Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
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Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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El corazón de Hogwarts

Snape se quedó temporalmente sordo al ruido y al caos de la batalla que aún se libraba delante de él. Había llegado al lado de la profesora McGonagall tan rápido que casi podría haber volado allí y en ese momento revivirla era lo único que importaba. La preocupación y la concentración estaban marcadas en toda su cara mientras se arrodillaba junto a ella en la hierba húmeda. Usando dos dedos para sentir un pulso en el cuello por medios muggles, como el padre de Lily le había enseñado a hacer, Snape sostuvo la varita en su otra mano y la apuntó directamente al pecho.

—Rennervate —lanzó el contrahechizo, pero sin ningún efecto—. Rennervate —repitió, un poco más desesperadamente—. ¡Rennervate Maxima!

Sin embargo, Minerva no se movió. Sus ojos no se abrieron. No estaba simplemente inconsciente tampoco, su corazón había sido debilitado por los cuatro aturdidores directos a éste y no estaba latiendo.

—Cor Sentinam. —Snape lanzó el hechizo de soporte vital como último recurso para bombear su corazón unas pocas veces, mientras miraba frenéticamente por primera vez para ver qué había sido de los atacantes.

Dos de ellos habían sido golpeados fuera de combate por los puños de Hagrid antes de que éste escapara al bosque prohibido.

—¡Atrapadle, atrapadle! —gritaba Dolores Umbridge, pero su ayudante restante parecía muy reacio a seguir en su persecución.

Ni él ni Umbridge estaban prestando atención a lo que estaba pasando detrás de ellos y la fuerza de la magia curativa de Snape no era suficiente para igualar la fuerza infligida por cuatro contra uno.

Agitando su varita hacia el castillo para pedir ayuda, la concentración de Snape mientras tanto era mantener la sangre circulando por las venas de Minerva. Estaba usando magia avanzada y difícil para bombear su corazón por ella, pero no funcionaría por mucho tiempo. Era agotador y tenía que indagar profundamente dentro de sí mismo para evitar que su energía y concentración disminuyeran. Aunque Umbridge no prestó atención a lo que estaba haciendo ni mostró ningún interés en el estado de McGonagall. Era como si fueran invisibles.

—Muy desafortunado, pero ella no nos dejó otra opción. —Pudo oírla hablar al auror aún consciente—. ¡Interferencia irracional y violenta en un asunto confidencial del Ministerio!

—Muy cierto, señora —concordó el auror, mientras detrás de ellos Snape contenía su ira por la pura cobardía.

Usó esa furia para fortalecer su hechizo.

—Cor Sentinam.

La magia mantuvo a Minerva aferrada a una línea delgada y Snape no comprometió su concentración llamando a Umbridge y exigiendo ayuda.

Les permitió reunir a sus colegas caídos y regresar al castillo sin enfrentarse a él. Sin duda, el Ministerio respaldaría sus acciones por completo de todos modos y todos estarían peor si Snape decidiera intervenir en ese momento crucial. Dumbledore había estado recordando todo el año a su personal que cooperara con Umbridge.

Se sintió como una eternidad antes de que finalmente oyera el sonido bendito de pasos corriendo por la colina hacia ellos, pero sabía lógicamente que sólo habían sido unos minutos a lo sumo.

—¡Santo cielo! Minerva... ¡Minerva!

Completamente fatigado de trabajar vigorosamente para mantenerla viva usando un hechizo muy agotador, el alivio cayó sobre Snape cuando la profesora Sprout y la señora Pomfrey no perdieron el tiempo en preguntas antes de tirarse al suelo a cada lado de él.

—Rennervate a la de tres —ordenó, mientras las dos brujas apuntaban sus varitas al pecho de la profesora McGonagall con las suyas.

Un amarillo brillante brilló de las tres varitas mientras devolvían la vida a su cuerpo, los tres hechizos haciendo lo que uno solo no podía. Snape comenzó a sentir un latido irregular en el cuello de Minerva, quien repentinamente jadeó, privada de aire, y ese sonido rápidamente sucumbió a la profesora Sprout a llorar.

—Tenemos que llevarla al ala del hospital —dijo la señora Pomfrey sombríamente.

Snape se tambaleó ligeramente por el cansancio mientras se levantaba del suelo y giró su varita en el aire para conjurar una camilla flotante que la llevara. Luego se inclinó para agarrar los pies de McGonagall, mientras que la señora Pomfrey la agarraba alrededor de la cintura y la profesora Sprout la agarraba de los brazos. La levantaron juntos en la camilla; la verdad de que eso podría haberse hecho mucho más fácilmente con magia parecía no habérseles ocurrido a ninguno de ellos. Mientras comenzaban a subir la colina hacia el castillo tan rápido como pudieron con seguridad, Minerva gimió, claramente en gran parte con dolor.

—¿Has visto lo que ha pasado, Severus? —preguntó la profesora Sprout.

—Umbridge —respondió Snape con frialdad, su tono sin revelar nada sobre lo enojado que estaba.

Ambas brujas tenían expresiones asesinas, pero no parecían sorprendidas. Desde que Dumbledore se había visto obligado a huir de su propio colegio, ya nada parecía extraordinario. La mano de la varita de la señora Pomfrey tembló ligeramente mientras apuntaba a la camilla para que planeara detrás de ella.

—Umbridge ha querido despedir a Hagrid por un tiempo y, presumiblemente queriendo evitar el mismo tipo de escena que sucedió con Trelawney, decidió emboscarlo en medio de la noche con un grupo de aurores —explicó—. Minerva los vio y, por alguna razón, aparentemente decidió que era una buena idea meterse en medio de todo.

Por muy tonto que pudiera considerar su acto, Snape respetaba lo valiente que había sido. Incluso si no le había hecho ningún bien a Hagrid, Minerva McGonagall había mostrado su corazón de oro abiertamente. Literalmente, lo había puesto en riesgo por un amigo, el tipo de coraje imprudente que la convertía en una Gryffindor hasta la médula. Si se recuperaba por completo, Snape le daría a McGonagall crédito por su infinita bondad, lamentando solo la desgracia de no haber podido vencer a Umbridge en la pelea que había estado anhelando tener con ella todo el año.

—¡Tenemos que sacar a esa horrible mujer de Hogwarts antes de que hiera a alguien más! —dijo la profesora Sprout, de forma emotiva.

—¡Estoy medio tentada de renunciar en protesta! —dijo la señora Pomfrey con rabia—. ¡Haría las maletas esta misma noche si no tuviera tanto miedo de lo que les pasaría a los estudiantes sin mí!

Snape miró hacia abajo de repente cuando sintió que unas yemas de los dedos rozaban su túnica. No era el único que había notado el movimiento repentino de Minerva o que sus ojos vidriosos y confusos se habían abierto parcialmente.

—No te preocupes, cielo, te pondrás bien —dijo la señora Pomfrey con cuidado, su tono aliviándose considerablemente cuando se dio cuenta de que McGonagall estaba escuchando—. Solo trata de descansar y te conseguiré algo para el dolor cuando subamos las escaleras.

—Albus... Díselo —susurró Minerva muy débilmente, tocando delicadamente su mano tan ligeramente que Snape apenas la sintió.

—Se lo diré —prometió Snape, agarrando con fuerza su mano en la suya y observando cómo sus ojos se llenaban de dolor o emoción, era difícil de discernir.

Minerva lo miró durante unos segundos más hasta que sus ojos no pudieron permanecer abiertos por más tiempo. Se quedó dormida y Snape soltó su mano.

—Solo voy a prepararla para el viaje y luego nos iremos a San Mungo de inmediato —declaró Madam Pomfrey, mientras se apresuraban a través de los pasillos afortunadamente desiertos en el camino hacia el ala del hospital.

Eran cerca de las dos de la madrugada y, con la excepción de los testigos que habían estado escribiendo su TIMO de Astronomía, todos los estudiantes estaban metidos en la cama. Umbridge probablemente ya estaba moviéndose agitada en su oficina. Snape la imaginó afanosamente preparando algún tipo de informe que sin duda pintaría a la profesora McGonagall como una especie de agresora fuera de control a quien no habían tenido más remedio que inmovilizar.

—Voy a los cuartos de Minerva para hacerle una maleta —dijo la profesora Sprout, con lágrimas todavía cayendo por sus mejillas mientras apoyaba su mano de manera protectora en el brazo de McGonagall.

—Buena idea, Pomona —asintió la señora Pomfrey—. Creo que ella estará allí por un tiempo.

—¿Estará bien, Poppy? —preguntó Snape, una vez que la profesora Sprout salió precipitada por el pasillo que conducía a la torre de Gryffindor.

Sabía que el corazón de McGonagall seguía latiendo bastante débilmente, pero su pulso se estaba volviendo más regular y ahora estaba respirando por su cuenta al menos.

—Espero. —Fue todo lo que la señora Pomfrey diría.

Caminaron el resto del camino hasta el ala del hospital en silencio y luego la matrona del hospital se acercó rápido a su escritorio para comenzar a organizar el transporte necesario.

—Como si cualquiera de ellos pudiera haberse enfrentado directos a Minerva McGonagall a la vista. —Snape podía oírla murmurar indignada, mientras metía su pluma en tinta y escribía apresuradamente en un pergamino ordenado. Luego apuntó su varita a éste y se encendió con llamas verdes antes de desintegrarse en su mano—. Incendio… Solo les estoy haciendo saber que nos esperen.

La señora Pomfrey agarró una pila de sábanas limpias y se acercó para cubrir a Minerva con una manta de lana. Snape ayudó a levantar la cabeza de Minerva de la camilla brevemente para que una almohada delgada pudiera deslizarse debajo de ella. Luego, aún sosteniendo su cabeza, sacó las horquillas que mantenían su cabello en su moño apretado. Dormiría más cómodamente con el pelo suelto, razonó, aunque los movimientos bruscos la despertaron de nuevo y abrió los ojos.

Snape la miró, esperando que volviera a dormirse, pero ella le ofreció la mano en su lugar. Gemía de dolor y cada respiración lenta parecía un gran esfuerzo, como si todavía no estuviera recibiendo suficiente aire.

—Estúpida mujer, ¿en qué estabas pensando? —Se agachó para estar a su nivel—. Hagrid se escapó —compartió, acariciando su mano suavemente.

La señora Pomfrey había desaparecido en los armarios del hospital que Snape tenía la tarea de mantener completamente abastecidos durante todo el año. McGonagall estaba rechinando los dientes, en un valiente esfuerzo por evitar llorar, aunque sus patadas y la forma en que se aferraba con firmeza a la manta con ambas manos revelaron lo alarmada y atormentada que estaba.

—¿Has tenido noticias de Albus? —preguntó en un susurro impotente, antes de que una expresión de alarma parpadeara en su rostro.

Dejó caer las mantas y, frenéticamente, trató de usar las manos para levantarse en una posición sentada. No llegó muy lejos.

—No, no, no —regañó la señora Pomfrey, apresurándose a volver a la habitación y gentilmente, pero con firmeza, la empujó hacia abajo para acostarla en la camilla—. Es posible que te hayas salido con la tuya evitando tus revisiones durante años, Minerva, pero me temo que vamos a hacer las cosas a mi manera esta noche.

McGonagall pareció por un momento como si le hubiera gustado discutir, pero no tenía fuerzas y sentía demasiado dolor para intentarlo. Antes de que pudiera abrir la boca para decir algo más, la señora Pomfrey hizo que Snape la ayudara a verter un analgésico por la garganta de McGonagall. Minerva se atragantó con la poción, pero sus ojos ya se cerraban de nuevo, agotada por el esfuerzo del sufrimiento.

—Severus... —dijo entrecortadamente, extendiendo el brazo ciegamente hacia él de nuevo—. El Ministerio... ¿Ha... Está…?

—Te lo haré saber tan pronto como oiga algo, pero creo que todavía está allí —respondió él en voz baja, sabiendo que la señora Pomfrey era de confianza, pero sin creer que fuera apropiado discutir información relacionada con la Orden frente a cualquier persona que no estuviera directamente involucrada—. No estoy preocupado, Dumbledore definitivamente puede defenderse a sí mismo y si todo va según lo planeado, expulsaremos a Umbridge de este colegio muy pronto. Supongo que no te gustaría hacer los honores...

Minerva asintió la cabeza contra la almohada, la poción claramente ya haciendo su trabajo por la forma en que su expresión se había relajado y su cuerpo se había calmado. La señora Pomfrey regresó a su lado, vistiendo una capa de viaje sobre su camisón. Apuntó con su varita a Minerva y colores pastel de azul, amarillo y rosa la rodearon, comprobando sus signos vitales y realizando varios diagnósticos.

—Estoy preocupada por su corazón —confesó a Snape, tratando no llorar mientras se metía la varita por su manga—. Está débil.

Snape asintió con la cabeza mientras se ponía de pie. La profesora McGonagall siempre era tan vivaz que era fácil olvidar su avanzada edad. Cuatro aturdidores directamente en el pecho amenazaban la vida de cualquiera, pero para alguien con sus años sería especialmente difícil recuperarse, aunque Snape no tenía dudas de que podía hacerlo.

—¿Vas a coger un traslador? —preguntó, justo cuando la profesora Sprout corrió sin aliento de regreso a la habitación llevando una bolsa de viaje en una mano y la capa verde de Minerva en la otra.

La señora Pomfrey señaló a la jarra de plástico en su mesa. Dumbledore mantenía un traslador para facilitar el transporte a San Mungo en el ala del hospital en todo momento. Snape se acercó y lo activó con un toque de varita, mientras la profesora Sprout colocaba la bolsa de viaje y la capa en la camilla junto a los pies de Minerva.

—Debería volver antes de la mañana —dijo la señora Pomfrey, y Snape le pasó el traslador.

Lo sostuvo con una mano y usó la otra para sujetar firmemente la barra de la camilla. Luego, la profesora Sprout usó su varita para apretar un cinturón en la cintura de Minerva para mantenerla segura durante el viaje, antes de besar su mejilla en despedida.

—Voy a llevar a los de quinto de vuelta a sus dormitorios —explicó, dirigiéndose a las puertas de nuevo—. Lo han visto todo y están bastante molestos.

Snape se quedó donde estaba para ver cómo el traslador se los llevaba. Entonces sus preocupaciones sobre lo que podría estar ocurriendo en la Sala de Profecías se reanudaron a toda velocidad. No estaba realmente preocupado por Albus Dumbledore; el único al que el Señor Tenebroso temía, quien podía igualar e incluso superar fácilmente su prodigiosa habilidad. Sin embargo, Snape estaba ansioso por saber qué estaba sucediendo, sabiendo que podría provocar muchos resultados diferentes. No sería humano si no tuviera miedo del tipo de bienvenida que esperaría recibir la próxima vez que su marca ardiera.

Acababa de salir de la ahora ala vacía del hospital cuando estuvo a punto de chocar con tres personas que corrían en sentido contrario.

—¿Me estabais buscando? —preguntó fríamente, mirando a Harry, Ron y Hermione por turnos—. ¿No os dije que nos viéramos abajo?

—Por favor, señor —dijo Hermione con inquietud—. ¿La profesora McGonagall se pondrá bien?

—¿Y Hagrid? —Harry añadió, sin parecer lo más preocupado por ser atrapado fuera de los límites de las horas—. ¿Sabes a dónde fue?

—Les dije que deberíamos esperar abajo —añadió Ron tímidamente, arrastrando por el suelo sus grandes pies.

—Deberíais haber escuchado a Weasley —dijo Snape a los otros dos—. Tendría mucho más sentido que correr alrededor del castillo por la noche cuando Umbridge está en un estado de ánimo particularmente vengativo. No voy a discutir nada aquí. Poneos la capa los tres y seguidme.

No esperó a que siguieran sus instrucciones. Snape se movió, dejando a los tres atrás para que buscaran la capa en la mochila llena de Harry. Unos segundos más tarde, oyó el ruido de pasos de personas invisibles que lo alcanzaban y puso los ojos en blanco ante la falta de discreción. No que fuera probable que importara a esa hora de la noche, razonó, abriendo la gran puerta de roble del vestíbulo de entrada.

—Señor, ¿no vamos a nuestro cuarto? —La voz de Harry le susurró al oído mientras el sedoso material de la capa de invisibilidad revoloteaba cerca de Snape en la brisa veraniega.

—Vamos a ver a Sirius —respondió éste en voz baja—. Después de esta noche, realmente necesito un descanso de este lugar... Señorita Granger, no se preocupe. Todavía le quedará mucho tiempo para revisar su TIMO de Historia de la Magia cuando regresemos.

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