
Capítulo 6
I
La entrega de medallas se hace al día siguiente, a dos días de su vuelta al frente. Van a repartir tres: una para James, otra para Sirius, y otra para un soldado jovencísimo que subió a un tanque alemán, abrió la compuerta y tiró una granada dentro. Sirius tiene la esperanza de que sea Shacklebolt el que se las dé, pero aparentemente va a ser el nuevo capitán, un tal Moody, quien haga los honores.
-Para que tenga más pompa, supongo -le susurra James, sin quitar la vista de la fila de enfermeras que han salido a verlos.
Sirius le echa una mirada escéptica a Moody, que aparece con la camisa fuera del pantalón, las botas llenas de barro y cara de pocas ganas de ceremonia. Coge las tres medallas como si sostuviera un ratón muerto, se les acerca con un par de zancadas renqueantes y se planta ante el soldado del tanque, que traga saliva e intenta por todos sus medios no recular.
-¿A cuántos nazis mataste, chico?
-No sé, mi capitán, -balbucea-, supongo que a todos los que estuvieran dentro del tanque, señor.
Moody exhibe algo parecido a una sonrisa en la cara llena de cicatrices y le da unos cuantos bofetones cariñosos al chaval. Luego atraviesa a Sirius con la mirada.
-¿Y tú?
Sirius también hace un esfuerzo sobrehumano por no recular, aunque sea solo por principios.
-La medalla es por un rescate, mi capitán, no por infligir bajas al enemigo.
Y por principios tampoco farfulla, pero es que el capitán lleva un parque en el ojo, una ristra incontable de condecoraciones en la casaca y no debe medir más de metro setenta pero parece que les saque a todos tres cabezas como mínimo. Moody se lo queda mirando durante un largo rato, le planta la medalla en el pecho y se dirige hacia James sin hacer ningún comentario.
-Cuatro, mi capitán, -el sargento Potter ya tiene su respuesta preparada, una mentira dicha con una cara dura admirable-, más o menos.
Moody le escruta el alma con el ojo bueno y parece darse por satisfecho, porque le da una palmada en el hombro que hubiera tirado al suelo a cualquier soldado con menos jeta, le sonríe con todas las cicatrices de la cara y le estrecha la mano con un crujido de nudillos que se oye por todo el campamento.
Es evidente que los superiores de Moody esperaban que diera un discurso, unas palabras sobre la valentía de los tres soldados que se han ganado las primeras medallas del Desembarco. La multitud está expectante, en un silencio sepulcral; pero Moody parece considerar que ladrar “¡alerta permanente!” encapsula todo lo que piensa sobre la Segunda Guerra Mundial, porque tras gritarlo un par de veces a pleno pulmón se larga por donde ha venido, no sin antes pegarle un buen trago a una petaca de aspecto peligroso. Sirius se siente algo estúpido con la medalla en el pecho, recto como un soldadito de plomo, con su uniforme limpio para la ocasión, hasta que sus compañeros rompen filas con el permiso de Shacklebolt y vienen a felicitarlo. Su teniente pronuncia las palabras “sangre fría, temple e incuestionable valor” mientras les estrecha la mano a cada uno y a Sirius le cuesta un poco asimilar que se está refiriendo a ellos. A él.
No se sintió valeroso corriendo en la playa de Normandía, con las balas alemanas levantando polvo a sus pies, pensando únicamente en vivir, luchando por aguantarse las lágrimas cuando vio la pila de hombres que los nazis habían matado.
Se lo confiesa a Lupin cuando se quedan rezagados mientras los demás se adelantan para celebrar su medalla con unas cervezas.
-Me siento como un estafador. -Dice entre susurros, mientras se quita la medalla para observarla-. Pensé que me iba a morir del miedo.
-Yo también pensé que ibas a morir. -Lupin lo mira fijamente, con esos ojos tan claros y tan herméticos-. Supongo que eso es ser valiente; saber cómo dominar el miedo.
Sirius le pone la medalla en las manos.
-Mándasela a tu familia. Diles que me la guarden hasta que acabe la guerra, -Remus no dice nada, escuchándolo todo con su silencio-, porque mi madre la tiraría a la basura. -Sabe que es estúpido pedirle perdón por algo que él no ha hecho y que escapa a su control, pero siente que tiene que confesar, tiene que expiarse-. Es una nazi. De las de verdad. De las de la Unión Fascista Británica. Manda dinero a Alemania, mi padre tiene un lobby que… bueno, es igual. ¿Me guardas la medalla?
Se da cuenta de que Lupin ni siquiera ha aceptado, y entonces piensa que podría haber hecho las cosas mejor, podría haberle confesado lo que todos sospechaban a alguien que no fuera judío, podía haberle pedido a James que enviase la medalla a sus padres.
-La mandaré en cuanto pueda. -Lupin coge la medalla sin vacilar y se la mete en el bolsillo de la chaqueta. Luego empieza una frase que ojalá ningún hombre tuviera que empezar nunca:- ¿Y si...?
-Si ves que mi hermano ha dejado de hacer el gilipollas, se la puedes dar. -Sirius no tiene ninguna duda: si muere, quiere que se la quede él-. Pero si no, es para ti. De recuerdo.
Remus le regala una de sus sonrisas suaves, esas sonrisas capaces de calmar una tempestad.
-No hará falta, Sirius.
Puede que sea verdad. Puede que no.
Su nombre suena bonito en sus labios; no como el nombre que le habían puesto sus padres nazis, sino como el nombre de un soldado valiente. Mientras se van a por su cerveza, Lupin se saca una cadena del cuello y le muestra una estrella de seis puntas de plata.
-Asegúrate de que llegue a mi padre si me pasa algo. Era de mi madre.
Le cuenta que murió en el Blitz cuando iba a comprar harina y que su padre nunca volvió a ser el mismo después de luchar en el Somme. No le dice mucho más, solo que la echa de menos y que teme qué será de su padre si él muere en Francia.
Sirius piensa que ha resuelto otra pequeña pieza del puzzle, del enigma que es el médico de la quinta compañía, y se pregunta cómo no lo había visto antes. Ese aura callada, ese aire desamparado.
Remus Lupin tiene cara de huérfano.
II
Ahora que están juntos otra vez, vuelven a reunirse como en Inglaterra. Solo que en lugar de hacerlo en la enfermería, lo hacen delante de la puerta del almacén el lugar idóneo para burlar el toque de queda de las chicas, perfecto para sisar unas cuantas botellas de cerveza y sentarse a charlar. Han enviado a Frank a por alcohol y tras ayudarlo a colarse en el almacén, mientras se sientan en el suelo a esperarlo, -Prewett 2 a regañadientes, Davies ofreciéndole cigarrillos, James con los ojos desvergonzadamente fijos en Lily-, hablan, obviamente, de Moody y de lo mayor que es para ser solo capitán, de que no tiene pinta de poder correr muy rápido, de qué beberá de su petaca y de qué habrá bajo su parche.
-En realidad es un cíclope -dice Remus, muy serio, mientras los demás se ríen.
-¿Qué va a haber, Pettigrew? -Gruñe Sirius-. Un ojo de cristal, como mucho, o nada. A veces tienes cada cosa, chaval…
Alice le da un codazo, Sirius vuelve a gruñir. Está cabreado, en dos días vuelven al frente y no tiene el cuerpo para gilipolleces. Pettigrew se encoge de hombros.
-Si es tan buen militar, ¿por qué no ha pasado de capitán? Dicen que es un gran estratega…
-¿Obvio, no? Porque está como un cencerro. -Responde James-. Solo le falta la pata de palo y el loro en el hombro.
Sobre sus cabezas, Frank Longbottom golpea el cristal de la ventana del almacén, la abre, les tira las botellas de cerveza y se deja caer lo más grácilmente que puede.
-Traigo con información. No somos los únicos que robamos al Ejército Británico, -dice, enigmático-, he pillado al teniente Shacklebolt y a Moody sentados ahí dentro, bebiendo de la petaca y canturreando canciones guarras. Resulta que, agarraos, se conocen de antes, y eso no es todo. -Se sienta al lado de Alice y adopta un tono confidencial-. Se ve que Moody se fue a España en el 36, en aquellas Brigadas internacionales que hubo. Perdió el ojo en Barcelona. -Se hace un silencio reverente, pero Frank no ha terminado-. También he averiguado por qué tiene manga ancha con lo del uniforme, las greñas, la petaca, todo eso.
-¿A parte de porque mataba fascistas cuando nosotros íbamos en pañales?
-El teniente le ha dicho que igual debería guardarse la petaca delante de los soldados. “Al menos cuando entregues medallas, Alastor”, le ha dicho. Entonces Moody va y suelta, es que no os lo vais a creer, -se pone a abrir una botella de cerveza con calma, el cabrón, sabiendo que tiene público, haciéndose de rogar-, dice “si Winston puede beberse un copazo de brandy antes de ir al Parlamento, yo puedo echarme un traguito de whisky antes de repartir medallas a tus chavales”. Entonces ha empezado con las batallitas. Que si Winston esto, que si Winston aquello…
-Espera, Longbottom, espera, para, un momento. -James le pone una mano en el hombro para que frene y sus pensamientos tengan tiempo de alcanzar lo que Frank le está diciendo-. ¿Me estás diciendo que el Capitán Moody es amigo de Winston Churchill?
-¿Del Primer Ministro?
-¿De nuestro Churchill?
-Coño. -Murmura Sirius, impresionado-. Alastor Moody es el padre que nunca tuve.
-Sirius, tú ya tienes padre.
-Vale, Peter, cuando me muera te dejo a cargo de la genealogía de mi familia.
-Qué más, Frank, qué más.
-Son amigos de hace mucho, de cuando Churchill era un loco que desvariaba contra el fascismo y nadie lo creía excepto Moody. Por lo que he podido deducir, los generales saben que tienen que dejarlo hacer más o menos lo que quiera. Shacklebolt y él ya han servido juntos antes.
Alice le da un codazo a Lily, Lily se aguanta la risa. Sirius frunce el ceño y las observa; cuando Frank dice que Shacklebolt también estuvo en Barcelona con Moody, ahí está otra vez. Una mirada entre las dos enfermeras, fugaz, casi imperceptible. Luego, Lupin está repasando las órdenes que le ha dado el teniente Shacklebolt y lo ve de nuevo. Algo. Ahora, sonrisillas. Cuando Sirius dice el nombre adrede para observar su reacción y las chicas ahogan la risa, ya no tiene duda.
-¿Nos vais a decir qué rollo os traéis con el teniente, o vamos a tener que sonsacároslo?
Lily se sonroja violentamente y le da la risa, así que es Alice quien confiesa: aparentemente, Shacklebolt tiene un mote entre las enfermeras.
-¿Un mote?
-¿Cómo que un mote?
-Sí, sí, ¿qué mote?
Los dos movimientos de cabeza idénticos que hacen las dos, de un lado a otro vehementemente, evidencian que han jurado silencio y que no piensan soltar prenda.
-Entonces no nos dejáis más remedio que especular. -A James le brilla la mirada tras las gafas-. Y eso será mucho, mucho peor que el mote que le hayáis puesto.
-Además, ya deberíais saber que somos infantes de Su Majestad el Rey Jorge VI. Jamás nos rendimos.
-Venga, decídnoslo.
-¿El lince de Normandía?
-El tigre de Francia.
-El terror de los nazis.
Alice no puede aguantarse más la risa, está a punto de confesar.
-Es…
-¡No, Alice!
Alice se hunde en el hombro de Lily y farfulla algo. Entre la risa tonta, los latigazos que le da Lily en el brazo y la cara enterrada entre la ropa, Sirius no está seguro de haber oído bien.
-¿Papi? ¿Cómo que papi? ¿Qué clase de mote es papi para un soldado?
-Sí, ¿qué tiene que ver con Shacklebolt?
Pero por más que lo intentan, no consiguen sonsacarles nada más. Bueno, algo más. ¿Es porque tiene hijos? Niegan con la cabeza. ¿Es porque tiene más rango que nosotros? Nada, tampoco. ¿Quién se lo ha puesto? Ellas no han sido. ¿Es porque es mayor? Lily dice que no, Alice dice que sí, entonces se miran y ya está, se acabó, se ríen tanto que sus carcajadas pasan a ser silenciosas, Alice tan solo puede secarse las lágrimas y luchar por respirar, mientras Lily sigue dándole manotazos en el brazo. Se alejan hacia la enfermería, abrazadas, trastabillando, dobladas de tanto reírse.
Sirius no está muy seguro de qué acaba de pasar y definitivamente no ha estado más confundido en toda su vida; James, a su lado, parece estar en la misma situación.
-Es una fantasía bastante común. -Dice Lupin-. Es decir, debe serlo, supongo.
Sirius lo observa mientras los demás se ríen. Anda ya, Lupin, le dicen. Estás de broma. James proclama que el incesto no puede ser tan popular en el mundo, Peter simplemente los observa con la boca muy abierta.
-No seáis cafres, por supuesto que no tiene que ver con el incesto. -Lupin intenta explicarse, y nadie excepto Sirius parece notar que se le están poniendo las orejas coloradas-. No sé, un hombre protector, seguro de sí mismo, que sabe lo que hace… La cosa va por ahí, imagino.
-¿Como Humphrey Bogart?- James parece empeñado en ponerle cara a lo que es un papi, sobre todo si es algo que hace que Lily se sonroje.
-Sí, supongo. O Gary Cooper. Creo que más bien como Gary Cooper. -Lupin se encoge de hombros como cinco veces seguidas y saca un cigarrillo para ocuparse las manos-. No sé, no tengo ni idea en realidad, es solo una suposición.
Suposición mis cojones, Doc.
La conversación vira inevitablemente hacia las fantasías: Peter dice algo como “que sea buena chica”, lo cual es la fantasía más patética y aburrida del mundo, la antítesis de una fantasía; James, obviamente, se pasa quince minutos elaborando un escenario que incluye una camilla, un héroe malherido y una enfermera pelirroja que le cura las pupas y le dice lo valiente que es.
Así que Gary Cooper.
-¿Y tú, Lupin?
El médico da una larga calada al cigarrillo mientras su cerebro calibra cuidadosamente la respuesta.
-No lo sé. -Se encoje de hombros, se sonroja ligeramente-. Alguien que me haga volar, supongo.
Prewett 2 dice pppfffff, Frank dice qué rancio eres, Doc. Sirius tiene la boca seca. Volar.
¿Seguirá pensando en el piloto que surcaba los cielos? ¿Lo ha dicho por eso? Cuando Lupin lo mira y le pregunta, “¿cuál es tu fantasía, Black?” no puede responder. Su mente está completamente en blanco. Incluso después de que se hayan terminado la cerveza, se hayan ido a los catres y las luces se hayan apagado en el campamento, la pregunta todavía hierve en la mente y no lo deja dormir.
¿Cuál es tu fantasía, Black?
III
A la quinta compañía le toca ducharse por última vez antes de marchar al frente. Esas duchas son un lujo que no tendrán donde quiera que acampen la próxima vez, porque no son las duchas portátiles del ejército si no las que habían usado los alumnos del internado, antes de la guerra, una fila de cubículos amplios en el edificio de las aulas, con agua potable, paredes alicatadas y puertas de madera.
Cuando Sirius entra, Lupin ya está desnudo y se dirige al cubículo del fondo. Y lo que Sirius piensa es de una lógica aplastante, claro: si los otros soldados comparten ducha porque no hay suficientes para todos y porque el agua caliente se va a acabar en cualquier momento, no es raro si se mete con Lupin, ¿no?
Quizá haya sido una acumulación de varias cosas; quizá ocurrió de golpe, cuando lo vio con Daniel; quizás lo que se dijeron en la lancha de Normandía eran las palabras secretas de un conjuro, una promesa inquebrantable. El caso es que Sirius no sabe si a Lupin le pasa lo mismo, pero no puede dejar de pensar en él. Es rarísimo, coño. Ahora que ha podido olvidarse de sobrevivir durante dos días, Lupin le ocupa la mente. Cada vez más. A todas horas.
Pasa por delante de Davies y Prewett, que se pelean para estar bajo el agua, y esquiva a Peter, que corre chapoteando, perseguido por los toallazos inclementes de James. Se desviste, se envuelve la cintura con la toalla, y abre la puerta de Lupin.
-¿Se puede? Estoy entre tú o Longbottom, Doc.
Es consciente de que lo mira más de lo normal, y de que Lupin se ha dado cuenta. Lo pilla mirándolo, controlándolo, observándolo intensamente. Sin embargo, sigue sin sacar nada en claro, por mucho que le pase revista. Cuanto más sabe de él, más misterioso es.
Se oye un lejano“¡que te jodan, Black!” desde el cubículo de Frank, al tiempo que Lupin se da la vuelta. La cabeza enjuagada, espuma por todo el cuerpo. Parece que tiene un poco de frío, porque se estremece antes de asentir levemente y volver a concentrarse en ducharse como si fuera una tarea extremadamente difícil.
Sirius se quita la toalla, la cuelga sobre la puerta y cierra tras él.
La ducha está en la penumbra y la cháchara animada de los demás se oye muy lejos. Lupin está evitando mirarle, tan solo sigue enjabonándose en silencio. Mete la cabeza bajo el agua, cierra los ojos, se moja el pelo para aclarárselo y salir de allí a toda prisa, aparentemente, y Sirius no ha visto nada más caliente en toda su existencia. Empieza a tocarse casi sin darse cuenta, como un reflejo. Lo único que sabe es que le arden las mejillas, le cuesta respirar, tiene calor y ganas de correrse mientras lo mira.
Lupin se quita la espuma del cuerpo con las manos y cuando se gira para salir, murmura “yo ya estoy, ¿quieres el resto de la pastilla de jabón?”, luego lo mira, primero los ojos, el pecho, la cadena con la placa que lleva su nombre. Baja más, se encuentra con su erección y con su mano y vuelve a mirarlo a los ojos.
-¿Qué haces?
Tiene una expresión ida, demente. Sirius se toca más, se masturba con más fuerza sin dejar de mirarlo.
-Así que Gary Cooper -le susurra.
Lupin niega con la cabeza, se le acerca para coger su toalla y marcharse.
-No mandes señales si no vas a saber lidiar con ello.
Sirius tan solo se cuestiona brevemente lo que quiere hacer antes de hacerlo; una pequeña duda, tan solo un segundo de pensar ¿qué coño estoy haciendo?, porque en ese preciso momento, si le preguntaran cuál es su fantasía, no dudaría: es Remus John Lupin, médico, escritor en potencia, amante del jazz y de liarse sus propios cigarrillos, fanático del chocolate; listo, graciosillo y joder, repentinamente empalmado, queriendo irse de allí sin quererlo realmente.
Y no contento con ser la cosa más follable del planeta, frente a él, tan cerca, irradiando calor, mojado; encima, va y lo reta.
Acabáramos.
Contiene la respiración y le pasa un dedo, solo uno, por los huesos de la cadera. De arriba a abajo, cortan como un cuchillo.
-Tengo una pregunta, Lupin.
Ya sabía que era valiente, de los que no huyen: cuando se le acerca, no se aparta y se mantiene firme.
-¿Qué tiene Gary Cooper que te guste tanto?
La mano sigue el curso natural de la cadera, más abajo. Prewett 2 y Davies hablan sobre qué fusil es mejor, si el Pattern 14 o el Mauser K98, y es una pregunta estúpida porque el Pattern tiene más de veinte años, pero podrían estar cayendo bombas que Sirius no sería capaz de contestarles. “Es evidente que el Mauser tiene más alcance, Davies”, “Hombre, si te refieres a alcance efectivo es evidente, pero en la práctica, la mirilla del Pattern hace que el objetivo se vea más claro”. Lupin echa la cabeza hacia atrás, abre un poco la boca. La lengua entre los labios delgados y jadeantes, esa lengua que hizo gemir a otro hombre hace menos de un mes, en otro mundo, en otro universo. Le cae agua en la cara mientras Sirius le traza círculos suaves en la punta con el dedo.
-¿Crees que Gary Cooper te haría volar?
Se le acerca. Se rozan -solo un poco, cadera contra cadera-, y trastabillan sin llegar a caerse hasta que Sirius tiene a Lupin contra la pared, bajo el chorro de agua. Es un roce tan leve que parece que no esté ahí, invisible para los demás, solo para ellos. Sigue tocándolo, caricias suaves mientras lo mira, fijándose en su reacción, en lo que hace su cuerpo, en lo que hace su cara, en lo que hacen sus ojos.
Lupin no duda ni un momento.
-Sí -jadea.
Sirius lo empieza a masturbar con más fuerza, de improvisto, tan bruscamente que Lupin tiene que apoyar la mano en la pared para sostenerse. Cierra los ojos, aprieta los labios y cuando Sirius sigue así, tan cerca, tocándolo hasta que casi es demasiado, se cubre la cara con las manos para ahogar un gemido.
-No pares -le susurra.
A Sirius le parece que ése es tan buen momento como cualquier otro para parar de golpe. Deja la mano quieta, sin retirarla, mientras Lupin apoya la cabeza contra su pecho. Aparte de parar, le parece buena idea unirse a la conversación sobre fusiles, le parece una idea fantástica.
-Estás loco, Davies. -Grita con voz potente, haciéndose oír por encima del agua de las duchas. Lupin da un respingo, Sirius se lleva un dedo a los labios para pedir silencio y vuelve a masturbarlo suavemente-. Con un Pattern no alcanzarías el culo de Hermann Goering ni aunque lo tuvieses delante de la cara.
Oye a Davies reírse, muy lejos. El resto de soldados se queja, alguien dice “gracias por esa visión, Black, en serio”. James dice que a él le da igual el fusil porque cree que tiene mala puntería con todos, Longbottom opina que donde esté un buen PIAT, que se quite todo lo demás y Lupin jadea, diosssí, muy cerca de él. El pelo mojado le cubre los ojos, el pecho le sube y le baja rítmicamente y está caliente, está ardiendo, está impaciente por correrse y esa impaciencia tan impropia de él, hace que Sirius sienta que va a correrse con tan solo mirarlo. Lupin eyacula a estertores, en silencio. Nota semen resbalándole por la pierna y la cara del médico contra su pecho, mojada, empapada. Le pone una mano en la nuca y le acaricia la cabeza mientras recupera el aliento.
Se da cuenta entonces de que Davies y Pettigrew llevan llamando a Lupin un buen rato.
-Oye, Doc, ¿vienes o qué?
Lupin intenta acompasar su respiración desesperadamente mientras Sirius le da la toalla.
-Te llaman, Doc, -le susurra en el oído.
Lupin sale a toda prisa, sin mediar palabra y sin mirarlo, y a Sirius no le cuesta nada correrse. Tan solo tiene que imaginarse qué habría pasado si no los hubieran interrumpido.
IV
Sus tres días en el limbo han terminado, toca marchar de nuevo cuando amanezca. Han cenado, han formado por última vez antes de irse al frente, se han desvestido y se han acostado en silencio. Si fuera un hombre desconfiado, pensaría que Lupin ha estado evitándolo todo el día; si fuera algo más honesto consigo mismo, admitiría que quizás él también ha estado haciendo todo lo posible por pasar de puntillas por lo sucedido.
Ante la perspectiva de triunfar o morir otra vez, lo que ha pasado esa mañana en la ducha parece lejano, como si hubiese ocurrido en otra época de su vida. En Cambridge, quizá. Antes de la guerra.
Es de noche cuando Sirius se despierta. Le parece que sueña. Música, voces, una brisa de verano entra por la ventana sin cristales. Lupin descansa en la cama de al lado. Está callado y respira acompasadamente, pero Sirius sabe que no duerme.
No le hace falta prestar mucha atención para saber que son James y Lily los que hablan. Deben estar bajo la ventana, con el gramófono de las enfermeras, porque suena esa mujer que tanto le gusta a Lily y que canta suave, con una voz que vibra y salta de nota en nota como una equilibrista. Hablan, sin más. Deben llevar un buen rato hablando. De sus familias, de sus películas favoritas, de lo que hacían con sus amigos antes de la guerra. James dice que jugaba al fútbol, que cuando era pequeño quería ser explorador y que su comida preferida es el pudding de su madre. Lily dice que se metió a enfermera para largarse de casa y que algún día le hubiese gustado ir a los Estados Unidos, a escuchar jazz.
Sirius no está seguro de que pudiese hacer lo que hace James: querer llevar a una persona tan adentro sabiendo que mañana un bombardeo alemán puede llevársela para siempre. No entiende cómo puede hacer planes de futuro con ella mientras caminan sobre el presente tan precariamente.
-James, otra vez no -murmura Lily.
-Te la podría leer ahora, pero me daría mucha vergüenza.
Lily debe haber aceptado de nuevo la carta de James, porque musita “gracias”, en un tono que hace que a Sirius le entren ganas de llorar. Callan, de golpe. No sabe cómo lo sabe, pero está seguro de que han empezado a bailar, a mecerse suavemente con la nueva canción de Lady Blues. Su amigo se ha levantado, le ha tendido la mano y la ha atraído hacia sí. Quiere sentirla contra su cuerpo, quiere tenerla esa noche junto a él y abrazarla mientras Billie Holiday les canta desde América.
-Lupin -susurra.
Lupin sigue con los ojos cerrados, pero hace ruido de haberlo oído. Hace hmmm, un ronroneo suave que le indica que lo escucha aunque esté a punto de dormirse.
Con la brisa que le trae a Billie en esa noche de verano y Lupin a su lado, la guerra parece irreal.
-¿Te gusta Billie Holiday?
-Hmmm. -De nuevo el sonido, esta vez con un tono inequívocamente afirmativo-. ¿Y a ti? -Tiene una voz muy bonita cuando se la está llevando el sueño, y Sirius no tiene dudas cuando responde.
-A mí también.