
Una tregua incómoda
—¿Más vino, Severus? —ofreció Dumbledore afablemente y Snape le complació, sosteniendo el vaso para que le sirviera otra generosa porción del líquido ámbar.
—Oh, de acuerdo, yo también —intervino Minerva McGonagall con una rara sonrisa. Le dio un codazo a Dumbledore en el brazo con su vaso todavía parcialmente lleno y él lo llenó con lo que quedaba de la botella.
—¿Debo pedir otra? —preguntó, pero los dos se negaron.
Cuando quien servía volvió a donde estaban para desvanecer los platos terminados y preguntar si les gustaría algo más, Dumbledore se conformó con pedir el postre, negándose a aceptar que ambos estuvieran demasiado llenos de la cena.
—Permitídmelo —sonrió—. El día nunca se siente completo hasta que he disfrutado un poco de chocolate.
Snape tomó un sorbo de su vino y se recostó en la silla. No le daría a Dumbledore la satisfacción de admitirlo en voz alta, pero en realidad se alegraba de haber aceptado salir con ellos esa noche. Estaban cenando en la habitación privada de un pub popular en el callejón Diagon. La conversación había sido liviana y había fluido tan fácilmente como el vino que habían disfrutado; Snape estaba tan relajado como nunca podría llegar a estar. Era un agradable interludio entre la semana ocupada y solitaria que había tenido, justo antes de que tuvieran que asistir a una reunión programada de la Orden del Fénix.
—Me asombra que no hayas perdido el apetito por el chocolate después de lo que acabas de decirnos sobre esa mujer —dijo Minerva con aspereza—. Honestamente, Albus, todavía creo que tienes que decirle a Cornelius que te niegas. Sigue siendo tu colegio.
—Si tan solo fuera así de simple —dijo Dumbledore suavemente, en un tono que sugería que le había causado gracia.
La profesora McGonagall estaba enfurecida porque el Ministerio había nombrado a su propio candidato para el puesto de profesor vacante en Hogwarts a espaldas de Dumbledore. Todos sabían que Cornelius Fudge solo quería que alguien estuviera allí para ser sus ojos y asegurarse de que no estaban adoctrinando a los estudiantes a creer que el Señor Tenebroso había regresado, aunque Snape pensaba que tenían preocupaciones mayores y no había tomado la noticia tan violentamente como McGonagall.
—¿Pero por qué ella? —suplicó Minerva, que ya lo había intentado una vez—. ¿Dolores Umbridge en Hogwarts? ¡Es una mujer horrible! ¡Basta con mirar todas las injustas políticas intolerantes que ha impulsado por el ministerio! Trató de desautorizar a Elphi a cada paso, ¡y se metió en su trabajo el día que murió! ¿Por qué no ves si puedes nombrar a Kingsley? Como auror, ciertamente está cualificado para Defensa Contra las Artes Oscuras. Dolores nunca va a respetar tu autoridad, Albus.
—Y no esperaría nada menos de ella —respondió él con una sonrisa, mientras esta bufaba, enfadada.
Snape pensó en silencio que era bueno que el director hubiera lanzado algunos encantamientos de privacidad de más alrededor, incluso si no estaban discutiendo asuntos de la Orden en un lugar público. No habría sido prudente que escucharan a Minerva despotricando sobre una alta funcionaria del ministerio en público, aunque cuando quien servía llegó con el postre, parecía completamente ignorar que ella hubiera estado discutiendo algo más inapropiado que el clima. Dumbledore esperó hasta que estuvieran solos de nuevo antes de responder.
—Sabemos que no va a tratar de encajar con nuestros métodos en Hogwarts; está allí para inspeccionarnos y hacer cambios. Ambos, o cualquiera que se sepa que forma parte de mi círculo más cercano, va a ser observado con mucho detenimiento. Cornelius tiene miedo de que quiera su trabajo y que use a los estudiantes de Hogwarts para construirme un gran número de seguidores para superarlo. Es nuestro derecho mostrar al Ministro y a Dolores Umbridge que no tienen nada que temer. Solo trata de llevarte bien con ella o tendremos un año extremadamente difícil.
Snape pensó que Dumbledore estaba pidiendo casi un milagro, a juzgar por la mirada indignada en la cara de McGonagall. Claramente había mucho más que quería decir, y Snape se inclinó y le dijo en bajo:
—Supongo que será mi turno de recordarte que seas cortés con nuestro nuevo miembro del personal. Ah, ¡cómo se han vuelto las tornas! —Se alegró de verla sonreír un poco mientras clavaba su pastel con el tenedor de postre—. ¿Trabajó con tu marido? —preguntó Snape con curiosidad.
Sabía que el difunto marido de Minerva, Elphinstone Urquart, había sido miembro principal del Departamento de Seguridad Mágica antes de morir. Ella asintió.
—No al mismo tiempo que yo trabajaba para él, por suerte —respondió—. Aunque si Dolores y yo nos hubiéramos cruzado en ese momento, tal vez podría habérmela cargado y no tendríamos este problema ahora. Es una desagradable mujer sedienta de poder.
—Vamos a abstenernos de darle demasiado para informar al Ministerio —dijo Dumbledore, con un toque de advertencia en su voz—. Tenemos suficiente para ponernos a trabajar tal cual. Minerva, ¿todos los de primer año nacidos de muggles ya han recibido sus visitas? —preguntó, de una manera que dejaba claro que el tema de Dolores Umbridge quedaba zanjado.
Ella asintió con la cabeza de nuevo. Además de ser jefa de la casa Gryffindor y la profesora de Transformaciones, Snape sabía que McGonagall tendía a manejar casi todas las tareas administrativas en Hogwarts. El peso de su carga de trabajo probablemente solo aumentaría ahora que el Señor Tenebroso había regresado, alejando a Dumbledore del castillo con más frecuencia. Minerva ya había escrito las cartas y las listas de material escolar para cada estudiante y ella personalmente iba a muchas de las visitas a casas, planeadas para explicar cosas a los nacidos de muggles y sus familias.
—Excelente —sonrió Dumbledore—. Me temo que probablemente no llegaré a Hogwarts antes del comienzo del año. Me voy a Francia mañana temprano y no estoy seguro de cuánto tiempo estaré fuera.
Minerva lo miró a través de sus gafas cuadradas.
—¿Trabajo? —preguntó escuetamente.
—Sí, se podría decir eso —se rio él—. Pero debo decir que tendré que manteneros a los dos en suspense por un poco más de tiempo.
Snape tenía la sensación de que esto tenía todo que ver con Madame Maxime y la misión que Dumbledore le había dado a ella y a Hagrid para tratar de negociar con los gigantes, pero tendría que esperar hasta la reunión para confirmarlo. Él ya sabía que era probable que no se informaría nada bueno. El Señor Tenebroso había enviado a algunos de sus propios seguidores a las montañas con las mismas intenciones y había estado muy satisfecho con sus informes la última vez que Snape lo había visto.
—¿Has olvidado que todavía tenemos que resolver los horarios para los de tercer año y los superiores? —preguntó Minerva.
—¿Por qué diablos lo dejáis todo para el último minuto? —les preguntó Snape con incredulidad—. Hace un mes que ya sabíais qué clases tomaría todo el mundo.
Minerva inmediatamente señaló con un dedo acusador al pecho de Dumbledore y este inclinó la cabeza con remordimiento.
—Qué rápido vuela el tiempo —dijo a la ligera—. Supongo que tendremos que abordar eso pronto.
—Puedo hacer la mayor parte —lo consoló ella—. Primero es la Orden, después de todo. No tenemos que hacer muchos cambios en el calendario del año pasado.
—¿Podrías al menos cambiar a los Gryffindors y Slytherin de quinto año de hacer dos horas de pociones juntos? —preguntó Snape—. No sé qué crees que estás logrando al forzarnos a todos abajo juntos. ¿Cuántas veces voy a tener que interrumpir las peleas entre Potter y Malfoy?
—Supongo que hasta que aprendan a llevarse bien —respondió Dumbledore, con sus ojos centelleando traviesamente.
—Sí, tú eres el que siempre está defendiendo al señor Malfoy e insistiendo en que ha sido malinterpretado —dijo Minerva con regodeo—. Seguramente, quieres manejar esa situación particular por tu cuenta.
Snape sabía que no tenía sentido discutir, aunque tenía otras razones para preferir mantener a esos dos separados un poco más ese siguiente año. Sabía que sería convincente y nunca dejaría de desempeñar bien su papel, pero preferiría que la mayoría de sus intercambios con Harry no ocurrieran frente a las narices del hijo de Lucius Malfoy. También esperaba encontrar una manera de dividir su tiempo un poco más equitativamente, ya que le había dicho a Harry que podía acudir a él en cualquier momento. Sin embargo, también esperaba tener la oportunidad de hablar más libremente y apoyar a Draco de la misma forma que lo había metido en tantos problemas en la Mansión Malfoy ese verano.
—¿Severus? —La voz aguda de Minerva atravesó sus pensamientos.
Había estado lamentando lo adoctrinado que Draco se había vuelto con los mortífagos, incluso mientras su miedo en el Señor Tenebroso aumentaba.
—¿Qué? —preguntó.
—Te preguntaba cuándo planeabas estar en Hogwarts. —repitió—. Me vendría bien algo de ayuda si estás disponible y sé que Poppy está ansiosa por reponer sus armarios.
—Tengo todo listo para la enfermería —le dijo Snape, que había estado ocupado esos últimos días preparando las grandes cantidades de pociones curativas para la matrona de la escuela, Madame Pomfrey. Reductores de fiebre, pociones calmantes, analgésicos, entre muchos otros, tanto para cosas comunes como para inesperadas.
—¿Por qué no vienes mañana entonces? —preguntó Minerva.
Snape vaciló y luego negó con la cabeza sin palabras, notando la mirada suspicaz que Dumbledore y McGonagall compartieron.
—¿Qué pasa mañana, Severus? —preguntó Dumbledore—. ¿Hay algo que hayas olvidado decirme?
—¿Tienes que saberlo todo? —Snape preguntó mordazmente, lo que hizo que ambos se sentaran un poco más rectos en las sillas.
—¿Es por... Él? —Minerva preguntó de forma seria.
—No —dijo Snape con impaciencia—. No… —suspiró. Pero continuaron mirándolo expectantes y no podía ver ninguna escapatoria—. Voy a recoger a Potter esta noche —finalmente admitió a regañadientes.
—Maravilloso —sonrió Dumbledore, pero McGonagall parecía confundida.
—¿Para más lecciones? —preguntó con el ceño fruncido.
—No —dijo él secamente—. Solo porque... —No pudo terminar la oración.
McGonagall levantó las cejas, sorprendida.
—Eso no es algo que hubiera esperado que saliera de tu boca, Severus. ¿Deberíamos verificar que no es un impostor? —Se volvió hacia Dumbledore, agitando su mano frente a la cara de Snape—. ¿O que no le hayan lanzado la maldición Imperius?
—No creo que sea necesario, Minerva —se rio Dumbledore entre dientes, mientras Snape empujaba la mano de esta, con impaciencia.
—No empieces —le dijo a Dumbledore en voz baja.
—Pero si ni siquiera he dicho nada —replicó este alegremente.
—Y sé que eso debe estar matándote, viejo. —Snape puso los ojos en blanco, lo que solo hizo que la sonrisa de Dumbledore creciera.
Todos volvieron su mirada a las tartas, Snape sobre todo cogiendo la suya. Harry había pedido volver pasar el tiempo con él y esta vez no había ningún secreto al respecto. Snape le había dicho que podía, pero que informara a su padrino primero. No estaba a punto de soportar la indignidad de que Sirius Black se entrometiera en su casa de nuevo. Por lo que a él respecta, no debería tener que hablar con ese hombre para nada.
Dumbledore comió el último bocado de su tarta con el tenedor y luego se limpió la boca con la servilleta.
—Yo me encargaré de la cuenta —dijo al final—. Tenemos que irnos pronto. Tenemos la reunión en breve.
El silencio volvió a caer cuando salió de la habitación. Entonces la profesora McGonagall se volvió hacia Snape y tocó suavemente con sus dedos la mano que él había envuelto alrededor del tallo del vaso.
—Pero no entiendo. Dumbledore no te está obligando a hacer eso, ni siquiera lo sabía.
—¿Qué quieres de mí, Minerva? —preguntó con impaciencia, apartando su mano de la suya.
—La verdad —dijo ella cortamente, mientras Snape giraba el contenido del vaso y se lo llevaba a los labios para bebérselo por completo de un solo trago—. Te has encariñado bastante con el señor Potter, admítelo —presionó—. Y todo este tiempo, pensé que Albus te estaba pidiendo lo inimaginable, haciéndote albergar a Potter este verano. Te gustó tenerlo allí, ¿verdad?
—Creo que es probablemente una buena idea si lo vigilo más de cerca después de lo que sucedió el pasado junio —dijo Snape, dejando el vaso vacío y luego empujó la silla de la mesa—. Alguien tiene que hacerlo.
—No estoy en desacuerdo —replicó Minerva, volviendo a meter los brazos en la capa verde que se había quitado dentro del cálido restaurante—. Solo me sorprende encontrarte a ti entre toda la gente ofreciéndote como voluntario.
Se levantaron al mismo tiempo y juntos salieron por la puerta por la que Dumbledore había desaparecido, hacia el comedor más grande que estaba medio ocupado. Minerva se despidió cortésmente de quien les había servido, que les dio las buenas noches. Snape mantuvo la puerta abierta para que ella pasara primero y salieron a la noche fresca que indicaba el final del verano.
—Simplemente parece funcionar —admitió Snape en voz baja y Minerva se volvió para mirarlo con una sonrisa genuina en sus labios delgados—. Realmente no sé lo que estoy haciendo...
Una cosa tan difícil de admitir, la intensidad de lo mucho que había llegado a tenerle cariño. Lo avergonzaba, para ser honesto, exhibir una muestra de vulnerabilidad y debilidad. Que fuera hacia el hijo de Potter había sido un duro golpe para su orgullo. Aunque, últimamente, Snape no había podido evitar experimentar preocupaciones persistentes sobre cosas que antes ni siquiera se le habrían pasado por la cabeza. Como si Harry estaba durmiendo bien sin ser molestado por pesadillas; de repente estaba tan preocupado como un padre protector, que no se sentiría tranquilo hasta que tuviera a su hijo de vuelta bajo su propio techo.
—Me alegro —dijo ella, apretando brevemente su mano en la de ella antes de soltarlo—. Potter se merece eso, y tú también. Yo sólo nunca... Siempre me he sentido terrible por dejarlo con sus familiares hace tantos años. Aunque Albus explicó que era necesario, nunca me lo he perdonado del todo.
—He hecho cosas mucho más imperdonables que tú —fue todo lo que Snape podía pensar en decir, lo cual era totalmente cierto.
Había ocultado la mayoría de las dudas en su mente y las preocupaciones sobre si Lily se opondría, pero todavía tenía mucho escepticismo sobre lo que estaba haciendo.
Cuanto más se acercaba a Harry Potter, más tenía que concentrarse en ocultar sus verdaderos motivos al Señor Tenebroso. Ya no estaba ocultando hechos sobre el paradero de Potter, ahora tenía que esconder sus propios sentimientos genuinos. Tenía que fabricar un resentimiento artificial y un odio que había disminuido en él cuanto más había llegado a conocer al chico que era el hijo de James Potter, pero no tan parecido a este como Snape había creído una vez.
—Aun así deberías venir a Hogwarts —presionó Minerva—. Trae a Harry. Apuesto a que le encantaría pasar un día entrenando en el campo de Quidditch. Sabes, quiero hacerlo capitán cuando sea un poco más mayor. Entonces, ¿podrías montar la enfermería con Poppy y tal vez echarme una mano con algunas tareas también si hay tiempo?
—De acuerdo —aceptó Snape y luego vieron a Albus Dumbledore caminando por la calle hacia ellos.
—Había una exhibición maravillosa en la ventana de la tienda al final de la calle que me llamó la atención —explicó jovialmente—. ¿Estamos listos? —Y cuando ambos asintieron, dijo—: Nos vemos allí.
Snape se apareció en Grimmauld Place y llegó en la acera junto a los otros dos un momento después. Eran los últimos en llegar, como Dumbledore casi siempre insistía por ser. Juntos entraron en el número doce, teniendo cuidado de no molestar el volátil cuadro de la señora Black, que había demostrado ser completamente imposible de quitar. Los miembros de la Orden ya se habían reunido en un salón ordenado en el piso principal. Estaban parados en parejas y apiñados, y se separaron cuando vieron a Dumbledore entrar.
—¡Buenas noches a todos! —los saludó calurosamente—. Creo que ahora estamos todos. ¿Empezamos?
Hubo una repentina prisa por tomar asiento. Snape se movió rápidamente para sentarse en la esquina del fondo donde esperaba poder permanecer olvidado durante la duración de la reunión. Sin embargo, esas esperanzas se desvanecieron inmediatamente cuando Remus Lupin tuvo el descaro de sentarse directamente a su lado.
—Esta noche es inesperadamente fría —dijo Lupin, de forma familiar—. Hace unas horas, encendimos un fuego en la cocina.
Snape agradeció que Dumbledore comenzara a hablar precisamente en ese momento, de modo que se salvó de tener que responder. No se había equivocado al suponer que no habría muchas buenas noticias para compartir. De hecho, parecía que incluso Dumbledore luchaba por mantenerse de buen humor una vez comenzó a sumergirse en cómo los gigantes, los hombres lobo y los dementores tenían la intención de pasarse a Voldemort.
Había una razón por la que el Señor Tenebroso había estado de tan buen humor la última vez que Snape lo había visto. Estaba teniendo éxito en la construcción de su ejército y la mayoría del mundo mágico todavía estaba haciendo la vista gorda con gusto. En general, hacía que su pequeña resistencia casi se sintiera imposible desde una perspectiva mayor.
Snape se estremeció mientras contemplaba en silencio si incluso su propia infiltración en el círculo interno del Señor Tenebroso sería suficiente para marcar la diferencia, o si solo estaba obteniendo un asiento de primera fila para verle hacerse más fuerte. En muchos sentidos, parecía que ya estaba ganando, lo que solo fortaleció la determinación de Snape de querer mantener a Harry cerca.
—Estamos haciendo todo lo que podemos hacer —dijo Lupin con pesadez, cuando Dumbledore concluyó la reunión.
Snape asintió con la cabeza una vez en confirmación y rápidamente se puso de pie. No sabía lo que significaba que Lupin se sentara a su lado y tratar de hablar como si fueran amigos. ¿No había dejado ya claro que no tenía ningún interés en entretener tales cosas? A menos que se tratara de algo para la Orden que no podía evitar. Decidió salir de la habitación antes de que Lupin pudiera decirle algo más. Se dio cuenta de que Black lo miraba fijamente al pasar. Molly Weasley ya había subido las escaleras para llamar a los niños, lo que significaba que Harry lo encontraría pronto si todavía este tenía la intención de venir con él esa noche.
Bueno, Snape decidió. Podía esperarlo afuera.
Atravesó la casa solo y luego salió a los escalones delanteros. En la hora en que había estado dentro, la temperatura había disminuido, con el viento azotando violentamente alrededor de su cabeza. Snape se preguntó si Harry tendría más sentido para guardar un abrigo o un suéter de lo que él había tenido esa noche. Pensó en volver a entrar para recordárselo, pero luego decidió que sería mejor transformar algo para arreglárselas si Harry se había olvidado de ello.
Snape se dio la vuelta cuando la puerta se abrió, pareciendo hacerse con más violencia por la fuerza del viento de lo que Sirius Black probablemente había pretendido. El labio de Snape se curvó al ver al hombre más alto saliendo con un abrigo negro colgado sobre sus hombros. Deslizando su mano en el bolsillo, Snape se aferró a su varita, preparado para atacar, como los instintos le habían enseñado hacía mucho tiempo cuando estaba atrapado solo con uno de los Merodeadores.
—¿Qué pasa? —preguntó, impasible.
—Quería una palabra antes de que Harry baje —dijo Sirius incómodamente.
—Acabemos con eso pronto, entonces —respondió él, con las cejas levantadas—. ¿Me vas a acusar de secuestro otra vez? ¿O crees que estoy a punto de llevar a Harry directamente al Señor Tenebroso esta vez?
—No debería haber dicho eso. —Sirius hizo una mueca y se metió las manos en los bolsillos, mirando hacia la tranquila calle—. Harry quiere ir. Me lo ha contado todo. Lo entiendo.
—Bueno, en ese caso —dijo Snape haciendo una pausa—, no veo ninguna razón para que me hables en este momento.
Sirius miró a una luz de la calle por un breve momento y luego pareció decidir algo, volviéndose para mirar a Snape.
—Todo se va al infierno —dijo concisamente—. Voldemort está alzándose y ambos sabemos que va tras Harry. Solo quiero que sobreviva a esto y tenga el apoyo que se merece. Necesita el equipo más fuerte detrás de él que pueda conseguir. Eso es todo lo que quiero. Si tú también quieres eso, Snape, entonces tal vez tú y yo tenemos más en común de lo que pensábamos.
Era un cambio inesperado de las amenazas que había estado anticipando y fue el turno de Snape de mirar fijamente en la distancia por un momento para ordenar sus pensamientos. Al final, dijo en voz baja:
—Sí quiero lo mismo.
—Bueno, entonces tal vez es hora de olvidar todo lo que hay entre nosotros —dijo Sirius.
—¿Olvidar todo? —dijo Snape fríamente, todavía mirando la carretera—. Casi me mataste.
—La palabra clave es ‘casi’ —sonrió Sirius, aunque rápidamente se calmó cuando vio que Snape no sonreía—. Está bien. Lo admito. Era un chico estúpido.
Snape se crispó y miró por encima del hombro a la puerta, que todavía estaba bien cerrada. El descaro de Harry por mantenerlo esperando, cuando él había sido el que había pedido venir en primer lugar… Sintió un aumento de pánico sofocarse dentro de él por el repentino pensamiento. Casi no culpó a Black por tener dudas, incluso si afirmaba que quería hacer las paces ahora. ¿Por qué Snape tendría que implicarse con el hijo de James Potter? ¿Qué estaba haciendo aquí?
—James y yo éramos idiotas —dijo Sirius pesadamente—. No estoy orgulloso de ello. Creo que es hora de que tú y yo sigamos adelante y trabajemos juntos... Por el bien de Harry.
Snape se obligó a mirar hacia atrás a Sirius y mirarlo por lo que era en ese momento: un hombre envejecido prematuramente, que había sido reverenciado de muchas maneras desde los años pasados en Azkaban. No era el matón que había humillado e implacablemente atormentado a Snape tan gravemente y que no había mostrado ni una piza de arrepentimiento cuando casi lo mató. Sirius Black ya no podía tocarlo. Snape aflojó el agarre de su varita, aceptando que no la necesitaba. Para todo lo demás que era y había sido para Snape, Sirius al menos no era algo que temer.
—De acuerdo entonces —dijo con impaciencia, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Encontrando una clemencia que no sabía que existía dentro de él, pero a la que se sentía obligado a reaccionar. Por la paz y por un chico que no merecía ser atrapado en el medio. Podía hacer eso.