Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
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Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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Un adiós agridulce

Harry durmió hasta bien tarde del día siguiente y ni siquiera salió de la habitación hasta que ya debía estar llegando a Grimmauld Place.

—¿Por qué no me despertaste? —preguntó a Snape, entrando en la cocina a las diez y media, hundiéndose en la silla cerca de él.

Todavía llevaba el pijama y también le quedaban unas pocas cosas que guardar. Para cuando Snape insistió en que entrara después de volar, era mucho más tarde que las doce de la noche y Harry no había tenido ganas de hacer nada parecido a trabajar.

—¿Eso ahora también es mi trabajo? —respondió lentamente, llevándose la taza de café a los labios.

—Bueno, pensé que tendrías prisa por deshacerte de mí —dijo Harry—. Anoche escribí a Sirius y le dije que estaría allí temprano por la mañana. ¿Puedes hacerle saber que llegaré tarde?

—Sólo dile que te tenía secuestrado cuando llegues —dijo Snape con desdén—, eso debería satisfacerle.

Harry sonrió un poco a eso. Sirius y él se habían estado correspondiendo todo el verano, pero Harry había tenido la impresión de que estaba casi decepcionando a su padrino con su falta de quejas sobre la vida en la Hilandera, ya fuera porque pensaba que no estaba siendo del todo sincero o porque podía notar que había mucho que Harry le estaba ocultando. Si era eso, Sirius tenía razón en ambos casos.

Había mucho que Harry no le había contado a nadie todavía; ni siquiera a Ron y Hermione. Cosas que aún necesitaba comprender por sí mismo, como su percepción de Snape, que había pasado de un gran odio a sentirse realmente un poco triste de irse de la casa. No creía que nadie pudiera entender cuán profunda había sido para él la memoria de Snape y su madre como niños, ni tenía prisa por compartirla con nadie. No porque este hubiera insistido en que se mantuviera en secreto, sino porque Harry reconocía y respetaba lo que debía haber tomado a una persona tan privada revelar una parte tan vulnerable de su historia. Snape debía haberse dado cuenta de que Harry nunca podría volver a mirarlo de la misma manera.

Este tomó otro sorbo de su café y luego apuntó la varita hacia el fuego. Había cocinado un plato de beicon y huevos a su hora habitual de desayuno, sin saber que el chico se quedaría dormido. En un segundo, se recalentó.

—¿Quieres también tostadas?

—Sí —asintió Harry y observó cómo dos rebanadas de pan integral se metían en la tostadora.

Snape usó la varita para hacer volar un plato fuera del armario y se comenzó a llenar con todo. Un vaso de zumo de naranja se sirvió solo y luego todo estaba sobre la mesa, delante de Harry.

—¿Cuánto todavía te toca guardar en el baúl? —preguntó casualmente.

—Ehh... ¿Todo? —admitió tímidamente, usando el cuchillo para esparcir mantequilla sobre su tostada del plato en el centro de la mesa.

Snape lo miró fijamente por un momento.

—Bueno, para empezar, dejaste un libro en el porche y vi tu equipo de mantenimiento de escobas en el patio trasero.

—Ah, bueno, creo que todo lo demás debería estar arriba en mi habitación.

El lado izquierdo de la cara de Snape tuvo un pequeño tic.

—Bueno, si olvidas algo, puedo entregártelo la próxima vez que vaya al Cuartel General.

—De acuerdo —dijo Harry, queriendo preguntarle con qué frecuencia podía esperar toparse con él en Grimmauld Place, pero decidiéndose por no hablar.

Se dispuso a comer. Snape terminó su taza de café y luego se puso de pie para lavarla a mano en el fregadero. Harry mantuvo los ojos fijos en su espalda. Siempre había encontrado que era una mezcla interesante, cómo la magia se unía con los esfuerzos muggles en la vida de Snape. Harry había notado durante su estancia prolongada que este a menudo lavaba los platos o la ropa a mano cuando se perdía en sus pensamientos.

—Me gusta este lugar —confesó Harry en voz baja.

Hubo una larga pausa, durante la cual Snape continuó limpiando la taza de café más tiempo de lo necesario.

—Petunia y su marido deben haberte estropeado más de lo que pensaba —dijo al final—. ¿Has terminado de comer? Trae aquí los platos.

Harry miró su plato limpio y se levantó para llevarlo al fregadero. Se bebió en unos tragos el zumo de naranja y luego le dio también el vaso. Era consciente de que estaba evitando lo inevitable, mientras apoyaba los codos en la encimera y miraba por la ventana hacia el patio trasero donde su Saeta todavía estaba apoyada contra el viejo cobertizo. Snape, por suerte, no le molestó. Dejó que rumiara mientras continuaba limpiando la cocina lentamente sin usar magia. Harry había dejado de preocuparse por lo tarde que iba a llegar.

—Vamos, Harry —dijo Snape al final—. Te ayudaré a empacar.

Deseando que fuera de noche y que pudiera volver a volar, Harry salió a recoger su escoba y todas sus posesiones que parecían haberse multiplicado en el transcurso de su estancia.
Tiró un viejo jersey de Dudley al cubo de la basura cuando volvió a entrar. Lo había encontrado atascado en el suelo del cobertizo junto al equipo de mantenimiento de escobas que había estado usando para pulir su Saeta hacía unos días. Llevó el equipo y la escoba arriba a su habitación y los colocó con cuidado dentro de su baúl.

Snape ya estaba en la habitación, usando la varita para hacer que objetos salieran volando de debajo de la cama y de encima del escritorio, que habían sido enterrados debajo de todos los libros del colegio. Notó a Harry entrar y señaló una pequeña caja de madera dentro del baúl que contenía una docena de frascos de vidrio de poción, cuidadosamente calculados.

—Ya los he medido para ti —explicó Snape—. Sólo bebe uno por completo cada noche después de cenar. Deberías ser capaz de manejar eso sin estropearlo.

—Y hacerte saber si mi cicatriz da una punzada —recitó Harry, pues no había pasado un día desde que había venido a quedarse que este no había preguntado sobre su cicatriz o le había recordado que no se escondiera los síntomas. Sabía que cualquier cosa fuera de lo común haría que Snape alterara su poción un poco.

—Házselo saber al profesor Dumbledore —corrigió Snape, mientras apuntaba con la varita a la jaula vacía de Hedwig—. Scourgify.

La jaula se limpió.

Harry frunció un poco el ceño.

—¿Por qué tú ya no?

—¿En serio, Potter? —bufó Snape—. Todo lo que necesitaría es estar en una reunión con el Señor Tenebroso y que tu lechuza apareciera con una nota para mí. Nunca sé cuándo me va a llamar, lo sabes.

Por supuesto, eso tenía perfecto sentido, pero Harry sintió una agitada sensación de abandono en su estómago igualmente mientras recogía algunas de sus ropas nuevas y las llevaba al baño para cambiarse.

A Harry se le había dado un asiento en primera fila a lo repentino que Voldemort podía convocarle, generalmente cuando era menos esperado. Snape se había levantado una vez de una comida sin tomar un bocado y se había despertado de un sueño profundo más de una vez para responder a la llamada de su amo. Harry, a quien se le había permitido quedarse solo en casa una vez solucionaron lo de la poción, había pasado muchas noches sin dormir esperándolo ansiosamente. Aunque afortunadamente Snape no había sido herido de nuevo.

—¿Algo más que se te ocurra? —preguntó Snape cuando Harry regresó a la habitación que había sido vaciada de cualquier evidencia que indicara que había estado allí. Él negó con la cabeza y depositó su pijama en el baúl ya casi lleno. Snape se volvió—: Reducio.

Y el baúl se encogió de la misma manera que lo había hecho el día que había traído a Harry. Hizo lo mismo con la jaula de Hedwig y se metió ambas cosas en el bolsillo.

—¿Podrá Hedwig encontrar el Cuartel General? —preguntó Harry, mientras bajaban las escaleras juntos y salían a la luz del sol de la tarde.

—Probablemente, es muy inteligente —respondió Snape, poniendo una mano firme sobre el hombro de Harry una vez que pasaron las protecciones mágicas y se prepararon para aparecerse—. Pero si vuelve aquí, la llevaré yo hacia ti.

Harry asintió con la cabeza y se acercó un poco más a Snape. Cerró los ojos con fuerza y luego sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Era como si lo estuvieran apretando a través de un tubo que era demasiado pequeño para él y había una presión horrorosa en sus oídos. Justo cuando pensaba que no sería capaz de soportarlo ni un segundo más, tocó tierra firme y Snape tuvo que agarrarlo para evitar que se cayera.

—Lee esto —le instruyó, sacando un pequeño trozo de pergamino del bolsillo.

Harry lo aceptó y luego miró la nota. Era la carta que Snape había recibido de Dumbledore anoche dándole permiso para llevar a Harry a Grimmauld Place. En la parte inferior del mensaje corto, había una posdata escrita solo para él.

Harry, el Cuartel General de la Orden del Fénix se puede encontrar en el número doce de Grimmauld Place.

Harry lo leyó dos veces y luego miró a Snape, que estaba mirando directamente delante a las casas once y trece, aparentemente viendo lo que él no podía ver.

—¿Qué...?

—Concéntrate —dijo Snape con severidad.

Harry suspiró y leyó la nota una vez más. Entonces comenzó a repetir el mantra una y otra vez en su cabeza. El Cuartel General de la Orden del Fénix está en el número doce Grimmauld Place, el Cuartel General de la Orden del Fénix está en el número doce Grimmauld Place, el Cuartel General...

Las casas once y trece se estaban separando. Más y más se estiraron, hasta que lentamente el número doce se formó completamente entre ambas. Parecía casi idéntica a todas las otras viviendas de esa franja, pero más descuidada. Si Harry había notado el aire de abandono alrededor de la casa de Snape, no era nada comparado con esto. No parecía combinar con la imagen de Sirius para nada.

—Muy bien, Potter, entra dentro —dijo Snape abruptamente—. Y hagas lo que hagas, habla muy bajo. Si tengo que escuchar a esa miserable mujer gritar una vez más...

—¿Qué mujer? —preguntó Harry.

—Ya verás —dijo en bajo.

Lentamente abrió la puerta, y él y Harry entraron en silencio. Estaba extremadamente oscuro, con pesadas cortinas negras sobre las ventanas y sobre los muchos retratos que colgaban por el largo y estrecho pasillo. Snape caminó delante de Harry, guiándolo a través de la casa, que parecía un lugar para el más oscuro de los magos. Bajaron un tramo de escaleras y pasaron un elfo arrugado, jorobado y muy viejo de la casa que les frunció el ceño con una mirada de completo odio. A Harry no le recordaba nada a Dobby.

—¡Harry!

Snape finalmente había girado hacia una gran cocina cavernosa con una chimenea rugiente en el otro extremo. Había una larga mesa que ocupaba toda una pared, y sentado en el lado más cercano a la puerta estaba Sirius, balanceándose en las patas traseras de la silla, con los pies apoyados en una que estaba frente a él, lanzando al aire lo que parecía ser grageas Bertie Botts de todos los sabores y atrapándolos en su boca. Dio una sonora risa y aplaudió con las dos manos al verle, su silla poniéndose de nuevo sobre las cuatro piernas en el suelo con un fuerte sonido.

—Sirius —sonrió Harry, apresurándose hacia él y permitiendo que Sirius lo levantara en un solo abrazo.

—¡Ya era hora! —exclamó, lanzando una mirada irritada a Snape sobre el hombro de Harry—. Se suponía que lo traerías aquí hace horas.

—Oh, ¿tenías que ir hacia algún lugar importante? —preguntó este fríamente, con una mano en el bolsillo donde Harry sabía que guardaba la varita—. ¿Algo útil que hacer? —Miró con desdén al tazón de grageas que Sirius había estado comiendo cuando habían entrado—. Obviamente no.

—Es culpa mía, me quedé dormido —dijo Harry rápidamente, los pelos en la parte posterior de su cuello poniéndose de punta ante la gran tensión que sentía impregnando el aire a su alrededor.

—¿Por qué te quedaste dormido? —preguntó Sirius, sus ojos aún fijos en Snape amenazadoramente, mientras se levantaba grácil de la silla y sacaba la varita amenazadoramente—. ¿Cuán de tarde has hecho que trabaje? Dumbledore no va a estar contento de escuchar que has estado maltratando...

—No, Sirius, estuve volando hasta tarde —intercedió Harry—. Estuvo genial.

Pero Sirius no parecía creerle. Y Snape, notó Harry, ya no quería mirarle. Sacó la jaula de Hedwig y su baúl del bolsillo y los devolvió silenciosamente a sus tamaños adecuados, pero Harry notó que la mano que sostenía la varita temblaba ligeramente. Tenía los labios blancos y no había entrado ni un paso en la habitación, aunque se tensó ante el estruendo repentino por encima de ellos, que sonó como una manada de antílopes corriendo por las escaleras.

—¡Ahí está! — exclamó Molly Weasley alegremente, abriendo camino a la cocina.

Ron, Hermione, Ginny, Fred y George estaban detrás de ella sonriéndole. La señora Weasley se apresuró a dar a Harry un cálido abrazo antes de separarse para mirarle bien. Parecía satisfecha.

—¡Estoy tan contenta de tenerte justo a tiempo para tu cumpleaños mañana! Tendrás que decirme qué tipo de pastel quieres Harry, y para la cena también. Lo que quieras.

—Gracias, señora Weasley —sonrió, un poco avergonzado por todo el alboroto, pero extremadamente agradecido de que todos hubieran entrado cuando lo habían hecho.

Pensó que cuanta más gente pudiera ponerse entre Sirius y Snape, mejor. Cualquier cosa para distraerlos el uno del otro porque, por las miradas en las caras al interactuar, Harry había estado preocupado de que estuvieran a segundos de lanzarse maldiciones. Se sentía entre la espada y la pared, una situación que nunca podría haber previsto porque significaba que ahora se sentía leal tanto hacia Snape como hacia Sirius.

—¿Tienes hambre, cielo? —le preguntó la señora Weasley, mientras sus hijos y Hermione fueron a unirse con Sirius a la mesa—. Estamos a punto de comer.

—Comimos antes de venir —respondió Harry, mirando hacia la puerta solo para notar que Snape ya no estaba allí. Debía haber salido desapercibido, justo cuando todos los demás estaban entrando. Sin siquiera darle a Harry la cortesía de un adiós, después de todo lo que habían pasado juntos—. Pero creo que podría volver a comer —añadió, acomodándose en la silla entre Sirius y Ron.

Su padrino apretó su hombro con afecto y todos charlaban con entusiasmo. Había mucho de lo que ponerse al día, tantas cosas que no se habían incluido en la correspondencia de nadie. Harry sacó a Snape de su mente y se unió ansioso a la conversación, tratando de fingir que el último mes no había sucedido.

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