Triunfar o Morir

Harry Potter - J. K. Rowling
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Triunfar o Morir
Summary
En 1944, las fuerzas aliadas se preparan para el desembarco anfibio más grande desde Alhucemas. El muro atlántico de los nazis, una fortificación kilométrica de misiles, minas y divisiones acorazadas al mando de Rommel, los espera en la costa francesa. Si consiguen atravesarlo, los soldados del frente occidental desembarcarán en territorio ocupado y deberán conquistar Francia, Holanda y Bélgica hasta llegar a Alemania, antes de que llegue el invierno, antes de que sea demasiado tarde.Esta es su la historia.
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Capítulo 23

I

Mientras la Quinta Compañía se abastece de munición en el enorme granero que están usando como campamento, ningún soldado piensa en el futuro. Marchan de nuevo a Bélgica, deshaciendo el camino que tanto les ha costado conseguir, a encontrarse con la nueva ofensiva de los nazis en las Ardenas. Nadie la esperaba, porque la ofensiva no tiene sentido: Alemania ha perdido tantos soldados que parece mentira que todavía les quede un solo hombre para sostener un arma, su Luftwaffe ha sido derrotada por la falta de combustible y la RAF, y los rusos reconquistan Europa incansablemente; una ofensiva en el frente occidental no tiene posibilidades de triunfar. Y sin embargo, allí irán en cuanto amanezca. Montados en camiones que los llevarán de nuevo a luchar, en silencio, cabizbajos, con la moral por los suelos. 

Podrían pensar que acabarán con los alemanes en cuanto mejore el tiempo y la aviación aliada pueda volver a volar, pero también pensaban que a esas horas ya habrían invadido Alemania. Y así están. Otra vez. Otra vez haciéndose la mochila, llenándose los bolsillos de balas, intercambiando sus cigarrillos por comida, envolviendo la cantimplora con ropa para amortiguar su tintineo.

Se van a luchar sin el sargento del optimismo irrefrenable, sin el teniente de la presencia tranquilizadora, y desde hace unas horas, sin el capitán Moody.

Sirius es el único que todavía cree que va a aparecer en el último momento. Le dijo que confiara en él, y no puede hacer otra cosa que pensar que volverá, que no lo han matado también, que el peso de la quinta compañía no recae ahora en un resignado Frank Longbottom y en él, en cuanto pueda sostener un arma sin gritar de dolor. 

-Fabian, coge munición para el Mosin y para el fusil reglamentario.

Sirius camina entre los soldados de su escuadrón, parándose a descansar cuando el hombro le molesta demasiado, intentando que nadie vea lo mucho que le duele el cuerpo.

-Peter, por mucho que mires la puerta, los alemanes no van a aparecer rindiéndose. Espabila, y no te olvides la dinamo de la radio.

Remus está haciendo cola con los demás médicos para recibir su botiquín. Lily le da tres chocolatinas extra, un beso en la mejilla y una caricia en la nuca recién rapada. Remus intenta animarla, pero no lo consigue. Cuando se da cuenta de que lo está mirando, hace eso que a veces hace, eso de bajar los ojos y ocultar la sonrisa bajo el casco; y Sirius piensa que los alemanes no tendrán corazón para matarlo si ven esa cara.

-Tienes fiebre, sargento. -La enfermera Stevens lo saca de su ensoñación. No es una pregunta, y no le hace falta un termómetro para comprobarlo. Lleva demasiadas campañas militares a sus espaldas como para no reconocer a un soldado a punto de desfallecer. Le señala una silla, y por la cara que pone cuando Sirius la rechaza, se nota que no es el primer soldado tozudo que se encuentra-. Menudo papelón harás como te desmayes aquí, delante de todos.

Sirius acepta la regañina, y acepta que Stevens haya dado con precisión en lo que más teme: que la última imagen que tenga su escuadrón de él sea la de un hombre débil.

-Cuando se vayan. -Sirius consulta su reloj de muñeca. Quedan tres horas para que amanezca, para que los camiones se lleven a los suyos y a su médico, para que lo dejen atrás sin poder hacer nada por ellos salvo esperar a que el estúpido hombro y la condenada cabeza y la mierda de fiebre se curen de una puta vez-. Ya falta poco.

-Quítate la chaqueta, por lo menos.

Ada Stevens no acepta un no por respuesta y lo ayuda a maniobrar para conseguir que la manga se le deslice por el hombro sin hacerlo gemir de dolor. Tiene la camisa empapada de sudor y siente como si la bala alemana no hubiera salido aún de su interior.

-Sirius.

Frank se le acerca con expresión alarmada.

-Sí, ya sé, ya sé -gruñe, ladra, se zafa de él bruscamente, intenta erguirse pese a que el cuerpo le pide encorvarse. La debilidad lo tiene subyugado y de un humor de perros.

-No. -Frank no se está fijando en él, sino en algo que hay tras él, en la puerta-. ¡Sirius!

*

Cuando se firme el armisticio en las ruinas de Alemania y termine la guerra, los hombres que sobrevivan tardarán un tiempo en entender que, finalmente y de una vez por todas, están a salvo. Que se acabó. Que vuelven a Inglaterra, que la batalla no es más que un recuerdo, que nunca más van tener que disparar un arma. 

Para los hombres que regresen a casa, la vida seguirá. Inexorablemente, hacia adelante. Y una vez que lo asuman, creerán que todo les va a ir bien porque no podrá ser de otra forma, no después del sacrificio que hicieron, de las cosas que vieron, de los compañeros que perdieron. Pero a veces, no será así. 

Si un día van al hospital por un dolor extraño en el pecho y el médico les dice, después de hacerles varias pruebas, que tienen cáncer de pulmón, no se lo van a creer. Pero si luché en Normandía, dirán. No es justo.

En las reuniones anuales de veteranos, cuando uno de ellos falte, pensarán que ese año tendrá un compromiso más importante que quedar con sus antiguos camaradas para beber y contar anécdotas. Quizá el hijo se le casa, quizá la hija se gradúa en la universidad. ¿No os habéis enterado?, dirá uno de ellos, sufrió un infarto el otro día, mientras cenaba con sus padres. Tampoco se lo van a creer. Pero si estuvo en las Ardenas, no hay derecho, no puede ser. No es justo.

La vida no es injusta ni justa; simplemente, es.

-¡Sirius!

Pero a veces, la vida es un milagro.

-¡Traedle agua! ¡Ayudadlo!

-¡Llamad al sargento Black!

-¡Sirius!

*

Ha abierto el portón del granero y ha entrado con una tormenta. Las últimas hojas del otoño se arremolinan bajo sus botas embarradas, la insignia de sargento es lo único distinguible en el uniforme descompuesto por la lluvia.

Has vuelto.

Lo ve, ahí. De pie. 

Estás aquí.

Tras parpadear varias veces y asegurarse de que no se lo está imaginando, Sirius busca a Remus. Pero Remus está, obviamente y como no puede ser de otra forma, mirando a Lily. La enfermera Evans suelta las vendas que estaba metiendo en el botiquín. Caen en todas direcciones y se desenrollan por el suelo. Pronuncia su nombre en silencio, sin voz, y Sirius solo se cree lo que está viendo cuando le lee los labios.

-Andoni está fuera, con Shacklebolt y Moody. -James no habla alto, pero todos lo escuchan sin ninguna dificultad-. Necesitan agua. Necesitan ayuda.

Alguien le hace caso y sale con una cantimplora. Los demás siguen mirándolo, y los murmullos se suceden como gotas de lluvia antes de la tempestad. Está vivo, ha vuelto, es él. Y es verdad, es James. Tiene que ser James. En la puerta, el hombre que entra en la sala se le parece, por lo menos. Y sin embargo, no parece James. 

No lleva gafas.

¿Se te han roto?

Lily va hacia él. Primero andando, luego corriendo. 

¿Qué te han hecho? 

No sonríe cuando se le echa a los brazos.

¿Qué te ha pasado? ¿Qué has visto?

Busca a alguien entre la gente, y cuando sus ojos se cruzan, Sirius lo ve. Ahora sí, ahora sí que eres tú. James. Dentro de ese soldado desconocido hay una chispa débil, durante un instante, que se apaga tan rápido como se ha prendido. Sus miradas se cruzan y se entrelazan, pero Sirius se siente transparente, hecho de aire, como si James pudiera ver a través de su cuerpo.

¿Eres tú realmente? 

El instinto que Sirius ha desarrollado durante esos meses le hace distinguir al fin lo que James está buscando: alguien a quien explicar la batalla. Un superior que le diga qué hacer.

Pero no lo hay. Los infantes de la quinta compañía están sin padre. Solos.

-Salió mal, -dice James-, es decir, salió bien. Pero salió mal. Muy mal. Pensábamos que serían tres o cuatro, pero eran casi una decena. -Nadie sabe a qué se refiere, todos necesitan una explicación-. Le dieron en la cabeza. Vino a por nosotros. Nos tenían los nazis. Le dieron en la cabeza. -Lo repite dos veces para asegurarse de que lo están entendiendo, para asimilarlo porque todavía no se ha hecho a la idea-. En la cabeza, mientras nos poníamos a salvo. Pero lo consiguió. Shacklebolt sabía que vendría a por nosotros. Nunca perdió la fe. -Sirius lo entiende antes que nadie, pero no puede creérselo-. Saseta está con él, ahí fuera. Lo ha traído de vuelta. -James todavía está justificándose cuando Sirius se le acerca-. No pude hacer nada, -le dice-, había muchos, demasiados, no pensábamos que iban a ser tantos. -Lo mira. Su mirada es extraña sin gafas-. No te lo dije porque no pude, estabas inconsciente. Shacklebolt no está bien, Sirius. Está ahí fuera. Con Moody. No se quiere separar de él. No está bien, hay que... No pude hacer nada.

James calla, de golpe. Mientras un silencio mortuorio cae sobre la sala, Sirius no puede evitar pensar en lo que le dijo su mejor amigo, ese hombre bueno que todavía debe vivir en el interior de ese hombre que ha regresado de entre los muertos, cuando se atrincheraron para pasar la noche en el puente de Antwerp. Los nazis atacaban, James lo estaba ayudando a disparar y cuando Sirius le pidió que le enviara a Peter, le dijo que no quería venir, que pensaba que el puesto estaba maldito. 

McGregor cayó en Normandía sin haber podido siquiera disparar la ametralladora. Después, Roger Davies murió bajo aquél lanzamisiles en Bélgica. Finalmente, Andoni Saseta, según James, “está ahí, fuera, con Moody y con Shacklebolt, pero tampoco está bien”. Sirius se pregunta qué habrá tenido que ver, atrapado con los nazis, durante todos los días que lo han tenido preso. La mitad de sus ayudantes se han salvado de la maldición, pero mientras Sirius ve a James escanear la habitación, no está seguro de que se haya salvado realmente.

-Si Shacklebolt no puede ir con nosotros a las Ardenas, James, -la voz de Remus resuena suave en la habitación-, tienes que ser tú.

Todos miran a su médico, el hombre que llega en lo más crudo de la batalla y los calma cuando tienen miedo, que les salva la vida cuando rozan la muerte. Y le dan la razón. Tiene que ser James. Siempre ha sido James. 

El nuevo teniente de la quinta compañía es ascendido por sus propios hombres, y su primera orden es clara.

-Cerrad las puertas.

*

Hay algo nuevo en su mirada. Metálico, afilado. Sirius se avergüenza de que su primer instinto al ver la expresión en su cara sea ir a por el cuchillo que lleva escondido en la bota. No puede concebir un mundo en la que su mejor amigo le inspire miedo, y sin embargo, no es el único que ha echado mano de un arma; Fleur empuña un revólver, Fabian se cruza el Mosin al pecho y Remus se coloca frente a Lily, con los ojos fijos en la ventana por donde piensa sacarla de allí si las cosas se tuercen, y le quita el seguro a su rifle.

Sirius ya no tiene fiebre ni dolor. Se siente alerta, como un perro en temporada de caza, y antes de que James lo diga en voz alta, “hay un traidor entre nosotros”, ya lo ha entendido. La verdad le alcanza como un rayo, se abre ante él como una revelación divina. Todo. Lo entiende todo.

James tiene ojos de muerto, y solo hay una cosa en el mundo que haya podido matarlo.

*

Sirius contiene la respiración mientras se esfuerza para hacer encajar las piezas y poder volver a coger aire. ¿Skorzeny? Puede que fuera él. Puede que fuera otro alemán el encargado de hacer promesas a cambio de información. Da igual quién fuera, porque consiguió lo que se propuso.

Remus lo entiende también. Sus ojos están viendo a Fleur y a Tonks, pero ven más allá. Ven la traición, ven a Inar Saseta, y a los judíos y los miembros de la Resistencia que atrapó la Gestapo.

Muchos de los demás soldados de la compañía, sin embargo, todavía no lo han entendido. Sirius envidia su inocencia. No entienden, no entienden cómo funcionaba la mente de Moody, “¡alerta permanente!”, cómo funcionaba la mente de Shacklebolt, que comprendía la naturaleza humana como si fuera el Dios que la creó de la nada. El plan que idearon para descubrir al traidor lleva la marca de esos dos grandes militares, que confiaron en el coraje y la lealtad de James para ejecutarlo.

Pero Sirius lo ve claramente, nítidamente, como le enseñó su Shacklebolt cuando los entrenaba en Inglaterra, cuando sus hombres eran todavía hombres y no traidores; ve lo que pasó como si descubriera el clímax de una novela de misterio. Por qué mandaron al escuadrón a reconocer el terreno, cuando siempre se deja descansar a los soldados que acaban de volver de la batalla; por qué Shacklebolt remarcó las instrucciones tan claramente, señalando las posiciones de los soldados en el mapa y repitiendo las coordenadas; y sobre todo, por qué se separaron de manera tan desigual, en binomios de soldados rasos y en un único binomio formado por un teniente y sargento, al que se les unió Andoni.

James se ha sumido en un silencio impenetrable. Sus ojos no ven a sus amigos, su cuerpo no siente la cercanía de Lily. 

Es lo que más pena le da a Sirius de todo: que traicionaran a James. 

Justamente a James.

Fuiste el cebo perfecto, Jimmy.

Los alemanes no habían podido resistirse a unas coordenadas que indicaban la posición de dos mandos importantes de la quinta compañía, pero James se había negado a creer que la traición venía de su escuadrón hasta el último momento.

Por eso estabas tan tranquilo cuando te fuiste con Shacklebolt. 

Su fe en sus amigos tan solo se había quebrado cuando llegaron al punto donde se suponía que él, Andoni y su teniente debían estar, y los vio. Alemanes. Dos, cinco, siete, diez. Todo lleno de alemanes, esperándolos.

Por eso dejaste que Andoni os acompañara; no pensabas que correríais peligro.

No le dio tiempo a sentirse traicionado porque el comando alemán no era un comando, era medio batallón escondido en la maleza. Los capturaron antes de que pudieran siquiera considerar la posibilidad de rendirse, y en los segundos antes de entender que se los iban a llevar, James lo supo. Eso fue lo último en lo que pensó mientras alzaba las manos y dejaba que los alemanes lo registraran: que lo habían traicionado.

-Nos dijeron que nos mandarían a un campo de prisioneros, -explica James-, pero en cuanto vieron a Shacklebolt… -No puede terminar la frase. La noche se hizo eterna, dice. Los separaron y se llevaron a Shacklebolt-. Escuchamos sus gritos durante horas.

Y las risas de los alemanes, y el silencio de la oscuridad, y la niebla de la madrugada, que no les dejaba ver nada. En cuanto llegó el alba y les devolvieron al teniente, -inconsciente, con quemaduras de cigarrillos en la cara y sangre debajo de las uñas-, la realidad de lo que acababa de ocurrir lo golpeó de lleno en el pecho: el traidor que había entre los operadores de radio, -un hombre captado por los alemanes que filtraba información, un hombre que con toda probabilidad sabía alemán, un hombre indigno de llamarse hombre-, era su amigo. El único que había escuchado las coordenadas, el único que los había podido vender a los alemanes. 

-Tú. 

Incluso cuando Sirius lo localiza entre los soldados, -tan anodino, ni alto ni bajo, ni rubio ni moreno; peligrosamente mediocre, un cobarde mortífero-, tiene miedo de acusarlo. Se oye repetir “tú”, se ve a sí mismo señalarlo con el dedo. Pero lo sabe. Sabe que fue él. Aunque lo niegue, aunque se dé cuenta de que llega su hora y suplique, aunque llore como si fuera inocente.

-Peter, -susurra Remus-, ¿a cambio de qué?

De ofertas, propuestas y juramentos vacíos, seguramente. Le debieron prometer que si desertaba, podría unirse a sus filas; que si lo capturaban, obtendría mejor trato; que si atacaban, él se salvaría. Peter Pettigrew tan solo necesitó la promesa de que sobreviviría a la guerra para comunicar la posición de su mejor amigo a los alemanes, sabiendo que irían a por él. Sabiendo que lo matarían. 

-James te salvó en Normandía, -dice Frank, mirándolo, aturdido-, tiró de ti en la playa y te puso a cubierto. Te salvó la vida.

Peter niega con la cabeza cuando los Prewett y Bill se le acercan, grita cuando lo agarran por los brazos, patalea cuando lo arrastran ante James. Sirius cree que no va a poder controlarse. Que lo matará allí mismo, a cuchilladas. El agarre de Fabian en el hombro de Peter es inmune a sus súplicas, Bill le da una patada para que se calle, en vano.

-¿Qué hacemos, teniente?

En la comisura de la boca de James aparece un pequeño gesto, lo único que muestra que haber tomado el puesto de Shacklebolt lo ha afectado. Por lo demás, nada se altera en su expresión. 

-Lleváoslo.

Sus ojos han muerto, y su voz también.

 

II

James tan solo pide comida, agua y un uniforme limpio. Come, bebe, se cambia y dice que está listo para irse de nuevo con sus hombres. Cuando Lily se le acerca para preguntarle si se encuentra bien y le miente, “sí, cansado pero bien”, no parece él; parece otro hombre habitando su cuerpo, un extraño que los nazis han mandado en su lugar después de haber matado al verdadero James.

Sirius no puede soportarlo más. Se abre camino entre los soldados, hace valer su rango cuando no lo dejan pasar y aparta a los que no lo obedecen. No sabe qué hacer ni qué decirle, así que cuando llega a él, lo abraza. Fuerte. Lo rodea con los brazos, lo siente respirar contra su pecho. James se deja abrazar, le palmea la espalda y repite la mentira que lleva toda la noche diciendo: que está bien. Y luego otra vez, “había demasiados alemanes, no pude hacer nada”. Cuando Sirius se separa de él, sabe que el abrazo no ha funcionado. James no ha vuelto aún con los vivos.

 

III

La turba de soldados alrededor de Peter se está volviendo cada vez más peligrosa, así que James toma el mando: pide que llamen a la Base de Operaciones para que vengan a buscarlo, lo encierra en un camión, y monta guardia frente a él. Nadie va a tomarse la justicia por su mano.

Ahora que Sirius es sargento, se siente prisionero de su rango. Los soldados rasos tienen la libertad de insultarlo, de intentar llegar hasta él, de ser transparentes en sus sentimientos. Le gustaría unirse a ellos, que lo castigasen por intentar romper la tela del camión, que lo degradasen por sacarlo rastras de allí, que lo juzgasen a él por querer matarlo. Pero ahora es él quien debe imponer disciplina, y amenazar con castigos y degradaciones, y dejar que pase el tiempo hasta que se lo lleven, y protegerlo para que muera civilizadamente, ejecutado por un tribunal militar.

Sin embargo, todo el mundo en la quinta compañía piensa que Peter tiene que morir ya, ahora, así, y las primeras en intentar matarlo son Fleur y Tonks. Fleur se saca la pistola del cinturón y le quita el seguro, Tonks empuña el Mosin que le ha prestado Fabian. Se plantan frente a los dos hombres y piden paso, pero James se niega a que hagan justicia. Ni por sus amigos de la Resistencia, ni por las familias de judíos que atrapó la Gestapo, ni siquiera por los hermanos Saseta.

Cuando Fleur ve que razonar con ellos no va a funcionar, intenta disparar a través de la tela del camión, a la desesperada, pero James es una barrera impenetrable. Hay un leve forcejeo, y aunque parece que no va a poder con Fleur, al final las balas que quedan en la recámara de su pistola caen al suelo.

-El coronel vendrá a por él. -Sentencia-. Se lo llevará, lo juzgará y lo ejecutará.

El enfado de Fleur es como una tormenta. Lo insulta, le escupe a los pies, lo empuja, y se pasa los siguientes minutos dando puñetazos a los laterales del camión. Cuando se cansa y se deja arrastrar de nuevo por Tonks hacia las enfermeras, del camión salen súplicas dirigidas a James, que permanece impasible, de espaldas a la puerta, con los brazos cruzados al pecho.

Los manda retroceder diez pasos, y todos obedecen. Todos excepto uno. De entre los soldados que parecen querer llegar hasta Peter, solo Remus echa a andar hacia allí. Va a paso tranquilo, habla con voz suave, se diría que es solo un soldado conversando con su teniente. Sirius está seguro de que si alguien puede convencer a James es Remus, aunque no sabe siquiera de qué pretende convencerlo. Hablan los dos. Nadie oye lo que dicen. Hablan durante un buen rato. Conversan, parece. 

Y el ambiente se calma. Se vuelve suave, tranquilo. Los hombres dejan de gritar y empiezan a respirar pausadamente, como si no se hubieran dado cuenta de que tenían el pulso acelerado. Al cabo de unos minutos de conversación, Remus deja estar a los guardianes y se vuelve con su escuadrón.

-Dice que si no lo juzgan, todo habrá sido en vano.

El sacrificio de Moody tiene que haber servido para algo: para que nadie cuestione la traición, para que nadie pueda pensar que se equivocaron de hombre, para que nadie diga que los ingleses son iguales que los nazis. No le hace falta alzar la voz, no le hace falta rango para que los hombres se queden conformes; aún siendo un soldado raso, todos lo hubieran obedecido si hubiera dado la orden de dejar el camión en paz. 

Se sientan a observar y a acompañar a James desde lejos. En el interior del camión, Peter está en completo silencio, esperando, calculando de qué manera puede salvarse, confundiendo la protección de James con amistad. 

*

Se quedan allí, sentados en la cuneta de la carretera, hasta que llega el coche del Coronel y el Teniente Coronel, y cuando sacan a Peter de su refugio para meterlo en el coche, empieza a suplicar. Se resiste, miente, intenta desesperadamente que James le haga caso. Sus gritos son lastimeros, fingidos, pero a medida que sus pasos resuenan en la grava del camino y el Ford donde se lo van a llevar se materializa más claramente en sus ojos, se vuelven auténticos. Chillidos de rata en la trampa, chillidos envenenados que se meten por todos los pares de oídos y retumban en las cabezas. James, sin embargo, es de hielo. Impasible, de espaldas a él cuando le suplica, por última vez, que le diga adiós, que le acepte el perdón. 

Y se lo llevan. Primero deja de oírse su voz, después deja de oírse el motor del coche, y después el coche se convierte en un punto negro en la colina. Y ya está. Ya nunca más van a volver a ver a Peter Pettigrew, ni vivo ni muerto.

 

IV

Más tarde, cuando sus hombres estén en el frente y Sirius se acueste en el catre de la enfermería y no pueda dormir, se dará cuenta de que los recuerdos del momento en el que vio el cadáver de Alastor Moody son difusos. Andoni está sentado a su lado, recostado contra la pared del granero, fumando con manos temblorosas. A Sirius se le atragantan las palabras, no es capaz de decirle nada.

-Aquí estoy. -Le dice Andoni en francés, como tranquilizándolo, y luego se agacha para poner la mano sobre el pecho de Moody-. Aquí estamos.

Ha insistido en cargar con su cadáver a hombros durante kilómetros. Cojeando, sudando, sangrando. Tiene restos de la sangre de Moody en el uniforme. Ha descargado el cuerpo del capitán de la quinta compañía suavemente, como una madre que acuesta a su hijo dormido en la cuna, a los pies de sus hombres, y se ha sentado junto a él.

Cuando Sirius ve a Kingsley Shacklebolt negándose a apartarse de su mejor amigo, piensa, por un instante, que el Coronel va a devolverles a Peter. Que todo ha sido un error. Peter no los vendió a los alemanes, Moody no está muerto, Andoni sigue en Francia con su hermano y Fleur y Tonks han podido liberar a los judíos que tenían escondidos en siete buhardillas. Pueden despertarse de la pesadilla, soldados, rompan filas y abracen a su amigo, que es inocente. James podrá volver a reírse, y Sirius podrá abrazarlo de verdad y sentir que no ha perdido a su otro hermano.

Si el mundo fuese justo, Alastor Moody tendría un funeral de estado. Le cubrirían el ataúd con la bandera británica y lo pasearían por las calles de Londres para que todos los ingleses pudiesen darle las gracias, y lanzarle flores y llorar por él. Las palomas de Trafalgar no volarían, los cuervos de la Torre no graznarían, los cisnes de Hyde Park se volverían negros. El Rey en persona le colocaría la Cruz de la Victoria sobre el ataúd, y Winston Churchill escribiría su elegía y la leería con su voz de trueno, para que toda Inglaterra pudiese oírla, y todos los ingleses conocerían a Moody por lo que fue: un liberador, un estratega, un héroe que había puesto a los nazis de rodillas. 

Si el mundo fuera un lugar justo, Kingsley Shacklebolt estaría en casa haciendo de padre, viviendo como un hombre honrado, y Hitler no habría invadido Polonia y el nazismo no existiría. 

Los soldados rodean el cadáver de su capitán, lo miran, -la cara dormida, la sangre coagulada en la frente, el pecho espolvoreado de pólvora, las manos tranquilas, el parche inerte sobre el ojo vacío-, y entienden al fin que su padre ha muerto, pero que les deja su gran legado: cincuenta hombres preparados no sólo para acabar con Hitler, sino para liderar el mundo cuando ganen la guerra.

 

V

El conjuro de la madrugada se rompe; llega el alba, y los soldados se tienen que ir de nuevo a luchar. Solo queda despedirse de ellos, y de entre todas las cosas que podría decirle a Remus, Sirius elige una al azar.

-Cuídate. -Se abrazan brevemente, una despedida torpe que podría haber sido de otra manera en privado-. Y cuídamelo.

No tiene mucho sentido lo que le ha dicho, pero es tan útil como cualquier otra cosa. No significa nada en especial, Sirius tan solo quiere que sepa que va a pensar en él, que lo peor de quedarse atrás es no poder estar a su lado cuando lleguen los alemanes.

Remus le sonríe.

-Te veremos pronto, sargento.

-Remus…

-Ya lo sé. Yo también.

Sirius lo mira de arriba a abajo. Las botas que lo protegen de la nieve, el cinturón lleno de balas, el botiquín al hombro, el casco metálico sobre la cabeza. De algo tiene que servir todo eso. Todo el equipo que lleva, toda su experiencia en batalla. Hasta que Sirius vuelva a su lado y pueda protegerlo, tendrá que valer.

Sirius abraza a James una vez más, y una vez más, James se deja abrazar. Cuando Sirius lo suelta, se deja ir de la misma manera que se ha dejado abrazar, pasivamente y de golpe.

-Yo me encargaré, Jimmy, -dice Sirius-, me encargaré de todo. 

No sabe muy bien qué debe hacer ahora exactamente, pero eso es lo de menos. Sus hombres confían en él. Confían en que hará lo que haya que hacer, y esoes lo que importa. Sirius se encargará de cuidar a Shacklebolt y a Andoni, y de velar a Alastor Moody como es debido. Se obliga a mirarlo aunque le cueste esfuerzo, a pensar en él cuando estaba vivo, a recordar todo lo que le enseñó para intentar estar a la altura del mejor hombre que la quinta compañía ha tenido jamás.

Shacklebolt le dirige una última mirada a lo que queda de su amigo, le dice lo último que quiere decirle con el pensamiento, y permite que Sirius y Andoni lo levanten y le pasen un brazo por los hombros. Quiere estar de pie para despedir a la quinta compañía, aunque no pueda decirles nada.

Arrancan los camiones. Las enfermeras dicen adiós con la mano, Sirius y Remus se dicen adiós con los ojos. James no dice nada.

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