
Capítulo 29
I
Haber perdido la fe en la amistad no ha hecho que James Potter deje de ser un soldado eficiente; James sigue siendo un gran teniente a pesar de vivir en la oscuridad, y cuando viene a sentarse con Remus, Sirius y Andoni, - “¿Puedo sentarme con vosotros?”, ha preguntado, haciendo que a Sirius le entren ganas de llorar-, habla de la poca munición que les queda, de lo bien que se han portado los chicos, de lo que les espera cuando se haga de día. No se fía de la radio, dice que los alemanes pueden intentar engañarlos.
-Pero eso ya lo sabemos de sobra.
Coge un palo del suelo y juguetea sin ganas, en silencio para no despertar a Andoni. Pincha la tierra helada con él, lo parte en dos, tira los trozos. Los oyen caer suavemente entre los árboles, y luego el bosque se sume en ese silencio tan especial que solo se escucha cuando nieva.
-No puedo creer que quieras irte al Pacífico a luchar, James.
Tampoco es que tengan muchas posibilidades de ir muy lejos sin que los alemanes les peguen un tiro, pero aún así, Sirius todavía no puede acostumbrarse a que su amigo haya perdido la esperanza. De otros puede entenderlo. De James no.
-Por qué no sacas la foto de Lily, anda -dice Remus suavemente.
-Porque no la tengo.
Sirius y Remus se miran.
-No pasa nada si la has perdido.
-James…
-No la tengo, -confiesa-, porque se la devolví antes de venir a Saint Vith. -Se encoge de hombros-. Qué más da, si tampoco veo nada sin gafas.
No suena creíble ni siquiera para sí mismo.
Sirius y Remus vuelven a mirarse, y al fin entienden dónde está James: en un lugar donde sus amigos no son sus amigos, Lily no tiene fe en él y la única opción es ir a morir al Pacífico.
-¿De verdad piensas que Lily dejó de quererte? -No es la intención de Sirius enfadarse, realmente no lo es, pero joder, Potter, joder, está empezando a cabrearse de verdad- ¿De verdad piensas eso?
-No sé si alguna vez me quiso.
Con rabia, con pena, James se seca las lágrimas que le resbalan por las mejillas, y al fin consigue reunir fuerzas suficientes para hacerles la pregunta que lleva semanas sin dejarlo vivir.
-Éramos amigos, ¿no? Peter y yo, digo. -Está obcecado, obsesionado, consumido por algo que una buena persona como él jamás podrá entender-. Éramos amigos, ¿o me lo imaginé todo?
Sirius no sabe si James Potter y Peter Pettigrew fueron amigos alguna vez, pero lo que sí sabe es que si pierde a su otro hermano de la misma forma que perdió a Regulus, que se entregó a la guerra como no se había entregado a la vida, no será capaz de enfrentarse a Joachim Peiper. Pero antes de que pueda pensar en algo que consiga consolar a su mejor amigo, Remus habla por él.
-No te preocupes, James. -Le pone la mano en el hombro y usa ese tono de voz tan suave que cura todas las heridas de guerra-. Tú eras su amigo, el mejor amigo que podía tener. Y eso es lo que importa.
Y entonces, James levanta la vista y Sirius se encuentra con sus ojos por primera vez desde que se llevaron a Peter Pettigrew en un camión.
-Jimmy.
Se abrazan.
-Sirius.
James llora.
*
James no ha parado de llorar hasta que se le han acabado las lágrimas. Ni cuando Remus ha intentado consolarlo, ni cuando han llegado los demás soldados a ver quién era el hombre que se rompía; James ha llorado todo lo que tenía que llorar por Peter, ni más ni menos. Ha llorado su amistad perdida una vez, y con una vez ha sido suficiente. “Me lo llevo a pasear, o a mear, o lo que sea”, ha dicho Sirius, al ver las caras alarmadas de los soldados. Se ha levantado, ha tirado de James y le ha dado unas palmadas enérgicas en la cara, “ya está, Jimmy, ya está, anda”, y los dos amigos se han marchado abrazados. Juntos.
II
Después de asegurarle que Lily lo quiere como él la quiere a ella, -como una chica-, y que sus amigos le son leales hasta la muerte, -como perros, por lo menos yo-, James respira profundamente a su lado, con la mejilla apoyada en su hombro. Sirius cree que igual se ha dormido, pero solo está descansado; al cabo de un rato, justo cuando empieza a pensar que el hombro se le va a quedar sin sensibilidad para siempre, James se incorpora, se seca las lágrimas, “cómo cansa llorar, en serio”, y vuelve a mirarlo.
-Un pajarito me ha dicho que le has sisado los cigarrillos al inútil de Savile, sargento.
Le cuesta un poco acostumbrarse a esos ojos castaños otra vez, la verdad.
-Me he fumado el último hace media hora, lo siento -responde Sirius, con todo el dolor de su corazón.
-No pasa nada, -James saca la lata metálica donde guarda el papel y los filtros de su tabaco de liar-, fumaremos de éste.
Hace días que la lata está vacía, pero le debe parecer un detalle sin importancia, porque empieza a -Dios mío, Potter, cómo puedes ser tan payaso- liarse un cigarro de mentira. Lo enciende con el mechero, da una calada y cuando se lo pasa, el aire que Sirius inhala -con James a su lado, animándolo a hacer teatro, “¿a que está bueno? es que yo lío muy bien los cigarros”- le sabe como el mejor cigarrillo que se ha fumado nunca.
-He estado pensando, Sirius.
Son las tres de la mañana y hace frío.
-¿Y en qué has estado pensando?
Pero Sirius no tiene frío.
-Pensando, Black, pensando.
-Miedo me das, Potter.
Nada, nada de frío.
-He estado pensando, -va y dice, pensando, el muy imbécil-, que si esta va a ser nuestra última noche en la tierra, tiene que ser memorable.
-¿Memorable cómo?
-Pues memorable, Sirius. Memorable.
-¿Me equivoco si pienso que ya tienes alguna idea en mente?
-Lo que tengo es un problema, -dice James-, porque tengo tantas ideas, que no sé por dónde empezar. -Le quita de las manos el cigarrillo que nunca ha existido y le da una última calada antes de apagarlo en la suela de la bota. Suelta el humo que en realidad es el vaho de su respiración y tira la colilla al suelo- ¿Vienes, o qué? -le dice, sonriendo.
James está sonriendo.
Sirius ni siquiera pregunta a dónde se lo lleva. Le ha dicho muchas veces que lo seguiría al infierno sin dudar, pero mientras se marchan a Dios sabe dónde, “¡vamos, sargento, vamos!”, Sirius sabe que ahora que vuelven a estar juntos, llegarán más allá del cielo.
III
Escuchar a los demás preguntarse dónde están es parte de la gracia, hacerse rogar es la mitad de la diversión.
-¡Qué susto!
-¡Sargento, joder!
-¡Pero bueno!
Cuando Sirius y James regresan con el resto de la compañía, lo hacen con una entrada triunfal, como no puede ser de otra manera. Vuelven abrazados, exhibiendo dos sonrisas idénticas y convertidos, sin lugar a duda, en los guerreros más temibles de la Segunda Guerra Mundial.
-Jones, ¿qué opinas? -La sonrisa de Sirius es perra, llena de colmillos, que muerde-. Tú eres el experto en bautizar soldados, si no me equivoco.
Adrien Jones tiene el descaro de no amedrentarse lo más mínimo; dijo de él que era un canalla, peor aún, un canallita, y lo mantiene. Los mira de arriba a abajo, primero al teniente, luego a su sargento. Les sostiene la mirada, les devuelve la sonrisa.
Sus caras huelen a fuego; han usado el mechero para quemarse la barba antes de afeitársela; se han cortado las palmas de las manos con una cuchilla, y con la sangre se han pintado la cara; se han rapado la cabeza por los costados, y cuando se quitan el casco ante los vítores de toda la compañía, descubren dos crestas de mohicano, de guerrero, de gudari.
-Potter y Black. -Sentencia Jones-. Los bastardos de Saint Vith.
Reparten cuchillas y mecheros, y los hombres se rapan las cabezas los unos a los otros, se afeitan, se manchan la cara de sangre y de barro. Se rasgan las chaquetas de los uniformes, se tiñen los dientes con pólvora negra. No tienen frío, no tienen hambre, no tienen miedo. Rugen. Aúllan.
IV
-¿Y ahora qué? -preguntan los soldados.
-Muñecos de nieve -responde James, con total naturalidad.
“Pues claro”, piensa Sirius, “muñecos de nieve”. Los hacen en el perímetro de su línea de defensa, camuflados entre los árboles. Los visten con cascos y chaquetas, y los fusiles con los que los arman apuntan directamente a los alemanes. Cuando acaban, han hecho treinta soldados de mentira, y tienen tanto calor por el esfuerzo físico que la ropa de abrigo les molesta.
James se quita la chaqueta y se cruza de brazos, satisfecho con su obra. Está sin resuello, en manga corta, sonriendo como un crío.
-Me dan lástima, -dice-, no tienen nariz de zanahoria.
Sirius tarda un buen rato en dejar de reírse.
-¿Y ahora?
-Ahora, -la mirada de James tiene un brillo pirómano-, gastaremos las últimas pastillas de queroseno.
V
James ya está metido de lleno en el tercer y último acto de la noche. Lleva semanas sin apenas dormir pero es incansable; no piensa dejar a sus soldados a solas con sus pensamientos ni un segundo.
-Shalom, doc. -Le dice a Remus-. ¡Mira!
No solo está sonriendo; tiene a todos los soldados sonriendo.
-¿Qué se supone que estoy viendo?
Hay siete pastillas de queroseno en el suelo. Frank y Bill niegan con la cabeza, Fabian hace rato que se ha rendido y Andoni no entiende nada, aunque se lo hayan explicado en francés.
-¡Feliz Hanukkah!
Jones y Spinnet rompen a reír, Lovegood está azuzando el fuego de las pastillas para que no se apaguen y Granger está haciendo un esfuerzo tan grande por no corregir a su teniente que Sirius está bastante seguro de que se ha hecho un esguince en el cerebro. “James, no es…”, empieza Remus, pero enseguida enmudece. Se acerca a su Menorah improvisado y sonríe. El contraste entre la cresta de mohicano que le ha hecho Sirius y esa postura que tiene a veces, -con las manos en las caderas, el peso de su cuerpo en una pierna y las cejas enarcadas-, hace que el sargento Black tenga serios problemas para no cometer una locura.
-Gracias, teniente.
James sonríe, “¿te gusta?”, y Remus dice la verdad y nada más que la verdad cuando contesta: “me encanta”.
-Anda, sopla.
A Sirius le da tanta risa que se pone rojo, y llegados a ese punto, Granger no puede más. Explota si no lo dice, y Sirius se encargará personalmente de que le den una Cruz de la Victoria por haber aguantado tanto.
-Señor, creo que el Hanukkah no es como un cumpleaños.
-Ya, Elliott, -responde James-, y si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta.
Ante ese argumento, Elliott Granger no tiene réplica. “Cuando tiene razón, teniente, tiene razón”. El menorah de Remus está formado por las últimas pastillas de queroseno; cuando se apaguen, estarán a oscuras.
-Pide un deseo, Lupin, -le susurra Sirius. Remus se seca las lágrimas de risa, intenta controlarse y para cuando lo consigue, la compañía entera lo apremia para que sea él quien apague el fuego antes de que lo haga el viento invernal-, pero no lo digas, que si lo dices en voz alta no se cumple.
Remus ríe, apaga las pastillas de queroseno, ríe más, y mientras sus compañeros aplauden y James bailotea como un energúmeno, decide que no tiene corazón para confesarle que el Hanukkah de 1944 se celebró en noviembre. James se le acerca y le desea “un feliz Hannukah y un próspero año nuevo”, y su abrazo lo acompaña mientras el bosque se vuelve oscuro.
VI
-Dame la mano, que no veo una mierda.
-Es de noche, Jimmy, nadie ve una mierda.
-¡Pero que no tengo mis gafas, maricón!
El teniente Potter y el sargento Black han decidido que no hace falta que haya luz para ir al encuentro de Joachim Peiper. Van a desobedecer la orden directa de un superior, así que la hora a la que lo hagan es lo de menos.
-¿Siempre has sido tan tonto, Potter?
-¿Perdona?
-Del culo, tonto del culo.
Los nazis no los ven, pero los oyen. Cruzan a tierra de nadie aullando, rugiendo, riendo, cantando el himno de infantería. En cuanto se acercan a las puertas de Saint Vith, los alemanes quitan los seguros de sus fusiles, pero ni James ni Sirius levantan las manos.
No han venido a eso. Ni mucho menos.
A la luz de los focos antiaéreos, ningún alemán se atreve a decir nada cuando los ven. Los miran de arriba a abajo, eso que tienen en la cara es sangre, a los ingleses de raza inferior, manga corta, sin chaqueta, sin frío en temperaturas bajo cero, a los soldados de un ejército que no era rival para las SS, sonrisas negras, de haber sobrevivido durante todos esos días a base de tierra, no hay otra explicación y que sin embargo, se resiste a dejarse ganar. Estos hombres no son humanos, piensan los SS, son dioses primitivos, son caníbales, son salvajes.
Joachim Peiper emerge de entre los suyos y les pide que le den su respuesta, aunque desde el momento en el que les ha puesto los ojos encima, ya sabe cuál va a ser.
Sirius sonríe. James responde.
El traductor duda un momento, pero al final susurra al oído de Peiper. Salvo un leve gesto en la comisura de la boca, el coronel de las SS permanece impertérrito y es entonces cuando Sirius abandona todo el autocontrol del que dispone y le recomienda encarecidamente que le haga caso al teniente Potter, “en serio, Peiper”, y que deje que se lo follen, “pero de verdad”.
-Si hubieses venido follado de casa todo esto no habría pasado, y ahora vamos a tener que hacerlo nosotros.
El traductor tiene el buen criterio de fingir que no lo ha entendido, porque es el turno de James de susurrarle a él, “tío, relaja, que este nos mata aquí mismo”. Pero Peiper no los mata. En lugar de eso, extiende la mano hacia James, y crujen los nudillos de dos colosos que lucharán despiadadamente por las causas en las que creen. La lucha de sus vidas va a comenzar en cuanto amanezca, y solo puede haber un ganador.
VII
Regresan con sus hombres a paso lento, en la oscuridad de la noche, observados por los alemanes tras las mirillas de sus fusiles. Peiper ha respetado el acuerdo y los deja volver con los suyos, pero ya tenía su estrategia preparada en caso de que los ingleses estuvieran lo suficientemente locos como para no someterse a él.
-Nos tienen rodeados, -explica Bill-, y hemos tenido que desarticular la radio. Tenías razón, Jimmy, querían engañarnos.
Ninguno de los hombres parece preocupado en lo más mínimo. La sonrisa de Remus, oscura como la noche, escondida tras una capa de sangre, es una sonrisa desconocida.
Sirius no la comprende. No la ha visto nunca, y le cuesta descifrarla, hasta que los oye.
Cuando acabe la Segunda Guerra Mundial volverán a ser los reyes del bosque, y esa noche, antes de que amanezca, los lobos aúllan a la luna por primera vez desde que los alemanes tomaron Saint Vith. Las nubes han desaparecido, la luna se adueña de la noche y el cielo está lleno de estrellas.
-¿Los escuchas?
Remus se le acerca y le pone las manos sobre los hombros. “¿Los estás escuchando, Sirius?”, le susurra, mientras lo acuchilla con la mirada sin dejar de sonreír. Sirius los oye, los huele, los siente bajo la piel. El bosque muerto cobra vida con cada aullido que rompe la noche.
-Los bombarderos estarán al llegar. -Sirius se gira hacia sus hombres. Su sonrisa es temible-. Preparaos para ganar.
Joachim Peiper ha hecho su apuesta y ha perdido.
Nunca tuvo ninguna posibilidad.