
Capítulo 20
I
Desde la azotea del campamento se puede divisar la batalla que está teniendo lugar en Holanda, a lo lejos. Ven las explosiones distantes, como fuegos artificiales iluminando el cielo nocturno. Es una noche fría, y James y Sirius se abrigan con chaquetas y alcohol, y se sientan para ver el espectáculo.
-¿Qué crees que están disparando? -Las botas de James cuelgan en el vacío y repiquetean en el muro cuando mece las piernas rítmicamente, como si siguiera una melodía inventada.
Sirius se pelea unos instantes con un botellín de cerveza y tras hacer palanca contra el bordillo, consigue que salte la chapa y se lo tiende a James. Mira unos instantes hacia Holanda. Está tan lejos que las explosiones son silenciosas, tan solo se ven sin sonido, mudas.
-Yo diría que tienen una brigada de artillería pesada. -Algo explota bestialmente, como dándole la razón-. Eso ha sido un B4-57, sin duda.
James asiente, da un trago, gruñe “artilleros”, y le tiende la cerveza para liarse un cigarro.
-Y tanques. Yo creo que aquello de ahí, -señala el flanco derecho de la batalla, donde se producen una serie de explosiones pequeñas y seguidas-, son Panzers.
James se enciende el cigarro, el papel de fumar tiembla y se prende.
-¿Crees que vamos ganando?
Sirius se encoge de hombros.
-Llevamos ganando desde que los Rusos recuperaron Stalingrado, y aún así esto no se acaba.
-Digo ahí enfrente.
-Yo qué sé, Potter.
-¿Pero crees que sí?
-No me seas Peter, en serio.
James se calla y Sirius se obliga a disculparse, “no quería llamarte Peter, perdona”, a lo que James no puede más que reírse. Hay algo en esa risa de crío -ligera, despreocupada, una risa que se adueña de sus ojos-, que le impulsa a querer seguir disculpándose, aunque no sabe muy bien por qué. Y cuando James suspira y el flequillo que ya le ha crecido irremediablemente se mece con el suspiro, Sirius tiene ganas de abrazarlo. No lo hace; de nuevo, no sabe por qué. Se intercambian de nuevo la cerveza por el cigarro, casi inconscientemente, siguiéndose los movimientos el uno al otro como en batalla. James fuma, Sirius bebe.
-Y pensar que podríamos estar en Londres -dice Sirius al fin, tras un buen rato en silencio.
-No después de que te pegaras con Snape. -James parece animarse al recordar el episodio de la bofetada, y su risa, que ya es contagiosa por sí sola, se le pega inevitablemente.
-No “me pegué con”, -puntualiza Sirius, de una manera que hace que James se ría todavía más-, “pegué a”, hay una diferencia muy grande.
-No me digas.
-Abismal, Potter.
Cuando Sirius asegura que haber abofeteado a Snape fue el momento cumbre de su carrera militar, James tiene serios problemas para aguantar la cerveza en la boca. Y es que solo a un idiota, imbécil, tonto del culo como James Potter se le ocurriría seguir bebiendo en medio de un ataque de risa. La cerveza sale disparada en modo aspersor de jardín y riega los pantalones de Sirius y el bordillo del muro donde están sentados.
-Potter, por favor, que eres sargento.
James se ríe por lo bajini, le gotea cerveza por la barbilla, dice “¡mierda! ¡es verdad!” como si realmente se le hubiese olvidado, y Sirius piensa que se morirá de risa, simplemente; lo matará una carcajada, suya o de James; se atragantarán los dos, -con la cerveza, con su propia saliva, con la risa en sí-, y se los encontrarán muertos, a los héroes de Normandía, a los recipientes de la Cruz de la Victoria, rodeados de botellas de cerveza y de virutas de tabaco.
Se chinchan un rato hasta que Sirius lo deja estar porque James tiene las de perder, -la risa lo deja flojo y no tiene aguante con el alcohol-, y la posibilidad de que se descalabre y caiga tres pisos empieza a ser peligrosamente real. James se lía otro cigarro de ese tabaco tan malo que tanto le gusta, y a Sirius siempre le ha fascinado ver cómo se lía los cigarros, como una ceremonia que va ligada a tiempos de tregua, cuando tienen el lujo de poder concentrarse en algo que no sea guerrear. Papel, briznas de tabaco, filtro. Manos ágiles, lengua, mechero. James protege el embrión de cigarro del viento como si fuera un pajarillo huérfano y cuando consigue prenderlo y darle una calada, parece lo suficientemente envalentonado para decir lo que lleva en su cabeza tantos días.
-Siento lo de Regulus.
Lo mira a los ojos, no rehúye la emoción, habla de lo que siente con un coraje que solo unos padres como los Potter son capaces de inculcar en un hombre.
-Gracias, Potter.
La educación mezclada con la brusquedad son la muleta en la que se apoya siempre cuando nota a James tan cerca, tan cómodo con sus emociones.
-No te lo he dicho explícitamente y quería que lo supieras.
-Vale, James. Gracias.
-¿Cómo estás?
-Harto de pensar en él. -Y es verdad, es absolutamente verdad-. Anímame, emborráchame o ambas cosas, pero no quiero hablar más de Regulus.
James abre otra cerveza, lo respeta, esperará el tiempo que haga falta hasta que esté listo para llorar con él.
-Skorzeny ha cruzado a Holanda -dice, lúgubremente-. Lo vieron en una carretera con sus hombres, cambiando señales de sitio. -La idea de que Skorzeny ande por ahí, entre el campamento y las explosiones de Holanda, en la negrura del bosque frente a ellos, le manda escalofríos por la espalda que no tienen que ver con el viento que arrecia en la azotea-. Moody está obsesionado, quiere matarlo él personalmente.
-¿Qué dice Fleur sobre el tema?
-Está empeñada en que alguien los traicionó -James niega con la cabeza-. Yo creo que fue uno de los suyos. Tiene mucho más sentido, hay varios miembros de la Resistencia desaparecidos. Seguro que uno de ellos cantó.
-¿Y Andoni?
-Lo mismo te frío un huevo que te mata a un nazi, pero ya sabes que no es un hombre muy hablador.
-¿Se sabe algo del hermano?
-Nada. -James suspira, quiere creer que su desaparición significa que no lo han matado-. Lo deben tener los nazis en algún sitio.
Sirius gruñe.
-Háblame de otra cosa, Potter. Algo alegre, a poder ser.
Es como si viera lo que pasa dentro de su cabeza. James lo mira sin mirarlo, se le escapa una sonrisilla. Culpa mía, por dejarle elegir el tema de conversación. Sirius se bebe la cerveza de golpe y la tira en dirección a la nada. Silencio, durante un momento, y luego la botella estrellándose contra el suelo y James está cerca, coño, Potter, tan cerca que se ve reflejado en sus gafas.
-Que conste que al principio no me pareció bien lo que estabas haciendo con Remus.
Sirius encaja el golpe como puede, intentando centrarse en que ese “al principio” debe significar que ahora ya se ha hecho a la idea.
-Por suerte, no necesito tu aprobación para hacer lo que me salga de los…
-¿Me puedes dejar terminar? Pero luego vi que no ibas a dejarlo tirado, ¿sabes? Que no estabas… ya me entiendes, usándolo. -James se encoge de hombros, ajeno a las ganas que siente Sirius de abrazarlo-. No me malinterpretes, me sigue explotando la cabeza cada vez que lo pienso y si no me meto más contigo es porque, bueno, -sus labios articulan “Regulus”, y luego se le escapa una risilla de preadolescente-. Resulta que al final, después de tanta chica y de tanta Millie Mae, eres un marica.
-No te flipes, Potter.
-Súper marica.
-Preséntame a tu madre, ya verás lo marica que soy.
Sirius se pasa los siguientes minutos aplacando a James, “perdón, perdón, ha sido un acto reflejo, lo siento, tu madre es sagrada, perdona, perdón”. Después darle las dos cervezas que le quedan y de jurarle y perjurarle que, si un día conoce a su madre la tratará como la señora que es, “por supuestísimo, Jimmy, eso por descontado, de verdad, en serio”, James parece aplacarse.
Callan. Es agradable estar así, con los pies colgando en el vacío y con visión de pájaro sobre la guerra.
-¿Qué pasa con Bill y Fleur?
A James se le ilumina la cara y se tira los siguientes minutos teorizando sobre miraditas, roces de manos y ausencias sospechosas a la misma hora. Se ha aliado con Peter para contar los minutos en los que desaparecen, para luego poder tomarles el pelo. Cuando Sirius observa que se llevan unos diez años y que Fleur es la mayor de los dos, James se encoge de hombros, dice “bueno, es francesa, supongo”, y les da la risa durante un buen rato.
-No sé por qué son tan discretos. -Por el trago enfadado que da a su cerveza, Sirius intuye que James ya no está hablando de Bill y Fleur-. Si lo piensas bien, no hay momento mejor que una guerra para hacer las paces, y decir lo que sientes, y quererse.
Sirius sonríe y le da la razón, porque mañana se va a luchar con la conciencia tranquila. Le dijo a Remus que le quería, se ha liberado de su madre gracias a él, y esa tarde ha escrito por fin a Millie. Ha optado por enviarle un telegrama, porque quiere que llegue rápido y porque no se le dan bien las palabras. Se lo ha enviado al último teatro donde trabajó, y simplemente le ha dicho que Regulus ha muerto y que siempre podrá contar con él para lo que necesite. Que nunca le pidió nada, y que ahora puede pedirle lo que quiera.
-¿Lily aún no te ha declarado amor eterno? -James niega con la cabeza, afligido-. ¿Pero seguís…? -Asiente, igualmente afligido-. ¿Y el rollo que os lleváis con la maldita carta?
-Ya se la ha quedado. Y me ha dado esto. -Se saca una fotografía del interior de la chaqueta-. Para que me la lleve a Holanda.
La chica de ojos claros de la fotografía es la de antes de la guerra. Llevaba los labios pintados, el pelo largo y una expresión inocente en la cara; aún no había visto morir a ningún soldado ni se había enamorado del más temerario de todos.
-Está muy guapa. -Sirius no encuentra otras palabras que decir. James sonríe orgulloso y se guarda la foto cerca del corazón, en el mismo lugar donde Shacklebolt llevó a su familia durante el Desembarco.
-Frank y Alice van como locos buscando un cura, y en cuanto encuentren a uno que no piense que Alice está embarazada o que quiere una pensión si Frank la palma por ahí, dicen que lo van a hacer. Que se casan, Sirius. -Suspira de nuevo. James Potter, cuya reacción al saber que su mejor amigo está follando con su otro mejor amigo ha sido temer por los sentimientos de todo el mundo, no puede entender que alguien quiera a otra persona y no se le entregue completamente, de cabeza, sin dudas-. Y que conste en acta, no es que esté pidiendo eso, ¿vale?, porque me degradarían y a ella la mandarían a casa, seguramente, y los dos tenemos un deber que cumplir. ¿Pero qué hay de malo en decirme que me quiere?
Sirius lo mira de arriba a abajo y le asalta la certeza de que sin James y su inocencia, tan valiente en esa guerra tan oscura, el escuadrón entero habría perdido las ganas de vivir hace mucho tiempo.
-Yo sí que te quiero, Jimmy.
James bufa.
-Genial -gruñe-. Ahora sí que estoy deprimido.
-Te lo digo en serio, imbécil.
Se ríen, juegan a una última partida de “Lanza la Botella” con las cervezas vacías. Ambos se proclaman ganadores, ambos han hecho trampa pese a que no se puede hacer trampa a ese juego que no es un juego, y cuando James anuncia que se le está helando el culo y que ya no les queda alcohol, deciden ir a buscar a Lily y a Remus.
Antes de empezar a bajar las escaleras y echar a andar hacia la enfermería, Sirius acepta el abrazo de oso de James; repentino y sincero, el último antes de irse a Holanda.
-Yo también te quiero, Black, -le susurra al oído. Palabras encendidas por el alcohol que serían igual de sinceras si estuviera sobrio-, unque seas un tramposo de mierda.
Sirius sonríe. Se marcha a luchar con la conciencia tranquila.
II
Está claro que mientras los esperan Lily y Remus han decidido jugar a los peluqueros, porque Remus tiene las manos metidas en el pelo de Lily y trata infructuosamente de peinarla, y Lily intenta, con todas sus fuerzas, contenerse y estarse quieta. Antes de abrir la puerta de la enfermería ya oyen las risas. A James le brilla la mirada cuando se lleva un dedo a los labios y se acomoda para verlos un rato a través de la ventana, sin que se den cuenta.
-¿Quieres parar de moverte? -Remus la riñe y le da un latigazo en el brazo, haciendo que Lily se ría y se mueva más-. Mi talento tiene sus límites, Evans, tienes que dejarme trabajar.
Le apila los mechones sobre la cabeza y trata de sujetarlos con horquillas, como si estuviera montando un castillo de naipes.
-Remus, ¿seguro que sabes lo que haces?
-Creo que ya hemos establecido que no. -Remus acalla sus protestas autoritariamente-. Pero de algo tendré que ganarme la vida después de la guerra, y solo tienes permiso para publicar mis memorias si me muero. -Le señala la libreta que Lily sujeta entre las manos orgullosamente.
-¿Y quieres ser peluquero?
-Peinador de señoras, -puntualiza-, no me atrevo aún con las tijeras.
Sirius siente algo muy cálido en su interior cuando lo ve así; relajado, compartiendo su amistad con esa mujer tan especial, disfrutando de hacerla reír, estropeándole el peinado. Se da cuenta de que no los han estado esperando; que Remus y Lily son los protagonistas de su propia amistad, una relación indestructible e inmune a las desgracias, un vínculo mágico que los va a unir de por vida. Que son James y él quienes los van a esperar toda la noche, en silencio, si así pueden contemplar ese conjuro sin alterarlo.
“Remus, ¿y ahora qué haces?”, “ya casi estamos, es el toque final”. Remus le sacude la cabeza vigorosamente, alaba su propia obra en un acento francés pésimo y le tiende la primera superficie reflectante que encuentra.
-Preciosa, estás preciosa -sentencia. Lily se aparta el pelo de la cara y cuando se mira su propio reflejo en la bandeja quirúrgica de acero que Remus está sosteniendo, explota en un ataque de risa-. ¡La más bella de Europa!
Remus se protege sus órganos vitales para evitar los manotazos de Lily, Sirius tiene que contenerse para no tirar la puerta abajo y besarlo, y James hace rato que está solamente de cuerpo presente, con la mente en un mundo de fantasía donde Lily no es Evans sino Potter. “Parezco un espantapájaros”, “un espantapájaros recién salido de Hollywood”, azotes con la bandeja quirúrgica, risas ahogadas. Remus se ríe de una manera distinta con ella, y esa energía callada que lo cautivó en Inglaterra brilla con fuerza cuando Lily más la necesita, la noche antes de que James se vaya de nuevo y quizá no vuelva nunca. Remus tiene el poder de cambiar el ambiente con su mera presencia; es la calma cuando hay peligro, es un chiste seco en horas de desánimo y un peinado estúpido en la víspera de la invasión de Holanda. Sus carcajadas silencian el miedo de Lily y hacen que Sirius no pueda dejar de mirarlo, consciente de que está asistiendo a un milagro, a una victoria, a una batalla ganada.
III
-Oye, Doc.
Lily y James hace rato que se han marchado, Remus hace rato que está muy cerca de su cuerpo. Haber hablado con James de él y Remus ha abierto la veda a la sinceridad y ahora Sirius tiene dos preguntas para Lupin.
Solo dos.
-Remus.
El problema, a parte del hecho de que está un poco, ligeramente, bastante borracho, es que Remus está a su lado, sentado en el suelo, fuera de la vista de cualquiera a quien se le ocurra mirar por la ventana, y lo está besando. Lo besa lánguido y caliente, casi con pereza, como si él también estuviera borracho y la borrachera lo hubiese pillado de improvisto y le hiciera desear cosas calientes, como si no estuvieran en guerra y se hubiesen conocido en otro sitio, y pudieran estar toda la noche así, besándose, y fueran libres de despertar juntos al día siguiente, sin nada que hacer salvo seguir abrazados.
-Remus -repite, y suena un poco demasiado ansioso, tan ansioso que Remus, en lugar de reírse de él por lo ansioso que suena, se le acerca con ansia-. Oye, tsss, Lupin, -coge aire, emerge de las profundidades de su cuello, intenta aclarar los pensamientos-, ¿a ti te gusta…?
Nope.
Las cervezas no le han dado el valor suficiente para hacer la pregunta. “Remus, ¿te gusta pegarme” no va a salir de su boca. Nononononono. Termina lo que iba a decir con un “ya sabes”, unos cuantos aspavientos con los brazos, otro “ya sabes”. Así, ya está, muy bien. Remus se ríe, y lo ha entendido perfectamente porque se ruboriza y le deja un poco de espacio para poder pensar con claridad.
-Me gusta que te sirva, que puedas usar el dolor. Y que confíes en mí.
Luego Remus añado algo más, un susurro que sale acompañado de una sonrisa muy pequeña en sus labios y que responde a su segunda pregunta.
-¿Cómo? -Lo arrincona en el suelo, en la esquina que hacen las dos encimeras llenas de medicación, a resguardo del mundo-. No te he oído bien, Lupin. -Lo besa sin compasión, demasiado suave, con demasiada lengua, con saliva y calor. Remus suspira contra sus labios, le pasa los brazos por los hombros y se le acerca más-. ¿Cuánto has dicho que me quieres? -Lo oye reírse mientras sigue besándolo-. Porque me ha parecido oír “desesperadamente”, “con la fuerza de mil soles”, “te quiero tanto que a veces no puedo soportarlo”, ¿he oído bien? -Apenas escucha el “Sirius, por favor”, que Remus le susurra al oído, sonriendo mientras se deja tumbar en el suelo, porque se da cuenta de que podría haberle dicho una de esas tres cosas totalmente en serio, si se las preguntase ahora mismo-. Remus, ¿qué es lo que te gusta a ti?
Para su sorpresa, Remus no tiene apenas que pensarlo porque está claro que lleva tiempo sabiendo la respuesta.
-Que seas tan fuerte.
Es verdad que Frank le saca dos cabezas y que Shacklebolt es mucho más grande que él, pero para Remus, Sirius es el más fuerte de todos. Su fuerza aflora como un relámpago de energía cuando hay que cargar a un hermano a hombros, cuando hay que disparar hasta que no se oiga nada más que la ametralladora, cuando sus amigos se debaten entre la vida y la muerte. La suya es una fuerza abrasadora, energía primigenia. Fuego.
Se besan hasta que se notan calientes, se quitan los cinturones frenéticamente, se pelean con los botones, se liberan de los pantalones a patadas. Sirius coge a Remus de las muñecas y le ordena que se siente a horcajadas sobre él. Gime al contacto de su piel desnuda, le arde el cuerpo, necesita saber qué se siente al follarse a Remus Lupin, necesita darle una décima parte de la paz que ha recibido de él durante esos meses que han pasado en guerra.
La otra noche, Remus se tomó su tiempo -saliva, paciencia, suavidad, alabanzas-, porque era lo que Sirius necesitaba, aunque no fuera lo que le hubiese pedido. Sirius, sin embargo, se lubrica los dedos con saliva y se abre camino bruscamente, recogiendo el gemido que escapa de los labios de Remus con un beso. Lo besa y mientras se lo folla con los dedos, no puede dejar de mirarlo: sentado sobre él, rodeándole la espalda con los brazos, tirando de su camiseta para quitársela y poder tocarle el pecho, haciéndole sitio a sus dedos.
-Debería hacértelo suave -murmura Sirius contra su oído. Su amenaza ha sonado con una voz áspera y desconocida, y, cuando Remus contesta, le alegra escuchar que suena tan destrozado como él.
-No hace falta que–, así, así está bien -gime contra su oído, empieza a mover las caderas y joder, Remus, joder.
-He dicho debería. -Susurra-. No que vaya a hacerlo.
Se concentra en su cuello, le late la yugular contra sus labios cuando muerde, la vida de su cuerpo bombea sangre caliente; lo besa mientras sigue así, abriéndolo. Lo nota estrecho contra sus dedos, ardiendo, esperándolo, y oye a Remus susurrándole al oído, en el cuello no, por favor, como si ya lo sintiera dentro de él, sí, Sirius, sí, sí. Lo coge de las caderas, lo acomoda en su regazo; y empieza suave, muy suave, solo para darle tiempo a acostumbrarse a él. Remus cierra los ojos, aprieta los dientes y deja escapar una sonrisa a medio camino entre gemido y suspiro. Sirius le impide que se mueva, clavándole las manos en el culo.
-¿Estás bien? -Pregunta Remus, con los ojos cerrados, jadeante contra su boca-. ¿Puedes–?
Pero Sirius no lo deja terminar porque claramente, no lo está haciendo lo suficientemente bien si Remus aún tiene fuerzas para hablar.
Incluso así, sentado en el suelo, sus caderas son poderosas e imponen un ritmo desquiciante. Sirius folla como lo que es, como un infante capaz de andar veinte kilómetros al día, cavar una trinchera y prepararse para luchar; capaz de disparar con la ametralladora hasta que la culata le destroce el hombro y no darse cuenta de que le duele; capaz de agarrar a un hombre del chaleco, levantarlo a pulso y cargarlo a hombros en menos de dos segundos. Remus no tiene nada que hacer ante un hombre así. No puede imponer un ritmo distinto ni puede moverse encima de él, tan solo le queda dejar que Sirius le mueva las caderas, que se lo folle hasta el fondo con cada embestida, que le arranque gemidos rítmicos, que–
-No pesas nada, esto no es nada, Doc. -Se oye extraño en su propia voz, se ve extraño en su propio cuerpo. Habla húmedo, desquiciado por el sonido que hacen la piel con la piel cuando chocan con movimientos sísmicos, por los pequeños gemidos que salen de la boca de Remus con cada embestida-. Voy a seguir así hasta que no puedas más. -Le dice Sirius, murmurando contra su cuello, aún con las manos en sus caderas, haciendo que se balanceen con fuerza, empujando contra ellas, invadiendo su cuerpo sin dejarle otra opción que la rendición absoluta.
Remus hace algo con su cuerpo, como ablandarse, como quedarse sin huesos sobre él cuando lo oye decir justamente lo que quiere. Se ofrece más, gimie más, le deja más espacio para que le muerda el cuello; así que Sirius sigue hablando, aunque no sepa muy bien qué sale de su boca, “dímelo, dime que te gusta así, dime que me quieres, dime cuánto me quieres,” y sigue empujando contra él hasta que lo nota tensarse, “córrete, así, Remus, córrete”; incluso cuando lo nota correrse en silencio, manchándole el estómago, aguantando la respiración y luego soltando el aire con un largo gemido y volviendo a suavizar el cuerpo, sigue sin frenar el ritmo. Sigue embistiendo, sigue abrazándolo, sigue hablando hasta que nota que se corre con tres estertores potentes, y entonces dice algo que encapsula lo piensa de Remus, “cuando acabe todo”, lo que piensa del milagro que ha sido conocerlo, “cuando acabe– aaah, sí, Remus”, la magia de tenerlo encima de él, sudando, sonriendo con los ojos cerrados, irradiando calor, la placa de soldado golpeándole el pecho, “Remus, joder, sí, cuando–”
Suaviza el ritmo, le arden las piernas, tiene la cara roja y el pecho sudado.
-Cuando acabe la guerra, -consigue decir al recuperar el aliento, hundiendo la cara entre las clavículas de Remus, soltándole las caderas para abrazarlo, atreviéndose a soñar por primera vez en la vida-, juntos.
No es poesía, no es una libreta con prosa que hará historia cuando se publique, no es una carta escrita desde el corazón. Es mejor. Es una promesa de infante, es un juramento de Sirius Black, que solo entrega su lealtad y su sumisión a los hombres buenos, a los grandes hombres.
Se abrazan, comparten aliento, se besan con lengua. Remus quiere hacerse a un lado pero Sirius se lo impide, aprisionándolo entre los brazos, notando su cuerpo empapado bajo la camiseta y el estómago pegajoso y caliente.
-Juntos -repite Remus, el escritor que podría haber elegido a alguien que supiera prometer amor de otra manera que no fuera así, a media voz, en el suelo, sudando, sonriendo; y que sin embargo, no podría estar con otro hombre que no fuera él.