llamado para una sesión de Cruciatus por haberse dejado atrapar y perder a Harry Potter.
Tal como predijo, veinte minutos después se encontró a si mismo arrodillado a los pies de Voldemort, quien estaba sentado en un ostentoso trono de mármol en la mansión Nott (aparentemente, el señor Nott había sido veloz en pedir perdón por no buscar a su maestro y tras un rápido y seguramente doloroso castigo, se le asignó la 'prestigiosa' tarea de ospedar a su Señor).
La oleada de Cruciatus no tardó en llegar, acompañada por un tedioso y largo discurso por parte de Voldemort de como Severus lo había decepcionado. Snape apretaba los dientes y concentraba toda su magia y energía en sus escudos de oclumancia para evitar dejar ver el fastidio, la ira y el odio puro que sentía en ese momento. El maleficio dolía más que cualquier cosa que Severus conociera, pero aún después de tantos años, ese dolor era algo a lo que estaba acostumbrado.
Como andar en bicicleta...
Ese pensamiento divertía y perturbaba a Severus a la vez.
Cuando el castigo terminó finalmente, Severus se incorporó procurando lucir debilitado y procedió a pedir perdón y agradecer por el 'rápido' castigo, mientras maldecía en el fondo de su mente. Esa clase de humillación nunca dejaría de producirle náuseas.
Desapareció de vuelta a su casa, donde se deshizo de la túnica negra y esa despreciable máscara, dejándolas caer al suelo mientras, alzando un brazo, hizo volar un frasco de poción anti-cruciatus a su mano. Tomó todo el líquido de un trago y caminó desde el recibidor hasta las escaleras y recorrió el pasillo hasta su cuarto donde se desplomó en su cama.
En la Sala de Menesteres, dentro de la escuela Howarts de Magia y Hechicería, enormes montañas de diversos artefactos y cachivaches formaban un retorcido laberinto.
Una de las pilas perdió balance ante una súbita adición de peso, provocando una avalancha que tiró la pila contigua y una junto a esta.
Para ser justos, ese desorden no hacía mucha diferencia al lugar que ya de por si era un caos.
El mar de objetos empezó a moverse y una mano salió a la superfice, retorciéndose y buscando agarre. Un segundo brazo siguió al primero y así un hombre de pelo negro, ojos castaños y piel clara se hizo paso entre la inundación de variados objeto, moviendose hasta liberarse por completo, tambaleándose y casi cayendo de cara en el proceso (no que alguien se fuera a enterar... Nunca).
El hombre, vestido con una túnica semiformal azul marino y zapatos de vestir marrón oscuro, se sacudió el polvo de encima, arregló su ropa y enderezó su postura antes de acercarse a la puerta de salida de la Sala.