Triunfar o Morir

Harry Potter - J. K. Rowling
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Triunfar o Morir
Summary
En 1944, las fuerzas aliadas se preparan para el desembarco anfibio más grande desde Alhucemas. El muro atlántico de los nazis, una fortificación kilométrica de misiles, minas y divisiones acorazadas al mando de Rommel, los espera en la costa francesa. Si consiguen atravesarlo, los soldados del frente occidental desembarcarán en territorio ocupado y deberán conquistar Francia, Holanda y Bélgica hasta llegar a Alemania, antes de que llegue el invierno, antes de que sea demasiado tarde.Esta es su la historia.
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Capítulo 5

I

Los ingleses irrumpen en Mauvaines con los tanques que acaban de desembarcar en Normandía. La quinta compañía encabeza la marcha y avanza a pie, asegurando el camino para la infantería motorizada, con los fusiles listos para disparar, a paso rápido, en formación. Conquistan la ciudad fácilmente, sin bajas, y después de la masacre en la playa, a Sirius le parece más que justo. Tan solo queda un pequeño escuadrón alemán, que es abatido con el misil de un tanque antes de que lo vean llegar; el carro de combate abre fuego desde una distancia segura, con precisión, y cuando el humo se disipa, se hace el silencio de la muerte. 

Siguen avanzando hasta que frente a ellos, Shacklebolt los frena con la mano justo a tiempo, y se ponen a cubierto cuando una ráfaga de tiros levanta el polvo justo en el lugar donde estaban unos segundos antes. Francotirador. Mientras todos se arriman a la pared más cercana y esperan instrucciones, -sudando, con el corazón en la boca y todos los sentidos alerta-, Lupin se limpia el casco para dejar visible la cruz roja y se prepara por si los tiros alemanes alcanzan a algún compañero.

Shacklebolt avisa para que, tras ellos, los tanques frenen, saca la cabeza por la esquina, y vuelve a esconderse cuando dos tiros le rozan el casco.

-Prewett 2. -Le hace señas al soldado, que se acerca en cuclillas hacia él, sigiloso como un depredador, y después saca el espejo para otear al francotirador-. ¿Campanario? -No está seguro y tiene que estar seguro, segurísimo-. Black, acércate.

Sirius mira en el pequeño espejo de bolsillo que le enseña Prewett 2. La iglesia es antigua, con un campanario altísimo coronado por un nido de cigüeña. Busca en los alrededores otro sitio tan elevado como ese, y al no encontrarlo, asiente.

-Ahí estaría yo si fuera el francotirador. 

Fabian ya está colocando la mirilla en su fusil.

-Yo me encargo, mi sargento.

Son las primeras palabras que dice desde que se despidió de su hermano.

Shacklebolt les da órdenes con señas. Sus manos dicen Prewett 2 y Black, crucen hacia allí, señala las ruinas de un muro, a unos diez pasos, perfectas para esconderse, Potter, Longbottom, abran fuego de cubierto. Los dos soldados cargan los fusiles en completo silencio. 

-Lupin, prepárese.

Cruzan corriendo, y ya están a salvo tras el muro cuando el francotirador los divisa. James y Frank abren fuego, el francotirador se confunde, no sabe hacia dónde disparar.

-Prewett, ¿lo ves? -susurra Sirius. 

Fabian no contesta, tan solo otea tras la mirilla. Respira pausadamente. 

Dispara. 

Con un solo tiro le basta. En el campanario hay silencio durante unos segundos, luego distinguen claramente una figura que se precipita al vacío y aterriza en el suelo empedrado con un escalofriante sonido de huesos rotos. 

 

II

 

Sirius solo es plenamente consciente de que ha matado cuando se acercan a comprobar que no quedan supervivientes del escuadrón alemán. 

No es como si no supiera que mató en la playa. Lo sabe. Es consciente. Recuerda la ametralladora, las figuras cayendo a contraluz; los enemigos tendidos en el suelo, como muñecos de trapo; los uniformes nazis llenos de sangre, el olor a carne quemada, el humo de los disparos emanando de sus cuerpos y elevándose hacia el cielo, como si se llevara sus almas hacia el más allá.

Pero en Mauvaines, el alemán que mata está tan cerca que puede ver el color de sus ojos antes de que muera a manos de su fusil: eran de un azul eléctrico, brillante, asustado. El soldado era un chico de su misma edad, pero le parece poco más que un niño cuando lo mata. 

Sirius se lo encuentra de improvisto, el único superviviente del escuadrón. No se lo espera, ni el chaval tampoco lo espera a él, porque no le da tiempo ni a defenderse ni a rendirse. Sirius lo abate por reflejo de un tiro en el pecho, el joven cae de rodillas ante él; y ya está. James avanza sin hacer ningún comentario, Sirius se queda un momento viendo el cuerpo y solo cuando siente la mano de Lupin en el hombro, -dos palmadas suaves, “vamos, Sirius”- prosigue su camino. Le obedece, lo sigue. Está tranquilo. Quizá eso es lo que le da más miedo de todo, que no le ha temblado el pulso.

 

III

 

Durante los siguientes días, los aliados aseguran el territorio alrededor de las playas de Normandía. Conquistan pueblo tras pueblo, mientras la retaguardia se asienta y abre canales de transporte. Los heridos graves viajan a casa, los leves se curan en los hospitales de campaña. Llegan provisiones, armamento, munición, cartas de sus familias; el Oeste de Francia es ya prácticamente suyo.

Los aliados respiran tranquilos, pueden entrar en los pueblos sin temor. En su séptimo día en Francia, la quinta compañía entra en Crépon montada en los tanques. 

Y los franceses los reciben como héroes.

 

IV

 

Las banderas francesas decoran los balcones, la Marsellesa es la banda sonora de Crépon. Es la primera vez en un año que ven a la gente cantar, abrazarse, reír y bailar de esa manera. Y niños. Hay niños. Son quizá lo que más le impresionan. A Sirius le duele la boca de sonreír mientras los observa correteando junto a los tanques, riendo a carcajadas, jugando a dispararse, extendiendo las manos para recibir el chocolate que les da Lupin. 

Una madre les ofrece a su hijo, que no debe tener más de cuatro años y quiere desfilar con los héroes. Sirius lo coge en brazos, lo alza en el tanque y lo sienta en su regazo, “Je m'appelle Sirius”, el niño se señala a sí mismo, “Jean Pierre”. Le toca el casco, quiere probárselo. Sirius sonríe, se lo pone y se lo abrocha. El cuello delgado apenas puede sostenerlo, le baila sobre la cabeza y le cubre los ojos, y esa nuca tan frágil es lo más precioso que ha visto en la vida. Sirius se saca unos casquetes de bala del bolsillo y se las pone en las manos, para que las tenga de recuerdo.

-Normandie.

El niño los blande en el aire, se los enseña a su madre, “¡Normandie!”, los franceses responden “¡Normandie! ¡Vive la France!”. Jean Pierre lo abraza, parlotea rápidamente, se ríe. 

-Creo que no hay nada más adorable que un niño hablando en francés.

Jean Pierre vitorea, va de mano en mano. Cuando dice “avec vous”, solo los hombres que aprendieron francés en el colegio lo entienden.

-Con nosotros, -traduce Sirius-, quiere venir con nosotros.

Los infantes se miran entre ellos lúgubremente mientras el niño, en brazos de James, insiste en que quiere disparar a los alemanes.

-¿Quién se encargaría de tu madre si vienes con nosotros? -James le quita el casco y se lo devuelve a Sirius antes de darle el niño a la mujer-. Tú cuida de ella, que nosotros cuidaremos de ti.

 

V

 

Sirius, por principios, no se equivoca, y si se equivoca, simplemente no lo admite y entonces es como si no se hubiese equivocado. Lógica aplastante. Pero quizás tiene que admitir que sí, que vale, que se ha equivocado cuando ha dicho que no hay nada más adorable que un niño hablando francés. Aunque igual adorable no es la palabra que debería usar para definirlas. 

Rizos rubios, castaños, pelirrojos. Alegres, risueñas, guapísimas. Sirius las mira con ojos de león. Ha conocido muchas chicas en su vida, pero nunca ha visto chicas así; chicas jóvenes, preciosas, que se pelean por subirse al tanque, por echárseles encima, por sentarse en sus regazos. Ondean banderas de Francia, los abrazan, los besan.

Pettigrew se hunde tanto entre los brazos de una morena que parece imposible que respire. A su lado, Lupin se resiste sin conseguirlo demasiado. Cuando Shacklebolt dice que no es que no, pero Lupin no emana la misma autoridad que el sargento y qué coño, normal que se peleen por él. Tiene una sonrisa tímida que debe hacerlo irresistible a todas las chicas francesas recién liberadas, porque aunque intenta quitárselas de encima, “no, merci, no, no”, chapurreando francés, como disculpándose por no querer besarlas, ellas no le hacen absolutamente ningún caso.

Una joven le roba el casco, le pasa las manos por la cabeza rapada, le sonríe, se sienta en su regazo, le dice cosas que el médico no entiende.

-No veas con Lupin, -dice Longbottom-, se ha agenciado a la más guapa.

Pero lo único que Sirius puede ver con claridad de aquella estampa es a Lupin, que coge a la chica por las muñecas y la aparta con una expresión que serviría para ilustrar la definición de “cara de circunstancias” y con las mejillas de un rojo ardiendo alarmante. Todo lo demás, todo lo que no sea el médico, es como un borrón difuso que no merece su atención.

James tiene la cara manchada de carmín y una chica en cada rodilla. Le dirige una mirada significativa, sonriendo y levantando las cejas de forma sugerente. Un chico llamado Davies deja de enseñarle el fusil a dos hermanas gemelas -“gemelas, ¡me encanta Francia!”- y se dirige a Lupin.

-¡Bésala, anda!

Cuando Davies se pone a gritar “¡Lupin, ¡Lupin, Lupin, Lupin! se le unen los demás: Longbottom, los soldados de los tanques vecinos, los franceses, las francesas.

-Bésala ya, Doc, y dale el gusto a la chica.

Incluso Shacklebolt se permite un momento gamberro, ahora que disfrutan de un rato de paz, y el teniente debe haber sido la gota que colma el vaso porque Lupin, con las orejas de un rojo furioso, no puede hacer otra cosa que rendirse y enmarcarle la cara con las manos a la chica para darle un beso corto en los labios.

-Ya está, ¿contentos?

Pero aparentemente, la chica no ha tenido suficiente porque se enciende y lo besa de nuevo, sin darle otra opción que devolverle el beso. Mientras los demás irrumpen a carcajadas, Sirius se queda mirando a Lupin, su cara de sorpresa, sus brazos rodeando la cintura de la mujer. Cuando finalmente consigue apartarse de ella, sus ojos se encuentran, el médico sonríe y Sirius sólo puede preguntarse cómo diablos la habrá besado para que haya hecho eso, mmmmm, ese sonido satisfecho, ese ronroneo de gata.

El desfile de la victoria recorre las calles de Crépon, implacable, triunfante, y los rayos del sol bendicen a los héroes, contentos, borrachos de victoria.

 

VI

El tanque ya está a rebosar de chicas, pero otra mujer le pide que lo alce. Lleva un bebé en brazos, lo sujeta con una mano sin alianza, pero no le da tiempo a arrimarse a los ingleses porque varios hombres la cogen por la cintura y tiran de ella. La cabeza del recién nacido se balancea peligrosamente en sus brazos mientras se llevan a su madre junto a otras, a la plaza del pueblo.

Prewett 2 las mira sin emoción en los ojos. Ha estado apartado, sentado en silencio al lado del cañón del tanque, engrasando el fusil, contando las balas que le quedan en los bolsillos. Es el primero en entender lo que ocurre.

-Creo que se han acostado con los nazis.

Las ponen en fila en la puerta del ayuntamiento. Hay acusaciones ásperas y súplicas en un francés acalorado, pero la muchedumbre no tiene compasión. Les dan bofetadas, les tiran fruta podrida, se ríen de ellas. El sol centellea sobre las tijeras de carnicero y los cuchillos que empuñan los hombres.

-¡Eh!

-¡Basta!

Algunos soldados saltan de los tanques en dirección a las chicas, ya desnudas de cintura para arriba. Las cogen del brazo, forcejean con los franceses para que las dejen en paz, pero hay demasiados pueblerinos enfadados, demasiada mala sangre tras tanto tiempo de invasión enemiga. Las chicas no oponen resistencia, pero lloran cuando les cortan el pelo a trasquilones. Sirius llega hasta la madre con el niño y la cubre con su chaqueta, protegiéndola de la ira de sus compatriotas, y la lleva hasta los pies del tanque. Lupin ya los está esperando, tendiéndole la mano para ayudarla a subir, y lo está a punto de conseguir cuando un hombre la agarra del tobillo con intención de arrastrarla de nuevo a la humillación.

Es Prewett 2 el que salta como un resorte, de improvisto, y lo aparta de un culatazo potente con el fusil. La culata se estrella en la cara del hombre, que cae al suelo pero se levanta casi instantáneamente, con la mano en la mandíbula, gritando.

-Hemos tenido que venir nosotros a salvaros el culo, ¿dónde estabas tú cuando tenías los nazis aquí? -Cuando el hombre dice algo que suena como a Résistance, Fabian se ríe con una risa amarga, sin alegría-. Sí, Resistencia mis cojones, ahora todos sois de la Resistencia. Qué curioso, no os vi en Normandía muriendo en las playas. Sois muy valientes, metiéndoos con mujeres mientras callabais cuando los nazis entraban en vuestras casas. Esto es vuestra tierra, joder, y hemos tenido que devolvérosla nosotros.

Entre los vítores, empiezan a escucharse abucheos. La muchedumbre está inquieta, las madres se llevan a sus hijos de la calle, las canciones han dejado de sonar. Shacklebolt avisa al conductor del tanque para que avance; es hora de largarse de allí.

-Prewett 2, deme tu fusil. -El soldado lo está acariciando peligrosamente, con demasiada rabia, así que se lo quita sin miramientos cuando no le obedece-. Lupin, Longbottom, bajen a la chica. Nos vamos.

Nadie tiene prisa por obedecerlo, todos están pensando lo que verbaliza James.

-Señor, no podemos dejarlas aquí. Hay que salvarla, hay que salvarlas a todas. Las van a matar, o algo peor, lo sé, lo veo en sus ojos, hágame caso, por favor.

-No, Potter. No sabe nada. No sabe lo que han hecho. No sabe si esas mujeres solo se han acostado con los nazis, o si han delatado a sus amigos, o si han filtrado información. 

-Pero señor, esto no está bien.

-Hay muchas cosas que no están bien en este mundo. No podemos meternos. Necesitamos a los franceses. 

-Sargento…

-Suba al tanque. -Shacklebolt lo agarra de la chaqueta y tira de él-. Es una orden. Suba, vamos. Usted también, Black. Davies, arriba.

-El niño, sargento. -Dice James-. No podemos dejar al niño.

Shacklebolt lo mira. Pequeño, envuelto en una manta sucia, un bastardo alemán. Un inocente que no tiene a nadie. Su padre lo ha abandonado, quizás, o esperaba volver con él pero ha muerto en el frente. 

El sargento chasquea la lengua, y ante las miradas de sus soldados, claudica.

 

Dejan a la mujer tres pueblos más allá, con los bolsillos llenos de raciones militares y la chaqueta de Sirius sobre los hombros. Es lo único  que pueden hacer por ella. Shacklebolt intenta animarlos, “aún conserva casi todo su pelo intacto, es posible que pueda fingir ser una viuda cualquiera, pero mientras la ven alejarse, caminando por el sendero polvoriento con el niño en brazos, los infantes se sienten desinflados, y la victoria les sabe amarga.

 

VII

 

Los aliados organizan varios campamentos en la zona liberada. Sirven de base de operaciones, de hospitales, de almacén, de logística. Los transmisores montan la central de comunicaciones, los ingenieros mapean la zona, los intendentes organizan las provisiones. Los infantes que han desembarcado en las playas recién conquistadas marchan al frente, los que vuelven de allí se disponen a descansar por primera vez en una semana.

La quinta compañía tiene el campamento en una vieja escuela, en un pequeño pueblo llamado La Valette. Instalan los despachos y los dormitorios en las aulas, el gimnasio se convierte en hospital, el patio está lleno de mesas para comer.

Cuando los infantes llegan al campamento, después de haber matado, después de haber invadido Normandía, es como si volvieran a sus cuerpos. Se dan cuenta de que tienen hambre, sed, dolor, calor, sueño.

Es Frank Longbottom quien mejor lo expresa.

-No sabéis lo ilusionado que estoy por volver a cagar en un váter. -Se cuelga el casco al hombro, baja del tanque de un salto-. Si me disculpan, caballeros. -Se marcha animadamente en dirección a la escuela, desabrochándose los pantalones.

El Cuerpo de Intendencia ha hecho un buen trabajo con la logística, está todo listo para los héroes que tomaron Gold Beach. Un soldado les conduce a su dormitorio, un aula pequeña con desconchones de pintura azul en las paredes y cuatro camas para él, Pettigrew, Potter y Lupin. 

Sirius se echa en el catre que le han asignado, Remus se deja caer en el suyo. Cada uno tiene ganas de una cosa.

-Comer -sentencia Sirius. 

-Dormir -gime Remus, cubriéndose la cabeza con la almohada.

-Curarme los pies -Pettigrew se quita las botas, “au, au, au, au”, rebusca algo en su petate para aliviarse el dolor.

-Encontrar a Lily.

En aquella habitación improvisada hay tres pares de ojos que miran al cielo y una sonrisa imperturbable.

-Potter, te lo suplico, déjalo estar. Aunque sea por unas horas.

-James, por favor, otra vez no. 

-Será muy triste que te mate un inglés en lugar de un nazi, pero te juro que te dispararé en el culo como no te calles.

James los ignora, está mirando fijamente su catre. Lo observa detenidamente, luego mira los demás catres. Frunce el ceño.

-¿Por qué mi cama es la única que está hecha?

Se acerca a ver lo que hay sobre su almohada: es un sobre blanco, y va dirigido a la enfermera Evans. 

-Porque pensé que tu madre te hacía la cama hasta que te fuiste de casa, y me has dado pena.

Lily se apoya en el marco de la puerta. Tiene los zapatos limpios, la cofia blanquísima, una ceja levantada y una sonrisa que hace que James se enamore de ella mil veces en un segundo.

-No has abierto la carta.

-Sabía que volverías.

Lily cruza la estancia y se sienta en la cama de Lupin. Primero le acaricia la mejilla, luego se echa a sus brazos, cae sobre él, le cubre la cara de besos, lo abraza, le acaricia la cabeza rapada.

-Te he traído una sorpresa -le susurra al oído, pero no llegan a saber qué sorpresa es, porque James no puede aguantar más.

-Oye, que he invadido Francia, ¿yo no tengo beso? -Se nota que quiere uno en la boca, pero se conforma con uno pequeñito en la mejilla y sonríe como si ya hubiese ganado la guerra cuando Lily se le acerca.

James y Lily parecen estar solos en el mundo durante unos instantes. James se le acerca un poco y Sirius le manda un aviso con el pensamiento que espera que llegue a tiempo, ni se te ocurra besarla ahora, delante de nosotros, con la peste a calcetín de Pettigrew. Lily se aparta. Recula dos pasos, carraspea, se alisa la falda del uniforme y sale un momento al pasillo, para volver cargada de cosas unos segundos después.

-Os he traído contrabando.

A Lupin, los libros que guardaba bajo la cama. Se los debió dar antes de irse a Francia, cuando aún no sabían el precio que iban a pagar por tomar Gold Beach.

A Peter, chocolate del bueno y una carta de su novia por correo. Sirius sonríe maliciosamente cuando el pequeño soldado rompe el sobre y se pone a leer con avidez.

-Yo que tú me ahorraría lo de la chica del tanque en Crépon cuando le contestes, Pettigrew.

-¿El qué?

-Nada, Evans, ¿a mí qué me traes?

La chica le lanza tres cajetillas de cigarrillos en el regazo.

-¡Americanos! ¿De dónde los has sacado? -Rompe el precinto de un paquete, saca uno, lo enciende, le da una calada, gime de placer-. Ya está, decidido. Nos casamos, Evans, quieras o no.

El último paquete es para James.

-Venía con el correo ordinario, pero pensé que te gustaría tenerlas cuanto antes.

Hechas con harina del mercado negro, huevos de las gallinas del jardín y mantequilla rancia, con el toque especial que solo una madre puede dar. James abre el paquete lleno de galletas y no habla, no puede; tan solo coge una, la mira, la huele, la muerde. Sonríe, “está riquísima”, mastica, se mete otra en la boca, “mi madre hace las mejores galletas del universo”.

-¿Queréis?

Todos cogen una. Saben a rayos. Es lo mejor que han probado en la vida.

Sirius nota que le pican los ojos; le arden, definitivamente. Siente todas las ganas de llorar que no ha sentido en una semana, porque solo un idiota como James Potter tendría en sus manos las galletas de su madre -hechas con sus propias manos, con ingredientes de contrabando y enviadas con sellos de prioridad- y se las ofrecería a sus amigos en lugar de comérselas todas él, sabiendo que quizá son las últimas que pruebe, que no tiene porqué hacerlo, que nadie espera que las comparta.

-Me van a dar una medalla, Lily -Aún con la boca llena, ha tardado tan solo tres minutos en mencionarlo desde que la ha visto, y solo por eso deberían darle otra medalla.

-Fue increíble. -Dice Peter-. Le salvó la vida al sargento. Había un montón de disparos, todo el rato, sin parar, ametralladoras, fusiles, misiles... Entonces, Sirius y él…

Lily frunce los labios, parece que la galleta le sabe amarga.

-El sargento Shacklebolt me ha dicho que vayas a verlo, Potter.

Se va sin más, llevándose su mirada de hielo y las ganas de vivir del soldado Potter, como poco. James se deja caer en la cama, farfulla algo ininteligible que suena tristón. Cuando Lupin le pide que por favor trague y repita, James tan solo gime, herido.

-Pensaba que a las chicas les gustaban los valientes.

Peter se encoge de hombros mientras vuelve a curarse las pupas de los pies. Sirius y Lupin se miran.

-¿Se lo dices tú o se lo digo yo?

-James, -Lupin suspira pacientemente-, a las chicas les gustan los que vuelven a casa.

-Ahórrate las hazañas heroicas. -Sirius le palmea la espalda solidariamente-. O por lo menos, que Pettigrew no se las chive.

James se levanta para ir al encuentro de su sargento y para pasarse por la enfermería de camino, quizá. Probablemente.

-¿Qué iba a hacer, dejar a Shacklebolt tirado en la playa?

Mientras lo ve sacudirse las migas del pantalón y colocarse bien las gafas, Sirius piensa que Lily va a tener que aprender a querer a James Potter tal como es: valiente, bueno, heroico, suicida. No quererlo no es una opción.

 

VIII

 

-Anda, Lupin.

-No.

-Venga, qué te cuesta.

-Por favor, Black, déjame dormir.

-¿No tienes hambre?

-Estoy cansado. Ve tú solo, seguro que no te pierdes.

-Es más divertido si vienes tú.

-No hemos venido a divertirnos, hemos venido a acabar con Hitler.

-Se pueden hacer las dos cosas. 

-Que no. -Lupin se cubre la cabeza con la almohada, sus quejas se oyen amortiguadas contra el colchón-. Ve a comer tú solo.

-¿En serio te vas a poner a dormir ahora? ¿Con los ronquidos de Peter? 

-Por última vez, Black: yo me quedo aquí. 

-Pero quiero que vengas conmigo.

Sirius lo zarandea, Lupin gime, le da una patada, falla, se acomoda mejor en la cama.

-Que no, que no voy. Fin de la discusión.

 

IX

 

Dos soldados se encaminan hacia el patio a por su ración de mediodía: el primero caminando a grandes zancadas, el otro frotándose los ojos tras él. 

-No me extraña que las chicas no se te resistan, Black, eres más pesado que un Panzer lleno de misiles.

Ha habido rendiciones alemanas mucho más honrosas que la suya.

-No es por la insistencia, en realidad. Hay pesados que no se comen un rosco. -Le sonríe victoriosamente-. Es que no saben decirme que no.

Lupin lo mira un momento. Los ojos grises, la mandíbula afilada, las espaldas de remador.

-Será eso, Black.

-Tú tampoco has sabido decirme que no.

No sabe por qué ha dicho lo que ha dicho, pero se siente vivo, coño, y no hay nada como deslumbrar a alguien con una sonrisa y hacerlo sonrojar. Y Lupin está a tiro. Son las mismas manos que cogieron con suavidad la cara de aquella francesa para besarla las que buscan algo que hacer, nerviosas. Colocarse bien las tachuelas del brazo, limpiarse el pantalón, acomodarse la chaqueta.

-Además, estás tú para hablar, Lupin. Estabas irresistible, montado en ese tanque, -está bastante seguro de que esa pausa se está alargando más de lo debido-, aparentemente.

Hace dos días estaban en Normandía pero ahora están allí, a salvo. No hay fuego enemigo, no hay marchas interminables por los campos franceses, no hay nazis que quieran matarlos. Solo tienen que preocuparse por dormir y comer. Y Sirius tiene hambre. Mucha hambre. Un hambre voraz.

Luego recuerda los restos del bombardero sobre la hierba y a Lupin llamando a Daniel, en el agua, a gritos desesperados que se ahogaban en la explosión del avión, “te he echado de menos”, los besos desesperados en la enfermería, qué coño estoy haciendo, pero si es un tío

-Vamos, anda.

Lo de sentirse vivo tiene un pase, pero igual no hace falta sentirse tan vivo. 

 

X

 

Con el estómago lleno, las cosas se ven de otra manera. Lupin y él se dirigen de nuevo al dormitorio, a descansar por fin unas horas antes de la formación nocturna reglamentaria. 

-Si el aroma a calcetín sucio de Peter nos lo permite -dice Sirius, con un bostezo de león. 

-Guerra bacteriológica, el arma secreta de Winston Churchill.

Sirius se ríe escandalosamente, Lupin sonríe a su lado.

-¿Siempre has sido tan graciosillo, Doc? 

Pero Lupin no parece haberlo escuchado; está mirando tras él al tiempo que su sonrisa flaquea rápidamente. Con un movimiento de cabeza, señala la fila de soldados alemanes que marchan en parejas, desarmados, con las manos en la cabeza, mirando al suelo sin decir nada. 

-Joder, Fabian, ¿de dónde has salido? -Sirius da un respingo cuando nota la presencia de Prewett 2 a su lado, pero Fabian no da muestras de haberlo oído. Mira a los alemanes con algo indescifrable en la mirada, algo de hierro, algo metálico, y se lleva la mano al fusil que le cuelga del hombro.

-Hace unas horas nos estaban matando y ahora hay que darles de comer.

-Son prisioneros de guerra, -razona Lupin, con voz suave-, también hay prisioneros ingleses en su lado.

-No más batallas para ellos. Pasarán el resto de la guerra en un campo, y luego volverán a casa. ¿A ti te parece justo, Black?

Sirius se encoge de hombros.

-No sé, es así. Prewett, estás muy tenso. 

-Un gasto en comida y agua, eso es lo que son. -Prewett 2, con los ojos de halcón fijos en los alemanes, no parece escucharlo-. ¿Tú qué piensas, Lupin?

-Pienso que igual deberías comer algo. Sirius tiene cigarrillos americanos, ¿quieres uno?

Entre los soldados de tropa con el uniforme del ejército alemán, hay un par de SS. La élite de Hitler, los verdaderos nazis. Un joven de ojos azules -por la insignia en el hombro, un soldado raso- y un hombre más mayor. Le han quitado la cruz gamada de la gorra, pero conserva su orgullo. Es un Unterscharführer, un sargento. 

Prewett 2 los ve y solo pueden sujetarlo con ayuda de James, que viene corriendo a ayudarlos cuando oye los gritos. El nazi no recula, sigue mirándolos a los ojos cuando dice algo que no entienden pero que hace que los demás alemanes asientan y escuchen. Usa un tono regio, propio de un guerrero del Reich que durará mil años. Cuando termina su discurso -Ich bin einUntersharfuhrer von Hitler, soy un sargento de Hitler-, tiene la barbilla alzada con el desprecio de alguien que habla a inferiores.

-¿Ah, sí? -James se le acerca a paso tranquilo-. Y yo soy de Kent-. El SS cae al suelo de rodillas, con las manos entre las piernas, gimiendo. Se escuchan las risas de los ingleses mientras sus compañeros se apresuran a ayudarlo a levantarse de manera bastante poco digna-. Estaba demasiado chulo, el nazi de mierda- sentencia James. Se coloca bien las gafas, rodea a Fabian con el brazo-. Me ha entrado hambre de repente, ¿a vosotros no?

Sirius no puede más que abrazarlo, “señoras y señores, Jimmy Potter”, tomarle el pelo, quitarle el casco para despeinarle los rizos que ya le están creciendo desde la última vez que lo raparon, antes del desembarco.

-Sargento Jimmy Potter, si no te importa.

La insignia de sargento que le acaba de otorgar Shacklebolt luce en su brazo, recién cosida.

-Coño, James. -Murmura Sirius. Luego se cuadra ante él, haciendo el saludo militar que más orgullo le ha dado hacer desde que se alistó-. Sargento Potter, señor, perdón, señor. -Añade un par más de “señor” y unos cuantos más “sargento”, por si acaso el pitorreo no ha quedado claro.

-Sargento Potter, hay que joderse. -Prewett 2 sonríe por primera vez en una semana-. ¿Qué le has echado en la cerveza a Shacklebolt para que te ascienda?

-Ahora es teniente, nos han ascendido a los dos. En la formación nocturna nos informarán de las novedades. -James se encoge de hombros-. No sé, después de Normandía faltan mandos, supongo.

-No es por eso, sargento Potter. -Lupin debe estar pensando lo mismo que él-. No es por eso.

Es fácil hacer que los soldados te sigan por deber y es todavía más fácil mandar con autoridad, pero Sirius y Remus están seguros de que James lo va a hacer de la manera más difícil de todas, y de la mejor manera posible: con bondad. 

 

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