Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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Las mejores intenciones de Dumbledore

Sirius había puesto buena cara cuando Dumbledore le había explicado que se llevaría a Harry con él para hacer algún trabajo para la Orden, pero era obvio que era difícil para él.

—Diviértete, toma algunos riesgos —había dicho con un guiño, que solo sirvió para hacer que Harry se sintiera extremadamente culpable.

Y todo porque se sentía aliviado de ir a otra parte y estar a punto de hacer algo más que obsesionarse por lo que le preocupaba; sin embargo, reconoció que Sirius no tenía ese lujo, pues todavía era, en todos los sentidos imaginables, un prisionero, y un hombre tan animado siendo tan inactivo podría ser tan peligroso como lo que todos los demás estaban haciendo en nombre de la Orden.

Lupin los había dejado esa mañana para hablar con los hombres lobo, Harry había descubierto con las orejas extensibles que Hagrid estaba en una misión con los gigantes y Snape, por supuesto, estaba con Voldemort. Hacía que Harry se sintiera un poco como un traidor por salir del número doce de Grimmauld Place después de una estancia tan corta, sabiendo que Sirius estaba sufriendo por dentro y que no estaban nada cerca de limpiar su nombre.

—¿Has hecho apariciones conjuntas antes? —preguntó Dumbledore y Harry asintió con la cabeza antes de recordar que estaba bajo la capa de invisibilidad de su padre, como este había pedido.

—Sí —confirmó, acercándose automáticamente al lado de Dumbledore y moviéndose para agarrar su brazo con fuerza a través de la tela de su capa.

Se enrollaba alrededor de sus tobillos y se movía rápido con la brisa de la noche. Les había llevado más tiempo dejar Grimmauld Place de lo que uno hubiera esperado. Todos los asistentes parecían requerir una última palabra con Dumbledore.

—Es un viaje un poco largo —explicó este, disculpándose—, por lo que es posible que sientas cierta incomodidad durante un par de segundos más de lo que estás acostumbrado. Solo sigue agarrando mi brazo y déjame ser tu guía.

Le sonrió a Harry alentadoramente antes de hacerlos desaparecer. Harry apretó los ojos y sintió que su cabeza estaba siendo comprimida y que sus oídos necesitaban explotar. Esta vez iban más lejos que a la casa de Snape, estaba claro. Cuando sintió que sus pies tocaban el suelo duro, Harry abrió los ojos y vio que estaban lejos de Londres, pero en un lugar muy familiar. Hogwarts estaba iluminado a lo lejos, y él y Dumbledore estaban de pie en medio de una calle lateral desierta en el pueblo de Hogsmeade.

Harry recordó a Hermione diciéndoles a él y a Ron que nadie podía aparecerse en los terrenos de Hogwarts. Llegar a Hogsmeade debía ser la forma en que las brujas y los magos lograban sortear esa condición.

—¿Vamos a ir hacia el castillo? —preguntó, asumiendo que irían a pie el resto del camino.

—No —respondió Dumbledore, señalando hacia un viejo edificio deteriorado frente a ellos que apenas parecía merecer que se le mirara dos veces—. A Cabeza de Puerco. Tengo que recoger un mensaje allí. Lo uso como una especie de lugar seguro secundario. ¿Alguna vez has estado antes?

—No —respondió Harry—. Por lo general, solo visitamos las Tres Escobas.

—La mayoría de la gente lo hace —se rio Dumbledore, colocando una mano en la espalda de Harry, comprensivo, y empujándolo hacia el pequeño lóbrego pub, cuyas ventanas estaban tan sucias que era imposible ver el interior—. Atrae a una clientela interesante —explicó mientras sacaba la varita y la apuntaba a la puerta de madera que se abrió delante de ellos. Luego, cruzando el umbral, dijo alegremente—: Buenas tardes.

Y Harry, siguiéndolo, inmediatamente concordó en silencio que cualquiera que prefiriera favorecer el sucio establecimiento más que el pub una calle más abajo, tendría que realmente ser bastante interesante.

Cabeza de Puerco consistía en un lugar pequeño y extremadamente sucio que olía fuertemente a algo que podían haber sido cabras. A primera vista, Harry había pensado que el suelo estaba hecho de tierra, pero al mover su pie, se dio cuenta de que en realidad había piedra bajo los escombros de hacía años. Las velas que iluminaban el lugar estaban casi en las mínimas y un viejo camarero con el pelo largo, gris y una barba a juego frunció el ceño cuando entraron.

—¿Tardes? —gruñó, fulminando a Dumbledore con sus brillantes ojos azules de una manera que hizo que Harry se sintiera agradecido de estar aún oculto debajo de su capa de invisibilidad—. Ya ha pasado la medianoche, Albus. ¿Por qué una visita tan tarde?

—Sabía que estarías despierto, Aberforth —respondió Dumbledore tranquilo—. Siempre te ha gustado más la noche, incluso cuando eras pequeño. Además, simplemente no había tiempo suficiente para llegar antes. Solo tantas horas en un día, me temo.

—¿El Gran Albus Dumbledore no puede conseguirse un giratiempo? —preguntó Aberforth, burlón.

—Ah, un objeto tan peligroso cuando se pone en las manos equivocadas... —respondió alegremente—. No querría tentarme a mí mismo. ¿Ya ha estado aquí Mundungus?

—Si recuerdas, ese ladrón furtivo no tiene permitido entrar desde hace años —dijo Aberforth con frialdad—. Tuviste bastante desfachatez...

—Muy comprensible —interrumpió Dumbledore—, pero no dije que necesitaras servirle un trago. Necesitaba su informe y teníamos suficiente para proseguir en el Cuartel esta noche sin que él se pasara por allí.

—Pero él sí necesitaba efectivo —dijo este con brusquedad, señalando con la cabeza hacia una vieja caja registradora de madera colocada en la esquina del mostrador.

Dumbledore se quitó la capa púrpura de viaje y la colgó sobre el respaldo de una silla mientras caminaba detrás de la barra y recogía un pergamino desgastado. Sin saber lo que se suponía que debía hacer, Harry se quedó cerca de Dumbledore. Miró rápidamente por encima del hombro del director para tratar de averiguar lo que estaba escrito, pero antes de que pudiera comenzar a decodificar la descuidada letra, Dumbledore había guardado el pergamino en su bolsillo.

—Si has terminado de leer eso, es posible que encuentres algo que te interese aquí —dijo Aberforth, levantando una copia de El Profeta, que tenía una mancha circular en la primera página desde donde había posado su vaso.

—¿Algo más interesante que ser pedido que deje el cargo de Jefe Supremo del Wizengamot? —preguntó Dumbledore a la ligera.

—¿Crees que es una broma, verdad, Albus? —preguntó él, sacudiendo la cabeza—. Estás molestando a mucha gente poderosa.

—Ese es el problema con decir la verdad a aquellos que no quieren oírla —suspiró Dumbledore—. No te hace muy popular.

—Podría llevarte a Azkaban —advirtió Aberforth, pero Dumbledore sonrió con tristeza y extendió la mano en el aire para tirar del hombro de Harry y acercarlo, como si hubiera sabido desde el principio exactamente dónde estaba.

—Puedes quitarte la capa ahora —explicó suavemente—, solo estamos nosotros y mi hermano aquí.

Harry no necesitó que se lo dijeran dos veces y se la quitó, haciéndola una bola que cabría dentro de su bolsillo. Era muy consciente de los ojos de ambos sobre él y cuando levantó la cabeza, Aberforth parecía muy sorprendido que hubiera aparecido de repente. Pero todo lo que dijo fue: 

—También te mencionan aquí.

—¿En el periódico? — preguntó Harry, sin siquiera molestarse en preguntar cómo Aberforth había sabido al instante quién era.

Estaba acostumbrado a ser reconocido dondequiera que fuera.

—La prensa es un amigo muy inestable, me temo —dijo Dumbledore en voz baja—. Aunque aprendiste un poco de eso con los artículos de Rita Skeeter del Torneo de los Tres Magos, ¿no?

—¿Qué está diciendo ahora? —preguntó, con una gran sensación de temor en el estómago.

—Oh, no es ella esta vez —respondió Dumbledore—. Es solo el tono general en todo el periódico. No están muy contentos con ninguno de nosotros en este momento. O debería decir, Fudge no lo está. Todavía no quiere creer que Voldemort haya vuelto y eso lo deja con la alternativa de tratar de desacreditar a las personas que insisten en ello. No lo leas, Harry. No servirá de nada.

—¿Pero él quiere ponerte en Azkaban por eso? —le preguntó Harry, alarmado.

—Eso nunca sucederá —dijo Dumbledore, con una pequeña sonrisa en sus labios.

—¿Estás seguro? —se burló Aberforth—. Te está despojando de todos tus honores y poniéndote en ridículo. Si influencia tu apoyo público...

—Solo no quiero que me quiten de los cromos de rana de chocolate —dijo este, guiñándole un ojo a Harry—. Mi mejor logro, o al menos el más delicioso. En cuanto a todo lo demás, siempre hay consecuencias de hacer lo correcto, pero lo hacemos de todos modos. Al final, tendrán que reconocer la verdad.

—Mientras estés seguro —dijo Aberforth indeciso, pero Harry se encontró asintiendo con la cabeza a las palabras de sabiduría de Dumbledore.

Estaba un poco sorprendido por lo mucho que el Ministro de Magia haría para ignorar la verdad del regreso de Voldemort. Harry no creía ni por un minuto que Fudge pensara sinceramente que estaban mintiendo. Era un caso de negación extrema, una incapacidad o falta de voluntad para aceptar lo que era real, y costaría muchas más vidas innecesarias. El Ministerio estaba haciendo exactamente lo que Voldemort quería que hicieran y la única solución era seguir resistiendo. Dumbledore claramente no tenía intención de permanecer en silencio y tampoco Harry, sin importar lo que la gente dijera de él.

—¿Crees que podríamos tomar una copa, Aberforth? —preguntó Dumbledore—. ¿Un poco de hidromiel? Ha sido un día muy largo.

—¿También necesitas habitaciones esta noche, Albus? —preguntó, sacando dos botellas extremadamente polvorientas de debajo de la barra y colocándolas en el mostrador en frente.

—No, tenemos que irnos —dijo Dumbledore vagamente, mientras se sentaba en un taburete en el bar.

Harry siguió su ejemplo y se sentó a su derecha, sintiendo el taburete tambaleándose inestable con su peso.

—Cerrarás entonces, ¿verdad? —preguntó Aberforth roncamente—. Quiero irme a la cama. No estoy de humor para tener compañía.

—Absolutamente, no te quedes por nosotros —respondió Dumbledore, deslizando una botella hacia Harry—. Salud, Harry.

Harry tomó un sorbo de su hidromiel y pensó que no había probado nada parecido antes. Era muy bueno y lo disfrutó inmensamente mientras veía a Aberforth cerrar la caja registradora de madera con una llave que llevaba en una cadena alrededor de su cuello debajo de la barba. Luego encendió la punta de su varita y subió por una vieja escalera inestable escondida dentro de una gran puerta del armario sin decir una palabra más. Ni Harry ni Dumbledore hablaron durante varios minutos cuando el otro se marchó, pero el director tarareó distraídamente en voz baja entre sorbos de hidromiel y sacó el pergamino una vez más para ojearlo.

—¿Qué es eso? ―preguntó Harry con curiosidad.

—Es de un miembro de la Orden, Mundungus Fletcher. Si bien uno bastante controvertido —explicó Dumbledore con un brillo en el ojo—. Mi hermano le prohibió la entrada hace años por usar este lugar como base para vender artículos robados e ilegales. Aunque, a pesar de su falta de escrúpulos en cómo elige ganarse la vida, Mundungus es muy valioso para nosotros. Él oye cosas que nosotros no. Es muy útil tener a alguien así de tu lado. Se necesita todo tipo de gente, después de todo.

—¿Es un espía? —preguntó Harry, pensando en Snape.

—Mmm... Más como un informante —respondió Dumbledore—. Perdona mi franqueza, pero el alcance general de la contribución de Mundungus Fletcher a la Orden es que le pido que me diga cuando escuche algo que yo pueda encontrar interesante. Rara vez le confío algo más sensible sin supervisión, a menos que no tenga absolutamente ninguna otra opción.

—Entonces, ¿ha oído algo importante? —Harry urgió.

—Sí —asintió Dumbledore y agitó la varita alrededor del bar vacío para lanzar lo que Harry asumió que era una especie de encantamiento de privacidad—. En su mayoría solo está confirmando lo que ya sabemos. Por ejemplo, he sabido desde hace tiempo que Voldemort tiene los ojos puestos en algo oculto en las profundidades del Ministerio de Magia pero, por supuesto, no va a entrar para conseguirlo él mismo. Según Mundungus, a muchos de sus compañeros se les ofrece oro a cambio de recados y tareas, si Voldemort esté detrás de eso... Bueno, no me sorprendería. Él opera en secreto principalmente y tiene un seguimiento mucho más grande que solo sus mortífagos, que consisten en su círculo más cercano.

—Eso significa que hay mucha más gente trabajando para él que solo los que estaban en el cementerio —dijo Harry lentamente.

—Muchos más —asintió él—. Y una mayoría podría ni siquiera estar al tanto de lo que están haciendo exactamente. Otros, como pequeños ladrones y estafadores, no dudarán en hacer un trabajo extraño a cambio de un poco de control. Es una red muy enmarañada, Harry. Es difícil de entender. Aún más difícil de tratar y navegar sin errores graves, y los errores pueden ser fatales.

—¿Crees que Snape cometió un error? —preguntó Harry.

—El profesor Snape, Harry —corrigió Dumbledore.

Harry lo intentó de nuevo.

—¿Crees que el profesor Snape cometió un error?

Todo lo que Dumbledore estaba diciendo parecía resaltar cuán imposible había sido la tarea que le había encomendado a Snape. Harry comprendió completamente ahora que este era brillante, una de las personas más inteligentes que conocía, después de Dumbledore. Había elaborado una poción para proteger la mente de Harry, modificado la Matalobos para cambiar la vida de Lupin y luego se iba a trabajar para Voldemort como si no fuera nada. Todo parecía sugerir que era sólo cuestión de tiempo.

—No creo que el profesor Snape haya cometido un error —respondió al final Dumbledore—. Nada sugiere eso y estoy completamente seguro de sus habilidades. Mundungus solo confirmó que Lucius Malfoy no ha sido visto en el Ministerio desde hace unos días. Le pedí que lo siguiera, ¿sabes?

—¿Y eso que significa? —preguntó Harry.

—Bueno, supongo que el señor Malfoy está con Voldemort; está usando su mansión como base de todos modos —dijo Dumbledore—. Y Severus todavía debe estar allí también. Estoy seguro de que nos lo contará todo cuando pueda regresar.

—Sin embargo, no lo sabes —dijo él, sintiéndose completamente insatisfecho de que estuvieran siendo tan inactivos.

—No, pero mis conjeturas suelen resultar correctas —respondió Dumbledore con calma—. Eres bastante como tu padre y como tu padrino, ya que puedo ver que es difícil para ti quedarte quieto cuando alguien que te importa podría necesitar ayuda.

—Realmente no... —murmuró Harry en su bebida.

Dumbledore sonrió.

—Hay todo tipo de valor, Harry. A veces necesitamos el tipo que requiere que no actuemos, sino que seamos pacientes.

—Entonces, ¿por qué me has traído aquí? —preguntó, sintiendo una punzada de molestia.

Había estado esperando trabajar. Ver a Albus Dumbledore en acción, consiguiendo información que llevaría al regreso de Snape. No sólo con una actitud de lo que sería, ya será.

—Te traje porque quiero estar allí cuando el profesor Snape regrese, creo que le debo eso cuando estoy disponible y me gustaría que tú también estés allí —respondió él, mirándolo cuidadosamente a través de sus penetrantes ojos azules—. Creo que es lo correcto.

—¿Por qué? —preguntó Harry, que sabía por experiencia que lo que le gustaba a Snape cuando regresaba de una reunión con Voldemort no era más que una cama cómoda y que lo dejaran solo.

—Porque aunque fui honesto cuando te dije esta noche que eres nuestra mayor oportunidad, debo agregar que nada de eso será posible sin el trabajo que el profesor Snape está haciendo —dijo Dumbledore—. Estáis del mismo lado. Queréis lo mismo. Lo necesitas tanto como nosotros te necesitamos a ti. Por eso os hice trabajar juntos este verano. Pensé que si la situación no resultaba ser un completo fiasco, podría haber alguna esperanza. Y creo que tenía razón.

—Pensé que solo querías que aprendiera Oclumancia —dijo Harry, incómodo.

—Una habilidad muy necesaria y una que espero que practiques todos los días como se te instruyó, aunque se debe dar mucho crédito a las excelentes habilidades del profesor Snape en pociones —sonrió Dumbledore—. Pero siempre hay un plan mayor, Harry. Siempre pienso en el futuro.

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