
Lo que James Potter siempre había querido
Snape no estaba exagerando cuando había insistido en que Harry era la viva imagen de su padre. Ver a James Potter hacer giros completos en lo alto del cielo en un palo de escoba bien pulido, hizo que Harry se sintiera como si estuviera mirando una versión un poco más antigua de sí mismo. Ambos tenían el pelo oscuro desordenado, ambos llevaban gafas y pudo afirmar, cuando James voló al pasarle, que eran aproximadamente de la misma altura. Las únicas diferencias que pudo detectar era que los ojos de James eran marrones en lugar de verdes y que no había ninguna cicatriz de rayo bajo el flequillo en la frente de James.
—¡Te estás volviendo torpe, Canuto! —gritó James, antes de zambullirse a unos centímetros del suelo para atrapar la Quaffle.
Harry sonrió mientras observaba las ingeniosas y gráciles maniobras de su padre. Desde el momento en que se había metido en el pensadero, era obvio de donde había heredado su talento en el campo de Quidditch. James se elevó de nuevo a las nubes, soltando el mango de la escoba con ambas manos para levantar la Quaffle por encima de su cabeza, triunfante. James era audaz en cada movimiento y se elevaba alrededor del huerto de manzanas como si perteneciera más al cielo que a la tierra.
—Venga ya, solo trato de ayudarte —gritó Sirius, apoyándose perezosamente en su propio palo de escoba mientras daba vueltas debajo de James.
La primera mirada desde cerca que Harry había recibido de su padrino lo hizo reconocer aún mucho más que antes cuánto Azkaban lo había deteriorado. Este Sirius más joven era excepcionalmente guapo; su rostro no estaba hueco y envejecido por un inmenso sufrimiento. Este Sirius parecía como si todo lo divirtiera. Sus ojos eran brillantes y calculadores, su cabello castaño ondulado brillaba y llevaba una chaqueta de cuero negro que se veía bien en él, pero fuera de lugar en el calor del verano.
Harry observó cómo Sirius bostezaba exageradamente y luego se inclinaba rápidamente hacia adelante en la escoba para elevarse y encontrarse con James. Se rio mientras casi chocaban sobre un gran árbol. Sus manos se conectaron por un momento y Sirius lo dio un codazo mientras James sostenía la Quaffle en alto. Harry los vio luchar por ella, dando vueltas en el aire, antes de que James se separara de las garras de Sirius y corriera hacia el borde del campo de Quidditch improvisado para marcar.
—¡Vas a tener que hacerlo mejor que eso, Cornamenta! —gritó Sirius.
Había despegado a la velocidad del rayo y logró bloquear la Quaffle para que no entrara en el tercer aro en el último segundo.
—Soy mejor, por eso llevo la delantera toda la tarde —gritó James.
Harry miró desde el suelo con asombro mientras su padre anudaba sus piernas alrededor del mango de su escoba y luego se lanzaba hacia un lado. Sostenido por sus tobillos, colgaba completamente al revés como una especie de absurdo murciélago. Su camisa cayó sobre su cabeza para revelar un fuerte torso muscular, pero incluso sin ver, James estaba pidiendo a Sirius que se uniera a él.
—No hagas eso delante de Colagusano o se meará —sonrió Sirius, antes de agarrar con fuerza su propia escoba con las dos manos y saltar, de modo que colgaba de los brazos.
Voló hacia el todavía al revés James, pareciendo mucho un ala delta. Ambos eran fuertes, jóvenes y ansiosos por mostrar su destreza atlética. Eran atrevidos y acrobáticos, tomando riesgos que Harry no estaba seguro que él haría. Estaban tan arriba en el cielo que una caída sería mortal, pero no parecían demasiado preocupados por eso, mientras charlaban el uno con el otro. Desde abajo, Harry podía distinguir el sonido de su risa, pero no lo que estaban diciendo. Estaba tratando desesperadamente de imaginar una manera de acercarse, de estar justo al lado de su padre, pero antes de que pudiera frustrarse demasiado, James y Sirius simultáneamente se enderezaron y descendieron lentamente a tierra.
—Harry va a aprender a volar antes de que pueda caminar —dijo James felizmente, mientras tiraba la Quaffle al suelo y desmontaba la escoba.
Harry nunca había deseado más no ser invisible. Su corazón comenzó a latir extremadamente rápido en su pecho mientras se arrodillaba junto a James que se había acostado en la hierba. Miró fijamente la mano de su padre mientras la usaba para quitarse el pelo húmedo de la cara. Sus gafas estaban ligeramente empañadas y parpadeó por la luz del sol.
—Estoy aquí, papá —dijo Harry en voz baja, aunque sabía que no serviría de nada. Eso era sólo un recuerdo. James llevaba muerto catorce años.
—¿Crees que le gustará el Quidditch? —James preguntó, volviéndose a su lado para mirar directamente a través de Harry, a Sirius.
—Por supuesto, contigo como padre estará en su sangre —respondió Sirius.
Apoyó su escoba contra un árbol y se acercó a James, chasqueando los nudillos mientras se sentaba también en la hierba. Harry estaba sentado entre ellos, mirando de un lado a otro, sintiéndose emocionado y triste.
—Todavía no puedo creer que le dijeras que no a ese tipo reclutador para las Urracas de Montrose —dijo Sirius.
—No me gustaría estar fuera con un hijo de camino —respondió James fácilmente—. Y Lily podría arrepentirse de decir “sí” a casarse conmigo si desaparezco todo el tiempo para jugar Quidditch.
—Las urracas de Montrose —repitió Sirius con gran énfasis—. ¡Han quedado primeros en la liga durante los últimos cinco años seguidos y te querían! —Suspiró tristemente y protegió sus ojos del sol con sus manos—. Podría haber sido yo... Si McGonagall no me hubiera guardado rencor.
—No me lo recuerdes —gimió James en voz alta—. Slytherin nos dio una paliza en el séptimo año con ese idiota de McLaggen jugando como bateador en tu lugar. Pillé a McGonagall llorando en un pañuelo cuando terminó el juego, pero todavía seguía terca. Me gustaría pensar que todavía la persigue cada vez que pasa por la sala de trofeos.
Curioso por lo que había obligado a la jefa de Gryffindor, amante del Quidditch, a castigar a un bateador estrella del equipo como castigo, Harry hizo una nota mental para preguntarle a Sirius más tarde. Observó a su padre agitar su varita en el aire y conjurar dos copas de oro.
—Aguamenti —dijo James, llenando ambas copas y entregando una a Sirius.
—Salud —dijo este alegremente, mientras la cogía para beber un gran trago—. Hoy hace calor infernal.
—Aguamenti —recitó de nuevo, apuntando con su varita a su amigo. El agua salió disparada de la punta de su varita y roció a Sirius en la cara.
Harry se tocó la cara, curioso de que no hubiera sentido el agua también. Tenía que recordarse continuamente a sí mismo que no estaba realmente allí. Su padre no podía saber que su hijo de quince años lo estaba observando en ese momento con un anhelo que provenía de una vida de extrañarlo. James rugía de risa como si no le importara el mundo y Sirius se había unido a él, incluso mientras levantaba su propia varita, pareciendo deliberar si dispararle también.
—¡Eh! ¿Vais a entrar vosotros dos algún día o no?
Harry se dio la vuelta, con James y Sirius, para ver quién había hablado.
—Mamá —susurró Harry y sintió que todo su cuerpo se debilitaba.
De alguna manera fue más impactante verla a ella que a James. Tal vez porque mientras a Harry le decían constantemente que se parecía a su padre, no conocía a nadie más que se pareciera a ella.
Lily era muy diferente de la tía Petunia. Ligeramente más alta, con una cara amable, redonda y con el pelo rojo largo ondulado que le llegaba hasta casi la cintura. Tenía los pies desnudos y su piel era de un color dorado saludable, sin contar una pequeña quemadura de sol en la nariz. Los ojos de Lily eran iguales que los de Harry. Aunque lo más notable de su madre en ese momento era el enorme vientre que acunaba en ambos brazos.
—¿Ya están aquí? —preguntó James, levantándose del suelo.
Harry hizo lo mismo, sus ojos observando todo sobre Lily, que estaba claramente en las etapas finales del embarazo. Se dio cuenta de que debía ser él quien iba a nacer pronto. Estaba viendo un recuerdo de sus padres antes de que fueran sus padres, aunque su padre y Sirius habían hablado de él como si ya estuviera aquí. Había sido claramente un niño muy querido.
—No. —Lily negó con la cabeza, haciendo que su pelo rojo girar—. Es solo tu turno de cocinar.
—Ves, me hace cocinar ahora. —James se volvió para mirar a Sirius—. Y también soy un genio en esos hechizos domésticos. Incluso lavar mi propia ropa… Tengo que bajar al río y frotarla contra un…
—Oh, mi pobre estresado marido —dijo Lily burlonamente, mientras se acercaba a James y besaba sus labios.
Harry sonrió ante esa muestra de amor, mientras Sirius lanzaba un silbido desde la hierba. James puso la cara de Lily entre sus manos, mientras respondía a Sirius con un gesto grosero de la mano detrás de su espalda. Esto fue lo que inspiró a Sirius a dispararle una gran corriente de agua desde la punta de su varita.
—Lo siento, amigo... Fue sin querer —sonrió—. No estaba tratando de arruinar un momento ni nada.
—¿Ves lo que tengo que soportar, Lils? —suspiró James dramáticamente—. Taan infantil.
—¡Los dos sois uno niños! —exclamó Lily con una risa, antes de mirar a Sirius—. ¿Y pensé que ibas a traer una novia?
—¿Ah, sí? —Sirius parpadeó hacia ella—. ¿Recuerdas quién era? Es muy difícil mantenerse al tanto...
—Probablemente del tipo que haría que tu madre te repudiara de nuevo —dijo James lógicamente— porque no sea una de tus primas de sangre pura.
—Maldición —suspiró este—. Ahora me arrepiento de haber olvidado recogerla. No te importa tener un sujetavelas, ¿verdad?
—¿En serio? —Lily puso los ojos en blanco—. A veces pienso que yo soy la sujetavelas aquí. Es por eso que se suponía que ibas a traer una cita esta noche.
—Bueno, una vez nazca mi ahijado, estaré tan obsesionado con mimarlo que todas las mujeres tendrán que tomar ceder de todos modos —respondió Sirius.
—¿Se lo has dicho? —Lily empujó a James—. Pensé que íbamos a decírselo juntos.
—No podía esperar —dijo él disculpándose—. Pero míralo... Está tan feliz.
—Voy a enseñarle cómo conducir mi moto. — Sirius le sonrió—. ¿No es eso lo que haces con un ahijado?
—De eso nada —dijo ella con severidad.
—No te preocupes, Lily —sonrió James—. Conseguiremos uno de esos pequeños asientos de bebé para que quepa en el lateral. A Harry le encantará.
—A ti también te encantará —añadió Sirius—. Todo el mundo sabe que a los bebés no les gusta dormir. Lo sacaremos a pasear por la noche para que puedas descansar. Será el niño más guay de preescolar.
—Es mi hijo —le recordó James—. Está destinado a ser guay. Y divertido...
—Y un quebrantador de reglas —añadió Lily, levantando el brazo de James para ponerlo sobre su cuerpo. Este se inclinó para fingir que le mordisqueaba el cuello, lo que la hizo reír—. Te pediría que me llevaras de vuelta a la casa porque mis tobillos están muy hinchados —dijo, girando la cabeza para atrapar los labios de James en un beso—, pero me siento tan enorme como un Erumpent —terminó al retroceder—. No te torturaré con eso.
—Podríamos hacer un esfuerzo en equipo —ofreció Sirius—. ¿Quizá incluso ponerte un baño caliente?
—¿Un buen masaje? —sugirió James.
—Podría ahuecar tus almohadas —añadió Sirius.
—No, gracias —dijo Lily—. Solo encargaos de la cena y tratar de no hacer estallar nada. La guardería está justo encima y me disgustaré mucho si la pasa algo.
—¿Estallar la casa? —James repitió, pareciendo ofendido—. Nunca... Fue Peter quien sin querer golpeó la bludger atravesando la ventana la semana pasada. —Se volvió hacia Sirius—. Sabía que no deberíamos haberle dado un bate.
—No deberíamos haberle dado una escoba —se rió Sirius—. ¿Cuál es la mejor manera de decirle a uno de tus amigos que son los mejores para contar los puntos y que deberían atenerse a eso?
—No hay una. —Lily puso los ojos en blanco y Harry no pudo evitar reír—. Y sí volaste el laboratorio de Pociones una vez en quinto año.
—Eso era diferente —insistió James—. Tenía la intención de hacer eso. Dije que no quería tener pociones y McGonagall lo puso en mi calendario de todos modos. Así que tuve que dejar de asistir de una manera diferente.
—Podrías haber dejado de aparecer, amigo —sonrió Sirius—. Eso es lo que yo hice. El viejo Slughorn estaba demasiado ocupado adulando a sus favoritos para darse cuenta de si yo estaba allí o no.
—Vosotros dos tendríais que haber sido más amables con el profesor Slughorn —dijo ella, apretando la mano de James en la suya mientras todos comenzaban a caminar hacia la casa—. Envió un búho hoy con un regalo adorable para el bebé y algo de su piña cristalizada favorita para mí. Te llamó John en la carta, por cierto...
—Nada de respeto —dijo James dramáticamente—. Pero no soy solo yo quien tuvo un problema. Remus siempre se comportaba en clase y Slughorn apenas reconocía su existencia. Peter explotó el lugar como yo, aunque no creo que ese fuera a propósito. Preguntémosle.
James acababa de señalar un espacio en el césped delantero. Harry se volvió en esa dirección, pero no pudo ver lo que había llamado la atención de su padre hasta que unos segundos más tarde, dos hombres aparecieron en ese mismo lugar. James debía haber sentido la magia en el aire, Harry se dio cuenta. El signo de un mago muy poderoso, pensó con orgullo.
—Hola a todos —saludó calurosamente el más alto de los recién llegados.
Harry miró fijamente la cara reconocible de Remus Lupin. Su cabello ya parecía estar prematuramente canoso y tenía algunas cicatrices en la cara. Todavía se veía desaliñado, vestido con pantalones muy usados y una camisa descolorida, pero parecía mucho más tranquilo mientras sonreía a sus amigos y besaba a Lily en la mejilla.
Harry había evitado mirar al segundo hombre, sabiendo exactamente quién era y no teniendo ningún deseo de arruinar ese recuerdo al reconocerlo. Pero entonces Sirius y James habían hecho una imitación de Peter Pettigrew, también conocido como Colagusano, dando vueltas en un palo de escoba antes de lanzar nerviosamente un bate golpeador contra una ventana y romperla. James y Sirius se rieron uno encima del otro con rugidos de risa e incluso Lily se reía por lo bajo, dando una palmadita en la espalda de Peter cariñosamente. Harry finalmente se volvió para mirar al hombre que había traicionado a sus padres a Voldemort, pero que en ese momento era solo el miembro bajo y regordete de esa pandilla.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Colagusano a Lily con su voz chillona.
—Enorme —gimió Lily en broma, sus manos abrazando su vientre de nuevo—. El bebé podría venir en cualquier momento ahora. ¡No puedo esperar!
—Vais a ser grandes padres —sonrió Lupin.
—Y yo voy a ser un gran padrino —añadió Sirius emocionado.
—Este —Lily señaló con un dedo la cara de James— le dijo a ese —señaló a Sirius— que va a ser el padrino de Harry y me temo que se le ha subido un poco a la cabeza.
Todo el mundo se rio de buen humor.
—Bueno, todos lo vamos a querer —prometió Lupin, compartiendo una mirada cálida con James.
El corazón de Harry se hinchó y ardió en su pecho al mismo tiempo. No creía que pudiera recordar haberse sentido tan querido, pero también tan triste. Lily y James de repente eran más reales para él de lo que habían sido antes. Esa era la vida que debería haber sido suya, si no fuera por Voldemort. Sus padres no habían tenido ni idea de que estarían muertos en casi un año. No tenían idea de lo que les esperaba al reunirse en una tarde pacífica de julio con amigos, incluido el que ya podría haber estado planeando traicionarlos, anticipando felizmente el nacimiento del bebé: él.
Se habían vuelto para entrar en la casa cuando Harry notó por primera vez que el rojo vibrante cabello de Lily comenzaba a desvanecerse a gris. Se apresuró a acercarse aún más a ella, pero la escena comenzaba a disolverse a su alrededor a medida que el recuerdo llegaba a su fin. Incluso cuando miraba frenéticamente a su alrededor en busca de algo a lo que aferrarse, todo desaparecía a su alrededor.
—No —suplicó en la oscuridad mientras la escena desaparecía por completo.
Harry fue expulsado sin ceremonias del pensadero y se encontró solo una vez más en los estrechos cuartos de la oficina de Snape. Las imágenes de sus padres eran solo destellos de azul dentro de las magníficas profundidades del pensadero. Ni gas ni líquido; Harry metió la mano para tratar de tocar la memoria con el dedo.
Estaba muy tentado a sumergirse una vez más para experimentar ese día perfecto una y otra vez hasta que se hubiera aprendido de memoria cada detalle de sus padres, la casa donde podría haber crecido y el pasto que su padre había soñado una vez donde jugar Quidditch con él.
Harry se limpió las lágrimas de las mejillas. Estaba más feliz y más triste de lo que nunca podría haber recordado sentir, agradecido de que le hubiera dicho a Ron y Hermione que volvieran a la torre de Gryffindor para que no lo vieran llorar, pero dolido de estar solo ahora cuando acababa de estar rodeado de sus padres y de más amor del que alguna vez habría sabido qué hacer con ello.
No había nada más que tuviera sentido hacer en ese momento además de entrar en los cuartos privados fuera de la oficina. Snape había ayudado a Harry a instalar el pensadero y luego lo había dejado solo para ver el recuerdo. La privacidad había sido apreciada, aunque este sospechaba que Snape tenía sus propias razones para no querer ver la vida que Lily y James habían compartido.
De hecho, mientras Harry caminaba la vuelta de la esquina hacia el dormitorio de Snape, encontró al maestro de Pociones apoyado contra la pared en el pasillo pareciendo estar considerablemente adolorido, con la mano cubriendo su rostro.
—¿Está tu marca ardiendo? —preguntó Harry con ansiedad y Snape inmediatamente se puso de pie muy recto, mirándole con una expresión completamente enmascarada.
—No —dijo bruscamente, mientras sus ojos negros parecían evaluar a Harry—. ¿Te encuentras bien?
—Sí —dijo Harry muy rápidamente.
Estaba bien, incluso si eso actualmente implicaba sentirse muy roto. Había pasado toda su vida afligido por lo que no podía recordar. Sólo esa noche esa pérdida era aún mayor. Echaba de menos a sus padres y lamentaba haber crecido sin todo lo que habían imaginado para él.
Snape le estaba dirigiendo una mirada, inspeccionando, y finalmente Harry no pudo aguantar más. Negó con la cabeza; no estaba bien. Y sabía que Snape lo entendía porque tampoco estaba bien.
—Señor... —Harry vaciló, no estaba muy seguro de cómo poner en palabras lo que quería decir. Qué agradecido estaba de que Snape por fin hubiera aparecido por él.
Que a pesar de que no había un lugar para él en esa mesa con Lily, James y los otros merodeadores, Snape había dado un paso adelante para estar allí por Harry por su propia voluntad. Sirius había recibido su papel y sabía lo que Lily y James habrían querido que estuviera ahí para su hijo. Snape no tenía tal guía, no había tenido la intención de estar allí. Sin embargo, de alguna manera se había convertido en todo lo que Harry necesitaba de todos modos.
—No quiero que sigas volviendo a él —dijo Harry, hablando de Voldemort y la verdad de lo aterrorizado que se sentía por los riesgos que Snape corría—. ¿No puedes dejar de responderle... por favor?
—Harry... —Snape lo miraba con mucha preocupación—. Hemos hablado de esto antes... Lo que se necesita de mí... El trabajo que hago. Asesinó a tus padres. Deberías querer que haga todo lo que esté a mi alcance para ayudar a acabar con él.
—Te necesito —respondió él simplemente.
El alivio lo agravó cuando la respuesta de Snape a su confesión fue abrir los brazos. Harry acudió a él inmediatamente. No estaba seguro de lo que habría hecho antes cuando eso no había sido una opción. Snape apoyó su barbilla sobre la cabeza de Harry.
—Yo también te necesito —admitió en voz baja.
Harry cogió aire.
—Por favor, solo no mueras.
—No tengo intención de hacerlo —dijo él en voz baja—, aunque nunca podría hacerte una promesa así. Tus padres habrían dado cualquier cosa por estar aquí y lamento que no lo estén. Dieron su vida para que pudieras vivir la tuya. Yo haría exactamente lo mismo por ti. Eso es una promesa que haré. ¿Lo entiendes?
Harry asintió con la cabeza en silencio, entendiendo que Snape acababa de darle todo lo que podía dar. A pesar de que no podía absolverle del miedo a más pérdidas. Ese era el precio que a veces pagabas por amar a alguien, a pesar de que siempre valdría la pena.
—¿Quieres contarme lo que viste? —preguntó Snape en voz baja.
Harry dudó. Su cara estaba enterrada contra Snape y había apretado su agarre sobre este.
—¿Quieres escuchar sobre eso?
—No, la verdad —dijo Snape con honestidad y Harry soltó una risa apagada. Apreció la oferta de todos modos y eso era más que suficiente.