
Capítulo 8
I
Sirius está cabreado con Hitler, con la guerra, con la munición de ocho milímetros, con los cañones que arrancan extremidades de cuajo, con los francotiradores. Y puede que con James Potter también, un poquito. Pero por una vez en la vida, decide usar la poca contención que tiene en el cuerpo y en lugar de arrinconarlo, pegarle un puñetazo y preguntarle por qué no lo ha puesto más veces con Lupin cuando han tenido la oportunidad, opta por sobornarlo primero. Con uno de los cigarros americanos que le regaló Lily, nada menos.
Marchan hacia Amiens. James se guarda el cigarrillo en la casaca porque tienen prohibido fumar, claro, y le da las gracias, el imbécil, sonriéndole mientras se sube las gafas con el dedo. Está tierno el chaval, con su insignia de sargento recién estrenada. Está incluso adorable. El muy inútil.
-Potter, ¿se puede saber por qué cojones solo he tenido una guardia con Lupin y cinco con Peter?
Igual no ha sido consciente de sus propias limitaciones y ha subestimado sus dotes diplomáticas, pero es que enfadado es poco, joder; está cabreadísimo. Sobre todo, porque James no lo niega. Tan solo suspira, como si hubiese estado esperando esa conversación.
-Porque no quiero que lo protejas, Sirius.
Espera que su cara exprese el “pero de qué coño me estás hablando” que no puede decirle a un superior. James debe intuir que no va a contentarse con su frasecilla estúpida como explicación, porque se arma de paciencia antes de continuar.
-Lo tratas diferente. No te metes con él como te metes conmigo o con Frank, o con… no sé. Siempre te pones a su lado, nunca lo pierdes de vista. ¿Has estado alguna vez en batalla sin saber su posición?
-Pues claro que sí, ¿estás tonto?
-Me da miedo de que cometas un error que os haga morir a los dos.
-¿Has bebido de la petaca de Moody, Potter?
-Yo qué sé. Siempre lo haces reír, siempre te ríes con él -va y dice, como si todas esas palabras juntas formaran una frase con sentido.
-Es que Lupin es gracioso, James, por si no te habías dado cuenta.
-Sirius. Eres diferente cuando estás con él. Más protector, más… suave.
Su sargento se ha vuelto loco, hay que aceptarlo. Una pena que haya sido justo antes de una batalla pero qué se le va a hacer, cosas peores se han visto.
-¿Qué significa eso? -Antes de que James pueda responder, Sirius lo interrumpe-. Mira quién fue a hablar. Por si no lo has notado, Pettigrew te sigue como un perrillo faldero. Pettigrew, James. Pettigrew. -Repite, por si acaso no lo ha oído-. Es un cero a la izquierda, un cero como una catedral. Algún día hará que los alemanes ganen la guerra, te lo juro, no sé cómo, pero se las ingeniará para hacer explotar el campamento entero, o matará al General Montgomery de aburrimiento con una de sus estúpidas historias, o...
-Peter solo necesita que le griten un poco para espabilar y mover el culo; Remus es diferente. No necesita que lo protejan. No es un recluta recién llegado, es un soldado ágil, con puntería, que sabe dominar el miedo.
-¿Te crees que no lo sé? Coño, James, que lo visto bromear con los heridos mientras les venda los muñones. Lupin es el hijo de perra más duro de toda la compañía.
-Ya lo sé, y por eso me preocupa tu actitud con él. Lo proteges porque quieres , Sirius. Y eso me parece peligroso.
-¿Proteger? ¿Cómo que proteger? ¿A quien protejo yo? -Le lanza las preguntas como munición de su ametralladora, en susurros que están empezando a hacer que los soldados de su alrededor se vuelvan para mirarlos-. Por si no te das cuenta, James, somos la vanguardia del ejército Inglés y vamos a conquistar una ciudad en inferioridad numérica, y ya descubrimos que a los nazis les importa bien poco si eres médico o si eres Jesucristo reencarnado, así que si puedes decirme cómo proteger a Lupin, o a quien sea, te lo agradecería. Bastante. Mucho.
-Remus estaba yendo a ayudar al herido, Sirius. Estaba haciendo su trabajo hasta que tú lo frenaste y no te atrevas a decirme que no me alegro de que se salvase, pero desobedeciste una orden directa, desatendiste tu flanco para rezagarte con Lupin y dejaste a Davies y a Peter con el culo al aire. Y tanto Roger Davies como Peter Pettigrew valen igual que Remus Lupin.
Bueno, bueno, bueno, eso sí que no. Es que ni combinados. Tampoco le parece necesario remarcarlo porque su sargento está un poco cabreado -todo lo cabreado que puede estar un buenazo como él, que no es mucho- y lleva un poco de razón en lo de haberlos dejado con el culo al aire. No se lo va a decir, claro, faltaría más; se contenta con un silencio ofendido que James toma como un trampolín para seguir con su bronca.
-Yo qué sé qué rollo te llevas con él, si lo ves como un hermano pequeño, o es tu mejor amigo…
-Mi mejor amigo eres tú, sargento.
-... o te sientes caballeroso con él, porque -baja la voz y lo agarra del pescuezo para juntar las cabezas hasta que quedan mejilla contra mejilla- ya sabes, es como es.
-¿Y cómo es, Jimmy? -pregunta, con el único propósito de verlo sonrojarse.
-Joder, Sirius. ¿Me lo vas a hacer decir?
-¿Rubio? ¿Alto? ¿Con una cruz roja muy grande en el casco?
-Es… -Busca la palabra que defina pero que no le parezca malsonante. No la encuentra, la verdad-. Un poco marica.
-Creo que es marica por completo, Jimmy. Me parece. Tengo esa sensación.
Ducha, suspiros ahogados, ¿crees que Gary Cooper te haría volar? . Vamos, está bastante seguro.
A Sirius le da irremediablemente la risa hasta que se ahoga, pero a James el asunto no le parece nada gracioso.
-Vale, lo que sea. Que te estás encariñando con él, Sirius, y alguien tiene que decírtelo porque os vais a acabar haciendo daño.
Lívido no; está tan enfadado que habría que inventar una palabra para lo enfadado que está, pero el problema es que uno no puede estar enfadado mucho tiempo con James Potter, sobre todo cuando tiene esa mirada, como disculpándose, frotándose los ojos bajo las gafas y suspirando con un cansancio impropio de un hombre tan joven.
-No lo sé, Sirius. Es que no quiero que os pase nada. Lo hago lo mejor que puedo. -Se encoge de hombros, cansado de discutir-. Cuando volvamos cambiaré las guardias, si quieres.
Se le ve muy solo en la cima, un lugar que ha ocupado sin quejarse pese a que aún no le tocaba.
-Jimmy.
Echa de menos todo lo que no han pasado juntos aún, da gracias a esa guerra por haberle puesto a James en su vida y la maldice por poder quitárselo en cualquier momento.
-Qué.
No le dice nada de eso, claro.
-Te seguiría hasta el infierno, gilipollas.
La sonrisa de James ilumina un poco el camino. Ya está, es todo el afecto que dos soldados pueden aguantar decirse. Se palmean la espalda bien fuerte, para compensar, se chinchan un rato, se hacen la traveta, se pinchan en los costados.
-Y otra cosa, Black. -Le señala a Remus con la cabeza-. Empieza a llamarlo por su nombre de pila, por favor te lo pido. Es muy raro que siempre lo llames Lupin, empieza a dar grima.
Cabreado no. Lívido tampoco.
Sirius quiere matarlo.
II
Y James tiene razón otra vez, claro. Sería horrible estar equivocado dos veces en una misma mañana si no fuera porque, por suerte, él nunca se equivoca.
El caso es que en el momento en el que se da cuenta de que ha estado evitando el nombre de Remus, es lo único en lo que puede pensar. Gracias, sargento Potter, en serio. Tiene el nombre en la cabeza y eso le da náuseas, le hace sentir que lleva un peso enorme dentro del pecho y que está atrapado y no puede escapar. Le mira la nuca, -la maldita nunca en la que no se fijó en Inglaterra, cuando tuvo ocho meses enteros para hacerlo-, y quiere traspasarla y hablarle en la cabeza sin que nadie más los oiga. Cuando divisa Amiens a lo lejos, hirviendo de actividad, con todas las defensas a punto para recibirlos, tiene ganas de llorar.
Shacklebolt y Moody hablan en susurros. Parece que se ponen de acuerdo, porque Moody les hace señas y los separa en dos mitades para tomar la ciudad por dos extremos. El teniente y el capitán se dicen las últimas palabras, un chiste privado que les hace reírse. Se saludan como militares y se dan la mano como amigos, y luego Moody se lleva la mitad de los soldados, Remus entre ellos. Se lo llevan antes de que pueda despedirse. El escuadrón se queda sin su médico y les asignan a otro en quien Sirius ni se fija; es simplemente un hombre que acudirá si lo hieren y aún tiene fuerzas para llamarlo. No es Remus. Y eso es todo lo que importa.
III
James y Shacklebolt se agachan frente a ellos para preparar las instrucciones que ya se saben de memoria: hay que llegar al centro de la ciudad, donde está el almacén de armamento alemán según los últimos datos de Inteligencia. El cuerpo de Ingenieros ya ha corroborado la hipótesis: Amiens es la ciudad más cercana a las principales rutas alemanas y su estructura de calles pequeñas con recovecos la convierte en la fortificación perfecta. La única gran avenida por donde los tanques aliados podrían entrar está fuertemente protegida, así que la quinta compañía deberá conquistarla a pie. Por si fuera poco, el cielo está nublado y aunque se está despejando, el apoyo aéreo tendrá poca visibilidad y puede que no llegue a tiempo.
Los camiones de Intendencia ya están allí con todo lo necesario: granadas, minas, misiles antitanques y munición para los fusiles semiautomáticos. Los infantes se arman hasta los dientes, y se ayudan los unos a los otros a atarse bien los chalecos y a llenarse los bolsillos cargadores. En las colinas, se distinguen los misiles ingleses colocados estratégicamente, apuntando a la ciudad. Están allí para apoyar y proteger, pero todos saben que la ciudad no va a tomarse sin grandes dosis de riesgo y temeridad.
Para iniciar una ofensiva con posibilidades de éxito, un ejército necesita una ventaja numérica del doble de soldados. Calculan que en Amiens les esperan unos doscientos alemanes; ellos son setenta.
Las perspectivas no son alentadoras, pero los hombres de la quinta compañía harán lo que les enseñaron durante meses de entrenamiento, lo que mejor saben hacer: conquistar Amiens, calle a calle; asegurar el perímetro poco a poco hasta llegar al centro; hacer volar el almacén de artillería alemana y retirarse. La estrategia es simple: entrar en la ciudad todos a una, su mitad por el Este y la mitad de Moody -la de Remus- por el Oeste con granadas para despejar edificios enteros, misiles para desarticular la artillería pesada y fusiles para disparar con precisión. Davies y Sirius encontrarán un lugar alto donde asentar la ametralladora, Prewett 2 y su fusil ruso irán a un lugar más alto aún, y los alemanes serán como hormigas, y ellos tendrán la lupa para matarlos, y no podrán escapar, y ganarán, claro que ganarán.
IV
Hay miradas asustadas y miradas decididas. Sirius se traga el miedo que le ronda el estómago y que se mezcla con esa rabia que siente justo antes de combatir, esa agresividad inmensa que le sustituye las ganas de protegerse por las ganas de matar. Shacklebolt le hace señas a Frank y éste se instala unos cuantos metros a la izquierda. A las doce y veinte exactamente, dispara el PIAT contra el edificio más cercano. Para cuando la nube de polvo se disipa y los alemanes descubren de dónde ha venido el misil, Frank ya ha regresado con ellos y la quinta compañía carga hacia Amiens.
Es triunfar o morir, más que nunca. No hay otra opción.
Cruzan el terreno llano y en cuanto se pegan a las paredes de los edificios ya disponen de algo de cubierto. Bill lanza una granada al otro lado de la calle; describe una parábola perfecta y entra por una ventana sin cristales. Explota, se oyen gritos en el interior, Lee y Pettigrew entran y rematan. En la parte superior no debe haber nadie -esperan- así que el edificio es perfecto para la ametralladora. Davies y él se miran y asienten, y tras ellos James se dispone a cubrirlos. Roger es ágil aún con la ametralladora a la espalda porque cruza rápido, en un visto y no visto ya está dentro. Sirius tan solo tiene que seguirlo. Un momento y estará a salvo.
Casi lo consigue.
Casi.
Está a medio camino cuando oye a James caer tras él.
Frena en seco, se da la vuelta.
Sangre.
Todo lleno de sangre. Le han dado en la pierna, quizás, o en la ingle. O más arriba. Por favor, por favor, que no me lo hayan herido en la barriga. Tiene pocos segundos para ponerlo a cubierto. Diez, a lo sumo, antes de que los alemanes vuelvan a fijarse en ellos.
Mira a su alrededor.
Uno.
En una fracción de segundo valora si retroceder con él o arrastrarlo hasta dentro del edificio. Se decide por la segunda opción, aunque esté más lejos.
Dos.
James grita como un animal, se lleva la mano donde le arde el cuerpo, llama a un médico.
Tres .
Lo carga a hombros.
Cuatro .
Echa a correr.
Cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez .
Descarga a James en el suelo, sigue vivo, tiene toda la casaca manchada de sangre, se retuerce y cuando retira la mano, el suelo se empapa y el aire huele a metal.
-¡Médico!
Sirius se agacha y le rompe la chaqueta para encontrar la herida. Nada, no ve nada. ¿O sí? Hay sangre por todas partes. Le levanta la camiseta. Tampoco. ¿De dónde sale la sangre?
-¡Es la pierna, es la pierna!
Gracias, Dios, gracias. La herida está muy arriba pero está lejos de la arteria y es perfecta para hacerle un torniquete. Se quita la chaqueta e intenta rasgarla para conseguir tela porque se le ha olvidado donde tiene el torniquete reglamentario, pero como no puede, acaba quitándose la camiseta y enrollándola alrededor de la pierna. Cuando aprieta, James grita y llora, y pide un médico con todas sus fuerzas, intenta controlar las arcadas y evita mirarse la pierna para no desmayarse.
Alguien acude, al fin. Sirius da gracias de que sea de los suyos porque si hubiese sido un alemán, ya estarían muertos. Menuda manera de irse de este mundo, James desangrándose y él sin camiseta, con el torso desnudo y las manos llenas de la sangre de su mejor amigo.
Remus se deja caer junto a ellos, evalúa la situación en un momento y fija la mirada en los ojos de James. Le pide que respire, “así, muy bien, inspira y exhala, muy bien”, y James deja de llorar y se concentra en inspirar por la nariz y exhalar por la boca, “Sirius, ponte la chaqueta y colócate bien el casco”. Ambos le obedecen mecánicamente y hay algo en la presencia de Remus que disipa la niebla de sus mentes y les hace pensar con claridad.
-No es nada, sargento -Remus aprieta bien el torniquete, que está demasiado suelto, y calma a James, que está demasiado asustado.
-¿Lo tengo todo? -Dice James-. ¿Todo?
Remus apenas le escucha, tan solo le sonríe tranquilizadoramente mientras abre el botiquín.
-Las dos piernas, Jimmy, tranquilo, no es metralla, es una bala.
James lo coge por la casaca para que le preste atención.
-¡No, Remus! ¡Todo lo demás!
Hay que joderse. Remus y él se miran, y Sirius echa un vistazo dentro del pantalón.
-A no ser que la tuvieras enorme, Potter, y creo recordar que no demasiado, todo está en su sitio.
-¿Y los dos…?
-¡Que sí, James, por Dios!
Respira aliviado. Está pálido, muy pálido, alarmantemente pálido.
-Jimmy, escúchame. -Remus lo zarandea un poco para que se concentre-. La línea de evacuación no está abierta, así que no puedes irte aún. Voy a tener que sacarte la bala ahora. Lo he hecho antes y no está cerca de ninguna arteria así que no hay nada de lo que preocuparse, ¿de acuerdo?. Venga, cuenta hasta tres. Uno, dos…
James asiente y no pregunta qué pasará si no le sacan la bala. Claramente no hay otra opción, pero Remus no deja que cunda el pánico y antes que James proteste ya tiene el dedo en la herida y está hurgando para sacar la bala. La sangre sale a borbotones, negra, empapando el suelo, y James grita pero Remus sigue impasible, buscando en la carne hasta que consigue sacar la bala. Tras echar un vistazo a la herida, la venda con fuerza y vuelve a apretar el torniquete. Señala por la ventana.
-La evacuación de los heridos se hará por donde habéis venido. En cuanto pueda, volveré a buscarte. Si no vuelvo, escúchame, es importante, si no vuelvo tienes que irte hacia allí, habrá un camión esperando.
Lo llama alguien, otro herido que necesita más ayuda que James. Remus los mira por última vez, no puede hacer nada más por él, así que recoge sus cosas, empuña el fusil y se pierde en el caos.
-Yo también tengo que irme, Jimmy.
Los están masacrando, Davies lo espera arriba con la ametralladora, su compañía lo necesita. James asiente temblorosamente y antes de subir las escaleras, Sirius se asegura de que recuerda a dónde tiene que dirigirse. Le pide que señale el camino y James lo hace sin vacilar. Dice “camión, allí”, Sirius asiente y se marcha, sabiendo que si se entretiene no tendrá valor para irse.
V
Davies se ha instalado tras una ventana polvorienta. Ha roto un cristal y el cañón de la ametralladora está lo suficientemente camuflado como para que los alemanes tarden muchísimo en verlos, si es que lo consiguen.
-Let’s give them hell, Black.
Sirius toma el mando y por la mirilla va fijando el objetivo. Davies dice: “¿James?”, él responde: “bien, vivo”, mientras mata alemanes. Apunta a los cuerpos y cuando caen, a la cabeza. Roger le aguanta las balas, Sirius dispara una y otra vez, pero no importa a cuántos mate, aparecen más. El suelo está regado de casquetes y fuera cada vez hay menos ingleses.
Cuando el cañón de la ametralladora se calienta y Davies lo cambia, se cruzan miradas y Sirius sabe que piensa lo mismo que él: hay demasiados nazis. Tarde o temprano van a descubrir su escondite y será cuestión de tiempo de que un misil los alcance.
-¿Un par de minutos más?
Roger asiente. Miran los relojes. La ciudad debería ser suya ya. Algo va mal . Se dan esos dos minutos para seguir disparando y después cambiarán de posición, tratarán de reagruparse y buscarán un superior que les dé instrucciones; y no lo dicen, pero ambos saben que están perdiendo, simplemente. Por primera vez desde que llegaron a Normandía, van a tener que retirarse.
VI
Tienen un sitio privilegiado desde ese segundo piso. Entradas en primera fila, platea frente al escenario. Sirius presiente lo que va a pasar, lo siente bajo la carne, en los huesos, en la sangre. Bill Weasley corre junto a otro grupo de soldados y van demasiado cerca unos de otros, son el objetivo perfecto. El misil alemán hace que los cuatro cuerpos se dispersen en todas direcciones y ninguno da señales de vida salvo Bill, que aún conserva todas las extremidades pero la cara, Dios, la cara , es una masa ensangrentada. Se lleva las manos a las mejillas y pide un médico a alaridos mientras ellos lo cubren con la ametralladora. Los operarios del misil desaparecen con los disparos de Sirius, pero para cuando ve que Remus se aproxima, ya han llegado más soldados. Dispara con precisión y le da unos segundos de ventaja, lo justo para hacer que el misil alemán falle pero no del todo; Bill y Remus vuelan por la fuerza de la onda expansiva, se estrellan contra una pared y cuando caen al suelo, no se mueven.
Sirius le pide a Davies que lo cubra, y su compañero ya lo está haciendo sin que tenga que decírselo. La ráfaga de la ametralladora es implacable y le deja un espacio de unos pocos momentos para llegar hasta los heridos antes de que el cañón se caliente y Davies tenga que cambiarlo.
Solo tiene tiempo para salvar a uno y se le hace difícil asumir que sea una decisión tan fácil. Deja al chico de la medalla, al asesino de los tanques, al chaval más joven de la compañía, y coge al médico para cargarlo a los hombros en ese movimiento que ha hecho decenas de veces.
-¡Ahora vuelvo a por ti, Weasley! -y cuando grita, espera que pueda ser verdad, pero no lo sabe.
Regresa al edificio. No se ha dado cuenta cuando ha bajado las escaleras de tres en tres, pero James ya no está. En su lugar solo hay una gigantesca mancha de sangre, aún fresca. La ametralladora de Davies se calla y entonces oye disparos pero no sabe de dónde vienen, no sabe si es fuego que cubre a Bill o que lo mata. Imposible saberlo, imposible mirar. Deja a Remus en el suelo con toda la delicadeza de la que es capaz y no puede reprimir un grito cuando le ve la cara en carne viva, roja . Si Remus sobrevive, le van a quedar cicatrices para toda la vida, pero eso es lo de menos ahora mismo porque sabe que los hombres se pueden morir de dolor, que a veces el cuerpo no puede más y se apaga bruscamente para dejar de sentir, y eso no puede pasarle a ese soldado, coño, a su médico, a su Lupin , al que más merece vivir de todo Amiens.
-¿Qué hago, Remus? ¡Dime qué hago!
Las manos le tiemblan cuando se le señala al botiquín. Sirius le acerca el oído a los labios y escucha “morfina”, y no sabe cómo lo hace pero tiene en las manos la jeringa y la botella, pincha para extraer el contenido amarillo, y se la clava en el cuello.
-¿Cuánta? Remus, ¿cuánta?
Escucha “cinco”, espera que sea eso lo que necesite y no lo mate de una sobredosis. Le inyecta cinco mililitros y Remus relaja el abrazo, y las manos no le tiemblan tanto cuando se las lleva al pecho, y se saca la cadena con la estrella de David.
-Para tu padre, Remus, no me he olvidado. -Le vuelve a guardar la cadena dentro de la camiseta-. Pero se la llevarás tú, no te preocupes.
Ha aprendido de él que cuando un soldado está herido de gravedad, siempre dice sus últimas voluntades. Cuando siente que se muere, pide por sus amigos y su familia. Dile que la quiero, dile que fue rápido. Es como hacer un testamento para poder estar en paz y morir con tranquilidad. Remus no pide por nadie, pero quiere decirle algo. Mientras Sirius está pensando en cómo puede sacarlo de allí, Lupin lo apremia para que lo escuche. Dice “libreta”, y luego dice “Lily” con su último aliento.
-¿Libreta? ¿Lily tiene una libreta tuya?
Remus asiente, o le parece que asiente porque Dios, se me va, se me está yendo, se le cierran los ojos y objetivamente lo está mirando pero en realidad ya no ve nada.
-Para ti -dice, como si le costase la vida hablar. Igual es así, igual es que por primera vez no están triunfando. Están muriendo.
-Vale, la libreta que tiene Lily es para mí, pero no te preocupes, Remus, me la darás tú mismo cuando volvamos. -Remus no da señales de haberlo escuchado, coño, Remus, no te me mueras. Ya no está despierto. Lo zarandea, intenta notarle el pulso pero, joder, joder, joder, no puede concentrarse con tantos tiros y tantas bombas y tantos gritos-. Remus, escúchame, despierta, Remus, dime algo, lo que sea, vamos, Remus. -Se inclina para intentar escucharle el corazón y oye un latido. Claramente. Uno solo. El siguiente tarda demasiado en llegar.
El pánico se apodera de él.
A la mierda.
Tras una breve vacilación, suelta el fusil, el botiquín y todo lo que vaya a entorpecerle el paso; y aunque Remus no lo oye, le promete sacarlo de allí o morir intentándolo mientras lo carga a hombros y sale sin pensar, cruzando a campo abierto sin nadie que lo cubra, sin nadie que lo ayude, sin poder defenderse.
Las balas se estrellan a sus pies y levantan polvo, escucha los gritos y soldados de los suyos apremiándolo al otro lado y al fin, al fin, gracias a Dios, consigue llegar al camión. Varios brazos cogen a Remus a peso y luego lo alzan a él mientras arrancan.
Está aguantando la respiración cuando un misil alemán se estrella justo donde el camión estaba un momento antes; derrapan y no se salen de la carretera de milagro. El siguiente misil ya no les alcanza, el otro suena más lejos, y cuando se meten en el bosque, sabe que ya están a salvo.
VII
Amiens seguirá siendo alemana dos días más, hasta que el tiempo mejore y la aviación de la RAF y la UAF la destruya hasta los cimientos. Los enviaron a conquistar, pero ni la estrategia ni la información ni los objetivos han servido de nada. No han podido más que sobrevivir y salvarse entre ellos, a duras penas.
Para cuando Amiens desaparece del mapa, ya es tarde. Los alemanes ya han salvado la munición y la artillería que tenían almacenada, que era la única razón por la que los mandaron allí. La ciudad está reducida a polvo sin motivo, y la quinta compañía queda irremediablemente diezmada.
VIII
Ha habido bajas. Muchas bajas. Por encima del hombro, Sirius ve que solo han necesitado cuatro camiones para evacuar a todos los supervivientes.
-¿Y Lee?
Nadie contesta. Sirius no vuelve a preguntar por él.
Los médicos de la retaguardia ya los estaban esperando y viajan con ellos, intentando que los heridos graves sobrevivan hasta el hospital de campaña.
-El brazo, Black. Déjame verlo.
Snape lo apremia y solo cuando le retira la chaqueta, ve que la tiene mojada de sangre. Es extraño, porque no nota la humedad. Debería notarla, pero no siente nada. Snape le pregunta si le duele y le dice que está muy pálido, y él tan solo niega con la cabeza primero y se encoge de hombros después. Tiene una herida profunda, y cuando se la limpian con una gasa se oye a sí mismo gritar, pero la verdad es que es un dolor sordo, como si lo estuviera sintiendo otra persona. En un momento, Snape le ha vendado el brazo, le ha pinchado un poco de morfina y se ha marchado con otro paciente, y Sirius se queda en la misma posición en la que estaba, escuchando su propia respiración, en silencio.
Cada vez que inspira aire ve más cosas, oye más cosas, siente más cosas. James le sonríe débilmente, apoyado la cabeza en el hombro de Davies, que tiene un tajo feo en el pecho pero por lo demás parece ileso. Los dos levantan el pulgar y él les corresponde, aunque su cerebro no haya dado la orden de hacerlo.
Es raro.
Shacklebolt se deja curar la pierna sin prestarle ninguna atención al médico. Está hablando con Frank, que le señala a Peter con grandes aspavientos. Se le acerca y le quita el fusil, y cuando toca el cañón debe notar que está frío y que Peter no ha disparado una sola bala porque coño, se cabrea y empieza a gritarle con una ira enajenada, dolida, rabiosa. ¿Es posible que haya terminado el asalto con las mismas balas en la recámara con las que empezó? El camión traquetea, Shacklebolt grita y Peter llora, simplemente, porque quiere volver a casa.
Como James no puede levantarse para abrazarlo, lo hace él. Se pone en pie, se sienta a su lado y le pasa un brazo por los hombros para que no tenga que llorar solo.
Es muy raro lo de no sentir nada.
Es terrorífico.
Snape se acerca a dos soldados que están tendidos en el suelo del camión. Son Bill y Remus. Bill tiene peor pinta y está inconsciente, Remus está muy quieto y la sangre le gotea por las mejillas y la barbilla. Tiene la nariz rota y un tajo enorme que va desde la ceja izquierda hasta la oreja derecha y le atraviesa toda la cara. El labio es una masa hinchada, partida por la mitad, y los ojos están amoratados. Lo último que Sirius ve antes de que Snape le vende la cara es su expresión de dolor extremo, un dolor que aún amortiguado por la morfina no le permite decir nada y tan solo le deja fuerzas para asentir o negar cuando Snape le hace preguntas.
Sirius deja a Peter y se agacha al lado de Remus. Se quita la chaqueta y se la pone debajo de la cabeza para amortiguar los baches de la carretera, le saca la estrella del cuello y se acerca a la mano, para que pueda notarla con los dedos.
-Estoy aquí, contigo. -Le susurra-. Remus, estoy aquí.
Al principio no sabe si le ha oído, pero entonces Remus asiente levemente y aprieta la estrella en el puño; y de golpe, Sirius lo siente todo: el olor de sus cuerpos, la derrota, las ganas de vivir. Todo. Siente tanto que casi preferiría no sentir absolutamente nada.
Se escuchan gritos en el camión que va tras ellos. El soldado lleva gritando desde que salieron de Amiens y debe estar muy mal herido porque llama a su madre, como hacen todos los hombres para los que no hay esperanza. Sus gritos dejan de oírse poco antes de que el convoy llegue al campamento. El infante muere; y entonces se hace el silencio de la derrota, el silencio que hasta entonces solo han oído al triunfar, y que ahora saben que pueden escuchar al morir.