
Capítulo 3
I
La venganza del sargento Snape no se hace esperar.
Es una mañana cálida de finales de mayo, y los infantes tienen prácticas de tiro en el campo de maniobras. Sirius está echado en el suelo, con el estómago sobre tierra húmeda de rocío y apuntando a la colina donde descansan las dianas. Le toca practicar con la ametralladora. A su lado tiene a McGregor, que le aguanta la serpiente de balas y le dará el nuevo cañón cuando el que tiene puesta su ametralladora Bren se caliente y haya que reemplazarlo. Un poco más allá, James camina hacia donde están apilados los fusiles, coge el que Snape le da y vuelve al campo con paso animado. Se defiende bastante bien, cada vez sabe disparar mejor. Matar no es un arte preciso, es cuestión de suerte y de que no te maten a ti primero, pero siempre tranquiliza acertar a la diana, y siempre tranquiliza que tu mejor amigo tenga buena puntería.
Sirius se concentra y fija el objetivo. La ametralladora inglesa Bren es peor que la MG-42 alemana, pero tiene un alcance más que decente y lo más importante, no se encasquilla. No falla nunca. Shacklebolt se pasea tras ellos, con los brazos cruzados sobre el pecho y observando a sus hombres, apuntando mentalmente sus flaquezas y sus fortalezas para trazar la mejor estrategia que los salve en Francia.
Sirius intenta lucirse cuando nota que Shacklebolt lo está mirando. Su sargento les ha enseñado que para la ametralladora se necesita un dedo ligero, un roce leve que dispare tres balas en lugar de catorce, para que el cañón no se caliente demasiado y porque al fin y al cabo, solo hace falta una bala certera para matar a un hombre. Cuanta más munición guarden, más tardarán en reemplazar la ristra de balas, lo cual lo hace extremadamente vulnerables.
Sirius se queda muy quieto, apunta a la diana y dispara suave, cuatro tiros que impactan en su objetivo. Implacable, gira la ametralladora casi imperceptiblemente y acierta en las siguientes tres dianas. Mata alemanes imaginarios durante medio minuto, y cuando se yergue para ver el resultado, están todos muertos con disparos en el pecho.
-Bien, Black. Muy bien. -Siente un aleteo placentero en el estómago cuando Shacklebolt sonríe con la vista fija en las dianas y lo pone a cargo de la ametralladora en el Desembarco antes de proseguir sin más comentarios.
A su lado, McGregor toca ligeramente el cañón para comprobar si se ha calentado y pese a que sabe que aún no necesitan cambiarlo, lo hace igualmente con una serie de movimientos que ha ensayado cientos de veces y que se sabe de memoria. Desenroscar, tirar, cambiar, gritar: ¡cañón listo! , y darle la ametralladora a Sirius de nuevo, todo en menos de diez segundos. Forman un buen equipo, eficaz y mortífero. Matarán a muchos nazis, si no mueren ellos primero.
Se escuchan aplausos tras la valla de madera y cuando Sirius se gira, se da cuenta de que algunas enfermeras han venido a verles y que lo aplauden a él y a sus dianas agujereadas. Son cinco, y todas le parecen guapísimas. Es su día de fiesta y han decidido desayunar frente al campo de tiro. Tazas de latón con café humeante, emparedados de carne, rizos marcados bajo las cofias recién planchadas. Le sonríen, coquetas, y entonces decide que es tan buen momento como cualquier otro para quitarse la chaqueta y fardar del blanco de su sonrisa, que hace juego con el blanco de la camiseta interior. Todas lo miran. Todas, excepto Evans.
Tiene el ceño fruncido y los ojos verdes fijos en James.
James está peleándose con el fusil, que por alguna razón, parece no obedecerle. Apunta y dispara, pero no sucede nada. Confundido, se saca las gafas del bolsillo de la chaqueta y se las pone para inspeccionar el arma. Abre la cámara de las balas y suspira frustrado cuando constata lo que ya sabe, que el fusil está cargado, y aunque Pettigrew se le acerca para ayudarlo, tampoco consigue distinguir el problema. James dispara el gatillo dos veces más. Nada.
Es la expresión de Lily la que lo hace desconfiar, pero es la expresión de Snape lo que lo hace salir corriendo hacia él.
-¡Potter, no!
Pero James está lejos y no lo escucha a tiempo. Dispara el fusil saboteado, se oye un tiro que no es un tiro y al segundo, James suelta el fusil y levanta las manos ensangrentadas con un alarido de pánico.
Para cuando el resto se ha dado cuenta de lo que ha pasado, Sirius ya ha llegado junto a él. Le da tiempo de contarle los diez dedos y suspirar con alivio antes de que llegue Shacklebolt y lo aparte de un empujón para arrodillarse junto a James.
-Tranquilo, Potter. -Le coje las manos para verlas mejor-. ¡Apártense! ¡Médico! ¡Black, déjele sitio! Respire, tranquilo. ¡Médico!
Lupin llega corriendo con el botiquín y solo cuando lo ve junto a James consigue obedecer la orden de Shacklebolt y hacer sitio. James gime, horrorizado. Las gafas se le han caído al suelo y tiembla incontrolablemente. Lupin y el sargento intentan sujetarlo para frenarle el temblor histérico en las manos e inspeccionarlo, pero hay demasiada sangre, la herida no se ve bien.
Snape llega hasta ellos a paso ligero pero tranquilo y se hace sitio en el corrillo que se ha formado. “Trae, Potter”, dice con fastidio, “déjame ver”. James le enseña las manos, obedeciendo como un niño asustado. Gotean sangre en el césped, tiemblan tanto que le sacuden todo el cuerpo.
-¡Has sido tú! -Sirius lo ve todo rojo, se coloca a dos centímetros de su cara, ¿para qué esperar a que algún nazi le pegue un tiro si puede hacerlo él?-. ¡Tú le has saboteado el fusil!
Pettigrew afirma que él también le ha visto entregarle el fusil a James, el grupo entero mira al médico fijamente. Snape se indigna, Shacklebolt le dice que no es momento de tonterías y James gime para que alguien lo cure, quien sea; pero solo la mano de Lupin en el pecho consigue que Sirius mantenga la cabeza fría. Sé listo, contrólate , le dice con los ojos castaños. Más tarde, ahora no. Sirius obedece, inspira aire varias veces para calmarse y sin mediar palabra, coge a James y lo carga a hombros para llevarlo a la enfermería.
Sus gritos se escuchan por todo el campo de maniobras.
En la enfermería es Lily quien le lava las manos. Las mete bajo el agua del barreño, que se tiñe rápidamente de rojo intenso y cuando las saca, Sirius piensa que igual no es tan grave, que la sangre ha hecho que la herida parezca más aparatosa de lo que es en realidad, y que su amigo seguirá pudiendo matar alemanes. Lupin lo obliga a echarse en la camilla y tras un rápido vistazo, anuncia que la única mano herida de verdad es la derecha, la del gatillo. Por lo demás, nada de lo que preocuparse. Lo dice tranquilo, clínicamente, con una calma contagiosa que hace que Sirius vuelva a respirar acompasadamente. Lupin saca aguja e hilo, desinfecta la herida con un chorro de alcohol y se dispone a coserla. Lily sujeta a James, Sirius sujeta a Lily.
-Por fin has conseguido venir a la enfermería por algo serio, Potter -dice la enfermera. James aún está demasiado impresionado como para responderle con algo que no sea una sonrisa débil.
Lupin trabaja rápidamente y con precisión. Le pincha un poco de anestésico local, un lujo que no van a tener en Normandía, y luego hila la aguja y le sujeta la mano.
-No sé si lo sabíais, pero no soy médico -dice casualmente, mientras empieza a dar puntos.
James se incorpora con los ojos muy abiertos para verse la herida, Sirius y Lily lo obligan a estirarse y miran de idéntica manera a Lupin, que no parece inmutarse lo más mínimo.
-Nos llamáis médicos, pero en realidad no lo somos. Yo trabajaba en una editorial -lo que sea que está haciendo Lupin con esa voz sedante está funcionando porque James ya no mira a la herida, si no a él y a su historia.
-¿En serio? -Pregunta Sirius-. ¿Escribías novelas y eso?
Lupin sonríe mientras cose la herida de James. Sus ojos castaños calculan la distancia que tiene que dar entre los puntos, sus dedos trabajan con decisión. Sirius no se había dado cuenta de que tiene las pestañas rubias hasta entonces.
-Con la guerra, mi editorial empezó a hacer carteles y panfletos de propaganda para el gobierno. Pósters de alistamiento, instrucciones para construirse refugios caseros en el jardín, esas cosas. También hacíamos las ilustraciones, lo maquetábamos todo y lo imprimíamos en nuestra imprenta. Durante el Blitz, nos volaron el edificio. Un día íbamos a trabajar, y al día siguiente no había más que ruinas. Entonces me alisté. -Le da unas palmaditas a James-. Esto ya está. Mantenlo limpio, y en unos días te quitaré los puntos. -Le sonríe-. No podrás culpar a tu dedo si no sabes darle bien al gatillo en Francia, Potter.
Solo entonces James suelta el aire que tenía retenido en los pulmones, y Sirius se permite dejarlo incorporarse.
-Lo que no entiendo, -dice Sirius-, es por qué Snape se ha metido contigo solamente, y no conmigo ni con Lupin, teniendo en cuenta…
Lily los mira sin entender nada.
-No sé. -Dice James. Lupin calla-. Igual mi fusil se encasquilló solo.
-Lily, tú lo conoces mejor que nadie. ¿Realmente lo crees capaz de…?
La chica no los mira cuando se encoge levemente de hombros y se pone a buscar material para vendarle la mano a James.
-Esto no puede quedar así. -Sentencia Sirius-. Hay que pillarlo de alguna manera, hay que demostrar que el fusil está saboteado. ¿Le habrá puesto algo en el gatillo?
James niega con la cabeza.
-El gatillo funcionaba bien, yo creo que era el cañón.
La puerta se abre y Snape aparece en el rellano, todavía con cara de fastidio. Abre la boca, seguramente para echarlos de la enfermería, pero Lily cruza la habitación con dos zancadas y le cierra la puerta en las narices, y sin hacer ningún comentario, se sienta frente a James, le coge la mano con suavidad y se la envuelve con vendas blancas.
-Es igual. -Dice James-. Dejémoslo.
Sonríe de oreja a oreja, el muy idiota.
II
Al final resulta que, después de todo, James no es humanamente capaz de resistirse a gastarle una broma a Snape. El dedo le duele a rabiar, Lily se ha reconciliado demasiado rápido con él y los tres tarros, -correcto, tarros -, de alcohol casero de Peter han borrado su última frontera moral, que ya de por sí era bastante difusa.
Lupin llega cuando los tres, -James, Peter y Sirius-, están tramando el plan. Peter le ofrece un poco de su brebaje, y Sirius puede ver las alarmas en su cabeza cuando lo olisquea.
-No, gracias, -recula varios pasos y declina la oferta-, esto huele como lo que debió acabar con Paul Verlaine.
-Tú te lo pierdes. -Los ojos de James tienen un brillo pirómano que Sirius no le había visto nunca, pero que mentiría si dijera que no le apasiona.
Lupin pregunta, “¿qué tenemos aquí?”, con el tono que usaría un adulto que ha pillado a un niño con un petardo encendido en las manos, y a Sirius, inevitablemente, le da la risa y le cuesta explicar que acaban de idear la broma perfecta para Snape.
-¿Bajarle los pantalones? ¿En serio?
Sirius se ríe como un perro y Peter asiente vehementemente, pero James entorna los ojos cuando mira a Lupin.
-Te tienes que reír. -Y lo dice completamente serio-. No es una broma si no te ríes tú también, Doc.
-¿No puede divertirme, simplemente?
-No.
Tajante, categórico. “La gracia de una broma es que te rías, Lupin”, “¿pero no vale con que me lo pase bien?”, “NO”. Ese “NO” otra vez, ese “NO” ofendidísimo que se convierte en un resoplido airado cuando Lupin, el muy inconsciente, va y dice que “si tanto significa para ti, pues tendré que reírme”.
-Vamos a ver, Lupin, ¿tú te crees que no noto cuando finges? -El pensamiento es demasiado doloroso para ponerlo en palabras-. Calla, no me lo digas. Como me entere de que alguna vez te has reído de mentira, me partirás el corazón.
Es entonces cuando Sirius ve la verdad sobre James como si la viera escrita ante sus ojos.
-Tú debes dar buenos orgasmos, Potter.
Los tres lo miran, y hay unos segundos de denso silencio hasta que James dice “ignoradlo, es un inútil”, y a Lupin le da la risa como pocas veces en su vida.
-Lupin, ¿qué me dices del fuego? ¿Te hace gracia el fuego? -Otra verdad sobre James Potter es que raras veces, por no decir nunca, sabe dejarlo estar -. Si consiguiéramos sus calzoncillos…
La palabra “fuego” despierta repentinamente el interés de Sirius. Quemarle los calzoncillos a ese imbécil, esa es la clase de idea de bombero que está dispuesto a apoyar y por la que está dispuesto a aceptar un castigo cuando irremediablemente los pillen. Una idea con filón, una idea con posibilidades, una idea que aunque acabe en fracaso, será inevitablemente una gran victoria.
-Nadie va a quemarle nada a ningún imbécil. -La voz de Lupin suena extremadamente preocupada y en consecuencia, extremadamente graciosa-. Potter, fuego no .
Y entonces, James lo acalla, s shht, sshhht, ssssshhhhhht , exageradamente, teatralmente, tapándole la boca con la mano.
-Peter, -anuncia con solemnidad-, necesitamos tu radio.
Sirius vibra de electricidad cuando ve la curiosidad en los ojos de Lupin. También mentiría si dijera que no se muere por saber qué le hace reír.
Veinte minutos después, se han encaramado a la azotea y James ya ha dicho tres veces: “y… ¡ahora!”, sin que haya ocurrido nada, lo cual ha hecho que Sirius se ría tres veces y que los ojos de Remus se pongan en blanco tres veces.
-Vamos, Snape, -murmura James entre dientes-, no me decepciones.
James ya ha cogido la radio, y la imitación de Shacklebolt pidiéndole urgentemente, por Dios, ¡urgentemente! , tres botes de sulfamida a mi habitación ¡ahora mismo! , debería haberse grabado para la posteridad, según Peter.
Snape sale de la enfermería, y el misterio de por qué nunca lo han visto correr se desvela ante ellos en toda su gloria. Peter constata lo obvio, “el sargento Snape es un hombre muy extraño”, pero es la observación de Lupin lo que hace que Sirius tema seriamente no sobrevivir al ataque de risa que le sobreviene.
-Ha visto correr a otros seres humanos con anterioridad, ¿no? -Lo dice impertérrito, sinceramente preocupado por Snape-. Tiene que saber cómo se hace, es imposible que sea la primera vez que lo intenta.
Snape cruza el patio de armas, se dirige a los dormitorios de los oficiales y llama a la puerta del sargento. Al cabo de un buen rato, la figura descomunal de Shacklebolt oscurece el marco de la puerta.
-Interesante, -dice Lupin-, siempre había pensado que el sargento era un hombre de pijama completo.
Shacklebolt aparece en ropa interior, con los calzoncillos grises de uniforme y la cara de pocos amigos. Antes de que Sirius pueda preguntarse si Lupin piensa mucho en cómo duerme su sargento, James los manda callar.
-Para dormir, quizás sí, -exhibe una sonrisa satisfecha, la misma sonrisa que exhiben los grandes estrategas cuando les informan de que la operación que diseñaron ha culminado en victoria-, pero el sargento Shacklebolt, caballeros, no estaba durmiendo.
Incluso desde tan lejos, la voz de mujer que sale de la habitación del sargento es perfectamente audible en el silencio de la noche.
-¿Kingsley?
-Ya voy -gruñe Shacklebolt. El pecho sudado le sube y le baja, va a estrangular a Snape con sus propias manos. El rango de los dos hombres es el mismo, así que Snape mantiene el tipo con bastante entereza, aunque cuando Shacklebolt le pregunta “qué coño quieres, Snape, estoy ocupado”, y Snape le tiende la sulfamida y le dice “para el ejercicio, como me has pedido”, no puede evitar recular al ver que el infante camina tres pasos, se planta delante de él y frunce el ceño de una manera que haría que Adolf Hitler se rindiera a sus pies.
-¿A ti qué te pasa? Tú qué eres, ¿un pervertido?
Luego ocurren varias cosas a la vez: la señora Shacklebolt pierde la paciencia, “Kingsley, ¿va todo bien?”, Snape cae en la cuenta de que le han tomado el pelo y exclama automáticamente, “¡POTTER!”, y Shacklebolt gruñe y se mete en su cuarto con un portazo que resuena por todo el patio de armas. Peter recoge la radio apresuradamente, “vámonos de aquí antes de que nos pillen”, y Sirius y Remus quieren correr, de verdad que sí, de verdad que lo intentan, pero el ataque de risa que les ha dado ha sido fulminante, desarmante, destructor. La cara de James cuando por fin consiguen que las piernas les aguanten lo suficiente como para bajar las escaleras solo puede definirse como Una Puta Maravilla. Sirius tiene que suplicarle “de verdad, en serio, Potter”, que deje de imitar a Snape, “¡POTTER!”, pero sobre todo, que deje de imitar a Shacklebolt, “tú qué eres, ¿un pervertido?”, sudando como un animal de tiro, en calzoncillos, ardiendo de rabia.
Los castigan, por supuesto que los castigan. Snape los llama a la oficina de los sargentos al día siguiente, y allí está Shacklebolt, sentado detrás de su escritorio con una calma terrorífica. Snape los acusa sin pruebas, y a Shacklebolt no le importa lo más mínimo porque haber resultado ser un daño colateral de sus tonterías lo tiene de mal humor durante toda la semana. Snape les sonríe maliciosamente y los manda a buscar al cabo Smith, para que se lo lleven a correr hasta la colina. Se les cae el alma a los pies cuando descubren que el cabo Smith resulta ser un misil gigantesco, una reliquia de la Primera Guerra Mundial que pesa como un muerto y que los tiene resoplando y echando el hígado por la boca después de diez metros arrastrándolo. Para cuando regresan a la camareta, todos los demás cadetes ya llevan un buen rato durmiendo y a ellos no les queda una parte del cuerpo donde no sientan agujetas; no saben cómo lo harán al día siguiente para levantarse de la cama a las cinco de la mañana; y no entienden cómo era su vida antes de encontrarse mutuamente.
III
Para cuando las agujetas ya se les han ido del cuerpo y Shacklebolt los ha perdonado, el Día D se cierne sobre ellos de manera inevitable. Lleva semanas acercándose, meses, años. Se lo anuncian varias veces, pero siempre acaban retrasándolo por mal tiempo. Es agobiante no saber cuándo irán a luchar, se sienten en un limbo y Sirius no agradece tener otro día más de vida, como otros soldados; tan solo quiere que todo termine, no se le da bien vivir entre la vida y la muerte.
No saben cuándo será exactamente, pero los han preparado con meticulosidad y a esas alturas ya conocen la teoría de la operación de memoria. En qué playa desembarcarán, -en la Gold Beach-, cuál es el objetivo, -tomar el territorio entre Port-en-Bessin y La Rivière-, cómo los protegerá su Ejército, -por cielo y por mar, con bombarderos y acorazados-, quiénes vendrán tras ellos y quiénes les precederán, -soldados, soldados, y más soldados-. La quinta compañía llegará de las primeras, pero no la primera. Sus hombres desembarcarán después de que, con un poco de suerte, los bombarderos hayan acabado ya con la artillería pesada alemana. Avanzarán a pie, conquistarán la playa, acabarán con el emplazamiento alemán. Nadie pregunta cómo exactamente. Son soldados, obedecerán órdenes. El Desembarco de Normandía será un éxito, y no hay más que hablar.
Esa, al menos, es la teoría. Una teoría que no va a prepararles para la realidad de lo que vivirán.
El viernes, Shacklebolt les dice que envíen sus últimas cartas, y el sábado se encierra en un despacho y no lo ven salir de allí hasta la tarde, con un fajo de sobres marrones que entrega a las secretarias del departamento de Administración Militar. Cuando Prewett 2 pide una explicación, es Pettigrew el que responde.
-Ha escrito las cartas que enviarán a nuestras familias si morimos. Las escribe ahora, por si muere él también.
Más tarde, Sirius busca a su sargento para pedirle que no envíe ninguna carta a su casa, pero Shacklebolt le dice que no tiene más remedio que hacerlo, por protocolo.
-Entonces ponga que maté a muchos nazis, señor.
La mano de Shacklebolt en su hombro le parece lo único firme que siente en todo el día.
Esa noche, en las escaleras de la enfermería, todos están más silenciosos de lo normal. Las chicas no consiguen animarlos, no dan con las palabras adecuadas. La conversación es torpe, incómoda. No pueden ni siquiera hablar del tiempo, porque mal tiempo significa mala mar, y mala mar significa fracaso en Francia. Por el contrario, buen tiempo es buena visibilidad, perfecta para que las ametralladoras alemanas los maten con facilidad.
Esperan a que McGregor se termine el cigarro antes de emprender el camino al dormitorio. Esa noche parece disfrutar la nicotina especialmente, porque se lo fuma hasta que se extingue todo el papel y las virutas de tabaco caen al suelo. Cuando se levantan para irse a la cama, Sirius ve que Potter tira del brazo de Lily para quedarse rezagado con ella y darle una carta.
-Ábrela sólo si no vuelvo a casa.
No dice “si me muero”, no dice “si me matan”. Para James, su casa es la enfermera que lo mira con ojos de cierva y que tarda unos segundos en recomponerse antes de esbozar una sonrisa temblorosa y contestarle.
-Pues tienes una letra horrible, Potter, así que más te vale volver.
Le acaricia la mejilla a su soldado preferido, James le sonríe, se miran un buen rato sin decirse nada y se dicen adiós en silencio.
Sirius se da cuenta de que van a la guerra cuando James Potter se despide de Lily Evans.
IV
El domingo por la mañana les hacen firmar un seguro para que sus familias cobren algo si mueren en Francia. Como destinatario de cobro Sirius escribe Winston Churchill, que es lo único que se le ocurre para hacer que su madre llore de rabia si lo matan los nazis. Por la noche se reúnen en el barracón para escuchar el discurso del Primer Ministro en la BBC. Su voz potente emana de la radio y es la voz de toda Inglaterra cuando dice que lucharán en Francia; lucharán en las playas, lucharán en las calles, en los campos, en las colinas; defenderán la Madre Patria y nunca se rendirán, sin importar el precio que paguen por ello. Sin embargo, cuando Churchill se dirige a ellos para arengarlos, Sirius lo encuentra decepcionante. No lo admitirá nunca, por supuesto, pero la radio es vieja, la conexión es mala y coño, no se oye una mierda . Cree que lo oye citar algo de Shakespeare y mencionar a Hitler. Los más cercanos al transistor irrumpen en aplausos, y Sirius no le guarda rencor a su Primer Ministro por no haber logrado quitarle el miedo. ¿Qué va a decir? Los va a mandar a Francia y su intención es buena, claro; es que ganen y que ninguno muera.
Pero no todo puede ser en esta vida.
V
Finalmente, el Día D que les anuncian acaba siendo el verdadero. Es de madrugada cuando los reúnen en el puerto para embarcarlos en el acorazado que los llevará a Normandía. Engrasan sus fusiles, un cura los bendice y se meten en el interior del barco sin más ceremonia. Se cierra la compuerta tras ellos y se quedan en silencio, prácticamente a oscuras.
Pese a que están juntos, el ambiente en el barco es de privacidad, y pese a que no cabe un alfiler en el acorazado, cada hombre viaja a solas consigo mismo. Algunos juegan a cartas y se apuestan todo el dinero que llevan encima, seguros de que van a morir. Otros meten las manos en sus bolsillos para tocar la arena que se han llevado de la playa de Inglaterra. Los creyentes rezan en silencio, los ateos cierran los ojos y tratan de no pensar en nada.
La noche es tenebrosa mientras la flota infinita de barcos se va acercando a Normandía.
Todavía no ha amanecido cuando les sirven el desayuno, una extensión macabra de comida en mesas con manteles blancos. Los chistes sobre la última cena de Jesús, la última comida de los condenados a muerte y el cebo de los cerdos al matadero no se hacen esperar. Los marines de los barcos se apiadan de ellos y les ceden sus raciones. Hay de todo, y el estómago del barco se llena de los sonidos de los soldados masticando, engullendo, bebiendo, tragando. Sirius tiene que apartarse de las mesas para poder respirar. Se siente mareado, no consigue pensar en comida sin que le sobrevengan náuseas. No lo sabe, pero ir a batalla con el estómago vacío va a salvarlo; muchos de los hombres que ahora están comiendo hasta saciarse no vivirán más de tres horas: se marearán en las lanchas, vomitarán la comida y la biodramina, llegarán agotados al desembarco y el mar se los tragará para siempre.
A través del megáfono, el capitán del acorazado anuncia que están al llegar. La compañía entera se sincroniza los relojes de muñeca al segundo, a orden de Shacklebolt. Los sargentos revistan los equipos de todos y cada uno de sus soldados, y distribuyen dos dosis de morfina inyectable para cada uno; se las guardan en las mallas de los cascos, junto con vendajes de emergencia y cajetillas de tabaco: la primera dosis para mitigar el dolor, la segunda para morir.
Las risas se suceden cuando uno de los tenientes confisca una caja de preservativos a un soldado, admiro su optimismo, Lee, pero, ¿cincuenta condones? , y empieza a repartir los profilácticos entre todos, para reforzar la protección del plástico que recubre sus fusiles de asalto. Sirius se ve en la surrealista situación de estar engomando los cañones del fusil que lleva cruzado en el pecho y de la ametralladora que lleva desmontada por partes a la espalda.
-Ya lo saben, caballeros, -dice James-, ¡tanto en la paz como en la guerra, el rifle siempre protegido!
Shacklebolt acalla las risas de golpe. Lo ven consultar con el teniente, y luego anuncia que a partir de entonces, irán en silencio. Los divide en grupos pequeños para montar en las lanchas que los llevarán a la playa, y Sirius intenta que no se note lo contento que está de que le toque con el sargento. En su lancha también irán Pettigrew, Lupin, McGregor y uno de los Prewett. El otro hermano irá con Potter y con Longbottom. Los dos hermanos se miran, pero saben que Shacklebolt los ha separado por su propia supervivencia; para que si uno cae, el otro no muera intentando salvarlo.
Es su sargento, más que Churchill, quien los inspira en el acorazado antes de que embarquen en las lanchas y zarpen en dirección a la playa que deben conquistar. Están mareados, el suelo está cubierto de vómito y el ambiente huele a sudor y a miedo.
-Piensen en sus familias. -Es hombre de pocas palabras. Hay otros más elocuentes en la compañía, pero es el sargento que les ha tocado y no creen que pueda haber otro hombre mejor para dirigirlos en batalla-. Yo pensaré en mi mujer y en mis hijas. -Se saca una foto de la chaqueta y Sirius no ve cómo es exactamente su familia, pero lo único que importa es que las lleva con él, cerca del corazón.
-¡Potter! -Grita el sargento-. ¿En quién pensará usted?
James casi no lo deja terminar la frase.
-¡En mis padres, señor!
-¡Pettigrew!
El chico vacila. La palabra “novia” se le atasca, no le sale mentir.
-¡En mi madre, señor!
El resto de los hombres grita “en mi hermana”, “en mi hijo”, “en mi mujer”. Entonces, se abre la compuerta del acorazado y aparecen las lanchas, meciéndose en el agua furiosa, destinadas a cargar y descargar soldados. Son anchas para no zozobrar, tienen las paredes altas para que no los maten antes de llegar a tierra, están hechas para soltarlos en la playa y volver a por más hombres. Se oye el grito de la compañía varias veces cuando todos suben a sus lanchas, triunfar o morir, dicen sus compañeros mientras saltan a las embarcaciones, triunfar o morir, gritan al unísono, mientras rugen los motores. La cara asustada pero decidida de James es lo último que Sirius ve antes de meterse en su lancha.
A lo lejos, la playa los está esperando.
VI
El piloto de la lancha les anuncia que abrirá la compuerta en treinta segundos. Durante el viaje, Shacklebolt les ha repetido las instrucciones que ya les ha dado mil veces. Sepárense, cinco soldados son mejor objetivo que uno. El mar está bravo ese seis de junio, la lancha se mece sin clemencia. Vayan solos, no intenten salvar a nadie. La biodramina que les han dado no hace efecto, todos vomitan. Los alemanes habrán colocado vallas metálicas para impedir que desembarquen los tanques, úsenlas para cubrirse. A medida que avanzan, a su sargento le tiemblan las manos y la voz. No piensen, tan solo corran. Cuando dice nos veremos al otro lado, ninguno de ellos sabe a qué se refiere, si a Francia o al Cielo. Sirius se santigua pese a no creer en Dios, y a su lado, Lupin vomita por tercera vez; solo son arcadas, ya tiene el estómago vacío desde hace rato.
-No tengo a nadie en quien pensar -dice Sirius en voz alta. Nadie en absoluto, nadie por quien triunfar o morir sobre la arena francesa.
No esperaba que lo oyeran. Todos están concentrados, cerrando los ojos, intentando sostenerse en pie, rezando.
-Entonces piensa en mí. -La voz de Lupin es lo único que oye en el estruendo-. Piensa en mí, y yo pensaré en ti.
El médico ni siquiera lo está mirando. Tiene los ojos fijos en la puerta que se abrirá en unos momentos y por la que saldrán a matar o a morir, así que Sirius le toca el brazo para llamar su atención. Le gustaría responderle, pero solo puede asentir temblorosamente con la cabeza.
En la penumbra de la lancha, al abrigo de la oscuridad, la cruz escarlata en el casco de Lupin es del color de la sangre y sus pómulos parecen cortados a cuchillo. El miedo le brilla en los ojos, pero Sirius ve coraje a través de ellos. Tan claro. Tan nítido.
Con un crujido metálico, la puerta se abre.
Empieza el desembarco.