Triunfar o Morir

Harry Potter - J. K. Rowling
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Triunfar o Morir
Summary
En 1944, las fuerzas aliadas se preparan para el desembarco anfibio más grande desde Alhucemas. El muro atlántico de los nazis, una fortificación kilométrica de misiles, minas y divisiones acorazadas al mando de Rommel, los espera en la costa francesa. Si consiguen atravesarlo, los soldados del frente occidental desembarcarán en territorio ocupado y deberán conquistar Francia, Holanda y Bélgica hasta llegar a Alemania, antes de que llegue el invierno, antes de que sea demasiado tarde.Esta es su la historia.
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Capítulo 10

I

 

Al día siguiente, todo sigue normal. Sirius se levanta, se viste, llega al desayuno y se abre un hueco entre James y Frank para sentarse. Frente a Remus.

Los soldados tienen casi un mes de libertad por delante y la felicidad se nota en el ambiente. Es verano, están vivos, van ganando la guerra, y de día, bajo el sol de agosto, la vida adquiere un tono optimista casi impropio de la guerra. Charlan, bromean, se atreven a pensar en el futuro. Cuando llega el correo, James les recuerda que escriban a la señora Black con una sonrisa de intenciones nada, nada buenas. Incluso Prewett 2 parece animado. Quizá hasta contento. Feliz no, ya nunca podrá ser feliz como lo es la gente normal, pero él y Davies fantasean con ir a París a por francesas y cuando acabe la guerra, a Inglaterra a por inglesas.

Todo normalísimo.

Sirius siente que todavía está inmerso en la experiencia extrasensorial que fue que Remus Lupin le comiera la polla hasta sorberle el alma, pero vamos, por lo demás todo bien.

Les han servido la delicia habitual de pan tostado con margarina y café. Remus le desea los buenos días, le pregunta si ha dormido bien, le sonríe mansamente.

-Como un bendito, Lupin, ¿y tú?

Nadie lo ve. Es increíble. Es decir, la ceja levantada de Remus está ahí, junto con la expresión entre descarada y tímida. A la vista de todo el mundo. Es que nadie te ve, Lupin. Cómo es posible.Mordisquea la esquina de su pan duro, saborea el café aguado, habla de nimiedades, ojea la London Gazette. Pero si tengo que mirarte con gafas de sol.

James lo saca de su ensimismamiento con un comentario que le hiela la sangre.

-Me tienes preocupado, Sirius, con lo de ayer. -No le da tiempo a alzar la voz unas cuantas octavas más de lo normal para preguntarle a qué se refiere, porque su amigo tira millas y sigue sin inmutarse-. No fue nada normal. -En un murmullo confidencial, James se le acerca para susurrarle al oído-. Es decir, no sabía que podía pasar, pero es que encima, puestos a que pasase, no pensaba que pudiera pasarte justamente a ti.

La idea descabellada de que Remus eligiera marujear con James cuando volvió a la enfermería por la noche se le pasa por la cabeza solo unos instantes, antes de ver cómo el supuesto chivato entierra las manos en la cara durante un momento y le aclara de qué coño está hablando James.

-¿Recuerdas que te desmayaste ayer, verdad, Sirius?

Ah, coño, eso. La expresión en la cara de James es de absoluta incredulidad.

-¿Cómo te encuentras? Y no intentes mentirme, Sirius, -le advierte-, porque ya te adelanto que no eres capaz.

Sirius tiene varias epifanías aquella mañana de agosto: la primera es que James es la madre del grupo, eso está decidido. Se chotearía de él por preocuparse tanto si no fuera porque se le está enterneciendo el corazón a una velocidad peligrosa.

La segunda epifanía la encuentra en la respuesta que le suelta a James.

-Bebí demasiado, ya te lo dije.

Y se acabó. Descubre que puede esconderle la verdad a su mejor amigo pero que no pudo mentirle a Remus, y eso le parece curioso, cuanto menos. 

La resaca de la noche anterior es imaginaria, pero el recuerdo de lo que pasó después es real. 

Eso casi mejor dejarlo para otro momento.

Y la tercera y última epifanía, el gran rayo de la verdad que le da en toda la cara como una bofetada, se lo trae la enfermera Lily Evans cuando aparece del brazo de Alice, con su taza de latón llena de café y su mirada llena de secretos. Le da los buenos días a Remus, intenta ignorar los avances de James, y frena en seco ante él sin poder evitarlo. Es solo un segundo: lo mira intensamente y luego mira a Remus, quien parece haber encontrado algo interesantísimo en el horizonte, porque el tío disimula tan mal que hasta parece que lo haga bien.

La libreta.

Ve su forma rectangular en el bolsillo de Lily.

No es solo que Remus quiere que la tenga él si le pasa algo.

Joder.

Es que él aparece en la condenada libreta.

Pues claro.

No es exactamente una epifanía si no más bien una revelación mística, milagrosa, divina. Remus come parsimoniosamente y habla de nada en particular. Justo cuando parecía que se había acercado un poco más a él, se le escapa otra vez. Si la curiosidad tuviera forma física, la sentiría alojada en la garganta y le resultaría imposible deshacerse de ella. 

 

II

 

Es Remus quien localiza las llaves, pero es el sargento Potter quien se atreve a mangarlas cuando nadie mira. Tiene verdadero mérito que se desplace tan rápido con la pierna vendada pero es que cuando James quiere algo, esa cosa se vuelve lo más importante en el mundo para él. Y como la cosa más importante de su vida lo besó y ahora lo rehúye, tiene que conformarse con la moto que han encontrado en un cobertizo.

-¡Me pido el sidecar!

Cojea como un pirata sin su pata de palo, pero se tira al sidecar como en una piscina, de cabeza. Total, para lo que la usa. Remus murmura “eso de ahí es mi sargento” y sonríe cuando cree que nadie puede verlo mientras Sirius se acerca a la moto para inspeccionarla. Es una Norton 16 en bastante buen estado, ligera, pintada de verde, de la que usan los mensajeros para llevar cartas e instrucciones al frente.

James ha conseguido un casco de Dios sabe dónde y se lo pone con una sonrisa bastante impropia de un sargento de Infantería.

-¡Anda, vamos! -Saca la pierna mala del sidecar, y es un milagro que el resto del cuerpo le quepa dentro, teniendo en cuenta las sacudidas emocionadas con las que mece el sidecar. 

-¿Das por hecho que sé conducir, Potter?

-¿No sabes?

-¡Por supuesto que sé! -Sirius monta, echa un vistazo a las ruedas gastadas y al viejo manillar y concluye que para una vueltecita, la moto aguantará-. Desde que mi madre me lo prohibió.

Y desde que se dio cuenta de que a las chicas les gustan los chicos que van en moto. Punto importante. 

James le sonríe peligrosamente mientras -Dios mío, Potter, menudo payaso estás hecho-, se pone unas gafas de conducir y unos guantes que ha encontrado por ahí. Está de capricho con las gafas gigantes por encima de las gafas de ver y no lo sabe, pero no solo es uno de los sargentos más jóvenes del ejército británico si no que además es el único por el que Sirius se dejaría disparar sin dudarlo. 

Solo falta…

-Lupin, ¿vienes o qué?

Remus se ríe como si Sirius no hablase completamente en serio, como si pensara que querer tenerlo en el asiento trasero es cosa de chiste. Dice “pasadlo bien”, añade “intentad no mataros, a ser posible”, y se da media vuelta. James se queja, y Sirius simplemente no va a aceptar un no por respuesta. 

Da un par de palmaditas en el asiento. Tras él. 

Remus se gira.

La moto ronronea.

-Monta, soldadito.

Se lo piensa por un momento. Calibra lo que está viendo, -Sirius acelerando, montado a horcajadas, domando la moto-, y parece decidir que sí, que monta. Obedece con un suspiro que pretende sonar paciente pero que suena un poco desesperado, si el oído no le falla. James grita “yeeeeehaaaaw!”, y a Sirius se le corta la respiración cuando siente las manos de Remus en la cintura. 

Es la primera vez que se tocan desde anoche. 

Con un petardeo, un bufido y una nube negra como la tinta, la moto arranca y los tres infantes echan a volar por las callejuelas francesas. Los pueblerinos se apartan de su camino y tras varias vueltas al pueblo, Sirius encuentra el camino hacia la carretera. Los neumáticos están completamente lisos y el peso de los tres está mal repartido, así que derrapan en las curvas y James grita como un demente mientras Remus se aferra a él y le implora que vaya más despacio. Sirius conduce, el viento le da en la cara y quizá es el último verano de sus vidas, pero en aquél momento, con Remus abrazándolo y James a su lado, se siente invencible.

Se siente eterno.

 

III

 

Peter lleva taciturno desde que se retiraron de Amiens, y en particular desde que se enteró que James, Sirius y Remus fueron en moto sin él. Se pasa las tardes trasteando con la radio, tratando de encontrar la emisión alemana para descifrar sus códigos. James cree que intenta resarcirse de su actuación en Amiens y puede que sea así porque todos lo vieron ileso, aguantando la bronca de Shacklebolt en el camión lleno de sangre y heridos. Sirius no lo dice, pero cree que Peter quiere probar sus dotes de intérprete para poder conseguir el puesto de oficina en la retaguardia que lleva deseando desde que se alistó. 

Sea como sea, Davies ya no le habla, y Prewett se comunica con él mediante bufidos de gato feral. Frank lo tolera, Bill no le hace ni caso. Por su parte, él intenta animarlo y quitarle la batalla de la cabeza, pero al cabo de un rato tiene que apartarse de su pesimismo tóxico para no ser engullido por él. 

Remus lo hace reír, y es el único, junto a James, que a veces lo consigue. Por eso no le sorprende cuando los ve acercarse con algo sospechoso bajo el brazo y Peter está, obviamente, riéndose.

Se aproximan al árbol bajo el que James y él dormitan y les piden silencio con demasiado dramatismo, pese a que ninguno de los dos ha dicho nada. Remus mira de un lado a otro para asegurarse de que no los ha seguido nadie y saca un par de cervezas de la casaca. Se agacha junto a ellos, hace un redoble de tambores con los dedos en la pierna de James, y Peter les enseña una lata. La sostiene entre las manos como si fuera un pajarillo caído del nido.

-¡Festín! -dice, ilusionado.

James sonríe por compromiso. Sirius no es tan diplomático. 

-¿Qué coño es esto, Pettigrew?

Peter y Remus cruzan miradas incrédulas.

-¿Estás de broma?

-¿En serio, Sirius?

James asiente, “sí, en serio, Sirius”, mientras escudriña la lata. Claramente, está tanto o más perdido que él. Peter se la lanza, Sirius la caza al vuelo y lee.

-¿AM? ¿Qué es AM?

Remus sigue mirándolo como si tuviera algún tipo de contusión en la cabeza.

-¡Amministrazione Militare! ¡Peter ha conseguido una ración italiana!

Peter da un saltito emocionado y Remus espera claramente una reacción positiva mientras les tiende un tenedor. James dice “anda, qué bien, Peter, gracias”, y cuando abre la lata, un olor nauseabundo les da un bofetón en la cara. 

-Estos sureños sí saben cocinar, ¿verdad, Peter? -Remus comenta animadamente que es la mejor ración de cualquier ejército europeo-. Nos hemos comida una, pero os hemos guardado esta para vosotros.

La ración italiana es, por decirlo suavemente, trágica. Caducada, probablemente, porque  no puede estar hecha para el consumo humano. James debe pensar lo mismo porque mira la lata en busca del año de fabricación y es preocupante que no lo encuentre, pero como es una buena persona, farfulla un indeciso “es interesante, gracias, chicos”, mientras hace bailar la comida de un lado a otro sin valor para tragar.

-Sabe peor que huele, y huele fatal. -Sirius no está para no herir sentimientos-. Esto es, y siento decirlo, una mierda.

-¿Estás de broma? -Por el tono ofendido de Remus, se diría que ha insultado la cocina de su madre-. ¡Pero si es una delicia! ¿Cómo lo llaman los alemanes, Peter?

Peter sonríe ampliamente.

-Arsch Mussolini.

Sirius entorna los ojos. La asquerosidad le pesa en la boca y cada vez sabe peor.

-Ya. -No suena bien, no suena nada bien-. ¿Y eso qué significa?

Remus consigue mantener la expresión inalterable unos segundos más.

-Culo de Mussolini.

James escupe el mejunje, Sirius se enjuaga la boca con la cerveza que Remus le ofrece y claro, Peter está en el suelo riéndose y el médico, el graciosillo de los cojones, se ríe tanto que se le saltan las lágrimas. James se levanta para perseguir a Peter e intentar meterle los restos de la lata en la boca, Remus se deja caer a su lado y está flojo, de tanto reírse, hay que joderse.

-Muy maduro, Lupin.

Tiene que esperar un buen rato porque a cada argumento que le echa en cara, “eres médico y eso es definitivamente tóxico, vergüenza debería darte”, “te has aprovechado de la buena fe de James y de que aparentemente, no sé decirte que no”, hace que se ahogue y tenga que luchar por respirar.

-Y no vayas de inocente porque Pettigrew es el brazo ejecutor, pero tú has sido la cabeza pensante. Esto lleva tu marca, soldadito.

Remus no lo niega y cuando lo mira con esa sonrisa, lo echa de menos aunque esté a su lado. Incluso lo perdona por haberle dado algo que los alemanes llaman “culo de Mussolini, en serio, Lupin, de dónde sacáis estas cosas”, y haberse reído en su cara.

Lo echaría de menos aunque estuvieran todo el día juntos, cosa que no está ocurriendo. De hecho, se pasan el día separados -Remus en la enfermería, él entrenando a los chicos nuevos con la ametralladora-, y por la noche, comparten habitación con Fabian y Roger. La guerra no les deja sitio para nada más. 

La primera vez que Sirius intentó asaltarlo mientras los demás dormían, Remus lo miró con ojos de demente.

-¿Tú sabes lo que nos pasaría si nos pillaran? -le susurró, mientras lo echaba del catre a patadas-. Esto no es un juego, Sirius.

Al principio quizá sí lo era, cuando jugaron aquellas dos partidas en la ducha y en la cama. Ahora que lo tiene lejos, ya no le parece un juego para nada.

James ha conseguido placar a Peter y vacía el contenido de la lata sobre su cara. Peter finge que se rinde y cuando James se lo cree, se escurre y lo tira al suelo con un movimiento sorprendentemente rápido y lo inmoviliza. James está atrapado en el césped, indefenso, con un ataque de risa floja y la boca llena de esa asquerosidad italiana.

Las sombras del árbol iluminan las cicatrices de Remus. Están ya curadas, pero nunca se van a ir. La nariz ya se sujeta sola, pero ha quedado ligeramente desviada. “Lo que le faltaba a mi nariz semítica, problemas estructurales”, dice Remus cuando se da cuenta de que Sirius lo está mirando, pero Sirius piensa que su cara siempre debería haber sido así, como es ahora.

-Te echo de menos, Doc.

Remus quiere decirle algo. Lo mira con un interrogante agónico que no quiere formular en voz alta, y a Sirius le encantaría resolvérselo si tuviera clara la respuesta.

James pide clemencia pero Peter no claudica ahora que ha encontrado ventaja. Remus los señala y sugiere que igual deberían ir a ayudar a su amigo, y Sirius hace ver que se lo piensa, pero luego se encoge de hombros.

-Si lo dejamos que se canse, nos dormirá del tirón toda la noche. -Se recuesta bajo el árbol, disfruta de la risa de Remus y si tuviera gafas de sol, se las pondría para verle la cara en color sepia, cálida, tierna-. Entonces es cuando me podrás dar clase.

-¿Clase de qué?

La frase ha empezado en un tono normal y ha terminado en un susurro que lo pone, sinceramente, muy caliente.

-Venga ya, Lupin. Hay salas de variedades en París que cobran mucho por mucho menos de lo que hiciste. Y no te ofendas, pero tienes pinta de profesor.

-No me ofendo.

-Porque te he dicho que no te ofendas.

Y no es que no le satisfaga hacerlo reír, pero la verdad sea dicha, lo que más placer le da es hacerlo sonrojar.

Remus se aclara un poco la garganta y pierde irremediablemente la compostura y eso, francamente, está muy pero que muy bien, especialmente porque Remus nunca pierde la compostura por nadie y esa exclusividad le provoca un ronroneo muy placentero en algún lugar inconcreto del pecho. Sirius tan solo le da un momento de paz, haciéndole creer que va a soltar el hueso. Se acuesta en la hierba, se cubre la cara con el antebrazo y suspira hondo. Cruza los pies. Cierra los ojos. Estira la mano para tocarle un poco la pierna, lo único que trágicamente puede tocar en aquellos momentos. El verano francés calienta incluso las sombras del árbol bajo la que están estirado. 

-Por favor, Sirius, para.

El suspiro ahogado de Remus hace que le sea imposible no repetirle que lo echa de menos. Las cicatrices brillan en su cara como ríos bajo el sol, plateadas como escamas de pez. Remus no dice nada, pero sonríe, y esa sonrisa callada es lo que más le gusta de todo. Más que hacerlo reír, más que hacerlo sonrojarse. Más que nada en el mundo. 

 

IV

 

Todo el mundo está más cerca de Remus que él. Frustrante es poco. Es desquiciante. 

En la enfermería esperaba encontrarlo momentáneamente solo, pero no. 

Lily llora. Remus consuela. 

Lily dice “es que no puedo”, Remus calla y piensa que sí que puede; justamente ella sí puede. Pero no se lo dice y se limita a asentir empáticamente mientras le pasa un brazo por los hombros.

Cuando Lily se da cuenta de que no están solos, se seca las lágrimas a toda prisa. Sirius no sabe de dónde ha salido todo el cabreo que siente de golpe, pero quizá el hecho de que Lily pueda estar con James y elija voluntariamente no hacerlo influya un poco. La libreta que lleva siempre encima tampoco ayuda, porque Lily puede leerla tantas veces como quiera y él no. 

Fue un fastidio ser tan noble cuando tuvo la oportunidad de ser peor persona, sinceramente.

-Necesito a Remus.

Verdad como un templo. Si la ocasión no se presenta, va a tener que crearla de la nada. En la habitación, por ejemplo, bloqueando la puerta como la otra vez, o en el armario lleno de munición que hay detrás del despacho de Moody. Quedan veinte minutos antes de la formación nocturna, y en su imaginación, veinte minutos dan para mucho.

Lily le dice a Remus que se vaya con él, la miradita te la podrías ahorrar, enfermera, pero Remus tiene el descaro de decir: “¿sí? ¿estás segura?”. Dieciocho minutos. No hay tiempo para cortesías sociales. Lily responde “estoy segura”, pero el tono indica que aún necesita más Remus y se complica demasiado, la chica, cuando la solución es tan simple como ir a por lo que quiere -James-, y dejarle a Remus para quien realmente lo necesita -¡él, joder, él!-.

-No se puede mandar a un soldado al frente con indecisiones, Evans. No está bien. -Coge a Remus por el pescuezo y lo arrastra a la puerta-. Si no quieres ser su novia, déjaselo claro. Pero bien claro. Porque esto de calentar y retirarse está feo, te lo digo por experiencia.

Lily frunce el ceño y se cruza de brazos.

-Tampoco es que sea asunto tuyo, Black, pero ya se lo he dejado claro.

Es consciente de que acaba de tirar por tierra todo el trabajo terapéutico de Remus, pero en ese momento le da bastante igual. 

-Pues entonces cambia de idea, Evans.

Mientras arrastra a Remus por el pasillo -porque quedan trece minutos y ya no da tiempo de ir a la habitación- se deja reñir, “la has disgustado, Sirius, las cosas no se hacen así con la gente y mucho menos con las chicas”, anda a grandes zancadas y el hecho de tenerlo aún pillado por la nuca hace que se caliente más, si es posible. Remus se queja, protesta, trastabilla. Sirius ya está sudando.

-Bueno, míralo por el lado positivo, Lupin, por lo menos ya no llora. Y ahora, métete ahí dentro.

Abre el armario. 

Grita de pura frustración.

-¡Es un complot internacional, coño!

Frank y Alice se empiezan a vestir a toda prisa, farfullando excusas inverosímiles. Todo el mundo folla menos yo, es una vergüenza. Alice se ata el delantal, se atusa el pelo y desaparece tan rápido que bien podría haberse volatilizado. Frank tarda un poco más porque tiene que recuperar el aliento y no hay sombra de vergüenza en su expresión cuando Sirius lo azuza, “tira, Longbottom, que me tienes contento”, y Remus lo riñe fingiendo muy convincentemente estar escandalizado, “Frank, por Dios, estas cosas no se hacen sin anillo en el dedo”; tan solo hay orgullo en su cara, orgullo de ser él, Frank Thomas Longbottom, Infante de la quinta compañía del Ejército Inglés, quien esté intimando con Blancanieves. Remus ofrece una explicación pese a que nadie se la ha pedido, “nos han mandado a por munición para la ametralladora y nos encontramos con este pastel, en serio, Frank”; y a Sirius siempre va a sorprenderle la serenidad con la que se cubre las espaldas y la sangre fría que se gasta en momentos de tensión. Frank ni los escucha mientras se escabulle con una sonrisilla satisfecha. 

Les basta un vistazo a sus relojes para darse cuenta de que su momento ha pasado.

Echan a andar tras su amigo, y pese a las ganas irreprimibles que tiene de estrangularlo, Sirius está realmente impresionado.

-Haciéndonos creer que estaba cagando, cuando todo este tiempo ha estado… -Niega con la cabeza ante la sencillez del plan-. Brillante. Simplemente brillante.

Remus parece que le lee el pensamiento porque mientras se ponen en fila para formar, le llega un susurro apenas audible.

-Este viernes, Prewett 2 y Davies tienen guardia juntos.

Sirius mira al frente, se cuadra y no hace el menor intento por escuchar lo que les dice Shacklebolt.

-¿Llevas mucho tiempo pensando en ello, Lupin?

Cualquiera diría que no lo ha oído. Solo un escrutinio intenso, que le vale una reprimenda por no prestar atención, le revela una sonrisa apenas perceptible bajo el casco y los ojos castaños. 

Con intenciones nada, pero nada buenas.

 

V

 

A oscuras, cada uno en su cama, mucho después de que sus compañeros ya hayan caído, se tienen que limitar a hablar hasta que llegue el viernes. Y dado que son dos caballeros ingleses, educados, cultos y leídos, la conversación ha degenerado hasta el punto en el que Sirius tiene que cubrirse la cara con la almohada para ahogar la risa y Remus ya ha perdido toda esperanza por volver a respirar algún día. Ya no recuerdan el chascarrillo por el que se ríen, pero seguramente no era muy bueno, aunque da igual porque hace rato que se ríen porque no pueden reírse y por tanto, los sonidos que emiten para ahogar la risa son lo más gracioso que han oído en la vida, como poco. Cuando Sirius consigue controlarse lo suficiente para volver a hablar, se pregunta en voz alta cuándo se ha vuelto tan agilipollado.

-No me preguntes por qué, pero es culpa de los nazis, estoy seguro.

Remus tarda sus buenos cinco minutos en reunir fuerzas para responder.

-No puedes culpar a los nazis por todo, Sirius, y te lo está diciendo un judío.

-¿Que no?

No sobrevivirá a semejante estupidez, eso seguro, porque cuando Remus se cubre la boca con el antebrazo y patalea, y Sirius le dice: “¿y ahora qué coño haces, Lupin?”, el muy idiota le responde: “la risa tiene que salir por algún sitio”, como si estuviera científicamente comprobado que uno puede reírse a patadas.

Tardan un rato indecente en tranquilizarse porque cuando creen que ya están, basta con que uno diga “ya está” para que vuelvan a agonizar en silencio. Al final, cuando consiguen parar, se relajan como se relajaba la gente antes de la guerra. De verdad. Sin preocupaciones importantes.

No sabe cómo, pero está hablando de Blythe Manor y Remus lo está escuchando con esa atención que lo hace la única persona en el mundo con quien quiere compartir sus recuerdos.

La mansión de Whiltshire es tan bonita que siempre le ha parecido indecente que fuera construida por un Black hace trescientos años. La fachada de piedra milenaria, la escalinata tapizada, la balaustrada de caoba. El laberinto, el jardín de rosas blancas, el ático frío con las habitaciones del servicio. En invierno, la nieve es silenciosa. En verano, la lluvia es fresca. 

-Hay que pasearse por allí vestido con el tweed adecuado, ¿sabes? Es horrible. Ahora que lo pienso, te encantaría.

-No suena horrible. -Remus ya no se ríe, tan solo le sonríe con los ojos-. No suena horrible para nada.

Sirius nunca se había sentido en casa hasta que llegó a Francia, pero Blythe Mannor es lo más parecido a un hogar que ha tenido hasta entonces.

-La casa en Londres es… -No está seguro de poder definir alguna vez lo que significa crecer en el número 12 de Grimmauld Place, en Belgravia-, pero la casa de Whiltshire es lo mejor que han hecho los Black. Cuando herede, lo voy a vender todo menos Blythe Manor. Haré algo increíble allí, algo que cabree mucho a mi madre. Con un poco de suerte, igual hago que se convierta en espíritu y vuelva para atormentarme. -Se estira, suspira satisfecho-. Un fantasma es lo único que le falta a ese sitio encantado.

-Por cosas como esta, Sirius, tengo la ligera sospecha de que van a desheredarte.

Sirius sabe que si no lo han hecho ya, no van a hacerlo. Lo único peor que tenerlo por heredero es el escándalo que supondría ante sus amigos quitárselo todo a su primogénito.

-Están deseando que muera en esta guerra para dárselo todo a mi hermano.

-¿Tienes un hermano?

Sirius es capaz de quejarse de su padre, renegar de su madre y despotricar de toda su familia, pero hablar de su hermano le duele más que nada en el mundo. No puede compartir a Regulus con Remus. Aún no. Quizá no pueda nunca.

Lo peor de todo es que cuando Remus asiente, y no lo presiona, y lo comprende, tiene más ganas que nunca de hablar de Regulus. Se contiene. Repite, “te encantaría Blythe Manor, Doc”, Remus asiente y cierra los ojos para dormirse. Remus en el jardín, una mañana de verano, escribiendo sobre él en su libreta. Vino de la bodega de la casa, algo de comer, libros de la biblioteca, sol, nubes, cielo. 

La sensación angustiante de ahogo vuelve durante unos instantes, como una advertencia, y Sirius tiene que quedarse muy quieto, acostado en la cama en silencio. Esta vez ya sabe lo que va a experimentar, -el pecho ardiéndole, la visión borrosa, el calor en las mejillas y el sudor frío en la frente-, así que se concentra en respirar profundamente y espera a que pase. Al cabo de un par de minutos vuelve ver la habitación, los oídos dejan de zumbarle,y siente que puede respirar otra vez.

A su lado, Remus ya se ha dormido. La estrella de David descansa sobre su pecho en la cadena de plata. Sube y baja rítmicamente, suavemente, como el reloj que marca el paso del tiempo en todos los lugares del mundo.

Sirius se promete a sí mismo no pensar más en un futuro que contenga Blythe Manor y Remus, por su propia supervivencia.

 

VI

 

Cuando Shacklebolt los manda llamar a James y a él al despacho de Moody, su primer instinto es intentar recordar qué ha hecho mal. Es algo que lleva implantado en el recoveco más profundo de su mitocondria y que le empuja a reaccionar mal ante la autoridad. Ni qué decir que obedecer en el ejército le costó, al principio. Coño si le costó. Pero en cuanto vio que no todas las figuras paternas eran igual de malas que las que había experimentado hasta entonces, le dio hasta gusto obedecer. En especial a Shacklebolt, que los manda cuadrarse ante Moody y les regala una pequeña sonrisa satisfecha.

-Estos son mis dos mejores hombres, capitán.

Prewett 2 tiene mejor puntería, Davies es más ágil, Bill tiene más peligro con una granada que doce hombres juntos y Frank es una mole gigantesca capaz de cargar con un lanzamisiles durante kilómetros sin quejarse; pero los mejores hombres de Shacklebolt son ellos dos, James Potter y Sirius Black. Intenta que no se le note lo orgulloso que está de sí mismo en ese momento, toma nota de pedirle a Shacklebolt que lo adopte formalmente cuando vuelvan a Inglaterra y exhibe su mejor saludo militar.

-¿Es porque te salvaron el culo en Normandía, Kingsley? -Moody no parece nada impresionado por el sargento Potter y el cabo Black-. Yo también he salvado vidas, no te jode, y no me ves fardando todo el santo día.

Sirius y James se miran. No han fardado nunca jamás de lo que hicieron, pero vale. Encajan los ladridos de su capitán como pueden y cuando lo ven rodear la mesa para acercárseles, Sirius clava bien los pies en la tierra, preparándose. James pasa el escrutinio sin pena ni gloria. Sirius no tanto.

-Te pareces mucho a tu padre, chaval.

Lo tiene calado desde que lo vio, desde que supo cómo se apellidaba, desde que le puso la medalla en el pecho que no cree que merezca. Se hace un silencio denso mientras nota que se le encienden las mejillas.

-No, señor. -A su lado, la voz de James es de una lealtad inquebrantable, de hierro-. No se parece en nada a su padre.

Sirius sonríe. Cuesta sostenerle la mirada a Moody pese a que llevan ventaja en cantidad de ojos, pero lo consiguen. Por sus cojones que lo consiguen.

Shacklebolt asiente y su apoyo silencioso es lo que hace que al final, el capitán se limite a gruñir y a encogerse de hombros mientras se deja caer en la silla y se termina la petaca de un largo trago.

-Tenéis que contactar con la Resistencia francesa. Si hay alguien que pueda tener información sobre esto, son ellos.

Shacklebolt mira a Moody, Moody mira el fondo de su petaca y parece excesivamente frustrado por el hecho de que esté vacía. Necesita alcohol para decirles lo que tenga que decirles, así que los tres hombres esperan mientras saca una botella de whiskey del escritorio, le abre el precinto y se bebe aproximadamente un cuarto de un trago antes de gruñir algo ininteligible.

James entorna los ojos y se inclina hacia adelante para escuchar mejor.

-¿Disculpe, mi capitán?

Moody repite, pero no lo entienden. La botella se estrella en la mesa con un sonoro golpe.

-¡Skorzeny!

Sirius intenta hacer memoria; el nombre le sueña de algo, pero no sabe muy bien de qué. Es algo ruso, o checo, o austríaco. ¿Un arma? ¿Una ciudad que tomar?

-Tendrá que ser más específico, señor.

Moody no da señas de escucharles; está solo con sus temores en ese despacho. 

-¡Perro! ¡Fascista! ¡Las guerras no se luchan así, cobarde! 

Shacklebolt le da unas palmadas a su amigo pero no intenta quitarle la botella y lo deja murmurar un rato más antes de traducir el mensaje.

-Tenemos razones para creer que Otto Skorzeny se ha infiltrado en líneas aliadas, junto con un puñado de soldados que hablan inglés. -Ignora los insultos de Moody y alza un poco la voz para hacerse oír-. Se camuflan a la perfección, habrán cogido uniformes y armamento de prisioneros de guerra. Se hacen pasar por americanos y cambian señales de sitio, mandan a la gente al lugar equivocado, distribuyen información falsa. 

Moody gruñe tras la botella.

-Sospechamos que han matado a tres soldados cerca de aquí. -Su voz es un murmullo triste-. Y esa no es forma de morir, no señor. Así no tiene que morirse uno, engañado, como un perro, asesinado por la espalda. Y es más, Kingsley, -señala a su amigo con el dedo, advirtiéndolo-, te digo que cambiará a gente de bando. Hará que deserten, o algo peor. Y si no, al tiempo. ¡Al tiempo, te digo!

Es la expresión del capitán lo que hace que Sirius recuerde quién es exactamente Otto Skorzeny.

-Rescató a Mussolini de aquella prisión en la montaña. Aterrizó con un helicóptero y se lo llevó antes de que nadie pudiera siquiera entender qué estaba pasando.

La temperatura de la habitación ha bajado por lo menos cinco grados y ha helado el silencio, así que Sirius se calla el resto de cosas que sabe de aquél hombre: que cuando Hitler lo llamó a la Guarida del Lobo para encomendarle el rescate del Duce, Skorzeny juró que jamás perdonaría a los Aliados que les robaran la parte Austríaca del Tirol; que juró que moriría intentando destruir a los hombres que le habían quitado un pedazo de su país; que es un espadachín formidable, un saboteador profesional y un hombre sin nada que perder.

James traga saliva. 

Otto Skorzeny está ahí fuera, acechándolos como un animal salvaje. Shacklebolt suena muy convencido de que la Resistencia tendrá información sobre él, demasiado convencido para que sea verdad; Sirius ya sabe distinguir cuándo los mandos tienen esperanzas reales, o cuándo animan a las tropas con mentiras y se callan sus temores.

Moody insiste en que nadie salvo James puede tener la palabra clave que han acordado con la Resistencia, y que solo él debe saber el nombre del cabecilla. Ya no confía en nadie, eso es lo trágico. Y mucho menos en un Black. Eso también lo ha dejado claro.

Para entonces, la botella está casi vacía y su capitán se balancea peligrosamente. Sigue murmurando que aquella no es forma de luchar y que no va a permitir que sus hombres mueran así, con trucos de cobarde. Shacklebolt les pide ayuda para acostarlo en el catre y lo intenta tranquilizar con palabras suaves.

-Lo pillaremos antes de que llegue lejos, Alastor, te lo prometo.

Le quitan las botas, le quitan el parche y tras un leve forcejeo, le quitan la botella. Apagan la luz, lo dejan dormir. Su teniente los acompaña fuera del despacho, cierra la puerta tras él,  les da las coordenadas y les dice que cojan un máximo de cinco hombres para acompañarlos.

Sirius jura que nunca más hará bromas sobre el parche y la petaca de Moody, porque aquella noche han descubierto que la verdad es mucho más terrorífica que una mentira; que bajo el parche solo hay un ojo vacío, y en la petaca solo hay alcohol.

Deciden llevarse a Remus, porque es médico. A Peter, porque sabe alemán. Y a Bill y a Fabian, porque bueno, son Bill y Fabian. Los despiertan, les tienden los fusiles y en cinco minutos ya van marchando hacia el escondite de la resistencia.

Los soldados aún desconocen que al luchar contra los nazis, están luchando contra la encarnación misma del mal; hasta ahora, los alemanes tan solo han sido el enemigo en el campo de batalla y los pueden combatir con balas, y tanques, y coraje. Sin embargo, Otto Skorzeny infunde un miedo nuevo y aterrador. Real, incierto. En la sombra, no ha tenido que hacer nada para que, mientras caminan en silencio, James y Sirius se pregunten en quién pueden confiar. Y en quién no.

 

VII

 

-¿Es aquí?

-Imposible.

-Llevamos toda la noche dando vueltas, no podemos volver sin haber contactado con la Resistencia a menos que queramos que Shacklebolt nos mate y Moody implosione en mil pedazos.

-A estas alturas, me da igual si son de la Resistencia o no, con que hablen francés me vale.

El escuadrón está agazapado tras unas zarzas de moras -que pinchan-, viendo una casa abandonada -que está, a todas luces, desierta-. Desorientados. Soñolientos. Cansados. Y francamente, un poco humillados. El mapa y la brújula no mienten, pero tras más de hora y media de dar rodeos, tienen que admitir que allí no hay nadie.

-¿Pettigrew, qué pone en el cartel?

- Pone “Achtung, Schützenabwehrmine".

-Coño, Peter, que soy Infante pero incluso yo sé leer. 

-¡Traduce, idiota!

-Pone “cuidado, minas”.

-¿Nos hemos equivocado?

-Patético, caballeros. -Remus interviene por primera vez en toda la noche.

-No ayudas, Lupin.

-¡Sí, cállate, Remus!

James pide silencio, extiende el mapa sobre la espalda de Sirius, frunce el ceño.

-¡Pero si estas son las coordenadas!

Sirius señala el cartel, que tampoco está exento de lógica.

-Y esto es un campo de minas, sargento.

Peter los hace callar.

-Es aquí, definitivamente -Por toda explicación, señala el gato naranja que sale de la casa. Está lustroso y se relame leche de los bigotes mientras se va de paseo nocturno. En una Francia apocalíptica donde la gente pasa hambre ya no quedan gatos callejeros, Peter ha deducido que esa casa en realidad no está abandonada, y ese campo de minas con su cartel escrito en alemán es una maniobra de distracción. 

James deja el fusil en el suelo y se arrodilla. 

-¡Ven, gatito!

El gato lo ignora él olímpicamente, por lo que Remus señala lo obvio.

-Es francés, sargento, no te entiende.

James acalla las risas de sus hombres y se acerca al animal, haciéndole pspspspsps y enseñándole comida imaginaria para engañarlo. El gato se lo mira con un poco más de interés, pero no demasiado.

Tras ellos, se oye un suave click.

Inconfundible.

No lo han escuchado acercarse. 

El hombre que hay tras ellos carga el fusil.

Peter farfulla algo en alemán que suena a súplica; a su lado, Remus y Bill cierran los ojos, esperando el tiro que está a punto de llegar. La expresión de Fabian es de rabia absoluta, porque siempre ha querido morir peleando, no asesinado por la espalda. Sirius calcula que si solo hay un hombre, le dará tiempo de matar a dos de los suyos antes de que los supervivientes puedan echar mano de sus armas. James se levanta lentamente con las manos en la nuca.

Y se arriesga. Un paso suicida, en lugar de rendirse ante el alemán propietario de sus vidas.

-¿Flash?

Dice la palabra en clave. Tras ellos, le responde una voz mucho más musical de lo que esperaban.

-Thunder.

Tiene acento francés. 

Se giran todos a una.

Ni las hermanas mayores de sus amigos, ni las chicas de los teatros de Londres. Ni las enfermeras, ni las francesas que subieron con ellos al tanque de Mauvaines. Ni las actrices de cine, ni las musas de los cuadros; ni siquiera las mujeres de su imaginación. 

No hay nadie como ella.

Viste de soldado, con pantalón de camuflaje y botas embarradas. Las manos esbeltas los encañonan con un fusil ruso mientras evalúa si matarlos o dejarlos vivir.

James duda, pese a que no hay duda.

-¿Delacour?

Tiene el pelo de luna líquida, la cara blanca, los ojos llenos de estrellas. Toda ella es celeste y ha bajado esa noche a la Tierra para mostrarse ante ellos. 

La jefa de la célula de la Resistencia ni se molesta en asentir mientras echa a andar a través del falso campo de minas. 

El gato la sigue. 

Los hombres también.

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