
RECUERDOS DEL PASADO
Draco empezó a propiciar encuentros con Hermione con la idea de acercarse a ella no solo en el aspecto laboral. Verla en el partido de Quidditch de semanas atrás había sido una inesperada sorpresa y los pocos minutos que habían compartido ese día y los momentos en el baile de aniversario los atesoraba como lo mejor que le había pasado en los últimos tiempos. Casi estaba tentado a probar con el encantamiento patronus que siempre se le había resistido por no contar con un momento verdaderamente feliz en su vida.
Para poder verla al menos una vez por semana, le asignó que se encargara personalmente de un proyecto que tenían con los inversores noruegos. Durante las juntas se dedicó a observarla, advirtiendo pequeños hábitos o gestos que hacía y de los que jamás se había percatado.
Descubrió que cuando estaba nerviosa se pellizcaba sutilmente el pliegue entre el dedo pulgar e índice izquierdo, se quitaba los lentes que llevaba solo en horas laborales cuando estaba distraída, realizaba con lápiz algunos trazos en las esquinas de sus documentos cuando estaba ansiosa por dar su opinión pero era el turno de otra persona de hablar, jugaba con un mechón de su cabello cuando estaba satisfecha, estrujaba con sus dedos la pluma de faisán cuando estaba molesta. Leerla se había convertido en los últimos meses en su pasatiempo favorito. Por supuesto, aprovechaba los escasos minutos que compartían para agradecerle el gran trabajo que ella hacía, no teniendo el valor de tratar con ella temas que no fueran de oficina, y así fue pasando el tiempo.
Se acercaban las vacaciones de verano y todos los años el consorcio reconocía el arduo trabajo de sus empleados de confianza con un fin de semana en alguna parte de Europa. Ese año le había tocado el turno a uno de los hoteles de playa más importantes de Portugal, donde todos disfrutarían del spa, piscina, gimnasio, sol, arena y mar, pero donde específicamente los tres magnates aprovecharían para liberar su estrés practicando uno de los deportes acuáticos muggles que más les gustaba: el surf.
Posterior a los juicios por su participación en la Segunda Guerra Mágica, los tres magos se habían aislado un tiempo de la comunidad mágica y al estar en contacto con empresarios muggles habían adoptado sus costumbres. Aparte de surfear, amaban jugar golf, y en el campo, introduciendo una pelota en los hoyos se habían formalizado varios de sus exitosos contratos.
Una soleada y calurosa mañana de julio en Playa del Norte, en Nazaré, donde se producen las olas consideradas las más altas del mundo, Draco, Theo y Blaise se habían puesto sus trajes de neopreno y con sus tablas estaban aprovechando las grandes olas para realizar amplios giros y maniobras. Luego de varias horas, cuando el hambre los sedujo, salieron del agua y se retiraron el traje que en esa época del año los protegía del intenso sol, dejando al descubierto sus trabajados músculos. Mientras se duchaban para quitar la sal de sus rostros y cabello, comentaron los increíbles momentos que habían tenido ese día, se vistieron rápidamente y luego Theo y Blaise corrieron al encuentro de sus esposas.
Draco les dijo que en un rato los alcanzaría y mientras se pasaba las manos por el cabello para retirar el exceso de agua, a lo lejos divisó a Hermione sentada sobre la arena, sola. Él la había visto pasar por el área de la piscina mientras desayunaba, con una libreta en la mano y un corto enterizo, lentes oscuros y sombrero hablando animadamente con otra ejecutiva, por lo que le extrañó verla tan solitaria frente el mar, completamente ausente, como si estuviera a miles de kilómetros de distancia de esa playa. A ratos escribía algo corto y volvía a quedar sumida en sus pensamientos.
Su cabello estaba atado en un moño pero el viento hacía flotar unos mechones hacia su rostro que ella no se molestaba en retirar, de tan desconectada del mundo que estaba. Verla así trajo a su memoria un evento ocurrido cuando tenía siete años de edad y que siempre había creído haber soñado o imaginado. La de una niña con esa misma posición de desolación en su rostro, llorando.
Ahora veía todo con mayor claridad.
Esa tarde le había exigido a Dobby, el elfo doméstico, que lo llevara a algún lugar que no conociera y donde pudiera divertirse. Estaba solo en casa; hacía tres días que no veía a su familia y Theo, su mejor amigo, estaba de vacaciones en Francia por lo que él se aburría.
El amable elfo que su padre tanto maltrataba se había inclinado hasta prácticamente tocar el suelo y, tomándolo con sus pequeñas manos, lo había hecho aparecer detrás de unos arbustos en un parque donde otros niños jugaban y gritaban de felicidad.
—El amito Draco puede llamar a Dobby nuevamente cuando desee regresar a casa —y de nuevo había hecho una reverencia para luego desaparecer.
Draco lentamente se fue acercando fascinado por la algarabía de los niños en los diferentes juegos del parque infantil, prestando atención para poder imitar todo lo que hacían los demás y no darse por menos.
Vestido de una forma que llamaba la atención y peinado impecablemente, se alborotó el cabello y desató el corbatín y el primer botón de su camisa blanca para después sentarse en una silla que se balanceaba hacia el frente y hacia atrás, como estaban haciendo unos mellizos a su lado, quienes se mecían sin parar de reír a ver cuál de los dos lograba llegar más alto.
Sin embargo, algunos pasos más allá del área destinada para juegos, una niña estaba sentada y denotaba una gran tristeza. Su cuidadora, luego de intentar animarla, derrotada se había sentado a su lado y prestaba atención a una revista.
Como atraído por un imán, se bajó del columpio y se fue acercando hasta quedar al frente; ella había levantado su cabecita y él pudo ver su rostro surcado por lágrimas. Y de pronto, sintió que sus ojos también se aguaban, tal era el dolor que esos ojitos color café expresaban.
—¿Te caíste? —preguntó con intriga pero ella negó con la cabeza—. ¿No tienes con quien jugar? —volvió a negar pero esta vez se limpió la cara con uno de los vuelos de su vaporoso vestido color turquesa—. ¿Quieres venir a jugar conmigo?
—No… —apenas alcanzó a murmurar y se aclaró la garganta.
—¿Por qué lloras? —insistió con preocupación.
—Extraño mucho a mi abuelita Jean…
—Yo también tengo un abuelito… Se llama Abraxas y me quiere mucho, aunque casi nunca lo veo —se quejó—. Siempre me compra helado de fresa y chocolate porque es mi favorito.
—Yo no veré a la mía nunca más… —y nuevamente empezó a llorar desconsolada, por lo que él, asustado, empezó a alejarse hasta llegar al arbusto donde llamó a Dobby.
De vuelta en el presente….
El hecho de que estuviera distraída le dio la oportunidad de analizarla mejor. Sin los lentes y las elegantes túnicas que Pansy diseñaba especialmente para ella, combinando estilos mágico y muggle y que le reforzaban el aspecto intelectual, se veía más joven, más como la muchacha sabelotodo del colegio.
La vio limpiarse una lágrima y no pudo evitar querer acercarse; era algo irracional, pero también deseaba abrazarla. Lentamente sus pasos fueron a su encuentro. Contrastaba con su estado de ánimo, la floreada y colorida salida de playa que llevaba; debajo llevaba un vestido de baño de una sola pieza color azul oscuro que, pensó, cubría más de lo que le hubiera gustado.
—Hola…
Hermione, quien no se había percatado de su cercanía, de momento se asustó y después le dio una sonrisa triste para enseguida suspirar y moverse hacia un lado en la manta donde se había sentado para no llenarse de arena. Él se sentó a su lado y fijó la mirada en el horizonte, preguntándose por qué una exitosa mujer podría suspirar de esa forma tan desgarradora. Minutos después, ella comenzó a hablar sin que hubiera sido necesario cuestionarla.
—Hoy hace ocho años alteré los recuerdos de mis padres con la idea de protegerlos. Me borré de su memoria… pero a pesar de eso, murieron… La angustia que siento cuando imagino su confusión… —se limpió las lágrimas que habían empezado a caer libremente por sus mejillas— de no saber quién era la Hermione Granger que estaban buscando… Sé que la vida debe seguir, eso lo tengo claro y aún así me derrumbo cada dieciséis de julio, que fue la fecha de la última vez que los vi, porque siento que por más que lo intenté, no logré salvarlos.
Draco sintió una punzada en el corazón. Había escuchado sobre la redada que habían hecho un puñado de mortífagos para dar con los padres de Hermione y los tíos de Harry. Liderados por Antonin Dolohov y Augustus Rookwood habían sido los encargados de esa exitosa misión, en la que agradecía a todos los dioses que no hubiera participado su padre o nunca hubiera podido darle la cara a la mejor ejecutiva de su empresa.
Era la primera vez que la escuchaba hablar de un aspecto personal, así que dedujo que realmente debía estar muy mal si se animaba a contarle todos esos detalles a él, con quien no tenía una amistad.
—Deberías ser el último hombre que escucha mis problemas —comentó, y él se asombró que hubieran tenido la misma línea de pensamiento.
—Lo sé, pero todos pasamos por momentos malos y a veces sincerarse con un desconocido es más fácil que con un amigo. —Hermione asintió—. Es normal sentirse así y comprendo que te duela, pero eres más fuerte que todo esto. No fue tu culpa, no puedes controlar todo en la vida.
—Eso no me sirve de excusa… Necesito algo que me dé paz.
—La verdadera paz está dentro de uno mismo. Lo aprendí después de momentos de oscuridad, sobre todo previo a los juicios; entendí que no podía seguir viviendo en lo que había hecho en el pasado. Debía hacer recuerdos nuevos y me propuse hacer algo por mí por primera vez en la vida. Salir de una sola zona de confort para encontrar la paz no fue fácil, pero hay que seguir impulsos y lanzarse al agua.
—Hacer algo por uno mismo… Siempre me he preocupado por los demás pero pocas veces hago algo por mí…
—Debes perdonarte de corazón. No te aferres a ese pasado. Da gracias por los momentos vividos al lado de ellos y sigue adelante.
—Me parece mentira que todo esto me lo estés diciendo tú.
—Y a mí me parece mentira verte así, Granger. Pero también sé que por más fuertes que creamos ser, siempre hay algo que nos quiebra… y no nos gusta porque nos hace sentir vulnerables, expuestos.
—Exactamente… esta soy yo cuando algo me supera…
—¿Qué te parece si hacemos algo para animarte? Uno de los shows nocturnos en el anfiteatro de este hotel no tiene nada qué envidiarle al famoso Cirque du Soleil. Vamos y así te despejas.
—¿Me estás haciendo una invitación? —preguntó asombrada y él de momento se sintió incómodo, aunque al verla sonreír inmediatamente se recompuso.
—Solamente porque estás deprimida. Tómalo como terapia cortesía del consorcio —le guiñó un ojo.
Se puso a hacer planes en su mente e ideando algo más para sorprenderla, le dijo que se encontraran en el lobby a las ocho.
Se despidieron no como jefe y subordinada sino con un ligero apretón de manos que a su criterio los acercaba más a una amistad y una leve sonrisa en los labios de ella lo confirmó.
—¿Debo besar su mano, señorita Granger? —preguntó con picardía, aunque a su vez había recordado que irónicamente esa misma mano una vez le había propinado un puñetazo en la nariz, bien merecido, por supuesto, aunque nunca lo aceptara en voz alta.
—No seas payaso, Malfoy —respondió soltándose y escapó por poco del manotazo que iba hacia su brazo.
Le gustó verla reír aunque de pronto se sintió como un idiota por tener ese pensamiento. Se aclaró la garganta y empezó a alejarse de ella con su usual porte serio de hombre de negocios implacable, intentando no darle mucha importancia a lo que acababa de pasar.
Sin embargo, su mente lo llevó de nuevo a otro recuerdo más reciente.
Verla ensangrentada sobre el piso de un salón de Malfoy Manor con Bellatrix sobre ella de repente lo detuvo en seco. Trató de cerrar su mente pero, lo que en una época había parecido tan natural hacer, ahora se le dificultaba: o había perdido la práctica por tantos años sin necesidad recurrir a la Oclumancia, o ese recuerdo lo había tomado completamente desprevenido y quizá sumado al de su infancia en aquel parque muggle lo había dejado sensible, pues no fue fácil empujarlo hacia el rincón de su mente dónde estaban escondidos todos sus miedos, sus momentos más oscuros, lo peor de su vida.
¿Adónde se había ido todo el aire? Sentía que se ahogaba.
Caminó por la orilla del mar dejando que el agua acariciara sus pies, deseando que se llevara con la arena todo lo sucedido años atrás de una vez por todas.
Tenía claro que si hubiese podido salvar a alguien ese día, sin duda alguna hubiera sido a su madre; sacarla de ese maldito infierno en el que vivían, pero entonces ¿por qué la imagen de Hermione gritando y escuchar a Potter y Weasley desesperados desde las mazmorras ahora lo atormentaba?
Se detuvo y contemplando esa línea donde el cielo se une con el océano, se concentró en la técnica y vació su mente hasta que su respiración fue pausada.
Su estómago volvió a reclamar por alimento y se dirigió al área de snacks por un aperitivo; encontrándose con Theo y Daphne que tenían las mismas intenciones, terminó de despejar su mente. Gracias a Merlín sintió que todo volvía a su lugar.
Horas más tarde, vistiéndose para lo que a él le parecía una cita , se sintió nervioso y ridículo escogiendo qué ponerse de entre todo el guardarropa que había llevado para sus vacaciones. Pansy le había prohibido llevar atuendos color negro y le había dado varias prendas que nunca se hubiera atrevido a usar en otro lado. Pero era una ocasión especial… a lo mejor era hora de probar con algo diferente.
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Hermione se quedó un tiempo más en la arena, analizando cada palabra dicha por Draco, asombrada aún por la actitud del mago, pero decidida a ponerlo en práctica.
Este Malfoy era tan distinto del que había conocido a los once años que se sintió completamente en peligro de que el hombre le gustara, no como su jefe sino como… Sacudió la cabeza sintiendo sus mejillas arder. Los casi treinta grados centígrados de temperatura debían estar asando también su cerebro.
Se levantó, se quitó la salida de playa y decidió darse un chapuzón en el mar para refrescarse. Llevaba dos días en Portugal y ya había tomado un leve bronceado en la piel que le gustaba. Posteriormente se fue para el hotel, no sin antes pasar por una ensalada griega y un jugo de manzana. El calor le quitaba el apetito pero no había almorzado; tampoco quería comer mucho para poder cenar a gusto.
Mientras comía, recordó lo que sintió en su primer viaje a Hogwarts cuando en un pasillo del tren había reconocido al niño del parque cuatro años atrás. Era imperdible aquel color de cabello tan característico que casi parecía blanco y los vivaces ojos grises, por lo que no había dudado, y su corazón había dado un vuelco al darse cuenta que era un mago y que serían compañeros en el colegio. ¿Los sortearían en la misma casa?
Su primer impulso había sido saludarlo, pero el gesto de hastío que en ese momento llevaba la hizo dudar de si sería el mismo niño amable y solitario que la había abordado cuando había estado llorando por la muerte de la abuela Jean. El resto de los siguientes años, Draco había dejado más que claro que no la reconocía como la niña con la que había hablado en un parque muggle y ella empezó a dudar que aquel recuerdo fuera real o más bien algo producto de su adolorido corazón.
Verlo acercarse esa tarde le pareció irreal. Era su jefe y su relación laboral había mejorado sobre todo en las últimas semanas, donde habían estado viéndose más debido a un proyecto con Ferd, la compañía noruega, pero su actitud comprensiva y empática de minutos atrás le había recordado mucho al niño que hacía catorce años se había acercado a preguntarle por qué lloraba. La ilusión de que tendría algo similar a una cita con Draco la animó.
De regreso en su suite, encendió la televisión para buscar un canal de música e inmediatamente analizó lo que llevaba en la maleta, agradeciendo a Ginny por haber insistido en que llevara algo bonito por si salía en la noche. Lo había hecho más para complacerla que porque creyera que en verdad tendría una oportunidad para usarla. Por lo general, aprovechaba sus vacaciones para disfrutar del mar que tanto amaba, descansar a orillas de la piscina, leer en la cama o bien, dormir.
Se duchó, aplicó la crema con aroma a jazmín que formaba parte de los amenities del hotel, se puso la bata de baño y valoró si ponerse la mascarilla de pepino, colágeno y vitamina E que formaba parte del paquete de productos. Tenía los ojos ligeramente hinchados y decidió que se la pondría para hidratar la piel y desinflamar. Tomó un bombón de chocolate y se dirigió a la cama.
Más tarde, vestida con una blusa de botones color terracota de mangas hasta el codo, short blanco y unas sandalias a juego, se quedó sin saber cómo actuar cuando Draco apareció con una camisa color azul marino y un pantalón verde musgo que casi le cortó la respiración. Llevaba los primeros tres botones de la camisa desabrochados y había doblado un poco las mangas justo hasta donde apenas se divisaba el inicio de la cicatriz en la que se convirtió la otrora Marca Tenebrosa en el antebrazo izquierdo. Una sonrisa deslumbrante iluminaba su rostro. Decir que estaba guapo era quedarse corto.
Nerviosa, se acomodó un invisible mechón detrás de su oreja derecha y caminó a su encuentro. Le pareció que los plateados ojos de Draco brillaban con intensidad al verla, ¿o era más bien un efecto de las chirriantes luces del lugar?
—¿Preparada para empezar la terapia? —inquirió sonriendo de lado. Ella asintió emocionada por la anticipación—. ¿Y para una aparición conjunta?
Draco le estaba ofreciendo su brazo para que ella se enganchara y aparecerse juntos y aunque de entrada se sorprendió pues debía tocarlo, su emoción por la cercanía fue mayor. Esperaba no haberse sonrojado y dejarse en evidencia.
Se aparecieron y caminaron pocos metros hasta donde tomaron un funicular para subir al Mirador de Suberco, localizado en la formación rocosa a ciento diez metros sobre el nivel del mar con una impresionante vista de Playa Nazaré. El lugar estaba abarrotado de turistas en espera de la puesta del sol. Estaba haciendo mucho viento y de repente sintió frío a pesar de ser julio, pero inmediatamente el ambiente se tornó cálido y al ver a Draco, observó que sonreía con aire de suficiencia. Eran tan escasas las veces que lo había visto sonreír y esto, sumado a lo que estaba haciendo por ella, por animarla, que estaba empezando a sentir que él podría convertirse en alguien importante en su vida.
—Siempre me sorprende la inmensidad del mar —comentó luego de varios minutos, embelesada mirando hacia el paisaje—. Me hace sentir tan pequeña…
—El sonido de las olas siempre me relaja —comentó—, por eso me gusta surfear.
—Siempre te ha gustado el peligro… el Quidditch, surfear… Probablemente disfrutarías en los parques de atracciones con las montañas rusas.
—Me gusta más la sensación de libertad que siento sobre una tabla o sobre una escoba que estático en una silla de una rueda que sigue el mismo curso siempre. Sobre una ola no sabes qué puede pasar, debes tomar decisiones, improvisar, sino te caes al mar. Lo mismo pasa al volar. Esa es la adrenalina que me gusta.
Minutos después de las nueve, el sol iba cayendo sobre el horizonte y todos los presentes contemplaban prácticamente en silencio el camino del sol y el cambio de los colores en el cielo. Se quedaron un rato más viendo la ciudad iluminada y luego volvieron al hotel para cenar.
—Cuéntame algo que nadie más sepa —preguntó de repente luego de que el mesero se llevara los platos de las entradas.
Hermione se quedó pensativa unos segundos y luego sonrió. Tomando un sorbo del vino que Draco había pedido como si quisiera infundirse valor, empezó:
—¿Ves esta cicatriz? —le mostró el codo izquierdo.
—Presiento que se viene una buena historia —sonrió de lado.
—Mis padres no me dejaban montar a caballo cuando era pequeña; mis tíos maternos tenían una finca ganadera y en vacaciones de verano siempre iba con ellos dos semanas. Meses antes de mi visita de ese año habían comprado un hermoso caballo negro y moría por acercarme, tocarlo y hasta montarlo. Todos sabían de la prohibición pero ese año convencí a mi primo Chris de que ya estaba grande —tenía nueve años— y que ya me permitían montar. El caballo no estaba acostumbrado a que lo montaran sin la silla, pero en mi terquedad no quería que los adultos se enteraran y me subí al lomo así y por supuesto eso al caballo no le gustó. Además, por mi inexperiencia, perdí el equilibrio y caí. Me raspé todo el brazo izquierdo pero el codo fue la parte más afectada. —Pasó un dedo por la zona recordando el dolor intenso que le quedó por su necedad—. Le hice jurar a Chris que no diría nada al respecto y la versión oficial fue que caí de la bicicleta. Lavar los raspones y curarlos fue una tortura los primeros días. Aprendí la lección y desde entonces prefiero tener los pies sobre la tierra… —Draco sonreía y sus ojos brillaban probablemente imaginando toda la escena—. Es tu turno.
Él se lo pensó un rato y luego hizo un gracioso mohín con la boca cuando pareció encontrar el secreto que compartiría con ella.
—En primer año de Hogwarts me comí unos pasteles de caldero que Theo tenía guardados en su baúl y también unas varitas de regaliz de Blaise. Por supuesto, yo tenía mis propios dulces, pero madre no me enviaba de esos porque mis golosinas eran traídas directamente de Italia, Francia y Austria.
—De dónde más si no… —interrumpió la bruja, rodando los ojos. Draco sonrió con suficiencia.
—Después estuvimos interrogando a cada alumno de Slytherin, amenazando las peores torturas si no nos decían quién había sido el culpable. Nunca sospecharon… o al menos eso es lo que siempre he creído, porque ahora que lo pienso… Posteriormente empezaron las bromas pesadas. —Frunció el ceño—. Malditos… por supuesto que lo saben —repuso apretando los labios, probablemente maquinando su siguiente jugada con sus amigos. Ella intentó no reírse sin éxito y él se contagió.
Después del postre se dirigieron al anfiteatro, donde ya había empezado el show. Se lo había pasado tan bien desde que estaba con él que el tiempo había volado y se les había pasado la hora. Posteriormente, fueron a la playa y comieron malvaviscos asados en una fogata como Hermione había visto en las películas estadounidenses y siempre había querido copiar la idea. Luego, Draco insistió en ir al bar por un coctel y más tarde la acompañó al ascensor.
—Espero que la terapia haya sido exitosa —le dijo y ella se percató de que efectivamente no había vuelto a tener un pensamiento triste desde que la había invitado en la playa. Le agradeció por la velada y con un ligero apretón de manos, que esta vez él terminó con un rápido beso sobre el dorso de la suya que la hizo sonreír, se despidieron.
Al siguiente atardecer, el último en Portugal, en el balcón de su habitación y viendo la bahía, Hermione rememoró los momentos vividos la noche anterior. Nada con Draco parecía forzado, se sentía cómoda con él y deseó repetirlo.