Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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Las enseñanzas de Albus Dumbledore

—La Tercera Ley de Golpalott —dijo Ron en voz alta, mientras la escribía en la parte superior de su hoja de pergamino. Luego miró a Hermione expectante con su pluma preparada todavía posada—. ¿Repite de qué se trata eso?

Hermione puso los ojos en blanco.

—La tercera ley de Golpalott significa que el antídoto para un veneno mezclado será igual a la suma de los antídotos de cada uno de los componentes separados —recitó con exasperación.

—¿Se supone que eso significa algo para mí? —parpadeó incrédulo.

Harry se rio entre dientes mientras escribía el título de su propia redacción y recordaba el fiasco completo que había sido la clase de pociones ese mismo día. El profesor Slughorn les había dado a todos un veneno desconocido para preparar un antídoto, una tarea que los había confundido por completo a él y a Ron, así como a la mayoría de los otros estudiantes. Sólo Hermione había progresado al final de la clase, un antídoto a medio terminar que incluía cincuenta y dos ingredientes, uno de ellos era un trozo de su propio cabello; así que era la única a la que no se le había asignado ninguna tarea al sonar la campana.

—Está bien, básicamente es sólo la regla para mezclar antídotos, ¿no? —Harry buscó la cara de Hermione en busca de aprobación, sintiéndose bastante satisfecho consigo mismo por comprender eso al menos hasta ese momento—. Sólo identificamos los ingredientes de la poción y luego añadimos el antídoto por cada uno en una cantidad mayor.

Ron parecía impresionado, pero la cabeza de Hermione se inclinó escépticamente hacia un lado mientras procesaba lo que había dicho.

—Bueno, en parte, supongo —dijo finalmente—, pero el propósito de la redacción es determinar si la Tercera Ley de Golpalott debe aceptarse como verdadera o no porque la teoría en realidad tiene varios defectos que el profesor Slughorn señaló la semana pasada.

Harry sintió que su confianza se desinflaba, mientras Ron soltaba un fuerte gemido y dejaba caer su pluma en su tarro de tinta.

—¿Por qué estamos tomando esta estúpida clase igualmente? —preguntó impotente—. Si logramos destruir a Quién-Tú-Sabes, entonces nos rogarán a todos que seamos aurores y no les importarán las clases que hayamos hecho.

—Mantén la voz baja —regañó Hermione con reproche, aunque había tanto ruido en la sala común a esa hora de la noche que apenas importaba. Nadie les prestaba atención.

Hermione buscó en su bolso su libro de pociones y lo abrió a las notas detalladas que había tomado sobre todo lo que Slughorn había dicho sobre el tema.

—La Tercera Ley de Golpalott requiere que encuentres ese ingrediente único que, cuando se agrega a los antídotos mezclados, los transforma casi químicamente en un todo combinado que contrarrestará todo el veneno mezclado —leyó, mientras Harry y Ron se inclinaban para echar un buen vistazo a sus notas—. Sin embargo, hay contradicciones cuando se trata de ciertas pociones. La Tercera Ley de Golpalott no mezclaría un antídoto pasable para cada tipo de veneno y eso es en lo que puedes basar el argumento de tu redacción.

—Dudo que pudieras preparar algo que fuera magia aprobada que te salvara del Filtro Maldito especial de Voldemort —comentó Harry.

Ya sabía lo suficiente sobre el tipo de trabajo que Snape se veía obligado a hacer para Voldemort para reconocer que las Artes Oscuras a menudo sólo podían combatirse usándolas de vuelta. Nada de eso se enseñaba en Hogwarts.

—E incluso si lo hiciera, ¿realmente crees que Quién-Tú-Sabes te va a dar las más de dos horas para identificar los ingredientes y armar un antídoto antes de que te envenene la garganta? —preguntó Ron con sarcasmo—. Claro que no, entonces, ¿cuál es el punto?

—El profesor Snape siempre tiene un bezoar en su bolso —les dijo Harry—. Simplemente metes eso en la garganta de alguien y curará la mayoría de los venenos. Tarda dos segundos.

—Deberíamos pedirle que nos traiga uno a todos —sugirió Ron.

—En realidad, no sería una mala idea —dijo Hermione pensativa—. Después de lo que le sucedió a la mano del profesor Dumbledore, odio pensar en lo que podría estar protegiendo al resto de ellos.

Por "ellos" se refería a los horrocruxes, que era algo en lo que Harry también había estado pensando mucho en los últimos días. El Diario no había estado muy bien protegido físicamente, sólo confiado a Lucius Malfoy, quien no lo había tratado en absoluto con la reverencia que Lord Voldemort ciertamente había esperado. Sin embargo, lo que le había hecho a Ginny Weasley había sido más siniestro. El alma del Diario la había poseído y la había obligado a hacer cosas horribles. El control total que el horrocrux había demostrado sobre Ginny servía como una advertencia peligrosa para nunca subestimar su poder.

—¿Crees que un bezoar habría podido ayudar a Dumbledore? —preguntó Harry escéptico.

—No lo sé —susurró ella con tristeza—. Supongo que no.

Un silencio se había apoderado de la sala común y Harry giró la cabeza para ver la causa, distinguiendo a la profesora McGonagall atravesar el agujero del retrato, que era un hecho totalmente inusual. La jefa de Gryffindor rara vez visitaba a sus alumnos fuera de clase y las pocas excepciones generalmente significaban reprimendas y restricciones, nunca nada bueno. Por eso, una sensación de temor se apoderó de Harry cuando vio a McGonagall ir hacia él de entre la multitud de estudiantes.

—Potter, Weasley, señorita Granger, síganme —ladró, haciendo que Harry, Ron y Hermione intercambiaran miradas nerviosas entre sí.

Cerraron sus libros de pociones y los metieron en sus mochilas, junto con sus botellas de tinta y plumas. Luego se pusieron de pie para seguir a McGonagall fuera del agujero del retrato por el que ella ya había salido.

—Espero que no estés en demasiados problemas —Ginny le guiñó un ojo a Harry, y él sonrió a su pesar al pasar junto a ella.

—Supongo que descubriremos lo que hicimos en un minuto —le dijo a la ligera, aunque estaba mucho más preocupado de que algo le hubiera sucedido a Snape o a Sirius, que de cualquier cosa por la que su profesora pudiera estar a punto de gritarle.

—Profesor, ¿de qué se trata...? —comenzó a decir Harry, una vez que el retrato de la Dama Gorda se hubiera cerrado detrás de ellos en el pasillo vacío.

—Espera a que estemos en mi despacho, Potter —respondió McGonagall.

El pie de ella dejó de dar golpecitos impacientes mientras se giraba hacia la escalera de caracol a su despacho, que estaba a un piso debajo de ellos en la torre de Gryffindor.

—Pertinacia —La profesora McGonagall pronunció la contraseña de su puerta y todos entraron.

Al igual que el despacho de Snape, la pequeña sala estaba ocupada por un gran escritorio y muchos armarios. Una incómoda silla de madera con respaldo recto estaba frente al escritorio y el fuego estaba encendido, brillando con llamas verdeazuladas. Había una pared de ladrillo completamente vacía. Harry nunca le había prestado atención antes, pero ahora se dio cuenta, distraídamente, de que debía contener el pasaje secreto a los aposentos privados de McGonagall. Solo para distraerse mientras la profesora buscaba algo en silencio en su escritorio, Harry se preguntó si ella se quedaba en el colegio todo el año o si, como Snape, tenía una antigua casa familiar o apartamento en algún lugar que visitara durante el verano.

—Bien entonces —dijo la profesora McGonagall al final, desenroscando la tapa de un frasco que había adquirido de un cajón de su escritorio, que resultó estar lleno de lo que eran inequívocamente polvos flu—. El profesor Dumbledore me pidió que os enviara a los tres a tu casa, Potter —explicó—. Ha dispuesto un canal de flu para transportaros con seguridad desde mi chimenea hasta la tuya y se reunirá con vosotros allí.

—¿Por qué? —exigió Ron.

—No sé por qué, Weasley —dijo McGonagall irritada, empujando el frasco con impaciencia.

Ron intercambió una mirada con Harry y luego cogió un puñado de polvos flu.

—Mansión Black —dijo Ron claramente, una vez se adentró en las llamas. Desapareció al instante y McGonagall hizo un gesto para que Hermione lo siguiera.

—Nos vemos en un minuto, Harry —dijo Hermione, justo antes de que ella también desapareciera.

Entonces Harry se acercó obedientemente para sacar su propio puñado de polvos flu del frasco. Mientras lo hacía, se dio cuenta de lo agotada y tensa que parecía la profesora McGonagall debajo de su habitual exterior irascible. Parecía que estaba luchando contra las lágrimas, su rostro estaba más lleno de arrugas y su cabello más gris de lo que había estado en septiembre.

—Profesora... —empezó Harry, aunque no sabía lo que podía decir.

Imaginó por un momento cómo debía sentirse al perder a Dumbledore. Quedar excluida del conocimiento de lo que estaban haciendo y hacia dónde iban, todo mientras se veían obligada a mandarles obedientemente allí y cumplir las órdenes de un amigo que pronto moriría.

Sus ojos se encontraron brevemente antes de que McGonagall señalara con impaciencia el frasco de polvos flu en sus manos y el momento se perdió. Harry tuvo cuidado de no tirar nada en el suelo mientras se acercaba a la chimenea y entraba. Las llamas le hicieron cosquillas agradablemente y lo llenaron de un calor que era similar a una ducha relajante.

—Mansión Black —habló en voz alta, echando un último vistazo a McGonagall que sacaba un pañuelo de tartán de su bolsillo para sonarse la nariz justo antes de que desapareciera por la chimenea, que le obligó a cerrar los ojos con tanta fuerza como pudo.

Viajó más allá de lo que se sentía como mil incendios, cruzando cientos de kilómetros, antes de ser arrojado sin ceremonias sobre la familiar alfombra del salón de su casa. Tosió por el hollín que había inhalado y, cegado por la ceniza en sus gafas, apenas pudo discernir la mano de Sirius que se extendía para ayudarlo a ponerse de pie.

—¿Está Dumbledore aquí? —Harry preguntó a su borroso padrino, mientras le entregaba a Sirius sus gafas para que las limpiara.

—Sí, acaba de salir para lanzar algunos hechizos disuasorios —respondió Sirius—. Le dije que Remus y Tonks no volverían hasta dentro de una hora o más, pero quiere asegurarse de que tengamos privacidad absoluta. Scourgify —apuntó su varita a las gafas de Harry, que brillaron.

Harry se las volvió a poner en la cara y el resto de la habitación se enfocó. Hermione y Ron estaban de pie detrás de Sirius, luciendo emocionados mientras quitaban la ceniza de sus pantalones.

—¿Sabes qué ha encontrado, Sirius? —preguntó Ron con entusiasmo, pero Sirius negó con la cabeza y sonrió en respuesta.

Lo siguieron hasta la mesa del comedor al otro lado de la casa, más allá de la gran escalera y las puertas delanteras donde Harry pudo distinguir las chispas de colores que se proyectaban. Las ideas pululaban por su mente mientras silenciosamente se sentaba al lado de Hermione. Presumiblemente se había encontrado la cueva. Tal vez era una reunión para repasar las estrategias defensivas, y prepararse para que entraran y se apoderaran del horrocrux. ¿Por qué si no Dumbledore sería tan misterioso?

—La casa está segura —anunció Dumbledore con una sonrisa, varios minutos después cuando regresó dentro—. El tiempo se ha congelado dentro de las protecciones, así que si Remus y Nymphadora terminan su misión antes de tiempo, no volverán mientras estemos en medio de las cosas.

Nadie dijo nada, pero Hermione rápidamente asintió con la cabeza. El aire parecía espeso con una tensión que Dumbledore no parecía tener prisa por apaciguar. Le guiñó un ojo a Harry cuando se acercó y se sentó en la cabecera de la mesa, quitándose su sombrero puntiagudo cuando lo hizo y colgándolo sobre el reposabrazos.

—Me disculpo por apresuraros aquí sin previo aviso, pero no quería llamar mucho la atención sobre que os alejara del colegio y esto no podía esperar hasta la mañana —dijo al final, mirándolos a todos por turnos antes de que sus ojos aterrizaran en Sirius—. ¿Podrías sacar la espada de Gryffindor? Vamos a necesitarla.

Sirius pareció desconcertado, pero se puso de pie de inmediato. Nadie habló cuando se levantó de la mesa, escuchando los sonidos de sus pasos subir las escaleras hasta su dormitorio del segundo piso. Hermione se movía emocionada en su asiento mientras Ron seguía mirando de Dumbledore, que estaba sentado tarareando pacíficamente, hacia la escalera donde esperaban ansiosamente a que Sirius reapareciera. Finalmente, Harry no pudo fingir paciencia por más tiempo.

—¿Encontraste la cueva entonces? —preguntó audazmente, antes de que una nota de resentimiento se deslizara en su voz—. Pensé que habías dicho que podía ir contigo a buscarlo.

—Dije eso y lo hice en serio —respondió Dumbledore con calma—. Este horrocrux en particular que estoy a punto de mostraros estuvo sentado justo debajo de mis narices durante décadas sin darme cuenta.

—¿Te refieres a Hogwarts? —Hermione parecía horrorizada de que un pedazo del alma de Voldemort pudiera haberse mantenido tan cerca entre ellos.

—Y es gracias a Harry que me las arreglé para encontrarlo —añadió Dumbledore gentilmente.

—¿A mí? —Harry se quedó en blanco.

—Exactamente —replicó él, mientras Sirius volvía a la habitación y colocaba la espada de Gryffindor, con su mango envuelto en rubíes, en el centro de la mesa antes de regresar a su silla—. Harry, le contaste a Severus sobre la Sala de Menesteres y me abriste los ojos a algo que de repente parecía tan obvio que debería haberme dado cuenta antes —explicó—. Se me ocurrió tras una inspección más cercana que Lord Voldemort sería lo suficientemente arrogante como para suponer que solo él había aprendido a trabajar la magia de esa sala. Resultó que yo tenía razón. Escondió un horrocrux dentro de la Sala de Menesteres.

—Un horrocrux escondido dentro de la Sala de los Menesteres —repitió Sirius, pareciendo afectado, y miró a Harry—. ¿Dónde tuvisteis vuestro grupo de defensa secreto el año pasado?

—El mismo sitio —respondió Dumbledore—. El horrocrux debió haber sido plantado cuando Voldemort iba o se marchaba de su entrevista conmigo cuando había solicitado el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras. Siempre supe que había una razón más importante para que solicitara un trabajo que sabía que nunca le daría.

—Tendría que haber sido el trabajo de un minuto —dijo Hermione asombrada.

—Precisamente, señorita Granger —dijo Dumbledore—. Es muy fácil entrar y salir sin ser detectado y la forma en que funciona la sala es que sólo puedes encontrarla si requieres específicamente un escondite, como lo que ha hecho el joven señor Malfoy todo el año.

—¿Eso significa que sabe lo que Malfoy ha estado escondiendo ahora, señor? —preguntó Harry, ignorando los gemidos de exasperación de Ron y Hermione.

Todos se negaban a entablar conversaciones con él sobre Malfoy la mayor parte del tiempo, incluido Snape, quien había expresado un sincero interés en que se le mostrara la Sala de los Menesteres, pero luego ignoraba todos los intentos de Harry de discutir el tema más a fondo.

—El señor Malfoy necesitaba un escondite para resolver algo que ya no es de ninguna preocupación —le dijo en un tono que expresaba el asunto cerrado—. Cuando entré en la sala para encargarme de ello, estuve atento a posibles horrocruxes todo el tiempo. La copa de Hufflepuff, el guardapelo de Slytherin o algo de Ravenclaw. En lo que sólo puede considerarse el mejor de los casos, he descubierto la diadema perdida de Ravenclaw. Eso significa que estamos a punto de quitar otro horrocrux y la identidad de ese horrocrux en particular ya no está en duda.

—¿Lo tiene? —Ron parecía un poco aterrorizado.

—Sí —respondió Dumbledore y metió la mano en un bolsillo de su túnica azul y sacó una pequeña tiara. La miró por un momento antes de pasársela a Ron, quien la aceptó con una mano temblorosa—. Notaréis las características distintivas que la marcan como la diadema perdida de Rowena Ravenclaw —dijo, todavía mirándola fijamente—. Los delicados zafiros y la banda plateada, grabada con su cita más famosa: "Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres."

—Sí —mencionó Ron, trazando su dedo a través de la inscripción.

Luego, cuando la había examinado por completo, se la pasó a Sirius, quien apoyó la Diadema en la parte superior de sus dos manos con repulsión en toda su cara.

—Siento que sabría que es un objeto oscuro incluso si no nos lo hubieras dicho —le dijo a Dumbledore.

—La magia deja huellas —dijo éste en voz baja—. No estás imaginando cosas.

—Profesor, ¿por qué es seguro tocar la Diadema cuando ponerse el anillo maldijo su mano? —Hermione preguntó unos minutos más tarde cuando fue su turno de inspeccionar el horrocrux.

—Una excelente pregunta, señorita Granger —respondió Dumbledore—. Creo que las barreras protectoras alrededor de cada uno de los horrocruxes serán únicas para ellos. El anillo estaba escondido en la vieja casa de sus parientes, posiblemente la ubicación menos segura de cualquiera de los horrocruxes, ya que cualquiera podría rastrear la genealogía familiar de Voldemort. Así que maldijo el anillo por si acaso. Creo que es probable que todos los horrocruxes de aquí en adelante sean seguros de tocar, aunque eso no significará que sean seguros de tener.

—No puedo creer que simplemente la dejara en la Sala de Menesteres y no pensara que nadie la encontraría —comentó Harry cuando aceptó la Diadema de Hermione y la apretó con fuerza, casi deseando que se agrietara.

—Voldemort no creía que nadie se enterara de sus horrocruxes —le recordó Dumbledore—, y durante mucho tiempo ha tenido razón. Incluso si alguien hubiera adivinado que había hecho un horrocrux, nadie se atrevería a imaginar que alguien intentaría dividir su alma en siete pedazos.

—Es un mal más allá del ordinario. —Sacudió la cabeza Sirius—. No es humano.

—Tom Riddle se deshumanizó más profundamente con cada horrocrux que hizo —convino Dumbledore—. Le hizo perder el trozo de humanidad que posiblemente podría haber existido en él hace mucho tiempo. No es un hombre, es un monstruo... Un monstruo que ni siquiera Hagrid podría encontrar como simpático.

Harry no pudo evitar sonreír al pensar en Hagrid y su amor por las criaturas monstruosas. En realidad, había sido persuadido recientemente para participar en el entierro de una aterradora acromántula que también era una de las amigas más queridas de Hagrid. No se tuvo en cuenta cómo la bestia había ordenado una vez a sus descendientes que se lo comieran a él y a Ron, pues el profundo afecto por Hagrid había forzado a Harry a asistir.

—¿Estás listo para destruirlo, Harry? —preguntó Sirius en voz baja.

Harry negó con la cabeza.

—Creo que debería ser otra persona —respondió—. Ya he destruido el Diario. Sé lo que se siente. Y todos estamos haciendo esto juntos, ¿no?

Se volvió hacia Dumbledore, quien le sonrió con orgullo y, sintiendo en lo profundo de sí mismo que este era el curso de acción correcto, Harry deslizó la Diadema por la mesa hacia Ron. Sentía que Ron necesitaba esto más de lo que él lo necesitaba en ese momento. Que la magia de alguna manera sería más fuerte de esa manera, consolidando su amistad y los días difíciles por delante de ellos, aunque Ron parecía menos convencido.

—¿Yo? —tartamudeó éste, pareciendo estupefacto.

—Por supuesto que tú —dijo Harry con firmeza.

Ron miró con incertidumbre a Dumbledore, como si esperara que el director se opusiera. Su tez pecosa palideció ligeramente cuando Dumbledore se levantó de su propia silla e hizo señas a Ron para que lo siguiera.

—Quiero que la pongas en el suelo y luego vas a usar la espada para apuñalarla directamente en el centro con toda la fuerza que puedas reunir —instruyó Dumbledore.

Ron tragó saliva mientras recogía la Diadema en una mano y la Espada en la otra. Se alejó unos pasos de ellos y dejó la Diadema en el suelo, como le había dicho. Hermione se había levantado de su asiento para mirar más de cerca. Parecía un poco envidiosa de que Ron fuera el que recibiera esa lección de Albus Dumbledore.

—Sólo la punta de la hoja para agrietar la Diadema será suficiente —le ayudó Dumbledore con suavidad—. La espada de Gryffindor absorbe lo que la hace más fuerte. El veneno de basilisco presente en la espada destruirá el horrocrux al impactar, aunque debemos anticipar encontrarnos con cierta resistencia. Estoy aquí a su lado. Cuando esté listo, señor Weasley.

Las rodillas de Ron se tambalearon mientras se inclinaba al suelo y fijaba la Diadema con una mirada decidida. Harry se acercó gradualmente detrás de la mesa, recordando la ansiedad que Ron experimentaba rutinariamente durante los partidos de Quidditch y cuánto más magnificado debía estar eso en ese momento. Se preguntó si Dumbledore de pie junto a Ron era reconfortante o intimidante. Se preguntaba si era culpable en ese momento de presionar demasiado a su amigo.

—Puedes hacerlo, Ron —le dijo Harry con confianza—. Solo clávala.

Era vagamente consciente de que Sirius se acercó para pararse justo a su lado, con ambos ojos fijos sin pestañear hacia Ron cuando éste levantó la espada por encima de su cabeza. Harry podía sentir su corazón latiendo en su pecho y pensó que podría haberse quedado temporalmente sordo. No oyó el sonido del metal apuñalando la corona de hierro. Tampoco el lamento inmediato que hizo que Hermione se cubriera las orejas con las manos mientras el humo negro salía de la Diadema horriblemente parecido a una serpiente, abriéndose paso alrededor de la cabeza de Ron, que mantenía la espada perforando el zafiro más grande en el centro.

Entonces Harry se recuperó, como si hubiera salido de un breve trance. Los gritos de agonía lo hicieron sentir como si sus oídos sangraran mientras el pedazo del alma destrozada de Voldemort protestaba en voz alta. Con temor de morir, lo mismo que su existencia se suponía que garantizaba que nunca sucedería.

—¿Lo he hecho? —preguntó Ron débilmente, con la cara bastante gris cuando el fragmento de nube oscura del alma de Voldemort finalmente se había marchitado en la nada.

—Sí, así es —dijo Dumbledore, con un destello de satisfacción en sus ojos azules—. Bien hecho, señor Weasley. Buen trabajo.

Dumbledore apuntó su varita hacia la Diadema, que ya no era un horrocrux, y se desintegró en un polvo que luego desapareció. Ni siquiera los zafiros eran salvables. Había sido profanada por magia negra y ya no era la reliquia que una vez había sido un preciado emblema de la Casa de Ravenclaw.

—Estuviste brillante —dijo Harry alentadoramente, acercándose para arrodillarse en el suelo junto a Ron.

Sacó suavemente la espada de Gryffindor de la mano de Ron y luego lo ayudó a ponerse de pie.

—Es normal sentirse bastante agotado después de descargar tanta energía mágica —le tranquilizó Dumbledore, mientras Harry guiaba a Ron hacia una silla en la mesa y lo veía desplomarse sobre ella con un aspecto muy tembloroso—. Una taza de chocolate caliente y luego acostarse le vendría bien… a todos os vendrá bien.

—¿Podríamos quedarnos aquí esta noche, profesor? —preguntó Harry.

—Bueno, no veo por qué no —respondió éste, agitando su varita de nuevo para que aparecieran tazas de chocolate humeantes sobre la mesa. Hermione inmediatamente fue a llevar una a Ron. Tenía lágrimas en los ojos mientras se hundía en la silla al lado de él—. Puedo dejar el canal hacia la chimenea de la profesora McGonagall abierto para que volváis mañana por la mañana a tiempo para vuestras clases —añadió, observando con aprobación cómo Ron tragaba generosamente la taza que se le había puesto delante. Luego miró interrogativamente en dirección a Sirius—. ¿Si eso está bien?

Sirius asintió con la cabeza, pero Harry de repente se dio cuenta de que su rostro se veía extremadamente blanco e inexpresivo. Sus ojos hundidos tenían una mirada lejana que recordaba a cómo había estado antes de que su nombre fuera restituido y hubiera podido salir de Grimmauld Place. Había estado mucho mejor desde entonces, pero ahora parecía bastante distorsionado por el proceso de destrucción del horrocrux.

—Ese sonido que hizo cuando murió —dijo Sirius oscuramente, explicando por qué parecía tan atormentado en ese momento—. Así es como suena Azkaban día y noche. Almas siendo devoradas poco a poco.

—Es un destino peor que la muerte dañar el alma de un hombre —dijo Dumbledore en voz baja—. Siempre he dicho que la muerte no es nada que temer. Sin embargo, lo que probablemente debería decir en su lugar es que la muerte no es nada que temer para aquellos que permanecen puros de corazón y aquellos de nosotros que poseemos la capacidad de amar. Lord Voldemort sí debería estar muy asustado.

—Voy a llevar esto arriba antes de que Remus y Tonks lleguen a casa —les informó Sirius, recogiendo la espada de Gryffindor que Harry había vuelto a poner sobre la mesa.

Pero lo que Harry sospechaba que Sirius realmente quería era unos minutos a solas para recuperar el aliento. No podía imaginar soportar doce años de ese horrible sonido que sonaba persistentemente en los oídos. Harry no culpaba a Sirius en absoluto, aunque le dolía.

—Uno más destruido, tres que quedan —dijo Harry lentamente, una vez que Sirius había salido de la habitación y Dumbledore se estaba poniendo el sombrero para irse.

Harry se sentía bastante incómodo por la destrucción de ese horrocrux, ya que había sido extrañamente anticlimático… Con Voldemort todavía poderoso y muy vivo, sin echar de menos la parte de su alma que acababa de ser cortada.

—Profesor —llamó Harry, dejando a Ron y Hermione de vuelta en la casa bebiendo su chocolate caliente.

Harry se dio cuenta que el cielo estaba más oscuro y era más tarde de lo que pensaba mientras seguía a Dumbledore hacia el patio delantero.

—¿Sí, Harry? —respondió Dumbledore alegremente.

—Yo-yo... —vaciló, sin estar realmente seguro de lo que quería decir.

Pensando en lo angustiada que había estado la profesora McGonagall esa noche, en cómo le había recordado a Harry que el comienzo de la primavera significaba un año casi terminado y que Dumbledore no estaría por mucho tiempo. No quería admitir lo mucho que eso le asustaba.

—Estaba un poco preocupado por la profesora McGonagall esta noche, señor —confesó Harry—. Me parecía que estaba muy molesta.

Dumbledore suspiró y pareció un poco afectado por las palabras de Harry, algo que ciertamente no había esperado.

—Supongo que ese es el precio que se paga por decirle a alguien lo que no necesita saber. Todavía no estoy seguro de haber hecho lo correcto al contarle a la profesora McGonagall sobre la maldición de mi mano y lo que significaba. ¿No disfrutamos más del tiempo cuando no nos preocupa cuánto nos queda?

Harry no consideró que esa fuera una respuesta muy satisfactoria en absoluto. Si bien no tenía ninguna inclinación a pensar en la muerte de Dumbledore, todavía imaginaba que era preferible a despertarse con un shock un día sin ninguna preparación. ¿Cómo podría alguno de ellos sobrevivir a todo esto sin Dumbledore?

—¿Cuánto tiempo le queda? —Harry susurró.

—Lo justo, Harry —dijo él en voz baja—. Sólo lo justo.

Harry apretó los labios y vio cómo Dumbledore levantaba su varita. Brillantes luces de color púrpura, rosa y amarillo llovieron sobre ellos, levantando efectivamente los hechizos temporales que había establecido en la casa ya muy segura.

—Señor, ¿puedo preguntarte algo? —Harry rompió el silencio unos minutos más tarde, mientras admiraba la exhibición de estrellas fugaces que Dumbledore estaba lanzando en el horizonte.

—Por supuesto, Harry —respondió él, agitando su varita para realizar un contrahechizo final que Harry nunca había visto antes.

Era como si la propiedad hubiera estado contenida dentro de una burbuja gigantesca, que Dumbledore acababa de explotar. Un chorro de agua cayó sobre ellos como si hubiera llovido durante un par de segundos. Entonces Dumbledore realizó otro hechizo que hizo que Harry se secara y se calentara instantáneamente.

—Cuando el profesor Snape y yo fuimos al Valle de Godric, vi una tumba con los nombres de Kendra y Ariana Dumbledore —comenzó, sorprendiendo a Dumbledore con ese cambio de tema—. ¿Eran... Eran parientes?

—Sí —dijo Dumbledore simplemente, devolviendo su varita al bolsillo profundo de sus túnicas azules eléctricas—. Kendra era mi madre y Ariana era mi hermana pequeña.

—¿Entonces vivías en el Valle de Godric? —preguntó Harry con curiosidad, porque le molestaba lo poco que sabía sobre Dumbledore.

Después de todas las confidencias que habían compartido, Dumbledore seguía siendo un extraño para él de muchas maneras... un extraño también para Snape. ¿Por qué estaba tan decidido a mantenerlos a distancia?

—Sí —dijo Dumbledore de nuevo, sin dar más detalles, y Harry decidió darse por vencido.

Entendió que este no era un tema que Dumbledore prefería discutir. Que estaba mucho más interesado en descubrir la historia de Voldemort que en compartir la suya, pero entonces Dumbledore lo sorprendió.

—¿Sabes por qué me pongo el anillo, Harry? —preguntó Dumbledore en voz baja—. ¿Alguna vez te has preguntado por qué yo tenía la capa de invisibilidad de tu padre en mi poder cuando murió, cuando te había dicho en el pasado que soy más que capaz de volverme invisible por mi cuenta?

—No —dijo él honestamente, sacudiendo la cabeza.

Los labios de Dumbledore se apretaron por un momento antes de continuar.

—Bueno, dentro del anillo, sin el conocimiento de Lord Voldemort, pero descubierto por mí debido a la cresta de la familia Peverell en la franja, que fueron los primeros propietarios de las Reliquias de la Muerte, estaba la piedra de la resurrección.

—¿Piedra de la resurrección? —Harry repitió, un calor elevándose en su cuerpo mientras se preguntaba si tal cosa podría existir—. ¿Reliquias de la Muerte?

—Las Reliquias de la Muerte —confirmó él con un suspiro—. Y por favor Harry, entiende que solo estoy compartiendo esto con la esperanza de que nunca sucumbas a sus poderes y te vuelvas tan obsesionado como yo lo he estado de ellas. Si alguna vez accedes a las Reliquias de la Muerte, quiero que lo hagas de manera segura y sin perder de vista de lo que realmente se debe hacer. ¿De acuerdo?

—Sí, señor —asintió Harry, aunque estaba extremadamente confundido, parado afuera bajo las estrellas con el profesor Dumbledore.

Acababan de destruir un fragmento del alma de Lord Voldemort: los horrocruxes se habían convertido repentinamente en un tema normal de conversación, pero había más misterios por descubrir. Estaban las Reliquias de la Muerte.

—Cuando era joven, solo un par de años mayor que tú, conocí a alguien que me presentó a las Reliquias —empezó Dumbledore—. Hay tres. —Apuntó su varita en el aire frente a ellos y, con una espesa tinta blanca, dibujó un palo en la parte superior del oscuro cielo—. La Varita de Saúco —comentó—. La Piedra de la Resurrección. —Dibujó un círculo sobre el palo—. Y la Capa de Invisibilidad —terminó, dibujando un triángulo alrededor de los otros dos.

—¿Mi capa de invisibilidad? —preguntó Harry con el ceño fruncido.

—Esa misma —asintió Dumbledore—. En nuestra juventud, él y yo nos obsesionamos completamente con la idea de encontrar a los tres, que juntas se dice que hacen a uno Señor de la Muerte. E incluso después de que nuestra relación terminó, aunque me convertí en el anciano que está ante ti esta noche, nunca abandoné por completo mi deseo de conectarlas.

—¿La capa de mi padre es una Reliquia de la Muerte? —Harry repitió, mientras luchaba por mantener toda esa información en orden, sin saber o entender lo que podría ser una Reliquia de la Muerte.

¿Qué significaba ser Señor de la Muerte? ¿Se había dado cuenta James de lo valioso que era el objeto que tenía en su poder?

—Tu capa es la más pura y menos peligrosa de las Reliquias, perteneciente al hermano menor, Ignotus Peverell. Contrasta profundamente con la Varita de Saúco, que supuestamente fue robada al primer hermano cuando fue apuñalado mientras dormía. La Varita de Saúco ha cambiado de manos desde entonces, siempre se ha ganado en violencia y en la derrota de su antiguo Amo —explicó Dumbledore, sosteniendo su varita para que Harry la examinara, aunque a él le parecía como cualquier otra varita ordinaria.

—¿Esa es la Varita de Saúco? —preguntó con confirmación.

Dumbledore asintió.

—La gané de Gellert Grindelwald. Es una buena varita, pero no me consumió como lo hizo el anhelo de la Piedra de la Resurrección. Una vez la descubrí dentro del Anillo que Lord Voldemort había convertido en un horrocrux, perdí todo sentido de la racionalidad. Olvidé por completo que el Anillo estaba maldito.

—¿Querías volver a ver a tu familia? —Harry adivinó correctamente, quién podría entender cómo la desesperación de Dumbledore podría haberlo llevado a cometer un error tan grave.

Era esa Reliquia de la Muerte la que más habría tentado a Harry y estaba a punto de preguntarle a Dumbledore si todavía la tenía cuando éste habló de nuevo.

—¿Recuerdas tu primer año cuando descubriste el Espejo de Oesed? —preguntó.

—Sí —asintió Harry, quien nunca olvidaría cómo ese espejo mágico le había mostrado la primera imagen de su madre, padre y parientes extendidos que había visto en su vida.

—Te dije que no servía de nada arrastrarse por los sueños y olvidarse de vivir —recordó éste—. Nada puede despertar a los muertos, Harry, pero los objetos peligrosos pueden aprovecharse de nuestra desesperación. Los hombres se han consumido frente al Espejo de Oesed y la Piedra de la Resurrección seguramente ha llevado a muchos a la locura. No resucita a los muertos, trae una sombra de ellos a la tierra cuando prefieren que los dejen en paz para que nos esperen.

—Pero aun así te pusiste el anillo —señaló Harry.

—Sí, lo hice —reconoció Dumbledore—. La desesperación por volver a ver y hablar con mi familia me llevó a olvidarme temporalmente de mí mismo y pagar el precio máximo por mi error. Espero que no sucumbas a esa tentación si te enfrentas a ella, Harry. La Piedra de la Resurrección no puede devolver la vida a tus padres. Cuando morimos, estamos destinados a seguir adelante. Justo como me estoy preparando para hacerlo pronto.

—Y todavía vas a obligar al profesor Snape a...

—No estoy obligando a Severus a hacer nada —interrumpió Dumbledore—. Pedí y él estuvo de acuerdo. Al igual que te he pedido que te unas a mí en esta búsqueda de los horrocruxes y has aceptado.

—No creo que sean lo mismo en absoluto, señor —protestó él.

—Creo que algún día descubrirás que son más parecidos de lo que crees en este momento —respondió Dumbledore.

Aceptando la derrota en esa batalla, Harry se sorprendió repentinamente por algo que no había considerado hasta ahora.

—Entonces, el profesor Snape terminará con la Varita de Saúco, ¿no? La varita invencible de nuestro lado. Por eso tiene que...

—En realidad, creo que los poderes de la Varita de Saúco morirán conmigo cuando muera invicto —respondió él—. Severus no me está derrotando, me está ayudando, y no creo que la varita cambie de lealtad por eso.

—¿Pero no debería tener la mejor varita cuando vaya a pelear con él al final? —preguntó Harry—. Porque... ¿de qué otra manera se supone que voy a ganar?

Dumbledore miró las estrellas en el cielo antes de responder.

—Creo que una vez que llegues a ese momento te darás cuenta de que tu propia varita de fénix es más que suficiente, incluso preferible para lo que vas a tener que hacer.

Era vago y no hizo nada para satisfacer realmente la pregunta de Harry, pero ya estaba tan abrumado con la nueva información que no podía obligarse para presionar por más en ese momento. Entonces, decidió cambiar de tema.

—Todavía puedo ir a encontrar el horrocrux en la cueva contigo, ¿verdad? —preguntó, mientras un chasquido de la aparición de alguien justo fuera de la frontera llenaba el aire.

Dumbledore le sonrió.

—Sí, así es.

Se volvieron para ver quién acababa de llegar, ambos sorprendidos al ver a Snape caminando hacia ellos pareciendo igual de confundido ante su propia presencia. Harry había asumido que sería Tonks o Lupin llegando a casa.

—¿Hay algún problema? —preguntó Snape con recelo, una vez que se había metido en las protecciones mágicas de los terrenos de la mansión.

—No —respondió Dumbledore—. ¿Estás aquí para verme, Severus?

—Estoy aquí para ver a Sirius —le dijo Snape—. Ni siquiera sabía que ninguno de los dos fuerais a estar aquí.

—Voy a pasar la noche —dijo Harry.

—¿Una noche de colegio? —Snape alzó las cejas.

—Sí, con Ron y Hermione —respondió él—. Están dentro.

—Van a ir a la oficina de Minerva por la mañana —explicó Dumbledore—. Y será mejor que me vaya ahora para poder advertirle antes de que se duerma.

Ni Snape ni Harry hablaron mientras veían a Dumbledore caminar más allá de los límites para desaparecer. Entonces Snape comenzó a llevar a Harry de vuelta hacia la casa.

—Parece que has tenido una noche emocionante.

—Sí —dijo Harry vagamente.

Ron y Hermione se habían movido de la mesa del comedor al sofá frente a la chimenea. Sirius también estaba abajo. Aunque todavía estaba bastante pálido, sus ojos se iluminaron al ver a Snape allí con Harry.

Los dos hombres se miraron por un momento y luego Snape hizo una seña a Sirius con la mano. Caminaron hacia la cocina al otro lado de la planta principal. La atención de Harry se despertó al instante, los siguió en silencio y esperó que no le dijeran que se fuera.

—¿Fuiste capaz...? —preguntó Sirius.

—Más o menos —dijo Snape con calma—. Puedo decir que tenías razón al sospechar de Bellatrix. Definitivamente tiene algo que podrías estar buscando.

Incapaz de contenerse, Harry soltó:

—¿De qué estáis...?

Pero ninguno de sus padres le prestó atención. Sirius estaba sonriendo y el acto le devolvió el color necesario a su rostro.

—¡Eres el mejor!

—Realmente no hice nada —respondió Snape modestamente, mientras Sirius le daba una palmada en la espalda—. Le hice algunas preguntas a Narcisa y luego usé Legeremancia para capturar el recuerdo que desencadenaron mis comentarios.

—¿Cómo es que eso es no hacer nada? —Sirius negó con la cabeza—. Acepta el cumplido. No tienes idea de lo que acabas de hacer por mí.

—Bueno, no fue muy difícil de descubrir —le aseguró él—. Bellatrix fue muy presuntuosa con su hermana después de que se descubriera el error de Lucius. Tiene algo en su poder y se alegra de que Lucius haya fallado donde ella nunca lo hará. Sin embargo, no sé dónde está ni qué es.

—No importa —prometió Sirius—. Ya me has dado más que suficiente para seguir... Dios mío, ¡gracias, Severus! No sabes lo mucho que esto significa...

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Harry en voz alta.

Snape y Sirius inmediatamente se volvieron y lo miraron. Harry no se había dado cuenta hasta entonces de que Hermione y Ron se habían dado cuenta de la excitable conversación en la cocina y también se habían acercado para investigar. Snape se rascó distraídamente su labio inferior mientras miraba a Sirius para explicar.

—Tuve la idea de que si el Señor Tenebroso le hubiera dado a Lucius el Diario para que lo guardara, podría haberle dado otro objeto a un mortífago aún más favorecido —explicó Sirius—. Así que le pedí a Severus que investigara sus contactos y viera si podía encontrar algo para nosotros. Como acabas de escuchar, lo ha hecho.

—¿Lo sabe el profesor Dumbledore? —preguntó Hermione.

—No, se lo diré cuando necesite saberlo —dijo Sirius con una sonrisa.

Snape bufó a eso ligeramente, aunque parecía divertido.

—Dándole una dosis de su propia medicina, ya veo.

Hermione parecía un poco nerviosa al darse cuenta de lo indiferente que estaba Sirius al actuar a espaldas de Dumbledore, pero Harry y Ron estaban ansiosos por obtener información.

—¿Entonces Bellatrix tiene uno? —Ron verificó.

Snape asintió.

—Parecería que se le ha confiado algo que el Señor Tenebroso considera de valor.

Harry se dio la vuelta y se alejó del pequeño grupo ante esas palabras. Podía sentir todos los ojos en su espalda mientras su cerebro comenzaba a profundizar en las posibilidades. Sobre que se le confiara a Bellatrix Lestrange un horrocrux. Sobre cómo era de una familia adinerada que seguramente estaría en posesión de varios escondites diferentes, pero tendría que ser especial, eso estaba claro. ¿Lo habría mantenido Bellatrix en la casa? Posiblemente, pero entonces podría haber estado en riesgo después de que ella y Rodolphus fueran arrestados y sus propiedades indudablemente allanadas por el Ministerio. Eso era lo que había asustado a Lucius en que se deshiciera del Diario después de todo...

—Gringotts... ¡Está en Gringotts! —exclamó Harry en voz alta, volviéndose de repente para verlos a todos mirándolo confundidos—. El banco Mágico de Gringotts —explicó—. La mansión de los Lestrange habría sido asaltada y cualquier objeto oscuro habría sido confiscado, pero los goblins no permitirían que nadie entrara en la cámara de los Lestrange, ¿verdad? Los Goblins no quieren participar en una Guerra Mágica. ¡Está allí! ¡Sé que lo está!

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Sirius finalmente.

—El Señor Tenebroso habría envidiado a cualquiera que tuviera una cámara en Gringotts —explicó Harry, cambiando naturalmente al nombre de Voldemort con el que Snape se sentía más cómodo—. Habría visto el banco la primera vez que fue al Callejón Diagon. ¡Es ahí donde está! ¡Ahí es donde tenemos que ir!

Hubo una pausa mientras todos procesaban sus palabras. Harry de repente apreció aún más profundamente cómo Dumbledore le había mostrado todos los recuerdos que le habían ayudado a entender quién era realmente Voldemort. Harry sabía pensar como él ahora, ponerse en sus zapatos. Podía averiguar dónde se guardaban los horrocruxes e iba a destruirlos a todos. Sirius y Severus intercambiaron una mirada significativa antes de volverse hacia él.

—¿Quieres decirme que estás pensando en asaltar la cámara de Bellatrix Lestrange? —preguntó Snape en voz baja, con su voz más peligrosa—. Los Lestrange son una familia antigua y tendrán una de las cámaras de mayor seguridad en Gringotts. Dumbledore incluso tendría dificultades por entrar y salir de allí sin ser detectado. Te matarían en cuanto te vieran.

—Por eso es el lugar perfecto para que él escondiera algo —exclamó Harry, mientras Snape sacudía la cabeza, con aspecto irritado.

Ron y Hermione miraron a Harry con la boca abierta, alarmados por el potencial de lo que estaba diciendo, pero no podían encontrar ningún defecto grave en su argumento.

—Supongo que es hora de hablar con Dumbledore —dijo Sirius con calma—. Rayos... Realmente quería ocultarle algo para variar...

—Sí, bueno, olvida eso ahora —murmuró Snape, todavía mirando a Harry con horror—. Antes de que éste tenga otra idea divertida.

—¿Qué, como volar a Londres esta noche en mi Saeta para robar un banco? —Harry le preguntó inocentemente.

—Eso parece exactamente el tipo de cosa que podrías hacer —respondió Snape, lo que hizo reír a Ron, Hermione y Sirius—. Nunca más se te permitirá quejarte de que lo que hago es demasiado peligroso, ¿me entiendes? —le dijo con severidad—. Puedes contarle tu teoría al profesor Dumbledore y dejar que él la maneje... y luego puedes explicármela porque estoy harto de tanto secreto. Estamos a punto de tener una larga charla esta noche.

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