
Capítulo 14
I
La Operación Market Garden lleva una semana en curso, y los hombres ya están desesperados. Una semana entera bajo fuego intenso, una semana de tensión constante donde la única victoria que han conseguido ha resultado ser una tragedia que nunca van a poder olvidar.
Se dirigen a Antwerp, a tomar un puente que está en poder de los alemanes y que necesitan para que sus tanques puedan cruzar. Mientras avanzan en silencio, Sirius nota la mirada de Remus en la nuca. Desde que consiguieron destruir aquél misil alemán hace tres días en un asalto que fue objetivamente un éxito pero cuyo recuerdo le provoca pesadillas, Remus no le quita ojo de encima.
-Sirius. -Cuando oye su voz siempre se gira para escucharlo. O intentarlo, al menos. Tiene que hacer un esfuerzo titánico para centrarse en algo que no sean los recuerdos de lo que vio-. ¿Estás bien?
Un rápido vistazo a los demás hombres hace que se le encoja el estómago.
Nunca se va a acostumbrar al hecho de que falten dos hombres en su escuadrón.
El puente se divisa a sus pies, a unos cuatro kilómetros. Incluso desde esa distancia, los tanques alemanes se distinguen claramente. Sirius cuenta por lo menos siete.
La respuesta automática a la pregunta que Remus siempre le hace, con esa expresión grave y preocupada, es “sí, bien, ¿y tú?”. Pero cuando están así los dos juntos, cabeza contra cabeza, marchando hacia la batalla, Sirius no puede mentir.
-Lo recordaré mientras viva.
El puente que cruza el canal de Scheldt está perfectamente custodiado, y es la única opción que les queda si quieren avanzar.
-Yo también.
Remus, a su lado, parece un hombre muy mayor cuando dirige la vista hacia su próxima batalla.
Tres días antes. Marcha silenciosa por el bosque belga. El escuadrón todavía entero. Shacklebolt divisa un misil antiaéreo que los alemanes han camuflado en el bosque, y que tiene fuerza suficiente como para abatir un escuadrón entero de aviones, para hacer que la invasión falle y para cobrarse cientos de vidas aliadas.
El asalto al misil antiaéreo que planifica Kingsley Shacklebolt será estudiado por las mejores academias militares de todo el mundo. En West Point, en Estados Unidos. En el Colegio Técnico Militar, en Egipto. En la Voyennaya Accademiya, en Rusia. Incluso el Mossad de Israel, un estado que ni siquiera existe en 1944, lo incluirá en su currículum como uno de los asaltos más efectivos y más brillantemente ejecutados de la historia militar. Será modélico, será mortífero, y su mérito radicará en las acción coordinada de todos sus participantes y en Shacklebolt en particular, que vio el montículo de ramas cortadas, frenó en seco y dijo “ahí hay algo”. Prismáticos, una ojeada rápida y “han instalado un misil antiaéreo de la noche a la mañana”. Frenó la marcha del escuadrón y vio a los hombres que iban con él y las armas de las que disponían. Bill, con el cinturón lleno de granadas. Roger y Sirius, a cargo de la ametralladora. Prewett 2, con sus rifles mortíferos. Frank y el PIAT gigantesco. Y el sargento Potter, con su coraje de acero y su valentía suicida. Le bastaron un par de minutos para idear el asalto.
Shacklebolt los reúne en un círculo para explicarles la estrategia. Mientras Sirius escucha, no puede evitar desear que Shacklebolt no se les hubiese unido esa mañana, o que como mínimo hubiese pasado de largo sin ver el misil camuflado; pero eso ya no importa, no tiene sentido pensar en lo que podría haber sido. Da igual, no pienses en eso, concéntrate, escucha con atención. Su teniente les explica el plan y por lo menos, la manera en cómo les da instrucciones lo tranquiliza. Sabe lo que se hace, es decisivo, no vacila.
-Weasley, Davies y Black serán el flanco Oeste. Granadas y ametralladora. -Señala el bosque donde descansa el misil, rodeado por lo que sin duda es una trinchera llena de alemanes-, Prewett 2 subirá al montículo, en el Norte, y abrirá fuego desde arriba.
-¿Como un francotirador, señor? -dice Fabian, esperanzado.
Shacklebolt lo mira de arriba a abajo y tras pensárselo un momento, le da la razón.
-Felicidades, Prewett, lo acabo de nombrar francotirador de este escuadrón. -No hace falta que Shacklebolt les pida a Roger y a él que le den su munición de fusil a Fabian, ya lo están haciendo-. Longbottom, usted disparará el PIAT por detrás, en el flanco Sur, mientras los demás lo cubrimos. Potter se viene conmigo en el flanco Este. -Cuando pregunta si hay dudas nadie dice nada, y cuando mira a Peter y a Lupin, estos ya están preparados para asumir sus posiciones en la retaguardia; el primero informará del asalto por radio al Mando de Operaciones, el segundo acudirá con el botiquín cuando lo llamen.
Va a hacer falta.
Alguien saldrá herido.
Aún no lo saben, pero son siete infantes contra veinte alemanes.
Herido, o algo peor.
El escuadrón se separa en silencio. Mientras Sirius se cuelga la ametralladora a la espalda y se ciñe el casco, ve a Remus estudiar el bosque, que a las siete de la mañana aún está dormido y es tan bonito, tan verde, tan cálido, que es indecente que vaya a convertirse en un campo de batalla.
James lo mira por última vez antes de seguir a Shacklebolt. En silencio, sus ojos brillan. A por otra medalla, Black, parece que diga, con esa sonrisa tan valiente.
En el camión de ida a Bélgica, en el comienzo de la Operación Market Garden, James le confesó lo que llevaba pensando desde que se salvó en Amiens. Para que nadie más lo oyese, se le acercó al oído y le habló en susurros.
-Me parece que hasta ahora he tenido demasiada suerte. -Se señaló la pierna ya completamente curada, su única herida de guerra hasta la fecha-. Creo que cuando me toque, voy a morir.
Ninguno de ellos consideraba la posibilidad de volver a casa sin piernas, o sin brazos, o sin ojo; todos pensaban que morirían o que volverían completamente ilesos. Sin término medio. Sirius nunca había oído esa oscuridad en la voz de su amigo, y le dio más miedo que las explosiones que se escuchaban en la distancia.
-No sé tú, Potter, pero yo espero morirme de golpe. Creo que no sería un amputado demasiado inspirador. -Aceptó el codazo y la regañina de su amigo, “bestia, que eres un bestia”, y como quería hacerlo reír a toda costa, siguió:-.Te lo digo en serio, esas historias de superación no pegan conmigo. Si me faltara una pierna me volvería raro y desarrollaría un afición estrafalaria, algo excéntrico como coleccionar reptiles, o ir a ver trenes a la estación y apuntarlos en una libretita, o llenarme la casa de jarrones chinos.
Funcionó. Ese es mi sargento. A James le dio la risa, la tristeza se disipó de sus ojos.
-Pues yo creo que seríamos dos amputados estupendos. -James Potter nunca podía resistirse a seguirle la broma a Sirius Black-. Igual nos toca lo mismo, ¿te imaginas? La misma pierna, el mismo brazo…
-Lupin nos podría aficionar a los sellos. -Ante la mirada reprobatoria del médico, Sirius fingió que se lo pensaba mejor y negó con la cabeza-. No, da igual, de verdad te digo que prefiero morirme.
James, secándose las lágrimas de risa, le dio la razón.
Meses de entrenamiento y de batalla hacen que Sirius vea el mapa del asalto al misil antiaéreo en la cabeza, tal y como le enseñó Shacklebolt. Nítidamente, desde el aire. Ve dónde los alemanes han cavado las trincheras y descansan a esa hora del día, sin saber aún que un escuadrón de Aliados ha descubierto su misil.
Ve el flanco Este, compuesto por James y Shacklebolt, aproximándose al objetivo.
Se ve a sí mismo, avanzando detrás de Bill y precediendo a Davies, desde el otro lado.
A Prewett, subiendo a la colina y estirándose, el cuerpo contra el suelo y el ojo en la mirilla del Mosin.
Y a Frank, agazapado con el PIAT a hombros, listo para avanzar, disparar, y ponerse a cubierto.
Ve perfectamente lo que pasará: en cuanto Bill lance las granadas a la trinchera, los alemanes que sobrevivan abrirán fuego contra ellos, James y Shacklebolt atacarán desde su lado, Prewett los cubrirá desde arriba, Frank disparará el PIAT y el misil explotará en una bola inmensa de fuego.
Avanzan en cuclillas y en silencio. Ya ven el hueco de la trinchera, Bill la señala aunque no hace falta. Los alemanes están tan cerca que los oyen toser, hablar, masticar. Es temprano, deben estar desayunando aún. Se escucha el tintineo de las tazas de latón, las risas de los soldados y la charla animada que Sirius no entiende, pero que sabe identificar perfectamente: es la charla de los soldados que no saben que van a morir.
También ve las cosas que irán mal. No tan nítidamente, son algo más inciertas, pero las siente. Las posibilidades son infinitas: una granada mal lanzada, una ametralladora enemiga, un lanzamisiles escondido en la trinchera que no hayan visto, refuerzos alemanes que lleguen rápido. De entre todas las cosas que pueden fallar, solo una de ellas es segura: alguien llamará a Remus. Quizá Shacklebolt, que se ha asignado el flanco más débil. Quizá Bill, que encabeza el ataque desde flanco Oeste. O Frank, que mientras asuma la posición para encañonar el misil será el más vulnerable de todos. O James. Puede que hoy, un día claro de septiembre, le toque morir a James.
Alguien. Remus vendrá a por alguien.
En los próximos años, cuando en las academias militares de todo el mundo se estudie esa operación, será descrita como un gran éxito y se dirá que solo hubo un herido y una baja mortal. Solo un muerto de siete, y los infantes ingleses estaban en inferioridad numérica de 3 a 1. Los cadetes que aprendan de ellos desearán tener un teniente como el tal Kingsley Shacklebolt cuando vayan a luchar, y desearán pelear al lado de unos compañeros como los que formaban parte del escuadrón de la Quinta Compañía. Solo una baja de siete, dirán, admirados. Ni tan mal.
Sirius monta la ametralladora, Roger se saca la ristra de balas del cuello y la carga en el arma. Bill consulta el reloj. Las siete y diecinueve de la mañana. Cuando pasan sesenta segundos, con la puntualidad que caracteriza a la infantería británica, le quita la llave de seguridad a una granada, la lanza y ve cómo cae en la trinchera limpiamente y explota.
Es la señal. El escuadrón abre fuego.
La ametralladora se come las balas a velocidad del viento mientras los alemanes responden como pueden, pillados por sorpresa, tratando desesperadamente de ver de dónde vienen las granadas.
-¡Bill, otra vez!
Los alemanes caen a plomo, Prewett los está matando como si fueran hormigas, con una lupa gigantesca, desde la distancia. Bill ya avanza en cuclillas, protegido por el bosque mientras lanza dos granadas seguidas y se pone a cubierto, esperando la explosión. La tierra se sacude violentamente, los alemanes gritan y a lo lejos, oyen el aviso de James.
-¡Sirius, mortero!
Los alemanes disparan su Granatwerfer 42, mierda, no lo hemos visto, un mortero pesado de gran precisión que lanza el explosivo directo sobre el flanco Oeste. Sirius coge la ametralladora y corre, Roger le pisa los talones y se salvan justo a tiempo.
El sitio donde estaban antes es ahora un cráter humeante.
El miedo les agudiza los sentidos, la batalla se convierte en los ruidos cercanos; la tierra que pisan sus botas, su propio corazón latiendo en los oídos, la respiración acelerada de sus compañeros, los disparos de la ametralladora cuando vuelven a anclarla en el suelo y las granadas de Bill, que explotan sin descanso dentro de las trincheras.
En solo tres minutos de batalla, la fuerza alemana está diezmada fatalmente. Es el momento.
Frank emerge de su escondite y ejecuta el movimiento a la perfección. Se coloca en línea recta al misil, hinca la rodilla y se acomoda el PIAT al hombro, todos en un solo gesto, fluido y ágil. Dispara.
Falla.
Destruye la base del misil, pero el cañón y los controles siguen operativos.
Los alemanes lo ven.
Frank se pone a cubierto para recargar el PIAT y buscar una nueva posición, pero no hace falta.
Bill echa a correr de entre los árboles, en dirección al flanco Este, y a mitad de camino, la granada que lanza con una fuerza heroica impacta justo en el centro del misil antiaéreo. La explosión hace que una columna de humo negro se eleve hacia el cielo. Los misiles del interior tardan unos segundos en explotar, pero cuando finalmente lo hacen, revientan la cámara y el ruido que provocan hace que todo sea silencioso. La batalla se convierte en un pitido que les destroza los oídos, y la onda expansiva los lanza contra el suelo tan fuerte que Sirius nota cómo los dientes se le mueven en el cráneo.
No oye nada.
En el flanco Este, Bill salta a cubierto con James y Shacklebolt.
El mundo de Sirius sigue en silencio cuando ve que James emerge y trata de decirle algo.
Tengo que moverme.
Shacklebolt se levanta también, y mueve los brazos de un lado a otro, señalando a los alemanes.
Tengo que escapar.
Lee en sus labios la palabra antes de notar la explosión a su lado, ardiendo, brutal.
Mortero.
La conversación que tuvo con James en el tren retumba en su cabeza. “Cuando me toque, voy a morir”. Se le ha caído el casco, le duele la cabeza como no le ha dolido nada en la vida y cuando se toca la cara, la sangre que emana de su oído le empapa los dedos. Se me ha reventado un tímpano, piensa, o a lo mejor me he quedado sordo.
Pero no está sordo, porque a su lado oye lo último que quiere escuchar en la vida.
-¡Médico! ¡Médico!
Ve que Roger está gritando. Por acto reflejo lo coge de la chaqueta para tirar de él, y lo primero que nota es que el cuerpo de su amigo pesa demasiado poco. Cada vez que ha levantado a alguien en batalla ha pesado más que eso, no es posible que pese tan poco.
“Igual nos toca lo mismo, ¿te imaginas? La misma pierna, el mismo brazo…”
Cuando ve que solo está arrastrando el torso de Roger, la impresión hace que caiga al suelo y que no pueda continuar.
-¡Médico!
Los sonidos vuelven poco a poco, y por encima del ruido de la batalla, lo único que consigue llegar a sus oídos son los gritos de Roger, y lo único útil que consigue hacer es sujetarle la cabeza para que no mire hacia abajo. Y mentirle, sabe que tiene que mentirle.
-De esta te salvas, Roger, tranquilo. -Lo acomoda en el suelo, sigue sujetándolo para que no vea qué le ha pasado. La sangre de Roger convierte la tierra en barro. A Sirius le tiemblan las manos, Roger convulsiona violentamente-. Ya vienen los refuerzos, tranquilo, Roger. ¡Médico! ¡Remus! ¡Médico!
En cuanto Remus llega y se pone de rodillas junto a ellos, Sirius le explica lo que ha pasado, como si quisiera pedir perdón por ello. Dice “mortero”, pese a que Remus ya lo sabe, y Remus responde, “sujétale la cabeza”, pese a que ya lo está haciendo.
La batalla continúa, a lo lejos.
Remus busca vendas frenéticamente, pero le bastan dos segundos de inspeccionar el cuerpo de Roger para desistir, y en su lugar, sacar la morfina del botiquín y llenar una jeringa entera.
Y mentir, igual que Sirius.
-Peter ha pedido refuerzos y el camión ya está aquí, Roger. -Le inyecta la morfina directamente en el cuello y Roger ya no lucha, ya no se esfuerza en mirar hacia abajo-. Ya está aquí, ¿lo oyes?, te vas para el hospital.
Remus incluso mira al horizonte, pese a que no hay camión y no hay nada que hacer, pero Roger asiente mientras se desangra irremediablemente y la morfina y su propio cuerpo hacen lo mejor para él: que deje de sentir.
Dice lo que dicen todos los soldados que vienen de familias felices. Una sola palabra, la última. Remus le inyecta otra dosis letal de morfina y lo consuela, y le da la razón, y lo abraza, pero no puede evitar lo inevitable: Roger Davies se muere pidiendo por su madre. El malabarista que quería una novia francesa y otra inglesa se desangra como la batalla que están ganando; mientras los pocos alemanes que quedan caen uno a uno, y el misil arde como una hoguera gigantesca, y el mundo recobra los sonidos, Roger cierra los ojos.
-Lo recordaré mientras viva.
-Yo también.
Han pasado tres días y a Sirius le parece que sigue oliendo la carne quemada, y por las noches, mientras duerme con el fusil en las manos, se despierta imaginándose que aún tiene la ropa encharcada de sangre.
La reacción de Fabian es lo peor de todo. Llega desde la colina cuando se hace el silencio de la victoria, vivo pero trastabillando, sujetándose el brazo donde le han disparado, despotricando contra los alemanes y quejándose de que le han inutilizado el brazo bueno, el del gatillo.
Sirius siente que no puede apartarse del cuerpo de Roger, que sigue caliente y desangrándose, hasta que todos lo hayan visto. Le registra los bolsillos en busca de objetos personales y encuentra un mechero, un retrato de una señora de mediana edad, un paquete de chicles y unas gafas de leer. ¿Roger usaba gafas? Cae en la cuenta de que ya nunca se las verá puestas. Está quitándole la cadena con la placa identificativa del cuello cuando Fabian los ve. A Sirius, de rodillas, al lado de Roger. Y a Roger, tendido a los pies de Sirius.
-¡Qué te han hecho! -Los alaridos de Fabian retumban en el bosque-. ¡Nazis de mierda, qué te han hecho!
Cuando Sirius se da cuenta de que no puede registrarle los bolsillos del pantalón porque simplemente ya no están, Dios mío, por favor, siente una urgencia irrefrenable de irse de allí, de dejar de ver, de dejar de sentir. Siente demasiado, de repente. La ropa encharcada, el temblor de su propio cuerpo, el peso de la ametralladora en la mano -sin ayuda, nadie me ayudará, nadie me va a ayudar a disparar- el olor a sangre, las botas ancladas en el barro, atrapándolo.
-Black, vamos. Sal de ahí, ven.
Obedece a la voz de Shacklebolt, resbalando en barro y consiguiendo separarse de Roger solo cuando Frank le tiende la mano para alzarlo. Su amigo tira de él y lo abraza cuando consigue sacarlo de allí. Un abrazo fuerte, con dos palmadas que resuenan en el bosque y que le estrangulan la garganta.
Fabian llega a su lado y le quita la ametralladora de las manos. Quiere dirigirse a las trincheras alemanas, pero Shacklebolt se lo impide.
-Prewett, hay que irse.
Remus intenta inspeccionarle la herida.
-Fabian, estás sangrando.
-Vamos, los alemanes vendrán en cualquier momento. -Bill apremia al escuadrón, agudizando el oído en busca de alemanes.
Fabian se los sacude de encima a empujones. Quiere hacer daño, quiere destrozar, quiere matar aunque ya no haya nadie a quien matar, aunque tenga el brazo derecho inutilizado, aunque su amigo se haya ido para siempre. Solo obedece a Shacklebolt cuando su teniente lo llama por su nombre y se le acerca para darle unas palmadas en el hombro. Dice “vamos, Fabian”, lo abraza pese a que se resiste, “ya está, hijo, ya está”, se lo lleva tirando de su chaqueta y el escuadrón abandona el lugar, dejando atrás el cuerpo de Roger.
Una vez a cubierto tras las líneas aliadas, Peter informa de la operación por radio. Da las coordenadas del misil y comunica que el asalto ha sido un éxito. Cuando por el auricular le preguntan por las bajas, responde con voz triste.
-Un herido, -dice, mientras ve cómo trasladan a Fabian al hospital-, y un muerto.
-Me alegré de no ser yo -confiesa Sirius-. Eso es lo peor de todo. Y de que no fuera James, ni Frank, ni Bill. Coño, Remus, ¿qué dice eso de mí?
Hablan en susurros mientras Moody les explica cómo van a tomar el puente. Remus apenas mueve los labios para contestarle.
-Cuando vi el primer proyectil de mortero, pensé que te había tocado a ti. -La voz le tiembla cuando lo recuerda, pero no esconde su pena-. Y cuando vi a Roger en el suelo, como estaba… y cuando te vi a ti, a su lado, completamente ileso… Sirius, no me arrepiento de alegrarme de que estés vivo.
Mientras avanzan hacia Antwerp, Sirius solo se arrepiente de una cosa en la vida: de no haberlo besado cuando tuvo la oportunidad.