Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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Respetos a la familia Potter

A pesar de que se le había dicho que se mantuviera alejado de todo lo que sucedía con Malfoy, Harry no pudo resistirse a mantener un ojo avizor persistente sobre él. Nunca estaba sin el Mapa del Merodeador a mano, obsesionado con vigilar constantemente las idas y venidas de su punto marcado. Mientras se desplomaba en su sillón favorito en la sala común de Gryffindor junto al fuego, con el mapa cerca de su cara, ignoró las miradas de desaprobación que Hermione le lanzaba sobre la pila de libros que había sacado antes de la sección prohibida de la biblioteca.

—Estás perdiendo mucho tiempo que podrías estar usando para hacer algo constructivo —regañó Hermione, pasando otra página de "Secretos de las Artes Más Oscuras", que era tan grande que ocupaba todo su regazo.

Harry no respondió de inmediato. No podía expresar con palabras cuán furiosamente lleno de odio se sentía hacia Malfoy, cuya traición se había vuelto más personal para él que nunca, ahora que sabía que iba a forzar la mano de Snape con tanta crueldad. Ni Hermione ni Ron eran conscientes del acuerdo entre Snape y Dumbledore que a Harry se le había prohibido compartir con ellos. Lo estaba quemando por dentro mantener un secreto tan terrible de sus amigos y no podía concentrarse en mucho más en ese momento.

—Bueno, de todos modos no vas a encontrar nada en esos libros —dijo Harry con impaciencia—. Ya te conté que Dumbledore dijo que retiró los libros sobre horrocruxes —dijo en bajo esa última palabra— de la biblioteca cuando se convirtió en director.

La sala común de Gryffindor estaba llena de gente y de ruido, como solía ser un viernes por la noche marcado por la acumulación de clases para la semana. Así era como a Harry, Ron y Hermione les gustaba más, porque significaba que no corrían peligro de que sus conversaciones privadas fueran escuchadas y pudieran hablar libremente. Eso se había vuelto más importante que nunca ahora que el trabajo que Dumbledore pretendía que completaran había salido a la luz.

—Eso no significa que estos libros sean inútiles —insistió ella, cerrando la pesada cubierta con irritación y luego alcanzando "Historia del Mal"—. Sólo piensa por un minuto en el tipo de Magia Oscura que probablemente esté rodeando a estos objetos. No sé por qué no te importa estar bien preparado.

Harry no tenía respuesta a esto. Dumbledore le había revelado que creía estar cerca de encontrar otro horrocrux después de intentar durante bastante tiempo localizar la cueva en la que un joven Tom Riddle había aterrorizado a algunos otros niños del orfanato. Dumbledore le había prometido a Harry que se le permitiría ir con él esta vez. Una especie de lección sobre los caminos de las defensas de Lord Voldemort y lo que seguramente estaba por venir, porque el recuerdo que Harry había persuadido con éxito del profesor Slughorn para que confiara en él había confirmado que quedaban cuatro horrocruxes más y su trabajo realmente acababa de comenzar.

—Estará con Dumbledore —indicó Ron en defensa de Harry, levantando la vista de su casi terminada redacción sobre Transformaciones.

—Pero esa no es una excusa para no aprender todo lo que puedas por tu cuenta —dijo Hermione con firmeza—. No vamos a poder depender de Dumbledore para siempre.

Sus palabras atravesaron a Harry como una espada cruel y él miró con más determinación que nunca al Mapa del Merodeador, observando cómo los puntos marcados como Draco Malfoy, Vincent Crabbe y Gregory Goyle caminaban juntos por un corredor abandonado. No sabía lo que estaba buscando y todavía esperaba que ocurriera algún milagro que liberara a Snape de sus obligaciones antes de que le costara todo porque, si bien era bastante difícil lidiar con el hecho de que no tendrían a Dumbledore por mucho más tiempo, Harry no había contado con perder a Snape al mismo tiempo.

No habría posibilidad de que Snape mantuviera contacto con él, o con cualquiera de la Orden, una vez que proclamara públicamente su lealtad a Voldemort y a los mortífagos. Hacer lo contrario sería demasiado arriesgado y despertaría las sospechas de Voldemort en su mano derecha establecida. Por todo esto, Harry culpaba a Malfoy por completo y clavó con amargura su varita contra el punto de Malfoy en el Mapa del Merodeador, imaginándose maldiciendo al otro chico, cuando su nombre desapareció de repente.

—¿Qué he hecho? —preguntó Harry, poniéndose más recto en la silla y mostrando a los otros dos el mapa—. Malfoy estaba ahí, mirad... Crabbe y Goyle todavía están de pie en ese pasillo. Malfoy estaba con ellos y de repente desapareció. Él...

Pero de repente fue como si hubiera sido alcanzado por un rayo y Harry supo que había resuelto un misterio importante. Su varita no había hecho desaparecer el punto de Malfoy y no podías aparecer dentro de los terrenos de Hogwarts. Malfoy había desaparecido del mapa antes de una manera similar igualmente, aunque ni Ron ni Hermione habían encontrado eso particularmente interesante y Harry había presumido entonces que su vista le había engañado.

—¡La Sala de los Menesteres! —dijo Harry triunfante, cuando se dio cuenta—. ¡Nunca antes he visto la Sala de Menesteres en el mapa!

—Tal vez los Merodeadores nunca supieron que la sala estaba allí —sugirió Ron.

—Creo que será parte de la magia del lugar —dijo Hermione—. Si necesitas que sea Intrazable, entonces lo será... pero Harry, se supone que no debes preocuparte por esto.

—Malfoy trabaja para Voldemort —les recordó éste, al menos por centésima vez ese mes—. Snape no lo negó.

—Lo sé, Harry —suspiró Hermione—, pero Snape también te dijo que no te preocuparas por Malfoy, así que, ¿por qué no escuchas?

Harry la miró como si ella no le hubiera entendido por completo, que por supuesto lo había hecho. Ella no podía entender su desesperación, sin saber que Dumbledore estaba obligando a Snape a matarlo en lugar de Malfoy. No sabían que Harry estaba potencialmente enfrentando la pérdida de otro padre en su vida, tan poco después de encontrar una nueva familia.

—Es un mortífago, Hermione —le recordó en voz baja.

—¿Y qué crees que vas a hacer exactamente al respecto? —preguntó ella.

Harry abrió la boca y luego la cerró. No sabía qué iba a hacer al respecto, no había nada que pudiera hacer. Lo sabía. Y, sin embargo, no podía dejar de esperar una respuesta milagrosa. Algo que persuadiera a Dumbledore a reconsiderar sus planes o algo que evitara que Snape estuviera tan decidido a proteger a Malfoy por su cuenta. Harry estaba dolido, dándose cuenta lentamente de que todo estaba cambiando a lo que acababa de concluir y ningún milagro iba a detenerlo.

—Hermione, ¿puedes mirar esto por mí? —preguntó Ron de repente, intentando disipar parte de la tensión.

Colocó su pergamino encima del libro que Hermione estaba leyendo. Ésta lo miró diagnósticamente y luego miró a Ron, que de repente se había fascinado por completo con el fuego mientras Lavender Brown pasaba junto a ellos con los ojos rojos por el llanto. Ron finalmente había tenido las agallas de romper con ella la semana pasada.

—Sigue siendo un centímetro más corto de lo que McGonagall asignó, Ron —suspiró Hermione.

—¿Ah, sí? —preguntó él inocentemente—. Bueno, ¿podría echar un vistazo a la tuya entonces? ¿Qué más se supone que debo decir sobre la Transformación de cupcakes a hadas?

—¿Después de todas las notas que McGonagall nos hizo copiar en clase? —Hermione puso los ojos en blanco—. Y te dije que leyeras ese libro que saqué de la biblioteca. El verdadero problema debería ser en cómo reducirlo todo para que quepa en solo sesenta centímetros. ¿Ya has terminado tus deberes, Harry?

—¿El qué? —dijo Harry sin comprender, con los ojos todavía pegados al Mapa del Merodeador.

Hermione bufó y comenzó a repasar la redacción de Ron, haciendo algunas modificaciones necesarias, mientras éste se reclinaba en el sillón con los brazos cruzados sobre su cabeza. Mientras tanto, Harry continuó escaneando el Mapa a la espera de una aparición repentina de Malfoy. Estaba pensando que Sirius probablemente no sabía sobre la Sala de Menesteres y tenía la intención de preguntarle la próxima vez que se vieran. Si supiera de ella, Sirius seguramente la habría sugerido cuando estaban tratando de encontrar un lugar para celebrar el ED y se habría dibujado en el mapa.

—¡Harry, Harry! ¿No es esa Hedwig? —llamó Ginny desde el otro lado de la sala común.

No se sabía cuántas veces había tenido que decir su nombre para llamar su atención, pero Ron y Hermione también lo miraban con exasperación cuando finalmente levantó la vista. Harry miró hacia la ventana donde, de hecho, Hedwig agitaba sus alas contra el cristal, con una carta atada alrededor de su pata. Harry inmediatamente se puso de pie y metió el mapa en el bolsillo de su suéter. Luego cruzó la sala común abarrotada para abrir la ventana y extender el brazo para que Hedwig se posara.

—¿De quién es? —preguntó Ron, mientras Harry se volvía a sentar en su asiento.

No era frecuente que los estudiantes recibieran correo a esa hora. La mayor parte de ello generalmente llegaba durante la mañana en el desayuno.

—Del profesor Snape —respondió él, reconociendo la letra del profesor en el sobre.

Rápidamente desató la cuerda de la pata de su lechuza mientras Hermione dejaba sus libros a un lado para ir a leer sobre su hombro. Harry extendió la carta para que los tres pudieran leerla juntos.

Harry:

Recordarás que me pediste que te llevara a un lugar hace un par de semanas. Si todavía estás de acuerdo, podrías encontrarte conmigo en treinta minutos fuera del castillo. No olvides tu capa.

Papá

—¿A dónde le pediste que te llevara? —preguntó Hermione.

Titubeó por un momento antes de contestar.

—Al Valle de Godric —dijo al final, apretando la carta de Snape en una bola y luego poniéndose de pie para arrojarla a la chimenea.

—El Valle de Godric —repitió ella, suavizando su rostro cuando se dio cuenta del significado—. Oh, Harry...

—Espera, ¿no es ahí donde...? —La voz de Ron se apagó torpemente.

—Donde Voldemort los asesinó —dijo Harry sin rodeos, observando cómo su carta era alcanzada por las llamas.

Descubrió que no podía darse la vuelta y mirar a ninguno de los dos en ese momento. Tenían familias intactas y enteras y no podían entender lo que Harry había soportado toda su vida, sin entender o ser capaz de adecuadamente llorar por los padres que nunca había conocido, mientras crecía en una casa donde nunca había existido ninguna fotografía de ellos y tenía prohibido hacer preguntas. Harry había estado desesperado durante mucho tiempo por ver por sí mismo dónde habían muerto, pero ahora la perspectiva de enfrentarlo le hizo sentir una emoción de algo que estaba más allá de la emoción, más parecida al miedo.

—Pensé que había olvidado que incluso lo había preguntado —confesó Harry en voz baja, hurgando en su bolsillo en busca de algo de comida de búhos para alimentar a la impaciente de Hedwig—. O pensé que había cambiado de opinión.

—Probablemente no ha tenido tiempo hasta ahora —dijo Hermione justamente.

—Sí, el único asiento que está vacío más a menudo que el de Snape en el Gran Comedor estos días es el de Dumbledore —añadió Ron.

Era cierto, Harry concordó, mientras le tendía la palma de la mano a Hedwig. El trabajo de Snape tanto para la Orden como para Voldemort lo mantenía más ocupado que nadie. Harry se había resignado a verle cada vez menos, y estaba lo suficientemente ocupado con el colegio y las reuniones con el propio Dumbledore que a veces ni siquiera se daba cuenta. Pero de repente Harry se dio cuenta de algo completamente problemático sobre la situación que no había previsto antes.

—¿Cómo puede decir que está vigilando de cerca de Malfoy cuando se ha ido tanto del colegio? —preguntó, ignorando la mirada que Ron y Hermione intercambiaron.

El pico de Hedwig chocó contra su bolsillo en busca de más comida. En silencio, Harry sacó más antes de llevarla de vuelta a la ventana.

Hedwig ululó cariñosamente antes de extender sus alas en vuelo. Entonces Harry cerró la ventana con fuerza y la vio volverse cada vez más pequeña a medida que volaba, hasta que se sobresaltó por una suave mano en su espalda. Harry se dio la vuelta para ver a Hermione y Ron parados detrás de él.

—Estaremos atentos a Malfoy si quieres que lo hagamos mientras no estás —le dijo Hermione en voz baja.

Eran buenos amigos y sabían que esto le importaba mucho a Harry, incluso si no lo entendían o no estaban de acuerdo con él. Tal vez la compasión de ambos por lo que estaba a punto de ver los había empujado a complacerlo lo suficiente como para que se olvidara de preocuparse por Malfoy por un día más o menos. Cualquiera que fuera la razón, tuvo el efecto exitoso de aumentar un poco la comodidad de Harry.

—Sí, todos sabemos que Malfoy es un imbécil —añadió Ron—. Me encantaría encontrar algo para acusarlo.

Harry forzó una sonrisa mientras le entregaba el mapa a Ron y luego rápidamente fue a recoger las cosas que necesitaba para irse. Harry sabía que no estaban tan preocupados como él, pero no sabían todo lo que él sabía, aunque le dolía ocultar la historia completa. Sus amigos se horrorizarían tanto como él si supieran todo de lo que se interpondría en el camino para con suerte acabar con Lord Voldemort. Tantas pérdidas que se llegarían a asumir... Los horrocruxes eran sólo un componente en un panorama mayor. Aceptar un sacrificio no hacía que fuera más fácil vivir con él, esa era la verdad que Harry había albergado desde los once años, sabiendo que sus padres habían muerto para salvarlo.

—Probablemente os veré por la mañana —les dijo Harry, antes de salir por el agujero del retrato hacia el pasillo con una profunda resolución en su alma.

Era una carga pesada de soportar siempre: el conocimiento de que sólo estaba vivo porque otras personas lo habían amado y se habían enfrentado a la muerte por él. Lo hacía sentirse persistentemente inadecuado. Desesperado por probarse a sí mismo y aterrorizado por perder más de ellos, pero sobre todo horrorizado de que él fuera la causa de más sufrimiento.

Era fácil odiar a Malfoy, que no parecía tener el menor remordimiento por todo el daño que estaba infligiendo. Por el contrario, los remordimientos de Harry eran abundantes, incluso sobre las muchas cosas que no podía controlar o de las que no debía asumir la culpa por completo. En ese caso era como el profesor Snape, ambos despiadados consigo mismos en el fondo y dispuestos a hacer cualquier cosa para aliviar parte de ese dolor.

A pesar de lo nervioso que Harry se sentía por visitar las tumbas de sus padres, todavía quería ir allí más de lo que nunca había querido ir a ninguna parte. Aunque sólo fuera para decir "gracias" y que esperaba que los hiciera sentir orgullosos.

—¿Qué pasa, Harry? —preguntó un hombre de pelo castaño y ojos marrones cuándo Harry llegó a la puerta que cercaba los terrenos de Hogwarts.

Harry nunca había visto a ese hombre antes, pero sabía sin siquiera preguntar quién era. Tenía el bolso de Snape sobre un hombro y le estaba dando a Harry la misma mirada que Snape siempre le daba cuando pensaba que no estaba siendo del todo sincero sobre algo que le preocupaba.

—¿Sabes lo que es la Sala de Menesteres? —preguntó Harry, observando cómo los ojos marrones del hombre se nublaban de confusión ante la pregunta inesperada.

―¿La qué? —preguntó él.

—O a veces se llama la Sala que Viene y Va —le dijo Harry—. Está en el séptimo piso y se convierte en lo que sea que necesites que sea. Teníamos allí el ED el año pasado.

Snape lo miró fijamente.

—¿Qué tiene que ver esto con cualquier cosa? —preguntó.

—Creo que Malfoy está haciendo algo allí —le dijo Harry.

—Otra vez con Malfoy. —Snape parecía moderadamente molesto mientras jugaba con la hebilla en su cartera, finalmente abriéndola para sacar un frasco de lo que era inconfundiblemente Poción Multijugos.

—Lo estás tirando todo por la borda por él —insistió Harry enojado—, y no vale la pena.

—¿Es así como realmente te sientes? —preguntó éste cansado.

Harry asintió con la cabeza con firmeza. Habían tenido esa conversación antes y sabía que Snape se estaba quedando sin paciencia con respecto a abordarla.

—Bueno, te equivocas —le dijo, empujando sobre la mano de Harry la poción Multijugos—. No hay otra manera y lo sabes. Saca a Draco de tu cabeza de una vez por todas, Harry. Estás dejando que tu odio nuble tu mejor juicio. Tienes que aprender a dejarlo ir.

—¿Por qué? —preguntó Harry resentido—. Tú no lo haces.

—Lo he soltado todo —dijo Snape con impaciencia—. ¿Qué podría quedar?

Harry miró la botella en su mano y luego se la llevó a los labios sin decir una palabra más. Se atragantó con el espeso brebaje parecido al barro, haciendo muecas y temblando mientras avanzaba lentamente por su esófago y aterrizaba pesadamente en su estómago. Ya podía sentir que su cuerpo comenzaba a burbujear con el cambio, aunque sin un espejo no podía apreciar el efecto completo. Solo sabía que sus zapatillas, vaqueros y suéter aún le quedaban moderadamente bien cuando sintió que la transformación casi se había completado. Su visión era borrosa y tuvo que quitarse las gafas para volver a ver correctamente. Snape había adquirido pelos de un donante más de su tamaño esta vez y con mejor vista... Harry apenas podía quejarse.

—La llevaré por ti —se ofreció Snape, después de que Harry hubiera metido sus gafas en un bolsillo de su mochila.

Sin decir palabra, Harry se la entregó. Vio a Snape sacar la capa de invisibilidad y luego pasársela para que se la pusiera, antes de encoger la mochila de Harry y deslizarla dentro de su bolso.

—Cuando volvamos al castillo, me gustaría que me mostraras dónde está esta Sala de Menesteres —le dijo Snape, volviendo a sujetar el broche en su bolso—. Estoy de acuerdo contigo en que podría ser importante.

—¿Tienes alguna idea de lo que está haciendo allí? —preguntó Harry, agradecido de que lo tomara en serio.

—Creo que sí —respondió él vagamente, mirándole a los ojos—. Te diré lo que descubro, pero por ahora tratemos de no pensar más en ello. ¿Todavía quieres ir al Valle de Godric?

—Sí —dijo él con firmeza.

—Ahora no es tan peligroso ir allí —le dijo Snape—. El Señor Tenebroso no tiene ninguna razón para sospechar que estás allí porque se supone que debes estar en el colegio, pero de todos modos debemos tener cuidado. Estamos visitando el lugar de la caída del Señor Tenebroso. Necesitas mantener tu capa puesta y estar cerca de mí. ¿Comprendido?

Harry asintió con la cabeza, sintiéndose ansioso. Aunque notó que no era el único cuando Snape sacó su varita para abrir la puerta de hierro y Harry vio que su mano temblaba. Salieron juntos y luego Harry se puso la capa de invisibilidad mientras esperaba a que Snape volviera a sellar la puerta detrás de ellos. Luego se acercaron al punto de aparición y Harry se agarró con fuerza al brazo de Snape.

Llegaron en cuestión de segundos al centro de un pequeño y bullicioso pueblo. La gente pasaba junto a ellos de camino al supermercado, el banco y la oficina de correos. Había un parque lleno de niños riendo, bajando por toboganes y colgando de las telarañas, mientras sus madres se sentaban en los bancos y hablaban. Sin preocuparse por lo que Snape acababa de decir, Harry se quitó la capa de invisibilidad y vislumbró el reflejo de un chico rubio en el escaparate de una tienda.

—No quiero usar mi capa en este momento —dijo Harry, con su voz casi suplicante mientras miraba a Snape, que parecía estar a punto de decir algo—. Igualmente, no parezco yo mismo. No va a pasar nada.

De repente sintió que era importante para él no esconderse. No en ese pueblo de su nacimiento; el lugar donde habría crecido con su madre, su padre y tal vez incluso sus hermanos, si no fuera por Voldemort. Era ya bastante disfrazarse bajo la influencia de la Poción Multijugos cuando Lily y James parecían tan cercanos a él y Harry sentía la necesidad de presentarse ante ellos de la manera más transparente posible.

—Muy bien —dijo Snape en voz baja—. Dámela y te la guardaré.

Harry la hizo una bola y luego se la pasó a Snape, quien metió la tela brillante en el bolso que contenía el resto de sus posesiones. Sus ojos se centraron en una iglesia blanca simplista al otro lado de la plaza, con un cementerio arrimado en la colina detrás de ella. Presumiblemente ese era el lugar donde descansaban Lily y James Potter.

—Vamos —dijo Snape en voz baja, comenzando a caminar en esa dirección.

Tragando saliva nerviosamente, Harry lo siguió con pequeños pasos, sin prisa por llegar al lugar que también anhelaba ver.

Al pasar por el memorial de guerra, se transformó repentinamente y ambos lo notaron. En lugar de un obelisco cubierto de nombres, había una estatua de tres personas: un hombre con el pelo desordenado y gafas, una mujer con el pelo largo y una cara amable y atractiva, y un bebé en los brazos de su madre. Harry se acercó, mirando a la cara a sus padres. Qué extraño era verse representado en piedra, un bebé feliz sin cicatriz en la frente.

—Mi padre era un buen hombre —dijo Harry en voz baja, mirando para observar de cerca la cara de Snape en busca de una reacción—. Lo era.

Se dijo injustamente y salió como un desafío, como si incitara a Snape a estar en desacuerdo con él en ese momento tan inoportuno. Pero éste no mordió el anzuelo. No dijo nada mientras seguía mirando la estatua él mismo. Y entonces Harry dio un paso atrás para estar más cerca de él y permitió que Snape apoyara su mano en su hombro.

—Desearía que no odiaras a James Potter.

—¿Cómo puedo odiarlo cuando sin él, no existirías tú? —dijo Snape en voz baja.

Y Harry sintió instantáneamente una cálida extensión de alivio y se volvió menos indeciso porque solo necesitaba poder amarlos a los dos sin reservas ni divisiones. Era importante que pudiera ir a visitar la tumba de James Potter y estar seguro de que había sacado lo mejor de él, la grandeza en él, que lo llevaría hacia adelante tanto como lo que había obtenido de Snape y de Sirius. Porque lo que había ocurrido entre James y Severus también había ocurrido con Sirius, y ver qué había salido de eso gozaba a Harry con la esperanza de que las cosas podrían haber estado bien con el tiempo si a James Potter se le hubiera dado la oportunidad de vivir.

—Él también era valiente —dijo Harry, mirando la estatua de su padre y sintiendo que su corazón se hinchaba en su pecho por orgullo.

—Ciertamente era valiente —convino él en voz baja—. Yo añadiría que era devoto a aquellos a los que llamaba amigos y, sin duda, te amaba a ti y a tu madre más que a nada. Eso es todo lo que puedo decir de James Potter.

Aunque había un corte en la voz de Snape, no era despectivo y amargo como Harry habría esperado en el pasado. Más bien, ese era un tema incómodo para él, pero uno en el que se había resignado a discutir incluso antes de aceptar llevar a Harry a visitar ese lugar. Por supuesto que hablarían de James Potter ahora y de alguna manera eso iba a estar bien.

Cuando hubo mirado hasta saciarse, Harry tiró silenciosamente del brazo de Snape y solo entonces se dio cuenta de que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Snape las apartó discretamente con el pulgar y luego caminaron el resto del camino a través de la plaza en silencio. Al llegar al cementerio, Snape abrió la puerta lo más silenciosamente posible y la atravesaron. Afortunadamente, no había nadie más alrededor en ese momento cuando comenzaron a repasar las lápidas de mármol cuidadosamente alineadas, buscando a Lily y James.

—Dumbledore —observó Harry, deteniéndose de repente para señalar una lápida tallada con los nombres de Kendra y Ariana Dumbledore—. ¿Crees que están relacionados con el profesor Dumbledore?

—Es posible —respondió Snape—. No sé de dónde es la familia de Dumbledore ni los nombres de sus miembros.

Siguieron caminando, deteniéndose distraídamente en cada tumba para echar un vistazo rápido antes de continuar su camino. Hasta que la encontraron, justo cuando Harry esperaba seguir caminando todo el camino. La vio y se sintió consumido por un repentino dolor que pesaba sobre su corazón y sus pulmones. La lápida estaba a solo dos filas detrás de la de Kendra y Ariana. Estaba hecha de mármol blanco y eso hacía que fuera fácil de leer. Harry no necesitaba arrodillarse ni acercarse mucho para distinguir las palabras grabadas en ella.

JAMES POTTER

27 de MARZO de 1960 - 31 de OCTUBRE de 1981

LILY POTTER,
30 de ENERO de 1960 - 31 de OCTUBRE de 1981

El último enemigo que será derrotado es la muerte.

Harry leyó las palabras lentamente, como si solo tuviera una oportunidad de comprender su significado, y leyó la última frase en voz alta.

—El último enemigo que será derrotado es la muerte... —Se le ocurrió un pensamiento horrible y, con una especie de pánico, miró a Snape que estaba leyendo la tumba como él—. ¿No es eso un concepto de los mortífagos?

Snape no contestó esta vez. Harry estaba bastante seguro de que ni siquiera lo había oído. Se acercó, observando los ojos de Snape leyendo las mismas palabras una y otra vez. Harry apoyó su mejilla contra su hombro y lo intentó de nuevo.

—El último enemigo que será derrotado es la muerte... ¿por qué está eso ahí, papá?

—No significa lo mismo que lo que pensaría un mortífago —dijo Snape, una vez que logró hacer que el sonido saliera de sus labios—. Está ahí como un recordatorio de que hay cosas mucho peores que la muerte. Se trata de vivir después de la muerte. Es de la Biblia.

—Pero no están vivos —le recordó Harry en voz baja.

Las palabras vacías no podían disimular el hecho de que los restos de sus padres yacían debajo de la tierra y la piedra, indiferentes, sin saberlo. Las lágrimas le brotaron sin poder detenerlas, ardientes, pero, ¿qué sentido tenía enjugárselas o fingir? Las dejó caer, sus labios apretados con fuerza, con la vista fija en la hierba que le impedía ver el lugar donde yacían los restos de Lily y James, huesos, seguramente, o polvo, sin saber ni preocuparse de que su hijo vivo estuviera tan cerca, su corazón aún latiendo, vivo debido a su sacrificio y casi deseando, en ese momento, que estuviera durmiendo en el suelo con ellos.

—Por supuesto que todavía están vivos, Harry —dijo Snape en voz baja—. Este es sólo el lugar donde sus cuerpos físicos fueron enterrados. En algún lugar, no sé dónde pero en uno, están viviendo una vida que tú y yo ni siquiera podemos comenzar a imaginar en este momento. Y es una vida mejor. De esto, estoy absolutamente seguro.

Harry se apoyó más que nunca en Snape, agradecido de que estuviera allí, pero descubrió que no podía mirarlo. Se concentró en tomar tragos grandes y profundos de aire, tratando de estabilizarse, tratando de recuperar el control. Su cuello se giró cuando comenzó a buscar frenéticamente alrededor del cementerio estéril que aún no había comenzado a florecer con las promesas de la primavera.

—Debería haberles traído algo —tembló de pesar.

Pero Snape levantó su varita y la giró en el aire, invocando un ramo en cascada de lirios del valle, rosas blancas y margaritas que Harry cogió con gratitud y luego se arrodilló para colocar las flores en la tumba de sus padres. Apretó las manos contra el césped como para estabilizarse. Sus uñas se clavaron en el suelo, queriendo de alguna manera ser parte de donde estaban. Que se supiera que había estado ahí. Y cuando finalmente se sintió listo, se puso de pie de nuevo, regresó a Snape y dejó que lo abrazara.

—¿Podemos irnos ahora? —preguntó en voz baja, pasándose la manga por la cara.

Sin decir nada, Snape comenzó a acompañarlo hacia la puerta del cementerio, pero Harry se encontró mirando por encima del hombro más de una vez para guardarse una última impresión. Sentía que había estado listo para irse demasiado pronto. ¿Cuánto tiempo se había quedado allí? No podrían haber sido más de unos minutos. Después de vivir durante quince años sin James y Lily Potter, ¿los había honrado adecuadamente en esa visita?

—Quizá quiera quedarme...Tal vez podríamos... —La voz de Harry se estaba quebrando, mientras Snape dejaba de caminar y esperaba a ver qué iba a hacer—. No sé lo que quiero.

—¿Te gustaría ir a ver tu casa? —preguntó Snape con calma.

La casa donde ocurrió todo. La casa donde los Potter habían estado escondidos de forma segura hasta que alguien a quien habían creído que era su amigo había traicionado su ubicación a Voldemort. Y luego habían muerto. James primero y Lily después, con los brazos extendidos sobre la cuna de su hijo pequeño. Se suponía que la casa había sido destruida. Harry no podía imaginar lo que quedaría en pie, pero estaba desesperado por verlo. Asintió con la cabeza.

—¿Sabes dónde está? —le preguntó, esperando que comenzara a caminar de nuevo para poder seguirlo fuera del cementerio.

—Sirius me dio la dirección —respondió Snape—. Estoy seguro de que podremos encontrarla.

La puerta se cerró detrás de ellos con un ruido sordo y luego Snape comenzó a guiar a Harry por un camino empedrado más allá de la iglesia y lejos del centro de la ciudad. Había menos gente por ese camino. Pasaron junto a varias casas de campo grandes, cada una más que la siguiente. Estaban cada vez más separadas, rodeados de campos y huertos, como lo que Harry había visto de Sirius y James flotando desde el interior del Pensadero. Ni Snape ni Harry hablaban, pero ambas mentes estaban indudablemente llenas. Ambos corazones estaban cargados de dolor y era difícil seguir poniendo un pie delante del otro. Sin embargo, al mismo tiempo, Harry todavía estaba contento de que hubieran venido.

—Creo que es esa —dijo Snape de repente, mientras se acercaban a un terreno cubierto de maleza al final del camino.

Cada vez más cerca, Harry sabía sin duda que tenía razón. Los setos se habían vuelto salvajes en los quince años transcurridos desde que Hagrid había sacado a Harry de los escombros que yacían esparcidos entre la hierba que llegaba a la cintura. La mayor parte de la casa seguía en pie, aunque completamente cubierta de hiedra oscura, pero el lado derecho del piso superior había sido destrozado; eso, Harry estaba seguro, era donde la maldición había rebotado. Él y Snape llegaron a la puerta al mismo tiempo, contemplando los restos de lo que debía haber sido una casa como las que la flanqueaban.

Entonces Harry se adelantó y se aferró a la verja densamente oxidada, simplemente anhelando sostener alguna parte de la casa. Un letrero había surgido del suelo frente a ellos, a través de los enredos de ortigas y malezas, como una extraña flor de rápido crecimiento, y en letras doradas sobre la madera decía:

En este lugar, la noche del 31 de octubre de 1981, Lily y James Potter perdieron la vida. Su hijo, Harry, sigue siendo el único mago que ha sobrevivido a la maldición asesina. Esta casa, invisible para los muggles, permanece en ruinas como monumento a los Potter y como recordatorio de la violencia que destrozó una familia.

Y alrededor de etas palabras pulcramente trazadas, otras brujas y magos, que habían visitado el lugar donde "el niño que sobrevivió" logró escapar, habían añadido anotaciones. Algunos simplemente habían firmado sus nombres con tinta imperecedera; otros habían dejado mensajes. Los más recientes de ellos, que brillaban sobre los grafitis mágicos de más de quince años, decía cosas similares.

Larga vida a Harry Potter.

Si lees esto, Harry, ¡que sepas que estamos contigo!

—¿Ves cuánto apoyo tienes? —dijo Snape en voz baja, con los ojos fijos en los mensajes de apoyo que cubrían el letrero—. Mucho más de lo que él tiene. Por eso sé que los sacrificios que se hagan ahora valdrán la pena. Sólo es necesario.

—No creo que pueda soportar perder a otro papá —le dijo Harry honestamente.

—Lo sé —replicó él, con los labios apretados.

Se miraron el uno al otro y luego Harry miró hacia su casa. Al huerto detrás de él que se había vuelto estéril y marchito por el abandono. Los manzanos ya no parecían poder dar fruto. Acordarse del recuerdo que Sirius le había dado y toda la promesa de lo que nunca sería llenó a Harry de una desesperación que lo habría aplastado si hubiera estado ahí solo.

—¿Podemos ir ahora a otro sitio? —preguntó Harry, alcanzando el brazo de Snape en una petición silenciosa para ser arrastrado a la nada y llevado a un lugar mejor.

—Sí —asintió Snape.

—Pero no de vuelta al colegio —dijo con advertencia.

Sabía que si volvía a Hogwarts no podría resistir la tentación de renovar su vigilancia con respecto a Malfoy, esperando desesperadamente una respuesta o una pista que pudiera llevarlo a descubrir una manera de preservar a su familia y aferrarse a lo que quedaba. Sólo que todo eso sería en vano y Harry lo entendía ahora. Era simplemente la forma en que funcionaba el mundo, injusta y cruelmente, y Harry suponía que era después de la muerte donde las cosas tendrían sentido.

—Tengo una idea —dijo Snape después de un momento de reflexión—. Agárrate.

Harry cerró los ojos con fuerza mientras desaparecían, sin ni siquiera abrirlos cuando sintió que sus pies aterrizaban en algo suave. Podía oír el choque del agua contra la roca y sintió una fuerte brisa en su rostro. Snape había apretado su mano y luego se había liberado del apretado agarre de Harry, y cuando éste finalmente abrió los ojos, vio que Snape ya se había alejado bastante a lo largo de la orilla del agua.

Estaban en una playa desierta, rodeada de bosque. El agua estaba oscura con puntas blancas, extremadamente fría en los primeros días de la primavera. Harry se dejó caer sobre el espeso manto de arena. Frotando sus manos sobre ella y dejando que los granos fríos cayeran a través de sus dedos, recordando en ese momento el primer regalo que Snape le había dado. De un recuerdo favorito de la joven y brillante madre de Harry. El regalo de un recuerdo que había cambiado absolutamente todo entre Snape y Harry. Le había dado una percepción y una sabiduría para comenzar a sanar y abrirse a lo que era correcto y necesario.

Harry supuso que él y Snape siempre estaban destinados a encontrarse al final. Esas semillas habían sido plantadas cuando Severus y Lily de niños habían jugado tan inocentemente juntos y no sabían que el amor compartido entre ellos continuaría en un niño que no crearon juntos, pero que sobreviviría a lo imposible y dependería del valor de todos ellos para seguir adelante. Elegido para algo que nadie debería tener que hacer, pero queriendo seguir sus pasos. Sabiendo que la muerte no era nada que temer y que incluso alguien tan miserable y problemático como Draco Malfoy se convertiría en una alianza necesaria en la confrontación contra el puro mal.

—Gracias mamá y papá —susurró Harry, antes de levantarse para ir a tocar el agua, con el valor y la aceptación prevaleciendo en su alma de lo que estuviera por venir.

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