Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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Lo mejor de la Hilandera

Snape no había invitado a Harry a quedarse, sino que lo había dejado todo en sus manos esa mañana cuando se habían despertado. Se había abstenido de decirle que empacara su mochila y estuviera listo para irse a Grimmauld Place inmediatamente después del desayuno. En vez de eso, se había entretenido por la mesa, se había servido una segunda taza de café y cuando Harry le había preguntado si podía salir, había accedido.

—¿Quieres que vaya y haga algo de comida? —le preguntó al mediodía, de pie en el umbral de la puerta trasera, cuando todavía no había llevado a Harry al cuartel.

—Algo de comer estaría genial —respondió Harry, después de vacilar por un breve momento.

Estaba un poco sorprendido por lo rápido que se había pasado la mañana, aunque se dio cuenta de que tenía bastante hambre. Había sacado una vieja bicicleta hecha polvo que había encontrado en el cobertizo el mes pasado. Le había parecido bastante atractiva al no tener su escoba. La cadena estaba bastante oxidada y estaba hecha para un niño un poco más pequeño que él, pero para cuando Snape había salido para preguntar si se quedaba un poco más, Harry había hecho algunas rampas con tablones de madera y se estaba divirtiendo bastante.

Había una razón para su comportamiento; el por qué estaba retrasando conscientemente su regreso a Grimmauld Place. Quería un poco de aire fresco y algo de tiempo a solas para procesar todo lo que acababa de aprender sobre Snape. Había hecho que Harry se diera cuenta de que aún no estaba listo para dejarlo. Había tanto que quería averiguar, cosas que todavía no entendía del todo, y parecía que a Snape no le importaba.

No se había apresurado a sacar a Harry por la puerta y no le molestaba la forma en que se había apoderado del jardín trasero. No hablaron más de lo que habían charlado anoche. En lugar de eso, mientras comían, Snape simplemente le hizo preguntas sobre sus amistades y el Quidditch. Había hecho que Harry se sintiera como si fuera una persona que le importaba a Snape. Con confianza, sabía que necesitaba, y quería, pasar más tiempo con él.

XXX

—Es lo único que realmente disfruté de ella, pero dejó de hacerlos después de que Dudley se pusiera a dieta —decía Harry unos días después—. Tía Petunia hizo que toda la familia la siguiera.

—¿Y cómo le va con eso? —preguntó, mirando con escepticismo la harina derramada por todo la encimera de la cocina, del suelo y del chico, que en ese momento extendía la masa en el medio de todo.

Harry había pedido asumir la responsabilidad del desayuno esa mañana, confesando haberse despertado con un anhelo particular por los rollos de canela con mantequilla que la tía Petunia había servido con frecuencia los domingos con el té. Aunque nunca había intentado hacerlos antes, se estaba divirtiendo un poco intentándolo.

Snape lo había permitido, adquiriendo los ingredientes que necesitaba, y luego se había sentado a la mesa para mirar con diversión. Era una escena que ninguno de ellos podría haber imaginado que sucediera antes, pero ahora se sentía perfectamente natural. Los últimos días que habían pasado juntos, completamente tranquilos, les habían hecho mucho bien.

—En realidad, no muy mal —respondió, dejando el rodillo sobre la mesa—. Aunque lanzó una gran rabieta y rompió un montón de cosas el verano pasado cuando comenzó. Todavía está enorme, pero interesarse en el boxeo lo ha hecho mucho más musculoso. No que considere que Dudley aprendiendo a golpear más fuerte y con mejor precisión sea un motivo de celebración, pero el tío Vernon estaba encantado.

Snape sonrió y se volvió hacia el diario de pociones que había colocado en la mesa frente a él, haciendo una marca rápida con su pluma. Harry puso unos gramos de mantequilla en el microondas para ablandarla y luego le echó un vistazo. Estos últimos días ciertamente había estado hablando más de sí mismo de lo que normalmente haría, pero Snape lo había alentado. Había expresado curiosidad por su infancia, que le gustaba y que no. A cambio, supuso Harry, por todas sus propias confesiones.

—Pero no la seguí —añadió Harry, con un toque de triunfo en su voz mientras abría el microondas, treinta segundos después.

—Por supuesto que no —dijo él, despreocupado, y levantó la vista del texto que estaba anotando—. ¿Cuándo has seguido las reglas?

—Cuando tienen sentido —respondió este, sacando un cuchillo del cajón de utensilios y luego usándolo para aplicar la mantequilla a la masa de forma uniforme—. Escribí cartas a todos: Hagrid, Ron, Hermione... —sonrió ante sus nombres y buscó un tarro de azúcar moreno—. La señora Weasley me envió muchos pasteles y todos los demás me enviaron algunos dulces para sobrevivir el verano. Los escondí debajo de una tabla suelta en mi habitación.

—¿Te refieres a la alacena? —preguntó Snape con tono sarcástico.

Harry se sonrojó ligeramente al recordar todo lo que este había visto durante sus lecciones de Oclumancia; todo el abandono y la humillación que había sufrido a manos de sus únicos parientes vivos. Snape ya sabía demasiado sobre él y sin embargo él se sentía inclinado a ofrecerle aún más. Cubrió la capa de mantequilla con una gruesa capa uniforme de azúcar moreno y se mantuvo de espaldas mientras respondía.

—Cuando llegó mi primera carta de Hogwarts dirigida específicamente a mi alacena, el tío Vernon me trasladó arriba al segundo dormitorio de Dudley. Estaba tratando de confundirlos. Él y tía Petunia estaban aterrorizados.

—¿Petunia? —interrumpió Snape.

—Sí, ella —dijo Harry con firmeza—. Estaba horrorizada. Odia la magia. Llamó a mi madre un monstruo una vez que se vieron obligados a admitirme que el mundo mágico era real.

—Entonces, supongo que nunca te contó sobre la carta que escribió una vez al profesor Dumbledore rogando que se le permitiera ir a Hogwarts. —comentó intencionadamente y Harry se dio la vuelta para mirarle.

Sus manos estaban cubiertas de azúcar y la parte delantera de su jersey estaba blanca de harina, pero parecía completamente asombrado.

—¿De verdad? —dijo boquiabierto.

—Sí, de verdad —sonrió Snape—. Ella también quería ser una bruja, al igual que su hermana. Por supuesto, no es así como funciona. Para recuperarse de su decepción, debe haberse tenido que convencer a sí misma de que la magia era una especie de aflicción horrible que había que temer y despreciar. Naturalmente tensó la relación entre Lily y ella. Mi padre era igual con mi madre.

—¿A él tampoco le gustaba la magia? —preguntó Harry, que todavía estaba completamente estupefacto ante la noticia de que su tía que odiaba la magia hubiera escrito una vez al profesor Dumbledore pidiendo un sitio en Hogwarts.

—Para nada —respondió Snape—. Y se le impuso de la misma manera que a tus tíos, porque mi madre no le dijo que era una bruja cuando se conocieron. Nunca usó la magia después de casarse; pero como estoy seguro de que sabes, los niños no pueden ejercer el mismo control. No podía guardar el secreto para siempre.

No podía estar más claro que Snape se refería a sí mismo como la causa de la verdad saliendo a la luz. Harry se preguntó en silencio cuánto había contribuido eso a la infelicidad de ese hogar y si había crecido sintiéndose tan poco invitado en su familia como los Dursley lo habían hecho sentir a él. Ciertamente parecía ser el caso.

—Una vez, Dudley y su pandilla me estaban persiguiendo en el recreo, salté y de alguna manera volé al techo de la escuela —compartió Harry—. Me metí en problemas por escalar edificios.

—Tu magia te protegió —dijo él en voz baja—. Recuerdo haber tenido experiencias similares.

—Sí, más de una vez —concordó, volviéndose y buscando un frasco de canela para espolvorear sobre el azúcar—. Lo llamaban "cazar a Harry".

—¿Ah, sí? —dijo Snape en voz baja.

Harry sintió un gran calor en sus mejillas y no estaba seguro de por qué le estaba diciendo todo eso a Snape. Tal vez solo necesitaba decirlo y sabía que él lo entendería. Tenían mucho en común. Más de lo que jamás hubiera soñado.

—Entonces, ¿cuál es tu plan para el resto del día? —preguntó Snape.

—Todavía no he pensado tanto, señor —confesó Harry, usando las manos para enrollar la masa en forma de cilindro.

Solo necesitaba cortarlo en partes individuales ahora.

Se concentró en eso durante los siguientes minutos para retrasar la respuesta porque no sabía cómo expresar lo dividido que se sentía en palabras. Había constantes punzadas en su estómago por echar de menos a Sirius y experimentar culpa por no estar con él. Sin embargo, también era reacio a dejar a Snape. Sus lealtades estaban divididas entre dos hombres que ni siquiera podían actuar civilmente durante unos minutos en la compañía del otro. Harry no quería decepcionar a Sirius o parecer que estaba traicionando la memoria de su padre al admitir lo mucho que había llegado a valorar la participación de Snape en su vida.

—No tienes que irte —dijo Snape lentamente—. Pero te llevaré de vuelta cuando hayas tenido suficiente. Sólo déjame saber lo que quieres.

Harry asintió con la cabeza para mostrar que lo había oído, pero todavía no estaba más cerca de tomar una decisión. Ni siquiera había sido capaz de admitir a nadie dónde estaba en ese momento. Era más fácil dejar que todos asumieran que todavía estaba fuera con Dumbledore, pero él sabía que la verdad saldría al final. Podía lidiar con Ron y Hermione, pero no quería herir los sentimientos de Sirius. Probablemente sería una buena idea volver cuanto antes mejor, pero casi había estado esperando a que alguien tomara la decisión por él. Algo que, por ahora, Snape se había negado a hacer.

—Diez minutos —dijo Harry, mirando el reloj en la pared una vez que había colocado la bandeja de rollos de canela dentro del horno.

—Debería dar tiempo suficiente para limpiar este desastre —comentó Snape, con los ojos fijos en el cuaderno en el que había estado trabajando durante la mayor parte de los dos días.

—¿O bastante tiempo para aprender un hechizo de limpieza? —sugirió con esperanza.

—Estoy ocupado —dijo Snape, regodeándose.

Los ojos de Harry se entrecerraron. Tuvo la tentación de buscar su varita y probar uno de los muchos hechizos que había visto usar a la señora Weasley en Grimmauld Place, pero no tuvo la oportunidad. Hubo un golpe brusco repentino en la puerta que lo hizo saltar. No recibían muchos visitantes y el golpe brusco significaba que no era Albus Dumbledore. Snape levantó la vista de su cuaderno con el ceño fruncido.

—Espera aquí —le dijo a Harry, pero tan pronto como Snape salió de la habitación, este se movió.

Se puso contra la pared en el pasillo donde sería capaz de escuchar, pero no ser visto por quien hubiera venido a llamar.

—Buenos días, Severus. —Harry reconoció la voz de Remus Lupin—. Dijiste que querías quedar tan pronto como volviera. Lamento no haber tenido la oportunidad de enviar un búho antes.

—No recuerdo la parte de traerlo a él —dijo Snape con frialdad.

Harry echó un vistazo desde la esquina y vio a Sirius pasar por delante de Snape en la casa, aunque el ceño fruncido en su rostro hizo que Harry no corriera para saludarlo. Permaneció donde estaba, viendo a Lupin lanzar una especie de mirada de advertencia a Sirius. Snape cerró lentamente la puerta y Harry se escondió de nuevo detrás de la pared para escuchar.

—Está en la cocina —dijo Snape brevemente—. ¿Supongo que por eso estás aquí, Black? ¿Crees que Dumbledore se va a alegrar de que hayas salido del cuartel de nuevo por eso?

—¿Parece que me importe lo que Dumbledore piense en este momento? —gruñó Sirius—. Si hubieras traído a Harry cuando se suponía que lo harías, hace días, entonces no habría llegado a esto.

—Harry no está siendo retenido en contra de su voluntad, Sirius —dijo Lupin en voz baja—. Pero en el futuro, Severus, realmente deberías haberle dicho a Sirius que estaba aquí.

—Esa no es mi responsabilidad. No me he apuntado a nada de eso. —Snape sonaba amargado—. El chico es más que capaz de hablar por sí mismo. Tal vez deberías preguntarle por qué decidió no decírtelo.

Harry se sintió completamente idiota mientras apoyaba la frente contra la fría pared detrás de la cual se escondía. Por supuesto, todo tenía que salir así. Había puesto a Snape y Sirius el uno contra el otro, en una esperanza equivocada de evitar ese enfrentamiento. Como si no hubiera habido suficiente hostilidad entre ellos para mantenerlos rumiando durante toda la vida, ahora Harry estaba en el medio sintiéndose casi como un niño por el que dos figuras parentales opuestas discutían.

—Todo lo que haces es quejarte de estar encerrado en esa miserable casa vieja, ¿pero eso es lo que quieres para él? —decía Snape—. Al menos, aquí puede salir.

—Y pasar el rato con la mano derecha de Voldemort, que probablemente ha estado pasando todo este tiempo envenenando a Harry contra su propio padre —replicó Sirius enojado.

—Sirius... —Lupin parecía dolido—. Lo prometiste.

—Remus, sabes que James se estaría retorciendo en su tumba —dijo este desesperadamente.

—No sé nada de eso. —La voz de Lupin estaba apenas por encima de un susurro ahora—. Y tú tampoco, Sirius. James no está aquí.

—Pero su hijo sí —dijo Snape fríamente, la cara blanca como un papel cuando Harry echó otra mirada desde la esquina—. ¿Por qué no vas a buscarlo y luego te vas de mi casa? Y esta vez, hazme un favor y no vuelvas.

Harry sintió que el color abandonaba su propia cara y se imaginó a sí mismo luciendo tan pálido como Snape en ese momento. Se alejó del pasillo, al haber oído ya lo suficiente. Intentó ahogar la discusión junto a la puerta haciendo todo el ruido que pudo; abrió el horno y luego soltó la bandeja de rollos de canela con fuerza sobre la cocina. Había abierto el grifo para llenar el fregadero con agua caliente y había comenzado a echar platos dentro, cuando Sirius finalmente entró en la cocina.

—Eh, Harry —dijo con rapidez.

—No tenías que irrumpir en la casa así —dijo este intencionadamente—. Me alegra verte, pero no necesito que me rescaten.

Sirius asintió con la cabeza varias veces, parecía un poco incómodo.

—¿Quieres ayuda con todo eso? —dijo al final, sacando su varita del bolsillo.

Con unos pocos movimientos, la encimera estaba limpia, los platos habían sido lavados al instante y habían volado a sus sitios en los armarios.

—Gracias —dijo Harry, apagando el agua.

Sirius asintió con la cabeza de nuevo.

—Remus acaba de subir con Snape. No creo que tarden mucho.

—Debería haberte dicho que estaba aquí —interrumpió Harry, disculpándose—. Siento no haber dicho nada.

—No, está bien —dijo Sirius sin importancia.

Cuando Harry todavía parecía inseguro, Sirius cruzó la habitación y lo agarró por los dos hombros.

—Si aquí es donde querías estar, entonces estoy bien con ello. Aunque no voy a pretender que no estoy completamente confundido...

—Ha sido bueno conmigo —admitió Harry—. Hemos estado hablando.

El labio de Sirius se contrajo.

—Puedes hablar conmigo también.

—Ya lo sé. De verdad —dijo Harry rápidamente, acercándose aún más a su padrino para poder apoyar la cabeza contra él. Las manos de Sirius soltaron su hombro para envolverlo en un fuerte abrazo. Esto tranquilizó a Harry, que no quería ni por un segundo que Sirius dudara de lo agradecido que estaba con él por absolutamente todo—. El profesor Snape iba a llevarme a Grimmauld Place después de desayunar —añadió, aunque no era del todo verdad.

La oferta se había hecho varias veces en los últimos días, pero Harry no se había decidido sobre lo que iba a hacer. No hasta que había visto a Sirius atravesar la puerta y había sentido como se avergonzaba de más por no estar con él.

—Bueno, supongo que Lunático y yo le ahorramos un viaje entonces —respondió Sirius.

Harry lo miró con preocupación.

—No deberías haber venido aquí. ¿Y si te atrapan?

—No te preocupes por mí —dijo él tranquilizándole, con una última palmada en la espalda antes de soltarlo para que inspeccionar los rollos de canela del horno—. ¿Ha hecho Snape esto?

—No, son míos —respondió Harry, sintiéndose un poco orgulloso de sí mismo—. Vi a tía Petunia hacer esto bastantes veces a lo largo de los años como para intentarlo.

—Tu madre también los hacía todo el tiempo —compartió Sirius, sirviéndose uno grande en el centro de la bandeja.

—¿De verdad? —preguntó Harry, con el corazón revoloteando un poco en el pecho.

—Sí —sonrió Sirius, acercándose para sentarse a la mesa. Empujó el cuaderno de pociones abierto de Snape, molesto, a un lado—. James y yo los devorábamos. Solía quedarme en la casa por mucho tiempo.

—Más bien se desmayaba en el sofá después de tomar demasiado whisky de fuego —sonrió Lupin, mientras entraba en la cocina. No lo habían oído bajar las escaleras.

Sirius se encogió de hombros impotente hacia Harry, que se rio.

—Estábamos en una guerra, necesitábamos soltarnos parte del tiempo. Por suerte, tu madre se lo tomaba bien. Sabía que los merodeadores venían en paquete.

Sonaba muy divertido para Harry. Aunque sintió una punzada en su corazón al pensar en la vida que le habían robado. Si Voldemort nunca hubiera matado a sus padres, él habría crecido en una casa llena de amor y risas con ellos y los mejores amigos de su padre. Era difícil pensar en ello y se apresuró a cambiar de tema.

—Mi mochila está arriba —les dijo—. Voy a ir a buscarla.

No esperó a una respuesta. Dejó a Sirius para explicarle a Lupin que iba a ir con ellos. Harry subió las escaleras con cautela hasta el segundo piso en busca de Snape. No le sorprendió que no hubiera regresado a la cocina con Lupin cuando habían acabado lo que hubieran estado haciendo. Harry había esperado que Snape se hubiera quedado por propia voluntad el resto del día en su laboratorio si eso significaba evitar otro encuentro con un hombre que despreciaba mucho. Era comprensible, pero aún molesto para Harry, quien habría apreciado que todos se llevaran bien incluso por unos segundos.

—¿Profesor?

Entró en el laboratorio y se dirigió directamente al escritorio donde Snape estaba sentado sin hacer nada en particular, aparte de tal vez esperar a que no hubiera moros en la costa. Tenía una pluma con la que toqueteaba un trozo de pergamino en blanco, pero no había tinta en ella.

—¿Qué pasa, Harry? —preguntó Snape, posando la pluma abajo.

—Yo… Eh... Voy a volver con ellos —terminó apresuradamente—. Al cuartel.

—Vale —dijo Snape sin emoción—. No hay problema. ¿Necesitas ayuda para guardar las cosas?

—No, solo traje un poco conmigo esta vez, ¿recuerdas? —respondió Harry, aunque no había ninguna razón real por la que Snape recordara eso. Había sido Dumbledore quien le había dicho a Harry qué llevar.

—¿Tienes tu capa de invisibilidad? —preguntó Snape, levantándose de la silla—. Dile a Black que la use cuando salgas. Si va a seguir insistiendo en engañar a la muerte, entonces debería tomar al menos algunas precauciones.

—Se lo diré —prometió Harry, siguiendo a Snape mientras salía del laboratorio y entraba en la habitación al otro lado del pasillo donde Harry dormía la mayoría de las noches—. Y yo no iba a...Quiero decir, pensaba... —Harry no sabía qué decir.

Cómo decirle a Snape que realmente no quería dejarlo y que apreciaba ese tiempo que habían pasado juntos. Volver a Grimmauld Place ahora no cambiaba eso.

—No sé por qué tartamudeas, pero te sugiero que lo dejes pasar —dijo Snape con calma.

—¿Puedo volver? —preguntó Harry.

Snape se encogió de hombros.

—Si quieres —respondió.

Después sacó la varita y la agitó hacia la ropa que colgaba sobre el borde de la cama. Se dobló ordenadamente en el aire y luego voló a la mochila de Harry. Era el trabajo de solo un par de sacudidas de varita y Harry había tenido razón en que podría haberlo hecho fácilmente a mano en casi el mismo tiempo.

Harry fue a recoger la mochila y colgarla sobre un hombro. De camino de vuelta a la puerta, Snape lo sorprendió agarrando suavemente su brazo con una sola mano, como había hecho esa noche en el salón. Harry se paró a su lado, sus ojos centrados en el tejido del suéter del profesor.

—Puedes venir aquí cuando quieras —le dijo, presionando un poco más firmemente con el dedo índice el hombro de Harry—. Y cuando volvamos al colegio... Todavía puedes venir a mí... Con discreción.

Sin pensarlo, Harry apoyó su mejilla contra la suave tela negra en el brazo de Snape, teniendo cuidado de no tocar donde la Marca Tenebrosa estaba marcada en su piel. No sabía lo que estaba haciendo y sus ojos se movieron de lado a lado con incertidumbre, mientras esperaba para ver si Snape lo empujaba. En vez de eso, sintió su mano firme sobre la parte posterior de su cabeza, sosteniéndolo ahí. Ninguno de los dos habló por un momento y luego Snape le revolvió el cabello cariñosamente y dejó caer su brazo.

—Se supone que habrá una reunión de la Orden en algún momento de la próxima semana. A menos que me llamen a otro lugar, te veré entonces —dijo Snape en voz baja.

Harry asintió con la cabeza.

—¿Podrías traerme aquí después de esa reunión? —preguntó esperanzado.

La boca de Snape se crispó como si estuviera a punto de sonreír.

—Sí —concordó él—. He disfrutado tenerte aquí.

Harry sonrió. Se balanceó ligeramente sobre sus pies. Se preguntó si debería abrazarle antes de irse o si simplemente salir. Reconocer y apreciar cuánto habían cambiado las cosas, incluso si Sirius abajo no quería reconocerlo, incluso si este se sentía herido por ello. En cualquier caso, Harry se sentía bastante desgarrado por tener que dejar al profesor Snape en ese momento. Los últimos días habían significado mucho para él. Para los dos, estaba seguro.

—Será mejor que te des prisa —le aconsejó Snape en voz baja, colocando una mano sobre la espalda de Harry y dándole un suave empujón hacia el pasillo—. Te veré pronto.

—Tenga una buena semana, señor —dijo Harry, mientras levantaba su mochila más fuertemente sobre su hombro y salía de la habitación para ir a buscar a Sirius y Lupin abajo.

Se sentía como un niño enviado de ida y vuelta entre dos casas de padres que se despreciaban mutuamente, lo que aún era preferible a no tener un hogar en absoluto. Tenía mucho por lo que estar agradecido y solo estaba empezando.

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