
En que se han transformado
No hacía falta decir que Sirius Black había sido un hombre imprudente durante la mayor parte de su vida, pero Severus todavía estaba abrumado por la audacia de su presencia en ese momento en el despacho del director circular que nunca podría considerar suyo. Lo último que cualquiera de ellos había visto antes de ser llevados por el traslador eran los ojos verdes botella de Harry, alarmados, por las posibles ramificaciones de que ambos lo dejaran para ir a donde Voldemort pudiera aparecer en cualquier momento, y si eso no era suficiente para hacer que Sirius reconsiderara sus elecciones, entonces Snape no sabía qué pensar.
—Vuelve —dijo con frialdad, apartando la mano del firme agarre de Sirius.
Sus dedos se envolvieron firmemente alrededor de la canica azul que Dumbledore había encantado para un transporte seguro entre ese despacho y la mansión donde Harry seguramente estaba perdiendo la cabeza.
—No puedo —dijo Sirius con calma, ignorando la canica en la mano de Snape que le estaba ofreciendo.
—¿Qué quieres decir con "no puedes"? —preguntó Snape enojado—. Corriendo egoístamente aquí por algo emocionante a expensas de ese chico... ¿estás mal de la cabeza?
Sirius no respondió. Se dio la vuelta y se acercó al escritorio para dejar la espada de Gryffindor que había traído de casa. Snape ni siquiera quería considerar por qué exactamente lo había hecho, pero imágenes de Sirius saltando desde detrás de una armadura para lanzar la espada a la enorme serpiente, sólo para ser inmediatamente derribado por una maldición asesina, llenaron su mente. Y Snape supo que necesitaba controlar la situación antes de que sucediera algo parecido. Porque haría cualquier cosa para impedir que Harry sufriera otra pérdida devastadora en su vida si pudiera evitarlo.
—¿Por qué nunca está ahí cuando lo necesitamos? —se quejó Sirius y, a pesar de sí mismo, Snape cruzó el despacho para pararse a su lado frente al retrato de Dumbledore.
Una sensación de temor pesó sobre él de inmediato mientras contemplaba el fondo pintado del lienzo que de otro modo estaba vacío. Dumbledore aparentemente había decidido abandonar temporalmente las instalaciones en busca de una escena diferente en un lugar desconocido.
—¿Severus? —preguntó Sirius, cuando Snape continuó mirando fijamente el retrato vacío sintiéndose confundido y abandonado en esa hora tan crucial.
—¿Podrías irte sin más? —casi suplicó—. No puedes dejar a Harry solo así ahora mismo. Seguramente hará algo estúpido.
—No está solo y nadie va a dejar que se vaya —respondió Sirius—. Sé que debo a estar aquí en este momento y no me harás cambiar de opinión. Igual, ¿no crees que deberíamos evacuar el colegio? Saquemos a todos antes de que venga a comprobar el horrocrux. ¿Cuándo crees que vendrá aquí?
—No creo que lo sepa hasta que esté parado en la puerta de Hogwarts esperando que lo deje entrar —respondió Snape rígidamente, aceptando en silencio que lo primero que se debía hacer era advertir a los pocos residentes de verano que se apartaran del camino mientras todavía había tiempo.
Una vez que el Señor Tenebroso se enterara de que sus horrocruxes habían sido tomados, su furia y miedo iban a sobrepasar todo lo que se había visto de él antes. Nadie en sus alrededores estaría a salvo, sin importar cuán valorados y confiados creyeran que fueran. Snape esperaba que esas señales de desesperación significaran que el final estaba cerca. Sintió en su alma que había llegado el momento de la acción directa, pero sin la guía de Dumbledore no tenía idea de cómo proceder.
Sin decir palabra, siguió a Sirius fuera del despacho y bajó las escaleras circulares hacia el pasillo de abajo, que estaba débilmente iluminado por antorchas colgantes que dejaban sombras misteriosas parpadeando en las paredes. El cielo exterior estaba completamente negro, sin una estrella o un atisbo de la luna disponible. Snape quería discutir más sobre la falta de necesidad de que Sirius asumiera los mismos riesgos a los que él estaba condicionado, pero sabía que sería una pérdida de tiempo.
Decidió no compartir lo difícil que había sido para él incluso mirar en la dirección de Harry antes de que el traslador les llevara, preocupado de que perdería la determinación de irse si lo hacía. Sabiendo perfectamente que podría no vivir para ver el mañana, aunque le dolía aceptar que había cosas que importaban tanto como su familia y que Harry lo tuviera como padre presente en su vida. Si algo salía mal y eso no podía suceder, Snape quería al menos estar seguro de que Sirius no se fuera a ninguna parte y ahora ni siquiera había logrado hacerlo.
—¡PEEVES! —una voz familiar rugió, mientras pasaban por la sala de trofeos y se encontraron con fuertes cacareos y el sonido de objetos arrojados.
En cuestión de segundos, Argus Filch había llegado cojeando por el pasillo desde el extremo opuesto hacia ellos con un largo camisón gris y una gorra.
—Profesor —murmuró, deteniéndose de inmediato al ver a Snape parado allí con Sirius.
Filch parecía bastante sorprendido y asustado, aunque siempre se habían llevado lo suficientemente bien antes. Mientras Peeves continuaba destrozando la sala de trofeos, Snape recibió un recordatorio abrupto sobre cómo la mayor parte del mundo mágico lo percibía como un traidor y un enemigo secundario después de Voldemort. Casi había podido olvidarse de eso durante los últimos días escondido en las afueras de Ottery St Catchpole con su familia y con incluso personas dispuestas a aceptarlo y asumir lo mejor de él sin conocer todos los detalles.
—Escucha con atención, Filch —dijo Snape en voz baja, acercándose al hombre mayor e ignorando la forma en que parecía rehuir un poco cada paso que daba—. Podemos suponer que habrá una invasión en este colegio muy pronto. Te sugiero que salgas, pero primero quiero que alertes a Sybil Trelawney en su torre y luego a los elfos domésticos en la cocina. Diles que tienen permiso del director para esconderse o huir... lo que sea que elijan. ¿Has comprendido?
Filch comenzó a tartamudear algún tipo de respuesta incoherente que Snape no se molestó en esperar para escuchar el final. Continuó por el pasillo, dejando al cuidador a su paso mientras Sirius caminaba rápidamente para alcanzarlo, sin saber ni preocuparse si alguien sospechaba que estaban trabajando juntos en ese momento. Aunque unos minutos más tarde decidieron separarse para cubrir más terreno.
—Dile a Hagrid que se vaya a la mansión —instruyó Snape—, y luego ve con él. No hay nada más que puedas hacer aquí.
En lugar de responder, Sirius aprovechó la oportunidad para transformarse en el gran perro negro. Olfateó la alta puerta exterior en el vestíbulo de entrada, luego movió la cola en agradecimiento cuando Snape admitió abrirla para él. Cualquier cosa para moverlo más rápido era aceptable para Snape en ese momento. Se frotó distraídamente en la manga donde la marca estaba en él después de que Sirius se hubiera ido. Luego se giró para dirigirse en dirección a la Torre Gryffindor, sabiendo perfectamente que Minerva McGonagall seguramente estaría en los cuartos que tan rara vez desocupaba, incluso en verano.
—He tenido miedo de acercarme a tu despacho o tratar de hablar contigo desde que volviste —le informó Minerva, esperando hasta que estuvieran bien escondidos detrás de una puerta cerrada antes de que casi se arrojara a sus brazos en una inusual muestra de afecto—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —respondió Snape, correspondiendo a su abrazo con igual entusiasmo, no muy dispuesta a poner en palabras lo mucho que su visita a la Hilandera después del funeral había significado para él—. Ni siquiera he estado aquí en los últimos días. Dumbledore me dejó un traslador para escapar del despacho sin previo aviso, así que he estado con Harry.
Parecía tan extraño pensar que hacía una hora había estado sentado alrededor de una fogata rodeado de más amigos de los que había tenido en su vida. Saboreando una noche cálida bajo un cielo de verano, contento de saber que tenía un hijo que era feliz, estaba seguro y que se sentía como el chico normal que Snape deseaba que pudiera ser todo el tiempo. Llegar a estar absorto por las cosas tan lejos del Señor Tenebroso como era posible, justo antes de que todo se les viniera encima de nuevo.
—Solo he regresado esta noche porque creo que Hogwarts está en peligro —explicó él, separándose de ella, pero manteniendo sus ojos con su mirada escudriñadora—. Los goblins de Gringotts acaban de descubrir que Dumbledore irrumpió en la cámara de los Lestrange antes de morir. Les informarán mientras hablamos.
Los ojos de Minerva se abrieron con horror mientras se llevaba la mano a la boca.
—Lo que significa que Quién-Tú-Sabes...
—Sabrá que Dumbledore robó y presumiblemente destruyó su Horrocrux, sí —terminó Snape por ella—. Puede que incluso ya lo sepa. Tienes que salir del colegio antes de que llegue aquí para descubrir que la Diadema también ha sido tomada. Tu cercanía con Dumbledore es bien conocida y te interrogará bajo tortura si todavía estás aquí cuando llegue.
Ella asintió con la cabeza enérgicamente mientras se quitaba el pelo suelto de la cara. Vestida con su camisón y zapatillas de tartán en los pies... la determinación de sus ojos la hacía parecer cualquier cosa menos lista para ir a la cama en ese momento. Parecía mordaz y resuelta, como si ya hubiera estado tratando de decidirse sobre algo y acabara de recibir la última información que necesitaba.
—¿Y qué pensáis hacer? —le preguntó ella.
Snape se encogió de hombros un poco indefenso mientras sus ojos brillaban por los nervios. No sabía lo que se suponía que sucedería a continuación y había estado esperando que el retrato de Dumbledore tuviera respuestas para él cuando regresara. Todavía no tenía idea de por qué Dumbledore lo dejaría sin nada cuando más lo necesitaban.
—Severus... —Minerva dijo con advertencia, pareciendo preocupada.
—La serpiente todavía está viva —le informó Snape—. Tengo que matarla y entonces él sabrá que no soy suyo y tendré que...
Los labios de Minerva se habían apretado tan dramáticamente que parecía estar en peligro de perderlos por completo.
—¿Cuánto tiempo falta para que llegue aquí?
—¿Cinco minutos? ¿Una hora? ¿Mañana? —Snape respondió con impaciencia—. ¿Cómo se supone que yo sepa eso? Presumiblemente querrá revisar cada escondite, esta podría ser su primera o última parada.
—Muy bien —dijo ella en un tono cortante—, pero escúchame atentamente, Severus, porque esto es importante. —De repente se veía tan severa como si él todavía fuera uno de sus estudiantes—. Bajo ninguna circunstancia debes desvelar tu identidad. Dumbledore lo dejó muy claro.
—Entonces, ¿cómo crees que voy a terminar esto? —preguntó Snape en voz baja.
—Tú no —respondió Minerva, con una voz igualmente tranquila—. Severus, es Harry quien va a determinar lo que sucederá a continuación, no tú.
—¿Harry? —Snape negó la cabeza—. No... no hay absolutamente ninguna necesidad de involucrar...
—Sí, la hay —le interrumpió Minerva—. Harry es la respuesta a todo, estés listo para verlo de esa manera o no. Dumbledore siempre supo que tendría que ser Harry al final y es por eso que no te dio instrucciones sobre lo que debería suceder en el futuro a partir de este punto. Ese no es tu trabajo.
Sus labios se fruncieron y se giró sobre sus pies como si considerara el tema cerrado, Minerva entró en su habitación con Snape tras sus pies. Éste observó mientras ella sacaba una llave que estaba colgada de una cadena alrededor de su cuello, oculta siempre por su ropa. Había estado llevando un secreto durante mucho tiempo, esperando tal vez ese momento exacto en que él vendría a ella y lo necesitaría revelado.
—Albus me dio instrucciones muy claras —dijo ella, dándole la espalda mientras se agachaba en el suelo y giraba la llave en el cajón cerrado de la mesilla junto a su cama—. Tenía que esperar hasta que tanto Hogwarts como el Ministerio estuvieran bajo el control de Quién-Tú-Sabes, hasta que Potter se convirtiera en la persona más buscada en Gran Bretaña, y hasta que ambos bandos comenzaran a prepararse para la batalla, tal como parece que estás haciendo en este momento.
—Sí —presionó Snape, mientras ella abría el cajón y se encontró conteniendo la respiración mientras esperaba a ver qué había dentro.
—Albus me dijo que una vez que se cumplieran esas condiciones, le daría esto a Harry —dijo Minerva con dificultad, sacando un sobre sellado del cajón y luego usando el borde de su mesilla para ponerse de pie.
—Dame eso —ordenó Snape con frialdad, pero Minerva continuó manteniéndolo cerca de su corazón y se negó.
—No es para ti —dijo en breve—. Me dijo que se lo diera a Harry y sólo a él.
—¿Qué ha pasado con la honestidad? —preguntó Snape con amargura, continuando mirando la carta en su mano como si fuera una bomba a punto de explotar en cualquier momento—. ¿Qué ha pasado a trabajar juntos?
Eso era algo de su peor pesadilla, ser socavado en su urgencia por proteger a Harry y mantenerlo fuera de la guerra tanto como fuera posible. Ahora sabía por qué el retrato de Dumbledore había sido tan firme el otro día al insistir en que sería imposible mantener a Harry oculto para siempre. Dumbledore ya había tomado medidas para asegurarse de que sus planes se llevaran a cabo por encima de todo.
—Creo que Albus te dijo todo lo que pudo —respondió Minerva.
—¿Sabes lo que escribió? —preguntó él en voz baja.
Su determinación de ir en contra de los deseos de Dumbledore ya se estaba debilitando mientras mantenía los ojos pegados a la carta y seguía resistiendo el impulso de arrancarla de sus manos y destruirla antes de que llegara a su destinatario previsto.
—No, no lo sé —respondió Minerva con sinceridad.
Snape asintió mientras un sonido desesperado escapaba de sus labios antes de que pudiera evitarlo. Cómo odiaba estar equivocado y especialmente sobre la persona que más le importaba. Pero incluso más que no querer equivocarse o decir que no sería suficiente en el futuro, tenía miedo de que Harry sufriera un daño del que no pudiera salvarlo. Sin embargo, no interferiría cuando Harry recibiera su carta porque sabía que todo lo que Dumbledore había escrito era importante y necesario, aunque ciertamente no podía significar nada bueno. Sería el turno de Harry de tomar las decisiones difíciles.
—Albus estaba fuera de sí sobre esto —dijo Minerva, parpadeando rápidamente mientras continuaba sosteniendo la carta con fuerza—. Sabes que lo último que habría querido hacer era dañar a cualquiera de vosotros.
—¿Lo sé? —preguntó él sarcásticamente.
Minerva frunció los labios.
—Hizo todo lo posible y lo que diga esta carta no es culpa de Albus. Si hubiera otra manera seguramente la habría encontrado. Albus trabajó con lo que le dieron, incluso cuando le rompió el corazón hacerlo. Debes saber que me rogó con lágrimas en los ojos que no lo menospreciara cuando supiera lo que se debía hacer.
—Sabía que no podía pedirme eso —comentó él mordazmente, aunque en el fondo ya se estaba culpando a sí mismo mucho más que a Dumbledore.
Él había sido el que reveló la profecía al Señor Tenebroso y puso en marcha ese curso, por el que Harry continuaría pagando el precio. Y no había nada que pudiera hacer.
—Severus... tengo que irme —dijo ella con firmeza—. Voy a seguir las órdenes de Dumbledore y le daré esta carta a Harry esta noche.
Snape no dijo nada, pero se apartó del camino para que ella pudiera pasar. El cajón de su mesilla se dejó abierto y no importaba porque su oscuro secreto ya había sido liberado. Snape no sabía qué invocaría exactamente, pero sabía que pronto sería un mundo muy diferente al que había despertado esa mañana. Vio cómo Minerva alcanzaba su capa y se la ponía sobre su camisón. El último atisbo de la carta que Snape recibió fue que la metía en su bolsillo.
—No te reveles —le recordó Minerva, mientras se acercaba a su escritorio y sacaba un frasco de polvos flu, manchando sus dedos con él mientras sacaba un puñado.
Hasta ese momento, Snape ni siquiera se había dado cuenta de que su fuego todavía estaba conectado al de la mansión, pero por supuesto Dumbledore se habría asegurado de tener fácil acceso a Harry todo el tiempo.
—Convencerlo de que eres suyo es más importante que nunca en este momento —continuó Minerva—. Dumbledore te dijo que quedaras bien con él el mayor tiempo posible y ahí es donde Harry más te necesita, recuérdalo. Estás haciendo todo esto por él.
Snape no se atrevió a hablar. Su boca estaba seca y su garganta se sentía como si estuviera cubierta de papel de lija. Minerva lo miró preocupada una última vez al entrar en el fuego. Brilló en verde mientras hablaba la dirección, luego fue llevada lejos de Hogwarts y Harry no recibiría ninguna advertencia anticipada. Aunque Snape supuso que Harry tomaría la noticia mucho mejor que él. Incluso podría sentirse aliviado de que Dumbledore le hubiera dado una responsabilidad que seguramente ninguno de sus padres habría aceptado.
—Se supone que no debes seguir aquí —dijo Snape, con todo el veneno que pudo reunir después de haber caminado por el castillo hasta su despacho y haber descubierto a Sirius sentado en la silla parecida a un trono detrás del escritorio que Dumbledore siempre había ocupado.
—No pude hacerlo —admitió Sirius—. Pero envié a Hagrid con Harry con un mensaje y él prometió cuidar de Buckbeak también por mí.
—¿Tengo pinta de que me importe eso en este momento? —dijo él enojado, paseando inquieto por el suelo y mirando por la ventana hacia la noche negra y quieta.
Se sintió frenético por algo de lo que aún no conocía los detalles. Sintiendo los ojos de Sirius sobre él y sabiendo que merecía la misma información que él.
—Dumbledore dio una carta a Minerva antes de morir y acaba de salir del castillo para entregársela a Harry —compartió Snape en bajo, volviéndose para enfrentarse a Sirius, que no parecía tan alarmado en ese momento como pronto lo estaría él.
—¿Qué es lo que pone? —preguntó lentamente.
—No tengo idea —respondió Snape, mirando el retrato aún vacío e imaginándose a sí mismo sacándolo de la pared y arrojándolo al fuego para que nunca más tuviera que mirar a esos ojos azules parpadeantes y fingir que lo respetaba en absoluto—. Debe detallar algo que Dumbledore sabía mejor que informarme de antemano.
Sirius parecía un poco más preocupado, pero aun así no se sorprendió.
—Bueno, Dumbledore siempre hacía exactamente lo que quería. —Se inclinó hacia adelante en su silla y había unas arrugas entre las cejas mientras fruncía el ceño—. Eso no significa que Harry, tú o yo tengamos que escuchar...
Snape negó la cabeza.
—Dumbledore no le habría dejado algo a Harry si no tuviera que hacerlo.
—¿Estás seguro de ello? —Sirius preguntó, indeciso—. ¿No temes que Dumbledore solo quiera darle a Harry la oportunidad de probarse a sí mismo y probar su voluntad? Porque creo que está tratando de manipular a Harry para que sea un mártir. Y puedo decir eso porque él ha hecho lo mismo contigo.
—Eso no es cierto —replicó Snape.
—¿Ah, no? —Levantó las cejas mientras se sentaba un poco más recto en su silla—. Porque es exactamente por eso que no estoy dispuesto a dejarte en este momento. No, no es porque sea egoísta y quisiera emocionarme más que estar ahí para mi hijo. Es porque vi cómo te veías en casa cuando Bill dejó caer esta noticia sobre todos nosotros. Te matarías solo para tratar de terminar las cosas. Cuando no valga la pena...cuando podemos encontrar otra manera.
—¿Incluso si Harry es el único camino alternativo? —preguntó Snape con frialdad.
—No lo creo —insistió éste, levantándose con tal fuerza en el movimiento que la silla casi se volcó—. Siempre hay algo, y tú y yo lo resolveremos juntos. Al diablo con los planes de Dumbledore. Francamente, nunca he salido mejor por escuchar a ese hombre. ¿Puedes decir algo diferente?
—No se trata de eso. —Snape se estaba enfrentando a Sirius ahora. Resentido por haber sido puesto en la posición de defender las manipulaciones de Dumbledore con respecto a su hijo, pero creyéndolo todo necesario para confiar en Dumbledore con todo lo que tenía—. Mis acuerdos con Dumbledore nunca han sido sobre lo que es mejor para mí, sino sobre cómo compensar lo terrible que hice.
—Eso es exactamente lo que quiero decir cuando digo que Dumbledore te manipuló para que fueras un mártir —dijo Sirius en voz alta, acercándose a él ahora para que el escritorio ya no fuera una barrera entre ellos—. Te uniste a los mortífagos y luego les diste la espalda con valentía, pero Dumbledore de alguna manera te convenció de creer que merecías ser castigado por el resto de tu vida en su propio beneficio.
—Dumbledore me dio una segunda oportunidad a cambio de convertirme en su espía —le dijo en voz baja—. Y no tengo la intención de dar marcha atrás en eso ahora.
—¿Qué tenía sobre ti entonces? —exigió Sirius—. ¿Qué hiciste que todavía te sientes tan mal que un hombre muerto puede manipularte para que apoyes su uso de Harry, de una manera en la que ambos estábamos en contra?
Snape apoyó la espalda contra la ventana frente a la que todavía estaba parado. Ese no era el demonio interior que había estado esperando tener que enfrentar, después de haber pensado que estaba hecho y enterrado cuando hizo su confesión a Harry y de alguna manera lo superó para mantener un lugar en su vida. Snape había pensado que se estaba moviendo hacia el perdón de sí mismo por su mayor transgresión, pero todo lo que necesitaba era una pregunta como esa de Sirius y Snape sabía que no había continuado en absoluto. Todavía se odiaba a sí mismo tanto como siempre y se sentía totalmente indigno de todo lo que había recibido.
—Nunca le pedí a Harry que te lo mantuviera en secreto —dijo él, tirando nerviosamente de la manga de su capa—. Tomó la decisión por su cuenta, con la esperanza de tratar de mantener la paz entre nosotros, supongo.
—Tú y yo nos hemos movido mucho más allá de simplemente mantener la paz, como deberías reconocer —replicó Sirius—. Te lo cuento todo y te has vuelto muy importante para mí. Lo que haya pasado en el pasado no importa.
—Lo cambia todo —dijo Snape, con una calma que solo un hombre ya resignado a perder las mejores partes de su vida podría mantener.
—No tiene por qué —insistió éste, acercándose aún más para que Snape sintiera que realmente no había escapatoria—. No estoy en posición de juzgar.
—¿Oh, de verdad? —dijo Snape—. Bueno, veamos eso. ¿No me vas a juzgar por ser la razón por la que los Potter fueron atacados en primer lugar?
Esperó una represalia, pero no hubo ninguna. Sirius todavía lo miraba directamente a los ojos. Sin pestañear. Sin reaccionar. Sólo esperando a que dijera más.
—No fui a Dumbledore porque me había dado cuenta del error de mis decisiones —continuó, tirando de su manga para que llegara hasta sus nudillos—. Fui a él en busca de ayuda cuando descubrí que el Señor Tenebroso había interpretado que la profecía se refería al hijo de Lily, lo que suena más noble de lo que es porque el Señor Tenebroso solo se enteró de esa profecía por mí.
Sirius continuó mirándolo fijamente. Podría haber sido mejor ser golpeado en la cara que tener que mirarlo y saber que acababa de arruinar todo lo que habían construido juntos. Aunque para ser justos, las paredes ya parecían estar cayendo a su alrededor con la carta que Harry posiblemente estaba leyendo en ese momento.
—Si la profecía hubiera sido hacia alguien más, entonces habría seguido como estaba. —Snape siguió cavándose un agujero más profundo porque estaba muy cansado de vivir esa mentira y fingir ser menos despreciable de lo que era—. Sólo cambié de bando para proteger a Lily y a su familia, a pesar de que no importaba: ella y James aún murieron.
Cuando Sirius todavía no dijo nada, Snape decidió que no podía soportar el silencio por un momento más. Todavía tirando de su manga y casi deseando que el Señor Tenebroso apareciera ahora para darle lo que merecía, Snape retrocedió de la pared y supo que necesitaba escapar.
—Así que ya no tienes que sentirte culpable por esa broma que me hiciste en el colegio —dijo, acercándose a los escalones que conducirían a la habitación de al lado y notando cómo Sirius se había dado la vuelta para mantenerlo en su línea de visión—. Sólo lamenta que no funcionara. James no debería haberme hecho retroceder en el último segundo. Habría muerto y nada de esto habría sucedido. Todo el mundo habría estado mejor.
De alguna manera, se sentía bien sacarlo todo. Lo había estado suprimiendo desde que Sirius se había disculpado con él sin saber en qué se había convertido Severus. Si hubiera conocido la historia completa, entonces no se sentiría tan mal por lastimar y aterrorizar a una persona que se lo merecía. Lo que Snape sabía que definitivamente había pasado porque ninguna de las cosas que había hecho desde entonces para expiar ese error había hecho la diferencia más remota. Si hubiera tenido éxito en mantener a Harry a salvo, bien y escondido, entonces tal vez podría haberse perdonado finalmente a sí mismo. Pero eso nunca iba a suceder cuando Dumbledore tenía planes diferentes.
En el salón del despacho, Snape tiró de su manga con tanta fuerza que finalmente se rasgó. Frustrado, se quitó la capa y la arrojó a la silla. Mirándola fijamente y respirando fuerte, cuando de repente sintió una mano firme en su hombro.
—Habría ido a Azkaban por intento de asesinato si Dumbledore no hubiera sido tan rápido en encubrir todo —dijo Sirius, con el aliento sobre la base del cuello de Snape—. Usé la condición de Remus como un arma contra un chico que nunca mereció una maldita cosa que le hice. No me pidas que tome el terreno moral en este momento porque no lo voy a hacer.
Esa respuesta completamente inesperada dejó a Snape sin idea de cómo reaccionar. Miró hacia atrás y se arrepintió de inmediato. Al ver que los ojos de Sirius estaban llenos de lágrimas y que él las había causado, porque al final, nada más contaba más allá del dolor que había traído al mundo. Miró hacia otro lado, fijamente hacia su capa rasgada y notando que Sirius todavía no había retirado la mano de su hombro.
—Incluso muerto, James me pondría los ojos en blanco si intentara fingir que no metí la pata tanto como tú —prosiguió—. Significaría que aprender la verdad sobre Regulus realmente no me habría enseñado nada. Mi intención era peor, incluso si tuve suerte de que alguien interviniera antes de que te quitara la vida.
Ahora fue Snape quien respondió con silencio, pensando con Sirius el daño que ambos habían hecho al mundo. Aceptar que había consuelo en reconocer que ambos eran despreciables en sus historias entrelazadas, pero que ambos se habían convertido en hombres que no eran todo lo que Harry merecía, pero que él los amaba incondicionalmente de todos modos porque todos eran dignos de amor. A medida que crecía su vacilación para hablar o darse la vuelta, sintió que Sirius se acercaba a él y lo rodeaba con los brazos, escuchando mientras un sollozo incontrolable escapaba de la parte posterior de su garganta. Snape permaneció inmóvil como una estatua mientras Sirius enterraba su rostro lloroso en la grieta de su cuello y los brazos que lo rodeaban se apretaron.
—Lo siento mucho —dijo Snape después de unos minutos.
—Yo también —respondió Sirius.
—Mi mayor arrepentimiento... —La voz de Snape se apagó y no pudo continuar, pero no fue necesario. Cualquiera que hiciera todo lo posible por tratar de compensar sus pecados, por supuesto, estaba arrepentido—. Nunca quise que le pasara nada a Harry...
—¿Quieres que vaya con él ahora? —preguntó Sirius, retrocediendo rápidamente cuando Snape de repente se heló y llevó su brazo marcado hasta su pecho de manera protectora.
—Quédate conmigo —dijo Snape, tratando de sonar natural mientras sentía que la marca ardía ferozmente contra su piel como un atizador caliente—. Creo que Harry necesita procesar lo que Dumbledore le dejó sin nuestra interferencia.
—¿Está llamando? —preguntó Sirius preocupado—. ¿Está aquí ahora?
—No —dijo Snape entre dientes apretados, mientras el calor se hacía más intenso que podía imaginar que su piel estaba literalmente en llamas en ese momento—. Es su ira, poder, fuerza. No creo que esté aquí todavía.
Aunque el Señor Tenebroso obviamente acababa de enterarse del asalto de Dumbledore a uno de sus horrocruxes. Estaría en camino. Tal vez en cuestión de segundos, tal vez no hasta mañana, pero ciertamente iría y luego no habría nada más que hacer además de reaccionar. Seguir un plan que colocara a Harry en un lugar en el que ciertamente no querrían que estuviera. Sus ojos se encontraron y ambos sabían que lo que estaba sucediendo ahora importaba más de lo que había sido. Especialmente cuando ambos tenían tanto miedo de lo que significaba para Harry.
—Creo que hay algo reconfortante en encontrar a una persona tan jodida como tú para ir por la vida —dijo Sirius, enrollando suavemente la manga de Snape y mordiéndose el labio cuando vio que la marca ardía en un rojo sangriento en lugar de su negro habitual. La cubrió de nuevo con la misma rapidez—. Ya ni siquiera reconoceríamos a los chicos que éramos y creo que eso dice mucho de los dos.