Triunfar o Morir

Harry Potter - J. K. Rowling
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Triunfar o Morir
Summary
En 1944, las fuerzas aliadas se preparan para el desembarco anfibio más grande desde Alhucemas. El muro atlántico de los nazis, una fortificación kilométrica de misiles, minas y divisiones acorazadas al mando de Rommel, los espera en la costa francesa. Si consiguen atravesarlo, los soldados del frente occidental desembarcarán en territorio ocupado y deberán conquistar Francia, Holanda y Bélgica hasta llegar a Alemania, antes de que llegue el invierno, antes de que sea demasiado tarde.Esta es su la historia.
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Capítulo 28

I

 

En la víspera de año nuevo, Benny Abbott se suicida. 

Sirius tenía pensado apartarlo del campo de batalla y dejarlo descansar en el bosque, pero no ha llegado a tiempo. Son las cuatro de la tarde, y cuando escuchan el tiro, piensan que debe ser el último que los alemanes dispararán ese día. Se oyen varios gritos, “¡a cubierto!” “¡Francotirador!”, y luego un silencio blanco, como la nieve que cae incesantemente, día y noche. 

Abbott llevaba días sin ser él mismo.

Es Remus quien lo encuentra; Sirius lo ve corriendo en dirección al eco del tiro, que resuena entre los árboles. Frena en seco, se agacha rápidamente y se aparta del cuerpo tan rápido como se le ha acercado. El médico de la quinta compañía siempre sabe qué decir, pero esta vez no puede decir nada. Es, quizá, lo peor que ha visto en toda la guerra.

Un suicidio en caliente, provocado por el incesante ruido de las bombas, el mismo ruido que enloqueció a varios soldados al inicio de la batalla; ellos tuvieron la suerte de poder salir de allí, pero Ben se ha quedado atrapado en Saint Vith y solo ha encontrado una manera de liberarse.

Sirius se acerca al cadáver. Tiene lágrimas en los ojos, sigue abrazando el rifle humeante.

-Que alguien me ayude. -Cuando lo coge por debajo de los brazos, la sangre negra que le gotea de la cabeza le empapa el uniforme-. Por favor, que alguien me ayude.

Son Jones y Spinnet quienes tienen el valor suficiente para obedecer. “Vamos, Benny”, Adrien Jones lo coge de una pierna, “con cuidado, con cuidado”, Dennis Spinnet de la otra, y entre los tres lo llevan con los demás soldados que han dado su vida en Saint Vith.

Los infantes se miran sin decirse nada. Cae la noche. Llega la hora más oscura.

 

II

 

Seis días antes, el 25 de diciembre de 1944, Joachim Peiper envió a dos de sus hombres a pedir la rendición de la quinta compañía. Sostenían una sábana blanca en señal de tregua y avanzaban hacia las líneas aliadas con el rifle en alto. Ambos hablaban inglés, y pidieron por el superior.

-En seis días, habrá un alto al fuego, -le dijeron a Savile-, si aceptan rendirse, se les llevará a un campo de prisioneros hasta que acabe la guerra.

Cuando Prewett escupió a sus pies y les recordó la masacre de la sexta compañía, no dijeron nada. Se marcharon de nuevo hacia Saint Vith después de haber esparcido la duda entre las filas británicas como un veneno. 

*

Joachim Peiper los dejó todo el día de Navidad sin tiros, para que cada hombre estuviera a solas con sus pensamientos. Oían a los alemanes cantar villancicos, beber cerveza y comer lo que les traían desde Alemania por sus líneas de suministros. El frente aliado estaba en silencio. 

El día 26, Peiper les recordó que no tenían otra opción que rendirse con rondas incesantes de artillería que duraron horas. La quinta compañía no pudo devolver el fuego, no pudo luchar, no pudo descansar. Se oían los gritos de los hombres muriendo, llamando a Remus, desesperándose. El bosque era claustrofóbico, y la artillería caía sobre ellos sin cesar. 

En las últimas tandas de misiles, un obús fue a parar dentro de la trinchera donde en ese momento estaban Sirius y Remus. Oyeron el silbido terrorífico acercarse y mientras se cubrían el uno al otro, el misil aterrizó junto a ellos.

-¡Al suelo, Sirius!

-¡Joder!

El misil humeaba en el suelo, medio enterrado en la nieve, sin haber explotado. A un metro de sus pies, vieron cómo la forma elíptica de metal caía, rodaba y se detenía contra sus botas. Se oyó un leve tintineo mientras les rozaba los clavos de las suelas, y luego un silencio espeluznante, el único milagro navideño de ese día.

-Felices fiestas, Doc. -Sirius sacó la pitillera, pero le temblaban tanto las manos que Remus tuvo que ayudarlo. Le puso el cigarro en los labios, se lo encendió y le dejó que diera una profunda calada antes de quitárselo y fumárselo entero. Humo del misil, humo del cigarro. Los hombres se congregaron a su alrededor, y Sirius les vio las caras desde abajo, como desde su propia tumba. Enterrado, pero vivo.

Ese fue el último misil que dispararon los alemanes contra ellos el día de San Esteban. Pararon a la puesta de sol, y Joachim Peiper apareció de nuevo antes de que se cerniera la oscuridad, de pie sobre uno de los tanques que le habían destruido. Lejano, inalcanzable, con el destino de la guerra en sus manos. 

Su mensaje no podría haber sido más claro: tenían seis días para rendirse, o morir.

 

III

 

Es ya de noche cuando empieza la tormenta de nieve del día 27 de diciembre. Savile llama a su teniente y a su sargento, y mientras James y Sirius se abren camino entre los hombres, entre los árboles y entre la nieve para llegar hasta él, todavía tienen esperanza: piensan que igual, quizás, el capitán Savile quiere debatir con ellos su decisión. Pero están equivocados. El viento silba, y cuesta oírlo cuando les notifica que serán ellos los que vayan a rendirse ante el coronel de las SS dentro de seis días. Por cómo los mira, está claro que no quiere escuchar lo que tienen que decirle, y que solo quiere su opinión si coincide con la suya.

-Peiper se quedará con Saint Vith, señor, -dice Sirius. Aunque no le interese escucharlo lo va a oír, le guste o no-, los nazis tendrán vía libre para cruzar a territorio aliado y Peiper nos matará a todos, como hizo con la sexta compañía.

-Tiene órdenes de avanzar, y no piensa llevarse a cuarenta prisioneros con él -dice James.

-Treinta y dos -murmura Savile-, éramos sesenta, y quedamos la mitad.

Savile parece que los oye pero no los escucha. Ni a James, la voz sensata: “Deberíamos hablar con los soldados, al menos”, ni a Sirius, la rabia y la importencia contenida a duras penas: “¡Hay judíos entre los nuestros! ¿qué cree que les hará cuando los descubra?”. Murmura inicios de frases sin terminar, “respetar la cadena de mando”, “eso es desafortunado, verdaderamente desafortunado”. No tiene valor para repetir la orden que les ha dado, pero tampoco para cambiarla. Rendirse. Mientras lo ven alejarse, cabizbajo y renqueante, James dice lo que Sirius ya lleva un buen rato pensando.

-Nuestro capitán no cree que Peiper vaya a matar a los oficiales.

Savile quiere un trato de igual a igual, entre Peiper y él; debe pensar que es su única esperanza, una mejor opción que presentar batalla y morir junto a unos soldados a los que nunca ha visto como iguales.

-Ya sabía yo, -gruñe Sirius-, ya sabía yo que llegaría el momento de desobedecer.

*

Esperar a que Savile desaparezca para reunir a sus hombres y explicarles la situación no les lleva mucho tiempo. Como era previsible, Fabian y Andoni anuncian que ellos no se rendirán jamás ante los nazis. No aceptan debate, tan sólo recogen los fusiles y se marchan. La respuesta de los demás es algo más ambigua al principio, porque la tentación de entregar las armas es muy grande y bajo fuego enemigo es fácil imaginar que todo podría terminar pronto.

-Existe una posibilidad de que Peiper respete el trato -Remus habla mirándose los pies para que nadie vea el miedo en sus ojos, y es una injusticia muy grande que alguien como él se sienta así, como si fuera la presa de un cazador y el bosque no fuera lo suficientemente grande para esconderse.

El Sirius que habla en ese momento no es un sargento; es solo Sirius.

-Te dije que te pillarían los nazis por encima de mi cadáver, Lupin, y lo mantengo. 

No está hablando para todos sus soldados; está hablándole sólo a él, a su médico. En los segundos en los que Remus levanta la vista y le sonríe, no hay nadie más en el mundo, y Sirius tiene que carraspear para continuar hablando. Como individuo quiere desobedecer y no rendirse, pero sabe que forma parte de algo más grande, de un grupo de hermanos que merece decidir sobre su propio destino.

-El teniente Potter y yo lo vemos de la siguiente manera: Joachim Peiper nos ha dado seis días, pero pretende que nos rindamos antes. Durante estos seis días, abrirá fuego constantemente, y es muy probable que pronto nos quedemos sin munición y no podamos contraatacar. Pero también es muy probable que el tiempo cambie, y entonces la RAF bombardeará la ciudad y tendremos alguna posibilidad de ganar. El plan de Peiper, de Hitler, y de todo el ejército alemán se basa solo en una ventaja climática momentánea.

James vuelve a darle la razón, “si nos rendimos, Joachim Peiper nos ejecutará a todos”, y aunque no los mira a los ojos desde hace días, parece que su pragmatismo empieza a hacer mella en los hombres. Lovegood, Granger y los demás deben ver en él los restos del hombre que había sido, capaz de hacer que sus soldados confiaran en él con tan solo una de sus sonrisas de niño.

-Teniente, sargento, -Jones se quita el casco. Parece extrañado, por algún motivo-, ¿nos están preguntando nuestra opinión?

Hay murmullos cuando Sirius y James asienten, y entonces, en el preciso instante en el que los hombres se sienten escuchados por sus superiores, se obra el milagro: Sirius ve valor en sus caras, valor de soldado, de héroe. 

-Yo digo que aguantemos -sentencia Jones. Spinnet, a su lado, sonríe. Frank asiente, Abbott no duda, y Lovegood tiene su cara habitual de ensoñación, como si no estuviera allí, así que Granger asiente por ambos.

-Así pues, está decidido. -Sentencia Sirius. Cuando le preguntan por Savile, les dice que no se preocupen por nada más que por luchar, y cuando sus hombres le prometen luchar, les ordena que no se preocupen por nada más que por estar juntos, el uno con el otro. No se someterán, no se arrodillarán. Han venido a las Ardenas a hacer una cosa, y solo una-. Triunfar o morir, caballeros.

Sus hombres se adueñan de su destino: si tienen que morir, morirán de pie. El grito de la quinta compañía resuena en los bosques de Saint Vith, un rugido de leones que llega hasta las líneas alemanas.

 

IV

 

-Me quité la bota porque tenía el calcetín mojado, y ya no me la he podido volver a poner.

Remus está arrodillado junto a Frank y le examina el pie con expresión grave. Pide fuego y ropa seca, pero tan solo consigue dos pastillas de queroseno y el mimeta de Jones.

-Tienes que calzarte, Frank. Como sea, pero hay que ponerte la bota. 

Frío, congelación. Gangrena. Remus nunca pensó que desobedecería a Alastor Moody, pero ordena que nadie más se quite las botas: van a tener que sobrevivir con calcetines mojados. Frank miente cuando Remus le pregunta si tiene sensibilidad en el pie. Hace rato que no siente nada.

-Tengo mucho frío. 

Ha aguantado dos días enteros, con sus noches heladas y sus jornadas infernales, pero a 28 de diciembre de 1944, Frank Longbottom se desmorona; ante las miradas horrorizadas de sus compañeros, rompe a llorar desconsoladamente mientras trata de secarse las lágrimas para que nadie las vea. “Perdón, es que tengo mucho frío”, solloza, y no hay nada que puedan hacer por él, porque no hay manera de hacerlo entrar en calor. Es James quien tiene la idea que le salva el pie: se marcha y vuelve al cabo de un rato con unas botas. Están sucias de nieve y barro y solo han podido venir de un lugar, pero Frank no duda en ponérselas. 

-¿Mejor, Longbottom?

Frank consigue sonreír.

-Mejor, Potter.

Sirius y James se pasan la tarde quitando botas, guantes y chaquetas a los muertos para salvar a los vivos.

 

V

 

Peiper les ha dado seis días para someterlos, para que deserten, para que se traicionen los unos a los otros. Los hombres mueren a pedazos, la artillería no les deja ni un minuto de paz, la comida se acaba, la munición es cada día más escasa y a Sirius le quedan ya poquísimos cigarrillos en la pitillera. Pero resisten. Las líneas no cambian ni un centímetro. La quinta compañía no consigue tomar Saint Vith de nuevo, pero Peiper no consigue vencerlos.

*

Pasan las horas, pasan los días. Savile no hace otra cosa que desaparecer cuando hay batalla, James sigue arriesgándose demasiado, las noches traen un frío que hace que  hombres como Frank Longbottom lloren de desesperación. 

Muchas cosas pueden cambiar, pero cuando quedan dos días para rechazar la oferta de Peiper, Fabian Prewett  se hace a la idea de que morirá. Durante ese día usa el Mosin hasta que arde el cañón, y por la noche, cava un agujero y lo entierra. “No caerás en manos de los nazis”, susurra, arrodillado en la nieve, cavando con el casco de un soldado muerto como pala. Tras una breve vacilación, se quita la cadena dorada y la entierra también, y esa noche duerme allí, junto a la tumba del Mosin y de la cruz que había llevado al cuello desde que salió de Inglaterra.

 

VI

 

Es la noche del 31 de diciembre. Savile todavía piensa que sus soldados cumplirán órdenes, así que para él, mañana es el último día en el infierno, el día de la rendición. Piensa que está siendo un hombre de honor, que el espectáculo que tiene planeado montar, -el discurso que lleva escribiendo en su cabeza desde que vio la posibilidad de salvarse, el apretón de manos que le dará a Peiper, la entrega de su revólver, el pacto entre militares-, será suficiente para aplacar los remordimientos que siente por la muerte de Abbott. Lo que no sabe es que pasará a la historia como el peor capitán que la quinta compañía ha tenido jamás, y que la muerte de Benny, un héroe de veintidós años que se alistó cuando su país más lo necesitaba, pesará sobre su conciencia para siempre, hasta el fin de sus días.

Savile se pasea entre las trincheras para dar las buenas noches a sus hombres por primera vez en casi un mes que llevan allí, y cuando llega al agujero de Andoni, Sirius y Remus, parece incluso contento. Tan solo vacila un poco al ver la estrella de David que cuelga del cuello del médico. Les desea las buenas noches, y no se marcha hasta que consigue que le devuelvan el saludo.

-Buenas noches.

-Buenas noches, capitán.

-Night night, tuntuna.

Savile tiene el control de sus hombres cogidos por pinzas; le obedecen casi por cortesía, pero no parece importarle mucho a esas alturas. Se marcha silbando algo parecido a It’s a long way to Tipperary, y aunque Remus se ahorra el comentario que le cruza la mente, a Sirius le da la risa con tan solo ver su expresión.

Andoni se duerme casi enseguida, y Remus y él empiezan a sentir la familiar sensación de frío subiendo por sus cuerpos, agarrotándoles las manos, congelándoles la cara. Sirius se fuma el último cigarrillo de la pitillera del capitán. Lo quería guardar para alguno de sus soldados, pero qué coño, esa noche él lo necesita tanto como cualquier otro. Al día siguiente tiene que sobrevivir a la artillería de Peiper, y a una muerte casi segura. Fuma mientras Remus lo observa, y cuando le ofrece la última calada, el médico la rechaza. Flaqueó al ver el misil cayendo a sus pies como un meteorito, pero ahora vuelve a negarse a fumar y se conforma con verlo a él.

-Vamos a morir aquí, ¿verdad, Sirius? 

Sirius tira la colilla al suelo. Considera brevemente mentir, pero no puede.

Nieva, ya no es Navidad y ninguno de los dos cree que llegarán vivos al nuevo año. 

-Tengo que pedirte perdón, -Sonríe, porque sabe cómo será la reacción de Remus antes incluso de verla, así que lleva un dedo a los labios y pide silencio-, pero necesito que te calles y me dejes hablar. 

-Pero si te estoy dejando hablar.

-Cállate, -alza un dedo amenazadoramente y aunque Remus calla, le pone esa sonrisa que lo censura y que le dice que todo está bien a la vez-, porque ya sé lo que me vas a decir, ¿vale?, que si “no hace falta que me pidas perdón”, que si “no pasa nada”, que si “debió ser difícil para ti”.

-Si vas a poner palabras en mi boca y ni siquiera me puedo defender, ¿puedo preguntarte al menos por qué me estás pidiendo perdón exactamente?

Por no ser el tipo de hombre del que pensabas enamorarte. Por no haber sabido quererte bien desde el principio. Por no haberte conocido antes de la guerra.

-Por haber hablado del culo de Hermann Goring mientras te asaltaba en la ducha.

Remus se ríe suavemente, con esa risa clara que le da ganas de llorar sin saber muy bien por qué. Tantas cosas. Tantas cosas que debería haber hecho mejor.

-Sirius, está bien.

-Cállate, en serio.

-De acuerdo, me callo.

-Y no pienses tan fuerte, gilipollas.

Se besan. Da igual quién haya empezado, aunque esa vez haya sido Remus, que ha debido considerar que estar un segundo más sin besarlo así, -abriéndole los labios con la lengua, gimiendo contra su boca, bebiéndose su saliva, lamiéndole la cara-, es insoportable. Te quiero a ti, le susurra contra los labios, besándolo en silencio y hablándole más bajo todavía, tal como eres: insoportable, graciosillo y canallita.

Remus está hecho un ovillo a su lado. Tiene una forma especial de juntar las rodillas sobre el pecho, así como muy juntas, con los pies hacia adentro, y cuando gira la cabeza para dejarse besar, el cuello aparece entre las prendas de abrigo, tan blanco, estriado por las cicatrices que lo han hecho soldado, y Sirius tiene que besárselo aunque sea un poco, y tiene que besarlo hasta que Remus le suplica por favor que pare de una manera que le quita todas las ganas de parar, si es que ha tenido ganas de parar en algún momento.

-Bueno, doc, -al final lo libera del beso, más por su propia seguridad que por la súplica de Remus-, di algo, ¿no?

-¿Ya puedo hablar?

-No sé, ¿puedes?

Remus le da un codazo que le hace reírse, y se pone a pensar en una respuesta que pase el veto, porque Sirius le ha prohibido decirle lo que quiere decir: que no hay nada que perdonar porque no ha habido errores que el coraje no haya arreglado; que desembarcaron juntos en Normandía como chicos y que han acabado en Saint Vith como hombres; que ya han triunfado, lleguen hasta donde lleguen.

-Podríamos haber ido a América, -dice al fin. Tiene la nariz roja por el frío y las pestañas húmedas por la nieve-, a ver los caballos salvajes.

“A Oklahoma, o por ahí”. Sirius se acomoda junto a él, y Remus le cuenta las cosas que podrían haber hecho, las cosas que podrían haber sido. Se lo explica con esa manera que tiene de ver la vida, tan mágica, tan dulce, tan triste; cuatro frases, y Sirius está viendo las llanuras inmensas, donde los lagos son tan grandes que parecen cielos, donde los caballos corren en libertad por las praderas sin fronteras, beben agua con reflejos de nubes blancas, y nacen, existen y mueren bajo el sol. “Tú lo que quieres es verme con sombrero y revólver, haciendo el cowboy”, le dice Sirius, tan solo para hacerlo reír. “Ya haces el cowboy, Sirius”, le responde Remus, riendo, “todos los días de tu vida”.

-Hubieses sido un gran escritor, Lupin. -Pero cuando Remus le da el último beso antes de que amanezca, Sirius se ve obligado a rectificar-. Eres un gran escritor.

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