
Un acuerdo con un hombre lobo
El aire dentro del laboratorio se sentía desagradablemente cálido y espeso por los vapores que emitían los ocho calderos hirvientes. Un afilado cuchillo de carnicero pendía inestablemente del borde de la mesa de trabajo junto al montón de ingredientes cuidadosamente dispuestos que esperaban ser añadidos a sus específicas pociones. Las pesadas cortinas estaban cerradas del todo para no dejar entrar ni el más mínimo destello de luz solar y las notas escritas a mano estaban colocadas sobre el escritorio para consultar con facilidad.
En medio de esto, con un aspecto cansado pero completamente en control, estaba Snape. Tenía manchas en sus mejillas y su cabello negro colgaba como cortinas grasientas alrededor de su cara. Aunque había hechizado varios ventiladores para que corriera el vapor por la habitación, no había sido capaz de resistirse a usar una simple camiseta negra y mostrar los brazos, incluso si eso significaba que el débil boceto de su Marca Tenebrosa estuviera expuesto.
—Severus...
Snape se estremeció ante el sonido de su nombre. No había oído a nadie entrar en casa y mucho menos subir las escaleras que normalmente crujían en señal de advertencia, aunque solo había unas pocas personas que podrían ser. Se volvió para mirar por encima de su hombro, los ojos entrecerrándose en desagrado al ver a Remus Lupin de pie en el pasillo con sus túnicas rotas, la cara cicatrizada y el cabello prematuramente con canas.
—No pueden ser ya las once...
—En punto —confirmó Lupin, entrando en el laboratorio con incertidumbre, con las manos metidas en los bolsillos, mirando al alrededor de la habitación llena de actividad—. ¿Duermes en algún momento?
—¿Ahora que tengo que hacer tu poción para ti otra vez? No —dijo él, con tono cortante.
Se había acercado al caldero más cercano a la ventana y había metido la varita directamente dentro, girándola lentamente y murmurando algo en latín que Lupin no pudo distinguir. Después de aproximadamente un minuto de intensa concentración, durante el cual Snape casi olvidó quién estaba detrás de él, la poción se volvió de un negro tinta.
—¿Qué hace esa? —preguntó Lupin con curiosidad, caminando cautelosamente hacia adelante para echar un vistazo más de cerca.
—No te lo voy a decir —respondió Snape con frialdad.
Un mal más allá de lo que la mayoría de la gente podría siquiera imaginar existía en la más mínima gota de las pociones en las que estaba trabajando. Lo que cada una hacía era tan repugnante y cruel que hacía que le temblaran las piernas al pensar en el horror que estaba causando a quien se convirtiera en uno de los desafortunados destinatarios de esas viles bebidas. Por eso sacaba esa información fuera de su mente la mayor parte del tiempo, elaborándolas a la perfección, deleitándose con el poder seductor que había en la química que nadie podía entender tan bien como él. Debido a que tenía que hacer su parte, tenía que hacer lo que el Señor Tenebroso le asignara y eso quería decir que muchas personas serían dañadas al final en nombre del bien común.
—No quieres saberlo —murmuró Snape, deslizando la varita en el bolsillo de sus pantalones y luego agarró un trapo de su escritorio para retirarse algo del sudor y la suciedad de la cara.
Había estado trabajando toda la noche y la mayor parte de ayer también. Su amo lo había llamado justo cuando había dejado a Potter en Grimmauld Place, esta vez para encontrarle de buen ánimo... Nunca algo bueno. El Señor Tenebroso había saludado a Snape como a un querido amigo. Habían hablado seriamente sobre cómo abrirían Azkaban a la fuerza pronto y luego le había sido sacado con una lista de pociones que requerirían; para exactamente qué propósito, Snape esperaba nunca tener que averiguarlo.
—Sin embargo, quería mostrarte esto —continuó de forma rígida, moviendo la mano hacia dos calderos colocados contra la pared que estaban completamente preparados y a la espera de ser vertidos en frascos para beber. Vio como los ojos de Lupin se iluminaban al reconocer y ver la Poción Matalobos con la distinguible nube de débil humo azul flotando sobre ella.
—Muchas gracias —dijo Lupin con sinceridad, mirando al caldero—. Sé que requiere mucho tiempo.
También era sumamente difícil de hacer y letal si uno se equivocaba. La Poción Matalobos había sido un descubrimiento milagroso al permitir que los hombres lobo mantuvieran sus mentes después de transformarse. Sin embargo, también era extremadamente cara. Completamente imposible para alguien en la situación de Remus Lupin, si no fuera por un dotado maestro de pociones capaz de prepararla gratis. Los raros ingredientes añadidos a la cuenta pendiente de Snape de Hogwarts en el boticario del callejón Diagon nunca llamarían la atención de nadie.
—Bueno, no se me dio exactamente una opción, ¿verdad? —respondió con frialdad, cogiendo un poco de la poción vaporizante azul y luego vertiéndola lentamente de nuevo al caldero. Luego añadió—: Aun así, estaba pensando en hacer algunos ajustes en la Matalobos. Los hombres lobo siempre se quejan de los dolorosos efectos secundarios y de lo difícil que es de tragar. Y, como recuerdas, el azúcar hace que toda ella no valga nada. Pensé en aplicar los mismos principios que usé en la poción de Potter para evitar que sintiera tantas náuseas al tomarla y creo que funcionará.
—¿Esta es la poción que Dumbledore dijo que inventaste para ser un escudo para la mente de Harry? —preguntó éste. Cuando Snape asintió, Lupin exclamó—: Severus, ¿te das cuenta de la fortuna que conseguirías si compartieras esto?
—No me importa nada de eso —dijo Snape, inclinándose sobre el caldero a la derecha de la Matalobos y revolviéndola con una caricia casi afectuosa.
El oro no le servía de nada. Vivía una vida que iba más allá del minimalismo, casi un paisaje estéril de existencia. No se entregaba a ningún pasatiempo, aparte de sus libros. Pero incluso esos eran meros guías sobre cómo expandir su conocimiento y ponerlo en uso para otra persona. Snape no era un hombre feliz. En parte por circunstancias, pero también porque había aceptado hace mucho tiempo que era una de las últimas personas en la tierra que creía merecer una razón para sonreír.
—Este es la Matalobos con mis modificaciones —explicó; Remus se acercó para estar a su lado y vio que se veía casi idéntica a la poción en el caldero de al lado, excepto que esta emitía un humo que era solo un tono azul ligeramente más brillante—. He realizado todas las pruebas que he podido hasta ahora. He hecho mi investigación —dijo, llenando un cazo y sosteniéndolo para que Lupin lo inspeccionara—. Es segura... Y tengo todas las razones para creer que será efectiva. Todo lo que necesito para estar seguro es...
—¿Quieres probarla conmigo? —Lupin adivinó.
Snape se encogió de hombros.
—No tienes por qué. Hice ambas. Solo pensé... Bueno, tal vez si no te ofendiera tanto el sabor, estarías más inclinado a no olvidarla de nuevo.
Un rubor se apresuró a tintar la cara cansada de Lupin. Snape sabía que estaba recordando la noche en que casi había matado a tres estudiantes por, irresponsablemente, no tomar su poción antes de la luna llena. Como si eso no fuera suficiente, su error había permitido la fuga de Colagusano y el regreso de este al lado de Lord Voldemort. Snape giró la poción con el cazo una vez más y cuando miró hacia atrás, Lupin asentía con la cabeza.
—Por supuesto, lo haré.
—¿De verdad? —dijo Snape, levantando la barbilla un poco más alto, aunque sus ojos negros se abrieron un poco, sorprendido.
—Sabes lo que estás haciendo. Confío en ti —dijo simplemente—. Mi única condición sería que, si es un éxito, presentes la patente para que se compruebe y se pueda proporcionar para cualquier persona que sufra de licantropía.
—Porque el Señor Tenebroso no lo encontrará sospechoso —dijo sarcásticamente.
—Entonces no te lleves el crédito —respondió Lupin—. No estás haciendo esto porque necesites pasar el tiempo o un reconocimiento. Seamos honestos, Severus, esto es mucho esfuerzo para alguien que quiere actuar como si no le importara nada. Mándala de forma anónima.
—De acuerdo —aceptó este, lo que sorprendió a Remus por un momento. Había esperado más de una discusión—. Si eso va a satisfacer tu parte sensible... —añadió con desprecio—. También puedes quedarte todas las ganancias... Contrata a alguien que la prepare para ti que no sea yo y cómprate unas túnicas nuevas por primera vez en doce años.
—Si eso es lo que te satisface —replicó Lupin, extendiendo la mano para estrechársela como gesto de buena voluntad. Pero Snape miró por encima de su nariz ganchuda como si fuera algo repulsivo y mantuvo sus brazos apretados a cada lado.
—Tendrás que ser encerrado y contenido en un lugar seguro la próxima luna llena —le dijo—, hasta que sepamos con certeza que no perderás la cabeza.
—Comprensible —dijo Lupin con facilidad, bajando la mano y cruzando los brazos sobre su pecho.
Había pasado toda su vida confinado y aislado por transformaciones insoportables en un monstruo cada mes. Hacer sacrificios para ayudar a Snape no era nada si eso quería decir que tendría acceso a una poción que le permitiera no solo mantener su cordura, sino que también fuera más tolerable de tomar.
—Dumbledore me va a enviar para infiltrarme en los hombres lobo que hay ocultos—confesó Lupin, mientras Snape convocaba una gran copa desde el otro lado de la habitación y le daba la espalda—. Prometerles acceso a un suministro de Matalobos podría ser un punto decisivo.
—El Señor Tenebroso ya tiene los ojos puestos en Fenrir Greyback —dijo este con honestidad, mientras lentamente comenzaba a llenar la copa hasta el borde con la poción matalobos modificada—. Le ha prometido niños nacidos de muggle para infectar a cambio de su lealtad y Greyback ya tiene un gran número de seguidores. Estuve en la mansión Malfoy la semana pasada cuando el Señor Tenebroso se reunió con él.
—¿Así que crees que es inútil? —preguntó—. ¿Tanto como Hagrid tratando de reclutar a los gigantes a nuestro lado?
—No he dicho eso —dijo Snape con cuidado, entregándole la copa humeante—. Creo que podrías ser capaz de persuadir a algunos, definitivamente no a la mayoría, pero no estaba juzgando. He hecho mucho daño solo para mantener la confianza del Señor Tenebroso.
Curvó su labio mientras miraba de nuevo a los calderos hirvientes que estaba preparando para Lord Voldemort. Habría muchas víctimas, no importaba cómo tratara de minimizarlo; siempre habría víctimas en una guerra. Snape nunca había levantado la varita para matar o vertido una bebida letal en la garganta de nadie, y las únicas personas que había visto morir eran aquellas que no podía salvar, pero sabía que indirectamente tenía mucha sangre en sus manos. Si no, el resultado probablemente sería aún peor, pero eso realmente no lo hacía más fácil de aceptar.
—¿Lo bebo ahora? —preguntó Lupin y Snape le dio un breve asentimiento de confirmación.
Lupin echó la cabeza hacia atrás y trató de tragar la mayor cantidad posible de la poción de una sola vez. Snape había hecho suficiente investigación sobre la Matalobos para estar atento a los efectos secundarios más graves sin necesidad de ninguna confirmación verbal. Notó cómo los ojos de Lupin no se volvían hacia atrás en su cabeza y su piel no palidecía ni se ponía verde por las náuseas. La poción no lo hacía escupir ni tener arcadas. Cuando Lupin tomó las últimas gotas, Snape levantó la varita y la puso sobre él para diagnosticarlo.
—Parece que funciona como pretendía —dijo lentamente, mientras el otro se tambaleaba hacia atrás para sentarse en la silla detrás del escritorio de Snape. Este lo siguió, lanzando otro hechizo que examinaría sus signos vitales—. Todavía no estoy seguro de esto, pero es posible que no tengas que beber tanto de esta modificación para obtener los mismos resultados.
—Eso lo haría más asequible —dijo Lupin con optimismo.
—Exacto —dijo él, apático.
Sabía que era casi imposible para un hombre lobo mantener un trabajo; debido a las ausencias regulares y el estigma alrededor de ellos en general, la mayoría vivía en la pobreza. Él mismo había sido responsable de que Lupin fuera despedido del mejor trabajo que había tenido, enseñando un año en Hogwarts. Sin embargo, nunca había pasado mucho tiempo sintiéndose mal por eso. Cualquier culpa que pudiera haber tenido por la desgracia de Remus Lupin disminuía cuando recordaba cómo su descuido en Hogwarts casi había hecho que Harry muriera.
—¿Alguna quemazón? —preguntó Snape clínicamente, sumergiendo su pluma en un tintero y luego posándola sobre un trozo de pergamino que tenía sus notas.
—No —negó con la cabeza.
—¿Te sientes mareado o como si fueras a desmayarte? —preguntó—. Has tenido que sentarte hace un momento...
—Un poco débil —admitió Lupin—, pero podría levantarme y caminar por ahí ahora mismo si quisiera.
—Mejor no —advirtió Snape con frialdad, mientras tomaba otra nota.
Levantó la varita y volvió a ejecutar los mismos hechizos de diagnóstico para ver si había algún cambio, pero no había nada importante. Todo iba como él había esperado, dando a Snape la satisfacción de unir un rompecabezas muy complejo que sabía que era bueno en esencia. Servía para equilibrarlo. Los dos lados diferentes de su vida estaban representados en ese laboratorio en ese momento: las pociones que dañaban y destruían, y las que curaban. Era cuestionable cómo tales opuestos podían coexistir en la misma persona. Sin embargo, lo hacían y se mostraba en cada uno de sus actos.
—Creo que alguien está aquí —dijo Lupin, rompiendo el silencio unos minutos más tarde mientras Snape continuaba realizando pruebas de diagnóstico y tomando notas.
—Dumbledore —respondió él, reconociendo al director tarareando alegremente mientras subía las escaleras y entraba en la habitación.
—Ah, Remus, ¿sigues aquí? Excelente. —Los brillantes ojos azules de Dumbledore brillaron al observar la escena. Lupin estaba sobre el escritorio, Snape con su varita en una mano y una pluma en la otra, y todos los calderos sobre los fuegos bajos—. ¿Está todo preparado? —preguntó, mientras caminaba por la habitación y comenzó a examinar cada poción una por una.
—Sí —respondió Snape—. Voy a entregárselas pronto... Antes de lo que esperaba.
—Excelente —repitió él—. Eso debería satisfacerle.
Sin embargo, Snape se encogió de hombros. Bajó la pluma y luego se alejó de Lupin, moviéndose hacia donde estaba Dumbledore examinando la poción de un negro tinta.
—No hay cura para esa. Dos gotas serían suficientes para matar a un humano.
—¿Un bezoar? —preguntó Dumbledore.
—Simplemente ralentizaría la maldición, pero aun así se extendería —dijo Snape lentamente—. Preparé antídotos para las que sí se pueden contrarrestar. Sin embargo, la mayoría de estas están diseñadas para volver loco a quien la consume, por lo que incluso con el antídoto, es poco probable que puedan salvarse a sí mismos.
—Bueno, haremos lo que podamos —murmuró Dumbledore, mirando a Lupin que los miraba desde su silla—. Especialmente para aquellos que están de guardia en el Departamento de Misterios. Espero que esos sean sus objetivos principales.
—¿No confía en la Imperius ahí? —preguntó Lupin.
—Porque sabe que se puede combatir —respondió Snape—. Un veneno líquido que corre por tus venas embrujando tu mente es mucho más penetrable. Un vaso de esa de ámbar y podría hacerte hacer cualquier cosa.
—Que es lo que espera Voldemort —dijo Dumbledore, juntando solemnemente las manos—. Y no podemos proteger a todos o sabrá que Severus ha traicionado su confianza. Sin embargo, cogeré los antídotos para proteger a algunas personas selectivamente. Eso es todo lo que podemos hacer. Lo que sea necesario para debilitar el ejército que está construyendo —terminó con una mirada significativa dirigida a Lupin.
—Severus dijo que Voldemort ya se ha reunido con Fenrir Greyback —dijo Lupin y Dumbledore asintió.
—Me espero que muchos hombres lobo vayan a Voldemort —replicó él—, y después de la vergonzosa forma en que nuestro Ministerio los ha tratado forzándolos a esconderse, no es algo por lo que podamos culparlos. Voldemort les ofrecerá un lugar mucho más sustancial en la sociedad a cambio de su lealtad. Los hombres lobo han sido maltratados durante mucho tiempo.
—Estoy seguro de que puedo convencer a algunos —respondió Lupin.
—Bastantes, si tenemos suerte —dijo Dumbledore—. Pero aún más que eso, es una ventana que nos dará una idea de lo que está ocurriendo, incluso si no podemos hacer nada para evitarlo. Ese tipo de conocimiento es invaluable en este momento. ¿No es fascinante cómo las cosas que consideramos nuestros mayores defectos a veces se pueden usar para un propósito superior? Eso es algo que ambos tenéis en común.
Snape evitó mirarlos mientras se acercaba para comenzar a enfrascar las pociones solo para alejarse de Dumbledore antes de que este eligiera ponerse más sentimental. Sí, era cierto que Lupin siendo un hombre lobo y Snape prometiendo su lealtad al Señor Tenebroso a los diecisiete años los había preparado para ser espías extremadamente útiles para Dumbledore, pero ahí era donde se acababan las similitudes. Lupin podría llevar el estigma de ser un hombre lobo, pero cualquiera con medio cerebro podría al menos reconocer que su condición no era culpa suya. Por el contrario, Snape estaba en su posición debido a las decisiones extremadamente pobres que había tomado libremente y cualquier prejuicio hacia sí mismo se merecía con razón.
—¿Te pondrás en contacto conmigo cuando regreses? —dijo Dumbledore, mientras Snape comenzaba a transferir las pociones paralizadas en una cartera para llevar.
—Sí —dijo este a regañadientes—. No espero que esto me lleve mucho tiempo.
—Entonces tendremos una reunión mañana por la noche en el Cuartel —respondió Dumbledore—. Traerás los antídotos y advertirás a los demás para que estén en alerta, y entonces, Remus, discutiremos los próximos pasos que quiero que tomes. —Ambos asintieron y Dumbledore sonrió satisfecho—. Entonces me iré ahora. Molly insistió en que me pasara a comer un trozo de pastel de cumpleaños y gracias al excelente trabajo de Severus con Harry, no veo ninguna razón para no darme el gusto de celebrar con él. ¿Vienes, Remus?
—¿A menos que tenga que esperar? —Lupin miró a Snape interrogativamente quien negó con la cabeza abruptamente—. Severus amablemente me ofreció una muestra de una poción Matalobos que ha modificado para eliminar los efectos secundarios más desagradables —explicó a Dumbledore.
—Ahh —sonrió este, mirando a Snape con sus ojos centelleando.
—Si te sientes bien, entonces no hay necesidad de preocuparse —respondió Snape, evitando intencionalmente la mirada de Dumbledore—. Solo avísame si las cosas cambian y veremos qué tan bien funciona con la luna llena en unos días.
Se sintió aliviado al observar las espaldas de ambos saliendo unos minutos más tarde. Había empezado a sentirse como si las paredes se le estuviesen cerrando en ese espacio confinado y agradecía tener un momento a solas, incluso si era solo para prepararse para una audiencia con el Señor Tenebroso. Terminó de cargar la cartera y luego caminó por el pasillo hacia su habitación para cambiarse a unas túnicas adecuadas.
La habitación era de nuevo suya ahora, sin ninguna señal de que Potter hubiera estado allí. Snape dejó que sus pensamientos se entretuvieran en el chico por un momento. Sabía que Harry ya habría recibido el reloj de bolsillo y se preguntó cómo le había hecho sentir. ¿Traicionado que su profesor más odiado había sido el destinatario de algo tan especial? Snape esperaba que ese no fuera el caso, aunque una parte persistente de él odiaba que siquiera le importara.