Triunfar o Morir

Harry Potter - J. K. Rowling
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Triunfar o Morir
Summary
En 1944, las fuerzas aliadas se preparan para el desembarco anfibio más grande desde Alhucemas. El muro atlántico de los nazis, una fortificación kilométrica de misiles, minas y divisiones acorazadas al mando de Rommel, los espera en la costa francesa. Si consiguen atravesarlo, los soldados del frente occidental desembarcarán en territorio ocupado y deberán conquistar Francia, Holanda y Bélgica hasta llegar a Alemania, antes de que llegue el invierno, antes de que sea demasiado tarde.Esta es su la historia.
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Capítulo 21

I

-¡Tiene que dejarme ir, teniente!

-¡Black, quieto!

Tres semanas de lucha sin tregua; ni un rasguño hasta entonces, para acabar así. 

-¡Por favor, teniente! ¡Por favor!

-¡Que se esté quieto! ¡Déjeme pensar!

La quinta compañía iba marchando hacia Benhoven, en el bosque holandés, cuando se ha topado de frente con la vanguardia alemana. Han avanzado tanto y tan eficientemente que han pillado a los alemanes antes de tiempo y en dos minutos, el campo de flores que atravesaban se ha convertido en un campo de batalla. En dos minutos, la quinta compañía se ha atrincherado tras el muro de piedra que separa dos terrenos, y en un abrir y cerrar de ojos, James se ha quedado atrás.

-¡Lo matan, teniente! ¡Lo matan!

-¡Quieto! ¡No se mueva!

En cuanto han divisado movimiento al final del prado, Sirius ha visto a James santiguarse. Siempre lo hace en algún momento de la campaña; lo hizo en el acorazado gigantesco que los llevó a Normandía, lo hizo cuando vieron la nube de polvo que levantaron las balas del francotirador de Mauvaines, y lo hizo después, en la toma del misil antiaéreo que mató a Roger Davies. Un gesto que lo une al resto de cristianos, a la fe que le inculcó su madre de pequeño, en la iglesia de su pueblo. Rápido; arriba, abajo, izquierda, derecha. Dos segundos de encomendarse a su Dios, un Dios en el que cree de la misma manera que cree en la amistad, en la valentía y en el amor: plenamente, sin dudas, sin objeciones. El Dios de James no es el padre omnipotente de los Cielos; el Dios de James es Jesús. Tiene forma humana, hizo las cosas que dice la Biblia, era un hombre bueno.

-Déjeme ir, como en el puente, como en Normandía, ¡por favor, teniente, por favor!

Shacklebolt lo manda callar por cuarta vez; tiene la cabeza en la batalla, en destruir a los alemanes y en salvar a su compañía. El muro de piedra tras el que se han atrincherado es tan solo un escudo provisional, y cada vez que los alemanes disparan, alguien cae. Los ingleses devuelven el fuego, Remus va de lado a lado intentando salvar a los infantes, hombres jóvenes que en otras circunstancias podrían ser amigos se matan unos a otros sin remedio.

La mirada que le lanza Shacklebolt lo sujeta como si fuese una correa; Sirius enmudece, confía, espera. Obedece y se queda quieto, aunque le cueste más que nada en el mundo. 

Al otro lado de la valla, James está tendido en el suelo, cubriéndose la cabeza con las manos. Ha perdido el casco hace rato, cuando se ha rezagado para asegurarse que los demás llegaran a cubierto y la fuerza de la metralla lo ha tirado al suelo. Puede que esté herido. Puede que no lo esté pero que sepa que, si se levanta, los alemanes lo verán y no conseguirá llegar hasta ellos. Puede que en la fracción de segundo en la que Sirius no lo esté vigilando, lo hayan matado.

-¡Sirius, al suelo!

Remus tira de él, la tierra frente a ellos explota como un volcán y el muro de piedra se sacude como si fuera de papel, pero Sirius vuelve a sacar la cabeza para ver a James. 

Se ha movido. 

Se miran. 

Sus miradas chocan, conectan.

-¡Teniente! ¡Teniente, por favor!

Shacklebolt apremia a Peter para que pida refuerzos y se agarra el intercomunicador que le tiende. Escuchan la jerga que emana de la radio, que a Sirius siempre le ha parecido incomprensible, y Shacklebolt sonríe por primera vez en tres semanas.

-Ya viene la caballería -anuncia, triunfante.

Los soldados estallan en vítores cuando, a lo lejos, ven los primeros acorazados ingleses. Por la radio, Shacklebolt recibe las instrucciones de Moody: empieza la ofensiva. Tres tanques y veinte soldados con dos portamisiles gigantescos por el flanco derecho, ellos se convertirán en el flanco izquierdo y los cubrirán mientras cargan, y el reducto alemán se acabará enseguida. 

Pero no hay tiempo. 

No hay tiempo para nada de eso.

-Cubridme, teniente, -suplica Sirius-, por favor, lo cargo a hombros y vuelvo, para cuando se den cuenta ya lo habré puesto a salvo. -Sigue hablando, sigue suplicando, no quiere darle tiempo a que se lo piense, quiere que le diga que sí y ya está, sin preguntas, que lo deje ser infante, que lo deje correr-. Teniente, por favor, sabe que puedo hacerlo. Por favor.

Lo matan. Lo van a matar y va a tener que verlo morir sin estar con él. Le darán dos tiros ahí en frente, a veinte metros de la salvación, y no podrá hacer nada para evitarlo. Shacklebolt le coloca una mano gigantesca en el hombro, tira de su correa una vez más, Sirius siente que se ahoga y que se va a morir así, obedeciendo.

James está solo y Sirius no puede soportarlo.

Shacklebolt saca la cabeza de la trinchera, evalúa el rescate y lo considera demasiado arriesgado hasta que se topa de frente con la mirada de Sirius, desesperado por decirle con los ojos que se romperá para siempre obedeciéndolo pero que lo hará si se lo pide. 

-Black, saldrá a por Potter ahora, -lo sigue sujetando con fuerza para que no se vaya antes de tiempo-, pero esperará a que la caballería ataque. Los cubriremos a ambos; al flanco de artilleros y a usted. -Evalúa los soldados que le quedan disponibles para disparar y hace recuento de munición-. Prewett, Longbottom, Dawes, Sheirs, a mi señal.

La compañía entera contiene el aliento mientras su teniente calcula el tiempo que queda para que los tanques se acerquen y la distancia que hay entre Sirius y James. Shacklebolt mira hacia atrás, hacia los artilleros cargando los misiles, los comandantes de los tanques metiéndose dentro y cerrando las escotillas para dar la orden de avanzar. Se concentra, con la vista fija en los segundos de su reloj de muñeca, y luego sus ojos van de un lado a otro del campo, construyendo el mapa mental de la batalla. Su experiencia militar se hace aparente como nunca; ya lo supieron cuando tomaron aquél misil alemán y lo vieron diseñar la operación en dos minutos, pero ahora, la certeza de que están en las mejores manos posibles les otorga una calma extraña, casi impropia de la guerra. Sirius inspira varias veces y deja de intentar dirigir su propio destino, poniéndose a sí mismo y a James en manos de su teniente.

La mano de Shacklebolt le pesa en el hombro como una losa. Lo oye respirar a su lado y su respiración suena más fuerte que los tiros alemanes y que los gritos de la guerra, déjeme ir, suélteme, deje que vaya. Justo cuando los tanques descienden por la colina y los tiros alemanes dejan de dirigirse a ellos para concentrarse en el otro flanco, Shacklebolt lo libera. No dice nada, tan solo suelta su agarre con la mano. 

Y Sirius corre.

Salta por encima del muro con un solo movimiento, sus pies aterrizan sobre tierra firme, y corre, corre como nunca, en línea recta hacia el cuerpo de James, que sigue sin moverse. No lo oye acercarse, hay demasiado ruido. Sigue en el suelo, con las manos protegiéndose la cabeza, y solo da muestras de vida cuando nota la mano de Sirius agarrándolo del chaleco y levantándolo a pulso para cargarlo a hombros; pero no hace falta, porque los ángeles continúan protegiéndolo. Está milagrosamente ileso, como siempre, contra todo pronóstico, y se impulsa hacia arriba con las manos como un atleta oyendo el tiro de salida e incluso sonríe con esa sonrisa milagrosa. Ya tardabas, Sirius, dice la sonrisa. Las botas se le clavan en el barro, Sirius le ayuda a erguirse y salen los dos a la vez, corriendo hacia la salvación con una fuerza titánica, juntos.

Entonces, cuando queda la mitad de camino para llegar a cubierto, Sirius nota cómo le estalla la espalda. 

Su cuerpo se rompe y se separa de su mente; quiere seguir corriendo, pero no puede, me han disparado, piensa, sorprendido, esto es lo que se siente cuando te disparan. La bala ha entrado por detrás, pero le arde el pecho cuando sale limpiamente por delante, cruzando su cuerpo, quemándolo. Frena pese a que no quiere frenar, pese a que ya está viendo la cruz roja del casco de Remus tras el muro, pese a que James tira de él.

Luego, nada. 

 

II

Lo primero que Sirius nota al despertar es que su cuerpo sigue quemando. Siente el pecho partido, roto, y la piel del hombro tirante en todas direcciones. Nota un ardor intenso en algún lugar inconcreto entre la clavícula y el pezón. Y está vivo. En un segundo constata lo obvio: que la bala no lo ha matado. Los sonidos de la guerra se han extinguido y ahora solo se oye la calma, el silencio del triunfo.

Hay alguien suave a su lado, me han disparado, estoy vivo, y ese alguien le coge de la mano. Nota dos dedos en la muñeca tomándole el pulso. Abre los ojos.

Le duele el alma cuando hace un esfuerzo para mirar hacia abajo y comprobar que todo él sigue de una pieza, que la metralla no lo ha alcanzado. Le aterroriza la posibilidad de encontrar un hueco donde debería estar una de sus piernas o intentar mover un brazo y no sentirlo. Ve sábanas con la insignia del ejército británico cubriendo su cuerpo y le da miedo que estén tan limpias, que sean tan blancas. Parecen un sudario, como el que usan las religiones extrañas para envolver a sus muertos. Momificados, cubiertos hasta la cabeza, estirados en una superficie plana, igual que él.

Remus, a su lado, lo llama por su nombre. 

A medida que recupera la conciencia, se da cuenta de que está entero. Su corazón late, sus pulmones se llenan de oxígeno. La carne ha vivido, el cuerpo ha triunfado. 

-Sirius.

Remus sigue con los dos dedos en su muñeca un rato más. Mira su reloj, cuenta los latidos de su corazón y sonríe con una sonrisa tan pequeña que solo es un esbozo. Debe haberle gustado lo que ha hecho su pulso y durante un instante, Sirius se siente orgulloso de haber sobrevivido al disparo. Hasta que no le da agua, no se ha dado cuenta de lo sediento que estaba pero el simple hecho de beber lo deja agotado.

Remus huele a limpio; mientras él ha estado inconsciente, ha podido ducharse y afeitarse; no solo eso, si no que se ha quitado la barba de tres semanas y ya le aparece la barba de tres días, por lo que Sirius deduce que llevar un buen rato en la enfermería, estirado en esa cama, luchando por vivir.

-¿Quieres algo de comer?

Si todo fuera diferente, Sirius haría un chiste. Algo como, “comida, el camino más directo al corazón de un hombre, te las sabes todas, Doc”, con el único propósito de hacerlo reír. Y entonces Remus haría eso que hace siempre, eso de aligerar el ambiente, y respondería “el camino más directo al corazón de un hombre es un balazo entre la cuarta y la quinta costilla, en realidad”. Se le acercaría después de asegurarse de que nadie los está mirando, murmuraría “hazme caso, soy médico” contra sus labios, “tú qué vas a ser médico”,  “bueno, más o menos”, y entonces lo besaría furtivamente y Sirius se curaría de golpe, porque no habría herida que ese beso no pudiera curar.

Pero James no está con él.

James no está.

Su primera palabra al recobrar la conciencia es el nombre de su mejor amigo, y Remus, sentado al borde de su cama, le pone la mano en el hombro del disparo y lo mira con una pena que parece no tener fin.

-Han decidido que debía decírtelo yo. No sabes cuánto lo siento.

Sirius se deja caer de nuevo en la cama, aturdido. Tarda unos segundos en comprender que James, efectivamente, ya no está; que ha despertado sin él, y sabe que solo la muerte ha podido impedirle estar a su lado.

Ahora solo queda saber cómo murió.

*

Sirius había caído y se había dado en la cabeza, -por eso perdió la consciencia inmediatamente-, y James lo había sentido caer a su lado, con ese sexto sentido que habían desarrollado en la guerra y que localizaba Sirius con precisión suiza, y lo había arrastrado a cubierto, -por eso está vivo-. Mientras Sirius se desangraba en el camión de camino al hospital y Remus intentaba contener la hemorragia, James le sostenía la cabeza en el regazo y le hablaba sin cesar. “No te mueras, Sirius, no te me mueras”. El camión avanzaba con ellos y con el resto de la compañía, que contenía el aliento, impotente. “Aguanta, mírame, Sirius, aguanta”. Lo obligaba a mirarlo a los ojos pese a que Sirius no veía nada, lo zarandeaba para que se mantuviera despierto a toda costa, pese a que Sirius yacía inerte en sus brazos. Los dos hermanos habían corrido juntos por última vez hasta que los alemanes los habían frenado, quizá para siempre. “Estoy aquí, no te me mueras, estoy contigo, aguanta”. La puerta del camión se abrió y lo descargaron, y cuando Remus ordenó que le dejaran espacio para examinarlo bien, James obedeció dócilmente, haciendo callar a todo el mundo a su alrededor y pidiendo sitio. A Remus no le quedaban tarjetas para escribir la dosis de morfina que le había inyectado, así que se lo escribió en la frente con su propia sangre, -una M roja, una dosis-, para que Snape y los otros médicos del campamento lo supieran. Las enfermeras llegaron y entre todas, lo pusieron en la camilla, le inyectaron plasma y le rajaron el uniforme para ver la magnitud de la herida.

Fue el mismo Snape quien le echó un rápido vistazo y proclamó, sin lugar a dudas, que se salvaría.

-Voy con él -sentenció Remus.

Antes de que Snape pudiera abrir la boca para protestar, Lily intervino sin decir nada y condujo a su amigo hacia quirófano.

Mientras los médicos se llevaban a Sirius, James respiró aliviado, durante un segundo. Luego se sentó fuera del barracón, arropado por sus amigos y su teniente, sin nada más que hacer salvo rezar.

*

Desde que las balas de plomo empezaron a reemplazar las hojas de acero para matar, los médicos de todas las civilizaciones han localizado varios sitios en el cuerpo de una persona donde su alma puede dejar pasar una bala sin que ésta haga daño en ningún lugar vital. En el caso de Sirius, que yacía inconsciente en la mesa de operaciones, la bala había cruzado el agujero de su alma limpiamente, entrando y saliendo como si pidiera perdón por haberle perturbado la existencia. Snape lo anestesió, le inyectó más plasma, le cosió el cuerpo y lo devolvió a la vida. La operación duró menos de veinte minutos y en cuanto acabó, dejó a Remus la tarea de dar la noticia a sus compañeros y se fue a otro paciente sin hacer ningún comentario.

Remus salió del barracón de enfermería, secándose la sangre de Sirius que se le había quedado incrustada bajo las uñas, pidió un cigarro y se dejó caer en los escalones de piedra, al lado de James. Nadie entendió el murmullo que salió de sus labios, “el agujero del alma, el agujero del alma”, y todos lo apremiaron para que les diera la buena o la mala noticia.

-Se recuperará. -Cuando se secó el sudor de la frente, se marcó a sí mismo con la sangre de Sirius-. Puede que incluso lo manden a casa, si no se pone tozudo.

Shacklebolt no les dio tiempo de celebrarlo; dijo que los alemanes estaban demasiado cerca, que había que asegurar el perímetro. Eligió a sus mejores hombres y los dividió en binomios: Bill y Fabian, Longbottom y Dawes, él mismo y Potter. Sacó el mapa de la casaca y lo extendió en el suelo, “Pettigrew, usted se queda con la radio, preste atención, por favor”. Explicó muy claramente las posiciones que debían asegurar y las coordenadas de las parejas de soldados, “transmítalas al capitán, Pettigrew, nos vamos ahora mismo”. 

James pidió dos minutos para despedirse, tanto de Sirius como de Lily. Cuando salió de la enfermería y se marchó con los demás a por munición, parecía tranquilo. En paz.

*

-Esa fue la última vez que lo vi. -Dice Remus-. Que los vimos.

Todos regresaron de la misión de reconocimiento menos el único trinomio que abandonó el campamento. Los tres, -James, Shacklebolt y Andoni, que se les unió en el último momento y no aceptó un no por respuesta-, han sido declarados desaparecidos en combate. Ya han informado a la mujer del teniente, y los deseos de Andoni no van a poder cumplirse: no enterrarán su cuerpo en un cementerio militar y la tumba que diga Saseta, A. estará vacía.

Es la primera vez que Sirius ve cómo son las lágrimas de Remus. No había llorado aún en esa guerra, -ni por Roger, ni por Daniel, ni por nada de lo que ha visto-, y ahora se seca las lágrimas rápidamente, sin darles tiempo a resbalar por sus mejillas, avergonzado de llorar por James frente a Sirius. Se da cuenta de que aunque él acaba de aterrizar en esa nueva realidad, Remus lleva todo ese tiempo sintiendo la pérdida; quizá por eso no es capaz de llorar y puede ofrecerle consuelo, pese a que Remus lo rechaza, inspira hondo y se traga el llanto.

-Remus, ¿cuánto tiempo…?

Tres días. Hace tres días que el disparo en el hombro y la conmoción cerebral tienen a Sirius Black postrado en una cama. Y hace tres días que James Potter ya no está.

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