Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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El escondite de Draco

Albus Dumbledore nunca se atrevería a asumir que conocía todos los secretos de Hogwarts y se maravillaba de la capacidad del castillo para continuamente hacerle más humilde. Abordaba todo con una mente abierta y una actitud de que las cosas no siempre eran lo que parecían ser. Tal fue el caso hacía unos días cuando Severus había ido a verlo sobre una misteriosa sala en el séptimo piso que los que sabían de ella la llamaban la Sala de los Menesteres. El concepto no había sido del todo desconocido para Dumbledore antes, aunque ahora veía que había sido un descuido de su parte no reconocer su importancia o explorar ese descubrimiento más a fondo en el pasado.

—Buenas noches, señor Crabbe, señor Goyle —Dumbledore sonrió a los dos compinches de Slytherin y les hizo una amable reverencia.

No se sorprendió en absoluto al encontrarlos parados en el pasillo que albergaba la Sala de Menesteres. Si se tomaba como verdad la palabra de Severus y Harry, entonces Draco Malfoy probablemente estaba dentro de la habitación en ese mismo momento, usando a sus amigos como guardias mientras intentaba cumplir los deseos de Lord Voldemort.

—¿Qué estáis haciendo dentro en un día tan glorioso?

Miró del uno al otro con respetuoso desconcierto, mientras los dos muchachos murmuraban algo indiscernible hacia él y tropezaban con los dobladillos de sus túnicas en una repentina prisa por marcharse.

Dumbledore esperó hasta que hubieran desocupado el pasillo antes de acercarse a la pared de ladrillo y presionar su palma contra ella, sintiendo que la piedra vibraba sutilmente con una exuberancia de magia. Había conocido esa sala antes y había oído a otros hablar de ella también de pasada con cariño y humor. Era un lugar de conveniencia y diversión para estudiantes traviesos, capaz de organizar un club emocionante u ocultar polizones a punto de ser atrapados fuera de la cama después de horas. Parecía tan improbable que Voldemort pudiera haber sido lo suficientemente arrogante como para suponer que solo él podía haber poseído los secretos de Hogwarts, pero claro, Dumbledore siempre había creído que la eventual caída de Voldemort se derivaría de su tendencia a subestimar a sus enemigos.

—¿Dónde estás, joven amigo? —murmuró a la pared.

Sabía que simplemente requerir que la sala revelara a Draco Malfoy no sería efectivo. Dolores Umbridge sólo había podido acceder a la sala el año pasado porque había sabido solicitar específicamente el cuartel general del Ejército de Dumbledore. Así que la clave ahora era adivinar correctamente lo que Draco estaba haciendo dentro de ese espacio secreto y pedir eso.

Sin lugar a dudas el hecho de que Draco pudiera tener al alcance de la mano un fragmento del alma de Lord Voldemort en ese momento era completamente una coincidencia. Voldemort no habría confiado a nadie el secreto de sus horrocruxes y habría dado por sentado que nadie tendría suficiente sentido común para adivinarlo. Era mucho más probable que Draco estuviera usando la sala para construir algo, preparar su ataque u ocultar pruebas.

—Muéstrame el escondite —dijo en voz baja y, extraordinariamente, su primer intento tuvo éxito.

Una sólida puerta de roble se había formado en la pared que tenía delante. Dumbledore llamó cortésmente unas cuantas veces como advertencia antes de girar lentamente el gran pomo de latón y entrar.

Era como entrar en un laberinto de objetos diversos que habían llegado ahí para desaparecer y ser olvidados. Dumbledore miró a su alrededor con asombro, inhalando el olor a moho de los libros viejos y muchas décadas de polvo sin tocar. Por un momento casi se olvidó del chico escondido en algún lugar alrededor de todo el desorden... No era su principal preocupación igualmente. Fue acogido por millones de libros en pilas tambaleantes, catapultas voladoras, frisbis con colmillos, botellas de congeladas pociones partidas, cáscaras de huevo de dragón y un hacha manchada de sangre en la esquina.

Había caminado unos pasos y se había detenido a examinar una jaula que contenía un esqueleto de cinco patas cuando escuchó un sonido cerca de la parte trasera de la sala y levantó diligentemente su varita. Draco Malfoy por fin había saltado de su escondite detrás de un viejo armario, sorprendido y asustado cuando Dumbledore lo desarmó rápidamente antes de que tuviera la oportunidad de hacer mucho más que mirarlo boquiabierto.

—Dios mío, hay muchas cosas aquí —sonrió Dumbledore, mientras metía la varita de Draco en un bolsillo de sus brillantes túnicas azules. Hizo una pausa para admirar unos viejos sombreros de copa en un soporte de madera que estaba apoyado contra una armadura oxidada—. Imagino que muchos de los objetos en esta sala se remontan a los cuatro fundadores. Podrías descubrir una aventura completamente nueva cada vez que vinieras aquí. Puedo ver por qué te gusta tanto.

Draco respiraba con bastante dificultad y Dumbledore sospechaba que estaba tentado a huir, pero estaba más preocupado por tratar de proteger lo que fuera en lo que había estado trabajando con tanta diligencia. Afortunadamente para él, Dumbledore aún no había despertado ningún interés en ese lado de la sala. Caminó lenta y deliberadamente a través de la variedad de objetos abandonados más cercanos a la puerta. Sus ojos azules escudriñaron en todas direcciones, observando cuidadosamente cualquier señal de la copa de Hufflepuff, el guardapelo de Slytherin o algo con el emblema de Ravenclaw.

—Dime, Draco —continuó con calma, saliendo de un mar de capas viejas que acababa de inspeccionar para asegurarse de que no había nada oculto en su tela—. ¿Qué estás haciendo con ese viejo armario?

—¿A usted qué le importa? —Draco gruñó, encontrando por fin su voz.

Sus pálidas mejillas se habían enrojecido de indignación y todavía no se había movido de frente al gran armario que sería capaz de guardar a una persona adulta.

—Oh, creo que es un asunto de gran importancia para que te haya cautivado tan completamente —sonrió Dumbledore mientras comenzaba a acercarse—. Me gustaría saber por qué...

Luego se detuvo repentinamente, solo para recuperarse a tiempo para no despertar ninguna sospecha. Por el rabillo del ojo la había visto y su corazón comenzó a latir el doble de rápido. Ligeramente descolorida, pero aún con los distintivos zafiros azules y el metal delicadamente plateado del que hablaba la leyenda. Si fuera capaz de examinarla más de cerca estaba seguro de que descubriría la inscripción que representaba la casa de Ravenclaw: "Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres." La diadema perdida de Ravenclaw, puesta de forma bastante normal en un estante polvoriento cerca del suelo. Nadie la había visto antes que se tuviera memoria, pero seguramente Voldemort la había poseído y la había colocado ahí para protegerla.

—¿Es ese el armario en el que tu compañero de casa, Montague, desapareció el año pasado? —preguntó Dumbledore de forma coloquial, mientras apuntaba su varita discretamente en dirección a la Diadema.

No estaba seguro de si la magia funcionaría, pero sospechaba correctamente que Voldemort no había tenido tiempo de poner el mismo tipo de encantamientos protectores y disuasivos con los que había rodeado el Anillo.

Dumbledore desapareció la Diadema sin que Draco se enterara. La envió a la casa segura de Sirius Black, donde la espada de Gryffindor ya esperaba para destruirla. Se iría para allí muy pronto, pero sentía que no podía alejarse sin hacer más para reconocer la difícil situación de Draco Malfoy. Después de todo, era sólo un chico.

—Me gustaría ayudarte —prosiguió con cuidado, entreviendo la mirada de sorpresa en el rostro agonizante del chico.

Dumbledore se acercó a él y apretó la palma de su mano buena sobre el armario detrás de Draco, de forma similar a cómo había buscado propiedades mágicas en la pared.

—¡No toque eso! —soltó Draco, su voz ansiosa y suplicando detrás de una máscara de presunta intrepidez.

—Sé lo que es esto —dijo Dumbledore en voz baja, golpeando los dedos contra el armario como si Draco no hubiera hablado—. Este no es un armario corriente. Tendrá un gemelo en alguna parte y juntos harán un pasaje. Estás intentando reparar éste para que puedas proporcionar acceso a los seguidores de Lord Voldemort. ¿Estoy en lo cierto?

La voz de Dumbledore era áspera en la última línea y miró con severidad al chico que estaba quizá temblando a pesar de sus mejores esfuerzos por parecer despreocupado. Esa era una parte del plan que casi había escapado el conocimiento de Dumbledore. Había organizado la protección de Draco Malfoy y había planeado su propia muerte, todo lo mejor que había podido. Severus lo mataría y aseguraría una posición muy valiosa en las filas de Lord Voldemort, asegurando la misericordia para Draco y el éxito para Harry.

Nadie más iba a estar en peligro y la infiltración de mortífagos en el colegio seguramente socavaría eso. Dumbledore cogió su varita y la apuntó hacia el armario evanescente. Draco se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer solo una fracción de segundo antes de que sucediera.

—¡No! —gritó.

—Deletrius —lanzó Dumbledore, y el armario evanescente de repente ya no existía.

Se desintegró ante los ojos de ambos, dañado sin posibilidad de reparación, con solo un clavo o astilla de madera en el polvo que se acumulaba en el suelo. Incapaz de transportar a alguien desde cualquier lugar. Incapaz de ayudar a Draco a completar su tarea de Lord Voldemort. Dumbledore observó cómo la desesperanza comenzó a salir del chico en sollozos imparables. Había trabajado todo el año en ese plan sólo para que se desmoronara tan rápida y cruelmente y no había nada más que pudiera hacer.

—Sé que estás asustado —dijo Dumbledore en voz baja—, y un chico asustado es un peligro para sí mismo y para los demás. Tu imprudente desesperación casi mata a Katie Bell y la única razón por la que no fuiste expulsado por eso fue porque el profesor Snape respondió por ti, en lo que creo que fue un intento decente de salvarte de la ira de Lord Voldemort. No puedo imaginar por lo que estás pasando.

Draco continuó hipando, aunque sus ojos habían destellado cuando se mencionó el nombre de Snape. Dumbledore esperó un momento para ver si el chico iba a decir algo sobre las verdaderas lealtades de Snape. Si iba a proclamar arrogantemente a Dumbledore como un viejo tonto que estúpidamente creía que Severus Snape estaba trabajando para él, cuando en realidad había estado conspirando para ayudar a Draco a asesinarlo todo el año. Pero a su favor, Draco no dijo nada de eso. Tal vez sus trayectorias lo habían hecho más sabio más allá de sus años y le habían hecho darse cuenta de que Snape no podía ayudarlo y Voldemort no lo perdonaría si su espía salía comprometido. Draco miró a Dumbledore con odio, a pesar de las lágrimas de angustia que aún rodaban por sus mejillas.

—Todos tenemos que tomar nuestras propias decisiones en este mundo —le dijo Dumbledore gentilmente—. Espero que te des cuenta de que no estás sin opciones.

—¡No tengo opciones! —Draco bramó—. ¡Me matará si no lo hago... matará a toda mi familia!

—Simpatizo con la dificultad de tu situación —respondió él—, pero me ofrezco a esconderte y también puedo esconder a tu madre. Tu padre está a salvo por el momento en Azkaban, pero cuando salga podemos arreglar...

—¡Eso no va a funcionar! —se quebró Draco.

Dumbledore suspiró tristemente, sorprendiendo al chico sacando su varita desarmada del bolsillo y colocándola en un piano de cola con las teclas rotas a su derecha. Entonces se ajustó sus túnicas exteriores con más fuerza alrededor de sí mismo y se volvió para irse. No tenía sentido continuar una conversación que no iba a ninguna parte cuando tenía tanto más que hacer, pero todavía había tiempo para resolver el destino de ese chico roto que había captado la simpatía de Dumbledore casi tanto como Harry. Ambos habían sido marcados en la oscuridad por la misma mano malvada y había muy poco que Dumbledore pudiera hacer para salvarlos. Aunque destruir otro horrocrux sería un muy buen punto de partida.

XXX

Esa misma noche, Snape había encontrado tiempo para alejarse de Hogwarts e ir a visitar la casa de los Malfoy en Wiltshire, Inglaterra. No le había dicho a nadie a dónde iba. No había hablado con Dumbledore sobre su acuerdo para ayudar a Sirius con asuntos de los que estaba bastante seguro de que el director deseaba que no supiera nada. Sin embargo, los descubrimientos realizados sobre la Sala de Menesteres le habían dado a Snape una excusa muy conveniente.

Harry se había alegrado mucho al saber que su información se estaba tomando en serio y Severus estaba descubriendo muchos propósitos útiles para ese conocimiento. No le daba a Narcisa ninguna razón para dudar de sus verdaderas intenciones, sino todas las razones para hacerse agradable y útil por lo que él estaba haciendo por su familia. Había llegado a la Mansión Malfoy sin previo aviso y había hecho todo lo que estaba en su poder desde entonces para poner deliberadamente a Narcisa nerviosa y hacerla más comunicativa. Algo que Snape sin duda había aprendido de Albus Dumbledore.

—No entiendo cómo esperas que proteja a tu hijo si no lo sé todo —dijo Snape fríamente, paseando por el suelo en una dirección antes de darse la vuelta para caminar al otro lado.

—Severus, te juro que no sé nada —dijo Narcisa arrepentida, con su largo cabello plateado protegiendo su rostro de la vista mientras miraba su regazo—. Todo esto no lo sabía. No he visto a Draco desde Navidad. No me cuenta las cosas. Siempre confiaba en su padre.

—Eso no es excusa —dijo él con dureza, cruzando la longitud del inmenso salón. Miró a la terraza a través de las altas ventanas francesas y no dijo nada durante unos minutos, mientras Narcisa sonaba como si estuviera luchando por respirar en la silla de cuero de respaldo alto detrás de él—. Eso no es excusa cuando me has arrastrado al lío de tu familia.

Si Narcisa había estado esperando una noche de cortesías y garantías de un viejo amigo al que le había confiado la vida de su hijo, entonces estaba muy equivocada. El disgusto de Snape estaba grabado en su rostro. No se había sentado ni una sola vez desde que había llegado esa noche, ni había tocado la botella de vino que Narcisa había abierto para compartir, como era su costumbre.

Snape tampoco había sonreído ni había preguntado cómo se las arreglaba sola en esa gran casa. Estaba intencionalmente desprendiendo los aires de estar preparado para lavarse las manos de todo el arreglo, de modo que si no fuera por el Juramento Inquebrantable que los unía, Narcisa habría tenido mucho miedo de que su hijo hubiera perdido a su protector más valioso.

—Dumbledore ha descubierto que Draco está pasando un tiempo considerable en la Sala de Menesteres, un espacio que ni siquiera sabía que existía hasta que Dumbledore me informó de ello —dijo, de espaldas a ella.

Paró para darle tiempo a Narcisa de sentir el impacto completo de sus palabras, tocando con la punta de los dedos las cristaleras mientras esperaba, escuchando su respiración por miedo.

—¿Qué se supone que debo hacer al respecto? —continuó él, con una voz que apenas estaba por encima de un susurro—. Si Dumbledore sospecha de mi vista gorda ante las fechorías de Draco es posible que le hayas costado al Señor Tenebroso su espía más valioso. ¿Cómo explicarás eso?

El final de su pregunta en voz baja fue ahogado por el sonido de Narcisa comenzando a llorar y Snape se habría sentido más comprensivo con sus lágrimas si ella no las hubiera usado previamente para obligarlo a hacer el Juramento Inquebrantable el verano pasado. Snape no sentía culpa por sus propias razones manipuladoras para ir allí, que esencialmente no tenían nada que ver con la situación de Draco y todo que ver con Sirius pidiéndole que investigara a la hermana de Narcisa, Bellatrix, y su conexión con objetos valiosos pertenecientes al Señor Tenebroso. Estaba usando a Draco como un señuelo muy conveniente para sus verdaderas intenciones.

—Severus, por favor... Por favor… —Narcisa hizo sonidos desesperados mientras se levantaba de su silla y se acercaba a él. Su barbilla se clavó en su hombro y sus manos en sus codos, presionándolos contra sus lados con una fuerza impresionante. Snape podía sentir el ascenso y descenso de su respiración por su espalda—. Te lo he dicho todo... Le he dicho a Draco que te escuche y que confíe en ti.

—Es tan desconfiado en este momento que sospecharía de su propia sombra —le informó Snape—. Ya no puedo hacer que confíe en mí sobre nada. Y no puedo arreglar lo que no sé. Especialmente ahora que Dumbledore está en alerta máxima. Háblame de esta Sala de Menesteres.

—Juro que nunca he oído hablar de una sala así en todos mis años en Hogwarts —dijo ella entre lágrimas—. Si lo hubiera hecho, te prometo que te lo habría dicho primero.

—Bueno, ¿entonces sabes lo que está planeando allí? —preguntó Snape—. ¿Es una trampa para Dumbledore? ¿Es un lugar para escapar? ¿O un arma?

—No me lo dirá —respondió, suplicándole que aceptara que lo que ella decía era verdad y que su propia incapacidad para ayudar y proteger a su propio hijo estaba rompiendo gradualmente todo lo que quedaba en ella.

Entregaría cualquier cosa a cambio de su seguridad, pero no podía hacer nada si su hijo persistía en rechazar la ayuda que le había procurado.

—¿Qué hay de tu hermana? —preguntó Snape en voz baja.

Sintió el cuerpo de Narcisa tensarse contra él.

—¿Qué pasa con Bella?

—Bueno, me parece increíblemente improbable que Draco esté inventando un gran plan por su cuenta —respondió Snape—. Después de todo, sólo tiene dieciséis años y sus amigos más cercanos son tontos en el mejor de los casos y peligrosamente incompetentes en el peor. No está aceptando ayuda mía ni tuya, entonces, ¿a quién deja eso?

Narcissa aflojó la mano que había puesto sobre él y Snape se dio la vuelta lentamente para poder enfrentarse a ella. Puso un dedo debajo de su temblorosa barbilla y suavemente volvió la cabeza hacia arriba para encontrarse con sus ojos. No sabía, ni realmente le importaba, si Bellatrix Lestrange había tomado parte en ayudar a su sobrino. No importaba mientras las semillas de la duda estuvieran plantadas en la mente de Narcisa, haciéndola más vulnerable a que investigara sus pensamientos.

—No lo sé —susurró Narcisa, mirándolo mientras él le agarraba la barbilla con un poco más de fuerza—. Bella nunca ha dicho nada...

—Bueno, te diré lo que sé entonces —dijo él en voz baja—. Dumbledore cree que Draco está usando la sala para crear un pasaje seguro para que los mortífagos entren en el colegio. Antes de irme para venir aquí, Dumbledore tenía la intención de investigar y anular estos planes... Lo que sea que decida hacer cuando se trata de Draco ahora está completamente fuera de mi control. Sin mencionar lo enojado que estará el Señor Tenebroso cuando se entere de cuánto tiempo ha perdido Draco en un plan infructuoso...

Snape sintió que Narcisa temblaba contra él. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cintura y se atrincheró contra su cuello, temblando con un miedo que él pensaba que tenía justificación en tener completamente. La furia del Señor Tenebroso con toda la familia Malfoy no había cesado en absoluto en el tiempo que había transcurrido desde que había ordenado por primera vez a Draco que matara a Dumbledore o que muriera él mismo. No perdonaría el desprecio con el que Lucius había tratado su diario, un objeto que había sido poseído por una Magia Oscura tan grandiosa que iba más allá de lo que Snape podía imaginar.

—Me preocupo por tu familia y todavía voy a hacer todo lo que pueda para ayudar —le recordó Snape, besando ligeramente la gruesa melena de cabello que pasó sus labios, permitiendo que su boca se demorara allí por un momento para hacerla que confiara y se sintiera segura.

Que bajara sus defensas, si todavía tenía alguna. Porque la confianza ciega en cualquiera esos días era una locura y todos aquellos que pasaban tiempo en la compañía del Señor Tenebroso harían bien en adquirir algunas habilidades básicas de Oclumancia para evitar que cada emoción o pensamiento se anunciara tan libremente. Snape quería que Narcisa sintiera que no había necesidad de tales prácticas con él.

—No pretenderé que tenga sentido para mí por qué Lucius manejó mal un objeto de tanta importancia para el Señor Tenebroso —continuó Snape—. Si me hubieran confiado algo suyo, lo habría guardado con mi vida por encima de cualquier otra cosa. Imagino que Bellatrix haría lo mismo y tal vez por eso no se opone a la idea de sacrificar a Draco en arrepentimiento. Bellatrix nunca habría arrojado una posesión importante del Señor Tenebroso como basura común. Lo habría mantenido tan segura y protegida como hubiera podido. Probablemente le molesta que Lucius fuera elegido en lugar de ella para una tarea tan importante.

Aprovechó la oportunidad y se inclinó hacia atrás para obligar a Narcisa a mirarlo de nuevo. Sus ojos azules brillaban con miedo, tristeza y un poco de culpa. Pero no había nada que ella le ocultara en ese instante, de eso Snape estaba absolutamente seguro. Vio a Bellatrix en la superficie de su mente, jubilosa y altiva. Presuntuosa de ser su más favorecida, su más confiable y su más apreciada.

—¡El Señor Tenebroso me honrará sobre todos vosotros por el cuidado y la devoción que le otorgo a las cosas que más le importan! —se burlaba Bellatrix de su hermana y su cuñado, que tenía moretones y un ojo inquietantemente ensangrentado... El castigo de Lucius por perder el diario—. ¡Él sabrá mejor que pensar jamás en que alguien le mostraría tanta consideración como yo!

Sin duda, Bellatrix tenía algo que Sirius sospechaba que tenía, pero qué o dónde Snape no podía saber. Tampoco creía que Narcisa lo supiera y no se arriesgaría a profundizar más. No podía arriesgar su propia posición. No quería que ella lo sintiera empleando legeremancia sobre ella y desarrollara alguna razón para dudar de él.

—Pero estoy seguro de que una vez que Dumbledore esté muerto, todo se olvidará —intentó sonar tranquilizador. Se apartó de ella, desenredando con cuidado sus brazos de alrededor de su cintura—. Los Malfoy volverán a estar en su favor en poco tiempo.

—Pero no veo cómo te las arreglarás para matarlo —dijo Narcisa, detrás de sus talones mientras él se acercaba a la barra y comenzaba a servirles a los dos una generosa cantidad del vino tinto que ella había sacado cuando él había llegado por primera vez.

Habiendo conseguido lo que había venido a buscar, Snape ahora no veía ninguna razón para no disfrutar de la bebida y la buena compañía.

—¿Cómo puede tener éxito el plan, cómo puede Draco sobrevivir a esto, si Dumbledore ya sospecha? —Narcisa tartamudeó—. Y el Señor Tenebroso mismo no pudo...

—Dumbledore todavía confía en mí —le recordó él, cogiendo la primera copa de vino y pasándosela.

Ésta la tomó pero no se la llevó a los labios, manteniendo el brazo extendido mientras seguía mirándolo con lágrimas en los ojos.

—Una vez Dumbledore se dé cuenta de su error, será demasiado tarde —añadió, antes de inclinar la cabeza hacia atrás y vaciar su vaso de un solo golpe sin molestarse en brindar por el Señor Tenebroso con ella primero.

No necesitaban armar un escándalo, conspirando ahí juntos para burlar a su amo y superar lo que se esperaba que se fallara. Narcisa confiaba en Severus absolutamente y creía con toda sinceridad que Dumbledore no tenía idea de lo que le esperaba.

Aunque, por supuesto, no era así. Dumbledore veía lo que era, lo que había sido y lo que sería mejor que nadie. Ya se había ido de Hogwarts cuando Snape regresó más tarde esa noche. Snape no sabía que Dumbledore había llevado a Harry, Ron y Hermione a ver a Sirius por asuntos cruciales que no involucraban a Snape, pero que no podrían lograrse sin él. Sin embargo, no tenía ninguna inclinación a buscar a ninguno de ellos a esa hora tan tarde de todos modos. Solo quería acostarse y dormir, preferiblemente sin sueños, antes de levantarse para enfrentar todas las mismas cosas por la mañana.

Por eso descubrir a Draco Malfoy sentado desplomado en el suelo fuera de su despacho no fue una gran alegría para su vista. Snape había esperado llegar a sus aposentos privados sin tener que hablar con nadie. Aunque a medida que se acercaba y podía distinguir la cara con lágrimas y los hombros temblorosos del chico, no pudo evitar sentirse muy preocupado.

—Te ves patético sentado en el suelo así —comentó Snape, deteniéndose frente al chico apagado que no se puso de pie para saludarlo.

—Lo sabe —dijo Draco tembloroso, mirando fijamente a sus zapatillas.

—¿Quién sabe qué? —preguntó él cansado, fingiendo estar confundido. Hizo una pausa y vio al chico desplomarse más por la pared, luego adivinó—. ¿Dumbledore? —Draco asintió con la cabeza y Snape dijo con una voz muy aburrida—: ¿Debo entender que descubrió lo que sea que estabas planeando y que todavía te niegas a confiar en mí? ¿O que él sabe de plano que quieres matarlo?

—Las dos creo —murmuró Draco.

—Mm —sonrió Snape, fingiendo asimilar todo esto—. Bueno, sostengo que éste es un descuido que no habría sucedido si me hubieras permitido ayudarte cuando te lo ofrecí por primera vez.

—¿Me ayudarás ahora? —preguntó él, con el labio inferior temblando alarmantemente—. No puedo hacer esto sin ti.

—Te lo dije hace meses —comentó Snape casualmente—. ¿Cómo sé que me escucharás ahora?

—Porque lo prometo —respondió Draco de inmediato.

—¿Y tengo tu palabra de que no volverás a intentar nada sin preguntarme primero? —preguntó Snape.

—Sí —asintió Draco.

—Sí, ¿qué? —dijo éste, haciendo un gesto con el dedo para que Draco se levantara del suelo.

El chico exhaló fuerte y se puso de pie muy despacio.

—Sí, señor —dijo finalmente.

—Muy bien —le dijo Snape—. Te llevaré de vuelta a tu dormitorio ahora y podemos hablar más de esto por la mañana. ¿Comprendido?

—Sí, señor —dijo éste de nuevo, girándose y caminando con el profesor de vuelta por el pasillo en dirección a la sala común de Slytherin.

Era una mejoría muy bienvenida de la actitud que Snape había estado tolerando durante la mayor parte del año y sabía que la ausencia de su confianza y privilegio sugería que probablemente se sentía aún más derrotado que su madre.

—Dumbledore se ofreció a ayudarme esta noche —murmuró Draco tan bajo que Snape podría haberse perdido lo que había dicho.

—¿Ah, sí? —Snape respondió con calma—. ¿Cómo cree exactamente que hará eso?

—Dijo que me escondería a mí y al resto de mi familia —respondió Draco—. No confío en él y no le creo, pero por un momento deseé que todo pudiera ser así de simple.

—Nada será nunca tan simple —respondió Snape—. No puedes huir de tus problemas, Draco. Tienes que enfrentarte a ellos. Una vez que Dumbledore esté muerto, no podrá protegerte igualmente. No tiene sentido detenerse en tales fantasías. Pero eso no significa que las cosas vayan a terminar mal. Estoy aquí para asegurarme de que no lo hagan. Esa es mi promesa.

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