
El factor sorpresa
Snape probablemente se habría llevado a la tumba la verdad sobre su amistad con Lily, pero se le había quitado esa elección en cuanto se enteró de que Harry ya sabía de ello. De inmediato se había enfrentado al dilema de decidir si ignorar esa conexión o no; no solo reconocerla, sino responder a la pregunta inocente que el hijo de Lily le había hecho: “¿Cómo era mi madre?”
Le había estremecido hasta la médula ser puesto en ese aprieto de tal manera, pero una vez superó su incomodidad inicial, no había realmente nada más que hacer que encontrar una manera de responder. Aunque las palabras de repente parecían escaparse entre sus dedos, era lo que Lily habría esperado. Así que Snape había decidido compartir un recuerdo con su hijo, sin considerar realmente cuáles serían las consecuencias, porque no solo le estaba dando a Harry un destello de su madre, sino que también se mostraba a sí mismo.
Semanas después de esa noche, se pudo encontrar a Snape perezosamente apoyado contra el frigorífico mientras desviaba las maldiciones de un Harry Potter fatigado. Un hechizo de desarme dirigido a él fue desviado de su curso y golpeó un rollo de papel de cocina en la encimera, cayendo al suelo. Se unió a los otros diversos objetos en la casa que habían sido arrojados alrededor por hechizos desviados.
—Bloqueado una y otra vez hasta que comiences a mantener tu mente cerrada.
Harry se mordió la lengua en concentración mientras lo intentaba de nuevo. Recordaba lo que le había dicho antes de que el contacto visual normalmente era esencial para la Legeremancia y puso empeño en mirar a cualquier lugar que no fuera Snape mientras disparaba chispas azules por el aire hacia este, quien los apartó de sí como si no fueran más que un par de moscas molestas. Harry dejó escapar una queja de frustración.
—Cierra tu mente —ordenó Snape.
—Eso intento —respondió Harry, pero Snape bloqueó su siguiente hechizo tan fácilmente como todos los anteriores.
Entonces Snape movió su muñeca de forma leve y la varita de Harry instantáneamente voló de su mano en el aire hacia él.
—Vas a ser una presa extremadamente fácil para el Señor Tenebroso si no puedes concentrarte en dos cosas a la vez.
Harry le lanzó una mirada asesina y se giró para derrumbarse en el sofá del salón. Se sentía más agotado en ese momento que incluso después de la práctica más horrible de Quidditch. Snape lo había estado poniendo a prueba toda la tarde. Primero practicando hechizos defensivos por sí mismo y luego contra él, lo que hasta ahora le había dejado sintiéndose muy derrotado.
Snape siempre estaba dos pasos por delante de él, contrarrestando cualquier hechizo que Harry intentara lanzar antes de que las palabras salieran de su boca. Era casi imposible centrarse en Oclumancia y en el hechizo al mismo tiempo, pero aparentemente eso era crucial cuando tu oponente era un hábil legeremante.
Seguía viendo una imagen de su madre cuando era pequeña, señalándose la cabeza e instándole a usar simplemente el "poder mental". Ella y Snape lo habían hecho parecer muy fácil en el recuerdo que había visto, pero, hasta ahora, Harry no parecía haber heredado el mismo don. Era mucho más instintivo para él simplemente reaccionar, en lugar de priorizar tener la mente en blanco. Su estrategia había sido lanzar tantos hechizos como podía y esperar que uno de ellos acertara, lo que había demostrado ser completamente inútil esa tarde.
—Toma —dijo Snape y Harry abrió los ojos para ver cómo colocaba un vaso de agua sobre la mesita frente a él, junto con su varita capturada.
—Gracias —dijo con amabilidad, dándose cuenta de repente de lo sediento que estaba cuando se llevó el vaso a los labios de inmediato. Su boca estaba completamente reseca y su garganta irritada por todos los encantamientos que había gritado. Su frente estaba llena de sudor y se sentía casi sin aliento. Por desgracia, Snape parecía completamente sereno, como si desviar hechizos durante la última hora no hubiera requerido ningún esfuerzo—. ¿Qué? —preguntó cuando se dio cuenta de que Snape lo estaba observando muy de cerca, con una sonrisa en los labios.
—Nada —respondió él con suavidad, sentándose en el sillón frente a él—. Estaba pensando en lo que podrías lograr si te aplicaras tanto en el colegio.
—No se ofenda, señor, pero la idea de tener que batirse en un duelo con Vol-Quién Tú Sabes es un incentivo mayor para trabajar duro que usted enojándose por una redacción de pociones mal escrita. —Suspiró mientras volvía a colocar el vaso vacío en la mesita y recogía su varita—. Debería haber sido capaz de darte al menos una vez...
—Especialmente porque ni siquiera lo estaba intentando —sonaba entretenido y Harry lo fulminó—. Eres bueno en los hechizos aun así y tus reflejos son excepcionales, pero, ¿cuál es el punto de la Oclumancia si no es para ponerlo en práctica cuando realmente importa?
—Pero dijiste que la mayoría de los magos no pueden hacerlo —argumentó Harry, equilibrando la varita inestablemente entre sus dos dedos índice.
—Y la mayoría de los magos tampoco escapan de un duelo con el Señor Tenebroso como tú has hecho —replicó él—, así que no estoy seguro de que las reglas de siempre se apliquen aquí. Después de todo, no esperaba que te las arreglaras en Oclumancia, y has cogido y me has demostrado que estaba equivocado. Lo que has logrado hacer en las últimas semanas es bastante... Excepcional.
—Entonces, ¿no una completa pérdida de tiempo? —comentó.
—Aparentemente no —concordó Snape—. Es un buen comienzo.
Harry parpadeó incrédulo, esperando a ver si Snape decía más, pero no se explayó. La verdad era que Harry había superado todas las expectativas de Snape durante el último mes. Por supuesto, la poción que Snape había inventado jugaba un gran papel y Harry todavía luchaba por sacarlo por completo de su mente a veces, pero se había vuelto efectivo en desviar sus pensamientos a un lugar más seguro y a un recuerdo que estaba más dispuesto a compartir. Había trabajado muy duro con mínimas quejas y había aprendido a bloquear su mente a los malos sueños de la noche, lo que le dejaba sintiéndose más perspicaz a la mañana siguiente. Intentar enseñarle cómo aplicar la Oclumancia mientras estaba en combate era solo una lección extra, según había dicho Snape. Esperaba que Dumbledore estuviera más que satisfecho con el progreso del chico.
—Expelliarmus —susurró Harry, sus ojos solo medio abiertos mientras apuntaba su varita discretamente en dirección a Snape con cuidado.
Desprevenido, la varita de Snape voló de su mano y se dirigió directamente a Harry. La fuerza del hechizo derribó a Snape y la silla se desplomó al suelo con él en ella.
—Harry...
—Elemento sorpresa, señor —dijo a la ligera, sosteniendo la varita capturada en su mano.
—Buen punto —observó Snape, restándole importancia y poniéndose de pie.
—Simplemente no veo cómo se supone que debo ser capaz de decir un hechizo sin pensar en ello —se quejó Harry—. ¿Cómo lo haces?
—Aprender a lanzar un hechizo sin hablar es una gran diferencia —respondió él—. Eso confundiría a un mago o bruja promedio, lo que el Señor Tenebroso no es para nada. Sin embargo, ni siquiera empiezas a estudiar hechizos no verbales hasta sexto año. Sabes que no espero que realmente te las arregles para hacer nada de esto.
—Hermione podría —dijo Harry.
—Tal vez si hubiera instrucciones paso a paso en un libro de texto —se burló Snape, sin molestarse en ocultar su disgusto—. Pero las Artes Oscuras no obedecen ningún libro. Superan la lógica y nunca permanecen igual. Confían en los instintos agudos de tener una oportunidad, algo que tienes en abundancia. Bueno... Instinto y suerte —añadió.
—¿Puedo intentarlo de nuevo? —preguntó Harry con ganas.
Estaba mucho más entusiasmado ahora que no se veía obligado a pasar horas intentando resistir que invadieran su mente. Defensa contra las Artes Oscuras era sin dudas su asignatura favorita y hacía que realmente su adrenalina bombeara. Le hacía sentir que estaba haciendo algo útil. Algo que contribuía a la lucha contra Voldemort. Quería pelear.
—Supongo —contestó Snape con soltura.
Harry se levantó del sofá y le devolvió la varita. Estaban uno frente al otro con la mesita de sala separándoles. Snape apenas suprimió un bostezo mientras apuntaba con la varita al sillón derribado para enderezarlo de nuevo. Podía ver a Harry por el rabillo del ojo, con un aspecto bastante incómodo al intentar emplear sus técnicas de Oclumancia mientras también preparaba su ataque. Snape parecía indiferente cuando devolvió algunos libros que se habían caído antes del estante a su lugar.
—Expelliarmus —dijo Harry en voz alta.
—Protego —dijo Snape apático y un escudo empujó el hechizo de Harry.
—¿Todavía podías leer mi mente? —Harry sonaba frustrado.
—No, solo eres predecible —respondió—. Tómate un descanso y concéntrate en colocar las cosas que has destruido por ahora. Locomotor. Ese es un hechizo útil para practicar también.
Harry decidió no insistir en otra ronda y fue al pasillo para comenzar a colocar todas las diferentes cosas que se habían caído durante la práctica de duelo. Aunque estaba decepcionado por no haber exactamente logrado tomar la delantera, se había comprometido en el desafío. Había que respetar la pasión y el talento de Snape por la Defensa contra las Artes Oscuras y había sido satisfactorio poder practicar con él. Con toda honestidad, las últimas semanas en la Hilandera habían resultado no solo tolerables, sino a veces agradables, aunque nunca admitiría eso a Snape ni a nadie más. Sirius y Ron seguramente pensarían que le habían lanzado un encantamiento confundus.
Harry estaba usando la varita para colgar mágicamente abrigos en la puerta cuando escuchó algunos chillidos en el porche. Harry miró por la ventana y vio no a uno, sino a cinco búhos diferentes congregados allí, mordisqueándose las plumas entre todos mientras peleaban por quién tenía que ser el primero.
—¿Profesor? —Harry llamó por encima del hombro—. ¿Esperaba el correo esta noche?
—¿Puedes cogerlo? —dijo este desde la otra habitación.
Harry metió la varita de nuevo en el bolsillo de sus vaqueros holgados, quitó el pestillo y luego abrió la puerta. Fuera, los búhos eran aún más ruidosos. Dos búhos gavilanes sostenían un gran pesado paquete de papel marrón entre ellos. Tres búhos chillones llevaban cada uno un paquete. Un pequeño búho brincaba alrededor, sosteniendo una sola carta en su pico.
Antes de aceptar nada, Harry se arremangó y sacó la varita de nuevo.
—Accio comida para búhos.
Aunque no le agradaría a Hedwig, tendría que compartir. Harry fue de un lado a otro en un círculo de media luna tres veces hasta que todos habían sido bien recompensados por su servicio. Luego, cuando cada uno se retiró hacia la noche, Harry comenzó a reunir todos los bultos en sus brazos. De alguna manera se las arregló para llevar todo en un solo viaje. Llevó todo al salón y lo dejó caer todo encima de la mesita. Luego se arrodilló en la alfombra para revisarlos.
—Todos tienen mi nombre en ellos —comentó Harry, examinando la etiqueta de la dirección en el empaque de papel marrón sellado con el logotipo de Flourish y Blotts.
—Son tus materiales escolares —explicó Snape, que tenía una pluma en la mano y había estado tomando notas en un libro encuadernado en cuero de su estante cuando Harry regresó a la habitación—. El profesor Dumbledore iba a permitirte visitar el callejón Diagon con la familia Weasley y luego cambió de opinión.
—¿Por qué? —preguntó decepcionado.
—¿Realmente necesitas hacer esa pregunta? —dijo sarcásticamente.
Harry no respondió, aunque una parte de él todavía se sentía bastante indignada con el director. Después de todo, era Dumbledore. Si quería que Harry pudiera hacer cosas normales como ir a comprar sus materiales escolares con sus amigos en el callejón Diagon, entonces habría encontrado una manera de hacer que eso suceda. Especialmente cuando uno tenía en cuenta lo que Harry había pasado al final del semestre y lo aislado que se había estado sintiendo de Ron y Hermione, con solo Snape como compañía.
Harry arrancó los envoltorios de sus nuevos libros escolares, tinteros y plumas. Había ingredientes frescos de la tienda del boticario y pergamino para que él escribiera. Harry había recibido el aviso de inicio de curso de la profesora McGonagall hacía solo unos días, pero lo había olvidado de inmediato. Hogwarts todavía se sentía muy lejano en ese momento y vivir con Snape y poder practicar libremente la magia fuera del colegio esta vez también le hacía sentir que realmente no se había ido.
—Tendrás que decirme si necesitas algo más —dijo Snape, metiendo la pluma en el tintero que estaba sobre el soporte de la lámpara a su lado.
—Bueno, necesitaré ir a Gringotts —dijo Harry.
Había desenvuelto unos nuevos conjuntos de túnicas de Madame Malkins en una talla más grande que el año pasado. Debía haber guardado sus registros.
—El profesor Dumbledore probablemente te sacará algo de dinero de bolsillo para el año escolar —respondió él—. Y eso si las visitas de Hogsmeade continúan...
—Sí, pero también para pagar por todo esto.
—No es necesario —dijo Snape bruscamente.
Harry no estaba seguro de lo que había querido decir con eso, pero Snape no se explicó. El salón estaba desordenado con papeles y sus nuevos materiales, y había comenzado a abrir el paquete final. Era grande pero ligero, y cuando lo abrió se demostró que estaba lleno de ropa. No uniformes escolares, sino camisas y jerséis informales, vaqueros azules y un par de deportivas nuevas. Todo ello todavía tenía etiquetas y claramente nunca habían sido usados por otra persona, y menos aún por alguien mucho más grande que él.
—Estoy cansado de verte tropezar con tus pantalones y con mangas desgastadas colgando de tus manos —comentó Snape casualmente, haciendo otro boceto en el libro y sin mirarle.
Harry estaba bastante estupefacto. Nunca se le había dado ropa nueva antes. Aparte de su túnica de Hogwarts, nunca había tenido ropa que le quedara bien. Todo se le había entregado siempre después de que Dudley lo hubiera usado. Para ese momento habría sido más adecuado arrojarlo a la basura.
—Puedo pagar...
—¿Estás tratando de impresionarme con lo rica que es la familia Potter? —preguntó Snape abruptamente—. Porque no necesito escucharte alardear. No es nada.
Solo que él sabía que estaba lejos de ser nada a los ojos de Harry, porque él había sido una vez un niño vestido ridículamente y atormentado por ello. Snape había crecido conociendo el abandono y la vergüenza que habían sido parte de la vida de Harry con los Dursley. Era algo importante, pero Snape no quería que se reconociera como tal. Con toda honestidad, estaba avergonzado por su propia debilidad poco característica y no estaba seguro de lo que le había pasado. Solo que se había visto obligado a reconocer a Harry como el hijo de Lily y eso lo hacía más difícil de ver en muchas maneras, pero también más fácil de cogerle cariño.
—Espera, este es para ti —dijo Harry, que había vuelto su atención a la carta, sin saber qué más decir.
Snape no levantó la vista, pero extendió una mano y este se acercó a su lado para entregarle la carta en ella.
—¿En qué está trabajando? —preguntó por hablar, estirando el cuello para mirar las páginas del libro abierto, que estaba tan marcado por tachones y sus estrechas letras que era difícil distinguir lo que decía originalmente.
—La Poción Matalobos —respondió Snape, colocando la pluma encima del libro y comenzando a abrir el sobre.
—¿Para Remus? —preguntó Harry.
—El profesor Dumbledore, evidentemente, todavía cree que no tengo suficiente que hacer —dijo secamente—, ya que me ha ordenado comenzar a preparar Matalobos para Lupin una vez más cada mes. Siempre se ha quejado del sabor, así que estoy tratando de ver si puedo modificarlo.
—No pensé que te importara eso —dijo Harry honestamente, mirando el diagrama impreso de un hombre lobo, cuyos ojos permanecían indistinguiblemente humanos, pues esa era la belleza de la poción: permitía a quien la bebía retener su mente humana incluso mientras el cuerpo se transformaba.
—Él no me importa —respondió con frialdad—, pero es un reto. Algo en lo que soy bueno. Y no es el único hombre lobo que podría beneficiarse de mis mejoras.
—Creo que eso es bastante brillante —dijo y vio a Snape parecer sorprendido por el halago, antes de retomar su habitual expresión ilegible.
Había mucho sobre Snape que se podía apreciar; Harry se había dado cuenta mientras permanecía de pie junto a su silla y veía a Snape leer la carta. Aunque tenía muy mal genio y era casi imposible de complacer, esperaba mucho más de sí mismo que de cualquier otro. Harry había recibido una vista muy privada dentro del mundo aislado de Severus Snape; cómo valoraba su inteligencia y siempre se exigía más en sus áreas de disciplina. Pero aún más que eso, Harry admiraba su valor y cómo simplemente continuaba sabiendo que podía ser llamado al lado de Voldemort en cualquier momento.
—Bueno, tengo buenas noticias para ti —dijo Snape después de un minuto.
—Oh, sí, ¿qué? —Harry preguntó escéptico.
—Le hice saber al profesor Dumbledore sobre tu progreso y estuvo de acuerdo conmigo en que podrías pasar el resto del verano en el cuartel —dijo, señalando la carta con el dedo—. Esta era su respuesta.
—¿De verdad? —dijo Harry.
Snape asintió.
—Tendrás que seguir tomando tu poción y seguir practicando para aclarar la mente antes de acostarte, pero creo que puedes arreglártelas.
Era exactamente lo que Harry había querido. La razón por la que había estado motivado a trabajar tan duro para aprender los conceptos básicos de la Oclumancia después de todo y mantener su parte del trato. Estaba ansioso por hacerle saber a Sirius que iba a quedarse, teniendo todo agosto para ellos y también su cumpleaños, que era en dos días. Sin embargo, al mismo tiempo había cierta incomodidad en el aire. A pesar de todo, era imposible ignorar el hecho de que Snape había hecho mucho por él y que nunca podría mirarlo de la misma manera. No después de verlo en el papel de espía y como amigo de la infancia de su madre. Se sentía diferente ahora.
—Mañana te llevaré con tu padrino después de desayunar —habló Snape, doblando la nota de Dumbledore y deslizándola entre algunas páginas de su libro.
—¿Todavía tendré lecciones contigo? —preguntó él.
—Tal vez una vez volvamos a Hogwarts, si el profesor Dumbledore cree que es necesario. —Snape se encogió de hombros con indiferencia.
Harry asintió la cabeza lentamente, aceptando la respuesta y le vio volver su atención a su trabajo. Harry lentamente comenzó a ordenar el desorden de los paquetes del suelo. Recogió toda la basura para tirarla y luego llevó todos sus materiales escolares y ropa nueva arriba, dejándolos caer en la cama.
Sacó una camiseta roja de la pila, un par de pantalones de pijama y decidió que lo que quería hacer más que nada, incluso más que escribir a Sirius, Ron y Hermione para darles la buena noticia, era cambiarse de los harapos de Dudley. Se quitó la ropa vieja desgastada y se puso la nueva. Luego se le ocurrió ir a buscar una bolsa de basura debajo del lavabo del baño y comenzó a tirar todo lo que una vez había pertenecido a Dudley dentro de ella.
Estaba muy llena una vez hubo terminado y Harry la levantó sobre su hombro para llevarla hacia abajo. La dejó caer junto a la puerta y se sintió ligeramente tentado a pedirle permiso a Snape para prenderla fuego en el patio trasero, pero cambió de idea. Eso aun así no cambió lo liberado que se sentía en ese momento y regresó al salón para agarrar el mando a distancia debajo del televisor antes de tirarse de nuevo al sofá.
—Todavía no has terminado de hacer las maletas —observó Snape, mirándolo por encima de su libro.
—No. —Harry no se molestó en negar esto.
Eligió un canal y miró impasible la pantalla durante un rato, para luego mirar a Snape.
—¿Qué vas a hacer cuando me vaya?
—Por fin tener algo de tiempo para mí —respondió de inmediato.
—Oh —dijo Harry.
Apagó la televisión y deambuló por la cocina para prepararse un aperitivo. Abrió y cerró las puertas del frigorífico y del armario al azar hasta que se decidió por las palomitas de maíz, más por algo que hacer que porque en realidad tuviera hambre. Unos minutos más tarde se acurrucó de nuevo en el sofá para comerlas.
—¿Le has dicho a Sirius que voy?
—Creo que puedes hacer eso tú mismo —respondió Snape, cerrando su libro y lanzando a Harry una mirada resignada—. ¿Qué es lo que te preocupa ahora, Potter?
—Nada —mintió Harry, poniendo el tazón de palomitas de maíz sobre la mesita.
—Nada —repitió Snape, mientras se levantaba y se movía para volver a poner sus libros en el estante.
Miró por la ventana hacia el cielo y se alegró de ver que estaba brumoso y oscuro, con una gran cantidad de nubes.
—¿Te gustaría sacar tu escoba para volar por última vez? —sugirió, sabiendo incluso antes de hacer la pregunta cuál sería la respuesta.
Lo que había comenzado como una forma de sacar a Harry de su casa por un rato se había convertido en un pasatiempo habitual. Bajo la protección de un encantamiento desilusionador y con él mismo cerca para garantizar la seguridad, se le había permitido al chico sacar su Saeta de Fuego casi todas las noches que estaba nublado. Era agradable y liberador para Harry y parecía la forma perfecta de marcar su última noche en la Hilandera.
—Gracias —dijo Harry en voz baja y se puso de pie frente a él para que le echara los encantos encima. Y Snape entendió que había mucho significado envuelto en esas palabras.