
Capítulo 9
I
Frank y Sirius se encargan de sacar a los heridos de los camiones y llevarlos al nuevo hospital de campaña. Esta vez el pueblo de Francia les ha dejado una de sus iglesias, una catedral centenaria que el ejército inglés ha desacralizado con sangre, gritos y suciedad, pero también ha llenado de vida, esperanza y reencuentros.
Frank distingue lo que lleva buscando desde que ha cruzado la puerta.
-Mírala, -dice, con una sonrisa que solo podría describirse como peligrosa-, parece Blancanieves.
Sirius se guarda de decir que la Blancanieves de la película animada que cautivó a toda Inglaterra no tiene restregones de sangre seca en la cara ni una capa de roña bajo las uñas, pero quizá Alice sí se parece un poco a la princesa: pálida, con el pelo negro y brillante, ayudando a los demás. Frank la mira embelesado mientras ella inspecciona a los heridos que llegan y los distribuye según su gravedad. Se cruzan miradas, la chica comprueba que está bien, respira aliviada y le dirige una sonrisa descarada antes de seguir con lo suyo.
-Creo que voy a ayudar -dice Frank. Le saca tres cabezas y es un príncipe encantador algo grandullón y con pocas dotes para la poesía. “¿Sabes que me dieron en el culo?” Alice se ríe y entre los dos traspasan a un soldado de la camilla al catre. “No, en serio, no te rías, pensé que me iba a morir”, insiste Frank, mientras Alice sonríe de oreja a oreja.
Sirius se siente como una cámara, absorbiendo las escenas en color y transformándolas en blanco y negro, quitándoles el sonido. Grabando todo, como para la posteridad, en su interior.
Lily está muy cambiada. Todas lo están, pero Lily parece otra persona. Ya no lleva el pelo con ese peinado que se hacía antes, con los rizos cuidados y marcados; ahora se lo ha cortado con unas tijeras y se lo esconde bajo un pañuelo para poder trabajar mejor. El pañuelo está sucio de sangre. Parece una mujer en un cuadro, con esa frente tan despejada y esas mejillas tan blancas. Él también debe haber cambiado, porque Lily le habla diferente, con una mezcla de pena y admiración que no está seguro de que le guste.
-¿James?
No se demora mucho en asentir para tranquilizarla. Lily respira, sonríe, cierra los ojos un momento antes de preguntar por su segundo soldado preferido.
-¿Y Remus?
Le cuesta un poco más responderle, lo suficiente para que Lily tema lo peor y se le aneguen los ojos de lágrimas. Le envidia su capacidad por sentirlo todo, porque cuando la abraza y le dice que a Remus lo alcanzó metralla pero está vivo, le gustaría consolarla de verdad y no con un par de palmadas torpes en el hombro.
-¿Y tú, Sirius?
-Yo bien. -Es verdad, es objetivamente verdad-. Bien, Evans.
No se siente especialmente orgulloso de la siguiente interacción con Lily. Tampoco es que diga una mentira, exactamente, pero para qué engañarse, sabe que lo que está haciendo está mal.
-Remus me ha dicho que tenías su libreta.
Una sombra de pánico cruza los ojos de Lily antes de que se encoja de hombros exageradamente.
-¿Libreta? ¿Qué libreta? -Se lleva la mano involuntariamente a un bolsillo del uniforme, y debe ser una libreta importantísima si ha decidido llevarla encima todo el rato-. No sé de qué me hablas, Black, -lo azuza con la mano para que se largue-, y tengo faena, además, por si no lo has notado.
Sirius tendría que haberlo dejado ahí.
-Me ha dicho que es para mí.
Definitivamente. Tendría que haberse callado. Hasta entonces, la conversación tenía un pase, pero cuando Lily se queda petrificada, y lo observa intensamente, de arriba a abajo, varias veces, Sirius sabe que la cagada ha sido de proporciones bíblicas.
-¿Para ti? -Dice, aparentemente sin creérselo-. Para ti. -Nadie lo ha mirado así en la vida: juzgándolo, haciéndole sentir que tiene que probar que es un buen hombre-. Tú. Eres tú.
Sirius ya se arrepiente de haber preguntado, sobre todo porque cuando Lily le dice, “¿te la doy ahora?” sabe perfectamente que Remus solo quería que la tuviese si moría, y solo le confesó su existencia pensando que iba a quedarse en Amiens para siempre; y sin embargo, no puede evitar asentir y aceptarla cuando Lily se la da rápidamente, como si fuera contrabando.
-Léela en privado -le dice, aún sin poder dejar de mirarlo.
II
No es como si le dejasen siquiera diez putos minutos para sentarse a solas, después de haberse metido en un avispero lleno de alemanes y haber vivido para contarlo. Uno pensaría que sí, que tendría un rato, un ratito pequeño para beber algo caliente y sentarse con la libreta que sabe que no debe abrir. Pero a falta de James, Shacklebolt lo pilla por el pescuezo y lo pone a cargo del almacén de municiones. Le da dos soldados y le dice que puede darles órdenes como si fuera un sargento.
-Métanlo todo en la sacristía, y háganle caso a Black.
Sirius disfrutaría esa muestra de confianza si no fuera porque hay unos cuantos centenares de cajas llenas de balas que hay que traer desde los camiones. Pide una carretilla, o algo, lo que sea, y Shacklebolt se ríe y tan solo le ofrece a Peter. Sirius se pone a trabajar refunfuñando, y tras vencer la tentación de abusar de su recién estrenada autoridad y mangonear a los soldados mientras se sienta en un banco de la iglesia sin hacer nada, se tira dos horas arriba y abajo, ordenando cajas y cajas de munición.
Al terminar, aparece comida, más o menos de la nada. Se la come, se bebe el agua que le dan, y se fuma uno de los últimos cigarros americanos de Lily.
Cuando al fin consigue sentarse, Shacklebolt está a su lado y ni siquiera lo ha visto llegar.
-Black, ¿qué hace semidesnudo?
Solo entonces recuerda que su camiseta fue el torniquete de James en Amiens, y su chaqueta fue la almohada de Remus en el camión a la salvación. No se ha dado cuenta hasta que el sol se pone en estedía de mierda, Dios mío, ya está bien de tanta guerra, pero empieza a tener frío, así que acepta la manta que le da su teniente.
-Todos los de su escuadrón están más o menos enteros.
Es un pobre consuelo. Ha habido escuadrones cuyos miembros han sido aniquilados por completo y descansarán para siempre en Amiens. Le parece mentira que esa mañana, tan solo ocho horas antes, estuvieran en el mismísimo infierno.
Está aprendiendo que en esa guerra no es cuestión de talento, o de suerte. Cuando llega tu hora, es tu hora. Y eso da mucho miedo.
-Me han dicho que se ha portado bien ahí, Black.
Nota la mano inmensa de Shacklebolt en el hombro.
-Como todos, mi teniente.
-Su sargento me ha dicho que le salvó la vida, y Lupin igual. Todos sus compañeros lo vieron. Weasley en particular está muy impresionado.
Una punzada de culpabilidad le atraviesa el corazón.
-¿Cómo está?
-Mejor de lo que parece, el sargento Snape dice que no hay nervios dañados. Si pierde el ojo, igual consigue irse a casa. Si no, tendrá que quedarse.
Se quedan un rato en silencio. Sirius sigue intentando reunir el coraje para preguntar lo que quiere saber, pero no hace falta porque Shacklebolt se le adelanta.
-Lupin está bien. Tiene la cara hecha un mapa, pero solo necesita recuperarse.
Sirius sonríe temblorosamente, la primera sonrisa del día.
-¿Va a ir a verlos? -Ante su silencio, Shacklebolt se levanta y le tiende la mano para ayudarlo a ponerse en pie-. Le acompaño, Black. Ya es hora.
III
En la parte más oscura de la iglesia, los convalecientes se concentran en descansar, en recuperarse, en asimilar que están vivos.
-Hola, Weasley.
Bill les sonríe débilmente y levanta el pulgar. Cuando le hace una seña a Shacklebolt, el teniente se inclina para escucharlo y promete cumplir lo que sea que le haya encargado. En el momento en el que la vida de sus soldados pende de un hilo, Shacklebolt sabe que escribir a una madre o guardar un retrato a buen recaudo es lo más importante para ellos, así que los cuida, los consuela, les quita el miedo y hace lo que le pidan como solo puede hacerlo un gran hombre, con entrega y con devoción.
James duerme. Se sujeta la bolsa con plasma y hierro que tiene conectada las venas y que le devuelve la vida. Le han cerrado la herida y se la han vendado, y tiene la pierna en reposo. Bajo la almohada, Lily le ha devuelto la carta. Ha faltado muy poco para que tuviera que abrirla, pero una vez más, el sobre sigue cerrado. Lily también ha puesto el gramófono entre la cama de James y la de Remus. El disco ya se ha terminado; Billie Holiday ya no canta más y solo se oye el refrito de la aguja, así que Sirius lo apaga y la enfermería queda en silencio.
-Lupin. -Shacklebolt se inclina al oído de Remus-. ¿Cómo está?
Tiene la nariz entablillada y la cara cosida con hilo negro, llena de moratones, hinchada, roja, derrotada. Tan solo asiente y deja que el teniente le diga lo valiente que ha sido. Luego, Shacklebolt hace algo que Sirius aún no ha escuchado de ningún oficial: le pone la mano en el pecho, firmemente, como recordándole que está vivo, y le da las gracias.
-Pedimos demasiado de nuestros hombres jóvenes, y usted siempre ha estado a la altura. -De las cosas que más admira Sirius de Kingsley Shacklebolt es que consigue que no le tiemble la voz en un momento así-. Gracias por su sacrificio.
Apenas oye lo que responde Remus. Un susurro agotado, apenas perceptible.
-Triunfar o morir, mi teniente.
La cara de Remus está llena de dolor. Shacklebolt le sonríe.
-No ha muerto, Lupin.
La sonrisa que intenta devolverle Remus es lo más heroico que ha visto en todo el día.
-Tampoco he triunfado.
No se queja de su herida, si no que se disculpa por no haber podido hacer lo que se esperaba de él y si ese soldado no derrota a Adolf Hitler, nadie será capaz de hacerlo.
El teniente inspecciona la cara de su soldado y suelta un silbido de admiración.
-Ya triunfará, no se preocupe. Con esas cicatrices tan interesantes, ninguna chica podrá resistirse, ¿verdad, Black?
Es evidente que Remus no lo ha visto hasta entonces. Intenta incorporarse pero no puede, y luego trata de esconder la cara. Imposible, ya nunca podrá hacerlo. Sirius se le acerca. La libreta le pesa en el bolsillo como le pesaba el equipo en Normandía, llevándoselo al fondo del mar, al abismo.
-Irresistible, Lupin.
Hay un taburete cerca, Shacklebolt se ha ido sin decir nada, Remus y Sirius se quedan solos. Se le acerca más. Le repite, “irresistible, no es broma”, y cuando Remus suelta un suspiro resignado y una risa que le duele, Sirius apoya la cara sobre su pecho y se deja acariciar la cabeza rapada, en silencio. No se fía de sí mismo si se fuerza a hablar.
Se queda con él toda la noche, montando guardia junto a su cama como un perro fiel. Cuando de madrugada tiene frío, una enfermera lo cubre con una manta. Cuando amanece y el sol ilumina las vidrieras de nuevo, mientras Remus duerme plácidamente, no puede más y abre la libreta.
Es un diario. Empieza el 21 de septiembre de 1942 y sigue hasta hace solo unas pocas semanas, cuando se fueron de misión. Y ya está. Es incapaz de leer más. Es demasiado íntimo, está mal. Remus no lo perdonaría si se enterase.
A la mañana siguiente, Sirius ya le ha devuelto la libreta a Lily y cuando Remus despierta, se lo encuentra hecho un ovillo en el suelo, entre su cama y la de James.
IV
La quinta compañía estaba formada por 132 soldados cuando desembarcó en Normandía. Después de dos meses en Francia, solo quedan 47. Los hombres que ya no están con ellos se han ido de muchas maneras: heridos, muertos, desaparecidos en combate, y algún prisionero de guerra, atrapado tras la línea de defensa alemana. Los hombres que quedan, sencillamente, no pueden seguir.
Moody pide un mes entero de descanso para ellos, y no para de pelearse con el alto mando hasta que se lo conceden. Necesitan reagruparse, sanar a sus heridos, entrenar a los reclutas que llegan para cubrir las bajas y llorar a sus muertos. Se quedarán en Francia hasta que llegue el otoño y entonces entrarán en Bélgica, pero de momento, viven. Juntos.
Descansan de batallar, pero de nada más. Moody pone a trabajar a los que pueden, porque sabe que un soldado joven sin nada que hacer es un peligro tanto para sí mismo como para los demás. No pueden acostumbrarse a la buena vida si la guerra aún no ha acabado, así que aunque lo que más le gustaría en el mundo es quedarse en la enfermería con Remus y James, Sirius siempre tiene la jornada llena de tareas y se pasa los primeros días ayudando en el hospital y organizando las nuevas remesas de soldados.
Por la noche, se camela a la enfermera de turno para visitar a sus amigos. Se deja regañar, promete portarse bien e incluso se ofrece a que lo registren, “para que vea que no llevo contrabando, enfermera”. Basta con eso y un par de sonrisas fulminantes, y es libre de colarse y pasar la noche con James y con Remus.
Normalmente ambos están despiertos, pero esa noche Remus se ha dormido esperándolo así que se sienta en la cama de James. La herida de su pierna va mejorando, pero aún no tiene suficiente fuerza para bañarse solo y“benditas esponjas, Black, te lo juro”. Cierta enfermera pelirroja tiene que curarle la herida muy, muy arriba y tan solo le ha hecho falta quedarse al borde de la muerte para cumplir su fantasía más salvaje.
Se sienta en la cama con las manos cruzadas sobre el regazo, como el niño bueno que es, y exhibe una sonrisa angelical.
-Pregúntame cómo estoy, Sirius.
-¿Cómo estás, sargento?
-Como una mierda. -Y sí, está pálido y su cuerpo funciona con menos sangre de la que debería, pero sonríe con esa sonrisilla abofeteable y suicida que solo puede significar una cosa-. Excepto que estoy genial, ¡genial!, porque no me vas a creer pero -lo agarra de la chaqueta y tira de él hasta que están frente con frente- nos besamos, Sirius. Nos besamos.
-Sabía que Snape acabaría cayendo si insistías.
James acepta la tomadura de pelo con naturalidad, como si nada.
-Era de noche y Lily siempre viene a despedirse antes de irse, ¿sabes? Y siempre me gusta hablar con ella, pero ayer me hice el dormido porque entonces me pone bien las sábanas para que no se me deshaga la cama por la noche, y a veces incluso hasta me da un beso en la mejilla. -A Sirius le duelen los ojos del esfuerzo de no ponerlos en blanco-. Total, que ayer hizo eso, lo de besarme en la mejilla. Y luego, ¡BAM! -James estrella el puño contra su mano, Sirius da un respingo-. No hay palabras para describir el beso que me dio, pero me temo que voy a estar intentándolo durante media hora, así que ponte cómodo.
-Me has dado un susto de muerte, eres peor que aquél PAK 36.
-Lo mejor es que ¡fue ella quien me besó! No te lo voy a negar, Sirius, pensé que me iba a morir.
Sirius siente mucho arruinarle la fiesta, lo siente sinceramente.
-No te entiendo, Potter. Estamos en guerra, yo no podría ni siquiera pensar en lo que tú quieres tener con esa mujer.
-Sirius, ¿te has enamorado alguna vez?
-No, ¿y tú?
-¿Has estado escuchándome durante este último año? -James niega con la cabeza, contempla el vacío, suspira dramáticamente-. Porque si te hubieras enamorado alguna vez, cretino, sabrías que no te enamoras cuando te conviene. Te enamoras y punto.
Remus se revuelve en la cama de al lado y se da la vuelta de manera que la manta se le cae al suelo. James le pide distraídamente que vuelva a taparlo,“siempre igual, en serio, se morirá de una pulmonía y será muy, muy patético”, y Sirius lo hace, claro. Coge la manta y le hace la cama como un buen militar, y para cuando acaba, es humanamente imposible que alguien pueda salir de allí dentro.
-¿Por qué te enamoraste de Lily?
James se rinde, murmura “este tío es tonto”, se cubre con las sábanas y le da una patada con la pierna buena para tener más espacio.
-Ya te he dicho que no se elige de quién te enamoras, inútil. Te enamoras y ya está.
Como penitencia, Sirius se pasa los siguientes treinta minutos escuchando los detalles de El Beso. Fue de película, aparentemente. Lily lo atrapó contra la cama y lo besó primero un poquito y luego con lengua, y estuvieron un buen rato besándose así hasta que Lily hizo “un ruido mágico, tío, algo increíble”, y luego, justo cuando James pensaba hacer algo suicida como besarla más todavía o peor aún, decirle lo mucho que la quería, Lily se apartó y, horror, se echó a llorar y se fue.
-¿Tú crees que fue porque estamos en guerra o porque, ya sabes, se piensa que quiero hacer alguna de tus guarradas con ella y dejarla tirada?
-Te será difícil dejarla tirada si apenas puedes moverte, melón. -James protesta y amenaza con echarlo, así que Sirius se ve obligado a añadir la verdad-. Porque estamos en guerra, Jimmy. Definitivamente.
James se acomoda en la cama con una expresión en la cara que parece decir: “Genial, ahora solo falta ganar la Segunda Guerra Mundial”, y saca una baraja de cartas de debajo de la almohada.
-¿Quieres ver un truco de magia? -Y añade, como si fuera algo bueno y no algo de lo que tener cuidado:-. Me lo ha enseñado Roger Davies. -Le hace sitio en el catre para que se eche con él-. Elige una carta, pero no me la digas.
Tras varios intentos infructuosos de ahogar la risa, Sirius no puede hacer otra cosa que secarse las lágrimas y negar con la cabeza cada vez que James le pregunta: “¿es esta tu carta?”, y luego suspira, frustrado, “¡mierda! ¿Y esta?”.
-Joder, ¿cómo lo hacía Roger?
-Pues con magia, ¿no?
-Eres tonto del culo, de verdad te lo digo, Sirius.
Al final miente y dice que sí, que su carta es el trece de picas, y antes de que James se dé cuenta de que el trece de picas no existe, lo manda callar y lo tapa con la manta antes de que despierte a Remus. Lo oye parlotear un rato más, hasta que se queda dormido junto a él. Sirius se cubre con la mísera porción de manta que James le ha dejado, suspira tranquilo, le entra el sueño. La iglesia está en silencio, el frente queda muy lejos, tienen todo el verano por delante.
En la cama de al lado, Remus duerme toda la noche sin destaparse.
V
Llevan apenas una semana de descanso cuando reciben la noticia de que los aliados han liberado París. Lo escuchan en la radio el diecinueve de agosto por la tarde, y no es que no se lo esperaran, pero en la guerra no hay nada cierto y la victoria se recibe con una fiesta histórica. Sienten que aquello ya se termina, que si tienen París no puede quedar mucho para volver a casa. No saben que lo peor está por llegar, que el invierno en Bélgica será inhumano y que aún queda la hora más oscura de la guerra. En esos momentos es verano, son felizmente ignorantes, están a salvo y han liberado París.
Por raro que parezca, no es la mejor noticia que recibe la quinta compañía y es que ese día, cuando Sirius se escabulle a la enfermería, James Potter da unos pasos temblorosos, Remus lo recibe sin vendas en la cara y Bill le dice que no va a perder el ojo.
Y eso hay que celebrarlo.
Todo.
París, los pasos, el ojo, la cara, todo.
Al caer la noche, Peter y él secuestran a los tres convalecientes y los llevan al sitio donde beben, que en aquél campamento es el cobertizo situado tras la sacristía. Los reciben con vítores, cerveza, y tres sillas para que no se cansen y puedan emborracharse como se merecen. James pregunta dónde está Lily -y ofende, francamente, que después de casi cinco días días sin hacer el oso con sus amigos quiera pasar más tiempo con una chica que con ellos- y Remus pregunta dónde está Frank.
-Ha comido por tres y ha encontrado un váter para él solito -dice Sirius por toda explicación.
-Vaya. -Nariz en cabestrillo, cicatrices recién cosidas-. La tormenta perfecta.
Remus se deja caer en su silla y acepta el botellín que le ofrece. Sirius ha echado de menos reírse con él. Lo ha echado mucho de menos.
Se pasan la siguiente media hora comparando suvenires de guerra. Descalifican a Remus y a Bill porque, en palabras de Fabian, lo tienen demasiado fácil, así que los restantes proceden a marcar músculo y a contarse los puntos de sus heridas. Sirius se arremanga para enseñar su brazo -Lupin se concentra intensamente en los cordones de sus botas-, Davies se abre la chaqueta para mostrar su pecho, James se levanta el pantalón y cuando ven el recuerdo que le ha quedado de la toma de Amiens, lo proclaman unánimemente ganador. Beben por las manos de la enfermera Evans y por los baños de esponjas, y luego brindan inevitablemente por París, tantas veces que hace falta más cerveza.
-Si nos dan algún permiso nos mandarán a París. ¿Os imagináis? -Roger se abraza a Fabian y exhibe una sonrisa salvaje. Nadie parece tan entusiasmado como él, así que se ve obligado a añadir lo que considera obvio:-. Parisinas.
Las botellas chocan entre ellas, las risas se vuelven peligrosas cuando los hombres recuerdan lo que es estás cerca de una mujer, y obviamente empiezan describir a la chica que quieren buscarse cuando todo termine.
-Rubia.
-Guapa.
-¡Enfermera!
Bill ha estado callado hasta que no puede contenerse y dice: “mi madre me va a matar, pero yo no me voy de aquí sin una francesa”. Davies es más pragmático y se conforma con “unas tetas que me hagan olvidar el Día D”, riéndose y desatando así el eterno debate que ha dividido a los hombres durante toda la historia de la humanidad.
A Sirius le da la risa cuando mira a Remus, que exhibe una expresión pensativa absolutamente convincente, calibrada al milímetro para intentar pasar desapercibido.
-Y tú, Lupin, ¿eres más de tetas o de culos?
-¿A ti te han socializaron o te hemos adoptado directamente de la perrera, Black?
El intento de escurrir el bulto ha sido bastante bueno, hay que reconocerlo. Pero el escuadrón entero -y Sirius en particular- esperan su veredicto, y no piensan dejarlo escapar con simple un silencio diplomático.
-Personalmente, -y hace ver que se lo piensa, el cabrón-, me decanto por los culos.
Prewett sonríe como un padre orgulloso, Peter pone cara de asco, “ala, qué guarro, Remus”, y a James le da un ataque de risa que lo deja sin aire y con los ojos inundados de lágrimas. Mientras le palmea la espalda para intentar frenar el ataque de tos, Sirius piensa que ha bebido demasiada cerveza. Mucha más de la que debería.
-¿Estás pensando en algún culo en particular, Doc?
Bebe un largo trago de la botella sin quitarle la vista de encima. Ha decidido que Remus ya se ha recuperado lo suficiente y qué coño, inicia la ofensiva. Guerra relámpago, artillería pesada a la vista de todos sin que nadie más que su médico sienta el ataque.
-Puede.
Contraataque fulminante, una palabra que lo deja seco y que manda toda su sangre entre sus piernas mientras los demás irrumpen en vítores.
-No veas con el médico, las mata callando.
-¡Súper guarro!
Remus sonríe y obviamente, no quiere decir nada más sobre la chica misteriosa.
-París. -Sentencia Sirius, satisfecho-. Le voy a escribir a mi madre, esto merece una carta.
A esas alturas todos saben cómo se las gasta la señora Black, y cuando brindan por enésima vez, Sirius se bebe la botella de un trago y se siente eufórico. Sus padres los dejaban en aquél internado gris mientras ellos viajaban por Europa, y siempre acababan irremediablemente en la ciudad de la luz. Les contaban todo lo que hacían, todo lo que veían, mientras ellos crecían sin familia.
Y ahora, París es suyo. De Sirius, no de los Black.
-¿Me creerá si me invento que he liberado París personalmente?
Es idea de James, claro, convencerlos para que todos prometan escribirle a su madre, contándole con pelos y señales cómo echaron a los nazis de París.
Ya han comparado cicatrices, así que ahora comparten batallitas. El primero en caer es James, cuando a Fabian le da un ataque de risa recordando la primera vez que lo vio con la insignia de sargento.
-Tu primer acto como sargento fue darle una patada en los huevos a un nazi.
-¡Mítico, Potter! ¡Mítico!
Solo necesitan un poco de peloteo facilón para conseguir que James haga una de sus imitaciones de Shacklebolt. El sargento se aclara la voz y se asegura de que no hay nadie cerca antes de gritar: “¡Me habéis salvado el culo!” “¡Pettigrew, suelte la radio y coja el fusil!”, y como Frank y sus dos metros de altura no están, aprovecha: “¡en el culo, me han dado en el culo!” “¡duele que te cagas!”. Sirius tiene agujetas de tanto reírse, y todavía se está secando las lágrimas cuando Prewett 2 rememora a los alemanes cantando en el bosque.
-¿Cómo era la canción, Peter?
Peter hace memoria; al principio le salen unas cuantas frases sueltas y luego acaba cantando estrofas enteras. Los demás corean ¡Lola, Lola! cuando les parece que queda bien, y beben, y brindan, y ríen, estan contentos, se tienen los unos a los otros.
Lo primero de lo que se da cuenta Sirius es que no ve bien.
Ve borroso.
Por mucho que parpadee, la visión no se le aclara.
Luego el oído.
Las voces se oyen lejos, como por una emisora mal sintonizada.
Le pasa algo raro.
Ya cuando Peter empieza a entonar la melodía, siente que el aire a su alrededor se ha quedado sin oxígeno. Sea lo que sea, no se le quita, no es momentáneo, y no puede ocultarlo. Parpadea más, no veo bien, joder, sacude la cabeza, me estoy quedando ciego. Se está muriendo, de repente, y nadie parece notarlo. No es fulminante como si lo matara un francotirador, eso es lo peor de todo. Se está dando cuenta de que se muere lentamente, sin que nada lo haya herido y sin nadie que pueda ayudarlo.
Siente que le va a estallar la cabeza, se ahoga, le pitan los oídos, me muero, me ahogo, me estoy muriendo, le arde la piel, se la arrancaría a tiras si pudiera mover los brazos. No puede escapar, no puede frenarlo. Se muere y ya está, eso es todo. Parpadea varias veces, pero lo ve todo blanco. Suda, gime angustiosamente, se oye decir “no puedo” y Peter y Fabian llegan a tiempo de cogerlo cuando trastabilla y se desploma al suelo. No le entra aire, se ahoga mientras se forma un corrillo a su alrededor. Oye voces, alguien lo llama por su nombre y debe haber pasado un buen rato allí, muriéndose, porque aparentemente alguien ha tenido tiempo de ir a por Shacklebolt y Snape.
Solo es consciente de que está estirado en el suelo porque distingue las estrellas, más allá de la negrura borrosa que le impide ver bien. La sensación de opresión en el pecho es tan intensa que nota que perderá la conciencia y que no despertará nunca.
Y tal cual ha venido lo que sea que le ha pasado, empieza a remitir. La conciencia llega a oleadas, poco a poco, igual que como se fue. Y puede respirar de nuevo, y los oídos dejan de pitarle y las voces difuminadas vuelven a ser las de sus amigos.
Lo primero que ve es la luz de la linterna con la que Snape le está apuntando a la cara. ¿De dónde ha salido esa luz, y cuánto rato lleva cegándolo sin que la haya visto? Snape parece darse por satisfecho con lo que sea que hayan hecho sus reflejos, porque apaga la linterna con un suave click y tras tomarle el pulso, se pone en pie y se dirige a Shacklebolt.
-No es nada -dice secamente.
Su teniente, sin embargo, no se contenta con esa explicación.
-¿Cómo que nada? Uno de mis hombres no puede respirar, sargento, es imposible que no sea nada. ¿Es un golpe de calor? ¿Es su corazón?
-A algunos soldados les pasa, -Snape hace una pausa que no debería hacer, y añade algo que un hombre mejor nunca diría-, aparentemente.
Ahí es cuando Sirius siente que tiene que defenderse, pero al intentar incorporarse nota que se marea y que varias manos lo obligan a tumbarse otra vez. Snape no parece demasiado impresionado mientras da por concluido su examen médico y se dispone a irse.
-Rezad para que no le pase cuando estéis en batalla.
Le han quitado la chaqueta, pero no recuerda cuándo. El metal de su cadena con la placa identificativa le arde contra el pecho, la camiseta está empapada de sudor y se le pega al cuerpo.
-Creo que he bebido demasiado.
Lo primero que dice cuando recupera la capacidad de hablar es una excusa barata que nadie se cree. Le dan la razón como a los niños mientras lo ayudan a levantarse, y Shacklebolt ordena que lo lleven a su habitación.
Tan solo se resiste un poco cuando Roger y Remus lo cogen por los brazos. Gruñe, protesta, masculla que ya se encuentra bien, pero se deja llevar. Está asustado y aliviado a la vez, y está vivo pero la posibilidad de volver a morirse así, asfixiado, alejado de su propio cuerpo, lo deja aterrado. Sus compañeros hace rato que ya no ríen.
VI
Davies se va, Remus dice que se queda un rato, “en calidad de médico”. Se sienta a los pies de su catre en silencio, mientras espera a que empiece a respirar con normalidad y pueda decirle algo.
Sirius está tumbado en la misma posición en la que lo han dejado, y ya se encuentra bien, en teoría, excepto que está asustado, el sudor que le empapa la camiseta se ha enfriado, tirita como un perro abandonado, se siente débil y la sensación de que nunca sabrá qué le ha pasado hace que le cueste hablar. No sabe muy bien qué decir, pero Remus le está esperando con una expresión que le dice que todo va a estar bien.
-A veces me gustaría ser como un cowboy, como los de los de los cómics. -Es lo primero que se le pasa por la cabeza-. Ya sabes, Buck Jones, Gabby Hayes... -Lo solía pensar de niño, cuando algún compañero de colegio le prestaba un tebeo y lo leía debajo de la cama hasta que su madre lo pillaba y se lo quitaba-. Van montados en sus caballos, en silencio. Se pelean con los indios, se toman su whisky, y ya está. Ni lloran, ni se quejan, ni -Dios, qué vergüenza- se desmayan; hacen lo que tienen que hacer, y se acabó.
Le sorprende ver que a Remus se le anegan los ojos de lágrimas.
-Sirius, a veces haces que me entren ganas de llorar. -Se toma un momento para encontrar de nuevo la voz, que le sale suave y tranquila, un suspiro triste-. Son solo cómics. No es la realidad, es ficción.
Sirius es un soldado, coño, no un crío, pero hay algo dentro de él que lo domina, un monstruo, un tirano, algo inmenso que le empuja a llorar. Pero sabe que puede aguantarse, que si se concentra en un punto fijo y no dice nada, podrá esperar hasta que Remus se vaya para llorar solo, en silencio, todo lo que no ha llorado desde que desembarcaron en Normandía.
Pero Remus no se va. Lo coge de la muñeca suavemente, tira de él para incorporarlo.
-Siéntate.
Y Sirius obedece. Claro que obedece, si se lo dice su médico. Qué va a hacer.
Remus cruza la habitación, arrastra el catre de Davies para bloquear la puerta y vuelve a sentarse a su lado, muy cerca.
Sirius puede oler su miedo. Lo siente como si fuera electricidad, emanando de él. Huele como huele el miedo cuando se mezcla con los nervios y la anticipación.
Sirius mueve la pierna un poco. Remus no lo mira a los ojos. Se rozan.
-Sirius...
Se escucha el silencio de la habitación, los grillos del jardín, las voces de los hombres que ríen, y el corazón de Remus.
-Qué.
Sirius es consciente de que habrá un antes y un después en su vida cuando Remus coloca la mano sobre su pierna, en un sitio que no se puede definir ni como muslo ni como ingle, y lo mira a los ojos por primera vez desde que ha barricado la puerta de la habitación.
Hacía años que no se sentía como se sienten los adolescentes cuando alguien que no es ellos los toca por primera vez.
La mano ahí, en la pierna. Remus cerca. Tiene las muñecas finas y manos de pianista, o violinista, o músico, o lo que sea, da igual. Tan cerca. Cerca como no ha estado nadie, cerca como alguien a quien ha confesado que tiene ganas de llorar de puro miedo cuando todo está tranquilo y que el sueño de su vida es ir montado a caballo todos los días.
Sirius no recuerda la última vez que se sintió así.
Remus está a centímetros de su cuerpo. La metralla hizo los peores estragos en la cara, pero ahora que puede ver la piel que asoma en el interior de su camisa, observa que también le ha dejado cicatrices en el pecho, en las clavículas, en la cara interna de los brazos. Las más leves ya casi se han curado, las más severas siguen en carne viva y estarán allí para siempre.
Cuando Remus le empieza a desabrochar el cinturón, le gustaría hacer algo a parte de mirar, respirar agitadamente, y sentirse indefenso.
-Dime lo que quieres que te haga -Le susurra en el oído, de una manera tan desesperada, tan caliente, tan impropia de Remus, que lo deja sin posibilidad de responderle.
De hecho, está bastante seguro de que nunca se ha sentido así.
-No sé.
Es lo único que le sale. El mundo se queda en silencio cuando Remus se arrodilla frente a él, y le gustaría pedirle de todo, y hacérselo cumplir como él quiere, y suplicarle si hace falta, pero no puede hablar, ni mucho menos explicar, pedir o dar órdenes.
Remus se abre paso entre sus piernas, le baja la bragueta, tira de su pantalón hasta que se lo deja por los tobillos, Dios, Lupin. Duda un momento, respira erráticamente, y todavía no es capaz de mirarlo a la cara.
-Quiero que me... -Se oye a sí mismo respirar tan rápido que respirar no es suficiente y tiene que gemir para que le entre el aire-. Despacio. Si quieres. -Se ve añadiendo condiciones, porque Remus tiene la cara llena de cicatrices y la nariz rota, y si reírse le cuesta, “despacio, si quieres”, igual está fuera de sus posibilidades.
No lo está.
Joder.
Apenas lo está tocando, y Sirius se siente crío, inexperto, caliente como un adolescente. Remus le da órdenes suavemente, con el tacto. Le abre las rodillas para hacerse sitio, le da un toque en la pierna para que se le acerque, tira de la goma de sus calzoncillos para que se los baje, y Sirius obedece como no ha obedecido nunca, con una sumisión automática, instintiva; como si su cuerpo llevase toda la vida esperando a Remus para rendirse ante él.
Desnudo de cintura para abajo, Remus de rodillas entre sus piernas. Presión. Presión en todos lados, con los labios, con las manos. Lengua. Saliva, calor. Tanto calor que no se había dado cuenta de que está sudando, pero joder si está sudando.
-Puedes… Más. -Echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos, tiene ganas de embestir-. O sea, si quieres.
Nunca se lo ha hecho un hombre y no cree que pueda volver atrás; no cree que pueda dejar que otra persona que no sea Remus le haga eso que le está haciendo y que está haciendo tan bien, rozándolo con los labios primero, con la punta de la lengua después y justo cuando cree que no puede más, con toda la boca. Le arranca gemidos, incoherencias, insultos hacia nadie en particular, y solo piensa en el piloto de Normandía durante un momento antes de quitárselo de la cabeza rápidamente: Daniel ya no está, y es él quien tiene a Remus arrodillado entre sus piernas, lamiendo, mordiendo, gimiendo.
Se hunde en su boca profundamente, desesperadamente, lentamente. Ardiendo, muriéndose un poco. Remus no se da cuenta, -o quizás le da igual, que es todavía mejor-, pero cada vez que lo suelta para coger aire, gime como si comerle la polla fuera una necesidad, como si no pudiera estar ni un segundo en otra posición que no fuera de rodillas, ni hacer otra cosa que no fuera escupirle, jo-der, Lupin, jo-der, para lubricarlo y pasarle la lengua desde la base hasta la punta, y dejarse follar la garganta hasta el fondo.
Que Remus parezca tan desquiciado como él es un consuelo, la verdad.
Le pone una mano en la nuca porque no quiere que se eche atrás, y no le da tiempo a preguntarse si se está pasando porque Remus gime y le mira a los ojos, al fin. Ha tenido que estar así de caliente para poder hacerlo, pero ahora no hace otra cosa que acuchillarlo con los ojos mientras lame, de arriba a abajo, y le besa la carne tierna de los muslos, y se la muerde y luego vuelve a gemir cuando se lo mete entero en la boca y empieza a masturbarse con una mano mientras sigue haciéndole sudar como nunca.
Remus quema. Sirius arde.
Demasiada saliva, el vaivén rítmico de la cabeza de Remus, Sirius sujetándolo, con las manos en esa nuca bendita; nota que está rozando el fondo de su garganta, oye gemidos que no se escuchan del todo bien porque Dios, Lupin, es que la tienes entera dentro, intenta no hacerle daño ni tocarle la cara pese a que tiene ganas de acariciarle la mejilla, o darle una bofetada, o besarle las cicatrices, o todo a la vez.
Quiere avisarlo de que le va a ser imposible aguantar mucho más, pero en lugar de eso, todo lo que sale de él es un gemido asfixiante que espera que no suene muy alto, aunque no podría decir con exactitud si ha gritado, ronroneado o suplicado porque hace rato que no es capaz de calibrar sus reacciones. Tiene todo el cuerpo caliente y no le queda autocontrol.
-En mi boca, -lo oye como una alucinación, como la voz de los ángeles-, quiero que te corras en mi boca.
Tres embestidas que no tenía intención que fueran tan bruscas y se está corriendo, envuelto en calor y en saliva y en gemidos, y Remus parece que va a correrse también porque se masturba con fuerza, cierra los ojos y, joder, Remus, en serio, lo mantiene en la boca mientras eyacula, le gotea semen de la barbilla cuando al fin consigue correrse con su propia mano, gime, suspira y apoya la cabeza en su regazo para recomponerse.
Sirius se deja caer hacia atrás, cierra los ojos, se llena los pulmones de aire y lo suelta con una especie de ronroneo que está seguro que nunca jamás ha emitido hasta entonces.
-Hostia, Lupin.
Cree sinceramente que podría correrse otra vez cuando lo oye escupir en el suelo lo que no se ha tragado y lo ve secarse la boca con el dorso de la mano.
Remus se levanta, se sube la bragueta, se coloca bien la camisa. Sirius todavía está desembarcando en tierra firme.
Algo, tiene que decirle algo. Lo que sea. Abre la boca para hacer un comentario sobre el superpoder que Lupin se había callado hasta entonces, pero Remus debe tener telepatía porque lo amenaza con un dedo, “Sirius, por favor”, se sonroja un poco -irónico, la verdad-, y de golpe, vuelve a parecer el hombre que conocen todos los demás: discreto, cordial, comedido, en perfecto contraste con cómo se siente él: ahogado, deshecho, sin aliento, derretido. El cambio se ha producido tan rápido que si no tuviera serias dudas de si podrá volver a tenerse en pie alguna vez, pensaría que se lo ha imaginado todo.
-Bueno.
Remus arrastra el catre de Davies a su sitio y hace una cosa desconcertante, un movimiento de cabeza que cualquier persona normal usaría para despedirse; y de un conocido, encima, y no de alguien de quien te acabas de tragar su, bueno.
-¿Lupin, quieres…?
-Buenas noches.
-Ah, vale.
-¿Qué?
-Hasta mañana, entonces.
Se está yendo. Remus se está yendo. El mismo tío que le ha pedido que se corra en su boca y que le ha dicho que los vaqueros no son reales, se va. Tiene la mano en el pomo de la puerta cuando Sirius lo coge de la muñeca y tira de él. No se le ocurre nada que decir. Solo vacila un poco antes de hundir la cara entre sus caderas huesudas durante un momento, hasta que oye un suspiro y nota una mano acariciándole la cabeza rapada. Parece que con Remus, no hace falta decir nada.
-Nos vemos en el desayuno.
Remus parece algo más en paz consigo mismo cuando se marcha, aunque no le deja tiempo para responderle antes de escabullirse en silencio. Sirius vuelve a acostarse en la cama. El orgasmo lo ha dejado relajado, adormilado, con la mente en blanco, presa de un cansancio placentero.
No es consciente de haberse quedado dormido, y cuando despierta, es de madrugada y está solo. Únicamente le acompañan las respiraciones acompasadas de Fabian, Bill y Roger, y Remus ya hace rato que ha vuelto a su cama en la iglesia, demasiado lejos de él.