
Lo que Lily vio
Los búhos que volaban por encima entregando el correo de la mañana eran una parte normal de la vida en Hogwarts, pero Snape estaba bastante seguro de que nunca había visto tantos antes. Al entrar en el Gran Comedor para desayunar un par de semanas después de haber regresado al trabajo, Snape se alarmó ante el enjambre de búhos alrededor de Harry, quien estaba ocupado en la mesa de Gryffindor abriendo innumerables cartas con la ayuda de sus amigos.
—¿Qué demonios está pasando ahí? —dijo, mientras se sentaba en la mesa principal junto a Minerva McGonagall.
Esta estaba positivamente radiante de felicidad, una visión inusual bajo cualquier circunstancia.
—Me está costando mucho esfuerzo no ir allí y comenzar a leer cartas yo misma —dijo Minerva entusiasmada.
—¿Por qué está recibiendo el correo de los fans en el colegio ahora? —preguntó Snape con exasperación, justo cuando Hagrid echó la cabeza hacia atrás y soltó un fuerte sollozo desde la silla del otro lado de Minerva.
La fuerza del movimiento repentino del medio gigante hizo temblar toda la mesa y una jarra de zumo de calabaza casi se inclinó sobre el regazo de Snape, quien miró a Hagrid con reproche.
—Tan valiente, Harry —dijo éste emocionalmente, sacando su gran pañuelo del tamaño de un mantel y sonándose la nariz en él de la manera más indigna—. Eso les enseñará con quién están metiéndose. Y Dumbledore juró que no tenía nada que ver con nada de esto.
—Gracias al cielo por eso o el Ministerio indudablemente ya estaría en camino para arrestar a Albus —dijo Minerva escuetamente, mientras buscaba la revista que Hagrid acababa de terminar de leer y la deslizaba por la mesa hacia Snape—. Potter debe haber hecho esto en el último fin de semana de Hogsmeade.
Snape miró la copia de El Quisquilloso frente a él con confusión. En lugar de una portada dedicada a las teorías de conspiración y fantasías habituales de Xenophilius Lovegood, estaba mirando una foto de Harry que había sido tomada durante el Torneo de los Tres Magos el año pasado. El titular rezaba: “Harry Potter habla por fin: Toda la verdad sobre El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado y la noche que lo vi regresar”. Snape cogió la revista con ambas manos y la hojeó rápidamente para encontrar la larga entrevista que Harry le había dado a Rita Skeeter.
—¿Sabías de esto, Severus? —preguntó Minerva.
Él negó con la cabeza. No sabía nada de lo que estaba pasando con Harry en estos días. Apenas hablaban ya y cuando lo hacían era incómodo. Como era natural, teniendo en cuenta que Harry ahora conocía la peor parte de él. A veces Snape deseaba haber hecho lo que Dumbledore le había ordenado y mantener su pasado en secreto. Otras veces casi se saboreaba el dolor de perder a Harry porque sabía que no era menos de lo que merecía.
—Lo hizo tan bien —dijo Minerva con orgullo, y Snape en silencio estuvo de acuerdo con ella.
Aunque parecía que su interior se había marchitado más y más con cada frase que pasaba. La entrevista detallaba todo lo que Snape ya sabía, pero también todo lo que no sabía al mismo tiempo. Ver la experiencia de Harry escrita en blanco y negro hacía que su sufrimiento fuera aún más pronunciado y sintió una punzada de pesar al darse cuenta de que probablemente podría haber hecho más para ayudar a Harry a procesar todo lo que había soportado. Aunque esa oportunidad se había perdido para él ahora.
—Tiene agallas —dijo Hagrid con orgullo.
—Y algunas personas más convencidas también, con suerte —añadió Minerva, sonriendo hacia su grupo de Gryffindors mientras Luna Lovegood de Ravenclaw saltaba por el comedor para unirse a ellos—. Parecen estar divirtiéndose demasiado para solo obtener respuestas de odio.
—Solo espero que no les haga pasar un mal rato —murmuró Hagrid, mirando nerviosamente a Dolores Umbridge, que entró en el Gran Comedor.
Snape mantuvo su expresión impasible mientras se servía una taza de café y tomaba una magdalena de la cesta a su derecha. Todo eso mientras más búhos seguían llegando a Harry, chillando y picoteándose unos a otros en una prisa por entregar sus propias cartas primero. Umbridge no podía dejar de notar todo el escándalo. Se alisó la falda de su vestido rosa y se acercó a Harry con una sonrisa falsa pegada en su rostro.
—Oh, solo dame una razón —resopló Minerva, medio levantándose de su silla protectoramente. A su lado, Snape no reaccionó aparte de agudizar el oído para tratar de entender parte de la conversación en la mesa de Gryffindor. Aunque esa entrevista estaba completamente en contra de todo lo que le había estado diciendo a Harry todo el año sobre quedarse callado y mantener la boca cerrada alrededor de Umbridge, no pudo evitar estar impresionado.
—¿Eso es un crimen ahora? —dijo Fred Weasley en voz alta—. ¿Recibir correo?
Su voz se extendió por todo el comedor y llamó la atención de todas las personas presentes.
—Exactamente —dijo Minerva furiosa—. Potter no ha hecho nada malo. Es bastante libre de hablar con quien le plazca y esto ni siquiera ocurrió en los terrenos de Hogwarts.
—Estoy bastante seguro de que no va a hacer mucha diferencia en este momento —dijo Snape con calma, viendo a Harry lanzar la revista directamente a Umbridge.
Su rostro se había vuelto un violeta feo y desigual mientras sus pequeños ojos leían detenidamente la entrevista. Snape en realidad se encontró conteniendo la respiración mientras esperaba la inevitable explosión.
—No habrá más viajes de Hogsmeade para usted, señor Potter —dijo Umbridge en su voz alta y de niña—. ¿Cómo te atreves..., cómo has podido...? —Respiró profundamente—. He intentado una y otra vez enseñarte a no decir mentiras. El mensaje, al parecer, todavía no se ha captado. Cincuenta puntos de Gryffindor y otra semana de castigos.
—Ridículo —gritó Minerva, levantándose una vez más de su asiento.
—Siéntate antes de que te pongan en período de prueba —advirtió Snape en voz baja, lentamente rodeando su mano alrededor de su muñeca delgada.
Para nada apartó los ojos de Harry, quien de repente sorprendió a Snape volviéndose para mirarlo directamente por primera vez en al menos una semana.
—No vale la pena, profesora McGonagall. —Hagrid negó con la cabeza con tristeza—. No hará ningún bien y no quieres terminar como yo.
McGonagall resopló impaciente mientras se sentaba resignada. Mientras estaba a su lado, Snape levantó discretamente la copia de El Quisquilloso a espaldas de Umbridge, para que Harry viera que la había leído. Snape le dio un sutil gesto de aprobación y recibió una pequeña sonrisa a cambio. Harry continuó mirándolo fijamente por otro largo momento hasta que finalmente miró hacia otro lado y Snape se tragó un nudo en la garganta. Eso fue lo máximo que había recibido de Harry desde que había regresado a Hogwarts.
Snape había estado revolcándose en su completa depresión desde la noche en que le había contado a Harry su papel en lo que les había sucedido a James y Lily Potter. Sentía que estaba decayendo, sin suficiente energía para pasar el día; agotado, a pesar de que acababa de despertarse.
Snape estaba lleno de repulsión por sí mismo y drenado de la comprensión de que todo lo que había dado y sacrificado para poner fin al Señor Tenebroso nunca sería suficiente. Lily todavía estaría muerta y ahora Snape estaba afligido por el alejamiento de su hijo, a quien había llegado a considerar suyo. Le había tomado todo lo que tenía para seguir poniendo un pie delante del otro y afortunadamente era un maestro en evitar que la gente supiera lo que realmente pensaba.
—Probablemente seré echado en cualquier momento —dijo Hagrid sombríamente.
—Trata de no preocuparte —susurró Minerva, porque Umbridge se acercaba con la copia de Harry de El Quisquilloso apretada firmemente contra su pecho—. Albus nunca dejaría que eso te sucediera.
—¿Te has olvidado de Trelawney? —Snape le preguntó en voz baja.
Apenas la semana pasada, Umbridge había despedido a la profesora de adivinación en lo que sólo podría considerarse un espectáculo público. Todo el colegio había sido alertado y se había reunido para ver a Umbridge despedir y tratar de desalojar a Sybil Trelawney de los terrenos de Hogwarts.
—Mejor voy a alimentar a Fang —murmuró Hagrid, metiendo una bandeja entera de tocino en un bolsillo de su abrigo de piel de topo antes de ponerse de pie. Se alejó a toda prisa antes de que pudiera verse obligado a saludar a Umbridge, pero Snape y McGonagall no fueron tan rápidos.
—Buenos días, Dolores —Minerva la saludó fríamente, pero Umbridge estaba actualmente demasiado lívida como para siquiera fingir algo amable.
—¿Has tenido algo que ver con esto? —exigió irritantemente, sacudiendo la revista enrollada en la cara de McGonagall—. ¿Ha incitado Dumbledore a Potter en esto? ¡No toleraré tales ataques contra el Ministerio!
—El Ministerio tiene fuera diez mortífagos sueltos —dijo Minerva bruscamente—. Estoy segura de que están preocupados por cosas mucho más importantes que lo que dice un chico de quince años en una revista absurda... O al menos, espero que lo estén.
—¿Así que niegas cualquier participación? —dijo Umbridge enojada.
—Por supuesto —respondió Minerva—. No tenía idea de que Potter iba a hablar públicamente sobre su experiencia, pero si estás esperando que me moleste por eso...
—Eso es traición —Umbridge jadeó dramáticamente, poniendo su mano sobre su corazón.
—No, eso es solo la verdad —soltó ella.
Snape evitó mirar a McGonagall mientras mantenía los labios apretados y añadía una cucharada de azúcar a su café.
—Estás tratando de socavar al Ministerio y al propio Ministro al negarte a disciplinar a los miembros de tu casa, Minerva —dijo Umbridge, con su dedo corto y rechoncho señalándola acusadoramente.
—Potter no rompió ninguna regla del colegio —insistió Minerva, poniéndose de pie y esta vez Snape no se molestó en intervenir.
—Potter ni siquiera debería estar permitido en este colegio —exclamó Umbridge con su voz de niña—. Pero se lo haré entender aunque sea lo último que haga.
—Buena suerte con eso, profesora —dijo Snape suavemente, mientras agitaba distraídamente su café no bebido—. He estado tratando que Potter me entendiera durante los últimos cinco años. Desafortunadamente, es tan arrogante que las críticas simplemente rebotan en él. Estás desperdiciando energía y dándole exactamente lo que quiere: más atención.
Si fuera posible, la cara de Umbridge se puso aún más morada ante sus palabras.
—Nadie debe leer esto —proclamó y rompió la revista en pedazos para que acabaran en el suelo a sus pies—. Quiero que ambos confisquéis cualquier copia de El Quisquilloso que veáis en este castillo. Realizad búsquedas en los dormitorios de vuestras casas. Los estudiantes tienen prohibido leerla a partir de ahora.
—Veré al director sobre ello—dijo Minerva enojada, con la mano apoyada en la cadera—. ¡No tienes derecho a dictar todo lo que sucede en este colegio!
Dejó la mesa enérgicamente antes de que Umbridge pudiera decir más, pero Snape se quedó dónde estaba. Aunque la presencia de Umbridge en Hogwarts lo irritaba tanto como a cualquier otra persona, pensó que era más inteligente al menos pretender estar cooperando con ella. Especialmente porque cada vez que McGonagall conseguía que Dumbledore interfiriera en un asunto, Umbridge tomaba represalias estableciendo otro decreto que le daba aún más control.
—Tch, tch —Umbridge sonrió, mientras McGonagall salía del Gran Comedor—. Mal genio, esa Minerva McGonagall, y está claro que se ha contagiado en casi todos sus Gryffindors. ¿No está de acuerdo, profesor Snape?
—He estado diciendo eso durante años —sonrió él, envolviendo una magdalena en una servilleta para llevársela mientras planeaba silenciosamente su huida. Desde abajo, podía ver que Harry se iba con Ron y Hermione—. Haré un barrido de la casa de Slytherin hoy, aunque sinceramente dudo que alguno de mis estudiantes tenga interés en algo impreso en esa revistilla.
—Gracias, profesor —dijo Umbridge y caminó alrededor de la mesa para sentarse en la silla vacía de Minerva—. Al menos alguien en este colegio no se opone por completo a la idea del progreso.
—Creo que el cambio asusta a la mayoría de la gente —dijo él con facilidad—. Y siempre hemos hecho las cosas por el bien de la tradición aquí en Hogwarts. La continuidad genera comodidad.
—E incompetencia —dijo Umbridge con una risita—, como Dumbledore teniendo la audacia de emplear a un profesor tan inadecuado para el Cuidado de Criaturas Mágicas.
—No creo conocer a nadie que sepa más sobre criaturas mágicas que Hagrid —dijo Snape de forma justa—. Aunque, lo admito, me he preocupado algunas veces cuando los estudiantes en mi casa han regresado de las clases con varias lesiones. Sin embargo, nada reciente, debo decir.
—Reconoceré eso en mi cuidadosa supervisión —dijo ella con presunción—. Muy necesario, por desgracia. Al menos hasta que Cornelius saque los papeles para que quiten a ese zoquete.
—Entonces, ¿estás planeando despedir a Hagrid? —Snape verificó en bajo.
—Oh, claro que sí, profesor —dijo Umbridge dulcemente.
—Bueno... —La voz de Snape se arrastró cuando se levantó para irse—. Espero, por tu bien, que todo salga mejor que la última vez. Esa fue todo un espectáculo.
Consideró ir directamente a Dumbledore para aconsejarle sobre el inevitable despido de Hagrid, pero luego decidió que la noticia difícilmente podría ser sorprendente y probablemente podría esperar hasta que durmiera unas horas más. No tenía ninguna clase para enseñar esa mañana y la emoción durante el desayuno había sido suficiente para que quisiera volver a cubrirse la cabeza bajo las sábanas mientras que el tiempo lo permitiera. Pero cuando Snape se dirigió a sus aposentos, vio un destello de cabello rubio blanco que desaparecía a través de la entrada oculta de la sala común de Slytherin.
—¿Qué está haciendo? —murmuró en voz alta para sí mismo.
Las clases del primer periodo iban a comenzar en cuestión de minutos y Snape tenía tolerancia cero para cualquiera de sus estudiantes que se saltara las lecciones innecesariamente.
—A menos que mi mente me esté engañando, creo que se supone que debes estar en Herbología en este momento, Draco —dijo, después de haber entrado en la sala común de Slytherin.
El lugar estaba completamente desierto sin contar a éste que estaba acostado acurrucado en un sofá de cuero negro frente a la ventana del lago. No miró hacia arriba ni reaccionó en absoluto a la presencia de su jefe de casa. Snape se sentó a su lado y pudo ver de inmediato que el chico había estado llorando recientemente. Sus manos estaban apretadas en puños y su piel pálida estaba llena de manchas rosadas. Snape unió sus manos.
—Creo que sé de qué se trata esto...
—Potter —Draco finalmente escupió.
—Así que estoy en lo cierto —dijo Snape con calma—. ¿Supongo que esto es sobre la entrevista que Potter dio?
—Llamó a mi padre mortífago —dijo con voz venenosa.
—Pero es un mortífago —dijo Snape con naturalidad—. ¿Así que por qué te molesta tanto esto? Todos están convenientemente convencidos de que Potter es un mentiroso en este momento y eso no va a cambiar hasta que el Señor Tenebroso se haga cargo por completo... Y luego todos sabrán quién está de su lado de todos modos. Entonces, ¿no estarás orgulloso de eso?
Draco no dijo nada. Snape fingió estar concentrado en el lago, pero en realidad sólo estaba viendo el reflejo de este en el cristal. Siempre tenía que ser muy cuidadoso con lo que decía en esos momentos. Snape quería hacer todo lo posible para disuadir a Malfoy de seguir los pasos de mortífago de su padre, pero era un desafío imponer eso cuando necesitaba ser considerado como un mortífago extremadamente devoto.
—Si te hace sentir incómodo la idea de que todos sepan qué lado apoya tu padre, entonces tal vez necesites reconsiderar el camino que estás tomando —dijo en voz baja, continuando mirando fijamente hacia el agua—. Esto es solo entre nosotros, por supuesto —añadió rápidamente, aclarándose la garganta—. ¿Puedo confiar en ti, Draco?
—Sí —respondió él, apretando la mejilla contra el brazo de cuero del sofá.
Snape sabía que eso no era cierto, pero todo lo que realmente le importaba era que Draco lo creía así. Aunque su relación era más cercana que un mero profesor a un alumno, Snape esperaría nada menos que ser arrojado a los lobos a la hora de la verdad. A pesar de todas las faltas de Lucius Malfoy, su hijo estaba completamente entregado a él. Era Lucius quien tenía la lealtad de Draco, no Snape, y el círculo de mortífagos era una jungla. Snape sabía que con cada consejo que le daba a Draco, corría un gran riesgo para sí mismo.
—Bueno, entonces puedes confiar en mí —dijo Snape en voz baja—. Y solo somos nosotros en Hogwarts. Y no estoy diciendo nada de esto como sirviente de nuestro amo, sino como tu profesor que se preocupa por tu bienestar. Así que escúchame bien, Draco... —Hizo una pausa, esperando para asegurarse de que tenía toda su atención. Entonces continuó—. Hacer cualquier cosa sin todo tu corazón en ella es sólo una buena manera de conseguir que te maten sin sentido. El momento de tomar estas decisiones por ti mismo es ahora mismo, antes de salir del colegio.
—No tengo ninguna opción —dijo él con firmeza.
—Todavía no has terminado —aconsejó Snape—. Elegí mi camino por mí. Quiero que hagas lo mismo... No tiene que ser lo que tu padre está haciendo. Es algo en lo que quiero que pienses.
—Vale —suspiró Draco.
—Puedes pensarlo de camino al invernadero —dijo deliberadamente, usando su varita para conjurar un trozo de pergamino y una pluma de la nada.
Se inclinó para escribir una excusa apresurada para que Malfoy se la diera a la profesora Sprout para explicar su tardanza y luego se la entregó al chico que parecía extremadamente disgustado.
—Como si algo de esto fuera a importar cuando el Señor Tenebroso se haga cargo —se quejó Draco, mientras se guardaba la nota de Snape.
—Por el contrario, creo que tu educación le servirá aún más entonces —replicó él, mientras movía su varita para invocar a la mochila de Malfoy desde el dormitorio—. Vamos —dijo con severidad, mientras Malfoy alzaba a regañadientes la mochila sobre un hombro—. Y no vayas a enfrentar a Potter por nada de esto, Draco... La profesora Umbridge ya está poniendo una prohibición a cualquiera que lea El Quisquilloso. Lo mejor es fingir que no sabes de ello. Solo empeorarás las cosas para ti. Y Potter obtendrá lo suyo sin ninguna ayuda de tu parte.
Esperó a ver a Malfoy caminar por el pasillo hasta los escalones de piedra que conducirían al vestíbulo de entrada y al exterior, donde se llevaban a cabo las lecciones de Herbología. Entonces Snape se volvió para dirigirse a su propio cuarto. Era desalentador saber que no podía salvar a Draco. Snape no podía decirle su verdadera lealtad, por lo que no podía darle todas las herramientas que le hubiera gustado en diferentes circunstancias. Todo lo que podía hacer era tratar de protegerle, sabiendo que fallaría incluso antes de que realmente comenzara.
Las buenas intenciones y los malos resultados parecían ser todo lo que Snape era capaz de hacer. Nunca había logrado tener una relación o una responsabilidad que no hubiera saboteado de alguna manera a pesar de sus mejores esfuerzos. Era lo que venía de toda una vida de perder y nunca ganar. De tomar las decisiones equivocadas y aprender que no había tal cosa como una página completamente en blanco. Había intentado empezar de nuevo con Harry, pero todo lo que le había enseñado era que era capaz de todo de lo que se había privado, simplemente no creía que merecía nada de eso.
—Mollitum —susurró Snape a su puerta, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
Entró en su oficina y tocó el lugar en la pared para acceder a sus habitaciones privadas. Se sentía como una vida entera desde que había añadido una habitación para Harry y el chico había estado tan abrumado que había ido directamente a sus brazos. Si no hubiera confesado lo que era imperdonable, aún podría haber sido esa persona para Harry... Como un padre, en lugar de solo un recordatorio de por qué Harry no tenía al suyo.
—Lo siento mucho —susurró Snape emocionalmente, sin estar seguro de con quién estaba hablando.
¿Dios? ¿El universo? O la parte de él que realmente esperaba que Lily mirara hacia abajo y pudiera ver cuán profundo era su arrepentimiento.
La cara de Lily llenó su mente y todo terminó. Snape se tambaleó por el pasillo y apenas reconoció que había ido directamente a la habitación de Harry, no a la suya. Se desplomó en la cama y permitió que sus lágrimas cayeran libremente. Era tan inusual que Severus Snape pudiera perder el control de esa manera, pero estaba agotado de toda una vida de ser siempre fuerte. Simplemente no podía estarlo en ese momento y el dolor en el corazón parecía consumir todo su cuerpo. Su Marca Tenebrosa comenzó a hormiguear y Snape enterró su cara en la almohada en pánico.
—No... No ahora... Ahora no...No puedo... Por favor —estaba rogando, sin saber a quién se estaba dirigiendo.
Pero aunque tenía un hormigueo por su brazo, no le dolió como esperaba. No se tornó en negro. Y la llamada de su amo que Snape estaba aterrorizado de recibir no llegó.
El alivio de que se había salvado temporalmente lo poseyó. Snape envolvió sus brazos alrededor de la almohada para abrazarla a sí mismo, sintiendo algo frío al tacto sobre su mano. Lo agarró y pudo sentir la cadena en su mano. Más lágrimas inundaron sus ojos y Snape ni siquiera tuvo que sacar el reloj de bolsillo para confirmar lo que era. Cuánto había significado para Harry que esto se le hubiera dado y cuánto había significado para Snape que se le confiara hace tantos años. Cuando él y Lily todavía eran amigos, antes de que él lo hubiera arruinado todo. Snape simplemente lo sostuvo en su mano y el dolor lo consumió mientras cerraba los ojos, recordando esa noche de Navidad de todos esos años atrás.
—Papá también te amaba —dijo Lily, su aliento visible contra el aire frío del invierno. Se estremeció ligeramente y tiró de su brazo alrededor de ella, acercándose a él en la manta que habían traído al cementerio con ellos esa noche de Navidad. Ya estaba húmeda del lecho de nieve sobre el que la habían puesto, pero a ninguno de ellos le importaba—. Papá dijo varias veces que si fueras un muggle serías un médico como él. Tienes el cerebro y el instinto, él siempre decía eso de ti.
—No estoy seguro de tener la paciencia para aguantar a la gente enferma quejándose todo el tiempo —dijo Snape tímidamente—. Tu padre sin embargo sí. Nunca supe que un hombre podía ser tan amable como él.
Y Lily sonrió tristemente mientras apoyaba la cabeza contra su hombro. Snape podía oler su champú de almendras mientras su suave cabello rojo rozaba su mejilla. Su brazo todavía estaba alrededor de ella y la abrazó con más fuerza, mirando fijamente el nombre y las fechas del padre de Lily tallado en piedra. Había muerto hacía unas semanas y esa Navidad había sido difícil para la familia Evans.
—Nunca crees nada bueno que alguien tenga que decir sobre ti, Sev —le susurró Lily tristemente al oído—. Ojalá pudieras verte a ti mismo a través de mis ojos.
—Somos amigos —dijo Snape sin más—. Te creo.
—No lo sé —suspiró Lily y se inclinó más fuertemente contra él mientras miraba al cielo y después de unos minutos, dijo—: Se siente tan lejos de nosotros…
—Apuesto a que está más cerca de lo que crees —dijo Snape en voz baja—. Simplemente no sabemos estas cosas de hecho mientras todavía estamos vivos.
Lily alcanzó su mano y la apretó con fuerza en la suya. Las lágrimas se deslizaban por su rostro e incluso en la tristeza, todavía se veía hermosa.
—Supongo que sólo tenemos que seguir adelante, incluso cuando no queremos. Algún día volveremos a estar juntos y todo tendrá sentido. Hasta entonces, solo tenemos que recordar y confiar en que las cosas estarán bien.