Triunfar o Morir

Harry Potter - J. K. Rowling
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Triunfar o Morir
Summary
En 1944, las fuerzas aliadas se preparan para el desembarco anfibio más grande desde Alhucemas. El muro atlántico de los nazis, una fortificación kilométrica de misiles, minas y divisiones acorazadas al mando de Rommel, los espera en la costa francesa. Si consiguen atravesarlo, los soldados del frente occidental desembarcarán en territorio ocupado y deberán conquistar Francia, Holanda y Bélgica hasta llegar a Alemania, antes de que llegue el invierno, antes de que sea demasiado tarde.Esta es su la historia.
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Capítulo 2

 

I

Después del mago malísimo y el cómico pésimo, la rubia que sale a cantar les parece increíble, aunque realmente no sea más que pasable. Es lo mejor que les han podido traer para levantar la moral, a pocos días de entrar en combate. Que los americanos tengan a la Bergman, o a la Bacall, -su favorita-, o por lo menos, a alguna menos huesuda y con los dientes más proporcionados, es algo que a Sirius le da bastante igual. Puede que sea por el alcohol que se ha bebido antes de la cena, o porque las únicas mujeres que ha visto últimamente llevan cofia y solo interactúan con él para regañarlo; el caso es que el cadete Sirius Black solo tiene un pensamiento, el mismo pensamiento que le parece que puede oír en las cabezas de los demás: tengo que acostarme con ella aunque sea lo último que haga.  

-Black. -Una mano lo zarandea en el hombro-. Es urgente.

Lupin le susurra que “ven” al oído y le eriza el vello de la nuca. Cuando Sirius se gira hacia Potter para quejarse, ni él ni Pettigrew están en sus asientos. Frunce el ceño. ¿Cuándo se han marchado?

-Urgente, -repite, el muy imbécil -, es muy urgente.

Me cago en Dios. Sirius se levanta a regañadientes y lo sigue, ignorando los siseos de los demás cadetes que les piden que se sienten. Cuando por fin salen al aire libre y consigue averiguar qué coño quiere el médico, le cuesta creer que no tenga ganas de ponerlo fino a collejas.

-¿Me has sacado de la chica que canta por saber mi opinión? -Sirius levanta las cejas, Lupin asiente gravemente y tira de su chaqueta-. ¿Mi opinión sobre qué?

 

II

-¿Y bien? ¿Qué opinas?

Sirius frunce el ceño. A su lado, Lupin está de brazos cruzados. Potter y Pettigrew lo miran, expectantes. Tienen las manos llenas de las balas que usarán en Normandía, y Sirius solo tiene una pregunta.

-¿Se puede saber qué coño es esto?

Lupin asiente, dice “¡gracias, por fin una voz sensata!”. Pettigrew dice que todo ha sido idea de Potter, y Potter se mantiene en sus trece.

-Es brillante. No sabéis lo que decís.

Hay cientos de balas. De dónde las han sacado, Sirius no lo sabe, pero el verdadero misterio es el mensaje que han escrito en ellas con pintura blanca.

-Lo primero tiene lógica, -porque han escrito “Hitler”-, pero tendréis que explicarme muy despacio por qué habéis pintado un corazón.

Lo que más gracia le hace de todo el asunto es la cara de Lupin, un judío que se ha alistado voluntario para frenar lo que sea que le estén haciendo a su pueblo, pero que sin embargo parece que nada lo haya ofendido tanto como eso en la vida.

-Ahí pone que amáis a Hitler.

James dice que no, convencidísimo.

-No lo entendéis, ¿vale? Es como: “Para Hitler, con amor”, de nuestra parte.

Lupin niega vehementemente.

-Si tienes que explicar el mensaje de una bala, no es un buen mensaje.

Sirius le da la razón.

-Es un mensaje de mierda.

Contiene la risa con todas sus fuerzas cuando Lupin se cruza de brazos y proclama que con esas balas no piensa irse ni a Normandía ni a ningún lado. La sonrisa de James flaquea. Mira primero las balas, luego a Sirius y a Lupin. Musita “mierda”, y luego intenta borrar la pintura.

-No se borra -dice débilmente.

Se pasan las siguientes dos horas transformando corazones en calaveras. A Lupin le siguen dando ataques de risa periódicamente, y es una risa tan poco dignificada que no parece suya y que, obviamente, hace que a Sirius se le contagie de tal manera que teme seriamente mearse en los pantalones del uniforme. Cuando al día siguiente Sirius pregunta con quién se fue la cantante, le dicen que la última vez que la vieron se estaba resguardando de los soldados en el barracón de las enfermeras, y que la fiesta de las chicas continuó hasta altas horas de la madrugada.

Ni siquiera le sabe mal.

 

III

En los meses que llevan en la base de entrenamiento, las escapadas nocturnas tras la enfermería se van haciendo más elaboradas. A veces traen cartas, a veces dados, a veces un infante llamado McGregor los deleita con unos acordes desafinados en una vieja guitarra, y casi siempre beben la poción que de Pettigrew, que ha ideado una manera de fermentar alcohol en latas de conserva con melocotones rancios.

-Sabe a rayos, -sentencia Prewett 1, tras beber un trago de la lata y echarse a toser violentamente-, pero sube que da gusto.

Evans se une a sus escarceos detrás de la enfermería desde hace un par de semanas y cuando su amiga Alice viene, Longbottom nunca falla. Ambas se sientan siempre al lado de Lupin, y Sirius piensa que nunca jamás ha conocido a mujeres como ellas. Cuando se lo dice, pese a que quiere que sea un cumplido, se encuentra con un muro de desdén en los ojos de las jóvenes.

-¿Como nosotras? ¿Y cómo somos nosotras, si puede saberse?

Sirius señala lo que le parece más que evidente: Alice fuma como una chimenea y Lily se sienta con las piernas abiertas, obligando a Peter a hacerse pequeñito a un lado del escalón. “Así, bordes”, es lo único que le sale, y no ha sonado como un cumplido pero a Evans parece hacerle gracia la definición porque se ríe escandalosamente, una risotada llena de vida que los soldados apresuran a acallar por miedo a que los pillen.

-No nos dejáis otra opción que ser bordes. Que si “límpiame las pupas, enfermera”, que si “no necesito morfina si me curas tú, enfermera”. 

A Lupin le da la risa y se le atraganta el humo del tabaco cuando Lily sentencia que los soldados son unos perros.

-¿Quién es el soldado que te serena de esta manera, Lily?

Potter mira al suelo, repentinamente concentrado en los cordones de sus botas. Alice dice que ella se hizo enfermera porque las únicas opciones que tienen las bordes como nosotras son secretaria, maestra y enfermera, en ese orden. Y eso está mal, claro. No es que Sirius piense que las mujeres modernas de 1944 tengan que quedarse en casa como pájaros enjaulados, pero cuando Alice dice que debería haber mujeres soldado, ahí salta porque no puede más.

-No digas tonterías, chica. -Quiere decirle “no me jodas, niña”, pero no puede hablarle así a una mujer, por muchos cigarrillos que fume. La reacción violenta de las chicas no lo hace cambiar de opinión-. Una mujer soldado no puede ser, y punto.

Cuando Lily se levanta para encararse con él, le tira el fusil y el peso del arma la hace trastabillar y caer en el regazo de James. Intenta levantarse, pero sus botas resbalan en el barro y James, sonriente como un niño en Nochebuena, no hace ningún intento por ayudarla.

-Puede que tengas razón. -Dice Sirius, viéndola pelearse con la correa del fusil-. Sois igual de fuertes que Snape, quizás sí tenéis futuro en el ejército.

Lily deja de intentar levantarse, mira tras él y sonríe.

-Buenas noches, sargento Snape.

-Muy graciosa, Evans.

Dos dedos gélidos se le clavan en el hombro y cuando se gira, recibe un par de gritos y su permiso de fin de semana es revocado. Snape mira a Lily y eso es lo más sorprendente de todo, que  el sargento más odiado de la compañía le tiende la mano para ayudarla a levantarse de encima de James. Se ofrece a acompañarla al barracón de las enfermeras, ella dice “vamos, Severus”, y se marchan tranquilamente, seguidos de Alice.

-Se me olvidó comentarte, Potter, -la sonrisa de Lupin es de todo menos inocente-, son amigos desde la infancia.

Cada vez que recuerda los gritos de James, “¿amigos, cómo que amigos?” Sirius no puede evitar reírse hasta que se le saltan las lágrimas.



IV

La certeza de que van a invadir Francia les golpea en la boca del estómago cuando llega la RAF. Si los aviones están en el campamento, es que no debe quedar mucho. Los bombarderos y los cazas aterrizan en fila, uno tras otro, en formación de batalla, y todos corren a ver los hombres que emergen de ellos, a los héroes del aire, a los pilotos legendarios.

Del tercer bombardero sale un soldado bajito, como todos los buenos pilotos. Lleva cazadora marrón y el pelo cobrizo le brilla cuando baja ágilmente de un salto, entre aplausos. La quinta compañía contiene el aliento con admiración cuando ven que Lupin se separa de ellos, avanza hacia él a grandes zancadas y le estrecha la mano. “Sargento”, dice el médico. “Cadete”, le responde el otro. “Daniel”, “Remus”. Se abrazan hasta que el héroe del bombardero se marcha con los demás pilotos y Lupin vuelve a la fila tras prometerle que lo verá en la cena. 

Shacklebolt los cuadra cuando los pilotos pasan delante de ellos. Son los héroes de Inglaterra, las joyas de la corona, los pocos elegidos para volar. Caminan a grandes zancadas, temerarios, suicidas, dueños del cielo, sabiéndose admirados y aceptando la admiración con naturalidad, porque no dudan que se la merecen.

Cuando los infantes rompen filas, una multitud se congrega alrededor de Lupin, de manera que Sirius lo pierde de vista. “¿De dónde lo conoces?”, “¿crees que me dejará subirme al bombardero?”, “¿me firmará el casco si se lo pides tú?”. Sin embargo, aunque los demás lo persiguen sin darle tregua hasta que se le ponen las orejas rojas, Lupin no suelta prenda. Sirius se resiste a pensar que quiere un autógrafo del tal Daniel, pero cuando ve que su bombardero tiene una chica en bikini pintada en la cola, no tiene más remedio que ponerse a pensar en una manera de pedírselo que no hiera su reputación.

 

V

Durante la cena, nadie puede apartar la vista de la mesa de los pilotos. Cuando les sirven las natillas aguadas, el amigo de Lupin se les acerca y antes de que pueda pedir sitio educadamente entre ellos, todos se han hecho a un lado para que se siente. Daniel es algo mayor que ellos, les cuenta batallitas, y cuando le preguntan si ha pilotado algún Spitfire , se acerca hacia ellos en tono confidencial.

-No, -susurra, mirándolos a los ojos-, pero me he montado en uno.

La mesa entera irrumpe en aplausos, y Lupin sonríe cristalinamente cuando el piloto le pasa un brazo por los hombros.

-¿Cómo se porta este cadete? ¿Os cura bien las pupas?

¡Sí, mi sargento!, rugen todos. No da muchos detalles de cómo conoció al médico que irá con ellos a Normandía, solo que fue hace tiempo pero que estén tranquilos, que los tiene bien puestos. Por alguna razón, ese comentario hace que a Lupin le dé un ataque de risa.

-No puedo fardar de mucho, pero si quieres luego te enseño la enfermería -dice cuando consigue serenarse. Daniel habrá visto mil enfermerías en lo que lleva de combate, pero parece querer darle el gusto a su amigo porque entre sorbos de cerveza, claudica y dice “me encantaría”.

 

VI

Lupin y Daniel han desaparecido hacia la enfermería. Pettigrew les ofrece su alcohol fermentado, Longbottom trae un gramófono que le ha prestado Alice, la enfermera guapa, y los Prewett sacan sus discos de swing. Beben como si no hubiese mañana, porque quizá no lo haya y lo que han montado los infantes en su habitación no puede considerarse una fiesta del todo hasta que James se sube a una litera y grita:

-¡Yo quiero brindar en un bombardero inglés! ¡Vamos a buscar a Daniel! 

Vitorean, borrachos. Alguien dice “¿dónde se han metido?, tardan mucho”, y James apunta a Sirius con el dedo. 

-Ve tú a buscarlos, Black.

La mirada le brilla peligrosamente.

-Ve tú, no te jode. Que vaya Pettigrew.

Al final van los dos, porque Pettigrew se ha dormido en el suelo, hecho un ovillo. Mientras se encaminan hacia la enfermería y se cruzan con Snape, que corre apresurado en dirección contraria y ni siquiera se fija en si le han hecho el saludo obligatorio correctamente, Sirius va pensando en una manera varonil de pedirle un autógrafo a Daniel. La puerta de la enfermería está cerrada, y se disponen a abrir cuando la oye. Esa voz, ese susurro oscuro.

-Así que has dado en infantería -dice Daniel. Sirius no sabe cómo lo sabe pero está muy cerca de Lupin. No dice nada en especial, solo habla, pero hay algo en la voz del piloto. Algo tierno, algo urgente. 

Lupin tarda un poco en contestar. 

-Estaré bien. No te preocupes por mí.

-Siempre me voy a preocupar por ti.

-Dice el que se metió a piloto. -Luego silencio-. Piloto, Daniel -repite, esta vez tan bajito que cuesta entenderlo.

El otro hombre no dice nada y Sirius siente que no deberían estar allí, que es pecado capital escucharlos a escondidas, pero no puede moverse. James está igual, con la oreja pegada a la puerta y los ojos como platos.

Pasa el tiempo. No se oye nada. Luego Daniel, susurrando.

-Te he echado de menos.

Siente ganas de salir corriendo, pero más ganas de ver lo que pasa allí dentro. Tiene que verlos. 

-Y yo también a ti.

Tiene que ver a Lupin.

Se le junta todo el calor del universo en las mejillas cuando mira por la ventana y ve que se están besando ahí dentro, a escondidas. Sudan juntos, y se han echado de menos, y Sirius está congelado en su sitio, fuera de la enfermería. Ni cuando James le dice, vamos, Black , ni cuando tira de su chaqueta, ni cuando lo zarandea y gesticula hacia el camino. Nada. No, no puede, es incapaz de moverse.

No es como si no supiera que existían. Los hombres que hacen eso con otros hombres. Si le dieran un penique por cada chaval que se le insinuó en Eton, no sería rico exactamente pero tendría nada menos que siete peniques, lo cual demuestra que cuando faltan mujeres, hay hombres que optan por eso . En internados le parece lógico, y si lo piensa detenidamente, en el ejército también. Lo que no se le había ocurrido es que pudieran echarse de menos; es decir, que aquello fuera más que un calentón a escondidas, a falta de chicas. Que repetían la experiencia si podían. Que se escribían cartas después, que querían hablar entre ellos antes de besarse.

Y vaya si se besan. El cristal de la ventana está sucio, pero Sirius distingue claramente a Lupin arrinconando al piloto contra una estantería. Las botellas de morfina bailan tras ellos sin llegar a romperse y cuando el médico mete la mano dentro del pantalón de Daniel, Sirius se pregunta cómo pudo pensar alguna vez que era un hombre débil, porque está claro que tiene al sargento completamente subyugado. Lo masturba con fuerza, le lame el cuello y le dice algo en el oído que solo oyen ellos dos y les hace sonreír.

James suena lejano, mucho más lejano que el gemido de Daniel cuando Lupin se arrodilla frente a él. 

-Sirius, por favor, vámonos de aquí.

Lupin le abre la bragueta, le baja el calzoncillo bruscamente y la erección tan solo se distingue un segundo antes de desaparecer en su boca. Misterio resuelto. Ese es el secreto de Lupin , piensa Sirius, mientras es dolorosamente consciente de que le molesta el pantalón. Si James no estuviese a su lado, cerrando los ojos con fuerza y tarareando una marcha militar, sabe que ya tendría la mano metida entre las piernas y es un pensamiento suicida, el de imaginarse a sí mismo corriéndose mientras ve cómo Lupin le come la polla a un piloto. Daniel le sujeta la cabeza con ambas manos, le abre la boca con los dedos, se está follando sus labios a embestidas, y Lupin se deja. Cómo puede ser que se deje , piensa, respirando agitadamente, sintiendo el cerebro lleno de humo, mareado por el alcohol de la fiesta y por la visión que tiene al otro lado de la ventana.

No es solo que Lupin se deje, es que tiene los ojos clavados en los de Daniel todo el rato, arrodillado frente a él, y le gotea saliva por la barbilla, y pide más, y no tiene suficiente con nada.

-Ahí, mi capitán. En la enfermería.

Se le para el corazón cuando a lo lejos, distingue a Snape y a un capitán, un hombre llamado Wellington con cara de pocos amigos. Claramente, van en dirección a ellos. Sin pensarlo, alza el brazo y los saluda vigorosamente.

-¡Hola, mi capitán! ¡Mi sargento! -Grita, a pleno pulmón. La enfermería está en silencio unos segundos y luego oye el sonido inequívoco de dos hombres pillados vistiéndose a toda prisa.

James le lee el pensamiento e improvisa también, a la desesperada.

-¡Qué noche tan bonita! ¡Maravillosa para invadir Francia! Perfecta para matar nazis, ¿no creen?

Sirius no sabe qué más decir así que señala el cielo, hacia Sirio; cualquier cosa para evitar que miren hacia donde está Lupin, para evitar que lo descubran y madre de Dios, lo que podría pasarle si ven lo que hemos visto.

-¿Sabe que mi madre me puso nombre de estrella? Cosas de familia, de mi hermano, mi padre…

Snape ha llegado hasta ellos, furioso como una ventisca.

-¡Aparta, Potter!, grita, pero ellos se plantan delante de la puerta y fingen no oírle.

-... y su padre, y el padre de su padre…

-¡Apártate, Black, es una orden!

El capitán llega ante ellos y los aparta de un empujón, justo cuando se abre la puerta de la enfermería y el sargento Daniel sale decididamente, seguido por Lupin. Ambos se cuadran ante el capitán, y Sirius y James hacen lo mismo, intentando con todas sus fuerzas que sus caras no delaten el asombro que siente por verlos tan absolutamente formales.

El capitán los mira, receloso. Snape entra en la enfermería, buscando pruebas de lo que ha ocurrido, como un perro de presa. Cuando sale, hay algo mortífero en sus ojos negros sedientos de venganza.

El capitán abre la boca para pedir una explicación, pero antes de que pueda hablar, Daniel levanta un dedo vendado y se lo enseña.

-Me he cortado, mi capitán. El cadete Lurvey me lo ha vendado.

-Es Lupin, mi sargento.

-Lupin, claro. Disculpe.

Sirius abre los ojos como platos y se concentra en observar las piedras que tiene a los pies. Cuando mira la mano de Daniel, está incluso ensangrentada. ¿Se ha cortado a propósito? ¿Se ha herido con algo afilado mientras se vestía rápidamente? Le basta otra mirada para constatar que aquello no es sangre, es la solución marronosa que usan para desinfectar las heridas. No puede más que maravillarse ante el ingenio de Lupin, que por si fuera poco le ha vendado el dedo a la perfección en unos segundos. Definitivamente, si no se lo llevan por conducta inapropiada, le interesa tenerlo cerca en Normandía.

El capitán acalla las protestas de Snape con la mano y parece dar por zanjado el asunto. Luego se dirige a Sirius y a James.

-¿Y a ustedes qué les pasa, cadetes?¿Por qué están merodeando por aquí a deshora?

Y al tonto, inconsciente, inútil de James Potter no se le ocurre otra cosa que soltar “es que nos gusta merodear, mi capitán”. Jesús . Cavarse su propia tumba hubiese sido más efectivo. James tiene la cara del capitán a dos centímetros cuando éste le grita “¿¡está borracho, cadete!?”, y Sirius decide agarrarse a un clavo ardiendo.

-Me temo que como una cuba, mi capitán, y yo también. -Pone cara de arrepentido y hace ver que no puede mantenerse en pie, una interpretación que no convence a Snape pero que parece ser suficiente para el capitán, que los castiga con solo un par de vueltas al campo de maniobras nada más despertarse. Es indulgente, sabedor de que en breves marcharán a Francia, y por suerte para todos, ordena que sea el sargento Daniel el que haga cumplir el castigo.

Wellington se marcha tras abroncarlos sin muchas ganas y los cuatro hombres se quedan de pie en silencio. Lupin y Daniel a un lado, James y Sirius al otro. Frente a ellos, Snape echa espuma por la boca.

-He visto la estrategia del desembarco. -Los mira uno a uno; al que pilotará un pesado bombardero sobre un campo de misiles alemanes, y a los que desembarcarán a pie ante las ametralladoras, y los rifles, y los morteros-. No sois más que carnaza.

Escupe las palabras como un veneno y se marcha sin mirar atrás, y solo entonces Daniel y Lupin respiran con alivio. No dicen nada. Ni siquiera se miran entre ellos. Sin mediar palabra, el piloto emprende la retirada hacia su barracón, y Lupin echa a andar hacia el suyo. James y Sirius cruzan miradas, en silencio.

 

Lupin está mudo. Se quita el uniforme, se pone el pijama reglamentario y se acuesta en su litera. James hace lo mismo, todavía intentando recuperarse de lo que ha visto. Por su expresión traumatizada en los ojos, parece que nunca en la vida va a conseguirlo.

Lupin solo habla cuando está seguro de que todos sus compañeros duermen menos ellos dos.

-Gracias.

Y ya está. Nada más. Sirius oye la voz de James en la litera de abajo. 

-No te preocupes, Lupin.

Siente una oleada incontrolable de ternura hacia Potter, que se quita las gafas y se da la vuelta en la cama para dormirse. 

Él no dice nada hasta pasado un rato. Sabe que Lupin no puede dormir.

-Oye. -Susurra-. Tssst . Oye.

Parece que Lupin no va a contestar, pero justo cuando está a punto de darse por vencido, escucha la voz en la litera de al lado.

-Qué quieres -suena cansado, suena mucho más mayor de lo que es. Suena triste.

-¿Cómo sabía Snape…? -El corazón le bombea a mil por hora, tumbado en aquella litera estrecha, con las respiraciones de sus compañeros de fondo-. Ya sabes. Cómo sabía lo que estábais haciendo.

“... si aún no habíais ni empezado”. Quiere terminar la frase, pero no puede. No es asunto suyo, al fin y al cabo. No tendría que haberlo preguntado. Se arrepiente y maldita sea, suerte que Lupin no puede verlo porque se sonroja violentamente pese a que él, por principios, nunca se sonroja.

-Porque debió ver que me hacían a mí lo que estaba haciendo yo después. 

Calor. Sirius no puede responderle. Es junio y hace calor, y la erección que tuvo frente a aquella ventana le vuelve tan rápido como se había ido. Las imágenes que ha visto se suceden en su mente, grabadas a fuego, y se superponen con otras de su creación. Lupin contra las botellas tintineantes de morfina, con los pantalones en las rodillas y las manos metidas en el pelo de alguien, los ojos cerrados con fuerza, manchas de sudor en la chaqueta del uniforme, la boca abierta en un gemido constante. Sirius aguanta todo lo que puede hasta meterse la mano en el pantalón, y cuando por fin va a tocarse se nota duro y húmedo, más caliente que en toda su existencia. Y se toca, solo vacila un momento antes de rendirse y empezar a masturbarse con fuerza. El gemido desesperado de Lupin que ha oído en la enfermería es exactamente igual al que suena en su cabeza, con aquella voz que siempre es suave, calmada, pacífica, pero que se ha transformado en algo oscuro, brusco y masculino.

Cuando Sirius se corre en los pantalones, ahogando un gemido en la almohada y tratando desesperadamente de controlar su respiración, el Lupin de verdad hace rato que duerme.

 

VII

 

Es un día nuevo. Lo que vio ayer por la noche, -Lupin atragantándose con Daniel, el sonido de su saliva en la boca, los gemidos que emanaban de él cuando el piloto le sujetaba la cabeza y lo dejaba sin aire-, son cosas del pasado. Todos estábamos borrachos . Cosas que le parecen graciosas, incluso: fingir una borrachera que no tenían, cabrear a Snape, salvar a Lupin de un calentón inofensivo. Sí, eso fue lo que pasó . Y como fue una tontería, una gamberrada sin más, siente que puede chotearse de él. Discretamente, claro. Cuando nadie más les oye.

Cuando se levantan para preparar el material por enésima vez, por si los embarcan de improvisto, Sirius le pregunta si quiere engrasarle el fusil. Más tarde, en el comedor, le dice que si quiere su salchicha, que él no tiene mucha hambre. La pincha con el tenedor y la blande frente a su cara, pero a Lupin parece no hacerle mucha gracia porque come en silencio, sin levantar la vista del plato.

Por la noche, cuando todos se están vistiendo para acostarse, lo ve leyendo un libro y salta de su litera a la del médico, tirando la almohada al suelo de una patada para hacerse sitio. El libro no tiene título, tiene una cobertura casera y Lupin lo lee de manera algo furtiva.

-¿Qué tienes ahí dentro?, -le susurra Sirius-, ¿chicos en bikini?

-Supongo que no te has parado a pensarlo, -el tono de Remus es mortalmente suave cuando se tapa con la manta y se mete en la cama-, pero ahora no voy a poder decirle adiós antes de que se meta en un bombardero y despegue hacia Normandía. -Antes de que Sirius responda, Lupin abre el libro, con evidente intención de intentar leer un rato-. Y no sé si lo sabes, pero los pilotos no suelen regresar.

Pues no. No había pensado en eso. Lo ve con las orejas coloradas, fingiendo estar absorto en su libro sin leer nada, obligándole a sentir una vergüenza que nunca había sentido. Remus desiste de intentar leer, se levanta de la cama. Se va al baño, y cuando vuelve, se encuentra una tableta de chocolate en la almohada.

-La he intercambiado por mi tabaco -le dice Sirius.

La idea de que Lupin sufra le resulta insoportable. 

Lupin solo acepta la ofrenda de paz cuando Sirius confiesa que se la ha mangado a Pettigrew. Se quita los pantalones y se mete en la cama en camiseta y calzoncillos, cubriéndose con la manta hasta el pecho, recostando la cabeza rubia sobre el brazo. Le dice “gracias” con una sonrisa sincera, le dice “te perdono” con los ojos. Se apagan las luces y se acuestan. 

Sirius se gira para verle la cara.

-¿De qué va tu libro?

-De dos hombres que se quieren.

En la penumbra, mientras la quinta compañía duerme, Lupin le cuenta en susurros el argumento de Retorno a Brideshead : dos chicos que comen fresas en el prado, un verano en Venecia, y un final triste. 

Parece un libro bonito.

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