Triunfar o Morir

Harry Potter - J. K. Rowling
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Triunfar o Morir
Summary
En 1944, las fuerzas aliadas se preparan para el desembarco anfibio más grande desde Alhucemas. El muro atlántico de los nazis, una fortificación kilométrica de misiles, minas y divisiones acorazadas al mando de Rommel, los espera en la costa francesa. Si consiguen atravesarlo, los soldados del frente occidental desembarcarán en territorio ocupado y deberán conquistar Francia, Holanda y Bélgica hasta llegar a Alemania, antes de que llegue el invierno, antes de que sea demasiado tarde.Esta es su la historia.
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Capítulo 15

I

 

Al principio, hay que admitir que lo de quedarse aislados tras las líneas enemigas tiene gracia. Y además, sin comida ni agua. No gracia en plan “ja ja”, eso tampoco, que al fin y al cabo están bajo fuego enemigo. Pero es, como dice Remus, gracioso en plan irónico, en plan “moriremos por una granada y encima moriremos hambrientos y sedientos”. Ese tipo de gracioso.

Han tomado el puente de Antwerp. Hasta ahí todo bien. Y ha sido relativamente fácil, demasiado fácil, piensa Sirius. Apenas ha habido resistencia, los alemanes no han usado artillería pesada y eso, aunque se deba puramente a una cuestión logística por parte de los nazis, los salva momentáneamente. La guerra tiene esas cosas, esos golpes de suerte mágicos que pueden salvarles la vida y quitársela con la misma facilidad.

Se apresuran a cavar trincheras frente al puente que acaban de tomar y que ahora deben proteger. Saben que se han salvado de pura casualidad, y que basta con que los alemanes consigan un lanzamisiles o un par de tanques para que su fortuna cambie para siempre. Solo tienen diez palas y están al descubierto, así que Shacklebolt les da permiso para usar granadas; una vez han hecho cráteres en el suelo con los explosivos, se turnan para profundizarlas y se meten dentro, en el largo y estrecho pasillo que han creado en menos de media hora. Y respiran. A salvo.

Pasan unas horas hasta que se dan cuenta de que están rodeados, que las líneas de comunicación están cortadas y que el único punto de conexión con el resto de la compañía está al otro lado del puente.

-Por eso no se han molestado en defenderlo, -dice Frank lúgubremente-, porque nos han rodeado.

Sirius gruñe a su lado. Se muere de sed y no tiene cantimplora, le pesan los brazos de tanto cavar, el olor a tierra húmeda es agobiante, se siente atrapado bajo tierra.

-De poco nos sirve el puto puente si no podemos usarlo.

-Por lo menos tenemos la radio -Remus está sudado, nervioso y agotado. Se quita la chaqueta y se queda en camiseta. El sol le molesta en los ojos, así que Sirius le hace visera con la mano mientras se sienta a su lado, jadeante, a falta de poder hacer algo más por él.

Peter elige ese momento para informar de que la radio no funciona bien y que solo pueden recibir mensajes, pero no enviarlos.

Perfecto.

A la orden de Shacklebolt, los hombres se reúnen en el centro de la trinchera para ver el material del que disponen; nadie había podido prever la situación en la que se encuentran así que todos han cargado con el equipo ligero de asalto. Las mochilas llenas de comida, agua y munición se han quedado en la retaguardia, con los intendentes y los ingenieros.

-Me parece que pasaremos aquí unos días -anuncia Shacklebolt, después de echarle un vistazo a las líneas enemigas con los prismáticos.

Con suerte. Si no los matan antes.

Maravilloso.

Hay cuatro chocolatinas y tres cantimploras de agua medio vacías para dieciocho hombres, pero lo que hace que su situación pase de crítica a desesperada es la munición, o más bien la falta de ella, porque han gastado casi todas las balas en la toma del puente y les queda lo suficiente para resistir una hora bajo fuego ligero y unos diez minutos bajo fuego intenso. Shacklebolt y James cruzan una mirada que no augura nada bueno antes de volver a poner buena cara y distribuir los cajetines de balas entre todos.

 

II

 

Las horas de la tarde se alargan. Hay algún disparo ocasional, pero en general poca acción; es al ponerse el sol cuando los alemanes atacan y aunque no son muchos y es un ataque bastante a desgana, es lo suficiente como para que Shacklebolt ordene responder y sacar la cabeza de la trinchera para disparar hace que el miedo le atenace el estómago de una manera que no había experimentado hasta entonces. Mientras Sirius monta la ametralladora y trata de dominar el pánico, piensa que no son tantos. Se lo repite varias veces, muchas, muchas veces, hasta que se convence a sí mismo. No hay artillería pesada así que mientras los ataquen solo con rifles, estarán a salvo.

-Haz sitio, Black -James se deja caer a su lado, le enseña la ristra de balas que lleva colgada al cuello, y Sirius, acoplando las piezas del arma, no puede evitar sonreír. Al principio piensa que nunca se ha alegrado tanto de ver a James, pero en realidad siempre se alegra de ver a James, da igual en qué circunstancia. Pareja con Jimmy, por fin una buena noticia. James lo mira atentamente mientras enrosca el cañón, y pese a que no querría a otra persona a su lado, Sirius sabe que el sargento Potter no debería estar allí. Deberían haberle enviado a otra persona a ayudarlo, una persona que no tiene nada que hacer sin la radio, alguien mucho menos importante que un sargento.

-Mándame a Pettigrew, Jimmy, necesitamos que nos dirijas.

Mirilla, gatillo. Sirius lleva la ametralladora bien cuidada y se monta con facilidad. Las piezas se unen con un click, James le tiende las balas y lo observa cargarlas, sin miedo a decir que no recuerda cómo funcionan, sin miedo a tener miedo.

-Peter dice que este puesto está maldito. -Murmura-. Primero McGregor en Gold Beach, y luego, -baja aún más la voz, el fallecido es demasiado reciente como para que su nombre salga con facilidad de sus labios-, ya sabes. Roger.

Sirius se oye responder “no me jodas”, y luego repetirlo, “¡no me jodas, Pettigrew!”, lo suficientemente alto como para que los hombres a su alrededor se giren a mirarlo. No hace falta que le diga a James que si los soldados se enteran de que Peter está consiguiendo librarse de estar en primera línea, la moral se va a desplomar; el sargento lo sabe tan bien como Sirius porque antes de que se lo diga, ya se le adelanta. 

-Si alguien tiene un problema con mis decisiones, que venga a hablar conmigo. -Se quita las  gafas para limpiárselas con el borde de la camiseta y entonces sujeta las balas y se le acerca para que nadie los oiga-. Además, prefiero que me tengas a mí a tu lado que a él.

Y lo dice como si nada, mientras se cala el casco y se expone a las balas alemanas para ver el campo de batalla e indicarle los objetivos. Sirius mira al chaval que se quejaba de las raciones militares y que lloraba de felicidad cuando se comía las galletas de su madre, y se pregunta cuándo se ha convertido en semejante líder, cuál ha sido el momento exacto en el cual esa guerra inhumana ha transformado al chico en héroe.

-Acabo de darme cuenta de que nunca me has visto disparar tan de cerca. -Dice Sirius, mientras roza el gatillo suavemente, como sólo él sabe hacer-. Vas a flipar, Potter.

El comentario y la sonrisilla le valen una colleja, y James lo apremia para que abra fuego, riñéndole sin poder evitar sonreír. Las gafas son lo único de niño que le queda. Tiene barba de dos semanas, grita órdenes a sus compañeros por encima del ruido de la ametralladora, se expone tanto que es un milagro que siga vivo. Sirius lo nota a su lado irradiando calor, siente que su presencia desprende un coraje que sólo unos pocos elegidos poseen. Entonces lo entiende; James Potter es un líder nato porque siempre ha sido un gran hombre.

 

III

 

Los alemanes desisten al cabo de diez minutos. Shacklebolt da el alto al fuego y desde el bosque se oyen las mismas órdenes pero en alemán, escalofriantemente cerca. James se va con el teniente para analizar la situación, y Sirius se deja caer en la tierra para intentar acompasar la respiración que no sabía que se le había acelerado tanto. Saca las balas de la ametralladora, gruñe, le quedan poquísimas. Bajo fuego enemigo intenso, no tendrá ni para empezar. 

Frank se le cruza y cuando lo ve con las balas en las manos, deja caer el PIAT a sus pies.

-Sin munición -dice, rabioso.

El resto de soldados están igual; prácticamente desarmados. Sirius se levanta para buscar a Remus, atravesando la estrecha trinchera en cuclillas, y lo encuentra ante Shacklebolt informando de los heridos, con la cruz roja del casco llena de barro y la cara manchada de pólvora. Vivo. Solo cuando se da cuenta de que está vivo e ileso consigue inspirar hondo.

-Pettigrew ha recibido algo de metralla, mi teniente. -Da el parte asépticamente, rápido y conciso, como el soldado curtido en el que se está convirtiendo-. Perkins y Reeves en el brazo, Levi una en la mano. Todos inutilizados para el combate.

-¿Cuántos muertos? -pregunta Shacklebolt. Respira con dificultad, como si hubiese corrido varios kilómetros.

-Solo uno, mi teniente.

-¿Hill?

-Sí, señor. En el cuello.

Shacklebolt gruñe, “le tenía dicho que no se expusiera”, hace un gesto que parece de dolor, “siempre con la cabeza fuera de la trinchera, el inconsciente”, se lleva la mano a la pierna y gime.

-Y ahora ayúdeme, Lupin.

El tobillo de Shacklebolt está en una posición antinatural que hace que quiera mirar hacia otro lado pero que no pueda. Remus se agacha para vendárselo y cuando Sirius dice lo obvio, “señor, se ha roto el tobillo”, ninguno de los dos parece prestarle atención, y cuando nota que se le nubla un poco la vista ante la visión catastrófica de Shacklebolt herido, tarda un poco en reaccionar a lo que le está pidiendo Remus.

-Sirius, busca algo para entablillarle el pie -dice, mirándolo a los ojos para asegurarse de que lo ha entendido. Con un gesto frustrado, vacía el botiquín a sus pies. Está casi vacío, ya no le quedan torniquetes y las únicas vendas de las que disponen están sucias y mojadas de barro. Sirius desaparece, se pone a buscar algo con lo que ayudar a Shacklebolt. Le parece una misión importantísima, algo, algún palo, lo que sea, y se siente muy orgulloso de sí mismo cuando al rato vuelve con el fusil de Hill en las manos.

-Ya no va a utilizarlo -dice, como justificándose. Intenta apartar la imagen de Hill, con todo el pecho empapado de sangre, aún abrazado al fusil. Desmonta la culata y le ofrece las partes a Remus, que construye un soporte improvisado para el pie de Shacklebolt.

Se miran los tres, el teniente, el médico y el infante. La munición ya casi se ha terminado, la radio no funciona y solo les quedan dos frascos de morfina. 

La orden de Shacklebolt llega en un tono demasiado oscuro.

-Prepárense para pasar la noche. 

Los hombres se reúnen alrededor de su teniente y no preguntan “cómo”, ni “con qué”, ni mucho menos preguntan qué pasará al día siguiente. Shacklebolt distribuye las armas entre los que montarán guardia, James guarda el agua de las cantimploras para los heridos y  Remus va de soldado en soldado, recogiendo todo lo que pueda usar como material médico.

Y se disponen a esperar.

 

IV

 

Cae la noche. Los alemanes cantan en la distancia, beben, ríen, se saben victoriosos. Al otro lado del puente, el resto de ingleses está en silencio, muy lejos de ellos.

Las estrellas de Bélgica son igual de bonitas que las de todas las otras noches que han pasado juntos. 

Sirius y Remus descansan, hablando de todo un poco, esperando a que los demás se duerman para hablar de lo que importa. Remus está excesivamente áspero esa noche; tiene las manos manchadas de sangre y ha visto morir a un soldado más.

-Otro hombre joven que muere en mis brazos -musita, mirándose las manos, cubiertas con la sangre de sus compañeros. Intenta limpiárselas en el uniforme, pero solo consigue ensuciárselo. Sirius se ahorra preguntarle si está bien porque solo recibirá una mentira, y se ahorra decirle que todo pasará pronto, porque es probable que no sea así. Las cosas no pintan nada bien para esa fracción de la quinta compañía, aislada tras el puente, rodeada de alemanes y absolutamente incomunicada. Solo puede decirle algo que lleva tiempo queriendo decirle, y tiene que hacerlo en código para que Frank, que dormita a su lado abrazado a su fusil, no lo entienda si los está escuchando.

-Al principio me daba miedo, y cuando quise hacerlo ya no pudimos. -Se nota las palmas de las manos sudadas, como las de un colegial-. Quería que fuera especial. Ya sabes. 

Remus asiente, mirando las estrellas. 

-Ahora ya no importa.

Es su manera de decirlo lo que más duele. Sin rabia, sin emoción. Resignado, rendido.

-Si las cosas fueran diferentes, lo haría aquí mismo.

-Da igual, Sirius.

Sirius nota que tiene ganas de llorar.

-Y sería especial, Lupin.

-No lo dudo.

-Remus. -Se le acerca porque parece que su médico esté muy lejos, a años luz, y la distancia entre ellos le da tanto miedo como perderlo justo antes de morir en esa trinchera-. Lo siento.

Entonces Remus sonríe, al fin, y si se enfadara con él las ganas de besarlo serían mucho más soportables. La conversación se interrumpe con el rugido de las tripas de Frank, que se despierta, se acuerda de dónde está y gruñe como un oso.

-Mataría por un poco de esa ración italiana horrible que consiguió Peter.

Remus y Sirius se ríen, intentando no hacer mucho ruido.

-¿Cómo lo llamaban los alemanes, Remus?

-Arsch Mussolini.

Frank se frota la tripa, dice “ojalá un poco de culo de Mussolini, os lo digo en serio”, y a Sirius le da la risa al darse cuenta de que Remus también le gastó la broma de la ración italiana a Longbottom. 

-No sé, Frank, si eso apesta cuando entra, imagínate cuando sale.

-Estoy tan desanimado que no me apetece ni cagar.

Ahogan la risa hasta que James los hace callar y saca la cabeza para ver qué se cuece tras las líneas alemanas.

-Ya no cantan, -dice, en susurros-, deben estar cenando.

-Están muy callados.

-Demasiado callados, ¿no creéis?

Sirius quiere darle la razón, pero los dos ingleses que montan guardia eligen ese momento para gritar: ¡a cubierto! y disparar la ametralladora hacia un lugar incierto de la noche. Se oye un grito muy, muy cerca, y luego una granada que explota aún más cerca. No sabe cómo, pero en un segundo Sirius estaba sentado, con la espalda contra la tierra húmeda de la trinchera, y al siguiente momento está sobre Remus, protegiéndolo con su cuerpo, con el corazón en la boca. No le da tiempo a rezar para salvarse ni a cerrar los ojos y pensar en el tiro que va a matarlo porque James dispara, hay fuego cruzado durante unos momentos, y luego silencio. Los alemanes que habían intentado lanzarles granadas son abatidos, y los infantes respiran de nuevo.

-¿Estás bien? ¿Te he hecho daño?

Sirius se separa de Remus y lo ayuda a incorporarse.

-Solo en mi orgullo -susurra el médico, mientras intenta sacudirse la tierra del uniforme sin mucho éxito. Sonríe. Sirius le devuelve la sonrisa.

Es escalofriante que les parezca tan normal aceptar que hayan estado a punto de morir, y que vuelvan a acurrucarse en la trinchera sin hacer otro comentario. 

El resto de la noche transcurre en silencio, muy despacio.

 

V

 

Sirius no se creía capaz de dormir, pero ha conseguido descansar algo apoyando la mejilla en el hombro de Remus. Abre los ojos cuando Frank lo despierta y al instante oye actividad en la trinchera. Hay inquietud, hay voces susurrantes, hay hombres corriendo de un lado a otro. Hay pánico.

El miedo anida en su garganta y aletea furiosamente, y lo primero de lo que se da cuenta es que James no está, ¿dónde estás, Potter?. Peter viene con el brazo vendado, y el mensaje que ha escuchado por radio, “se acerca la aviación americana”, trae los ojos de ratón llenos de miedo.

-¿Y James? -pregunta Sirius, pero nadie lo escucha. 

-¡Van a bombardear a los alemanes!

El tono de Peter es angustioso, agudo, aterrorizado, pero Sirius ni siquiera repara en ello porque en batalla siempre sabe, siempre siente dónde está James, y ahora no logra localizarlo ni con los ojos ni con el corazón.

-¿Alguien ha visto a James?

-¡Sirius, los bombarderos!

-¿Dónde está James?

La mirada de Remus hace que frene el tren de sus pensamientos, se quede quieto y entienda.

Oh, no.

El dicho que todos saben sobre los americanos le viene a la mente como una premonición. Remus, a su lado, con los ojos llenos de pánico, debe estar pensando lo mismo. “Cuando bombardean los ingleses, los alemanes se esconden. Cuando bombardean los alemanes, los ingleses se esconden. Cuando bombardean los americanos, se esconde todo el mundo.” 

A ojos de un avión yanki, ellos son una trinchera nazi justo al lado del puente.

-Sirius, ¿a dónde vas?

Se levanta sin responder. Ya sabe dónde está James.

 

VI

 

Efectivamente. 

Lo ve agazapado en el borde de la trinchera, con la vista fija en el puente. Parece que lo esté esperando porque cuando se agacha a su lado es como si siempre hubiese estado ahí, junto a él. No se sorprende al verlo llegar y se limita a sonreírle con una de sus sonrisas valientes, de las que no flaquean ante el peligro. 

-Es la única opción -dice simplemente, señalando el puente con la cabeza.

Ya se ha deshecho del fusil. No va a necesitarlo allá a donde va.

-Podríamos ir todos -responde Sirius. Sabe que no es una posibilidad real y mucho menos para alguien como James, que nunca se salvaría si tuviera que dejar atrás a los heridos y que piensa sacrificarse si esa es la única posibilidad que tiene de salvar a todos sus hombres. 

-La radio no funciona -James está justificando su propia locura y reuniendo valor para hacer lo que tiene que hacer-, hay que cruzar el puente, dar nuestras coordenadas a los del otro lado y esperar a que puedan transmitirlas a los pilotos americanos a tiempo.

Lleva razón, Sirius no puede negar que lleva razón. Es una puta locura, pero si nadie avisa, volarán todos en mil pedazos. El resto de la compañía, tras el puente, no conoce su localización exacta. Nadie va a salvarlos, nadie va a evitar que los americanos los bombardeen. Se miran. James asiente. Está pensando en el teniente, en Peter y en los demás heridos, en todos los hermanos con los que la guerra le ha bendecido.

-Creo que los alemanes tardarán en reaccionar cuando me vean cruzar, -se ajusta el casco pese a que lo lleva perfectamente colocado, inspira varias veces, se seca el sudor de la cara-, y el puente no está tan lejos.

Los bombardeos se oyen antes de aparecer en el cielo. A lo lejos, suenan como un enjambre de abejas.

El puente está lejísimos, Potter.

-Si crees que te voy a dejar ir solo, sargento, es que eres tan tonto como pareces. -Sirius suelta el fusil, se cala el casco, se agacha para atarse bien las botas y cuando se levanta, James tiene las gafas empañadas y le sonríe.

-Ya sabes que nunca te pediría que vinieras.

-No vengo porque me lo pidas. -Que James quiera irse sin él es una de las mil razones por las que no va a poder dejarlo solo. Sirius se seca las lágrimas con el dorso de la mano, bruscamente, sin tiempo para recrearse en el pánico que siente-. Ya dije que te seguiría al infierno, gilipollas -consigue decir, intentando hacer reír a James Potter por última vez.

Los dos amigos tienen el mismo brillo en los ojos, como gemelos de diferentes madres.

-No vamos al infierno, Sirius -el chico se coloca bien las gafas, el gran hombre mantiene la sonrisa contra todo pronóstico.

-¿Y a dónde vamos, si puede saberse?

El puente es una mancha borrosa al final de un prado verde sin nada tras lo que guarecerse; y sin embargo, James no tiene ninguna duda.

-A triunfar.

 

VII

 

Sirius y James salen de improviso, los dos a la vez. Se impulsan con los brazos, saltan de la trinchera y echan a correr en línea recta, con la vista fija en su objetivo, como en Normandía. James corre como un héroe, como solo un infante puede correr: hacia adelante, sin pensar en nada más que en la victoria. Sirius, a su lado, corre porque al igual que en Gold Beach, no puede soportar la idea de que James muera sin él.

Al principio se cumple lo que James ha predicho: los alemanes no pueden creer lo que están viendo y tardan tanto en reaccionar que a Sirius le parece mentira que oiga los primeros tiros cuando el puente está tan cerca que ya casi lo han alcanzado, cuando ya han cruzado juntos la explanada entera. Incluso ve a Moody, que ordena fuego de cubierto en cuanto se da cuenta de lo que pretenden hacer. Tan cerca, estamos tan cerca. Es posible que lo consigan, vuelan los dos, oye las pisadas de James a su lado, veloces, poderosas, ya casi estamos. Y cuando tras el puente empiezan a cubrirlos está seguro, segurísimo de que ya es como si estuvieran a salvo.

Le sorprende realmente oír el impacto de una bala a su lado, solo una, no, no, no, no, contra algo metálico, no, por favor, pero si ya lo habíamos conseguido, muy arriba, en el casco, piensa mientras sigue corriendo, le han dado en el casco, no puede ser, Sirius va tan rápido que para cuando quiere frenar y darse la vuelta ya está a salvo tras el puente, cayendo, tropezándose, trastabillando, chocando contra Moody y siendo frenado por los demás soldados, le han disparado en la cabeza. No lo ve.Ya casi estábamos, Jimmy. Y lo que es peor, no lo siente. ¿Te has quedado atrás? Ha tenido que quedarse atrás, con ese disparo es imposible que haya cruzado, me lo han matado, al final me lo han matado, ¿igual está malherido?, tiene que poder salvarlo, tengo que llegar hasta él, se niega a creer que James haya sido el único soldado de la compañía que haya muerto y triunfado a la vez. Sin pensar en lo que hace se levanta para volver al puente, intenta zafarse de los hombres que se lo impiden, desobedece a Moody cuando le ordena que se esté quieto y solo desiste cuando oye la única voz que quiere oír y que es imposible que esté oyendo.

-¡Por qué poco!

La voz de un muerto, la voz de un resucitado.

No puede ser.

James se levanta, se quita el casco y lo inspecciona hasta encontrar el lugar donde la bala lo ha astillado. 

-¡Por poco! -repite, más sorprendido que nadie de estar vivo. Por poco, va y dice, habiendo estado a dos centímetros de morir, habiendo ido al cielo y vuelto en un segundo-. ¡Menudo susto! 

Sirius tarda unos segundos agónicos en asimilar lo que ven sus ojos: que James está vivo.

La distancia entre ambos le parece más larga que la que había entre la trinchera y el puente. Se le echa encima y lo abraza tan fuerte, tanto, y repite su nombre mil veces, y lo insulta, y le pega, y le llena la cara de besos.

-¡Sirius! -es un milagro que James pueda decir algo, ahogándose como se está ahogando en su abrazo de león-. ¡Sirius, las coordenadas!

Un enjambre de hombres los rodea, Moody lo levanta de la casaca y lo zarandea para que lo obedezca de una vez, coño, las coordenadas, sí, vale. Las escupe del tirón, tan rápido que tiene que repetirlas dos veces al operador de radio.

Y ya está.

James.

Ahora tiene que funcionar. 

Remus.

No puede ser que después de haber corrido tanto, después de haber burlado a la muerte una vez más, todo haya sido en vano.

Los hombres se quedan en silencio y miran al cielo, todos excepto Sirius, que está mirando hacia la trinchera. La aviación americana ya está sobre ellos, disparando primero y preguntando después. Moody les ordena a gritos que se pongan a cubierto y Sirius lo obedece por primera vez en todo el día, cogiendo a James de la chaqueta y tirándolo al suelo para protegerlo con su propio cuerpo. Las bombas suenan como las notas desafinadas de un instrumento primitivo cuando caen, llenando el mundo de ruido, y de polvo, y de oscuridad. 

Mientras se cubren la cabeza con las manos, escuchando los silbidos terroríficos y los gritos de los alemanes, Sirius ya sabe sí, que la locura de James ha funcionado. Que ha valido la pena. 

 

VIII

 

Es una injusticia que el camión que los conduce al campamento viaje con menos soldados de los que llevaba a la ida. Ningún joven debería haber muerto por la locura de un demente, pero esa injusticia no desmerece la victoria de la quinta compañía en el puente de Antwerp, ni la victoria particular de James Potter y Sirius Black.

Los hombres a los que han salvado de morir están más vivos que nunca. Riendo, celebrando la vida y relatando uno por uno la visión de Black y Potter saliendo de la trinchera, -”pensé que me lo estaba imaginando”-, impulsándose, irguiéndose y echando a correr, -”fue todo tan rápido que le dije a Frank, le dije, Frank, ¡Frank! ¡allá van otra vez! y ya estaban llegando al puente”-, volando por el prado, sin fusil, sin dudas, sin otra opción que vencer, -”es que hasta corren igual, os lo juro, eran indistinguibles el uno del otro pero sabía que eran ellos dos, Black y Potter, Potter y Black, es que lo sabía”-, inmunes al fuego enemigo, protegidos tan solo por su coraje suicida -”no sé cómo los alemanes tuvieron corazón para dispararos, ¡yo os hubiese dejado pasar!”-, desapareciendo tras el puente igual de rápido que como habían emergido, un visto y no visto, el relámpago y el trueno, los dos hermanos infantes.

Ahora que Sirius está arropado por sus compañeros y el conductor les anuncia que ya llegan al campamento, la carrera hasta el puente parece lejana, divertida incluso. Es fácil olvidar el miedo que sintió cuando saltó de la trinchera, es fácil apartar a un lado lo que pensó cuando creyó que James había muerto y que su mundo se le acababa.

Pero James no está muerto; está riendo, siendo abrazado por todos, con las gafas mal colocadas sobre la nariz, la barba de hombre, y las mejillas sonrosadas, de niño pequeño. Regresan a la vida, hacia quince días enteros de descanso. Han sobrevivido, han triunfado, han tomado el puente de Antwerp, que ya no recuerdan exactamente para qué lo querían, pero que ahora es una victoria épica, la más importante de la Segunda Guerra Mundial como mínimo. Sirius siente su propia vida a flor de piel, como una ráfaga de primavera en ese otoño belga; la sangre corriéndole por las venas, el sudor en la espalda, el corazón acelerando los latidos cada vez que la pierna de Remus se roza con la suya. 

-Estás muy callado, Lupin.

Es curioso cómo en medio de tanto barullo, y tanto escándalo y tantas risas, pueden encontrar un momento a solas.

-Pensé que te iba a ver morir. Otra vez.

Sirius le pasa un brazo por los hombros, le quita el casco por primera vez en muchos días y se le acerca. Lo abraza como abrazaría a cualquiera de sus amigos excepto que en realidad lo está abrazando como solo lo abraza a él.

-Pero estoy vivo. -Le susurra. Ve que se le eriza la piel del cuello y sonríe satisfecho-. Y tú también.

-Y estamos de vuelta -responde Remus. 

La promesa en sus labios hace que desee que el camión vuele, que derrape, que atropelle a todo el mundo.

-Cuando te pille por banda -le susurra al oído- te vas a cagar, Doc.

La risa de Remus estalla como un disparo.

-Reacción visceral, me gusta.

-Y romántica. 

-¿Romántica que te cagas?

Se ríen los dos. Hay admiración en las voces de sus compañeros, y cuando Peter les pregunta que cómo se les ocurrió hacer algo así y James responde, simplemente, que “no lo pensamos mucho, somos Infantes”, el camión entero vibra con las carcajadas de los soldados. 

-Potter lleva razón, lo hicimos y ya está. -Dice Sirius, con los ojos fijos en Remus-. Si me hubiera parado para despedirme, no habría podido ir.

Antes de marcharse, James tuvo un momento de duda, quiso informar a Shacklebolt, dejar testimonio de lo que iban a hacer, decírselo a alguien; pero Sirius lo disuadió, “no hay tiempo”, respondió, mientras contaba hasta tres y salía de la trinchera. Y no era mentira, los aviones se oían cada vez más cerca, pero en realidad Sirius supo que, si se hubiera despedido de Remus, no habría podido seguir a James.

Pero ya todo está bien, han sobrevivido a la guerra una vez más, Remus se ríe, las cicatrices de la cara le centellean como ríos de sal al ver a James poniéndose de pie y proclamando: “¡Ni una palabra de esto a mi novia!”, mientras Shacklebolt le responde: “¡Algo se olerá cuando vea la medalla que le voy a entregar, Sargento!”. Ya se ha convertido en una tradición de la quinta compañía gritar, todos al unísono: “¿Qué novia? ¡El sargento Potter no tiene novia!”. Sin embargo, la actuación de James en Antwerp, no hay otra opción, el puente no está tan lejos, ha hecho que Sirius cambie de opinión.

-El sargento Potter sí tiene novia, y no es una enfermera.

Empezó a salir con ella en la lancha de Normandía, la lleva de la mano a todos lados y siempre la deja con ganas de más. James no lo entiende, así que Sirius tiene que explicarle lo que a esas alturas, ya le parece obvio: que lleva cortejando a la muerte desde que desembarcaron en Francia. 

-Pero mientras no te cases con ella, Jimmy, ya me parece bien. 

Shacklebolt los mira a los dos, descamisado, con el pie entablillado descansando el regazo de Bill. El orgullo de padre le brilla en la sonrisa.

-Por cómo se porta usted, Black, parece que quiera ser el padrino de la boda. 

Los hombres estallan en carcajadas, James y él aceptan los abrazos de la compañía y el abrazo de Shacklebolt en particular. El camión avanza, lleno de risas, convertido momentáneamente en el Cielo con la habilidad que tienen los hombres jóvenes de hacer que cualquier sitio sea su hogar, si viajan con sus amigos.

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