
El animago solitario
Sirius odiaba la oscuridad. Odiaba aún más estar solo en una casa vacía. Nadie había estado en el número doce de Grimmauld Place durante unos cuantos días y todos los que él había contado como compañía estaban en ese momento fuera. Harry, por supuesto, estaba con Dumbledore; Remus estaba trabajando en nombre de la Orden; y Hermione y los Weasley habían vuelto a la Madriguera para tomar un breve descanso de la sombría atmósfera de Grimmauld Place.
La casa se había vuelto tan silenciosa sin su presencia que el ambiente era extremadamente inquietante para él. Sin la distracción del caos ruidoso que seguía a la familia Weasley dondequiera que iban, Sirius no tenía nada para evitar que los pensamientos oscuros en su mente lo alcanzaran y los murmullos odiosos de su trastornado elfo doméstico, Kreacher, solo lo empeoraban. Su encarcelamiento actual tampoco requería que estuviera en constante alerta como lo había estado cuando vivía con ratas en una cueva. En consecuencia, se estaba hundiendo en un estado depresivo cada vez más profundo. A medida que los días se convertían en casi una semana, más inútil y olvidado se sentía.
—Pero siempre te tengo a ti, ¿verdad, Buckbeak? —dijo afectuosamente al hipogrifo, que se frotó en el hombro como respuesta.
Aparte del ejercicio que había conseguido por pasear inquieto por la casa vacía, Sirius había pasado la mayor parte de sus días y noches en la habitación del piso más alto que alguna vez había pertenecido a su madre. La espaciosa habitación dejaba que Buckbeak pudiera estirar sus impresionantes alas, aunque no le permitía suficiente espacio para volar. Eso era algo que tanto el hipogrifo como él echaban de menos completamente, al estar privados de su libertad en un intento por salvar sus vidas.
—No va a ser así por mucho más tiempo. —Sirius trató de sonar confiado, mientras acariciaba la magnífica cabeza de la criatura—. Te juro... Casi estoy considerando hacer una visita a Dumbledore en este momento, sólo para decirle esto. Entonces tú y yo podríamos volar sobre las nubes brillantes hacia un gran mañana. Tal vez incluso acabar con algunos mortífagos a medida que avancemos. Ya es suficiente... Esto no es vivir.
Soltó una carcajada, que terminó abruptamente cuando vio que Buckbeak estaba ahora completamente absorto en masticar algunos huesos de antes, sin escuchar. Aunque para ser justos, lo había oído todo antes, durante sus ataques de insomnio extremadamente comunes. Era difícil de alcanzar el sueño cuando no tenía bastantes estímulos durante el día como para sentirse realmente cansado. Era entonces cuando buscaba la compañía de la criatura condenada, tal como él lo estaba. Sirius se sentía comprendido cuando miraba a los orgullosos ojos de águila de Buckbeak. Y este sabía que la noche era cuando él estaba más torturado.
—Bueno, da igual —suspiró él—. Tendremos que planearlo un poco más. No puedo dejar a Harry después de todo.
Volvió a suspirar al pensar en el ahijado con el que no había pasado suficiente tiempo, pero que había provocado todos los actos más atrevidos de Sirius al preocuparse tanto. Después de todo, era el descubrimiento de que Colagusano se escondía en Hogwarts, cerca de Harry, lo que le había dado la fuerza para orquestar su fuga de Azkaban en primer lugar. Había estado a la fuga desde entonces, aunque siempre lograba mantenerse en contacto con Harry y brindarle apoyo en todas las formas que podía. Sirius nunca huiría de su jaula dorada si eso significaba abandonarle y sabía que Dumbledore contaba con eso. Era alarmante para él la rapidez con que sus espíritus habían disminuido durante solo un par de meses de confinamiento, pero no creía que a nadie más le importara verlo.
—Todo el mundo volverá pronto —gruñó, inclinándose aún más contra el lado de Buckbeak—. Entonces me esconderé aquí para tener un descanso lejos de ellos.
El problema era que ya sabía que la compañía regular no iba a hacer mucho para aliviar su sufrimiento. No cuando todavía estaba obligado a sentarse ahí y limpiar en silencio mientras todos los demás estaban arriesgando sus vidas por la Orden. Hacía que Azkaban se sintiera demasiado cercano y familiar, ya que invadía su mente cada vez más.
Sirius recordaba cómo todos los reclusos que gritaban y suplicaban al final se rendían al silencio completo, roto solo cuando gritaban en sus sueños. Había pasado doce años apenas usando su propia voz y nunca olvidaría, ni perdería por completo, la desesperanza de tal existencia. Había partes de él que estaban rotas sin posibilidad de arreglo y ni siquiera se había dado cuenta de lo mucho que temblaba a medida que sus pensamientos se volvían más mórbidos. No hasta que Buckbeak extendió su ala para cubrirlo como una manta.
Así fue como lo encontró Remus Lupin. Acurrucado junto a la criatura que, durante tanto tiempo, había sido su única compañía. Sirius parecía estar dormido, aunque eso nunca parecía consistir en mucho más que en descansar los ojos. Había pasado la mitad de su vida sintiéndose demasiado en riesgo para descansar de verdad y su amigo no se sorprendió al verlo levantarse de un salto incluso antes de que diera un paso más en la habitación.
—Bienvenido de nuevo, Lunático —dijo Sirius, forzando una sonrisa que mostraba todos sus dientes amarillos.
Los años en prisión habían hecho mella en su apariencia. Nadie habría negado que Sirius había sido el chico más guapo de su clase en Hogwarts una vez.
—Me alegra haber vuelto —sonrió Lupin, aunque parecía cansado y su capa de viaje tenía algunos cortes de más que no habían estado allí antes—. Tenía la esperanza de volver antes, pero Dumbledore quería un informe en persona antes de retirarme.
—¿Algo interesante? —preguntó con curiosidad.
—Sí, y todo es malo —respondió el otro—. Los hombres lobo no estaban interesados en lo que Dumbledore me envió a decir. No podemos encontrar empleo y vivimos en los bordes de una sociedad hostil en la que a casi todos les gustaría sacrificarnos. ¿Por qué deberíamos preocuparnos por ellos?
—¿Por qué deberían importarles Voldemort? —Sirius negó con la cabeza, incrédulo.
Sabía todo sobre la discriminación que su amigo había sufrido por ser un hombre lobo. Cómo había sido solo bajo la gracia de Dumbledore que se le había permitido asistir a Hogwarts para empezar. Ningún otro director lo habría arriesgado. Aunque una vez que había dejado el colegio, había significado ser despedido de cada trabajo que lograba obtener con el tiempo, viviendo en la pobreza y sufriendo extremadamente en cada luna llena. La gente lo miraba con miedo y disgusto una vez descubrían lo que era y Remus Lupin había aprendido a no acercarse demasiado a nadie.
—Voldemort les promete un lugar en su mundo cuando se haga cargo —respondió Lupin—. No importa si él también odia a los hombres lobo, ellos están acostumbrados a ser odiados. Al menos puede que ya no tengan que esconderse. Y en el caso de Fenrir Greyback, bueno, se le ha permitido usar túnicas de mortífago, ¿no?
—Es demencial —gruñó Sirius—. Completamente demencial.
Lupin asintió con tristeza y se acercó para hundirse en la banqueta frente a la mesa donde la madre de Sirius se había sentado una vez para maquillarse todas las mañanas. Enterró la cara en sus manos. Había sido una semana increíblemente larga para él. Sus días viviendo oculto con los hombres lobo habían sido precedidos por su transformación con la luna llena. Aunque no había sufrido como solía hacerlo, gracias a la poción preparada para él por Severus Snape, siempre se sentía muy agotador para su cuerpo convertirse en una bestia así.
—Solo esperaba poder hacer una diferencia —confesó, finalmente levantando la cabeza para mirar a su amigo—. Pero no puedo cambiar sus opiniones. La mayoría de los hombres lobo son para Voldemort y Dumbledore no se sorprendió cuando se lo dije. Dijo que lo que necesita que sea es su espía. No necesito reclutarlos para la Orden.
—Suena como una misión bastante genial —respondió Sirius.
—Sí —aceptó Lupin con cansancio—. Y me da un poco de perspectiva sobre cómo Severus debe sentirse la mayor parte del tiempo. Qué terrible es sentarse con gente horrorosa, planear cosas horribles y fingir que estás de acuerdo con ellas.
—Creo que eso está en la naturaleza de Snape —dijo este con frialdad.
—¿Eso crees? —Lupin levantó las cejas.
—Cuadra con él y se unió a ellos de buena gana. —Sirius se encogió de hombros—. Echarse hacia atrás y elegir el otro bando al final no cambia eso. Por otro lado, ser un hombre lobo no es un reflejo de tu carácter, Remus. Es solo tu pequeño problema peludo.
Sonrió y Lupin no pudo resistir a devolverle una sonrisa afectuosa. Era como James siempre había descrito su aflicción, cuando hablaba donde otros podrían escuchar. La gente había tenido la impresión de que Lupin había tenido un conejo travieso.
—Bueno, estamos destinados a estar en desacuerdo sobre el tema de Snape —dijo él diplomáticamente—. Aunque esa animosidad no debería interferir con la cooperación entre Harry y él. ¿Qué dijo Severus cuando lo dejó ayer?
Sirius frunció el ceño.
—No lo hizo.
—¿De verdad? —Lupin parecía sorprendido—. Porque Dumbledore me dijo que dejó a Harry con Severus la otra noche. Se suponía que debía traerlo de vuelta al Cuartel por la mañana. Había asumido que Harry debía estar abajo durmiendo.
—No he visto a nadie en días. —Sirius se puso de pie tan abruptamente que Buckbeak erizó las plumas sobresaltado. Aunque él ignoró esto, gruñendo—. ¿A qué está jugando? ¡Con mi ahijado!
—Sirius, estoy seguro de que Harry está bien —dijo razonablemente.
Sirius sacudió la cabeza mientras pasaba su dedo índice, inquieto, sobre sus labios. Era cierto que Harry le había dicho que él y Snape se habían llevado bien durante el mes que lo había estado entrenando, pero nunca había imaginado que realmente disfrutaría ese tiempo. No tenía sentido para él, especialmente porque no podía imaginar que a nadie le gustara la compañía de Snape. Aunque debía ser así o de lo contrario Harry habría regresado tan pronto como habría podido. No tenía sentido.
—Escucha, tengo que quedar con Severus sobre mi poción mañana de todos modos —dijo Lupin, con calma—. Veré cómo está Harry por la mañana y lo traeré de vuelta si quiere.
—Voy contigo, Remus —dijo Sirius con firmeza.
Notó que su amigo dudaba, pero Lupin nunca había sido bueno enfrentándose a sus amigos. Incluso cuando sabía que algo era una mala idea. Snape apenas le toleraba a él, pero se habían llevado lo suficientemente bien las últimas veces que habían interactuado. No estaba muy interesado en deshacer todo ese progreso llevando a Sirius, que no se suponía que debiera salir de Grimmauld Place igualmente.
—Venga, me comportaré. —Sirius forzó otra sonrisa.
—Bueno, siempre hay una primera vez para todo, Canuto —dijo Lupin, con escepticismo.