
Chapter 1
El agua del mar de Portsmouth, un martes de octubre a las cuatro de la madrugada, es tan fría que quema la piel de los cadetes que tiritan sumergidos en ella hasta el pecho, a oscuras, en silencio. Ya llega el otoño. Las luciérnagas ya no brillarán hasta el año que viene, y ya no se oyen los grillos de las noches de verano. Desde hace tiempo, Inglaterra oscurece cuando cae la noche para protegerse de la aviación alemana, y es por eso que los infantes de la quinta compañía no ven nada, tan solo sienten: la corriente helada que les abrasa la piel, la respiración entrecortada de sus compañeros, el sonido que hacen las botas de los médicos que los esperan en la orilla contra los guijarros de la playa.
Ellos creen que ya están listos para el Día D, pero el sargento Shaklebolt opina que, si quieren sobrevivir en Francia, deberán aguantar por lo menos media hora sumergidos en el agua. No es un ejercicio puramente militar, porque en Francia, si todo va bien, sólo estarán unos segundos dentro en el mar antes de emerger y atravesar la playa a pie. A las dos de la madrugada, muertos de frío y de sueño, los soldados de la quinta compañía de infantería no están aprendiendo estrategia, orientación, o puntería, porque levantarlos de noche a toque de corneta, llevarlos corriendo al mar y ordenarles que se metan en el agua tiene un simple objetivo: forjar su espíritu, transformar civiles en soldados, romper a los chicos para construir a los hombres.
Queda menos de un año para el desembarco de Normandía y Potter, Black y el resto de la quinta compañía no dicen nada. No se quejan. No protestan. Ellos lo han querido así: son voluntarios, son la élite. Son la esperanza de Inglaterra.
En tierra firme, el grupo médico espera pacientemente y cuando una mano temblorosa se levanta en el lago, Lupin corre hacia el agua.
-¡Pettigrew! -Ladra Shacklebolt-. ¡Fuera!
El sargento no se enfada con él, porque no hay deshonra en la honestidad. Le tiende la mano para sacarlo y deja que el médico lo envuelva en una toalla. Uno menos. Nadie dice lo obvio, pero todos lo piensan. Uno menos, en Inglaterra y en Normandía.
Pasa el tiempo. El agua ya no quema; ahora es afilada como un cuchillo.
-¡Ya van doce minutos, caballeros! -Se oyen resoplidos y a Sirius no se le pasa por la cabeza quejarse pero incluso en su mente, su protesta mental suena como un tartamudeo-. ¡Prewett 1! ¡Calibre del Mauser K8!
El sargento les va haciendo preguntas para comprobar que pueden seguir hablando. Si hablan con normalidad, solo es hipotermia leve. Sirius ve cómo James Potter murmura "ocho", y el vaho de su respiración se disipa en la oscuridad de la noche.
Prewett 1 es como llaman al más joven de los hermanos Prewett. Cuando grita "¡ocho, señor!" se le entiende más o menos bien. No bien del todo, pero no tan mal como para preocuparse.
Las manecillas del reloj de bolsillo del sargento avanzan lentamente. Sirius tirita, tiembla, cree que nunca más podrá notar los dedos de las manos. Y sin dedos, no puedo matar nazis, pero el sargento Shacklebolt no parece compartir su lógica porque tras consultar el reloj, grita lo que ninguno de ellos quiere oír.
-¡Apnea!
Lo último que ve Sirius antes de sumergirse son las botas de Lupin. Qué fácil sería levantar la mano como el pequeño Pettigrew, salir del agua y dejar que lo envolviera en la toalla. Qué fácil.
Tan fácil como impensable.
-¡Black! ¡Cuando digo apnea, quiero decir apnea!
Sirius asiente, se oye a sí mismo farfullar "¡sí, mi sargento!". Al lado de Lupin, hay otro médico que sonríe triunfantemente bajo su nariz aguileña cuando Shacklebolt anuncia que gracias a Black, harán dos apneas más, ¡y el próximo que sumerja solo la cara se quedará en el Atlántico toda la noche! Es antipático con todos en general, con Potter en particular y con él por asociación con Potter. Y no es como si Sirius quisiera que los alemanes matasen a ningún inglés, pero no le haría ascos a que Snape recibiera un tiro en la pierna de algún nazi cabreado. Un tiro pequeñito, ni que sea.
-¡Black! -Todos se han sumergido menos él. Longbottom gime, Prewett 2 reza en voz baja y James bailotea de un pie para otro. Shacklebolt le hace un gesto a Lupin, que se le aproxima corriendo-. ¡Tómele el pulso, Doc!
Sirius sabe que tiene que extender la mano para que Lupin le toque la muñeca. Lo sabe. También sabe que los nazis invadirán Inglaterra si nadie los frena, que el corazón le va más lento de lo que debería, por Dios, me estoy muriendo, y que el cuerpo no le responde. Lupin está agachado frente a él, ha metido las botas dentro del mar y extiende los brazos para sacarlo a tierra firme. Puede leer la alarma en sus ojos castaños y oye que Shacklebolt anuncia la tercera apnea pero no es capaz de moverse, me muero, me estoy helando, la hipotermia le agarrota los pulmones y si no muere ahora, morirá en la playa de Francia, sumergido para siempre en el Atlántico.
Algo tira de él con fuerza.
Hacia el mar.
Hacia adentro.
Puede que sean las ganas de sobrevivir, de matar alemanes y de liberar Europa; puede que sea el ansia de limpiar su nombre, que todo el mundo sabe que es sinónimo de simpatizante nazi; puede que sea James, que le sujeta la cabeza bajo el agua uno, dos, tres, cinco, siete, nueve, los diez segundos reglamentarios. Sea como sea, Sirius consigue hacer la apnea, y cuando emerge a la superficie e inspira aire, se siente vivo como nunca se ha sentido ningún soldado. Mira a James, y no hace falta que le dé las gracias mientras salen del lago como pueden, resbalando en el barro y trastabillando torpemente, dejándose caer en el césped.
Lupin lo envuelve en una toalla.
-Nos has hecho sufrir por un segundo, Black.
A su lado, James le sonríe, y Sirius le devuelve la sonrisa. Lupin les ayuda a vestirse de nuevo y después se sienta junto a ellos en silencio, a escuchar el mar meciéndose mientras llega el día.
En unos meses, ellos y los demás soldados del Ejército de Tierra Británico embarcarán hacia Normandía para liberar Europa. No saben que se harán películas, se compondrán canciones y se escribirán novelas sobre lo que vivirán; que se erigirán monumentos a los soldados caídos en las playas francesas, en las montañas italianas y en el corazón de Berlín; que los nombres de muchos soldados de la quinta compañía se escribirán en el mármol de los obeliscos, las lápidas y los arcos de triunfo que adornarán las plazas de toda Europa en su recuerdo. No saben que lo peor está por llegar, y lo mejor también. Esa noche solo saben que se tienen, y que por primera vez desde que empezó su entrenamiento, se sienten listos para derrotar a Hitler.