Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
All Chapters Forward

El lamento del general

Casi todos aceptaban a Albus Dumbledore como el mago más brillante y poderoso de su tiempo. La gente lo admiraba con grandes expectativas y saber que todas las vidas estaban básicamente en sus manos era una carga pesada de soportar. Era el único que Voldemort había temido y, todos los días, Dumbledore se enfrentaba a decisiones imposibles que no quería tomar, pero que sabía que eran esenciales para llevar a cabo sus planes más importantes.

Como un experto jugador de ajedrez que tenía que considerar todas las piezas, él sabía que algunos sacrificios serían inevitables. Al igual que la última vez, se perderían innumerables vidas, se destruirían familias y Dumbledore tendría una mano reacia en todo. Solo le consolaba saber que, al elegir actuar, en realidad estaba evitando mucho más horror de lo que él contribuyera. Aunque muchos dudarían de él y criticarían las controvertidas decisiones que haría, nadie era más duro con Dumbledore que él mismo.

—¡Ahí estás, Albus!

Dumbledore giró la cabeza para sonreír a Minerva McGonagall, que salía del número doce de Grimmauld Place para encontrarlo solo en el porche para descansar y refrescarse. Tenía su reloj de bolsillo en la mano, observando los movimientos planetarios —con perfecto sentido para él— alrededor de la carátula. Lo metió en el gran bolsillo de su túnica púrpura cuando la subdirectora se acercó a su lado para ofrecerle una de las dos copas de vino que llevaba.

—Gracias, querida —dijo él, levantando su vaso para brindar con ella antes de tomar un pequeño sorbo y, mirando por encima de su nariz torcida al observar el inusual vestido de Minerva con una falda recta azul marina y un abrigo negro muggle, añadió—: Debo decir que te ves particularmente encantadora esta noche.

—Hoy estuve en Brighton —explicó—. Conseguí hacer cada parada que me pediste.

—Excelente —dijo Dumbledore—. ¿Algún problema?

—Tuve que despistar a Dawlish —sonrió Minerva—. El ministerio claramente todavía está tratando de mantenerse al día con las idas y venidas de tus amigos, pero aparte de eso, todo fue bien. Te lo contaré dentro una vez nos sentemos a la reunión. Ahora solo estamos esperando a Severus.

—Sí —suspiró él, mirando hacia el cielo nocturno que estaba borroso por las luces de las calles y cubierto de nubes. Pero no había señales de Severus Snape en ninguna parte. No se había puesto en contacto para nada desde que se había ido a entregar a mano las pociones solicitadas por Voldemort y, aunque Dumbledore se abstenía de mostrarlo, se estaba preocupando un poco—. Tal vez unos minutos más —dijo en voz baja—. Da a todos la oportunidad de disfrutar de los excelentes aperitivos de Molly y el whisky de fuego que he traído.

—Si esperas mucho más, es probable que Black tenga a todos jugando al beer pong o alguna tontería —advirtió Minerva con desaprobación—. Y luego nos costará conseguir que todos se tranquilicen para los asuntos serios. ¿Te gustaría que fuera a comprobar la casa de Severus?

—No, no está allí —respondió Dumbledore, un ligero tono de preocupación en su voz que la profesora McGonagall captó de inmediato.

No era que Snape nunca hubiera estado fuera por largos períodos con los mortífagos antes, pero específicamente había enfatizado que esperaba ser rápido esta vez. Ahora habían pasado más de veinticuatro horas desde que había hecho contacto.

—Es un brillante Oclumante —dijo ella, agarrando el vaso muy fuertemente en su delgada mano—. Estoy segura de que está bien. Quien Tú Sabes está obligado a apreciar a uno de los pocos mortífagos que tiene que posea más que un mínimo de sentido.

—Tienes toda la razón —convino Dumbledore—. Aunque Lord Voldemort muestra tan poca misericordia a sus seguidores como a sus enemigos. Y Severus ya ha sido gravemente herido más de una vez por seguir mis órdenes.

—No debes culparte, Albus —dijo Minerva, ajustándose las gafas que se habían deslizado de forma desequilibrada cuando se había estremecido al oír el nombre de Voldemort—. Lo que le mandas hacer es crucial. No tendríamos ni idea de por dónde empezar sin su información. Y Severus está de acuerdo. No está resentido.

—Sabe lo que se espera de él —asintió Dumbledore y su sonrisa se torció divertidamente—, aunque él sería el primero en señalar que espero quizá demasiado.

—Bueno, obligarlo a él y a Potter a compartir una casa durante un mes me pareció un poco excesivo —admitió ella.

—Ah, pero esa fue una de mis mejores ideas —dijo traviesamente.

—Y pensé que solo íbamos a agradecer de que ninguno de ellos terminara matando al otro. —Minerva negó con la cabeza—. Por supuesto, sé que tienes tus razones.

No había nadie en quien ella confiara más que en Albus Dumbledore. Después de casi cuarenta años instruyendo con él e incluso remontándose a sus propios años escolares como una de sus alumnas más apreciadas, Minerva McGonagall siempre había respetado profundamente al excéntrico director. Ella aceptaba sus decisiones con muy poca vacilación y lo apoyaba de todo corazón incluso sin conocer la historia completa. Considerarse a sí misma como una de las mejores amigas de Dumbledore no le impedía a este seguir siendo un misterio, pero eso era algo a lo que se había acostumbrado.

—Vi la oportunidad de que aprendieran a trabajar juntos y me lancé a ello —explicó Dumbledore, con sus ojos azules brillando alegremente sobre sus gafas de media luna.

Minerva frunció el ceño.

—¿Pensé que no querías que Potter supiera demasiado? Y aun así, lo moviste con Severus, que tiene contacto regular con Quien No Debe Ser Nombrado. No lo entiendo.

—Quería que viera de primera mano lo que el profesor Snape soporta por nuestro bien, por nuestro lado —respondió—. Harry nunca va a dudar de su lealtad después de lo que ha presenciado. Y quería que Severus tuviera la oportunidad de ver a Harry por sí mismo.

—No creo que eso sea posible después de todo lo que sucedió con James y Sirius durante sus años en Hogwarts —dijo ella honestamente.

—Oh, yo nunca digo nunca —dijo Dumbledore agradablemente—. Y Harry ha aprendido los fundamentos de la Oclumancia a cambio de que se le permita pasar el resto del verano aquí en el Cuartel General. Está atento a beber la poción que el profesor Snape prepara para él y su mente está protegida tan bien como la tuya o la mía. Creo que ha funcionado muy bien.

—Bueno, ya veo que es obvio que estás muy contento —dijo Minerva con ironía—. Tendré que pedirle a Severus que confirme si comparte tus sentimientos la próxima vez que lo vea.

Pero todo lo que eso hizo fue hacer que su ausencia se sintiera más profundamente. Todos se arriesgaban por la Orden y sabían que podrían verse obligados a pagar el precio mayor como tantos otros lo habían hecho antes. Lo aceptaban, porque había cosas por las que valía la pena morir y cosas mucho peores que la muerte. Sin embargo, nadie, además de Severus Snape, tenía que mirar a los ojos de Lord Voldemort y mentir entre dientes. Engañar al Legeremante más grande que el mundo había visto, incluso bajo coacción y tortura.

—Supongo que iremos dentro —suspiró Dumbledore con pesadez, después de quizá otro minuto donde Snape no apareció de repente tarde para una reunión a la que odiaba asistir de todos modos.

—Sí. —Minerva asintió con brusquedad, cogiendo el vino de Dumbledore que apenas había sido tocado. Desapareció los dos vasos, mientras Dumbledore sacaba su reloj una vez más para echar un rápido vistazo—.¿Qué es eso? —preguntó abruptamente, habiéndose dado la vuelta para volver a entrar y vislumbrando una cuerda de color carne flotando hacia arriba.

Sus rápidos reflejos no le dieron a Dumbledore la oportunidad de responder. Se había transformado en su forma animaga. El gato atigrado gris con marcas de gafas alrededor de los ojos sacudió sus bigotes y movió su cola adrede antes de que Dumbledore siquiera notara la oreja solitaria colgando de lo que parecía un largo trozo de cuerda. Minerva se había abalanzado sobre la cornisa y luego al aire para golpearla con su pata. Con las garras fuera, cortó la delgada cuerda de carne con una facilidad exacta, y se escucharon fuertes quejas desde la ventana de arriba.

—Increíble —exclamó Dumbledore, arrodillándose para coger la realística oreja artificial del suelo. La sostuvo cerca de la cara y la giró unas cuantas veces en su mano antes de mirar hacia la ventana abierta de arriba—. Señores Weasley, si estuviéramos en el colegio ahora mismo, tendría que otorgar cincuenta puntos a Gryffindor por su uso práctico y creativo de la magia —gritó, con diversión.

—En serio, Albus —dijo Minerva irritada, una vez que había vuelto a su forma humana y se quitaba algo de pelaje de la falda—. Estaban escuchando cada palabra que decíamos.

—La curiosidad no es un pecado —dijo él en voz baja—. Es natural que quieran saber más de lo que deberían. Aunque deberíamos tener precaución. Pondré más encantamientos de seguridad en la habitación en la que nos vamos a reunir.

—Y me quedaré con eso —dijo Minerva con rigidez, levantando la oreja artificial con dos dedos de la palma extendida de Dumbledore y entrando en la casa.

No se adelantó a la sala de estar, donde los otros miembros de la Orden estaban socializando antes de la reunión. En su lugar, subió las escaleras y entró en el primer dormitorio que vio. Vio inmediatamente a Harry, Hermione y los cuatro Weasley más jóvenes sentados juntos, en la cama más cercana a la ventana. Todos la miraron con cautela, pero antes de que ella pudiera decir nada, ambos gemelos comenzaron a hablar a la vez.

—Somos mayores de edad, profesora —gruñó Fred.

—Ahórrame el drama, señor Weasley —dijo bruscamente la profesora McGonagall, moviendo la mitad inferior rota de la Oreja Extensible hacia él—. Estabais escuchando una conversación privada. Nada más.

—Bueno, ¿de qué otra manera vamos a saber qué está pasando? —preguntó George.

—De ninguna —replicó ella, mirándolos a todos con sus ojos oscuros. Hermione parecía avergonzada y Ron parecía nervioso. Fred, George y Ginny parecían tal vez tan irritados como ella en ese momento, pero Minerva se centró en Harry por más tiempo—. Potter, ¿dónde tienes la cabeza? El profesor Snape ha pasado todo el verano contándote sobre el vínculo entre tu mente y El Que No Debe Ser Nombrado, ¿y sigues pensando que es una buena idea tratar de encontrar información de la que no estás al tanto por una razón?

—Tomo mi poción y aprendí Oclumancia —dijo Harry a la defensiva.

—Eres un Oclumante aficionado, Potter —espetó Minerva—. Ejercita el sentido común. No necesitas saberlo todo. Tienes quince años.

—Harry ha hecho tanto como cualquiera de la Orden —replicó Fred, indignado.

—No me importa —dijo Minerva con frialdad—. Y tampoco me importa cómo de mayor te sientas, Weasley. Todavía estás en el colegio, como tu madre te ha recordado repetidamente durante todo el verano. Debería decirle lo que estabas haciendo.

—No le tengo miedo —murmuró Fred incrédulo y la profesora McGonagall lo miró frunciendo tanto las cejas que se parecía sumamente a un halcón.

McGonagall decidió que no quería decir nada más y sabía que no había logrado nada más que desahogarse. La habilidad de Fred y George Weasley para causar travesuras era superada sólo por personas como James Potter y Sirius Black durante sus años en Hogwarts. Y a pesar de que casi siempre tenía las mejores intenciones, Harry tenía una habilidad terrible para romper reglas e involucrarse en cosas que no debería, y sus amigos casi siempre lo seguían. Sabía que estaba desperdiciando el aliento.

—Esto... ¿Profesora McGonagall?

—¿Qué pasa, señorita Granger? —preguntó ella, cansada.

—¿Alguien va a tratar de averiguar si el profesor Snape está bien? —preguntó nerviosamente.

La expresión de Minerva se suavizó ligeramente.

—No, señorita Granger —respondió con voz amable—. Eso es imposible. Demasiado arriesgado, incluso para el profesor Dumbledore. No hay nada que ninguno de nosotros pueda hacer, además de aferrarse y esperar lo mejor.

Sus ojos volvieron a posarse en Harry, que no dijo nada. Luego se obligó a salir de la habitación con una última advertencia severa sobre lo que pasaría si los atrapaba a ellos o a un oído extensible en cualquier lugar cerca de la reunión. Bajó y ellos oyeron el sonido de sus botas de tacón caminando pesadamente en cada paso, oyéndose más débilmente al alejarse más.

—Vieja entrometida —se quejó Fred, una vez que supieron que la profesora McGonagall estaba a una larga distancia—. ¿Qué más le dará, igualmente? Apuesto a que mamá la ha incitado.

—No crees que Quien Tú Sabes haya descubierto a Snape, ¿verdad? —preguntó Hermione con ansiedad, mirando a Harry que parecía tener el rostro blanco, pero no respondió.

—¿Y si ha torturado a Snape hasta que le dijera todo lo que averiguó sobre ti este verano? —preguntó Ron nerviosamente.

—No dirá nada —respondió Harry, inseguro de muchas cosas, pero no de eso.

Ya había visto a Snape soportar la Maldición Cruciatus y que Voldemort le destrozara sin romperse. Era un maestro en la Oclumancia y seguramente también podría resistir la maldición Imperius. Voldemort ni siquiera sería capaz de usar Veritaserum para interrogar a Snape porque él era su maestro de pociones y Harry se sentía seguro de que este tendría un plan para beber a hurtadillas un antídoto para cualquier situación de ese tipo. Pero aún más, Harry sabía que Snape moriría con gusto antes que traicionar su bando... Que era exactamente lo que él temía que pasara.

—Apuesto a que hay algo que Dumbledore podría hacer si quisiera —dijo Ginny con seriedad—. Quiero decir... Es Dumbledore.

—Nada que no acabara con la identidad de Snape en un milisegundo —respondió George—. Y si Quien Tú Sabes supiera que es un traidor, entonces ya estaría muerto.

—Probablemente todavía esté con Voldemort —dijo Harry, impaciente e incapaz de aguantar más ese juego de adivinanzas, observando como todos los demás se estremecían ante el nombre—. No es como si pudiera largarse para ir una reunión rápida con Dumbledore, ¿verdad? Además, ya antes ha estado fuera por un largo tiempo.

Tal vez no por tanto tiempo, pero la mayor parte de una noche había sido un caso común. Snape tampoco recibía nunca ninguna advertencia antes. En un momento estaría transformando el sofá en su cama improvisada y cambiándose al pijama, y al siguiente estaba vestido con las túnicas negras que siempre llevaba alrededor de Hogwarts saliendo por la puerta, sin nada más que un adiós cortante a Harry y ordenándole que no le esperara. Solo que Harry siempre lo había hecho.

—¿Qué hace cuando está con Quién Tú Sabes? —preguntó Ron con curiosidad.

—No me lo decía —respondió Harry—. Pero le convocó ocho veces cuando yo estaba allí. La primera vez fue la peor. Fue torturado. Pudo haber muerto fácilmente.

—¿Por Quién Tú Sabes? —preguntó Ginny, aterrorizada.

Harry asintió. Incluso después de enfrentarse a Voldemort como él mismo había hecho en el cementerio, todavía se quedaba bastante asombrado por el valor silencioso de Snape. El propio Harry no había tenido tiempo de pensar y hacer nada más que reaccionar y tratar de mantener la cabeza en alto ante la muerte. La vida de Snape transcurría en un espantoso limbo de espera para ver cuándo lo llamaría Voldemort. La expectativa podría ser incluso peor que los momentos que pasaba al lado de este.

—Bueno, Quién Tú Sabes está convencido de que Snape es su espía, ¿no? —dijo Hermione sabiamente—. Me imagino que es una línea muy fina para caminar, darle suficiente información sobre la Orden para parecer útil pero retener las piezas más cruciales.

—Me duele el cerebro solo de pensarlo —dijo George, sacudiendo la cabeza.

—Y Quién Tú Sabes puede leer las mentes también —le recordó Fred.

—Sí, así que Snape tiene que bloquearlo constantemente —dijo Ron comprensivo.

—Bloquearlo no —corrigió Hermione—, porque Quien Tú Sabes notaría si uno de sus mortífagos estuviera protegiendo la mente de él, ¿no es así? Lo que Snape tiene que hacer es aún más complicado que eso. Tiene que ocultar cualquier pensamiento o recuerdo que contradiga la historia que le está ofreciendo y al mismo tiempo también parecer completamente transparente.

—No puedo ver cómo alguien podría hacer eso sin al final meter la pata —respondió Ron—. Es imposible.

—No lo es —le dijo Hermione—. El profesor Snape ha hecho esto con éxito muchas veces. Que Harry sepa, al menos ocho en el último mes, y hemos descubierto que se convirtió en espía la última vez que Quién Tú Sabes estuvo en la cima de su poder también.

Sin embargo, Harry pensó que Ron tenía razón. Parecía demasiado optimista creer que Snape nunca cometería un error, sin importar cuán hábil y disciplinado fuera. Snape era la mano derecha de Dumbledore. Le había dado al “Niño que Sobrevivió” lecciones privadas e incluso le había abierto su casa a regañadientes.

Snape trabajaba activamente contra Voldemort todos los días de su vida y tenía la extraordinaria tarea de convencer simultáneamente a este de que estaba haciendo lo contrario. Harry no podía imaginar cómo Snape incluso se las arreglaba para mantener a todas esas identidades en orden. Sus propios pensamientos privados ni siquiera eran un espacio seguro. Estaba constantemente en alerta y nadie podía entender eso. Por lo que Harry sabía, la contribución de Snape a los esfuerzos de la guerra no tenía precedentes.

—Creo que quiero irme a la cama —anunció Harry, decidiendo mientras se ponía de pie que iba a ir al dormitorio de Sirius. Sabía que a su padrino no le importaría y Harry solo quería estar a solas en ese momento.

—Ah, vamos Harry, todavía es pronto —protestó George.

—Sí, tenemos otro par de orejas extensibles que podemos usar —ofreció Fred con entusiasmo—. ¿A quién le importa lo que diga la vieja de McGonagall? Es una reunión importante la que están teniendo. Podemos...

—Eso es genial —dijo Harry rápidamente—, pero estoy demasiado cansado. Avisadme si oís algo importante. ¿De acuerdo?

Hermione y Ron intercambiaron una mirada y parecían querer decir más, pero afortunadamente lo dejaron irse. Harry salió al pasillo y se inclinó sobre la barandilla para mirar hacia el suelo, abajo. Todo estaba ahora en silencio. Los miembros de la Orden que habían estado hablando en voz alta antes de la reunión debían haberse sentado para escuchar y, por una vez, la curiosidad sobre lo que estaban discutiendo no estaba en lo alto de la lista de prioridades de Harry.

Subió las escaleras hasta el dormitorio de Sirius en el piso superior y se tiró a la cama sintiéndose tanto como un niño que buscaba la familiaridad de un padre para sentirse cómodo como nunca lo había hecho en su vida. Harry no había podido soportar escuchar a los demás discutir de un lado a otro sobre lo que Snape podría estar soportando a manos de Voldemort. Sabía la verdad de eso mejor que ellos. También le preocupaba a nivel personal, y no sólo por lo que Snape significaba para la Orden.

Se quedó allí mirando fijamente al techo durante mucho tiempo. No podía dormir y no quería hacerlo de todos modos. Estaba esperando a que terminara la reunión para que Sirius pudiera venir a encontrarlo y tal vez aliviar algunas de sus preocupaciones. Harry sabía que este le diría la verdad, sin importar lo que Dumbledore o cualquier otra persona decidiera que no debía saber, porque su padrino siempre le había mostrado ese tipo de respeto. No trataba a Harry como a un niño. Harry ya había soportado demasiado para que ese tipo de inocencia existiera dentro de él.

—Ahí te escondes, Harry.

Había pasado más de una hora cuando Harry había oído a alguien subir. Esperando que fuera Sirius, se sorprendió al ver a Albus Dumbledore entrar en la habitación y mirarlo con esos ojos azules y brillantes que siempre hacían que Harry sintiera que estaba siendo radiografiado. Particularmente con intensidad esa vez, porque sabía lo que se sentía al tener a Dumbledore negarse a mirarlo. Que le mirara calmaba a Harry de una forma en que nada más podría hacerlo.

—La reunión ha terminado —le informó Dumbledore—, en caso de que quisieras unirte a tus amigos en la cocina para un té nocturno.

—No mucho —respondió Harry.

—Sólo una sugerencia —dijo este, caminando más dentro del dormitorio, y sonrió al ver la foto de los cuatro merodeadores que Harry había admirado tanto la primera vez que la había visto—. Esto sí es como mejor recuerdo a tu padre.

—Señor, ¿por qué no me deja saber lo que está pasando? —preguntó Harry sin rodeos, sentándose sobre la cama—. Entiendo que te preocupe que Voldemort pueda leer mi mente, pero la poción que Snape me hace beber me protege de eso, ¿no? Ya no siento a Voldemort en absoluto. Puedes confiar en mí.

—No tiene nada que ver con no confiar en ti, Harry —respondió él, volviéndose para mirarlo a los ojos.

—Entonces, ¿por qué? —preguntó, impaciente—. Voldemort mató a mis padres. ¡Casi me mata de nuevo en junio! Quiero ayudar a luchar contra él. Estoy cansado de que me digan que soy demasiado joven, cuando he demostrado que puedo apañármelas más de...

—No tienes que convencerme de ninguna de esas cosas, Harry —interrumpió Dumbledore, levantando las manos como si se rindiera—. Aunque eres muy joven, me has demostrado una y otra vez lo excepcional que realmente eres. Por supuesto que vas a jugar un papel valioso en la lucha contra Voldemort. No esperaba menos de ti. De hecho, creo que eres la mejor oportunidad que tenemos.

—Entonces, ¿por qué estoy arriba sin que me digan nada? —preguntó Harry.

—¿Sin que te digan nada? —repitió, pareciendo ligeramente desconcertado—. ¿Cuándo acabas de pasar un mes en compañía de un hombre que regularmente tiene contacto con Lord Voldemort? ¿No te he dado una educación rápida a través de una ventana al mundo que Voldemort ocupa con sus seguidores?

—Pero Snape nunca me hizo saber nada —se quejó Harry.

—No pongo todas mis cartas sobre una mesa, Harry —explicó Dumbledore con sencillez—. No hay absolutamente ninguna razón para que conozcas cada tarea asignada a los otros miembros de la Orden. Es simplemente demasiado. Tu tiempo llegará antes, me imagino, de lo que yo esperaba. Sé que odiarás oírlo, pero algún día prometo que todo va a tener sentido.

Harry parecía completamente insatisfecho con esa respuesta, pero sabía que no había posibilidad de que pudiera persuadir a Dumbledore de lo contrario.

—¿Podrías al menos hacerme saber cuando vuelva el profesor Snape?

—Sí, lo haré —dijo él, con cautela.

—Bien —dijo Harry con rapidez—. Gracias.

—A menos que... —Dumbledore se apoyó en el escritorio y estudió a Harry cuidadosamente—. Sí... ¿A menos que prefieras acompañarme por dos semanas? Me atrevo a decir que puedo encontrar algo más sustancial para que estés ocupado que el hecho de mirar fijamente al techo. ¿Te gustaría acompañarme?

—Sí —dijo de inmediato.

—Excelente —sonrió Dumbledore—. Entonces te dejaré que te despidas de tus amigos mientras le explico las cosas a tu padrino. Guarda pocas cosas, pero no olvides unos cuantos frascos de poción y tu Capa de Invisibilidad.

Forward
Sign in to leave a review.