Triunfar o Morir

Harry Potter - J. K. Rowling
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Triunfar o Morir
Summary
En 1944, las fuerzas aliadas se preparan para el desembarco anfibio más grande desde Alhucemas. El muro atlántico de los nazis, una fortificación kilométrica de misiles, minas y divisiones acorazadas al mando de Rommel, los espera en la costa francesa. Si consiguen atravesarlo, los soldados del frente occidental desembarcarán en territorio ocupado y deberán conquistar Francia, Holanda y Bélgica hasta llegar a Alemania, antes de que llegue el invierno, antes de que sea demasiado tarde.Esta es su la historia.
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Capítulo 16

I

El pueblo belga de Vosselaar los recibe en la frontera con Holanda, donde descansarán durante quince días. Los camiones llegan en fila, aparcan y cuando los maleteros se abren y Shacklebolt los hace bajar, lo primero que ven son dos hombres que los están esperando. Reconocen de inmediato al más bajo, que lleva el brazo en cabestrillo y los saluda con la mano buena.

-¡Prewett!

El otro hombre, más alto, más corpulento y de ojos oscuros, los espera en silencio. Es James quien lo reconoce, y salta del camión para avanzar hacia él y abrazarlo.

-¡Gudari! -Exclama, encantado-. ¿Qué haces por aquí? ¿Dónde está tu hermano?

Andoni Saseta encaja el abrazo de James sin corresponderlo, sin resistirse, dejándose abrazar como si fuera de piedra.

-No lo sé, chico. No sé dónde está mi hermano. Pero creo que tú sí que lo sabes, ¿no?

La sonrisa de James flaquea. A su lado, Shacklebolt intercambia unas palabras apresuradas con Prewett y se marcha corriendo a buscar a Moody. El resto de hombres de la quinta compañía bajan del camión. Ninguno sabe qué hacer salvo rodear al gudari y esperar a que cuente su historia.

-Se lo llevaron, -dice Andoni, simplemente-, la Gestapo se llevó a Inar.

*

En cuanto Delacour y Tonks se enteran de que ya han llegado, salen de las oficinas de comunicación a toda prisa para recibirlos. Quieren hablar con Shacklebolt, con Moody, puede que con el mismísimo Churchill. Mientras los hombres recién llegados del frente se reúnen para intentar entender qué está pasando, las preguntas se superponen en la cabeza de Sirius tan rápido que no le da tiempo a pensarlas con claridad. ¿Qué hace la resistencia francesa en Bélgica? ¿Cuándo han cruzado la frontera? ¿Vinieron detrás de nosotros cuando nos marchamos? Andoni intenta encontrar las palabras, Tonks traduce a toda prisa para los que no hablan francés.

-La Gestapo llegó a la casa de noche. Las minas que plantamos en la tierra nos dieron tiempo para escapar, pero Inar se quedó atrás. 

Unos días antes de que toda Francia fuera liberada, horas después de que la de que la Quinta Compañía pusiera rumbo a Bélgica, Andoni llegó con Tonks y Delacour al campamento inglés. Quedaban unos cuantos intendentes allí, en retaguardia, pero Andoni no quería hablar con ellos; buscaba a los infantes que se habían presentado en el cuartel de la Resistencia diciendo que querían a Skorzeny: al hombre moreno de la ametralladora, al médico rubio, al chico asustadizo de la radio y sobre todo, al chaval de las gafas que les había prometido ayudarlos y que le había parecido honesto, un hombre de honor. Andoni estaba fuera de sí. Quería matarles a todos con sus propias manos.

-¿A nosotros? -pregunta Sirius estúpidamente-. ¿Por qué?

Es Fleur quien contesta, mirándolo a los ojos de una manera que lo hace sentir culpable pese a ser inocente.

-Creemos que alguien nos vendió a los alemanes. A Skorzeny, quizá, o a la Gestapo directamente.

Es obvio que James va a negarlo automáticamente, como un acto reflejo, pero ni Frank ni Remus parecen estar tan convencidos. Tras la sorpresa inicial, Bill pasa revista a todos los soldados, como si así los pudiera hacer confesar.

-Imposible, Delacour. -Dice James-. Todos los que fuimos a la casa luchamos en Bélgica. Nadie desertó, nadie recibió ningún trato especial, nadie se libró de batallar. Si alguien os vendió a los alemanes, ¿qué pudo haber obtenido a cambio?

Los miembros de la Resistencia francesa no creen en las casualidades, pero parece que ya han llegado a esa conclusión. Una vez los acogieron en el ejército inglés y pudieron analizar la situación con frialdad, decidieron que quedarse con ellos era la mejor opción. 

La Gestapo es un órgano poderoso, bien establecido en Francia después de años de colaboración con el gobierno y la población. Nunca sabrán quién los delató hasta que termine la guerra, y quizá ni siquiera entonces. Lo mejor que pueden hacer es seguir luchando. Quedarse en la Francia liberada ya no sirve de nada, así que Dora está en las oficinas de comunicaciones, Delacour es el contacto británico con la resistencia belga y holandesa, y Andoni los ha estado esperando, simplemente.

Cuando llegaron, Lily y las demás enfermeras estuvieron con ellos toda la noche hasta que se hizo de día y recibieron las primeras noticias por radio; la Resistencia que quedaba en el último reducto alemán de Francia había sido desarticulada, y cuatro familias judías habían sido arrestadas, junto a quienes los habían escondido. Inar fue listo incluso bajo la presión de la Gestapo, dosificando la información justa y necesaria para seguir con vida y guardándose para él las cosas importantes, salvando así a la mayoría de judíos, a su propio hermano y al resto de la Resistencia.

-Lo tienen los alemanes. -Dice Andoni-. No sabemos dónde.

-Pues vamos a buscarlo. -James Potter y que se gana el cariño de Andoni para siempre con esa respuesta que le sale directamente del corazón-. Shacklebolt dirá que sí, ya lo veréis.

Remus lo mira como si realmente sufriera por su salud mental.

-¿Te refieres a Kingsley Shacklebolt? ¿El teniente Kingsley Shacklebolt que todos conocemos?

-El Shacklebolt que vive en mi mente. -Puntualiza James-. Todas mis ideas le parecen buenísimas y siempre me deja hacer lo que quiera. ¡Vamos! ¿Quién viene conmigo?

James espera encontrarse con una muchedumbre indignada, pero tiene que contentarse con Prewett y su brazo en cabestrillo, y aunque es verdad que Fabian tiene mentalidad de horca y antorcha, está claro que los dos solos no van a llegar muy lejos. Nadie quiere decirle lo que es obvio para todos menos para él. Es el propio Andoni quien le frena los pies.

-Ya no hay nada que hacer, chico. 

James solo lo deja estar cuando Andoni se lo pide, por respeto. 

Es un consuelo que la noche en la que separaron a los dos hermanos, Andoni estuviera acompañado. Las enfermeras le dieron tabaco del bueno, se sentaron a su lado y lo consolaron como pudieron. Fleur le pasó un brazo por los hombros, Tonks insultó a los alemanes y Lily dijo, muy racionalmente, que si lo hubieran ejecutado, lo habrían hecho públicamente, como advertencia. Andoni asentía, fumaba, bebía y cuando amaneció y supo en su interior que el interrogatorio había acabado, pidió que lo dejaran a solas para sentir la ausencia de su hermano en toda su dimensión.

*

James no se rinde del todo. Si no pueden ir a por Inar, hay que hacer algo por Andoni. Lo quiere mandar a Kent de refugiado, “le escribo a mi madre y te quedas en mi cama hasta que yo vuelva”, pero el hombre se niega en redondo. 

Solo dejará de luchar cuando termine la guerra, o cuando lo maten a él.

El siguiente paso lógico es Holanda. Andoni pide acompañarlos con un fusil, con una pistola, con lo que le den. Lo pide con dureza pero sus ojos suplican y a Sirius le parece que anunciar que le falta un compañero para manejar la ametralladora es un argumento buenísimo a su favor. 

Todos entienden lo mucho que necesita luchar.

-Pues vamos a buscarte un uniforme. -Proclama James-. El Shacklebolt de mi cabeza ya ha dicho que sí, pero ya nos encargaremos del Shacklebolt de verdad cuando tengamos el papeleo hecho.

Justo entonces, como si James lo hubiese invocado, el teniente aparece y se dirige hacia ellos. Hay algo raro en su mirada, algo que nunca habían visto hasta entonces y que les pone los pelos de punta. Shacklebolt manda callar a James con un gesto y solo cuando se dirige a Remus, Sirius se da cuenta de que lleva a Snape pegado a los talones y de que Lily está corriendo para llegar a su lado. Tira de la manga de su chaqueta para que la escuche, le suplica con lágrimas en los ojos.

-¡Severus! ¡Por favor, no lo hagas!

Pero Severus Snape ignora a Lily Evans completamente, como si no estuviera a su lado, de una manera que hace que a Sirius se ponga alerta, como un perro guardián.

-Lupin. -Dice Shacklebolt. Es raro que Remus ya se haya adelantado, como si supiera por qué han venido a por él. Le da el fusil a Bill, ignora a James y a su expresión desconcertada, y echa a andar junto a Shacklebolt-. Y Black. Vengan conmigo.

La sonrisa que Snape exhibe mientras saca la libreta negra del bolsillo contiene todas las maldades del ser humano.

*

Es una comitiva extraña la que precede a Shacklebolt. Remus camina como un condenado hacia el cadalso, con la vista fija al frente. Sirius va a su lado, apartando a Snape a codazos, “todo irá bien, Remus, te lo prometo”, haciendo de muro entre su médico y todo lo demás; los pasos del teniente son urgentes y los de Snape, junto a ellos, suenan como tiros por la espalda, “pase lo que pase no me arrepiento de nada, Remus, de nada”, Lily tiene que correr para alcanzarlos y al final desiste de intentar que su amigo de la infancia entre en razón y se cuelga del brazo de Remus, pidiéndole perdón sin cesar.

-Te juro que la tenía en el bolsillo y en un segundo ya no estaba. -Remus asiente y la ausencia de expresión en sus ojos es terrorífica, pero ella no se rinde-. Había llegado un camión con heridos, y luego trajeron los cuerpos, vi a Roger Davies y me despisté, como siempre va con vosotros pensé que igual…, no la tenía controlada, tienes que perdonarme, Remus. -Shacklebolt le pide que se marche, Snape la coge del brazo para apartarla, pero Lily se mantiene firme-. Remus, por favor, perdóname, me la quitó sin que me diera cuenta, ya sabes que siempre la llevo encima, pero…

Shacklebolt abre la puerta del almacén que va a usar como despacho durante los próximos quince días y los hace pasar dentro, cerrando tras de sí y dejando a Lily fuera con la palabra en la boca. 

Empieza a sacar botellas de Coca-Cola de una caja y cuando la tiene vacía, la usa para sentarse. No parece tener ni prisa ni ganas de lidiar con el asunto de la libreta, el médico, el infante y Snape. El almacén está ya lleno de sus cosas -papeles, el teléfono, el retrato de su mujer, los dibujos de sus hijas- y a Sirius le parece un sitio indigno para que Snape lo acuse de un delito. Si tiene que ser así, preferiría que fuera a puertas abiertas y con testigos, con un juez y un verdugo, dando la cara. No a escondidas.

Concentra todas sus fuerzas en asesinar a Snape con la mirada mientras el asqueroso, amargado, rencoroso, miserable, cruza las manos a la espalda y se coloca al lado de Shacklebolt, esperando el veredicto con su sonrisa satisfecha, como si fueras superior a Remus, como si fueras digno de pedirle perdón, es que ni para eso vales, ni para eso. A su lado, Remus está calmado. Demasiado calmado, teniendo en cuenta que Snape ha encontrado su posesión más preciada, -su historia, sus pensamientos, su vida-, y la ha mancillado. La sola idea de Snape leyendo las palabras de Remus lo pone enfermo y lo acerca peligrosamente al punto de no retorno en el cual la ira que hierve dentro de su pecho hará que no necesite ni el Mosin de Fabian, ni las granadas de Bill, ni el PIAT de Frank. Con sus propias manos le bastará.

Shacklebolt le quita la libreta a Snape y la deja cuidadosamente sobre una pila de archivadores, a su lado. No dice nada, pero está claro que ha leído algo de la libreta, algo que le habrá señalado Snape y que incriminará irremediablemente a Remus como el único autor posible. En silencio, Shacklebolt está esperando a que Remus confiese y a su lado, Remus inspira una vez, solo una. No le hace falta calmarse, no parece enfadado. Su cara no deja entrever ninguna emoción cuando abre la boca para confesar, pero es interrumpido por el sonido de un portazo brutal que sacude los cimientos del edificio.

-¡He sido yo, teniente! -James entra, seguido muy de cerca por Lily; ocupa la habitación entera con su presencia y señala el primer montón de papeles que ve sobre la mesa-. ¡Yo he escrito todo eso!

Snape está fuera de sí, “¡el que faltaba! Remus le pide suavemente que se marche, Lily sigue disculpándose profusamente con su amigo sin hacer caso a nada ni nadie más, y Sirius se concentra en observar un punto indefinido entre una caja llena de vendas y la ventana mohosa del almacén, ignorando la mirada de James que nota clavándosele en la nuca.

Shacklebolt cierra los ojos. Se lleva las manos a las sienes, se las masajea. Inspira fuerte, exhala despacio. Varias veces. Y luego unas cuantas veces más, preventivamente. Cuando vuelve a mirarlos a los cinco, parece considerar seriamente la posibilidad de cometer un homicidio múltiple y acabar con todo. 

-¿Se refiere a los pedidos de munición para los Intendentes, sargento? -Dice, señalando los papeles de los que James ha reclamado su autoría-. Porque me parece recordar que los escribí yo antes de marcharnos a Bélgica. Esta es mi letra, sin duda.

-¡Au, Lily! -James encaja el codazo de la enfermera como puede y entonces apunta hacia la libreta con el dedo de manera poco convincente-. Quiero decir, escribí todo lo que hay en esa libreta, teniente, todo. Absolutamente todo. Todas las letras, todas las palabras, todo lo que… lo que sea. Todo.

Snape explota, lleva un buen rato no pudiendo aguantarse más y James Potter ha sido su detonante.

-¿Qué vas a haber escrito tú? ¡Largo de aquí, Potter!

-Snape, hasta siendo marica tengo más posibilidades que tú con las chicas, así que cállate ya, haz el favor.

Lily y Remus enmudecen, Shacklebolt mira a James completamente escandalizado, Snape parece tan aturdido como si Ja lemes hubiera dado una bofetada, y a Sirius le dan ganas de reírse, por un momento.

-Esto no te incumbe, Potter -consigue decir Snape en un susurro airado. Está blanco de ira, pero James, frente a él, parece otro hombre. Un hombre alto, orgulloso. Un hombre temible. 

-Todo lo que les hagas a ellos me incumbe, porque Sirius y Remus son mis hombres. -Y los señala, primero a Remus, luego a Sirius-. Mis soldados. Mis amigos. Míos.

Sirius ya no tiene ganas de reírse. No podría hablar aunque quisiera.

Coño, Jimmy

La habitación se ha sumido en un silencio reverencial. Remus parece casi tan conmovido como Shacklebolt, que debe estar felicitándose internamente por haber nombrado sargento al chaval de las gafas nada más poner un pie en Normandía. Lily tiene lágrimas en los ojos cuando se le acerca. Su mano pequeña se posa en su hombro y lo contiene, porque es evidente que James está a punto de pasar a las manos. 

Snape es el único que no parece impresionado en absoluto por el arrebato de sinceridad de James.

-Pues ve buscándote otros amigos, Potter, porque estos dos tienen los días contados en el Ejército Británico.

-Puede que así sea, -James no grita, no le hace falta-, pero ellos morirían por mí, y yo por ellos. -Parece seguro de sí mismo cuando habla, en paz con el mundo-. No niego que tuvieras la capacidad de sacrificarte por alguien, -Lily mira al suelo, de repente-, pero te aseguro que nadie moriría por ti, Severus. Nadie. -Se cala el casco, se cuelga el fusil al hombro y se lleva a Lily de la mano, no sin antes mirar a sus dos mejores amigos a los ojos y sonreírles como siempre les ha sonreído, con su sonrisa de niño, pura y alegre-.Y eso es algo que ni los nazis, ni el ejército, ni mucho menos tú, vais a poder quitarnos jamás.

*

Shacklebolt echa a James y a Lily, manda callar a Snape y se dirige a Remus, blandiendo la libreta. Antes de que pueda terminar la pregunta que quiere hacerle, ya está recibiendo la respuesta.

-Es mía, señor.

Snape suelta un grito triunfal. Lleva esperando su revancha desde Inglaterra, desde que lo vio en la enfermería con Daniel, y James y Sirius lo dejaron en ridículo. Que Sirius se haya visto envuelto en el asunto es la guinda del pastel. 

-Perfecto, gracias, Lupin. -Dice, sin estar agradecido en absoluto porque para sentir gratitud uno debería haber evolucionado de homínido a persona y está claro que Snape se quedó muy atrás en la cadena evolutiva-. Bien, según la Enmienda a la Ley Criminal de 1885…

Hay que joderse. Sirius siente que no puede más.

-En 1885 ni el Doctor Frankenstein había empezado a cruzar a tu tatarabuela con su monstruo, pedazo de imbécil, ¿de verdad me estás citando una ley de 1885?

Sirius se ve haciendo un gesto hacia Remus que tan bien podría significar “esto es una broma” como “si quieres, lo mato aquí mismo”, pero Remus sabe perfectamente de qué ley está hablando Snape. Lleva escondiéndose de ella desde que con once años vio la sonrisa de Tommy Howard cuando marcó un gol en el recreo y supo que nunca podría casarse con una chica. Una ley que acabó con las esperanzas y la dignidad de hombres célebres -como Oscar Wilde- y hombres anónimos que nadie recuerda, -como Daniel y como Remus-. Profesores, abogados, obreros y escritores que a ojos de la ley no eran más que indecentes, desviados, criminales.

Que Remus siga manteniendo la calma es quizá lo más asombroso de todo lo que está pasando.

-De hecho, sargento, -su tono voz tan suave parece hecho para que Snape tiemble de rabia-, permítame recordarle que estamos en Bélgica y que aquí, si la memoria no me falla, los actos privados entre dos hombres eran perfectamente legales antes de la invasión alemana. Es más, yo diría que volverán a serlo pronto, en cuanto los Aliados reviertan todas las barbaridades que impusieron los nazis.

Shacklebolt observa la situación como quien disfruta de un partido de tenis. Mira a Snape, que claramente ha perdido el asalto, pero al ver que no hace nada salvo quejarse de que no le están respetando el rango como es debido, él mismo remata.

-Ya ha quedado claro que quien escribe esto no es el bueno de James Potter, si no Lupin, pero no veo el nombre de Black por ninguna parte.

Por toda respuesta, Snape le quita la libreta de las manos bruscamente y la abre por el principio.

Está arrugando las páginas. 

El miserable.

Hay tantos trastos en ese almacén que podría usar para abrirle la cabeza. Tantos. Una lata de conservas, la culata del fusil de Shacklebolt, un botellín de cerveza. Snape sigue crecido, demasiado crecido para ser un imbécil a punto de morir en sus manos.

-¡Normandía! -Exclama-. ¡Es él! ¡Es Black!

Sirius decide entonces que va a afrontar el crimen del que solo se puede acusar a dos hombres como lo que es; como un hombre. Da un paso al frente, se cuadra y mira a los ojos a su teniente.

-Soy yo, señor. 

No sabe cuál es el castigo que le espera, pero no pide clemencia porque no aceptarlo significaría renegar de lo que no sabía que era hasta que conoció a Remus, y lo más importante, renegar de Remus. Y eso no va a pasar. Por nada del mundo.

Shacklebolt lee un par de párrafos, cierra la libreta y no puede más que darle la razón.

-Este hombre es Black, sin duda alguna. -Evita que Snape coja la libreta con un movimiento ágil y se la guarda en la chaqueta, acallando sus protestas con un dedo-. Un héroe, el orgullo de la quinta compañía, un infante como pocos ha habido en la historia del Ejército Británico. Excelente descripción de su compañero, por cierto, Lupin. Muy evocativa. 

Snape parece, sencillamente, a punto de implosionar. 

-¡Son dos aberrantes, teniente! -Los mira a ambos con desprecio infinito; primero a Sirius, que se le encara, y luego a Remus, que le devuelve la mirada sin vacilar-. ¡Dos maricones!

Shacklebolt no parece muy impresionado con el argumento final de Snape.

-Y usted es un ladrón, sargento, ya que estamos con obviedades. Un ladrón y un rencoroso, y no sé cuál de las dos es peor.

Sirius siente que respira por primera vez desde que entró en ese almacén y se enfrentó a las críticas de uno de los pocos hombres al que admira de verdad y por quien daría la vida sin dudarlo. Remus y él se miran y Sirius detecta un brillo de esperanza en sus ojos. Se van a librar. No puede creérselo y no está seguro de qué van a librarse exactamente, pero Shacklebolt los está defendiendo. Snape parece estar pensando lo mismo porque la ira le impide articular una frase entera y solo consigue gritar dos palabras. Su expresión de derrota es incluso peor que la de victoria, llena de odio, llena de asco.

-¡La ley!

-No estamos en Inglaterra, sargento, estamos en mi despacho, -Shacklebolt señala vagamente las estanterías llenas de raciones militares-, y aquí mando yo. Si tanto respeto tiene por las normas, me hará el favor de no interrumpir, de obedecer a su superior y de escucharme con atención, -joder- porque Inglaterra necesita a estos dos hombres a su servicio más de lo que yo necesito mi fusil, así que va usted a callarse porque le juro por Dios, le juro por todo lo que es sagrado en este mundo -joder, joder, joder- que como abra la boca para comentar si quiera, ¡si quiera! la talla de pantalón que se gastan Black y Lupin -JODER- lo voy a poner de vuelta y media, ¿me está entendiendo? Lo trataré de mentiroso y de embustero y voy a decir que esta libreta que, por cierto, será destruida ahora mismo, es producto de su imaginación y de su necesidad innata de hacerle la vida imposible a cualquier persona decente que se cruce en su camino.

La madre que me parió.

Shacklebolt coge aire y termina el discurso con un escueto, “necesito saber si me ha entendido, sargento”, a lo que Snape murmura el “sí” más minúsculo de la historia, acompañado de una mirada que incendiaría el almacén entero de haber una cerilla cerca.

-Sí, qué.

-Sí, mi teniente.

Cuando Snape se marcha tira unas cuantas latas de conserva de un manotazo y aparta a Remus de su camino tan bruscamente que lo hace trastabillar, aunque no consigue tirarlo al suelo. Remus se cuadra sin ayuda y mira a su teniente con la misma dignidad callada con la que lo hace todo.

Shacklebolt inspira de nuevo, más lentamente. Y vuelve a cerrar los ojos. Cuando los abre y los mira, solo tiene una pregunta para cada uno.

-¿Lo de la señorita Hutton era verdad, entonces? ¿Solo son amigos?

Hay algo raro dentro de Sirius, algo parecido a orgullo sin serlo exactamente, que le impulsa a puntualizar.

-Fuimos más que amigos hace un tiempo. Pero sí, ahora solo somos amigos, señor.

La explosión que tiene lugar en la cabeza del teniente es casi audible y le impide hacer ningún comentario más antes de dirigirse a Remus.

-¿No quiere hijos, Lupin? ¿Familia?

-Hijos no, teniente. Familia sí.

Parece que eso es todo lo que Shacklebolt necesita saber para que las piezas encajen en su cabeza. Les dice que pueden irse, les da permiso para que hagan como si no hubiese pasado nada y les asegura implícitamente que va a tratarlos igual que siempre, como a cualquiera de los demás hombres que tiene a su cargo.

-Si me disculpan, yo y el capitán Moody tenemos que hablar con la señorita Delacour. 

-La libreta, mi teniente -dice Remus.

-La quemaré yo ahora mismo, Lupin, no se preocupe.

Sirius está seguro de que Shacklebolt lo va a matar ahí mismo al ver su mano extendida para que se la devuelva. Le va a pegar un tiro con el fusil, le va a abrir la cabeza con la culata, lo va a tirar por la ventana. Algo doloroso, sin duda.

-Siempre me han dicho que era usted muy gracioso, Lupin, pero confieso que no había entendido su humor hasta ahora, porque esto debe ser una broma. 

Remus niega con la cabeza. “Me temo que no, señor”, dice, “la necesito de vuelta, no he terminado de decir lo que tenía que decir”. Cuando Shacklebolt quema el último cartucho de paciencia que le queda para intentar explicarle que su supervivencia depende de que “la maldita libreta de los cojones deje de existir, Lupin, por Dios, no me pagan lo suficiente para esto, se lo digo muy en serio, póngame la vida más fácil, que Hitler ya me la está jodiendo bastante”, a Remus le basta con una sola frase para explicarse. 

-No quiero morir sin dejar mi historia escrita.

 

II

 

fue Sirius no se considera un hombre tonto, pero hace rato que ya ha dejado de intentar entender qué está pasando y simplemente se deja llevar. Literalmente. Por Remus, que lo arrastra de la chaqueta y que ha conseguido, Dios sabe cómo, que Shacklebolt le guarde “la dichosa libreta, la libreta de mis pecados, el origen de la úlcera que se me está formando en el estómago”, en su despacho, escondida tras una pila de cajetillas de munición.

-Cuando quiera escribir, dígamelo y le abriré la puerta, -le dice, antes de echarlo-, pero más le vale sacarme favorecido en la historia, Lupin.

Igual Shacklebolt se está ablandando.

Debe ser eso.

También puede ser que sea un gran hombre.

En cualquier caso, Sirius no entiende nada.

No entiende que Snape haya tenido pruebas que los incriminan a los dos en sus manos y sin embargo estén allí, libres, caminando por un pasillo desierto a toda prisa, yendo a saber dónde. No entiende que James haya intentado fingir que era marica -le daría la risa si no estuviera pensando, Dios, no, por favor, en la conversación que van a tener en cuanto los pille por banda-. Y no entiende a Remus, que contesta con monosílabos a todas sus dudas y que lo mete en la primera habitación vacía que encuentra.

-Fóllame.

Cierra la puerta tras él, lo arrincona contra la superficie vertical más cercana. 

-¿Qué?

-Ya me has oído.

Le baja la bragueta y mete la mano dentro del pantalón. 

-Remus, espera, ¿qué haces?

Está tan cerca que puede notar los huesos de sus caderas contra sus piernas y su respiración sobre su cuello, quemándole, ardiendo; y no es que Sirius no quiera, -porque se le encienden las mejillas alarmantemente rápido solo con imaginarse a Remus contra la pared, con la camisa deshecha y los pantalones por los tobillos, semidesnudo e inclinado, esperándolo, suspirando por él-, pero ahora, después de lo que ha pasado, no cree que sea ni siquiera lo que Remus quiere. 

-Paro si me dices que pare. -Le susurra Remus al oído. Tiene la mano en su calzoncillo y aprieta, aprieta tanto que hace que Sirius gima de dolor y de placer, todo a la vez, como Remus ha aprendido que le gusta-. Lo necesito. -Le muerde el cuello con fuerza, tira de su pelo-. Vamos, Sirius, vamos, lo necesito.

Tienen que hablar, por lo menos. Cualquier cosa menos atacarse a escondidas. Cuando lo mira, Remus parece que esté sintiendo todas las cosas que se ha esforzado por ocultar hasta entonces. Snape ha leído su libreta, está claramente enfadado con Lily, James lo sabe, Shacklebolt también lo sabe, ¿familia? ¿qué ha querido decir con eso?, y Sirius siente que no puede seguirle el ritmo, que necesita hablar, frenar, ir despacio. Tras unos segundos de silencio por su parte, Remus suelta un suspiro frustrado, se sube la bragueta y dice algo que Sirius le pide que repita porque cree que no lo ha escuchado bien.

-Cómo vas a hacer esto si ni siquiera puedes besarme.

Pero no lo ha oído mal; Remus ha dicho eso, dos veces. Con las mejillas rojas de humillación, la respiración agitada, los ojos anegados en lágrimas.

-A ver cuándo vas a entender que lo que hacen dos hombres nunca podrá ser especial. Siempre va a ser así, a oscuras. -Se ata los botones de la camisa que se ha desabrochado sin que Sirius se haya dado cuenta, se alisa la chaqueta, se adecenta de nuevo para parecer tan calmado como siempre, como si no pasara nada porque en realidad no ha pasado nada, porque las cosas que pasan entre dos hombres como ellos no existen-. Si quieres que sea de otra manera, búscate a una chica y déjame, porque yo no tengo fuerzas para dejarte pero no puedo seguir así.

Ha aguantado demasiado sin que se le quiebre la voz, ha conseguido permanecer perfectamente sereno mientras era humillado y expuesto frente a su superior y a sus amigos, mientras se daba cuenta de que un hombre como Snape había robado algo que era suyo y había estado horas pasando las páginas, buscando conexiones, anotando a las personas importantes de su vida cuya identidad siempre se ha visto obligado a esconder.

-No puedo seguir así, -repite-, no puedo más, ya no puedo más. 

Sirius solo puede decir su nombre e intentar abrazarlo, pero Remus se aparta de él, y cuando le dice “ya está, no pasa nada, olvidémoslo”, Sirius responde que sí, que vale, y cuando le dice “perdona, no sé qué me ha pasado”, asiente sin más, y cuando le ordena esperarse unos momentos para salir porque es mejor que no los vean tan juntos, lo deja marchar.

 

III

Sirius lo busca nada más salir. Tarda un rato en encontrarlo porque acaba de llegar a ese campamento, que es un internado gigantesco donde ya no hay estudiantes sino soldados tan desorientados como él, yendo de un lado para otro y encontrando de todo menos lo que necesitan. Está junto a Peter y James en lo que claramente es la cantina y ya vuelve a tener esa expresión callada que a veces es parte de él y otras veces, ahora lo sabe, es una fachada. 

Al instante, por cómo lo miran sus amigos, sabe que algo va mal. Lo primero que piensa es que ha pasado algo con la Resistencia, y Andoni, y Skorzeny, o que Snape le ha contado a todo el mundo lo que sabe. Esas dos opciones se le pasan por la cabeza durante un segundo, pero las descarta enseguida cuando se fija mejor en las caras de sus amigos. 

Es algo peor. Mucho peor. 

El primero en disculparse es James. Dice “lo siento, Sirius”, muchas veces. Ha llegado el correo, aparentemente, y tiene una carta en las manos. 

Joder, algo va muy, muy mal.

Su mejor amigo tiene una expresión culpable que nunca le ha visto, como si una de sus bromas se hubiese torcido horriblemente.

-Pensaba que te había respondido a lo de París. Ya sabes, a las cartas que le enviamos todos.

-No tendríamos que haberla abierto -dice Remus.

Peter ni siquiera puede mirarlo a los ojos.

-Como nunca te escribe… 

Se disculpan todos de nuevo, le tienden la carta. Sirius reconoce la letra de su madre al instante, pero sigue sin entender qué está pasando. 

-Sirius, cuánto lo siento.

Es la expresión en los ojos de Remus la que le dice que no se están disculpando con él.

Le están dando el pésame.

 

IV

 

Sirius solo quiere estar con dos personas en el mundo, dos hombres que no son tan amigos suyos como lo son James, Peter y Remus. No puede hablar con nadie más, no tiene fuerzas para dejarse acompañar por quienes lo quieren de verdad. 

Los encuentra a los dos sentados al lado de la carretera, donde recibieron a la quinta compañía cuando ha llegado en los camiones desde Antwerp. En el tiempo en el que los infantes estuvieron en batalla, Fabian y Andoni han encontrado un dolor en común y pese a que hablan idiomas diferentes, se las arreglan para comunicarse con la ayuda de un viejo diccionario. De todas maneras, ninguno es hombre de muchas palabras, así que se limitan a estar juntos, limpiando el Mosin ruso minuciosamente, disparando contra botellines de cerveza para afinar su puntería, fumando, comiendo chocolatinas, disfrutando del silencio.

No es un club al que Sirius pensara unirse.

Pero ahí está.

Uniéndose.

Se les acerca, dice “hey”, le saludan sin decir nada, pregunta “¿puedo sentarme?”, y le hacen sitio entre ellos. Ambos se fijan en el ribete negro del sobre, que indica que la carta trae noticias de muerte, y le dan espacio para que hable. Pero Sirius no puede. Le tiende la carta de su madre a Fabian y se sienta a su lado.

-¡Me cago en Dios! ¡Nazis de mierda! -Fabian grita, blasfema, escupe en el suelo, y es justo lo que Sirius necesita. No quiere pésames, solo quiere rabia, solo quiere dolor, solo quiere desesperación.

Fabian le devuelve la carta y cuando Andoni pregunta, le responde en francés.

-Mon frère. 

La carta no tiene encabezado y empieza con una simple frase.

Han matado a tu hermano. 

-¿Qué pasó? -pregunta Fabian. 

La verdad es que no se sabe exactamente cómo murió Regulus porque no hay supervivientes para contarlo, pero lo que sí se sabe es dónde murió, y a qué hora, y a qué profundidad. Las palabras se le traban en la garganta, como si lo ahogasen, pero se siente muy orgulloso de sí mismo cuando consigue decirlas sin llorar.

-El muy imbécil se alistó en un submarino.

*

En 1942, un grupo de científicos se instaló en la mansión de Bletchley Park, cerca de Northampton, con un único objetivo: desarticular ENIGMA, el código cifrado que los nazis usaban para mandar mensajes sin intromisión Aliada. 

Conseguir entender el código presentaba dos problemas principales: descubrir el funcionamiento del aparato que utilizaban para comunicarlo, y descifrar el código en sí. El primer problema lo resolvió un grupo de hombres de la Resistencia polaca que interceptó un camión alemán, mató a todos sus integrantes y se hizo con todo el contenido del maletero, que incluía importantes documentos diplomáticos y lo que parecía una máquina de escribir algo extraña y que resultó ser, nada más y nada menos, que la máquina para comunicarse en ENIGMA. Por otra parte, cuando los alemanes invadieron Polonia y estalló la guerra, decidieron convertir el código ENIGMA en el sistema de comunicación más complejo jamás creado por el hombre, imposible de descifrar, mutando cada día, invencible, impenetrable.

Los hombres y mujeres de Bletchley Park, liderados por el matemático Alan Turing, tardaron dos años en descifrar ENIGMA, y lo consiguieron gracias a un error humano por parte de los alemanes, que casi siempre repetían siempre dos palabras al final de cada mensaje: Heil Hitler.

Esas seis letras fueron las primeras en ser descodificadas por el equipo de Turing, que al  resquebrajar ENIGMA ayudó a ganar la Batalla del Atlántico, donde los submarinos Alemanes U-Boot estaban acabando con la Royal Navy y con los barcos mercantes que transportaban comida a las Islas Británicas. Se estima que acortaron la guerra dos años y salvaron las vidas de millones de personas; sin embargo, para que la operación tuviera éxito, los alemanes debían seguir pensando que ENIGMA era indescifrable, y los ingleses debían seguir sacrificando a unos pocos, para acabar salvando a todos.

Cuando acabó la guerra, Churchill dijo que dejar que los nazis hundieran el submarino Truant fue una de las decisiones más duras que tuvo que tomar en toda su vida.

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Regulus Black, a bordo del submarino destinado a hundirse, no sabía nada de eso. Tampoco lo sabe Sirius; solo sabe lo que le cuenta su madre, que fue personalmente al Ministerio de la Marina a hablar con quien estuviera al mando para que le contasen cómo murió su hijo pequeño.

-Tengo a mi otro hijo en Francia. -Le dijo al Coronel que la atendió y le dio el pésame-. Querrá saberlo. 

Walburga Black le escribe con todo detalle qué pasa cuando se hunde un submarino, y Sirius no tiene la suficiente fuerza de voluntad para evitar leer lo que le cuenta su madre.

Primero, el impacto del torpedo alemán contra el casco. Después, mientras los hombres intentan desesperadamente abrir la compuerta de la escotilla y buscan las máscaras de oxígeno, el caos se apodera del submarino. Se apagan las luces y se hace silencio durante unos segundos mientras todos callan al oír el sonido fantasmagórico del acero cediendo a las presiones abismales, doblándose sobre sí mismo, empezando a estrujarse como una bola de papel. A esas profundidades, el oxígeno se vuelve tóxico y produce alucinaciones,  el agua marina entra a presión en el casco; calor, vapor incendiario, despresurización. El agua por los tobillos, por la cintura, por el cuello. Oscuridad, fuego, asfixia. 

“Tú lo has matado”, le escribe su madre. Pero no hace falta que se lo diga, Sirius ya lo sabe. Y nada de lo que le digan sus amigos le va a hacer cambiar de opinión. 

Prewett le dice lo obvio, “fueron los nazis, no me jodas, Black”. Sirius asiente distraídamente, sin escucharlo. James lo abraza y sentencia, “con todo el respeto, amigo mío”, que su madre está loca y que no puede hacerle caso, “por favor, Sirius, ni se te ocurra creerte lo que te dice”. Su madre nunca ha sido una madre normal, pero Sirius ya ha detectado en su caligrafía que Walburga Black se está demenciando, se está abandonando a una locura salvaje que solo puede provocar la muerte del único hijo que le importa. 

-No es culpa tuya -le susurra Remus, al oído, cuando lo abraza suavemente. 

Pero sí lo es. Sí es culpa suya.

Si él no se hubiese alistado, Regulus no se hubiese sentido atrapado entre la espada y la pared, con la presión de sus padres coronándolo como único heredero, y no hubiese huido también, escapando al peor destino que se le ocurrió y suicidándose en cuanto firmó los documentos de alistamiento a la Marina. Por su culpa. Suya, y de nadie más.

-Es la guerra, hijo -sentencia Shacklebolt cuando lo manda a París de permiso durante cuatro días sin aceptar un no por respuesta. 

Sirius dice lo que se espera de él, acepta las muestras de cariño en silencio y hace la mochila para irse. En el tren, entre el jolgorio animado de los demás soldados que también viajan de permiso, no se permite dejar de pensar en Regulus ni un momento.

Mientras divisa el Sena y llega a la ciudad de la luz, se da cuenta de que Regulus nunca recibió el mensaje que le dejó en el Club; hacía ya días que se había ido a la base de entrenamiento de Escocia, a practicar con oxígeno artificial en los pulmones. Nunca supo que podría haber sido libre, que podría haber estado con la mujer que quería y que podrían haber sido hermanos de verdad, otra vez. 

El tren llega a la estación de Saint-Lazare, y Sirius recoge su equipaje y sale al exterior. Está desorientado, así que echa a andar sin rumbo por París. Lleva tanto dolor dentro que no sabe por dónde empezar a sentirlo.

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